jueves, 4 de diciembre de 2014

CAPITULO 156




Me encontraba de pie en el balcón, cuando oí la voz de Daniela desde el interior. — ¿Dónde estás? —gritó. Ella no estaba feliz de estar aquí. Bien. No estaría feliz de eso cuando terminara con ella.


Entré en la sala de estar cuando ella llegó vestida con su falda de tenis y luciendo enojada. Esperaba que se enojara, pero me molestaba que pensara que tenía el derecho a
estarlo. Después de la forma en que trató a Paula, ¿en serio pensaba que no la reprendería?


—Arruinaste mis planes. Más vale que sea bueno —dijo bruscamente.


Puse mi taza de café en la mesa más cercana y volví a mirar a mi hermana. — Vamos a dejar esto claro, porque necesitas recordarlo. A menos que quieras conseguir un trabajo y pagar por toda tu mierda, tengo voz y voto en cómo actúas. Te he dejado actuar como una niña la mayor parte de tu vida, porque te amo. Sé que la vida con mamá fue injusta para ti. Pero no…  —Me detuve y di un paso hacia ella nivelando nuestras miradas para que pudiera ver lo serio que era—. No permitiré que le hagas daño a Paula. Nunca. Ella no te ha hecho nada. La culpas por la pobre excusa de padre que tienes. Paula es víctima de ese hombre tanto como tú. Así que no le hables como lo
hiciste hoy nunca más. Te lo juro, Daniela, te quiero, pero no voy a dejar que le hagas daño.
No me pruebes.


Los ojos de Daniela se abrieron con sorpresa, y las lágrimas falsas a las que estaba acostumbrado inmediatamente brillaron en sus ojos. —La estás eligiendo sobre mí. ¿La
estas… la estas follando? Esoes, ¿no es así? ¡La pequeña zorra!


Estuve en su cara tan rápido que se tambaleó hacia atrás. 


Extendí la mano, le agarré el brazo para evitar que se cayera y la sacudí. —No lo digas. Lo juro por Dios, Daniela, vas a empujarme demasiado lejos. Piensa antes de hablar.


Se sorbió la nariz y dejó que las lágrimas que podía derramar como un maldito grifo corrieran por su rostro. Odiaba hacerla llorar. El nudo enfermo que me salía en el
estómago cuando alguien hería a Daniela se empezaba a formarse. —Soy… soy tu hermana.¿Cómo pudiste  hacerme esto? Yo era… ¿Sabes lo que hizo? ¿Quién es ella? ¡Ella lo mantuvo lejos de mí! Mi padre, Pedro. He vivido esta vida porque no lo tuve. —Lloraba ahora y sacudía la cabeza, como si no pudiera creer que yo olvidara todo eso.


Ella nunca vería la verdad. Estaba decidida a culpar y odiar a alguien, pero se negaba a odiar a la persona que se lo merecía más. —Paula era una niña. No te hizo nada. No podía evitar nacer. No tenía ni idea de que existías. ¿Por qué no puedes verlo? ¿Por qué no puedes ver la clase honesta y trabajadora que es tu hermana? ¡Nadie puede odiarla! ¡Es jodidamente perfecta!


—No la… —Me señaló con el dedo, con horror en su rostro—. ¡No la llames mi hermana! —gritó histéricamente.


Suspirando, me senté en el sofá y sostuve mi cabeza en mis manos.Daniela era tan testaruda. —Daniela, comparten un padre. Eso la hace tu hermana —le recordé.


—No. No me importa. No me importa. La odio. Es manipuladora, y falsa. Está usando el sexo para controlarte.


Me tiré en el respaldo de mi asiento. —¡No la he follado, así que no digas eso! Para de acusarla por una mierda de la que no sabes nada. Paula no es una puta. Es virgen, Daniela. Una virgen. ¿Quieres saber por qué es virgen? Porque pasó sus años de adolescencia cuidando a su madre enferma mientras atendía el hogar e iba a la escuela.
No tuvo tiempo de ser una chica. No tuvo tiempo para ser algo salvaje. Su padre la abandonó por ti. Así que si alguien debe odiar a alguien, ella debería odiarte a ti.


