miércoles, 22 de enero de 2014

CAPITULO EXTRA 3


Pedro



Es por esta habitación mamá tuvo que comprar esta casa. Incluso diez años más tarde supe que esta habitación era especial —le dije a Paula mientras envolví mis brazos a su alrededor. No era mi intención decirle algo tan personal. Especialmente sobre mi mamá. Tenía que tener cuidado.
—Es increíble —dijo en un susurro. Me encantaba el sonido de su voz.
Estaba tan mesmerizada con la vista como yo siempre lo había estado. Nunca lo había compartido con los demás porque sabía que no lo sentirían. Pero Pau lo haría.
Llamé a mi papá ese día y le dije que había encontrado una casa en la que quería vivir. Él le traspasó a mi madre el dinero y ella la compró. Amaba la ubicación, por lo que en esta casa pasamos nuestros veranos. 
Ella tiene una casa propia en Atlanta, pero prefiere aquí.
El deseo de que ella supiera más sobre mí era tan fuerte como era peligroso.
Tenerla aquí estaba mal. No podía mantenerla distanciada por más tiempo. Ya lo había intentado. No funcionó.
—Yo nunca querría irme —respondió.
No podía dejarla seguir hablando de esta manera. Cuanto más la dejaba acercarse, más fondo mi tumba era cavada. Esto sólo debería ser físico. Incluso si me volvía loco con tan solo una sonrisa suya hasta el nivel de no poder confiar en
mí mismo. Llevarla a mis otros lugares y mostrarle por qué los amaba era tan tentador. Incliné mi cabeza y besé la suave piel de su oreja.
—Ah, pero no has visto mi cabaña en Vale o mi piso en Manhattan —dije en voz baja haciéndola temblar.
Eso era lo que esto tenía que ser. Un deseo que ambos sentíamos. Le di la vuelta hasta que quedó frente a mi cama. —Y esta es mi cama —le dije mientras la conduje hacia ella, guidándola por sus caderas. Su cuerpo se tensó bajo el mío. No me gustó eso. No quería que tuviera miedo de mí. Anhelaba esa sonrisa suya llena de confianza. Esta noche tenía que ser porque los dos lo queríamos.
—Pau si lo único que hacemos es besarnos o simplemente yacer allí y hablar, estoy bien con eso. Sólo te quería aquí. Cerca de mí. —Y volviéndome loco.
Paula se dio la vuelta y me miró. —No pretendes eso. Te he visto en acción, Pedro Alfonso. No llevas a chicas a tu habitación y esperas hablar. —lamdespreocupación en su voz no se reflejaba en su mirada. Sabía que le molestaba.
—No traigo chicas aquí en absoluto, Pau.
La pequeña mueca se confusión tirando de sus labios era malditamente tentadora. Quería eliminarla besándola.
—La primera noche que llegué aquí dijiste que tu cama estaba llena —dijo lentamente, como si no estuviera segura de querer mencionar esa noche. Había sido duro con ella esa noche. Si tan sólo ella entendiera por qué.
—Sí, porque yo estaba durmiendo en mí cama. No traigo chicas a mi habitación. No quiero sexo sin sentido contaminando este espacio. Me encanta estar aquí.
—La mañana siguiente, una chica todavía estaba aquí. Tú la habías dejado en la cama y ella vino buscándote en su ropa interior.
No se le olvidaba nada. No pude evitar sonreír. —La primera habitación a la derecha era la habitación de Fede hasta que nuestros padres se divorciaron. La uso como mi habitación de soltero por ahora. Es donde tomo a las chicas. Aquí no.
Nunca aquí. Eres la primera. Bueno, dejo a Lourdes subir aquí una vez a la semana para limpiar, pero te prometo que no hay nada de metida de manos entre nosotros.
La tensión desapareció de su cuerpo mientras trazaba pequeños círculos en su espalda con mi mano. Amaba su sedosa piel. No había nada que no haría para que me dejara averiguar qué otros lugares eran tan suaves.
—Bésame, por favor —dijo Paula en una suave suplica, para después presionar sus labios contra los míos. Esa era la indicación que necesitaba.
Empujándola hasta que cayó sobre mi cama, cubrí su cuerpo con el mío. Su boca era tan dulce y cálida. No me cansaba de ese sabor que era Paula. Deslicé mis manos por su cuerpo hasta que llegué a sus rodillas y luego las empujé para poder colocarme entre ellas. Aquí era donde tenía que estar. Metido apretadamente contra su calor.
Las manos de Paula frenéticamente tiraron de mi camisa. Sabía lo que quería y estaba más que feliz para complacerla. Sentándome sobre mis talones, tiré de mi camisa y la arrojé a un lado. Sus manos estuvieron en menos de un segundo en mí. En mis brazos, deslizándose por mi pecho y luego frotando sus dedos sobre mis pectorales.
No podía respirar lo suficiente como para calmarme. La quería desnuda y quería estar dentro de ella. Ahora.
Mis manos temblaban de necesidad mientras desabrochaba su camisa. Iba a rasgarla. Paula comenzó a ayudarme. Si no estuviera tan condenadamente duro estaría avergonzado de que ella sintiera mi urgencia.
Una vez que logramos desabrocharla, la eché hacia atrás y bajé su sujetador hasta que el más bonito par de tetas que había visto saltaron libres. Sus pezones me recordaron a pequeños dulces rojos. Quería probar cada uno de ellos y pasar el tiempo disfrutando de ellos en mi boca. Pero no sería capaz de calmarme lo suficiente como para ir a un ritmo más lento.
