martes, 9 de diciembre de 2014

CAPITULO 166




Paula entró a la habitación y fue a la esquina más lejana antes de girarse. — Habla. Apúrate. Quiero que te vayas —dijo en voz áspera. Debí haberle dicho antes.


Debí haberle dicho ayer. Debí haberle dicho malditamente en el momento en que lo supe, pero no lo hice.


—Te amo.


Comenzó a negar con la cabeza. No iba a escucharme. Iba a tener que malditamente rogar. Lucharía lo suficiente por ambos.


—Sé que mis acciones no parecen respaldar eso, pero si tan solo me dejaras explicarme. Dios, nena, no puedo soportar verte sufrir tanto —dije suplicando.


—Nada de lo que puedas decir arreglará esto. Era mi madre, Pedro. El único recuerdo que tiene algo bueno en mi vida. Es el centro de cada momento de infancia feliz que tengo. Y tú… —Se detuvo y cerró los ojos—. Y tú, y… y ellos… todos la  desgraciaron. Las mentiras horribles que dijeron como si fueran la verdad.


Me odiaba a mí mismo. Odiaba las mentiras. Odiaba a mi madre y a Miguel.


—Lamento que te hayas enterado de esta forma. Quería decírtelo. Al principio, eras solo un producto que lastimaría a Daniela. Pensé que le causarías más dolor. El problema fue que me fascinaste. Admitiré que estuve inmediatamente atraído a ti porque eres hermosa. Fue impresionante. Te odié por eso. No quería estar atraído a ti. Pero lo estaba. Te deseé terriblemente aquella primera noche. Sólo estar cerca de ti.
Dios, inventé razones para encontrarte. Luego… luego llegué a conocerte. Estaba  hipnotizado por tu risa. Era el sonido más increíble que jamás había oído. Eras tan honesta y determinada. No lloriqueabas ni te quejabas. Tomabas lo que la vida te daba y te las arreglabas con eso. No estaba acostumbrado a ello. Cada vez que te veía, cada vez que estaba cerca de ti, me enamoraba un poco más.


Di un paso hacia ella, y levantó su mano como para mantenerme alejado. Tenía que seguir hablando. Necesitaba que me creyera.


—Luego esa noche en el bar. Te pertenecí después de entonces. Puede que no te hayas dado cuenta, pero estaba atrapado. No había vuelta atrás para mí. Tenía mucho que arreglar. Te había llevado por el infierno desde que habías llegado, y me odiaba por ello. Quería darte el mundo. Pero sabía… sabía quién eras. Cuando me dejé recordar  exactamente quién eras, me eché atrás. ¿Cómo podría estar tan completamente envuelto alrededor de la chica que representaba todo el dolor de mi hermana?


Paula se cubrió los oídos. —No. No voy a escuchar esto. Vete, Pedro. ¡Vete ahora! —gritó.


—El día que mamá regresó a casa del hospital con ella yo tenía tres años. Sin embargo, lo recuerdo. Ella era tan pequeña y recuerdo preocuparme de que algo pudiera pasarle. Mamá lloraba mucho. También Daniela. Yo crecí rápido. Para cuando Daniela tenía tres, yo estaba haciendo todo, desde hacerle el desayuno hasta arroparla en la cama en la noche. Nuestra madre se había casado, y ahora teníamos a Fede. Jamás hubo estabilidad alguna. En realidad, deseaba llegar a los tiempos en que mi padre volvía a mí porque no sería responsable de Daniela por unos días. Tendría un descanso.
Luego ella comenzó a hacer preguntas sobre por qué yo tenía un padre y ella no. —Me detuve necesitando que Paula entendiera por qué hice lo que hice. Estuvo mal, pero tenía que entenderlo.


—¡Detente! —gritó, moviéndose rápido hacia atrás contra la pared.