Daniela enderezó la espalda, sus lágrimas ya secas. Lo que hizo esto más fácil para mí. Era todo lo que Daniela tenía en el mundo, y lo sabía. No quería que pensara que la había abandonado. Ella siempre sería mi hermana pequeña. Pero era una adulta ahora, y ya era hora de que comenzara a actuar como tal. —Y a ti. Debería odiarte, también — dijo Daniela, luego se giró y se dirigió a la puerta. No la llamé de regreso. Estaba demasiado cansado como para enfrentarla más por hoy. Confiaba en que dejaría a Paula en paz por ahora.



***


Pasé el resto del día sacando las palabras de Daniela de mi cabeza. Me centré en conseguirle a Paula un teléfono y luego comprar las cosas que necesitaba para hacer la
comida. Una buena. Algo para impresionarla y hacerla hablarme. Perdonarme por rechazarla completamente la última noche.


Sabía que no aceptaría el teléfono de mí, así que le dejé una nota en su camioneta diciéndole que era de su padre. Odiaba darle a ese estúpido cabrón algún crédito, pero
quería que Paula aceptara el teléfono. Ella debía tener un teléfono para mi salud mental.


Si la iba a mantener a salvo, entonces lo necesitaba.


Mirando la hora, me di cuenta de que era más que probable que estuviera en su camioneta ahora. Cogí mi teléfono y marqué su número, lo había guardado en mi teléfono.


—Hola —dijo en voz baja. Podía oír la confusión en su voz. ¿Acaso no leyó la nota?


—Veo que tienes el teléfono. ¿Te gusta? —le pregunté.


—Sí, es muy bonito. Pero, ¿por qué papá quiere que lo tenga? —preguntó. Por eso estaba confundida. No esperaba que el hijo de puta egoísta hiciera cualquier cosa por ella así. No era una idiota.


—Medida de seguridad. Todas las mujeres necesitan un teléfono. Especialmente los que conducen vehículos mayores que ella. Podría descomponerse en cualquier momento —le contesté, decidiendo qué le diría el por qué quería que tuviera un teléfono.


—Tengo una pistola —dijo, con determinación en su voz.


Estaba tan segura de que podía cuidar de sí misma. —Sí, la tienes, impresionante.
Pero un arma no puede remolcar tu carro. —Eso es, déjenla argumentar a eso—. ¿Vas a venir a casa? —pregunté. No había pensado en el hecho de que podría tener planes para
esta noche cuando me decidí a cocinar su comida y crear una escena de seducción.


—Sí, si te parece bien. Puedo ir a hacer otra cosa, si necesitas que me quede lejos —respondió. Todavía no lo entendía. Pensaba que quería que se quedara fuera. Que
había algo en el mundo que preferiría hacer que estar cerca de ella.


—No. Te quiero aquí. Cociné —le dije.


Hizo una pausa, y escuché un poco el jadeo de sorpresa que me hizo sonreír. — Oh. Bien. Bueno, voy a estar allí en unos minutos.


—Nos vemos pronto —le dije, y terminé la llamada antes de que me escuchara reír de pura jodida felicidad. Venía a casa. Aquí. Para pasar la noche conmigo. Seguiría arreglando esto. Iba a encontrar una manera de hacerla entender. No podía perderla.


Volví a mi preparación de comida. No cocinaba para la gente a menudo. La mayoría de las veces solo para mí mismo, cuando realmente quería algo. Ser capaz de cocinar para Paula era diferente. Disfruté cada maldito minuto.


No estaba acostumbrada a ser atendida o cuidada en exceso, y eso era una lástima. Paula era el tipo de mujer que debía ser valorada. Abrí la nevera, saqué una cerveza Corona y la abrí, luego puse una rodaja de limón en el borde. La mayoría de las chicas que conocía les gustaba el limón con sus cervezas. No estaba seguro si a Paula le iba a gustar la cerveza, pero hice comida mexicana, y tenía que haber una Corona con esta comida.


