lunes, 8 de diciembre de 2014

CAPITULO 164





No podía dormir. Me quedé allí durante horas, viendo a Paula dormir en mis brazos. Ella se había acurrucado contra mí y se aferró a mí como si fuera su único calor.


El temor de que nunca podría tener esto de nuevo era muy real. Por mucho que no quería creer que ella me dejaría, sabía que podía perderla. ¿Cómo sobreviviría a eso? La
atraje hacia mí y la abracé con más fuerza. Si tan sólo pudiera tomarla y salir corriendo.


Nunca dejarle saber la terrible verdad. ¿Por qué siempre tengo que hacerle daño, cuando lo único que quería hacer era protegerla?


—Te amo —susurré en su cabello.


Eso tenía que ser suficiente para nosotros.


Vi salir el sol y la mañana hacerse más clara. Paula necesitaba dormir.


Probablemente dormiría hasta el mediodía. Tenía que hablar con mi madre y Miguel antes de que Paula despertara. Necesitaban saber lo que sentía por ella. Se había convertido en mi principal prioridad. Eso tenía que quedar claro.


Cerré los ojos e inhalé y me empapé en la sensación de tenerla en mis brazos.


Muy confiable. Obligándome a levantarme de la cama, saque mis brazos de su cuerpo y la moví. Estaba listo para bajar y hacer frente a la verdad. La fea, horrible y sórdida
verdad que iba a hacerle daño. No podía parar eso. Sólo podía esperar ser lo suficiente para ayudarla a sanar.


Yo.


Me puse mi ropa y me dirigí hacia las escaleras, pero me detuve y miré hacia Paula acostada en mi cama. Estaba acurrucada en las mantas ahora. Su largo cabello rubio estaba desplegado sobre mi almohada. Cuando era niño, me había preguntado a menudo si los ángeles eran reales. 


En ese momento yo tenía diez años, había decidido
que no lo eran. Era todo mentira. Me di cuenta ahora de que me había equivocado.


Paula era mi ángel.



* * *


Miguel estaba de pie en la cocina, bebiendo una taza de café y mirando por la ventana. Este era el hombre que había abandonado a mi Paula. La había dejado enterrar a su madre y la dejó para resolverlo todo por su cuenta.


Lo odiaba.


No se merecía a Paula.


Miguel se giró y se encontró con mi mirada. Un ceño tiró de su boca, y él tomó otro sorbo de café antes de volver a mirar por la ventana. Estaba acostumbrado a mi odio.


Pero no tenía ni idea de lo mucho que había aumentado desde que me había visto por última vez. Quería empezar a romperle los brazos.


Sólo mirarlo me enfureció.


—¿Vas a preguntar por ella? —gruñí.


Él se encogió de hombros. —Ella está aquí, supongo —asumió. No le importaba.


Él acaba de aceptarlo.


—¿Qué coño te pasa como para que seas tan jodidamente cruel? —pregunté, el odio atado en mis palabras.


—Un dolor que nunca podrás entender, muchacho —respondió. Su voz era carente de emoción.


—Enterró a su madre sola, hijo de puta. Y lo sabías.


No respondió.


—Ella es tan jodidamente inocente y está sola —dije, necesitando que la reconociera, o iba a perder mi temperamento.


—Ya no lo es, ¿verdad? Inocente y sola, quiero decir —dijo.


Mi ira golpeó un punto de ebullición, y me moví a través de la cocina. Se giró justo a tiempo para que lo agarrara y lo tirara contra la pared. —¡Tú, hijo de puta pedazo de mierda! Ni se te ocurra nunca, y me refiero a jodidamente nunca, insinuar por un minuto que Paula no es nada menos que inocente. ¡Voy a terminar contigo! ¡Me importa una mierda quien te quiera! —Estaba gritando.


Miguel había dejado caer el café y la taza se había hecho añicos en el suelo, pero me ignoró. No parecía que le importada. Había un vacío en este hombre que no entendía.
Era como si no tuviera alma. —¿Te has acostado con ella? —dijo con calma.


