lunes, 30 de diciembre de 2013

CAPITULO 82






Pedro

Tan pronto como el torneo había terminado, me fui a casa para ducharme y arreglarme. Ni siquiera perdí el tiempo colgando el trofeo de segundo lugar. Abandoné a Federico y Emilia, quienes querían celebrar. No me importa un carajo. Sólo participé en el torneo porque había quedado con Dani  y Fede a principios del verano. Lo hacíamos todos los años. Era por una buena causa.
Cuando me había detenido por las oficinas donde los carros estaban estacionados, Elena me dijo que Paula se había ido con Isabel hacía una hora.
Llamé a Isa, pero no obtuve respuesta. Pensé que el tiempo en que duraba duchándome y cambiando ya estarían de vuelta de donde sea que fueron.
El coche de Isabel se encontraba en el estacionamiento cuando llegué a su apartamento. Paula estaba en casa. Gracias a Dios. La había echado de menos como loco todo el día. Llamé tres veces y esperé con impaciencia a que abriera. Isa me dio una sonrisa tensa. No era a quien quería ver.
—Hey —dije, dando un paso.
—Ya está dormida. Fue un día largo —dijo Isabel, todavía de pie sosteniendo la puerta abierta, como si quisiera que me fuera en ese momento.
—¿Está bien? —Le pregunté, mirando por el pasillo hasta la puerta cerrada de su habitación.
—Sólo cansada. Déjala dormir —respondió Isabel.
No me iba a ir. Podía cerrar la maldita puerta. 
—No voy a despertarla, pero tampoco voy a irme. Así que puedes cerrar la puerta —le dije antes de dirigirme a
la habitación de Paula.
Eran sólo las seis de la tarde. No debería estar dormida tan temprano a menos que estuviera enferma. La idea de su agitado día hizo que mi corazón se acelerara. Debería haber insistido en que no trabajara hoy. 
Esto no era seguro para ella o el bebé.
Abrí la puerta lentamente y entré. Entonces cerré con llave detrás de mí.
Paula estaba acurrucada en el centro de la enorme cama. Parecía perdida allí. Tenía tendido su cabello largo y rubio sobre las almohadas, y una de sus largas piernas desnudas se había salido de las sabanas. Me quité la camisa y luego la arrojé por encima de la cómoda antes de desabrochar mis vaqueros y quitármelos. Cuando estuve en mis boxers retiré la sabana y me subí detrás de ella. La abracé contra mí y vino con mucho gusto. Un suspiro suave y un poco de saludo entre dientes era el sonido más adorable que jamás había escuchado. Sonriendo, enterré mi cara en su cabello y cerré los ojos.
Este era el único lugar en el que alguna vez quería estar. Deslicé mi mano y la puse sobre su estómago plano. La idea de lo que tenía en la mano en ese momento era abismante.
Un rastro suave por mi brazo y después a través de mi pecho trajo una sonrisa a mi cara cuando abrí los ojos. Paula se dio la vuelta frente a mí ahora.
Tenía los ojos abiertos mientras miraba mi pecho y pasó el dedo sobre cada uno de mis pectorales, luego hacia arriba y al otro lado de mi hombro. Levantó los ojos y una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—Hola —le susurré.
Ya estaba oscuro afuera, pero no tenía ni idea de lo tarde que era. —Te extrañé hoy.
Su sonrisa se desvaneció y desvió su mirada de mí. Esa era una extraña reacción. —Yo también —respondió, sin mirarme.
Extendí la mano y tomé su barbilla para que pudiera volver la mirada hacia mí. —¿Qué está mal?
Forzó una sonrisa. —Nada.
Mentía. Algo estaba definitivamente mal. 
—Paula, dime la verdad. Te ves molesta. Algo anda mal.
Comenzó a alejarse de mí, pero la abracé.
—Dime, por favor —Supliqué.
La tensión en su cuerpo se alivió un poco cuando le dije por favor. Tenía que recordar que ella era débil cuanto a esa palabra se refería.
—Te vi hoy. Te estabas divirtiendo... —Se fue apagando.
¿Era ése el problema? Oh... espera. Vio a Emilia. 
—Esto se trata de Emilia. Lo siento, no sabía hasta que llegué allí que Federico le había pedido que remplazara a Daniela. Mi hermana se echó atrás en último momento y Fede le pidió a Emilia que tomara su lugar. Te hubiera dicho antes, si lo hubiera sabido.
La tensión en su cuerpo estaba de vuelta. Mierda. Pensé que lo explicaba.¿Estaba molesta por eso?
—Fue tu primera —La voz de Paula era tan suave que casi la perdí.
Alguien le había dicho. Joder. ¿Quién sabía, aparte de Federico? No era como si compartiera mi historia sexual con la gente. ¿Quién podría haberle dicho? Tomé su cara entre mis manos.