Paula, necesito que me escuches. Esta es la única manera en que entenderás — rogué. El sollozo en mi garganta causó que mi voz se rompiera, pero no me detendría. Tenía que escucharme—. Mamá le decía que no tenía un padre porque era especial. No funcionó por mucho tiempo. Fui y exigí que mamá me dijera quién era el padre de Daniela.
Quería que fuera el mío. Sabía que mi padre tomaría sus lugares. Mamá me dijo que el papá de Daniela tenía otra familia. Él tenía dos niñas pequeñas a las que amaba más que a Daniela. Quería a esas niñas, pero no quería a Dani. No podía entender como alguien no podría querer a Daniela. Era mi hermana pequeña. Seguro, a veces quería matarla, pero la amaba ferozmente. Luego llegó el día en que mamá la llevó a ver a la familia que su padre había elegido. Ella lloró por meses luego de eso.


Dejé de hablar, y Paula se dejó caer en la cama. Se rendía y me escuchaba. Sentí un pequeño rayo de esperanza.


—Odiaba a esas niñas. Odiaba a esa familia que el padre de Daniela había elegido por encima de ella. Juré que un día le haría pagar. Daniela siempre decía que tal vez un día
él vendría a verla. Soñaba sobre él deseando verla. Escuché esos sueños por años.
Cuando cumplí diecinueve fui a buscarlo. Sabía su nombre. Lo encontré. Le dejé una foto de Daniela con nuestra dirección en la parte trasera. Le dije que tenía otra hija que era especial, y ella solo quería conocerlo. Hablar con él.


Pude ver hacer las cuentas en su cabeza. Perdió a su hermana menos de un año antes de que encontrara a Miguel. Pero yo no sabía. Dios, no tenía idea. Intentaba ayudar a mi hermana, no destruir la vida de Paula. No conocía a Paula.


—Lo hice porque amaba a mi hermana. No tenía idea de las cosas por las que su otra familia estaba pasando. No me importaba, honestamente. Sólo me importaba Daniela.
Ustedes eran el enemigo. Luego, llegaste a mi casa y cambiaste completamente mi mundo. Siempre juré que jamás me sentiría culpable por romper esa familia. Después
de todo, ellos habían roto la de Daniela. Cada momento que estuve contigo, la culpa de lo que había hecho comenzaba a comerme vivo. Ver tus ojos cuando me dijiste sobre tu
hermana y tu madre. Dios te juro que me sacaste el corazón aquella noche, Paula. Jamás superaré eso.


Me acerqué a ella, y me lo permitió.


—Te juro que por mucho que amo a mi hermana, si pudiera volver y cambiar las cosas lo haría. JAMÁS habría ido de vuelta a ver a tu padre. Nunca. Lo siento, Paula. Lo siento tanto, maldita sea. —Las lágrimas comenzaron a nublar mi visión. Necesitaba que entendiera.


—No puedo decirte que te perdono —dijo suavemente—. Pero puedo decirte que entiendo porque hiciste lo que hiciste. Alteró mi mundo. Eso jamás puede ser cambiado.


Una lágrima se escapó y cayó por mi cara. No me moví para secarla. No me encontraba seguro de cuándo fue la última vez que lloré. Fue siendo un niño. Era algo a lo que ya no me encontraba acostumbrado. Pero ahora, no podía contenerlas. El dolor era abrumador. —No quiero perderte. Estoy enamorado de ti, Paula. Jamás he querido a nada o a nadie de la manera en que te quiero a ti. No puedo imaginar mi mundo ahora sin ti en él.


—No puedo amarte, Pedro —dijo.


Dejé que el sollozo, que intentaba tan duramente contener, se liberase y mi cabeza cayó en su regazo. Nada importaba. Nada. Ya no. la amaba completamente, pero no logré ganar que correspondiera mi amor, y sin eso, nunca la tendría de regreso.


Perdí. ¿Cómo podía vivir ahora que conocía la vida con Paula? —No tienes que amarme. Solo no me dejes —dije, y dejé salir sollozos que agitaban mi cuerpo y escondí
la cara en su pierna. ¿Alguna vez me sentí tan roto? No. Y nunca lo haría de nuevo.


Nada podría compararse con tener el cielo y perderlo.


—Pedro—Su voz sonaba dolorida.


Levanté mi rostro de su regazo. Se levantó y comenzó a desabrochar su blusa. Me senté ahí, con miedo de moverme, mientras que lentamente comenzaba a quitarse la
ropa, removiendo cada pieza cuidadosamente y con propósito. No entendía, pero tenía miedo de hablar. Si estaba cambiando de idea, no quería arruinarlo.