Le golpeé contra la pared otra vez, lo suficientemente fuerte para sacudir las paredes y enviar las placas a caerse para unirse a la taza rota. —¡Cállate! —rugía.


—Pedro —la voz histérica de mi madre rompió a través de mi rabia.


—No es asunto tuyo, mamá —dije, sin apartar los ojos del hombre que estaba dispuesto a matar con mis propias manos.


—No suena como si estuviera sola nunca más —dijo Miguel.


Me tragué el miedo que estaba arañando mi pecho. —No lo está. Nunca lo estará. Siempre voy a estar allí para ella. Voy a mantenerla a salvo. Me ocuparé de ella. Siempre me tendrá.


—¿Quién? ¿De qué estás hablando, Pedro? ¡Suelta a Miguel! —Mi madre estaba a mi lado, tirando de mi brazo.


Paula iba a bajar pronto las escaleras. No podía matar a su padre. No, a menos de que ella me lo pidiera. Entonces era hombre muerto. Lo solté y retrocedí. —Cuidado con como hablas de ella. No quiero nada más que verte sufrir —advertí.


—Pedro, ¡es suficiente! —Las uñas de mi madre se clavaron en mi brazo, y me sacudí.


—No me toques, tampoco. Querías a este saco de mierda en nuestras vidas. Dejaste que la abandonará —la señalé con mi dedo.


El shock de mi madre paso a la confusión mientras miraba a su alrededor, a las cosas rotas.


—Hiciste un completo lío. Ve a la sala antes de que alguien se corte. Necesito una explicación para este comportamiento —dijo, saliendo de la habitación y esperando a que la siguiéramos.


La vi alejarse y luego mire a Miguel.


—No hay nada que puedas hacerme que se compare al sufrimiento que he pasado —dijo Miguel, y luego se dio la vuelta y siguió a mi madre fuera de la cocina.


¿Cómo era que el hombre había traído al mundo a alguien como Paula? No entendía cómo esa mujer arriba en mi cama podría ser un producto de este hombre.


Con Daniela podía verlo, pero no con Paula.


Tenía que hablar con mi madre y Miguel. Era por eso que me había levantado y salido de mi cama con Paula todavía escondido en ella. Entré en la sala de estar, y mi madre me miró con la boca abierta. Al parecer, Miguel había dicho algo.


—Tú… tú... No puedo creerlo, Pedro. Sé que tienes un problema con dormir por ahí, pero hay que trazar la línea en alguna parte. Esa chica usa su cuerpo para manipularte.


Negué con la cabeza y me dirigí hacía mi madre. Estaba harto de escucharlos hablar sobre Paula. Ya no me importaba quién demonios lo dijera, pagarían.


Miguel se interpuso entre nosotros, pero su atención estaba en mi madre. —Ten cuidado con lo que dices de ella. Paula es mi hija —la advertencia en su tono me sorprendió. No tenía para su otra mierda, pero él la había defendido.


—No lo puedo creer, Pedro. ¿En qué estabas pensando? ¿Sabes quién es? ¿Lo que significa ella para esta familia? —dijo mi madre en un tono horrorizado, como si hubiera cometido un crimen.


Culpó a Paula por algo que nunca había sido su culpa. ¿Cuán loco era este proceso de pensamiento de mi familia que creía en tanto?


—No puedes hacerla responsable. Ella ni siquiera había nacido todavía. No tienes idea de lo que todo lo que ha pasado. Lo que él ha hecho pasar —dije, señalando a Miguel. Porque lo sabía, y nunca lo olvidaría.


—No vayas por ahí todo arrogante y soberbio. Fuiste tú el que fue y lo encontró para mí. Así que todo lo que él la hizo pasar, tú lo empezaste. ¿Después duermes con ella? En serio, Pedro. Dios mío, ¿en qué estabas pensando? Eres igual que tú padre. —Mi madre amaba acusarme de ser igual que Luca cuando estaba enojada conmigo. Estaba agradecido de no ser nada como ella.


—Recuerda quien es dueño de esta casa, madre —le recordé.


—¿Puedes creer esto? Se está volviendo en mi contra por una chica que acaba de conocer. Miguel, tienes que hacer algo.


