domingo, 30 de noviembre de 2014

CAPITULO 146





Daniela contrató a un organizador de fiestas. Me puse de pie en la parte superior de la escalera y vi cómo el equipo de decoración acarreó rosas blancas desde un camión de carga. ¿Creyó que se trataba de su boda? ¿Qué demonios?


—No quiero saber lo que esta fiesta te está costando. Aquí —dijo Fede, mientras caminaba detrás de mí y puso un vaso en mi mano que olía y parecía whisky—, bébelo. Lo vas a necesitar.


Tomé un largo trago y dejé que la suavidad del licor cubriera mi garganta. No era fácil el hecho de que estuviera a punto enfrentarme con todos los amigos de Daniela.


Normalmente, cuando tenía fiestas aquí, limitaba las personas que podía invitar. Esta noche no le puse ningún límite. Tenía miedo. Era probable que toda Rosemary Beach
apareciera.


—Veo que la princesa ha ordenado rosas —dijo Fede, divertido, mientras se apoyaba contra la barandilla y veía la actividad de abajo.


—Parece que sí —dije. Todavía estaba enojado con él por hablar con Paula de mí.


Sabía que no le diría nada que ella no necesitara saber, pero todavía me molestaba.


—¿Has invitado a Paula? —preguntó Fede, intentando sonar casual.


—¿Esperabas que la hiciera ocultarse debajo de las escaleras toda la noche? — contesté. Porque, sinceramente, pensé en ello. Invitarla a esta maldita cosa sólo significaba que tenía que seguirla de cerca. Los chicos estarían todos sobre ella, y las chicas serían crueles. Necesitaría la protección de ambos.


—Bueno, no estaba seguro. Esta es la fiesta de Daniela—me recordó, como si necesitara que me lo recordaran.


—Esta es mi casa —dije, lanzándole una mirada molesta.
Fede rio y negó con la cabeza. —Maldición. Nunca pensé que te vería poner a otra persona antes de Daniela.


—No —advertí—, no vayas allí. Sólo estoy siendo amable. Nada más.


Fede arqueó una ceja, sabiendo que me molestaba. —¿En serio?


Golpeé mi vaso sobre la barandilla y regresé a mi habitación. No estaba de humor para ver más de esto o escuchar a Fede. Iba a ser una larga noche.



***


Por la forma en que lucía mi casa cuando los decoradores terminaron, uno podía pensar que Daniela era hija de la realeza. Me movía a través de las habitaciones, manteniendo mis ojos en la cocina y, cuando podía, en la puerta de la bodega. El resto del día, no vi he visto a Paula, pero sabía que estaba aquí. La observé, mientras estuvo acostada en la playa mucho después de que la dejé. La miré bañarse en el mar y luego dar un paseo. Diablos, incluso la vi leer un libro.


Cuando por fin recogió su toalla y se dirigió de nuevo a la casa, me levanté de mi posición relajada en el sofá frente a los ventanales y fui a prepararme para esta noche.


Quería asegurarme de estar allí cuando saliera de su habitación para la fiesta.


La fiesta estaba llena, y la música era cada vez más fuerte.


 Aún sin señales de Paula. Me pregunté si tenía miedo de salir a esto. ¿Debía dejar que se quedara escondida en su habitación de manera segura? ¿O necesitaba ir a buscarla?


—Mantendré mis ojos en la puerta de la despensa mientras tú vas afuera y consigues que ese surfista rubio se aparte de la maldita barandilla antes de que caiga y muera —dijo Fede en mi oído, antes de empujarme hacia el balcón.


Malditos universitarios borrachos.


Salí y encontré a Jose bajando al tipo del borde. —Viejo, ve a beber un poco de café —dijo Jose, con disgusto, y le dio una palmada con fuerza en la espalda.


—¿Lo conoces? —pregunté.


Jose negó con la cabeza. —No. Sólo no tenía ganas de ver morir a alguien esta noche —respondió, antes de tomar un trago de cerveza.


—Gracias —dije.


Anya se acercó y envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Jose, sonriéndome. Parecía que consiguió seguir adelante. Bien por ella.


—Anya —dije, asintiendo un saludo en su dirección.


—Pedro —respondió con una sonrisa burlona.


—Y yo soy Jose —dijo él en voz alta sobre el ruido—. Por mucho que ame la diversión y la incomodidad, creo que vamos a ir a un pequeño paseo por la playa — dijo, antes de guiar a Anya hacia las escaleras que conducían a la arena.


