miércoles, 3 de diciembre de 2014

CAPITULO 154





Yo alcancé su sujetador y me concentré en vestirla. 


Presioné un beso en su hombro antes de cubrirlo con su camisa. Me dejó ponerle el sujetador y la camisa sin
protestar, y el hombre de las cavernas en mí se golpeaba el pecho. Me encantaba cuidar de ella, y que me lo permitiera sólo me hizo enloquecer un poco más en lo que a ella
concernía.


—Preferiría que te quedaras aquí, mientras voy a encontrar a Isabel. Tienes esa mirada de muy satisfecha en tu cara, y en serio es sexy. No quiero acabar en una pelea —le dije una vez que la cubrí de nuevo.


—Vine aquí con Isabel porque trataba de animarla a no dormir por ahí con chicos que nunca la verían por más que un momento de diversión. Entonces, viniste con nosotras, y ahora aquí estoy, en el asiento trasero de tu coche. Siento que le debo una explicación —dijo, pareciendo preocupada.


Asumí que Isabel trataba de arruinar a Paula, pero Paula fue la que invitó a Isabel. Interesante. Mi dulce Paula trataba de salvar al mundo de sí mismo. Nunca nadie la salvó a ella. Hasta ahora. Maldita sea, hora de que alguien le mostrara cuán especial era.


Me observaba con nerviosismo. ¿Pensó que hizo lo que trataba de evitar que Isabel hiciera? Seguramente entendió que esto era diferente.


—Estoy tratando de decidir si querías decirlo para que sonara como si estuvieras haciendo lo que la animaste a no hacer —dije, mientras me movía sobre ella y deslizaba
una mano en su cabello—. Porque he tenido una probada y no estoy compartiendo. Esto no es sólo por diversión. Puede que sea un poco adicto. —Esto no era nada parecido a lo que intentaba que Isabel dejara de hacer. Nunca hubiera tocado a Paula si no hubiera estado seguro de que la reclamaba como mía. No habría nadie más tocándola.


Me incliné y besé esos labios que me encantaban tanto. 


Probar su labio inferior con la punta de mi lengua se convirtió en una de mis cosas favoritas para hacer.


Siempre se estremecía cuando lo hacía, y el sabor era siempre delicioso.


—Mmm, sí. Quédate aquí. Voy a traer a Isabel para que hable contigo —susurré contra su boca.


Asintió, pero no dijo nada más.


Me aparté de su calor y abrí la puerta para salir. Tenía que encontrar a Isabel y llevarnos a casa. Quería a Paula en mi habitación. En mi cama. Quería más de lo que
acabábamos de tener. Podría arreglar el pasado. Podría hacerlo correcto. Haría lo que es debido por Paula. Tenía que hacerlo. No podía perder esto.


De vuelta en el bar, busqué y encontré a Isabel con un tipo, tomando un chupito de algo que no se parecía a otra bebida de chicas. Genial. No quería que una Isabel borracha obstaculizara mis planes. Paula no podía arreglar lo que estuvo estropeado durante años. En otro tiempo, Isabel fue diferente. La recordaba cuando era más joven.


La vi con Tripp una vez. Fueron amigos, creo, pero luego él se escapó, y la siguiente vez que vi a Isabel se encontraba debajo de un tipo cuyo padre poseía condominios a lo
largo de la costa del Golfo. Comenzó a follar a los mocosos con fondos fiduciarios desde entonces.


Su mirada se posó en mí, y le hice señas para que me encontrara afuera, luego giré y salí hacia la noche. Miré en la dirección de mi Range Rover y me aseguré de que Paula seguía a salvo en el interior.


—Ustedes dos desaparecieron —dijo Isabel, arrastrando la voz y con una gran sonrisa en el rostro. Me volví para verla caminando hacia mí. Luego se tropezó, y tuve que extender la mano y agarrarla antes de que plantara su cara en el pavimento—. Oops. —Se rio tontamente, quedando lánguida en mis brazos—. No puedo sentir mis pies —dijo a través de su risa.


No iba a ser capaz de dejarla aquí. —Parece que te llevaré a casa ahora, también —le dije, y la puse de pie con la espalda recta.


—¿Qué? No, no, no, no. No me quiero ir todavía —dijo, agitando un dedo en mi dirección—. Paula tiene que venir a ver los nuevos vaqueros que encontré. Les encantaran.