Una vez que se encontraba completamente desnuda, se acercó y quedó de pie a horcajadas sobre mí. Agarrándola por la cintura, escondí mi cabeza en su estómago.


Podía sentir mi cuerpo temblando por tenerla así de cerca, pero no sabía lo que significaba. No podía asumir que significaba que me perdonaba. Acababa de decir que nunca podría amarme.


—¿Qué estás haciendo, Paula? —pregunté finalmente.


Agarró mi camisa y tiró de ella. Levanté los brazos y la dejé quitarla. Luego se hundió en mi regazo, agarró mi cabeza y me besó. Ese dulce e intoxicante sabor que era Paula me llenó, enredé mis manos en su cabello y la acerqué a mí. 


Temía que cambiara de idea. No tenía que amarme; solo quería que me dejara amarla de esta forma. Eso sería suficiente para mí.


—¿Estás segura? —pregunté, mientras se balanceaba contra mi erección.


Solo asintió.


La levanté para recostarla en la cama. Luego me quité los zapatos y los vaqueros.


Cuando me hallaba igual de desnudo, me sostuve sobre ella y la miré. Me quitó el aliento. —Eres la más hermosa mujer que alguna vez vi. Por dentro y por fuera —le dije. Entonces la besé en todos lados donde pude, cada centímetro de su rostro, antes de jalar su labio inferior en mi boca.


Levantó sus caderas y abrió sus piernas, pero aún no me encontraba listo. No quería apresurar esto. Quería saborearla. Se merecía ser saboreada y adorada. Merecía
ser amada y cuidada. Haría eso por ella. Aún si ella no me amaba, yo podía hacerlo lo suficiente por ambos.


Pasé mis manos por su cuerpo, memorizando cada parte de ella. No quería creer que esto era un adiós. No pensé que Paula lo terminaría de esta forma. Pero el miedo se
encontraba ahí, y no podía tener suficiente de ella. —Te amo tan jodidamente demasiado —le dije, y bajé mi cabeza para besar su estómago.


Sus piernas se abrieron más. La miré, sabiendo que tenía que preguntar esta vez.


No me prometía un mañana.


—¿Necesito usar un condón? —pregunté, moviéndome hacia arriba por su cuerpo.


Asintió, y sentí que lo que quedaba de mi corazón se rompía aún más. Ponía una barrera entre nosotros. Alcancé mis vaqueros y saqué el condón de mi cartera, luego lo deslicé. 


Los ojos de Paula se encontraban en mí. Mi polla temblaba por su atención.


Pasé mis manos a lado de sus muslos. Nadie nunca estuvo aquí además de mí.


Nadie la tocó más que yo. —Esto siempre será mío —dije, queriendo marcarla permanentemente. Bajé hasta que la punta de mi erección estuvo dentro de ella. — Nunca ha sido tan bueno. Nunca nada ha sido tan bueno como esto —juré, luego la llené con un empuje. Envolvió sus piernas a mí alrededor y gritó. Mi abollado corazón latió salvajemente contra mi pecho. Este era mi hogar. Paula era mi hogar. No me di cuenta cuán solo me hallaba hasta que ella entro en mi vida. Me moví dentro de ella lentamente, sin quitar mis ojos de su rostro. Quería ver sus ojos mientras le hacía el amor. Eso era lo que esto era para mí. Le hacía el amor a su cuerpo. Esto no era follar.


Era yo mostrándole cuánto le pertenecía.


Deslizó sus piernas más alto en mí y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello.


—Siempre te amaré. Nadie nunca se comparará. Me posees, Paula. Mi corazón y alma son tuyos —le dije mientras me balanceaba en su interior. Rocé un beso en sus
labios—. Solo tú —le prometí. Siempre sería solo ella. Ahora era mi vida.


Nuestras miradas se encontraron, y gritó. Su orgasmo me apretó fuerte, enviándome en una espiral detrás de ella. Cuando el placer lentamente se desvaneció, la miré, y lo supe. Sus ojos me decían lo que temía. Esto fue su despedida.


—No hagas esto, Paula —rogué.