Mi madre miró suplicante a Miguel, y me entraron ganas de reír. Ella esperaba que él hiciera algo. Eso era una estupidez. Estaba cansado de esto. Necesitaba conseguir esta mierda solucionada antes de que Paula despertara.


—Es su casa, Georgina. No puedes obligarlo a hacer nada. 
Debí haber esperado esto. Ella es tan parecida a su madre.
Sus palabras me hicieron pensar. 


¿Qué demonios quería decir con eso?


—¿Qué se supone que significa eso? —gritó mi madre, obviamente, sabiendo lo que quería decir, o no estaría a punto de perderlo con él.


—Ya hemos pasado por esto antes. La razón por la que te dejé por ella era porque tenía este magnetismo por ella. Me parecía que no podía dejarla ir.


—Ya sé eso. No quiero volver a oírlo. La querías tan desesperadamente que me dejaste embarazada con un montón de invitaciones de boda para anular —dijo mi
madre, interrumpiéndolo.


—Cariño, cálmate. Te quiero. Sólo estaba explicando que Paula tiene el carisma de su madre. Es imposible no sentirse atraído por ella. Y ella es tan ciega como su madre. No puede evitarlo —dijo Miguel.


Lo miré con horror. ¿Pensaba que lo era? ¿De verdad creía eso? No estaba enamorado de su puta carisma. Ella era mucho más. ¿No veía eso? Bastardo ciego.


—¡Agh! ¿Nunca me dejará en paz esa mujer? ¿Siempre arruinará mi vida? Se ha ido, por el amor de Dios. Tengo al hombre que amo de nuevo y nuestra hija tiene finalmente a su padre y ahora esto. Vas y duermes con esta, ¡esta chica! —Mi madre estaba comenzando a ponerse histérica, y no tenía tiempo para una de sus rabietas.


Tenía que preocuparme por Paula.


—Una palabra más contra ella y tendrás que irte —le advertí a mi madre por última vez. No iba a faltar el respeto a Paula de ninguna manera.


—Georgie, cariño, por favor, cálmate. Paula es una buena chica. Su estancia aquí no es el fin del mundo. Ella necesita un lugar donde quedarse. Ya te lo expliqué. Sé que odias a Alejandra, pero ella era tu mejor amiga. Ambas habían sido amigas desde que eran niñas. Hasta que llegué y arruiné todo lo de ustedes, eran como hermanas. Esta es su hija. Ten un poco de compasión. —El razonamiento que estaba lanzando por no a funcionar en mi mamá. Era tan increíblemente egocéntrica como mi hermana.


—¡No! Todos ustedes cierren la boca —La voz de Paula envió una hoja recta a través de mi corazón.


No. Dios no, todavía no. Ella no tenía que escuchar esto de esta manera. —Paula—Me acerqué a ella, pero alzó las manos para mantenerme atrás. La mirada salvaje en sus ojos mientras miraba a la derecha junto a mí me detuvo en seco.


—Tú —dijo, señalando con el dedo a Miguel—, sólo estas dejándolos mentir sobre mi madre —gritó. Había estado aterrorizado que estuviera herida pero la completa frialdad en sus ojos era aterrador.


Paula, déjame explicarte… —empezó a decir Miguel.


—¡Cállate! —rugió Paula, interrumpiéndolo—. Mi hermana, mi otra mitad, murió. Ella murió, papá. En un coche de camino a la tienda, contigo. Era como si mi alma hubiera sido tomada de mí y partida en dos. Perderla fue insoportable. Vi a mi madre lamentarse, llorar y afligirse, y entonces vi a mi padre alejarse. Para no volver jamás. Mientras su hija y su esposa estaban tratando de recoger los pedazos de su mundo sin Valeria en él. Entonces, mi madre se enferma. Te llamo, pero no contestas.
Por lo tanto, tengo un trabajo extra después de la escuela y me pongo a hacer los pagos para la atención médica de mamá. No hago más que cuidar de mi madre e ir a la
escuela. Excepto mi último año, ella se pone tan enferma que tengo que abandonar los estudios. Toma mi GED y acábalo. Porque tenía a la única persona en el planeta que me amaba muriendo mientras estaba sentada y miraba sin poder hacer nada. Sostuve su mano mientras ella tomó su último aliento. Organicé su funeral. Los vi bajarla a la tierra. Nunca llamaste. Ni una sola vez. Luego, tuve que vender la casa que la abuela nos dejó y todo el valor en ella sólo para pagar las facturas médicas. —Ella dejó de hablar, y un sollozo se le escapó. Las lágrimas corrían por su rostro, y mi corazón explotó.