Me dirigí al interior, hacia la cocina. Iba a sacar a Paula fuera de ese maldito cuarto. No necesitaba quedarse allí toda la noche.


—Ella ya salió —dijo Fede, caminando a mi lado—, Antonio la tiene en el vestíbulo.


—¿Antonio?


—Sí, viejo. Kerrington. A esta altura, seguro la ha descubierto en el campo de golf. Él juega mucho jodido golf.


Empujé a las personas delante de mí y me dirigí al vestíbulo.


La tímida sonrisa en la cara de Paula, mirando a Antonio mientras la llevaba a la sala me paró en seco. Alguien me hablaba, pero no podía concentrarme en lo que me decían. El rubor en las mejillas de Paula tenía toda mi atención. La mano de Antonio la tocó de nuevo de una manera posesiva, lo cual me molestó. ¿Qué tan bien conocía ella a Antonio? ¿Había perdido esto por completo? Paula le dijo algo a Antonio, y él se detuvo para mirarla. Discutían sobre algo. 


Luego se inclinó hacia ella, y mi fastidio al instante se transformó en enojo.


Los ojos de Paula se movieron y se encontraron con los míos. Se abrieron por la sorpresa, como si ella no esperaba verme en mi propia casa. Entonces se alejó de Antonio
y le habló con rapidez mientras ponía más distancia entre ellos. Le decía algo, pero él parecía divertido y dispuesto a decir lo que necesitaba para conseguir que ella se quedara.


Sabía exactamente el tipo de persona que era Antonio, porque era igual que yo.


No iba a dejar que la tocara. Él la veía como una conquista, y lo mataría antes de permitir que la use. La idea de Paula haciendo cualquier cosa con Antonio me erizó la piel. 


Empecé a moverme. No me detuve a pensar en ello, y no me importó una mierda si mi hermana me veía.


—No hay nada sobre ti que sea indeseado. Ni siquiera Pedro es tan jodidamente ciego —decía Antonio mientras se le acercaba. Ella trataba de alejarse.


—Ven aquí, Paula —dije, extendiendo la mano para tomar su brazo y tirar de ella hacia mí. Antonio necesitaba entender que estaba conmigo. La protegía. Él debía mirar a otro lado—. No esperaba que vinieras esta noche —le dije al oído. Si hubiera sabido que iba a salir de esa habitación luciendo tan bien como para querer devorarla, habría custodiado la maldita puerta.


—Lo siento. Pensé que dijiste que podía venir —susurró, su cara se puso roja brillante. No tenía intención de avergonzarla. Me malentendía.


—No esperé que te aparecieras vestida así —expliqué, manteniendo los ojos fijos en Antonio. No quería hacer esto en frente de ella, pero si él me presionaba, yo lo haría.


El pequeño vestido rojo se aferraba a Paula en formas que deberían ser jodidamente ilegales. ¿No tenía un espejo en esa habitación? Diablos, no podía recordarlo.


Paula de repente liberó su brazo y comenzó a moverse hacia la cocina.


—¿Cuál es tu jodido problema, hombre? —preguntó Antonio, mirándome y haciendo un movimiento para ir tras ella.


—Está fuera tus límites —advertí, adelantándome para cerrarle el paso—. Necesitas mantenerte lo más lejos posible de ella.


La furiosa mirada de Antonio se calentó cuando me miró. —¿Decides reclamarla ahora? Un familiar trabajando en el club es bajo, incluso para ti, Pedro.


Di un paso hacia él. —No te metas en esto, y mantente alejado de ella. Esa es la única advertencia —dije, antes de alejarme para buscar a Paula.


Fede se encontró conmigo en el pasillo. —Está herida. Ve a solucionarlo —dijo, lanzándome una mirada molesta mientras caminaba delante de mí y volvía a la fiesta.


¿Por qué estaba herida? ¿Qué había hecho salvo impedir que Antonio la utilice?


Ignoré a dos personas y sacudí la cabeza a Daniela cuando venía hacia mí. No quería tratar con ella ahora.


—¿Estás yendo allí? —siseó furiosa conmigo.


—Ve a disfrutar de tu costosa fiesta, hermanita. —Abrí la puerta de la bodega y la cerré detrás de mí, bloqueándola. 


No quería a alguien siguiéndome allí dentro.