—Adiós, Pedro —susurró.


Me rehusé a aceptarlo. No podía dejarla hacer esto. —No. No nos hagas esto a nosotros.


Dejó que sus piernas cayeran de mi cuerpo, flácidas. Luego puso sus manos a su lado y giró su rostro lejos de mí. —No me pude despedir de mi hermana o mi mamá. Esos eran los adioses finales que nunca tuve. El último adiós que necesitaba. Esta ocasión entre nosotros sin mentiras. —La oquedad en su voz me rasgó abierto.


Agarré las sábanas bajo mis manos. —No. No. Por favor, no —rogué.


Continuó mirando lejos de mí y recostada sin fuerzas debajo de mí. ¿Cómo podría luchar por alguien que no me quería? ¿Alguien que me odiaba? No tenía oportunidad de ganar. 


Hice todo lo que sabía hacer. Pero no me quería. No ahora.


Salí de ella y me estiré por mi ropa. Me deshice del condón, luego con movimientos torpes me puse mi ropa. Quería dejarme. Y se suponía que saliera de esta habitación y la dejara. ¿Cómo mierda podría?


Cuando estuve vestido, me giré para mirarla. Se sentó, jalando sus rodillas a su barbilla para cubrir su desnudez.


—No puedo hacer que me perdones. No merezco tu perdón. No puedo cambiar el pasado. Todo lo que puedo hacer es darte lo que quieres. Si eso es lo que quieres, me iré, Paula. Me matará, pero lo haré. —Haría la única cosa que podía hacer: darle lo que quería.


—Adiós, Pedro —repitió, y retiró su mirada de mí.


Dejaría mi corazón ahí. Mi alma, también. Los poseía. Me encontraba vacío sin ella. Nunca sería el mismo. Paula Chaves me cambó. Me mostró que podía amar con un
amor que todo consume y sin obtener nada a cambio. 


Nunca amaría de nuevo. Ella era la única. Lo era para mí. 


Con una última mirada a la mujer que amaba, me giré y dejé la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.


Cuando salí a la noche, dejé que el resto de mis lágrimas cayeran.


Amar a alguien que no mereces no era fácil. Duele demasiado. Pero no lamentaría ningún momento de mi tiempo con Paula.

CAPITULO 165





Luchando por respirar a través de dolor, me giré y la seguí. 


Ella no me quería.


No quería esto. Pero no podía sólo dejarla ir. ¿Dónde iría? ¿Dónde dormiría? ¿Quién se aseguraría de que comiera? ¿Quién la sostendría cuando llorará? Ella me necesitaba. Y
Dios. Yo la necesitaba.


Paula alcanzó el último peldaño de la escalera, tomó el teléfono de su bolsillo, y lo metió en el de Miguel —Tómalo. No lo quiero —dijo.


—¿Por qué tomaría el teléfono? —preguntó Miguel.


—Porque no quiero nada de ti —le grito a él.


—Yo no te lo di —dijo él.


—Acepta el teléfono, Paula —dije—. Si quieres irte, no puedo retenerte aquí. Pero por favor, acéptalo. —Estaba listo para ponerme de rodillas y suplicar. Tenía que tomar el teléfono. Maldita sea, necesitaba un teléfono.


Paula lo puso en la mesilla junto a la escalera. —No puedo —dijo y sabía que no podía hacerla tomarlo, tampoco. No podía hacer nada. Era jodidamente inútil. Su mundo acababa de ser volado en piezas, y yo era jodidamente inútil.


—Te pareces a ella —dijo mi madre a la espalda de Paula.


—Solo espero que pueda ser la mitad de la mujer de lo que ella era —dijo Paulacon completa convicción en su voz.


La puerta se cerró detrás de ella.


Tenía que hacer algo.


Me moví a través de las escaleras sin quitar mis ojos de la puerta. No podía sólo quedarme aquí y dejarla conducir lejos. —¿A dónde irá? —pregunté a Miguel. Él tendría una idea.


—Irá de vuelta a Alabama. El único otro lugar que conoce, tiene amigos allí. Ellos la tomarán —dijo.