No sabía todo eso. Sólo me había dicho un poco. Envolví mis brazos alrededor de ella, necesitaba abrazarla, pero comenzó a balancearse y a luchar contra mí como alguien que había perdido la razón.


—¡No me toques! —gritó, y tuve que dejarla ir o arriesgarme a que se hiciera daño a si misma—. Ahora estoy siendo forzada a oírte hablar de mi madre, que era una santa. ¿Me oyes? ¡Ella era una santa! Todos ustedes son unos mentirosos. Si alguien es culpable de esta mierda que oigo saliendo de su boca es ese hombre —Ella señaló a su
padre.


Me había engañado a mí mismo al pensar que ella me escucharía y me dejaría explicarle. Su mundo estaba del revés con la noticia. No le había dicho. No había querido ver la mirada de dolor en sus ojos, que no sabía cómo aliviar. 


Pero había dejado que esto sucediera en su lugar, y era mucho peor.


—Él es el mentiroso. No vale la tierra bajo mis pies. Si Daniela es su hija. Si estabas embarazada... —Paula había estado apuntando a Miguel mientras hablaba, pero se detuvo y trasladó su atención a mi madre.


Por primera vez, ella en realidad miro a mi madre. Y recordó. 


Se tambaleó hacia atrás, y yo quería acercarme y abrazarla de nuevo, pero no lo hice. Tenía que recuperar primero el control sobre sí misma. Ella no quería mi ayuda.


—¿Quién eres tú? —preguntó, mientras mi madre la miraba con una mirada atormentada en sus ojos.


—Ten cuidado a cómo responder a eso —le advertí a mi madre, luego me acerqué por detrás a Paula, por si acaso me necesitaba.


Mi madre miró a Miguel y luego de vuelta a Paula—¿Sabes quién soy, Paula? Nos hemos visto antes.


—Vino a mi casa. Usted... usted hizo llorar a mi madre.


Mi madre rodo los ojos, y se tensó.


—Última advertencia, madre —gruñí.


—Daniela quería conocer a su padre. Así que la llevé a él. Llegó a ver a su pequeña y agradable familia con bonitas gemelas rubias que amaba y a una mujer igualmente
perfecta. Estaba cansada de tener que decirle a mi hija que no tenía padre. Ella sabía que lo tenía. Así que le mostré exactamente lo que él había elegido en lugar de ella. No
preguntó por él hasta mucho más tarde —las rodillas de Paula se pusieron débiles y se quedó sin aliento. Mierda, ella iba a tener un ataque de pánico.


Paula, por favor, mírame —supliqué, pero no respondió. 


Mantuvo la mirada en el suelo, mientras todo se hundía lentamente en ella. Odiaba ver esto. Quería ordenarles a todos que salieran de aquí para que pudiera sostener a Paula hasta que todo estuviera bien otra vez. Pero necesitaba esto. Estaba por esto. Quería sus respuestas.


Miguel habló. —Estuve comprometido con Georgina. Ella estaba embarazada de Daniela. Tu madre vino a visitarla. Ella era como nadie que hubiese conocido. Era adictiva.
No fui capaz de mantenerme alejado de ella. Georgina todavía estaba sosteniéndose mientras Luca y Pedro seguían visitando a su padre todos los fines de semana. 
Esperaba que Georgie dejará ir a Luca en el momento en que decidiera que quería una familia. Ni siquiera estaba seguro de que Daniela fuera mía. Tu madre era inocente y divertida. Ella no estaba con rockeros y me hacía reír. La perseguí y ella me ignoró. Entonces, mentí. Le dije que Georgie estaba embarazada de otro de los hijos de Luca. Sintió lástima por mí.
De alguna manera, la convencí de huir conmigo. Tirar la amistad que había tenido toda su vida. —Cuando Miguel terminó su explicación, me di cuenta que era lo máximo que
había oído que le decía por una vez.