Trabajé en el queso, el pollo y la mezcla de verduras dentro de las tortillas de harina, y luego los coloqué en la sartén caliente.


—Huele bien. —La voz de Paula interrumpió mis pensamientos.


Miré por encima del hombro para verla vestida con el uniforme del club. Tenía el cabello recogido en una cola de caballo, y había una pequeña sonrisa tirando de sus labios. Me atrapó tarareando una de las canciones más nuevas de mi padre.


—Lo es —le aseguré, luego me limpié las manos con una toalla y recogí la Corona que había dejado para ella—. Aquí, bebe. Las enchiladas están casi terminadas.
Tengo que voltear las quesadillas y necesitan unos minutos más. Debemos estar listos para comer pronto.


Ella tomó la cerveza y poco a poco se la llevó a los labios. 


Esta era su primera vez con la cerveza. No la escupió, lo cual fue una buena señal.


—Espero que comas comida mexicana —le dije, mientras sacaba las enchiladas del horno. Lo que realmente esperaba era que esto estuviera bueno. No había hecho enchiladas desde hace tiempo. Incluso tuve que googlear algunas recetas para asegurarme de que lo necesitaba.
—Me encanta la comida mexicana —dijo, sin dejar de sonreír—. Debo admitir que estoy muy impresionada de que puedas cocinarla.


Bueno. Quería impresionarla esta noche. Convencerla de que no era un imbécil.


Levanté la mirada y le guiñé un ojo. —Tengo toda una clase de talentos que volarían tu mente.


Tenía las mejillas sonrojadas, y tomó un trago grande de la Corona. La hacía nerviosa. No quería hacer eso. Era fácil olvidar que Paula no estaba acostumbrada a coquetear.


—Tranquila, chica. Tienes que comer algo. Cuando dije bebe, no significaba que te la terminaras —le dije, no queriendo que se emborrachara o enfermara.


Asintió y se limpió la gota de cerveza que había aferrado a sus labios.


Todo lo que podía pensar era lamerla por ella. Cómo de regordete y suave se sentía el labio inferior debajo de mi lengua. Tuve que apartar la mirada. Mi comida se iba a jodidamente quemar.


Ya había hecho los tacos y burritos, así que volteé las quesadillas para el plato que se hallaba después de los otros sucesivamente. No había manera de comernos todo esto. Me había ido por la borda, pero no estaba seguro de lo que le gustaba, y quería que disfrutara su comida. Mi necesidad de verla comer se sentía rápidamente como una
adicción.


—Todo lo demás ya está en la mesa. Agarra para mí una Corona de la nevera, y sígueme —le dije, pasando la mesa con el plato. Me dirigí a la terraza exterior. Al principio, me disgustó la idea, porque ella me vio por aquí una vez antes en una cita, y no quería esa imagen en su cabeza. Pero las olas y la brisa hacían que todo pareciera más íntimo. Solo esperaba que ella no estuviera pensando en mí follando a otra mujer todo el tiempo que estuviésemos aquí.


—Siéntate. Voy a arreglar tu plato —le dije.


Asintió y se sentó en la silla más cercana a la puerta. Pude ver la sorpresa en sus ojos, y me gustó el hecho de que esto no era algo que esperaba. Quería sus pensamientos en nosotros. Nadie más. Mi pasado era solo eso: pasado. Además, si ella supiera con quién había estado fantaseando esa noche en que había estado con Anya…


Serví su plato y lo dejé delante de ella. Entonces me incliné a su oído para que poder olerla, porque me estaba volviendo loco. —¿Puedo conseguirte otra bebida? —le pregunté, necesitando una razón para respirar en su cuello.


Sacudió la cabeza.


Me obligué a pasar al otro lado de la mesa. Serví mi plato y la miré. —Si no te gusta, no me lo digas. Mi ego no puede manejarlo.


Le dio un mordisco a la enchilada. El parpadeo en sus ojos me dijo que le gustaba. Me sentí como suspirando de alivio. No jodí todo. —Está delicioso y no puedo decir que me sorprenda —dijo.