Los gritos de Daniela venían de afuera, y mi corazón se detuvo. ¿Le había pasado algo a Paula? Corrí a través de las escaleras, pero no antes que mi madre y Miguel se hubieran movido hacia la puerta.


—¡Paula! Baja el arma. Daniela, no te muevas. Ella sabe cómo usar esa cosa mejor que la mayoría de los hombres —ordenó Miguel en una calmada voz.


Jodida mierda, Paula estaba sosteniendo una pistola hacia Daniela ¿Qué diablos había dicho Daniela?


—¿Qué hace con esa cosa? ¿Es incluso legal que la tenga? —preguntó mi madre.


—Ella tiene un permiso, y sabe lo que está haciendo. Mantén la calma —dijo Miguel, sonando molesto.


Paula bajó el arma. —Voy a meterme en esa camioneta e irme fuera de tu vida. Para siempre. Simplemente mantén tu boca cerrada sobre mi madre. No lo escucharé de nuevo —dijo Paula, mirando a Daniela. Luego escaló dentro del camión y sin una mirada hacia atrás, condujo lejos.


—Está jodidamente loca —dijo Daniela, volteándose a mirarnos.


No podía pararme aquí y escucharlos. Me estaba dejando. 


No podía sólo dejarla ir sola. Nada le podía pasar. Me giré, fui dentro y subí a mi cuarto.


El olor de Paula me golpeó cuando llegué al último escalón, y tuve que parar y apretar los dientes a través del dolor. Solo dos horas atrás, la tenía tendida en esa cama y la sostuve en mis brazos.


Caminé hacía a la cama, me senté y recogí la almohada donde ella había estado durmiendo y la sostuve en mi cara. Dios, olía justo como ella. Un sollozo rompió libre, y luché para mantenerlo atrás, pero no pude. La había perdido. Mi Paula. Había perdido a mi Paula.


No. No. No estaba aceptando eso.


Me levanté y puse la almohada de vuelta con reverencia. Estaba yendo detrás de ella. Necesitaba algunas prendas y mi cartera. La iba a alcanzar. Ella me necesitaba. No me quería ahora mismo, pero lo haría después de que el shock se disipara. Podría sostenerla y aliviar su dolor. La sostendría mientras llorara. Luego pasaría mi vida haciendo las cosas bien. Haciéndola feliz. Tan malditamente feliz.


Volví a bajar las escaleras con mi maleta en mis manos, mientras mi madre, mi hermana y Miguel estaban de pie en el vestíbulo hablando sobre Paula y lo que había pasado, estaba seguro. No los estaba escuchando, me estaba yendo.


—¿A dónde vas? —me preguntó mi madre.


—Sostuvo un arma en mi cabeza, ¡Pedro! ¿No te preocupas acerca de eso? ¡Pudo haberme matado! —Daniela sabía a dónde estaba yendo.


Me detuve y miré a mi madre primero. —Voy por Paula—Luego miré a mi hermana—. Aprenderás a cerrar tu jodida boca. Dijiste la cosa equivocada a la persona equivocada esta vez y aprendiste tu lección. La próxima vez, piensa antes de arrojar mierda. —Tiré de la puerta abierta.


—¿Qué si ella no quiere regresar a casa contigo? Ella nos odia, Pedro —dijo mi madre, sonando enojada a la idea de incluso ella viniendo aquí.


—Si ella no volviera conmigo, entonces todos ustedes tendrán que mudarse. No viviré en mi casa con las personas que destruyeron su mundo. Decide dónde planeas ir, porque no te quiero aquí cuando vuelva. —Azoté la puerta detrás de mí.



***


Las ocho horas manejando a Summit, Alabama, habrían sido más fáciles si no hubiese estado siguiendo a Paula e incluso tratando de evitar que me viera. Esconder un Range Rover negro en los caminos rurales no fue fácil. Tuve que dejar que se fuera de la vista más veces de las que quería, pero era la única manera de seguirla. Tenía la pequeña ciudad colocada en mi GPS y afortunadamente, Paula parecía estar tomando la misma ruta que el GPS sugería.


