jueves, 9 de enero de 2014

CAPITULO 106



Pedro

Mateo estaba sin camisa y balanceando sus brazos tatuados con un cigarrillo entre sus dedos y una botella de ron en la otra mano. 
¿Cuál bendita mierda es tu problema? Demonios, tienes asuntos maternales entonces ve a hacerte la perra con la hija de puta de Georgina. ¿Por qué soy yo el único que está lidiando con esta loca mierda? —le estaba gritando Mateo a
Daniela cuando entré en la sala de juegos. 
Un par de bragas de encaje negro yacían en la mesa de billar, pero la mujer que las había dejado unas horas antes no estaba a la vista. Pequeños milagros.
—¡Pedro! ¿Lo oyes? Él no se preocupa por mí. No le importa haberme ignorado la mayor parte de mi vida y, ¿sabes que tiene una hija? Una perra estirada que ni siquiera me mira —seguía gritando Daniela.
Me acerqué a ella y le agarré ambas manos. 
—Respira hondo varias veces,Dani. Tienes que calmarte para que todos podamos hablar. El que grites no va a
arreglar la mierda.
Ella me miró de mala gana, pero hizo lo que le dije. Esperé hasta que inhaló dos veces antes de apretar sus manos. 
—Bien. Ahora, ve a sentarte en ese sofá y no hables. Déjame hablar a mí. ¿De acuerdo?
Frunció el ceño, pero asintió con la cabeza y caminó al sofá desmontable de cuero blanco que definía dos de las cuatro paredes de esta habitación. 
Una vez que estuvo sentada, me di la vuelta para mirar a Mateo. Él estaba tomando otro largo trago de ron. El hombre tenía que dejar de beber, y comer algo. Se le podían ver las
costillas. 
Su fetiche con el cuero iba más allá de los muebles. Lo usaba, también.
Los pantalones que tenía, de esa tela, colgaban en sus caderas tatuadas.
—No puedo creer que lograras que se calle por un maldito minuto —murmuró Mateo y puso el cigarrillo de vuelta a sus labios.
Miré a Daniela y sacudí la cabeza. Eran demasiado parecidos. A ambos les gustaba tener la última palabra.
—Ella está molesta. Por favor, sólo cuida tus palabras y trata de recordar que es tu hija. La que abandonaste para vivir con la peor madre que un hijo podría tener. 
Ahora —miré a Daniela—. No puedes odiar a Carolina porque él decidió hacerse cargo de ella. Odiabas a Paula por las mismas razones. Ella nunca te hizo nada, pero la detestabas de todos modos. 
Sólo hay dos personas culpables por cómo terminaron las cosas. Mateo y mamá. Necesitas mantener tu aborrecible malicia dirigida hacia ellos. No a todo el que los rodea.
—Ella ha hecho que tú me odies. Nunca solías llamarme nombres hirientes.La odio porque te alejó de mí. Puedo culparla. Ella tomó a la única familia que tenía y que me amó. Todo lo que haces ahora es corregirme y controlarme. Ni siquiera me has llamado desde que dejé el hospital —escupió y se levantó—. Me harté de tratar de hacer que todos me amen. No debería haberme esforzado tanto.
¡Espero que todos estén contentos! —Salió corriendo de la habitación y sus tacones hicieron clic bajo el pasillo y las escaleras. No estaba seguro de si estaba realmente
marchándose o iba a empezar una pelea y ver quién la seguiría. 
Yo ya la había seguido por mucho tiempo. Había ayudado a hacerla de esta manera.
—Mierda. Te necesité por aquí todo el tiempo. Puedes deshacerte de ella sin ningún problema. Maldita sea, eso fue fácil —dijo Mateo mientras se hundía en el sofá y levantaba los pies, cruzándolos en los tobillos. Su mano todavía agarraba el ron y el cigarrillo aún colgaba de su boca—. Siéntate y háblame de esa chica que no he conocido aún. Saliste corriendo de aquí cuando Princesa dejó caer su camisa.
El nombre de la mujer no era Princesa. Así era como él llamaba a todas las mujeres que follaba. 
Me dijo cuando era más joven que si las llamaba a todas de la misma manera, cuando disparara mi carga no estaría atrapado gimiendo el nombre equivocado. Yo pensaba que era un genio en ese entonces. Quizá estaba en la categoría de artista, pero con las mujeres era un idiota. Era un milagro que todavía tuviera polla. La había metido en tantos lugares que solía preocuparme de que fuera a caerse.
—Princesa tenía un fino coño, también. Deberías haberlo visto. Todo rosa y depilado. Creo que incluso se aceitó esa cosa para mí.
—No quiero oír hablar de ello.  No es por eso que 
estoy aquí —le interrumpí antes de que pudiera seguir.
Mateo se rió y tomó un trago de su botella. 
—Chupaba como una maldita aspiradora, también —dijo.
—Papi, por favor. No necesito las imágenes mentales que van junto con eso.—La voz de Carolina me hizo girar la cabeza para buscar a Paula. Estaba de pie junto a Carolina con un vestido azul pálido y blanco, a rayas y de mangas largas. 
El escote sumergido demasiado bajo, mostrando sus pechos que estaban volviéndose cada vez mejores con el embarazo. También llegaba varios centímetros por encima de la rodilla y estaba descalza.
—Bien, que me condenen, ella es el más apetitoso bocado. Te ofrezco mi regazo, cariño, pero creo que tu hombre me podría castrar si te tengo demasiado cerca.
—Haría más que eso —gruñí, lanzando una mirada de advertencia a Mateo antes de caminar hacia Paula.
—Nunca enviaste comida, así que vinimos aquí en busca de algo. Todo estaba tranquilo en la casa, así que pensé que Daniela se había ido —explicó Carolina.
Mierda. Me había olvidado de la comida. —Lo siento, nena. Daniela estaba gritando y lo olvidé. Vamos, déjame alimentarte.
—Ya tengo al nuevo cocinero, el señor Branders, preparándonos un poco de ensalada de pollo —respondió Carolina.
Paula apretó mi brazo. —Estoy bien. Deja de verte tan preocupado.
Tratar con mi familia no era lo que necesitaba en estos momentos. Tenía que cuidar a Paula y a nuestro bebé. 
¿Por qué había accedido a venir aquí? Paula no
pertenecía a este estilo de vida. El olor al humo del cigarrillo encontró mi nariz y giré a Paula y la dirigí hacia la puerta. 
—Vamos a salir de aquí. Él está fumando —le expliqué.
—¿Realmente estás haciéndola salir porque estoy fumando? —preguntó Mateo con un tono divertido.
Ni siquiera le respondí. Sólo seguí llevando a Paula a la puerta. Estaba tentado en decirle que no respirara hasta que pudiera conseguirle aire fresco. 
Tenía que conseguir enderezar esta mierda de Daniela, y rápido. Paula necesitaba el aire fresco y limpio de Rosemary, y no este lugar infestado de nicotina.
—Déjalo en paz —regañó Caro a Mateo suavemente.
—Luca no me estaba jodiendo. El chico se ha ido y le ha salido un coño —gritó Mateo con una carcajada.
Apreté los dientes y seguí llevando a Paula hacia la cocina.
—Él suena interesante. Nunca fui presentada adecuadamente —dijo Paula.
—No quieres que te lo presente. No es alguien a quien quiera cerca de ti.
Paula me miró y frunció el ceño. —¿Por qué?
—Porque no tiene modales. Ninguno. En absoluto. Y los límites son un lenguaje extraño para él. Las mujeres se le lanzan y las folla, y luego pasa a la siguiente. No quiero que te mire.
—Realmente me gustaría poder confirmarle que, de hecho, tienes un pene. Un muy grande y bonito pene —susurró Paula.
Hice una mueca. —Por favor, sólo llámalo grande. No lo llames bonito.
Lastimas sus sentimientos.
Paula se rió y se apresuró delante de mí.