Decidí probarlo yo mismo. Sonriendo, comencé a comer y vi como ella se relajó y tomó otro trago de su cerveza antes de comer un poco más. Cada vez que ella daba un mordisco, contuve el impulso de parar y verla. Era enfermo, de verdad. Estaba solo jodidamente comiendo. ¿Por qué me encontraba tan obsesionado con su alimentación?


Tenía que ser culpa de la mantequilla de maní. No superaría eso en el corto plazo.


Comimos en silencio. No la quise interrumpir, ya que parecía que se divertía.


Cuando se echó hacia atrás y tomó un largo trago de su botella, y luego la bajó, supe que había terminado.


—Lo siento por cómo te trató Daniela hoy —le dije. No era suficiente. Daniela le debía una disculpa, pero nada se podía hacer para conseguir una disculpa de Daniela.


—¿Cómo sabes eso? —preguntó Paula, moviéndose nerviosamente en su asiento.


—Antonio, me llamó. Me advirtió que a Daniela se le pediría que se fuera la próxima vez que fuese grosera con un empleado —le expliqué. Odiaba hacerlo como un maldito héroe, pero era la verdad, y no iba a añadir mentiras a las que ya había entre nosotros.


Paula asintió. No parecía muy impresionada, lo que era bueno. No me gustaba que ella tuviera algún sentimiento en lo que a Antonio se refería.


—No debió haberte hablado de esa manera. He tenido una charla con ella. Me prometió que no volvería a suceder. Pero si lo hace en otro lugar, entonces ven y dime, por favor —dije, lo que no era exactamente la verdad. Daniela no prometió nada. Pero mi advertencia había sido suficiente. Lo sabía.


Decepción brilló en los ojos de Paula, y se levantó. —Gracias. Aprecio el gesto. Fue muy amable de tu parte. Te aseguro que no tengo la intención de hablar con Antonio
si Daniela es grosera conmigo en el futuro. Él acaba de pasar a ser testigo de primera mano hoy. —Cogió su bebida—. La cena fue encantadora. Es bueno tenerla después de un largo día de trabajo. Muchas gracias. —No me miró mientras se giraba y se apresuraba a entrar.


Mierda. ¿Qué dije de malo? Me levanté y la seguí adentro. 


Esta noche no terminaría de esta manera. Me volvía loco. 


Paula debía dejar de lanzarme pistas tan jodidamente inentendibles. Hice esto como una disculpa por mi comportamiento idiota anoche y porque quería hacer algo por ella. Cuidar de ella.


Lavaba su plato en el fregadero, y la caída de sus hombros me quebró.


Paula —dije, enjaulando su cuerpo contra el mostrador. Su aroma llenó mi cabeza, y tuve que cerrar los ojos para evitar marearme. Joder, era bueno—. Esto no fue un intento de disculparme por Daniela. Fue un intento de disculparme por mí. Siento lo de anoche. Me acosté en la cama toda la noche deseando estar allí, contigo. Deseando no haberte apartado. Alejo a la gente, Paula. Es un mecanismo de defensa para mí. Pero no quiero alejarte. —No sabía de qué otra manera explicarle esto.


Se recostó en mi pecho, y lo tomé como mi luz verde.


Le aparté el cabello rozando su hombro y le di un beso en su piel cálida y suave de allí. —Por favor. Perdóname. Una oportunidad más, Paula. Quiero esto. Te quiero.


Dejó escapar un profundo suspiro, y luego se giró hacia mí. Sus brazos alrededor de mi cuello. Esos hermosos ojos azules clavándose en los míos. —Te perdono con una
condición —dijo en voz baja.


—Está bien —le dije. Le daría cualquier jodida cosa.


—Quiero estar contigo esta noche. No más coqueteo. No más espera.


No era lo que había estado esperando, pero sí. Eso era lo que quería. —Diablos, sí —dije, y tiré de ella hacía mí para poder sentirla en mi piel. Esto era para mí.


Paula sería mía después de esto. Lucharía un infierno por ella si tenía que hacerlo.

CAPITULO 155



—Tú habitación está arriba ahora. —Le recordé una vez que entró en la casa y se dirigió a la cocina. Todavía no habíamos hablado. No estaba seguro de qué decirle o incluso la forma de hablarle ahora.