Me tensé y le di un tirón hacia el coche. —Paula ya no está interesada en los vaqueros. ¿Entiendes eso? No más chicos para Paula. Va a volver a casa conmigo —le dije con rabia.


Isabel se detuvo y se tambaleó, luego me miró, sus ojos redondos con la comprensión. —Vive en tu casa. ¿Te refieres a casa a su habitación o a casa a tu habitación? —preguntó, eructó y se tapó la boca.


—Mi habitación. Vamos —dije, haciéndola caminar de nuevo.


—Oh, mierda —dijo Isabel en un intento alto de un susurro—.Tú…oh,mierda, Pedro, no puedes follarla. No es... Creo que es virgen —susurraba Isabel en voz lo suficiente alta para que toda la zona de aparcamiento la escuchara.


—Cállate, Isabel —gruñí, y abrí la puerta del coche para ella—. Quiere ir a casa, conmigo. Pero primero, quiere hablar contigo. —No era así como quería pasar el viaje de regreso a Rosemary Beach. Esperaba poder hablar con Paula. Ahora teníamos una Isabel borracha hablando de la virginidad de Paula. Mierda.


—Bueno, mírate. Haciéndolo con la cosa más caliente de Rosemary en la parte trasera de su Range Rover. Y pensaba que querías un hombre de clase trabajadora —le dijo Isabel a Paula.


—Súbete, Isabel, antes de que deje tu culo aquí afuera —ordené, deseando poder callarla de una puta vez.


—No me quiero ir. Me gusta Earl, ¿o se llamaba Kevin? No, espera, ¿qué pasó con Nash? Lo perdí… creo. —murmuró Isabel, subiéndose en el interior torpemente.


—¿Quiénes son Earl y Kevin? —preguntó Paula.


Isabel buscó algo para agarrar, luego cayó de espaldas sobre el asiento y casi encima de Paula —Earl está casado. Dijo que no lo estaba, pero lo está. Me di cuenta. Los casados siempre tienen el olor sobre ellos.


Cerré la puerta de Isabel y luego caminé alrededor para sacar a Paula del asiento trasero. Iba a ir al frente conmigo. Abrí la puerta de un tirón y le tendí la mano. —No trates de darle sentido a todo lo que dice. La encontré en el bar terminando una ronda de seis chupitos de tequila que el casado Earl le compró. Está destrozada. —Quería aclarar cualquier cosa de lo que Isabel dijo o iba a decir que podría disgustar a Paula.


Paula deslizó su mano en la mía, y la apreté para tranquilizarla.


—No hay necesidad de explicarle nada esta noche. No lo recordará por la mañana —le dije a Paula.


Se preocupaba por aclarar las cosas con Isabel, e Isabel hacía exactamente lo de siempre, sólo que sin los fondos fiduciarios.


Ayudé a Paula a bajar, luego la presioné contra mí y cerré la puerta, dejando a Bethy adentro. —Quiero saborear esos dulces labios, pero voy a negármelos. Tenemos que llegar a su casa antes de que se enferme —dije, no queriendo que esto estropeara lo que acababa de pasar con nosotros.


Paula asintió, mirándome con esos ojos confiados. Nunca quería fallarle a esa cara.


—Pero lo que dije antes. Lo dije en serio. Te quiero en mi cama esta noche —le recordé, en caso de que fuera posible que lo hubiera olvidado.


Asintió de nuevo. Puse una mano en su espalda baja y caminé junto a ella hasta la puerta del pasajero. Ya no iba a fingir que éramos amigos. No éramos amigos. Nunca lo fuimos. Era más que eso. Con Paula, siempre había más.


—A la mierda lo de ser amigos —le dije, antes de tomar su cintura y levantarla para ponerla en el asiento. Era alto, y yo quería una razón para tocarla. Cerré la puerta y caminé alrededor para subir, y la sonrisa en su rostro me calentó por dentro—. ¿Por qué la sonrisa? —pregunté, con la esperanza de haberla puesto allí.


Se encogió de hombros y se mordió el labio inferior. —“A la mierda lo de ser amigos”. Me hizo reír.


Me eché a reír. Bueno, yo puse esa sonrisa allí. También la hice reír. ¿Por qué se sentía como si acabara de solucionar el hambre en el mundo?


—Sé algo que no sabes. Sí, lo sé. Sí, lo sé —empezó a corear Isabel con una voz cantarina de ebriedad.