No llamé a su puerta. Sabía que no iba a abrirla. En su lugar la abrí y la miré mientras estaba de pie, tratando de desabrochar su vestido. Dejó caer sus manos a los costados mientras me miraba, luego dio un paso atrás, chocando con la cama y sentándose. No había mucho espacio para moverse, y eso me hizo enojar. ¿Cómo podía vivir en este pequeño espacio? Entré y cerré la puerta.


—¿Cómo es que conoces a Antonio? —pregunté. La irritación en mi voz no fue intencional.


—Su padre es dueño del club de campo. Él juega golf. Yo sirvo las bebidas —dijo nerviosamente.


Ya sabía todo eso. Sólo quería asegurarme que era la única forma en que lo conocía. No podía soportar la idea de ella pasando tiempo con él. Con nadie. —¿Por qué usaste eso? —pregunté, mirando hacia el vestido que iba a protagonizar mis fantasías nocturnas.


Paula retrocedió, y sus ojos cambiaron rápido de nerviosos a acalorados. — Porque mi madre me lo compró para usarlo. Fui plantada y nunca tuve la oportunidad.
Esta noche me invitaste y yo quise encajar. Así que usé lo mejor que tenía. Lo siento si no fue lo suficientemente lindo. ¿Sabes qué? Me importa una mierda. Tú y tus arrogantes y malcriados amigos todo lo que necesitan es dejar de pensar en ustedes mismos al menos un minuto. —Entonces me empujó con la mano como si quisiera derribarme. Lo hizo con un poco de fuerza, aunque no me moví.


No me comprendió, para nada. Ella no entendió, y santo inferno, pensó que no era lo suficientemente buena. ¿Bromeaba? Estaba tan malditamente cerca de la perfección que dolía. Cerré los ojos con fuerza, tratando de no mirarla. Tenía que alejarme. Esta habitación era tan pequeña. Y ella olía tan bien…


—¡Joder! —Maldije, antes de enterrar mis manos en su cabello y cubrir sus labios con los míos. Tuve que saborearla. No pude controlarme. Estábamos solos y demasiado cerca, y olía como el cielo.


Esperaba que Paula peleara conmigo, pero se fundió fácilmente en mí. Tomé lo que pude cuando aún estaba demasiado conmocionada para abofetearme. Su boca se
movió debajo de la mía, y lamí la curva de su labio inferior.


 —He deseado probar este dulce labio carnoso desde que entraste en mi sala —dije antes de tomar más. Deslicé mi
lengua entre sus labios, y ella los abrió para mí. Cada oscuro rincón era mejor que la miel. Podría emborracharme de su sabor.


Sus pequeñas manos agarraron mis hombros y los apretó. Yo quería más. La quería a ella. Su lengua empezó a moverse contra la mía. Luego mordió mi labio inferior. Santo infierno.


Agarré su cintura y la puse en la cama antes de cubrir su cuerpo con el mío. Más.


Necesitaba más. Más de Paula. Más de su olor. Más de su sabor. Más de los sonidos que hacía. Sólo jodidamente más.


Cuando coloqué mi evidente excitación entre sus piernas, ella gimió y echó la cabeza hacia atrás. Mi pulso se aceleró, y sentí mi control deslizarse aún más. Más.


—Dulce, muy dulce —susurré contra su boca, y me di cuenta de que estaba casi hecho. No sería capaz de parar. Y era dulce. Jodidamente demasiado dulce para esto.


Me separé de ella y retrocedí fuera de la cama, me quedé mirándola. El sexy vestido rojo estaba alrededor de su cintura, y el satén rosa de sus bragas estaba a la vista. La
humedad que las había oscurecido hizo rugir la sangre en mis venas—. Carajo. — Golpeé mi mano contra la pared para no volver a tomarla. Entonces abrí la puerta.


Tenía que respirar aire que no estuviera lleno de Paula. Su olor envolvía mi cuerpo.


Tenía que liberarme.


Ella era demasiado. La palabra más siguió golpeando en mi cabeza, recordándome lo dispuesta que había estado a dejarme probarla. A tocarla. Y madre de Dios, lo mojada que había estado. Cerré la despensa y me dirigí a la puerta que daba al exterior. Al aire fresco. Aire sin Paula. Joder. La quería. Más. Quería mucho más.

CAPITULO 145



La puerta de mi habitación se cerró de golpe y me senté en la cama, frotándome mi rostro para tratar de tapar la luz del sol.


—Se encuentra de vuelta en casa —anunció Fede.