Tiré con fuerza de un pezón queriendo memorizar su dulce sabor cuando ella empujó contra mí y gritó.
Dejé escapar a su pezón de mi boca y me deslicé por su cuerpo hasta llegar a su falda. No estaba seguro si ella me detendría. Si lo hacía iba a necesitar una ducha helada y dudaba que incluso eso ayudara. Manteniendo mis ojos en ella, bajé su falda y sus bragas. Observando por algún tic de miedo o incertidumbre.
Detenerme sería casi imposible pero encontraría una manera.
Levantó sus caderas para permitirme retirar su falda con facilidad. Eso fue prometedor. Me senté de nuevo y le señalé que se sentara. Quería su camisa y su sujetador completamente fuera de su cuerpo. Ella no dudó. Vino hacia mí con facilidad. Quité la camisa y sujetador y los tiré lejos. Tragando saliva me sentí como un adolescente a punto de tener sexo por primera vez.
—Desnuda en mi cama es incluso más increíblemente hermoso de lo que pensé que sería… y créeme que he pensado en ello. Mucho.
Regresé de nuevo sobre ella y presioné mi palpitante polla contra su calor. Diablos, eso se sentía bien.
—¡Sí! ¡Por favor! —exclamó, rasguñándome. Tan increíblemente caliente.
Respiré hondo y traté de recordar que tenía que ir más despacio.
Si iba a enterrarme dentro de ella esta noche, ella tenía que estar lista. No había nada que yo pudiera hacer para que no sintiera dolor, pero primero la haría sentirse jodidamente bien. Me moví por su cuerpo, besando el interior de sus
muslos desnudos para luego levantar mis ojos y observar su mirada sorprendida mientras deslicé mi lengua sobre su clítoris hinchado.
—Pedro—respiró mientras sus manos se aferraron desesperadamente a las sábanas. Mi corazón golpeó con fuerza contra mi pecho al oírla decir mi nombre en un gemido de placer.
—Dios, eres dulce —le dije antes de volver a probarla. No le estaba mintiendo. Realmente era lo mejor que había probado en mi vida. La inocencia era nuevo para mí. Era jodidamente embriagador.
—Por favor, Pedro —gimió.
Eso iba a ser guardado en mi memoria para otro día.
—Por favor, ¿qué? Bebé, dime qué es lo que deseas.
Ella negó con la cabeza y la súplica silenciosa en sus ojos casi me hizo complacerla, pero quería oírla decirlo.
—Quiero oírte decirlo, Pau—le dije queriendo probarla de nuevo.
—Por favor, lámeme otra vez. —suplicó. Fue un milagro que no me corriera en mis pantalones.
—¡Maldita sea! —gemí antes de deslizar mi lengua dentro de ese pequeño coño el cual me tenía fascinado. Quería que se viniera. Quería oírla. Chupé suavemente sobre su clítoris y ella se tensó para luego empujar sus caderas contra mi boca antes de gritar mi nombre una y otra vez.
Mi paciencia había terminado. Tiré de mis pantalones y deslicé el condón antes de que ella pudiera regresar completamente. Cuando abrió sus ojos yo ya estaba nuevamente sobre ella.
—Necesito estar dentro de ti —le susurré al oído mientras abrí sus piernas y presioné contra su entrada.
—Dios mío, estás tan mojada. Va a ser difícil entrar. Voy a tratar de ir despacio. Te lo prometo —tuve que usar cada gramo de fuerza de voluntad para no empujar dentro de ella en un solo golpe. Sus piernas abrieron aún más y levantó las caderas para deslizarme más adentro.
—No te muevas. Por favor, cariño, no te muevas —le rogué mientras presioné más adentro hasta que sentí la barrera detenerme—. Eso es todo. Voy a hacerlo rápido pero luego voy a detenerme para que te acostumbres a mí.
Sentí a mi cuerpo entero temblar mientras me preparé para hacerle daño voluntariamente e ir al cielo al mismo tiempo. Cerrando mis ojos empujé duro y Paula gritó aferrándose a mí. Me quedé quieto. Quería empujar dentro de ella como un hombre poseído pero ella tenía dolor y eso me importaba. A la mierda, en verdad ella me importaba.
—Está bien. Estoy bien —me aseguró.
Me obligué a abrir los ojos y la miré. —¿Estás segura? Porque, cariño, quiero moverme cómo no tienes idea.
Ella asintió con la cabeza y no le pregunté de nuevo. Necesitaba moverme.
Me retiré y luego entré nuevamente, esperando que Paula me pidiera que me detuviera.
—¿Te duele? —le pregunté quedándome quieto.
—No. Me gusta —dijo moviéndose debajo de mí.
En el siguiente empuje ella gimió y abrió más las piernas.
—¿Te gusta? —le pregunté incapaz de apartar mis ojos de ella. Era hermosa. Pero también iba a arruinarme. Completamente.
—Sí. Se siente tan bien.
Me dejé llevar. Acercándome al cielo. Se sentía tan bien. Tan apretado. Tan caliente. No podía obtener lo suficiente.
—Sí. Dios, eres increíble. Tan apretada. Eres tan jodidamente apretada, Pau —dejé escapar mis pensamientos mientras me acercaba a mi liberación.
Levantó sus rodillas y las presionó contra mis caderas para hacer la penetración más profunda.
—¿Estás cerca, nena? —Por favor, que esté cerca.
—Eso creo —dijo en voz baja y supe que yo estaba ya más cerca. Deslicé mi mano y froté mi pulgar contra su clítoris. Ella tenía que venirse.
—¡Ah! Sí, ahí —gritó mientras se aferraba a mis brazos. Mi visión se borró y mi cuerpo explotó. Un rugido surgió de mi pecho y me di cuenta en ese momento que quería hacer esto otra vez. Y otra vez.