 —Y tú eres la última.
Sus ojos se suavizaron. Me estaba volviendo bueno en esta cosa de hablar dulcemente. Antes, no me había preocupado mucho por decir lo correcto a las mujeres. Era fácil con Paula. Sólo estaba siendo honesto.
—Yo... —Se detuvo y se retorció en mis brazos—. Tengo que ir al baño —dijo. Estaba seguro de que no era lo que iba a decir al principio, pero la dejé levantarse.
Llevaba una camiseta amarilla y un par de bragas de color rosa que sabía que las chicas se referían como bóxer. 
A pesar de que ningún hombre que conociera usara algo así. Sus caderas parecían más grandes y la idea de acostarla sobre la cama y enterrarme en esas caderas me puso duro como una roca. Tenía que concentrarme. Estaba molesta por algo y no me estaba diciendo lo que era.
Tenía que arreglar esto. No quería molestarla.
Mi teléfono sonó y estiré la mano para agarrarlo de la mesita de noche. Era Daniela. No era con quien quería hablar en este momento. Pulsé ignorar. Después de desviar la llamada, miré la hora. Eran sólo las nueve con diez minutos.
Paula salió del baño y sonrió tímidamente.
 —Estoy un poco hambrienta.
—Entonces, vamos a alimentarte —le dije levantándome y agarrando mis jeans.
—Tengo que ir a la tienda. Iba a ir antes, pero tenía sueño, así que pensé en tomar una siesta primero.
—Te voy a llevar a cenar y luego iremos de compras por la mañana. No hay tiendas abiertas a esta hora por aquí.
Paula parecía confundida. —No hay ningún restaurante en la ciudad abierto tampoco.
—El club está abierto hasta las once. Sabes eso. —Tiré de la camisa por encima de mi cabeza y luego me acerqué a ella. Me estaba estudiando como si no entendiera.
—¿Qué? —Le pregunté agarrando su cintura y tirando de su cuerpo casi desnudo contra mí.
—La gente te verá conmigo en el club. Personas además de tus amigos — dijo lentamente, como si lo dejara asentarse.
—¿Y? —Le pregunté.
Inclinó la cabeza hacia atrás para poder mirarme. 
—Y trabajo allí. Saben que trabajo allí.
Todavía no entendía lo que estaba diciendo. 
—No te entiendo.
Paula dejó escapar un suspiro exasperado. 
—¿No te importa que los demás miembros del club te vean cenando con un empleado?
Me quedé helado. ¿Qué? —Paula —dije lentamente, asegurándome de que la había oído bien—. ¿Acabas de preguntarme si me importa si alguien me ve comer contigo? Por favor, dime que no he entendido bien.
Se encogió de hombros.
Dejé caer mis manos de su cintura y me acerqué a la puerta. Tenía que ser una broma. ¿Cuándo alguna vez le había hecho creer que me avergonzaba de ella?
La miré de nuevo. Cruzó los brazos sobre su pecho mientras me miraba.
—¿Cuándo alguna vez te he hecho creer que no quería ser visto contigo? Porque si fue así entonces te juro que voy a ir a arreglarlo.
Se encogió de hombros otra vez. 
—No lo sé. Realmente, nunca hemos ido a una cita. Quiero decir, fuimos al bar de country ese día, pero en realidad no era una cita. Tus eventos sociales normalmente no me incluyen a mí.
Mi pecho se contrajo. Tenía razón. Nunca la había llevado a ninguna parte que no fuera para comprar muebles y un paseo a Sumit y de regreso. Joder. Era un idiota. 
—Tienes razón. Apesto. Nunca te he llevado a ningún lugar especial —dije en voz baja y luego sacudí la cabeza. En realidad nunca había tenido una relación antes. Me cogía a las chicas y luego las enviaba a casa.
—¿Así que todo este tiempo pensaste que me avergonzaba de ti? —pregunté, sabiendo que no quería oír la respuesta. Iba a doler como un hijo de puta.
—No exactamente avergonzado. Sólo... sólo pensaba que no encajaba en tu mundo. Eso lo sé. Sólo porque estoy embarazada de nuestro bebé no significa que tengas que reclamarme de cualquier modo. Estás siendo de apoyo.
—Paula. Por favor. Detente ahora. No puedo escuchar nada más —Cerré la distancia que había puesto entre nosotros
—Tú eres mi mundo. Quiero que todos lo sepan. No sé cómo ir a citas, así que nunca llegué a pensar en llevarte a una.
Pero puedo prometer ahora mismo, voy a estar llevándote a tantas malditas citas que no va a haber una persona en esta ciudad que no sepa que adoro la tierra que pisas —prometí extendiendo mi mano y tomando la suya
—Perdóname por ser un idiota.
Paula parpadeó para contener las lágrimas y asintió. Me pregunté cuántas veces iba a meter la pata antes de acertar en esto.