No la quería distrayéndonos. Arruinando esto. Era mi tiempo con Paula, y deseaba eso. ¿Por qué no podía simplemente desmayarse o algo así?


Paula se removió en su asiento para mirar hacia atrás a Isabel.


—Sé algo —susurró Isabel en voz alta como estuvo haciendo fuera.


—Escuché eso —dijo Paula.


—Es un gran secreto. Uno enorme… y lo sé. No debo, pero lo sé. Sé algo que tú  no sabes. No lo sabes. No lo sabes —comenzó a cantar de nuevo.


Sabía un secreto. Un nudo retorcido se formó en mi estómago. Yo tenía secretos.


¿Ella conocía mis secretos? ¿Conocía lo que Paula no sabía? ¿Cómo podría tener a Paula si Isabel le contara antes de que pudiera arreglarlo? —Es suficiente, Isabel —advertí.


Paula se dio la vuelta, y me di cuenta que la sorprendí. Sólo quería que Isabel se callara. No quería escuchar ningún secreto que conocía. Extendí y deslicé una mano sobre la de Paula. Necesitaba tranquilizarla, pero ahora mismo no podía mirarla. El pánico en mi garganta se hacía cargo.


Isabel no podía saber. ¿Cierto? Nadie lo sabía. ¿Daniela se lo contó a alguien? Joder.


No podía dejar que esto se descubriera. Tenía que arreglar esto. Paula me necesitaba.


No podía perderla.


—Ese fue el mejor momento, de siempre. Me gustan los muchachos trabajadores. Son muy divertidos —comenzó a balbucear Isabel de nuevo—. Deberías haber mirado alrededor por algunos más, Paula. Hubiera sido más inteligente de tu parte. Pedro es una mala idea. Porque siempre habrá una Daniela.


¡Jodido infierno!


Sabía algo. No. No podría saber. No la verdad. Moví mi mano de Paula para agarrar el volante. Necesitaba pensar, y echar el culo borracho de Isabel fuera del coche no era una opción. Paula nunca me perdonaría por eso.


—¿Es Daniela tu hermana? —preguntó Paula. La confusión en su voz me hizo hacer una mueca de dolor. Cuestionaba mi relación con Dani. Si sólo supiera la verdad. No la tendría a ella. No estaría aquí.


Me limité a asentir. No pude decir nada más. Tenía la garganta pastosa.


—Entonces, ¿qué significa lo que dijo Isabel? ¿Cómo dormir juntos le afectaría a Daniela?


¿Cómo respondía a eso? No sabía lo que Isabel se enteró exactamente, pero no podía decirle la verdad a Paula. No descubrí cómo arreglar el pasado. Cómo hacer que Paula no me dejara cuando averiguara la verdad.


Iba a seguir haciéndome preguntas. Tuve que detenerla. No podía decirle nada.


No ahora.


—Daniela es mi hermana menor. No… No puedo hablar de ella contigo.


El cuerpo de Paula se puso rígido. La tensión en el coche era dominante. Tenía que haber una manera de salir de esto. Paula confiaba en mí. Anhelaba esa confianza.
Anhelaba merecerla. Isabel no pude enterarse. No lo sabría. Daniela nunca le dijo nada a nadie. Era un secreto que mantuvo oculto. Yo exageraba.


Los ronquidos de Isabel llenaron el coche, y Paula fijó su mirada en la carretera.


Ninguno de los dos dijo nada. No quería que Isabel despertara y dijera cualquier cosa.


Estaba mejor inconsciente. Para mí era más seguro de esa manera. Mis secretos permanecían más seguros.


La distancia entre Paula y yo parecía crecer a cada segundo, y lo odiaba. La quería en mis brazos otra vez. La quería gritando mi nombre. No quería este muro entre nosotros.


Cuando llegué a la oficina, no le pregunté a Paula si aquí era dónde necesitábamos dejar a Isabel. No podía decirle nada. Me aterrorizaba que ella supiera.


¿Se sentó allí y lo resolvió todo?


Sacudí a Isabel lo suficiente para despertarla y ayudarla a salir del coche.


Empezó a murmurar que su padre la mataría y que quería dormir en la oficina. Me sentía bastante seguro de que su tía Elena le patearía el culo en la mañana, pero eso no
era mi problema. Saqué la llave del bolso de Isabel y abrí la puerta, luego la llevé adentro.