Paula se tapó los oídos y cerró los ojos con fuerza. —Detente. No quiero oír eso. Sólo quiero mis cosas. Sólo quiero irme —Paula sollozó, rasgándome en dos.


—Nena, por favor, háblame. Por favor —le rogué y toqué sus brazos, necesitando algún tipo de conexión con ella.


Se alejó de mí sin mirarme. —No puedo mirarte. No quiero hablar contigo. Sólo quiero mis cosas. Quiero ir a casa.


No. No. No. No podía perderla. No. No iba a dejarme. Yo la quiero. Ella me pertenece. Tenía que luchar por nosotros. Necesitaba su luchar.


Paula, cariño, no hay casa —dijo Miguel. Sabía que quería decirlo para recordarle que no tenía adónde ir, pero quería enterrar a mi puño en su cara. Ella no necesitaba
escuchar eso de él en este momento.


Paula miró a su padre. —Las tumbas de mi madre y mi hermana son una casa. Quiero estar cerca de ellas. He estado aquí y escuchado a todos ustedes decir que mi madre era alguien que yo sé que no era. Ella nunca hubiera hecho lo que le acusan.
Quédate aquí con tu familia, Miguel. Estoy segura de que te amarán tanto como la última lo hizo. Trata de no matar a ninguno de ellos —dijo en palabras mezcladas con odio.


Luego dio media vuelta y huyó por las escaleras. La miré fijamente y consideré encerrarla en mi habitación y obligarla a quedarse conmigo. Para escucharme. ¿Me perdonaría entonces? ¿Podría hacerle eso a ella?


—Es inestable y peligrosa —dijo mi madre entre dientes.


Me dirigí hacía ella y levanté la cabeza por primera vez en mi vida. —Su mundo acaba de ser destruido. Todo lo que ella conocía. Así que por una vez en tu vida no seas una puta egoísta y cierra la boca. Porque estoy dispuesto a echarte y a dejar que averigües una forma de mierda para que sobrevivas por tu cuenta.


No esperé a escuchar su respuesta, porque sabía que empujaría mi límite. Tenía que tratar de hablar con Paula sin su padre y mi madre en el camino.


Me quedé en la puerta de su habitación mientras ella echaba su ropa en la maleta con la que había llegado hacia solo unas semanas.


—No me puedes dejar —dije, luchando contra la emoción construyendo en mi garganta.


—Mírame —respondió ella.


El vacío en su voz me estaba matando. Esta no era mi Paula. No dejaría que esta mentira la alejará de mí. Mi Paula no era tan inerte y fría por dentro.


Paula, no me dejaste explicar. Iba a decirle todo hoy. Llegaron a casa ayer por la noche y entré en pánico. Necesitaba contarte primero —no tenía sentido, y ella se iba,
pero no sabía qué carajo decir para conseguir que se quedara. Dando un puñetazo en el marco de la puerta, traté de concentrarme. Tenía que decir lo correcto—. No se suponía que lo supieras de esa manera. No así. Dios, no así —estaba perdiéndolo. El pánico y el miedo obstruían mis pensamientos.


—No puedo quedarme aquí —dijo—. No puedo verte. Representas el dolor y la traición, no sólo a mí, sino el de mi madre. Todo lo que había se ha acabado. Murió el momento en el que bajé las escaleras y me di cuenta de que el mundo que siempre había conocido era una mentira.


Sus palabras eran tan definitivas. ¿Cómo podía luchar si se negaba a darnos una oportunidad? ¿Ella nunca sería capaz de mirarme de cualquier otra manera otra vez?


No podría vivir en un mundo así. Uno sin Paula.

CAPITULO 163









Ella no regresó a casa durante horas. No sabía cuántas; sólo sabía que era tarde.