CAPITULO EXTRA 2





Pedro



Paula? —llamé, cuando salí del bar para verla apoyada
contra el edificio. Tenía los brazos cruzados defensivamente sobre su pecho. 
No estaba seguro de lo que había pasado allí, pero si el vaquero se había salido de la línea, iba a rasgar sus brazos.
—¿Sí? —respondió.
Hubo un momento de duda en su voz. ¿Estaba molesta conmigo?
—No te podía encontrar. ¿Por qué estás aquí afuera? No es seguro.
—Estoy bien. Vuelve adentro y continúa con tu sesión de besos en nuestra mesa. —Estaba enojada. Eso estaba claro. Pero ¿estaba celosa?
—¿Por qué estás aquí afuera? —pregunté lentamente, dando otro paso hacia ella.
—Porque quiero —replicó, disparando una furiosa mirada en mi dirección.
—La fiesta es adentro. ¿No era eso lo que querías? ¿Ir a un bar con hombres y bebidas? Te lo estás perdiendo aquí afuera. —Traté de aligerar el ambiente. La expresión de su rostro dijo que no funcionaba.
—Aléjate, Pedro —espetó. Bueno mierda, se enojó conmigo. ¿Por esa chica?
Di otro paso hacia ella. No podía ver lo suficiente claro en la oscuridad. —No. Quiero saber qué pasó.
Paula puso ambas manos sobre mi pecho y me empujó. 
—¿Quieres saber qué pasó? TÚ pasaste, Pedro. Eso es lo que pasó. —Rayaba en un grito y luego se giró y empezó a caminar.
Extendí la mano y la agarré antes de que pudiera ir demasiado lejos. No la dejaría sola esta vez. Si estaba enojada conmigo, quería saber por qué. 
—¿Qué significa eso, Paula? —pregunté, tirando de su espalda contra mi pecho.
Se retorció en mis brazos haciendo pequeños gruñidos frustrados.
—Déjame. Ir —exigió.
Ni lo sueñes. —No hasta que me digas cuál es tu problema —contesté.
Comenzó a retorcerse y a luchar contra mí más duro, pero la sostuve con bastante facilidad. No quería hacerle daño, pero necesitaba entender lo que estaba mal. O yo la había enojado o lo hizo ese tipo.
—No me gusta verte tocar a otras mujeres. Odio cuando otros hombres agarran mi culo. Quiero que seas tú quien me toca allí. Quien desea tocarme ahí. Pero no lo haces y tengo que lidiar con eso. Ahora, ¡déjame ir!
No esperaba eso. Ella tomó ventaja del hecho de que acababa de sorprender el infierno en mí y se soltó de mi abrazo y luego se echó a correr. 
No estaba seguro de a dónde creía que iba sola en la oscuridad.
Quería que la tocara... allí. Mierda. Estaba hundido. No podía luchar contra esto. Lo necesitaba. Si quería salvarnos a ambos del dolor, me daría la vuelta y volvería a entrar. Pero, maldita sea, no podía encontrar la fuerza para luchar contra esta necesidad. Yo la quería. 
La quería tan jodidamente mal que estaba dispuesto a hacer este trabajo. Negarme yo mismo era una cosa, pero negar a Paula era un tema totalmente distinto.
No pensé en ello. No pude. Sólo actué por instinto.
Fui tras ella.
Una vez que estaba lo suficientemente cerca del Range Rover, hice clic en el botón de desbloqueo. La tocaría esta noche. Ahora mismo. Justo jodidamente ahora. Y era la cosa más estúpida que podía hacer. Para los dos, pero me importaba una mierda. Tomaría lo que quería. Lo que ella quería.
—Entra o te meto yo —exigí. Sus ojos se agrandaron en shock y trepó rápidamente al asiento trasero. Su pequeño y dulce culo se hallaba atrapado en el aire y mi pene se endureció al instante. Dios, ¿por qué la quiero tanto? No debería hacer esto. Paula era la única persona que no podía tener. Era mi enemiga. Era enemiga de Dani. Pero... la había estado observando. No era como yo suponía.
Estaba tan dentro de mi piel que no podía ver bien.
Subí tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
No le respondí. La presioné contra el asiento y tomé otra probada. La inocencia vertiendo fuera de ella era embriagadora. Era pura. No sólo con su cuerpo sino con sus pensamientos. No era rencorosa. No buscaba venganza.
Confiaba en mí. Yo era el más grande imbécil del mundo.
Agarré sus caderas y la moví para que pudiera poner mis caderas entre sus piernas. Necesitaba la conexión. 
La calidez. Paula no luchó contra mí, sino que hizo exactamente lo que le pedí. Quería reclamarla. Completamente. Pero estaba equivocado. Demasiado se interponía entre nosotros. Cosas que ella nunca perdonaría. Cosas que nunca entendería. Frenético, alcancé el dobladillo de su camisa.
—Quítatela —dije cuando la levanté por encima de su cabeza y luego la arrojé en el asiento delantero. 
La suave y perfecta piel de sus pechos se asomaba fuera de la parte superior del sujetador de encaje que llevaba. Tenía que verlo todo.
Quería saborear todo—. Quiero que te quites todo, dulce Paula. —Alcancé el broche del sujetador y rápidamente lo desabroché, entonces deslicé el sujetador por sus brazos. Era hermosa. Sabía que lo seria. Pero viendo los pezones rosados duros contra su piel cremosa me di cuenta que no sería capaz de regresar.
—Esto es por lo que traté de mantenerme alejado. Esto, Paula. No voy a ser capaz de detenerlo. No ahora.