Se detuvo, luego dio media vuelta y se dirigió a las escaleras. No podía dejarla ir así.


—Traté de mantenerme lejos de ti. —dije.


Se detuvo y se volvió para mirarme. El dolor en sus ojos era demasiado. No quería hacerle daño. Sin embargo, yo sería su mayor angustia. Me odiaba a mí mismo.


Odiaba lo que yo era, quién era.


—Esa primera noche, traté de deshacerme de ti. No porque no me gustaras. —Me reí amargamente ante la verdad—. Sino porque lo sabía. Sabía que te meterías debajo de mi piel. Sabía que no sería capaz de mantenerme alejado. Tal vez entonces te odié un poco a causa de la debilidad que serías capaz de encontrar en mí. —Supe desde el primer momento que ella era un problema. Me rompería.Pero no supe que me poseería.


—¿Qué es lo que está tan mal de que te sientas atraído por mí? —preguntó, una lágrima brillando en el rabillo de su ojo. Mierda. Odiaba saber que no entendía.


—Porque no sabes todo, y no puedo contarte. No puedo contarte los secretos de Daniela. Son suyos. La amo, Paula. La he amado y protegido toda mi vida. Es mi hermana pequeña. Es lo que hago. A pesar de que te quiero como no he querido ninguna otra cosa en mi vida, no puedo contarte los secretos de Daniela—Si ella solo pudiera tomar eso como su respuesta y darme tiempo. Todas las cosas que hice tenían que ser corregidas.


Tenía que haber una manera de corregir los errores.


—Puedo entender eso. Está bien. No debería haber preguntado. Lo siento. —dijo con una voz suave. Ella quería decir eso. Estaba jodidamente disculpándose. A mí—. Buenas noches, Pedro—dijo, se volvió y me dejó allí.


La deje ir. Me decía que estaba bien tener mis secretos, pero también que no podía tenerla. ¿Cómo haría esto? La sentí en mis brazos. Sabía lo que su sonrisa podía hacerme y cómo la forma en que me miraba controlaba mi maldito humor.


Era como si se hubiera convertido en el sol, y yo había comenzado a girar alrededor de ella. Era mi centro.


Sin embargo, yo era la razón por la que vivió en el infierno.


 Le di a su padre un lugar para correr. Fui a él cuando él estaba débil y necesitaba estar con su hija y su esposa. Le había dado otro lugar para ir. Otra vida para entrar. Otra hija para reclamar y otra familia para pertenecer.


Y él la dejó. Completamente sola. Si sólo me hubiera importado lo suficiente para averiguar a quién le estaba tomando. . . pero no me importó. Sólo quise dar a Daniela lo que tanto deseaba. No pensé en nadie más. Sólo Daniela. Siempre era Daniela.


O había sido. No lo era más.


No podía ignorar la verdad. La felicidad y la seguridad de Paula significaban mucho para mí. La protección de Daniela ya no era mi primera prioridad. Paula estaba tomando ese lugar. Se trasladó directamente en mi vida y lo cambió todo. 


Debería odiarla por eso. Pero no podía. Nunca la odiaría. 


Eso era imposible.


Subí las escaleras y me detuve ante la puerta de la habitación donde estaba ahora escondida. La quería en mi cama esta noche. Pero sabiendo que estaba durmiendo en
lujo, significaba que sería capaz de descansar mejor. El pesar en mi pecho sería mi única compañera en la cama esta noche.


El sonido de un timbre del teléfono irrumpió a través de la dulce oscuridad, y me obligó a abrir los ojos para llegar al sonido infractor. Había permanecido despierto la mayor parte de la noche. Por supuesto, ahora que finalmente me había quedado dormido, mi maldito teléfono tenía que sonar. Agarrándolo, noté el sol a través de las persianas. 


Era más tarde de lo que pensaba. Tal vez estuve dormido durante más tiempo de lo que pensaba.


—Hola. —Gruñí en el teléfono.


—¿Todavía estás dormido? —La molesta voz de Antonio no mejoró mi humor.