Había estado sentado frente a mi puerta en el piso, esperándola. Mirando fijamente al frente. Necesitando verla y sostenerla y saber que se encontraba aquí conmigo. Que no se había ido.


El sonido de la puerta principal abriéndose envió mi corazón a un frenesí salvaje.


Paula estaba en casa. Este podría ser. El final. No. No. No. 


No lo permitiría. La haría amarme. Haría que me perdonara.


Cuando se detuvo en el último escalón y me vio, me quedé allí y la miré. Mi dulce Paula. Apareció y robó un pedazo de mi corazón sin abrir la boca. Entonces me consumió. Lo tomó todo. La dejé tenerme libremente.

Comenzó a caminar hacia mí, me levanté y acerqué a ella. 


—Te necesito en el piso de arriba. Ahora. —La desesperación en mi voz pareció sorprenderla, pero no me
preguntó.


Agarré su mano y la arrastré hasta mi puerta. Tenía que apresurarme y ponerla segura en mi habitación. Lejos de ellos. Le empujé adentro y cerré la puerta, antes de girarme hacia ella y presionarla contra la pared.


Pasé las manos por su cuerpo, memorizando cada curva. 


No era suficiente.


Necesitaba quitar la ropa. Agarrando la parte delantera de la camiseta que llevaba, la rasgué. No tenía tiempo para los botones. Ella jadeó, y cubrí su boca con la mía. Probé
su dulce calidez con mi lengua una y otra vez, mientras hacía un trabajo rápido con el botón de sus pantalones cortos y los bajaba por sus piernas. Se hallaba desnuda. Mi Paula. Mi perfecta y dulce Paula.


Gruñendo contra su boca, sabía que necesitaba más. No me dejaría. No podía dejar que se fuera. La dejé de vuelta en sus pies y saqué sus zapatos, luego tiré de sus pantalones y bragas el resto del camino. 


Completamente desnuda. Sólo para que yo la viera. Nadie más. Jamás. Sólo para mí.


Cayendo de rodillas, separé sus piernas y pasé la lengua por sus pliegues, lamiendo su clítoris que ya estaba hinchado y listo para mí. Paula gritó mi nombre y se apoyó en sus codos. Sus muslos se abrieron más cuando deslicé mi lengua dentro de ella, antes de pasarla a lo largo de los suaves pliegues otra vez. Mi nombre era un cantoen sus labios. Empecé a besar la suave piel de sus muslos, y ella se estremeció con gemidos necesitados.


—Mío. Esto es mío. —Levanté mi cabeza, la miré—. Mío. Este dulce coño es mío, Blaire. Paula—Era mía.


Se estremeció mientras empujaba mi dedo en su calor.


—Dime que es mío —exigí.


Asintió mientras deslizaba mi dedo más profundo dentro de ella.


—Dime que es mío —repetí.


—Es tuyo. Ahora, por favor, Pedro, fóllame —dijo, jadeando.


¡Sí! Esa era mi chica. Sí, era mía. Necesitaba saber que era mía. Esto era mío.


Levantándome, bajé los pantalones de pijama que estaba usando y los pateé a un lado.


—Sin preservativo esta noche. Lo sacaré. Sólo tengo que sentirte por completo —dije.


Nunca volvería a poner un condón entre nosotros. Nunca quería ser separado de ella. Agarrando sus muslos, la levanté mientras me movía y alineaba mi polla en su entrada. No podía estrellarme contra ella sí quedó adolorida. Dios, debía estar tan malditamente cansada, pero tenía que tenerla. Lentamente, me moví dentro de ella.


—¿Te duele? —pregunté, sosteniendo.


—Se siente bien —dijo con un suspiro.


Iba a lastimarla. Me detuve y lo saqué. —Estas escaleras son demasiado duras para ti. Ven aquí.


La cogí en mis brazos y la subí por las escaleras. Estaba demasiado débil esta noche para presionarla contra la dura madera de las escaleras.


—¿Harías algo por mí? —pregunté, salpicando besos en su nariz y párpados mientras me encontraba al lado de mi cama.