CAPITULO EXTRA 1

PEDRO  



Le había dicho a Dani que no quería gente por aquí esta noche. Ella los había invitado de todos modos. Mi hermana pequeña no acepta un no por respuesta, nunca.
Recostado en el sofá, estiré las piernas delante de mí y tomé un trago de mi cerveza. Tenía que andar por aquí abajo el tiempo suficiente para asegurarme de que las cosas no se iban a salir de control. Los amigos de Dani eran más jóvenes que yo. A veces, tendían a ser un poco ruidosos.
—Pedro, conoce a Paula, creo que ella te pertenece. La encontré afuera un poco perdida. —La voz de Federico rompió mis pensamientos.
Miré a mi hermanastro y luego a la chica a su lado. Había visto esa cara antes. Era más madura, pero la reconocía. Mierda.
Era una de ellas. No sabía sus nombres, pero sabía que había dos de ellas.
Ésta era... Paula. Pasé mis ojos hacia Daniela al verla de pie, no muy lejos con el ceño fruncido en su rostro. Esto no iba a ser bueno. ¿Federico no se había dado cuenta de
quién era?
—¿Ah, sí? —pregunté devanándome los sesos para sacarla de alguna manera de aquí y rápido. Daniela iba a explotar en cualquier momento. Estudié a la chica que había sido una fuente de dolor para mi hermana menor gran parte de su vida. Era preciosa. Su rostro en forma de corazón se destacó por un par de grandes ojos azules con el más largo de pestañas naturales que jamás había visto en una mujer. Sedosos rizos rubios platino rozaban un par de pechos muy bonitos que mostraba en una camiseta ajustada. Maldita sea. Sí... se tenía que ir—. Es linda, pero joven. No puedo decir que es mía.
La chica se estremeció. Si no hubiera estado observándola tan de cerca, me lo habría perdido. La expresión perdida en su rostro no tenía sentido. Había entrado en esta casa sabiendo que estaba en territorio inoportuno. ¿Por qué se veía tan inocente?
—Oh, sí que es tuya. Ya que su papi huyó a París con tu mamá por las próximas semanas. Diría que ahora te pertenece a ti. Yo con mucho gusto le puedo ofrecer una habitación en mi casa, si quieres. Eso es, claro, si se compromete a dejar su arma mortal en su camioneta. —Federico encontraba esto divertido.
Él sabía quién era ella muy bien. Le encantaba el hecho de que esto molestaba a Dani. Fede haría cualquier cosa para enojarla.
—Eso no la hace mía —contesté.
Ella tenía que tomar la pista e irse.
Federico se aclaró la garganta. —Es una broma, ¿verdad?
Tomé un trago de mi cerveza y luego estabilicé mi mirada en Fede. No estaba de humor para él y el drama de Daniela. Esto lo llevaba demasiado lejos.
Incluso para él. La chica se tenía que ir.
Ella parecía estar lista para correr. Esto no era lo que había estado esperando. ¿Realmente había pensado que su querido papá estaría aquí esperando por ella? Esa historia sonaba como una gran mierda.
—Tengo una casa llena de invitados esta noche y mi cama ya está llena — informé y luego volví a mirar a mi hermano—. Creo que es mejor si la dejamos ir a buscar un hotel hasta que pueda ponerme en contacto con su papi.
Paula tomó la maleta que Fede tenía en la mano.
—Él tiene razón. Debo irme. Esto fue una mala idea —dijo con un nudo en la voz.
Federico no dejó ir la maleta fácilmente. Ella tiró con fuerza para sacarla de su alcance. Podía ver las lágrimas no derramadas en sus ojos y tiró de mi conciencia.
¿Había algo que me perdía aquí? ¿De verdad ella esperaba que le abriéramos nuestros brazos?
Paula corrió hacia la salida. Vi la mirada alegre en el rostro de Dani mientras Pau pasaba a su lado.
—¿Te vas tan rápido? —preguntó Daniela.
Paula no respondió.
—Eres una mierda sin corazón. ¿Lo sabías? —gruñó Fede a mi lado.
No estaba de humor para tratar con él. Dani se pavoneaba hacia nosotros con una sonrisa triunfante. Había disfrutado de eso. Entendí por qué. Paula era más que un recordatorio de todo lo que Dani había perdido en su crecimiento.
—Se ve exactamente como la recuerdo. Pálida y plana —ronroneó Daniela hundiéndose a mi lado en el sofá.
Fede resopló.
—Son tan ciegos al igual que malos. Ustedes pueden odiarla, pero ella es la boca del agua.
—No empieces —le advertí a Federico.
Dani podría parecer feliz, pero sabía que si ella moraba mucho en eso, se podía romper.
—Si no vas a ir tras ella, yo sí. Y voy a poner su culo sexi en mi casa. No es lo que ustedes dos asumen que es. Hablé con ella. No tiene ni idea. Ese padre imbécil suyo le dijo que viniera aquí. Nadie es tan buen mentiroso —dijo Fede
mientras miraba a Dani.
—Papá nunca le habría dicho que viniera a la casa de Pedro. Vino aquí porque es una cazadora. Olió dinero. ¿Has visto lo que llevaba puesto? —Dani arrugó la nariz con disgusto.
Fede rió entre dientes.
—Claro que vi lo que llevaba puesto. ¿Por qué crees que quiero tanto llevarla de vuelta a mi casa? Es ahumadamente caliente, Dani. Me importa un carajo lo que digas. La chica es inocente, perdida y malditamente caliente.
Federico dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Iba detrás de ella. No podía dejar que lo haga. 
Él se dejó engañar fácilmente. Estuve de acuerdo en que la
chica era agradable a la vista, pero él pensaba con su polla.
—Detente. Voy a ir a por ella —dije de pie.
—¿Qué? —preguntó Dani con voz horrorizada.
Fede dio un paso atrás y me dejó pasar. No me giré y desconocí a mi hermana. Federico tenía razón. Que tenía que ir a ver si se trataba de un acto o si realmente había sido informada por su imbécil padre para venir aquí. 
Por no decir... quería mirarla sin audiencia.