El sofá de cuero grande estaba cerca de la puerta, gracias a Dios, porque Isabel apestaba a tequila barato, y no pretendía estar sosteniéndola en brazos cuando empezara a vomitar. La dejé caer en el sofá. —Acuéstate —le indiqué. 


Agarré el bote de basura más cercano y lo coloqué junto a su cabeza—. Vomita en esto. Consigues esa mierda en el suelo, y Elena estará aún más enojada.


Isabel gimió y se dio la vuelta.


Fui a salir. Justo cuando abrí la puerta, la voz de Isabel me detuvo.


—No voy a decirle sobre el papá de Daniela. Pero tienes que decírselo. —Se veía triste y sus ojos vidriosos se encontraron con los míos. Se enteró quién era el papá de
Daniela. Mierda.


—Lo haré. Cuando llegue el momento —le dije.


—No esperes demasiado tiempo —dijo, y cerró los ojos. Su boca se abrió con un suave ronquido.


Bloqueé la puerta y la cerré con fuerza detrás de mí. Ella tenía razón. Tenía que arreglar esto antes de que fuera demasiado tarde.

CAPITULO 153





Mi corazón latía tan duro que el alivio, cuando la vi de pie fuera del bar, apoyada contra el edificio, hizo que mis rodillas se debilitaran. Se encontraba aquí. Estaba bien.


—¿Paula? —la llamé.


Tenía los brazos cruzados sobre el pecho defensivamente. 


No me sentía seguro de lo que pasó allí, pero si el paleto aspirante a vaquero se pasó de la raya, iba a arrancarle los brazos.


—¿Sí? —respondió. Hubo un titubeo en su voz. Algo iba mal. No sonaba como ella.


—No podía encontrarte. ¿Por qué estás aquí? Aquí no es seguro.


—Estoy bien. Vuelve dentro y continúa con tu sesión de besos en nuestra mesa.—Estaba celosa. Mierda. Pero yo quería que estuviera celosa. Eso hizo que me atravesara una cálida trayectoria que se sentía muy mal, pero no podía evitarlo. Me gustaba saber que se hallaba celosa. A pesar no de haber ninguna razón para estarlo.


—¿Por qué estás aquí afuera? —le pregunté, poco a poco dando otro paso hacia ella.


—Porque quiero —dijo, lanzando una furiosa mirada en mi dirección.


—La fiesta es adentro. ¿No es eso lo que querías? ¿Ir a un bar con hombres y bebidas? Te lo estás perdiendo aquí fuera. —Trataba de aligerar el ambiente. La expresión de su rostro, dijo que no funcionaba. Se hallaba realmente cabreada. ¿Todo esto porque pensaba que ligaba con la rubia en la cabina?


—Aléjate, Pedro —espetó. Bueno, mierda, se sentía enfadada conmigo. No hice nada. Fue ella la que bailó con el aspirante a vaquero.


Di otro paso hacia ella. No conseguía verla con suficiente claridad en la oscuridad. —No. Quiero saber qué pasó. —Estaba molesta, y me costaba creer que todo era debido a la rubia en la cabina conmigo. Tenía que haber algo más.


Paula puso sus dos manos sobre mi pecho y me empujó. —¿Quieres saber lo que pasó? Tú pasaste, Pedro. Eso es lo que pasó. —Su voz estaba al borde de un grito. Se
volteó y comenzó a alejarse. ¿Qué demonios?


Extendí la mano y la agarré antes de que pudiera ir demasiado lejos. No permitiría dejar pasar esto. Se encontraba enojada, y no tenía ningún puto sentido. Toda
esta ira, a pesar de que me vio con otras mujeres. Había estado bailando con otro hombre sólo unos minutos antes. 


¿También cambió todo para ella? ¿Ahora todo esto no
era por mí? Porque si quería más, entonces no iba a ser capaz de decirle que no. Superé eso. —¿Qué significa eso Paula? —pregunté, pegando su espalda contra mi pecho.


Se retorció en mis brazos, haciendo pequeños gruñidos frustrados. —Déjame. Ir.—Exigió.


Ni lo sueñes. —No hasta que me digas cuál es tu problema —dije. Comenzó a retorcerse y a luchar contra mí con más fuerza, pero me aferré a ella con bastante facilidad. No pretendía hacerle daño, no obstante necesitaba entender lo que era malo.