CAPITULO 81







Paula

Me senté mientras subían a su carrito y conducían al siguiente hoyo.
Se suponía que debía conseguir más bebidas. Mi deseo de ver a Pedro se había llevado lo mejor de mí y había tomado un pequeño tour hasta encontrarlo. Ahora, deseaba no haberlo hecho. Por primera vez esta semana me sentía enferma del estómago otra vez. No me había dicho que Emilia había sido su primera. Solo había dicho que eran viejos amigos.
Saber qué clase de viejos amigos eran no ayudaba. Era muy consciente de que Pedro tenía una cadena de chicas con las que había dormido. Era algo que sabía cuando había ido a su cama la primera vez. Pero verlo con ella. La que había sido su primera, me resultaba doloroso.
Ella había estado coqueteando con él, y él lo había hecho de vuelta.Intentando impresionarla con sus músculos. Eran lo suficientemente impresionantes sin que los flexionara y los mostrara. ¿Por qué había hecho eso?
¿Quería que ella se sintiera atraída hacia él? ¿Tenía curiosidad de cómo era ella en la cama ahora?
Mi estómago se revolvió y obligué a mi carrito a andar y me alejé de los árboles tras los que me había estado escondiendo. No había pretendido esconderme. Había tomado un atajo para ver si Pedro estaba en este hoyo. 
Pero cuando lo había visto sonriéndole a Emilia y luego dejarla tocarlo había parado. No pude seguir.
Ella era parte de su mundo. Ella cabía en su mundo. En lugar de conducir un carrito de bebidas estaba jugando golf con él. Él no me podría haber invitado.
Para comenzar no tenía ni idea de cómo jugar y luego, por supuesto, yo trabajaba aquí. No podía jugar. ¿Qué estaba haciendo él conmigo? Su hermana me odiaba.
No podía ser parte de su vida. No realmente. Siempre estaría mirando desde el exterior. Odiaba como se sentía esto.
Estar con él era asombroso. En la privacidad de su casa o en mi condominio era fácil pretender que podíamos ser algo más. 
Pero, ¿qué pasa cuando se me note?
¿Cuándo esté muy embarazada y esté conmigo? La gente lo sabrá. ¿Cómo lo manejará? ¿Puedo esperar que lo haga?
Llené el carrito y dejé que mi mente jugara con todos los escenarios que podrían sucedernos. Ninguno de ellos terminaba felizmente. No pertenecía a la élite. Era solo yo. La semana anterior me había permitido jugar con la idea de
quedarme. Criar este bebé con Pedro. Aunque verlo con Emilia había dolido, había sido el despertar que necesitaba. Nadie vivía en un cuento de hadas. Especialmente yo.
Para el momento en que volví, mi grupo había llegado hasta el último tramo. Sonreí y serví las bebidas e incluso bromeé con los golfistas. Nadie iba a saber que estaba molesta. Este era mi trabajo. Iba a ser buena en ello.
No le diría nada a Pedro esta noche. No tenía sentido. Él no estaba pensando con claridad. Solo pondría algo de distancia entre nosotros. No podía permitirme creer que él era mi “felices para siempre”. Era mas lista que eso.