CAPITULO 134 CAPITULO FINAL



Paula

Puse a Benja a dormir la siesta y decidí tomar un descanso para utilizar el vídeo de yoga que compré en iTunes. Necesitaba tonificar algunas partes en mi cuerpo post-parto. Isabel dijo que probara con yoga.
Encontrar tiempo para hacerlo era otra cosa. 
La última vez que Benja tomó una siesta y traté de hacer yoga, Pedro entró en la habitación, y terminamos desnudos y en el sofá nuevamente. Nos habíamos convertido en profesionales del sexo oral.
No es que Pedro necesitara ser mejor, pero era seguro decir que yo había aprendido a dar una mamada asesina.
El timbre sonó antes de que el vídeo comenzara, por lo que presioné pausa y fui a ver quién era. Pedro no se encontraba en casa, por lo tanto, no podía ser Fede.
Salieron juntos. Al abrir la puerta pensé, mientras mis ojos registraban a Daniela, que tal vez debía comenzar a mirar por la mirilla primero. Mi ritmo cardíaco se recogió y me maldije a mí misma por dejar mi teléfono tirado en el suelo de la sala de juegos. No tenía bolsillos en los pantalones de yoga.
—¿Está Pedro? —espetó. Mentalmente me encogí. Él no se encontraba acá y no me sentía segura dejándola entrar. Pero ¿cómo podría no dejarla entrar? Era la hermana de Pedro.
—Se fue con Federico hace un par de horas. Algo que ver con Antonio. —Estaba hablando demasiado. Eso no era asunto suyo.
—¿Vas a dejarme entrar? ¿O debería volver más tarde? —El tono de disgusto en su voz ante la idea de que tenía el poder para no dejarla entrar, ahora que era mi casa, fue obvio. No quería hacerlo, pero Pedro desearía verla. Lo había mencionado hacía unas noches. Se preguntaba cómo estaba y me dijo que su mamá le había dicho que se encontraba fuera de la clínica y mejor.
Fui en contra de mi mejor juicio y di un paso atrás para dejarla entrar. —Pasa —dije, odiando la idea de estar a solas con ella. 
Mi arma se encontraba en el coche, aunque realmente no creía necesitarla. Ella no era peligrosa... al menos, eso
creía.
—Entonces, ¿qué se siente ser la señora Alfonso? —preguntó. Su tono indicaba que no se encontraba feliz por ello y que no era una pregunta amistosa.
—Estupendo. Amo a tu hermano —contesté.
—No puedes mentirme. No me engañas con ese aspecto inocente. Quedaste embarazada para poder engancharlo. 
Él no haría caso omiso de su hijo. Te diste cuenta y lo usaste. Sólo espero que el niño sea suyo. —El odio atado en sus palabras me hizo estremecer.
Tenía muchas ganas de llamar a Pedro y traerlo a casa. No quería hablar con ella. No si esto iba a ser una conversación del tipo “ataca a Paula”.
—Lamento que te sientas así. Cuando veas a Benja sabrás que no hay duda de que también le pertenece. Es un mini-Pedro. —Me enojé conmigo misma por haber tomado su cebo y defenderme.
En la mención de Benja pude ver a Daniela hacer una mueca de dolor. Al parecer odiaba la idea de que tuviéramos un niño u odiaba que también fuera mi hijo y no quería sentirse conectada a eso. No lo sabía. 
—Iré a buscar el teléfono y llamaré a Pedro para decirle que estás aquí. Por favor, sírvete algo de beber o comer, si lo deseas. Sabes dónde está todo.Me dirigí a la escalera.
—Espera. No quiero ver a Fede. Dile que no traiga a Federico—dijo con voz tensa.
—Está bien. Lo haré —respondí. Sabía con seguridad que Federico no quería verla tampoco, pero no le haría saber que conocía toda su historia. No tocaría ese tema.
Corrí por las escaleras y fui a buscar mi teléfono. Llamaría a Pedro y luego iría a ver a Benja... tal vez podría matar todo el tiempo a solas con ella, aquí escondida. Tomé el teléfono y marqué el número de Pedro.