Ya sea porque la he molestado o aquel tipo en el bar lo había hecho.


—No me gusta verte tocar a otras mujeres. Odio cuando otros hombres agarran mi culo. Quiero que seas tú quien me toque allí. Quien desea tocarme allí. Pero no lo haces, y tengo que lidiar con eso. ¡Ahora, déjame ir!


No esperaba eso. Aprovechó el hecho de que me sorprendió muchísimo y se soltó de mi agarre, y luego se echó a correr. No estaba seguro donde pensaba que iba a la oscuridad por sí sola.


Quería que la tocara... allí. Mierda. Me encontraba hundido. 


No lograba luchar contra esto. Lo necesitaba. Si quería ahorrarnos el dolor más tarde, podía dar la vuelta y volver a entrar. Pero, maldita sea, no pude encontrar la fuerza para luchar contra esta necesidad. La deseaba. La deseaba tan jodidamente mal que me disponía a hacer este trabajo. Negarme a mí mismo era una cosa, pero rechazar a Paula era un asunto completamente distinto.


No pensé acerca de ello. No pude. Simplemente actué por instinto.


Fui tras ella.


Una vez que llegué lo suficientemente cerca del Range Rover, hice clic en el botón de desbloqueo. La tocaría esta noche. Ahora mismo. Justo ahora, joder. Y era la cosa más estúpida que podía hacer. Para los dos. Pero simplemente ya no me importaba una mierda. Tomaría lo que quería. Lo que ella quería.


—Entra, o te meteré —exigí.


Sus ojos se abrieron como platos por la sorpresa, y se lanzó rápidamente en el asiento trasero. Su pequeño dulce culo estaba estirado en el aire, y mi pene estaba duro al instante. Dios, ¿por qué la deseo tanto? No debería hacer esto. Paula era la única persona que no podía tener. No sabía nada sobre Daniela y de su padre y de mí. Todo esto acabaría por destruirme. O quizás no. Tal vez ella me escucharía. Comprendería todo esto.


Subí detrás de ella.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó.


No le respondí, porque no tenía ni puta idea. La presioné contra el asiento y se me hizo la boca agua. La inocencia que se vertía fuera de ella era embriagadora. Ella era pura. No sólo con su cuerpo, sino también con sus pensamientos. No era rencorosa. No buscaba venganza. Confiaba en mí. 


Yo era el mayor cretino del mundo.


Agarré sus caderas y la moví para que pudiera establecerme entre sus piernas.


Necesitaba la conexión. La calidez. Paula no luchó contra mí, sino que hizo exactamente lo que le pedí. Quería reclamarla. Completamente. Pero estaba mal. Demasiado se
interponía entre nosotros. Cosas que ella nunca me perdonaría. Cosas que nunca entendería. Frenético, alcancé el borde de su camisa.


—Quítatela —dije, mientras la levantaba sobre su cabeza y la arrojé en el asiento delantero. La perfecta piel suave de sus pechos se asomó fuera de la parte superior del sujetador de encaje que llevaba. Tenía que verlo todo. Quería probarlo todo—. Quiero que te quites todo, dulce Paula—cogí el cierre del sujetador y rápidamente lo abrí, luego se deslizó por sus brazos. Era hermosa. Tenía que haberlo sabido. Pero viendo los duros pezones rosados contra su suave, cremosa piel, hizo darme cuenta de que no sería capaz de retroceder—. Esto es por lo que traté de mantenerme alejado. Esto, Paula.No seré capaz de detenerlo. No ahora.


Cuando alguien está sosteniendo un trozo de cielo, no puede sólo olvidarlo. Mi respiración se hacía difícil mientras la acercaba y bajaba mi cabeza para atrapar uno de esos pezones en mi boca y chuparlo, como me imaginé haciéndolo más de una vez.


Paula agarró mis hombros y gritó mi nombre, haciendo que cualquier control que pensé que sostenía se desvaneciera. 


Dejé su pezón libre de mi boca para que pudiera sacar mi lengua y dejar que viera la barra de plata que había estado tan interesada en que se moviera rápidamente sobre su piel. 


—Sabes a caramelo. Las chicas no deberían saber tan dulce. Es peligroso —le dije, y luego acaricie mi nariz a lo largo de su cuello e inhalé profundamente—. Y hueles increíble.