***

No había sido capaz de llegar al final del día sin enfermarme. El calor me había afectado, pero maldita sea si Antonio se enteraba. 
No necesitaba que pensara que no podía hacer mi trabajo. Isa sostuvo mi cabello mientras vomitaba en el sanitario detrás de las oficinas. De verdad la amaba.
—Te excediste —regañó mientras levantaba la cabeza de mi última arcada.
No quería admitirlo pero probablemente tenía razón. Tomé la toalla húmeda que me estaba tendiendo y limpié mi cara antes de sentarme en el suelo y recostarme contra la pared.
—Lo sé. Pero no le digas a nadie —le pedí.
Isabel se sentó junto a mí. —¿Por qué?
—Porque necesito este trabajo. El dinero es bueno. Si voy a marcharme una vez que comience a notarse entonces necesito todo el dinero que pueda ahorrar.No será fácil conseguir trabajo mientras estoy embarazada.
Isabel volvió su cabeza y me miró. —¿Todavía estás planeando irte? ¿Qué hay de Pedro?
No quería que Isa se enojara con él. Recién comenzaba a ser amable con él de nuevo. 
—Lo vi hoy. Estaba divirtiéndose. Encaja. Está donde pertenece. Yo estoy donde pertenezco. No encajo en su mundo.
—¿No tiene derecho a opinar en esto? Si tú dices la palabra, él te hará mudarte a su casa y se encargará de todo. No estarías trabajando en este club y estarías a su lado en todas partes. Tienes que saber eso.
No me gustaba la idea de ser una vividora más. Su madre y hermana hacían eso. No quería serlo también. No me importaba su dinero. Solo me importaba él. 
No soy su responsabilidad.
—Discúlpame si difiero. Cuando te embarazó te convertiste en su máxima responsabilidad —dijo Isabel con un bufido.
Conocía la verdad sobre la noche que habíamos tenido sexo sin condón. Yo había ido hacia él. Lo había atacado. No había sido su culpa. Todas las otras veces él fue cuidadoso. No se lo había permitido esa noche. Fue mi error, no el suyo.
—Confía en mí cuando te digo que todo esto es mi culpa. No estuviste la noche que me embaracé. Yo sí.
—No todo puede ser tu culpa. No puedes quedar embarazada sola.
No iba a discutir con ella. —Solo no le digas a nadie que estuve enferma. No quiero que se preocupen.
—Bien. Aunque no estoy feliz por ello. Haces esto de nuevo y lo diré —advirtió.
Apoyé mi cabeza sobre su hombro. —Trato —acordé.
Isabel golpeó mi cabeza. —Eres una chica loca.
Sólo me reí, yo tenía razón.