—Hola, nena, ¿todo bien? —preguntó cuándo contestó.
—Em... depende de lo que consideres bien —dije—. Tu hermana está aquí.
—Da la vuelta, hombre. Tengo que ir a casa ahora —dijo Pedro a Federico—.Estoy en camino. ¿Estás bien? ¿Está siendo amable? ¿La dejaste entrar?
 —Sí, no realmente, y sí —contesté.
—No está siendo amable. Mierda, Paula. Lo siento. ¿Por qué la dejaste entrar?
—Bueno, porque es tu hermana. No iba a negarme a dejar entrar a tu familia en tu casa.
Pedro respiró hondo. Sabía lo que eso significaba. Se sentía frustrado. 
Paula. Si alguna vez escucho que la llames mi casa de nuevo me pondré furioso. Esa es nuestra casa. Nuestra maldita casa. Si no quieres dejar a alguien entrar, entonces no lo hagas. Llámame y pueden esperar en las malditas escaleras hasta que llegue. Sólo quiero que te sientas cómoda en tu hogar.
—Está bien. Bueno, la dejé entrar porque la amas y te amo. ¿No es eso una buena razón?
Pedro soltó una risa baja. —Daniela es, y probablemente será siempre, la única persona que amo y no espero que seas agradable con ella. Tiene que ganarse esa mierda y no lo ha hecho. Puedes echarla, patearle el culo, lo que quieras. No te pongas a soportar su boca diciendo mierda.
Decidí no decirle sobre su acusación, de que Benja podría no ser suyo. Se volvería loco. —Sólo date prisa —supliqué.
—Cinco minutos —prometió.
Colgué el teléfono y lo metí en mi sostén deportivo antes de ir a ver a Benja.
Abrí la puerta y me asomé para encontrarlo dando patadas y balbuceando con las criaturas marinas que colgaban del móvil. Sonriendo, me acerqué y sus pequeños ojos se movieron hasta fijarse en mí. Dio una patada más dura en cuanto me vio y mi corazón se apretó.
—Esta no fue una muy buena siesta —dije, inclinándome para recogerlo—. Ni siquiera llegué a hacer algo de yoga y la parte inferior de mamá necesita un poco de ejercicio.
Su pequeña cabeza trató de esconderse en mi pecho. No era el momento para darle de comer, pero cuando despertaba, él siempre quería meterse en mi camisa. Al igual que su padre. Sonriendo, lo acerqué al mudador para cambiarle pañal y ponerle uno limpio mientras lloraba. Odiaba que lo cambiara.
Lo levanté y besé sus labios fruncidos. Las lágrimas se detuvieron y abrió la boca tratando de conseguir algo de comer nuevamente. —Ahora no, señor. Acabas de comer hace una hora —dije antes de salir por la puerta.
No quería llevarlo abajo. Tenía miedo de lo que Daniela dijera sobre él. No creía poder lidiar con eso, si ella era mala con mi bebé. 
La puerta sonó y deje escapar un suspiro de alivio. Pedro había llegado a casa.
—Papá está en casa —susurré.
Llevé a Benja abajo y escuché las voces de Pedro y Daniela. No fue difícil. Ella ya elevaba su voz. Pedro debió haber empezado a regañarla por hacerme sentir incómoda. 
Decidí no llevar a Benja a la cocina para oír a su padre gritar. Salimos por la puerta principal. Él amaba ir afuera y mirar las olas. El viento marino ahogaría todas las palabras molestas de Daniela.
Caminamos bajo la casa y salimos hacia la playa.
—Paula, ¿podrías traer a Benja? —preguntó Pedro mirándome desde el porche. Al parecer, quería que su hermana conociera a Benja y estuviera a su alrededor. 
Lo entendía, pero ella me odiaba, por lo que podría no ser conveniente.
Me detuve y miré a Benja.
La mamá en mí quería tomarlo y correr al segundo piso y encerrarnos con seguridad dentro de su habitación. Pero él era hijo de Pedro también. Le di un beso en la sien. 
—La hermana de papi, Daniela, no es muy agradable. Vas a tener que aprender a pasar por alto eso —susurré en su oído, más para mí, puesto que no tenía idea de lo que decía.