—Gracias —murmuré. Le envié un mensaje a Fede anoche sobre la aparición de Tomas y pregunté si llevaría a Tomas a su casa antes de que fuera a trabajar por la mañana.


—La pequeña mierda es difícil. Intentó llevar a Paula a su casa. —Fede rio.


Al oír su nombre, dejé caer mi mano y lo miré. —¿Todavía se encuentra aquí? — pregunté.


Fede señaló con su cabeza hacia la ventana. —Ahí afuera. En un jodido bikini.Tal vez me quede aquí todo el día en lugar de ir a trabajar, si no te importa. Además, me debes una por llevar a Tomas a casa y lidiar con la bruja malvada.


Agarré mis pantalones de correr descartados y tiré de ellos rápido antes de caminar hacia la ventana.


Kilómetros y kilómetros de playa vacía se estiraban un poco más allá de mi jardín delantero. Paula yacía ahí fuera con los ojos cerrados y su rostro inclinado hacia la luz del sol.Sí...el trasero de Fede iba a ir a trabajar. No se quedaría aquí de brazos cruzados y la miraría todo el día.


—Se va a quemar —dijo Fede en un susurro silencioso, y aparté mi mirada de Paula para verlo mirándola justo con la misma reverencia que yo. A la mierda con eso.


—No mires —espeté y me alejé de la ventana.
Fede dejó salir una risa.  -¿Qué demonios significa “no mires”? 


Significa que no jodidamente mires. —Yo no…solo… recuerda quien es. Nos odiará, y se irá pronto. Así que no —No sabía que decía. Solo quería que dejara de mirarla. Se encontraba apenas cubierta, y toda su suave piel se hallaba justo ahí para cualquiera que observara. No quería que nadie la viera.


—No nos odiará, sólo a ti. Y a Daniela. Y a su padre. Pero yo no hice nada —dijo Grant.


Mis manos se cerraron en puños a mis costados, cerré mis ojos y respiré profundo. Lo hacía a propósito. Quería ver si reaccionaba con ella. Trataba de hacerme enojar. —¿No tienes trabajo que hacer? —pregunté con calma.


Fede miró de nuevo a la ventana y se encogió de hombros. —Amigo, trabajo para mi padre. Soy el jefe. Puedo faltar cuando una emergencia aparece. Además, ¿no celebramos el cumpleaños de Daniela esta noche?


Me provocaba. Recordándome eso, caminé hacia el armario y encontré un par de shorts. Iba a salir ahí afuera. Ella podría no tener bloqueador solar, y lo necesitaba. Su piel se quemaría. Y la odiaría por quemar su piel.


—¿Vas a ir a nadar? —preguntó Fede burlonamente.


No lo miré de nuevo. —Vete a trabajar, Fede. La fiesta de Daniela es esta noche — respondí, y golpeé la puerta del baño detrás de mí. Me olvidé que le daría una fiesta a Daniela por su cumpleaños esta noche. Paula me hacía olvidar de todo.


—Juegas con fuego, hombre. ¡Unas masivas llamaradas de comerán! Deberías dejarme tenerla. Esto no va a ser bonito —gritó lo suficientemente fuerte para que lo pudiera oír a través de la puerta.


—No sabes sobre qué demonios hablas. Nadie la tiene. Se irá pronto —grité en respuesta.


La risa de Fede se desvaneció mientras dejaba mi habitación. Tenía razón. Esto era fuego, y yo no era capaz de alejarme. Me seguía acercando, sabiendo que me consumiría si no era cuidadoso.




No pensé lo que hacía. Solo me cambié y me dirigí afuera para comprobarla. — Por favor, dime que te aplicaste bloqueador solar —dije entretanto me sentaba en la arena a su lado.


Se cubrió los ojos del sol antes de abrirlos y mirarme. No respondió. ¿La desperté?


—Estás usando bloqueador solar, ¿o no? —pregunté.


Asintió y se sentó en la pequeña toalla de baño que usaba. 


Su cuerpo me distraía como el infierno.


—Bien. Odiaría ver que esa suave y cremosa piel se tornara rosa —respondí antes de que pudiera detenerme.


—Yo, uh, me puse un poco antes de venir aquí.


De verdad debería apartar la mirada de ella, pero parecía imposible en ese momento. Las cimas de sus pechos se encontraban ahí, sobresaliendo de la parte superior de su bikini. Si fuera cualquier otra persona, no tendría problema en estirarme y tirar el pequeño pedazo de tela hacia abajo hasta que pudiera ver sus pezones. Luego haría…¡no! Maldita sea. Necesitaba concentrarme en otra cosa.