—¿Qué quieres? —Le pregunté. No era asunto suyo si todavía estaba dormido.


—Se trata de tu hermana. —dijo.


Me senté en la cama y froté el sueño de mis ojos. No estaba de humor para despertar y hacer frente a los problemas de Daniela. Tenía los míos.


—¿Qué? —Ladré.


—Si le habla a Paula o cualquiera de mis otros empleados con falta de respeto, me aseguraré de retirar su afiliación. Puede que no te importe que sea una mocosa malcriada, pero cuando su veneno causa una escena y avergüenza a la mejor camarera que hemos tenido en el comedor en el mes, entonces se convierte en un problema.


¿Paula? ¿Qué? —¿Qué estás diciendo? ¿Daniela le hizo algo a Paula? ¿O a una de tus camareros? Estoy confundido.


Paula es uno de mis camareros. La trasladé al comedor la semana pasada. Y la perra de tu hermana la llamó basura blanca y exigió que la despidiera hoy. Delante de todos. —La voz de Antonio fue cada vez más fuerte. Él estaba enojado pero nada cerca del nivel de enojado con el que yo estaba tratando—. Me doy cuenta de que no te importa Paula. Es obvio por el hecho de que está durmiendo en tu maldita despensa.
Pero ella es especial. Trabaja mucho, y todos la quieren. No voy a permitir que Daniela la lastime. ¿Me entiendes?


No me gustaba Antonio diciendo que Paula era especial. Joder, sabía que era especial, y él tenía dejar de entrometerse. ¿Y por qué la trasladó dentro del campo de golf? ¿La quería cerca de él? ¿Era eso? Por mucho que quisiera aliviarme de que estaba fuera del calor, la idea de que la trasladó dentro para estar cerca de él me enfureció. Y
Daniela. Joder. Me empujó demasiado lejos. Iba a tener que lidiar con ella. No estaba bien con ella hablándole a Paula de esa manera, tampoco. Nadie iba a insultar a Paula.


Nunca. Otro problema que tenía que corregir. Otra cosa que era mi culpa.


—Me. Entiendes. —La voz de Antonio me recordó que no le había respondido. Si no fuera por el hecho de que él estaba enfadado por cómo fue tratada Paula, le habría recordado a quién exactamente le estaba hablando. Pero sólo por esta vez, iba a permitir que se enfadara conmigo. Porque él estaba en lo cierto. Esto era mi culpa. Mi hermana se convirtió en el monstruo había creado.


—No la tengo más en la despensa. La trasladé a una habitación. Me encargaré de Daniela. —Le dije, luego, decidí que también necesitaba entender algo más—. Paula es mía. No la toques. Te mataré. ¿Me entiendes?


Antonio dejó escapar una risa sin humor. —Sí. Lo que sea, Alfonso, no estoy asustado de tus amenazas. La única razón por la que no tocaré a Paula es porque no me quiere. Es jodidamente obvio a quien quiere. Así que cálmate de una maldita vez. La has tenido desde el principio. Sin embargo, estás seguro como el infierno que no la mereces. —dijo, y luego colgó.


Antonio, pensaba que me quería. Dios, esperaba que tuviera razón.


Me levanté y llamé a Daniela.


—Hola. —dijo en un tono molesto.


—¿Dónde estás?—Pregunté mientras me dirigía al baño.


—En el Club. Estoy jugando al tenis en diez minutos. —respondió.


Me tomaría treinta minutos ducharme y tomar un poco de café. —Mi casa, treinta minutos. —dije, y colgué, sin esperar a que discutiera. Sabía que no debía hacerme enojar, y no tenía duda de que sabía exactamente de qué se trataba.


Me aseguraré de que mi hermana deje tranquila a Paula


Luego conseguiré un teléfono para Paula. Necesitaba un maldito teléfono. Quería asegurarme de que estaba bien
cuando no sabía dónde estaba.


Y cocinaría para ella. Quería verla comer. Quería darle de comer.


Compensar lo mal que jodí las cosas antes.


Además, no la quiero durmiendo en esa habitación esta noche. La quería en la mía.