***

Cuando llegué al escalón más alto, Pedro me esperaba. 
—Si quieres que lo lleve y no entrar ahí, lo comprendo. Pero si quieres entrar, te juro que ella se comportará o la echaré de esta casa.
No enviaría a mi bebé solo para afrontar al lobo feroz. Si tenía que enfrentarse a Daniela, yo también lo haría. Lo mantuve apretado a mí y sacudí la cabeza. 
—Quiero estar con él.
Pedro asintió. Pude ver en su mirada que entendía. Abrió la puerta para nosotros y dio un paso atrás para que pudiera entrar con Benja.
Daniela se encontraba sentada en un taburete con una expresión enojada en su rostro. Giró y sus ojos fueron directo a Benja. 
Pude ver el momento en que se dio cuenta de cada rasgo, que era un pequeño Pedro
Ni siquiera tenía mis ojos. Él era todo Pedro.
 —Supongo que es tuyo, después de todo —dijo. Me detuve y di un paso atrás chocando contra el pecho de Pedro. Su brazo se deslizó a mi alrededor,manteniendome allí.
—Querías verlo. Ten cuidado con lo que le dices a su madre. Discúlpate por el último comentario tonto o te acompaño a la puerta.
Los ojos de Daniela estallaron de furia y tuve la sensación de que acababa de comenzar algo que realmente no necesitábamos en nuestra casa. Pero respiró hondo y alzó los ojos llenos de odio hacia mí. —Lo siento —espetó. No quiso decirlo realmente, pero que Pedro la obligara a hacerlo, valió la pena.
—¿Puedo cogerlo? —preguntó Daniela, levantando la mirada hacia a Pedro.
Me puse tiesa como una tabla. Si le decía que sí, iba a huír con Benja. Había muchas otras cosas que podía pedirme, no esa.
—Probablemente no sea una buena idea. Contigo mirando a su mamá de esa forma, no creo que vaya a sentirse segura.
Daniela frunció el ceño. —Él es tu hijo, también.
—Lo es. Pero Paula es su madre. No la haré hacer algo con lo que no se sienta cómoda.
—Dios, Pedro, ¿dónde están tus bolas?
—Es la segunda, hermana.
Daniela rodó los ojos y se levantó del taburete. Volvió a mirar a Benja y sus ojos se suavizaron un poco. Era difícil no amarlo. Él era tan hermoso como su padre. 
A mamá le encantaría conocerlo —dijo Daniela, tirando la correa de su bolso hacia arriba por el brazo—. Al menos deberías enviarle una foto.
—Mamá no le importaban una mierda sus propios bebés, Daniela. Ya lo sabes. ¿Por qué iba a preocuparse por el mío?
Daniela no se inmutó. Se encogió de hombros. 
—Buen punto.
Benja comenzó a quejarse en mis brazos. Trataba de llegar a su alimento otra vez. Lo cambié de brazo y Pedro estiró las manos hacia él. —Dámelo. No estará pensando en la leche cuando lo sostenga.
Se lo entregué e inmediatamente se calmó y observó a Pedro. Estaba fascinado con su padre.
—Eres bueno con él. No me sorprende. Has estado jugando al papá desde que tengo memoria —dijo Daniela. Fue lo único agradable que dijo desde que llegó.
—Sólo soy bueno en esto porque he visto a Paula. Me enseñó todo.
A Daniela no le gustó esa respuesta, y no era verdad. 
Él había sido innato desde el primer día. Empecé a discutir cuando Daniela apartó el taburete raspando por el suelo.
 —Sólo quería ver al niño y hacerte saber que estoy mejor. Si quieres verme, estaré en la ciudad por unos días. No estoy de humor para más unión con tu pequeña familia, así que tenlo en cuenta.
Observé cómo salía de la cocina, por el pasillo hacia la puerta, sin decir nada más. Pedro no respondió.
—Y ella sigue siendo una perra —murmuró Pedro.
Giré para mirarlo y fruncía el ceño. 
—Siento que te hablara esa manera —dijo.
—Ignoré todo lo que dijo. Quiere que sea la villana y temo que siempre lo hará. Está bien. No me casé con ella —contesté.
Benja oyó mi voz, y movió la cabeza para mirarme antes de comenzar a llorar. Me quería por mis pechos. Sonreí y extendí las manos para tomarlo. 
— Tendré que alimentarlo, está decidido a comer otra vez. No debe haberse llenado la última vez.
Pedro me lo entregó. —Mierdecilla con suerte.
Le di una patada y comenzó a reír, con esa sonrisa llena que me encanta.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
—Sí. Muero de hambre. ¿Puedes hacerme un sándwich? —pregunté antes de caminar hacia la sala de estar para sentarme más cómoda en el sillón.
—Cualquier cosa por ti —respondió.