Cuando entré a la pequeña ciudad, vi que la señal Bienvenido a Summit, Alabama, estaba desgastada y necesitaba alguna nueva pintura, pero se podía entender lo que decía bastante bien. La dejé obtener unos buenos diez minutos por delante de mí porque era la única manera de quedarme fuera de su visión. Paré en el primer semáforo. 


De acuerdo a Google, está cuidad tenía sólo tres semáforos. 


En la siguiente, vi la señal del cementerio y giré. El estacionamiento estaba vacío excepto por el camión de
Paula y otro camión. No aparqué donde ella pudiera verme; me aseguré de aparcar más abajo en el camino.


Había venido a ver su madre. Y su hermana. ¿Tuve mi corazón alguna vez verdaderamente roto por alguien más así? había odiado cuán descuidada fue Daniela, ¿pero había alguna vez sentido esta clase de emoción por su dolor? La idea de Paula lidiando con esto sola era demasiado. Tenía que escucharme.


Cuando vi su camión azul moverse, esperé hasta que estaba seguro de que había vuelto al camino antes de seguirla a una distancia segura. Giró a la derecha en el primer semáforo y entonces aparcó en un motel. Estaba seguro de que era el único motel en kilómetros y kilómetros. Tanto como odiaba la idea de ella quedándose ahí, estaba agradecido de que no tendría que hacer esto en alguna casa extraña. Teníamos privacidad aquí.


Mientras ella estaba adentro obteniendo un cuarto, aparqué mi carro, salí y esperé. No estaba seguro de qué iba a decirle o si iba sólo a rogar. Pero tenía que hacer algo. 


Paula caminó fuera de la oficina y sus ojos se trabaron con los míos. Su paso vaciló y luego suspiró. No había esperado que la siguiera. De nuevo, ¿no entendió cuán jodidamente loco estaba poro ella?


Una puerta de carro se cerró de golpe justo mientras ella caminaba hacia mí, giró su cabeza y frunció el ceño al chico que había sólo saltado fuera del camión, el mismo que justo había visto en el cementerio. Sabía sin una presentación que el chico era Facundo.


La manera posesiva en que la veía me dijo que él había tenido una pretensión con ella.


Él solo necesitaba saber que esa pretensión ya no era válida.


—Estoy esperando como el demonio que conozcas a este tipo, porque te ha estado siguiendo aquí desde el cementerio. Lo noté del otro lado del camino mirándonos mucho antes, pero no dije nada —dijo Facundo mientras se dirigía a estar delante de Paula.


—Lo conozco —dijo Paula sin pausa.


—¿Él es la razón por la que volviste corriendo a casa? —preguntó Facundo.


—No —dijo, luego miró de vuelta a mí—. ¿Por qué estás aquí? —me preguntó, sin venir un poco más cerca.


—Estás aquí —repliqué simplemente.


—No puedo hacer esto, Paula.


Sí, ella podía. Tenía que lograr que viera eso. Tomé un paso hacia ella. —Habla conmigo. Por favor, Paula. Hay tantas cosas que quiero explicarte.


Sacudió su cabeza y retrocedió —No. No puedo.


Quería golpear la cabeza de Facundo—¿Podrías darnos un minuto? —le pedí.


Él cruzó sus brazos sobre su pecho y se paró completamente en frente de ella. — No lo creo. No parece que ella quiera hablar contigo. Y no puedo decir que vaya a obligarla. Y tú tampoco lo harás.


Había empezado a moverme hacía él cuando Paula salió de detrás de él. —Está bien, Facundo. Este es mi hermanastro, Pedro Alfonso. Ya sabe quién eres tú. Sólo quiere hablar. Así que vamos a ir a hablar. Puedes irte. Estaré bien —dijo sobre su hombro, antes de desbloquear la habitación 4A.


Acababa de llamarme su hermanastro. ¿Qué carajos?


—¿Hermanastro? Espera. . . ¿Pedro Alfonso? ¿El único hijo de Luca Alfonso? Mierda, Pau, eres familia de una celebridad del rock —dijo Facundo. Su boca se aflojo mientras me miraba.


Justo lo que necesitaba, un fan suficientemente grande de Slacker Demon que sabe el nombre del hijo de Luca.


—Vete, Facundo —dijo ella con severidad, luego camino dentro del cuarto.