—Sí —respondió.


La puse en el suelo y la sostuve, incluso después de que sus pies tocaron la alfombra. —Inclínate hacia delante y pon tu pecho en la cama. Pon tus manos sobre tu cabeza y deja tu trasero al aire.


Había fantaseado con verla de esta manera. No preguntó ni discutió el por qué.


Simplemente lo hizo. Sabiendo que quería complacerme con tanta facilidad hizo crecer el pánico. Ella era para mí. Tenía que saberlo.


Pasé mi mano por el redondo y suave culo que de ella voluntariamente me mostraba. —Tienes el culo más perfecto que he visto —le dije mientras lo acariciaba.


Tomando un firme agarre de sus caderas y separando más sus piernas, entré en un empuje.


—¡Pedro! —gritó Paula.


—Mierda, estoy profundamente —gruñí, y mis ojos rodaron en mi cabeza. Mejor de lo que imaginé. Siempre era más con ella. Siempre jodidamente más.


Comencé a bombear dentro de ella. Se apretó contra mí y agarró puñados de sábanas mientras gemía con fuerza y suplicaba por más.


Escuchar su placer me hizo empujar más duro. No podía ir lo suficientemente profundo. Quería vivir ahí. Encerrado dentro de ella. La ajustada succión agarró mi polla, haciendo que mis rodillas se doblaran. Estaba cerca. Bajando la mano entre sus piernas, la deslicé sobre su coño. —Dios, estás empapada.


Mis palabras fueron todo lo que necesitó. Paula se sacudió contra mí salvajemente, gritando mi nombre. Tomó todo mi control salirme y disparar mi liberación sobre su culo. Lo quería dentro de ella. Mi placer mezclado con el suyo. Pero
no podía hacerlo otra vez. Aún no.


—¡AH! —grité, mientras mi polla se sacudía en mis manos y disparaba mi carga en su suave espalda. Verme allí me hizo sentir como que la había marcado. Pude verlo.
Todo de mí sobre ella—. Maldita sea, nena, si supieras cuan jodidamente increíble se ve tu culo en este momento —dije.


Cayó sobre la cama, sin ser capaz de sostenerse. Giró la cabeza hacia un lado para mirarme. —¿Por qué?


No se dio cuenta que dispare mi liberación. —Digamos que tengo que limpiarte —expliqué.


Una risita se le escapó, y enterró su cara en las sábanas.


Amaba escuchar su risa. También amaba pararme aquí y mirar su culo cubierto de mi liberación. Esas dos cosas combinadas eran jodidamente impresionantes.


Necesitaba dormir. No podía hacer que se acostara con mi semen sobre ella porque yo era un maldito hombre de las cavernas. Moviéndome a su alrededor, me dirigí al baño y conseguí una toalla húmeda y tibia, entonces me fui de vuelta a la habitación.


Podía ver sus ojos siguiéndome, y la somnolienta y satisfecha sonrisa en su rostro. Yo puse esa sonrisa allí. No sabía si debía trabajar mañana o no, pero no iba a ir.


Lidiaría con eso. Tenía que hablar con ella. Tenía que saberlo.


Su papá se encontraba aquí. Ya era hora de enfrentarlo y luchar por ella.


Limpié el semen de su parte inferior. —Todo limpio, nena. Puedes subir y cubrirte. Estaré de vuelta —dije.


Pero no se movió. Me di la vuelta y miré su cara. Quedó profundamente dormida. Sonreí ante la idea de ella durmiéndose mientras la limpiaba. La bestia posesiva dentro de mí golpeó su pecho.


La levanté y la moví a las almohadas, luego la cubrí con cuidado. Inclinándome, presioné un beso en su cabeza. —Arreglaré esto. Juro que haré lo correcto. Te amo lo suficiente para pasar a través de esto. Sólo necesito que tú me ames a mí lo suficiente. Por favor, Paula. Ámame lo suficiente —supliqué.


No se movió. Su lenta respiración nunca cambió. Pero esperaba que me escuchara en sus sueños. Y que mañana lo recordara.