Fin

CAPITULO 133





Pedro

Me incliné y apagué el monitor en cuanto escuché a Benja empezar a moverse. Esta noche Paula iba a dormir aunque tuviera que pasarme toda la noche paseando por la casa con el pequeñín para distraerlo de comer.
Bajé de la cama y me puse un par de calzoncillos y una camiseta y me apresuré escaleras abajo antes de que empezara a llorar. 
Incluso con el monitor apagado, Paula sería capaz de escucharlo. Esperaba haberla agotado lo suficiente
como para que durmiera a pesar del ruido.
Encendí el móvil de la cuna cuando entré en el cuarto y dejó de quejarse. Le gustaba escucharme cantar. Paula decía que siempre paraba de chupar cuando me oía hablar y se quedaba inmóvil escuchando. Me gustaba eso.
Mientras caminaba hacia la cuna, sus pequeños ojos se mantuvieron fijos en mí, e incluso aunque todavía no sonreía exactamente, podía ver en sus ojos que estaba emocionado por algo. Normalmente los pechos de Paula lo excitaban, pero a mí también, así que no podía culparlo por eso.
—Oye, amiguito, ¿cuándo vas a entender que cuando está oscuro afuera se supone que tienes que dormir? —le pregunté, inclinándome sobre la cuna para cogerlo.
Se removió en mis brazos y luego movió la cabeza para ver mi cara.
 —Estás atrapado conmigo esta noche. Mami necesita dormir, incluso si tú no lo haces. La estás agotando.
Dejé las luces del móvil encendidas y me fui a sentar con él en la mecedora.
—Vamos a observar la luz de la luna sobre el agua y las rocas hasta que decidas que es hora de dormir de nuevo.
Benja apoyó su cabeza en mi pecho cuando lo coloqué en mi regazo, y nos mecí. Me pregunté qué pensaba su pequeña mente sobre la vista. ¿Quería salir allá fuera y tocar la arena o sentir el agua? No podía esperar a que pudiera hablarme y decirme qué estaba pensando.
Nos mecimos por casi una hora, y seguí esperando a que empezara a quejarse esperando a Paula, pero nunca lo hizo. Bajé la mirada para ver sus pequeños párpados cerrados y su respiración lenta y tranquila. Habíamos pasado por este desvelo sin mami. Me sentí como si hubiera logrado algo.
Caminé suave y lentamente a la cuna y lo acosté. Cuando estuve seguro de que iba a seguir durmiendo, me dirigí a la cama. Papi había tenido éxito.

***

La siguiente vez que Benja decidió que quería atención fue después de las siete de la mañana. Paula se sentó derecha en la cama cuando escuchó su llanto y miró el reloj.
—¡Oh, Dios mío! ¿Empieza a llorar ahora? —preguntó, luchando por salir de la cama, desnuda. 
Crucé los brazos por debajo de mi cabeza y observé la vista
mientras ella corría a través del cuarto buscando algo que ponerse. 
Realmente estaba disfrutando de sus nuevas caderas. Se curvaban de una forma tan jodidamente sexy que era difícil pensar bien cuando caminaba a mi lado y se balanceaban.
—De hecho, no. Él y yo tuvimos un tiempo de acercamiento anoche. Le expliqué que necesitabas algo de descanso y estuvo bien con eso. Creo que lo entendió.
Paula dejó de buscar ropa y me miró con la boca ligeramente abierta. —¿Te levantaste con él y lo volviste a dormir sin que yo lo alimentara? ¿Y estuvo bien con eso? —Me encogí de hombros.
—Estuvo de acuerdo con que estabas un poco gruñona y necesitabas dormir un poco más.
Una pequeña sonrisa se colgó de sus labios y puso las manos en esas caderas que tanto me gustaban. 
—¿Así que piensas que estoy gruñona, eh? Anoche no parecía muy gruñona, ¿no? ¿Cuando tenía tu polla en la mitad de mi garganta? Santa mierda. 
—Maldita mujer. Tienes que alimentar a nuestro hijo. No
hables así. Voy a perder la cabeza antes de que ese médico me haya dado luz verde.
Paula rió y se inclinó para recoger el camisón que iba a ponerse anoche y que nunca llegó a tocar. Su culo se elevó en el aire y tuve que contenerme a mí mismo para no abalanzarme sobre ella.
El sedoso material se deslizó por su cuerpo y paró a mitad de muslo. Me lanzó una sonrisa sabedora y se giró hacia las escaleras. 
—Ahora llevaré a mi yo gruñón escaleras abajo —respondió.
Observé sus caderas balancearse y el camisón abrazarse a ellas con cada paso que daba. Cuando finalmente salió de mi vista, salté de la cama y me dirigí a la ducha. 
Necesitaba la puta ducha más fría que pudiera soportar.