Nada volvería a oler tan bien como Paula. Nada. Su boca permanecía ligeramente abierta, y tomó rápidamente pequeñas respiraciones mientras cogía sus pechos con mis manos. Esa boca y esos labios. No pude conseguir que se fueran de mi cabeza. Besar siempre había sido algo que no hacia fácilmente. Pero con Paula, era todo en lo que podía pensar. Sabía tan dulce y limpia. Su boca era mía y sólo mía cuando besé sus labios.


Tirando de sus pezones, me burlé de ella, y gimió en mi boca. Sus pequeñas manos se deslizaron bajo mi camisa y comenzó a explorar mi estómago. Pasaba un montón de tiempo en mis abdominales, provocando que una sonrisa se estirara de mis labios. A mi chica le gusta mi estómago. Le daría un mejor acceso si eso era lo que quería.


Tomé mi camisa con una mano, sacándola por encima de mi cabeza, y la tiré lejos, y luego volví enseguida de nuevo a besar esos ahora hinchados labios. Me encantó la forma en que se sentían contra los míos.


Paula arqueó su espalda, frotando sus pechos contra mi pecho ahora desnudo, y tuve que aspirar para recuperar el aliento. Mierda, eso se sintió bien. Era tan simple, pero fue increíble, porque era Paula. Todo con ella se sentía como si fuera nuevo. No quiero perderme nada de eso. Quería sumergirme en cada gemido y grito de sus labios.


La envolví en mis brazos y la apreté contra mí, y arañaba suavemente mi espalda mientras un sonido emocionado salió de su boca.


—Dulce Paula —dije, y me liberé de su boca lo suficiente como atrapar su labio inferior en mi boca para que pudiera chuparlo. Me encantó lo lleno que estaba. Podría pasar horas sólo con su boca. Pero se contoneaba debajo de mí y abriendo más las piernas. Buscando, y sabía exactamente lo que quería, aunque no estaba seguro.


Quería tomarme mi tiempo y cuidar de ella, pero su pequeño cuerpo sexy se estaba poniendo necesitado y moviéndose frenéticamente debajo de mí. Le toqué la rodilla, y saltó por mi toque y luego se calmó. Poco a poco, pasé mi mano por su muslo, dándole tiempo para detenerme si esto era demasiado rápido.


Sus piernas se abrieron completamente, como si me ofreciera una invitación, y el olor de su calor me golpeó. Mierda, eso era bueno. Muy, muy, muy bueno. Aspiré profundamente antes de mover un dedo a lo largo de la tela húmeda de sus bragas.


Paula se sacudió contra mi toque y dejó escapar un pequeño gemido. Dios, ¿cómo sería capaz de controlarme a mí mismo? Esto era demasiado. Olía muy bien, y sus sonidos... joder, eran calientes.


—Tranquila. Sólo quiero ver si aquí abajo es tan jodidamente dulce como el resto de ti —dije, y temblaba en mis brazos. No quería que me detuviera. El temblor y la mirada desesperada en sus ojos me hicieron saber todo lo que necesitaba saber. Le sostuve la mirada y la respiración mientras deslicé un dedo dentro del satén y sentí la
humedad allí, esperándome.


—Pedro —dijo con voz desesperada en lo que apretaba mi hombro.


—Shhh, está bien —dije.


Pero, ¿lo era? Joder, estaba empapada, y el olor era embriagador. Todo el maldito coche olía como la excitación de Paula. Me hallaba tan cerca de correrme en mis pantalones vaqueros que eran ridículo. Ni siquiera me había tocado.


Enterré mi cabeza en su cuello y traté de oler el dulce aroma de su piel y conseguir un poco de control. Su excitación estaba a punto de matarme. —Esto es jodidamente difícil —dije.


Luego mudé mi dedo a través de su caliente y pulida abertura, y se resistió debajo de mí y gritó mi nombre. 


Mierda. Oh, mierda. Mierda. Yo jadeaba. No podía
respirar. Moví mi dedo y me deslicé dentro de la opresión esperarme, y su cuerpo me apretó, chupando mi dedo dentro.


—Mierda. Madre del maldito infierno. Húmeda, caliente... tan jodidamente caliente. Y Jesús, estás tan apretada —Mis palabras sonaron tan fuera de control como me sentía. Nada debería ser tan jodidamente increíble.


—Pedro. Por favor —suplicó—. Necesito... —no terminó su pensamiento, porque era tan condenadamente inocente que no sabía lo que necesitaba. Dios, me tenía. Eso fue todo. Me tenía. No podía dejarla ir. No ahora. Estaba poseído.