—¿No te toca trabajar hoy? —pregunté.


—Es mi día libre.



—¿Cómo va el trabajo?


Esta vez, no respondió de inmediato. La miré mientras me miraba. No prestaba tanta atención a mis palabras como estudiaba mi cara. Me gustaba eso. Jodidamente mucho. —Um, ¿Qué? —preguntó mientras su cara se volvía ligeramente rosa.


—¿Cómo te está yendo en el trabajo? —pregunté de nuevo. No era capaz de mantener la diversión fuera de mi voz.


Se sentó derecha y trató de lucir menos interesada en mí. —Va bien. Me gusta.


Los chicos quienes sin duda le coqueteaban y le daban ridículas propinas me irritaban. —Apuesto a que sí —dije.


—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó.


Dejé que mi mirada bajara por su cuerpo lentamente. —Sabes cómo te ves, Paula.Por no mencionar tu maldita sonrisa dulce. Los golfistas te están dando buenas propinas.


No se enojó o me abofeteó. En cambio, lució sorprendida. 


Volví mi atención hacia el agua. No necesité mirarla. Me distraía. Me olvidaba de todo lo demás cuando me centraba en ella. Recordar porque se encontraba aquí y que yo tenía en mi mano su dolor debió haber hecho bastante fácil mantenerme concentrado. Pero me hizo olvidar de todo. Una batida de sus pestañas y estaba perdido.


Fui tan estúpido en ese entonces. Preguntar porque Miguel estuvo tan dispuesto a dejar a su familia de dieciséis años por una hija que ignoró por incluso más tiempo habría tenido sentido. Pero no le pregunté. Estuve agradecido cuando apareció. Pero el imbécil dejó una familia rota atrás. 


Una joven niña sola para cuidar a su mamá.


—¿Cuánto hace que tu mamá murió? —le pregunté. Repentinamente necesité saber por cuanto tiempo estuvo luchando sola. No era como si pudiera arreglarlo ahora.


Solo quería saber.


—Hace treinta y seis días —murmuró.


Maldición. Perdió a su mamá hace un poco más que un mes atrás. Ni siquiera tuvo la oportunidad de llorar. —¿Tu papá sabía que ella estaba enferma? —pregunté.


Lo mataría. Alguien necesitaba hacerle pagar al bastardo. 


Dañaba cada cosa que tocaba.


—Sí. Él sabía. Además, lo llamé el día en que ella murió. No me respondió. Le dejé un mensaje.


Nunca odié a alguien de la forma en que odiaba a Miguel Chaves en ese momento. — ¿Lo odias? —pregunté. 


Debería. Demonios, yo lo odiaba lo suficiente por nosotros dos.


Cuando golpee su cara, lo haría por ella. Por su madre. Y no estaba seguro que sería capaz de parar.


—A veces —dijo.


No esperaba la verdad. Admitir que odiabas a tu papá no podía ser fácil. Incapaz de detenerme, me estiré y deslicé mi dedo meñique alrededor del suyo. No podía sostener su mano. Eso era demasiado. Demasiado íntimo. Pero tenía que hacer algo.


Necesitaba cierta reconfirmación de que no se encontraba sola. Incluso si yo era la última persona en el mundo que merecía estar ahí para ella, iba a ser esa persona. Solo tenía que encontrar la manera de hacerlo y arreglar el infierno que creé.


—Habrá una fiesta esta noche. Es de Daniela, el cumpleaños de mi hermana.Siempre le doy una fiesta. Puede que no sea tu lugar pero estás invitada a asistir si así lo quieres.


—¿Tienes una hermana?


Pensaba que ya lo sabía, pero cuando pensé en la noche que Paula llegó, me di cuenta que Daniela mantuvo su distancia y en realidad no conoció a Paula.


—Sí —respondí.


—Fede dijo que eras hijo único —dijo, mirándome detenidamente.


Federico le habló sobre mí. Él no necesitaba explicarle nada a ella. Quería protegerla de la verdad. Moví mi mano lejos de la suya. —Federico no debería contarte mis asuntos.
No importa que tan condenadamente mal quiera entrar en tus bragas —dije, antes de girarme y volver de nuevo a la casa. ¿Por qué deje que eso me afectara? Maldita sea.