Me dio un beso en la barbilla, mientras echó la cabeza hacia atrás y se arqueó hacia mí. —Sé lo que necesitas. Es sólo que no estoy seguro de que pueda manejar el verte teniéndolo. Me tienes excitado de muchas maneras, chica. Estoy tratando de ser un buen chico. No puedo perder el control en la parte trasera de un maldito auto.


Negó con la cabeza frenéticamente. —Por favor, no seas bueno. Por favor.


No me jodas. —Mierda, nena. Basta. Voy a explotar. Te daré tu liberación, pero cuando finalmente me entierre dentro de ti por primera vez, no vas a estar tendida en la parte trasera de mi auto. Estarás en mi cama. —No voy a hacérselo en la parte trasera de este coche. Era demasiado malditamente preciosa para eso.


Moví mi mano y deslicé mi dedo pulgar sobre su clítoris para frotarlo suavemente mientras deslizaba mi dedo dentro y fuera de su golosa entrada. Comenzó a arañarme y a jadear mi nombre. La mendicidad estaba a punto de matarme. 


Todo en lo que podía pensar era en lo que se sentiría al estar enterrado en el interior de este cielo y tenerla rogando por su liberación. Joder, iba a correrme.


—Eso es. Córrete para mí, dulce Paula. Córrete en mi mano, y déjame sentirlo.Quiero verte —No estaba seguro de si entendía lo que le pedía, pero no podía estar callado.


—¡PEEEDDRROOO! —gritó mi nombre y comenzó a montar mi mano mientras se sacudía y temblaba. Sus manos me agarraron como si pensara que se estaba cayendo.


La abracé mientras coreaba mi nombre. Mi mundo explotó e incliné mi cabeza para respirar en ella mientras me estremecía, incapaz de creer lo que acababa de suceder.


—Ahhhh, sí. Eso es. Mierda, sí. Eres tan hermosa —dije, mientras dejaba que las olas de placer me inundaran. 


Comenzó a ceder su dominio sobre mí mientras una
lánguida y dulce sonrisa tocó sus labios. Quité mi mano de entre sus piernas y disfruté de su olor, antes de introducir el dedo en mi boca y probándola.


Ella sabía aún mejor de lo que me esperaba. ¿Era siquiera jodidamente posible?


Las pestañas de Paula revolotearon, y abrió los ojos para mirarme.


Pude ver el momento en que se dio cuenta exactamente por qué tenía mi dedo en mi boca. La mirada de asombro fue seguida por mejillas rosadas. Gritó mi nombre y deshecho en mi regazo, pero la vista de mí chupando mi dedo la hizo ruborizarse.


—Tenía razón. Eres tan dulce en ese pequeño y caliente coño tuyo como lo eres en todas partes —Le dije, sólo para ver si sus ojos pudieran estar más grandes.


Los cerró con fuerza, incapaz de mirarme.


Me eché a reír. Era perfecta. —Oh, vamos, dulce Paula. Acabas de correrte toda salvaje y sexy sobre mi mano e incluso dejaste marcas de arañazos en mi espalda para probarlo. No te pongas tímida conmigo ahora. Porque, nena, antes de que termine la noche, estarás desnuda en mi cama —Y quería decir eso. La quería en mi cama. Y si incluso pudiera ser mejor, no la dejaría salir.


Echó un vistazo hacia mí, y el interés en sus ojos hizo que me mordiera un gemido. No haría nada en este maldito coche. Era demasiado buena para un auto.


Quería darle lo mejor de todo. Eso incluyó la mejor de las relaciones sexuales.


—Déjame vestirte, entonces iré a buscar a Isabel y ver si necesita un aventón o si encontró un vaquero que la lleve a casa —dije.


Estiró su cuerpo fuera como un gato, y apreté mis puños para no agarrarla y reclamar su boca de nuevo. —Está bien —concordó.


—Si no estuviera tan duro como una maldita roca ahora mismo, consideraría quedarme justo aquí y disfrutar esa pequeña mirada satisfecha y somnolienta en tus ojos. Me gusta saber que la puse allí. Pero necesito un poco más —le susurré al oído.


Se tensó, luego se apoyó suavemente hacia atrás contra mí. Maldita sea, tenía que ponerle la ropa… y rapido.