CAPITULO 105




Paula




La boca de Pedro dejaba besos en mi cuello mientras la ducha de aerosol caía sobre nuestras cabezas como si estuviera lloviendo. 
Yo quería uno de estos cabezales de ducha en nuestra casa. Las dos manos de Pedro se deslizaron por mi cintura y cubrieron mi estómago. 
Tenía dificultades para mantener sus manos alejadas de mi vientre, ya que había sentido el golpe del bebé. Era como si necesitara hacer valer su pretensión regularmente. Si no fuera tan malditamente lindo cuando se trataba de protegerme, me pondría nerviosa.
Antes de que pudiera disfrutar plenamente de tener a Pedro abrazándome por completo y sus manos 
sobre mí, el grito airado en tono alto, que sabía que
pertenecía a Daniela, nos detuvo. El cuerpo de Pedro se puso rígido detrás de mí.
—¿Daniela? —le pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Sí. Supongo que se enteró de que ya estaba aquí —respondió y presionó un beso más en mi cuello—. Termina de ducharte. Tengo que ir a hacerle frente a esto. Ella y mi padre no se llevan muy bien.
Asentí con la cabeza y me quedé bajo el agua tibia mientras que él salía de la ducha y agarraba una de las grandes toallas mullidas blancas, dobladas sobre una mesa de pedestal de mármol. Quería ir con él, pero no me lo había pedido. Así que no lo haría. Estaba muy preocupado de que nadie me molestara.
La voz grave de un hombre comenzó a gritar en respuesta a los gritos de Daniela. ¿Quién era? Sólo había estado en la presencia de Luca un poco, pero no creía que el hombre se hubiera emocionado lo suficientemente como para levantar la voz. Apagué el agua, agarré una toalla y luego seguí a Pedro al dormitorio.
—¿Quién más está aquí? —le pregunté mientras se ponía un par de pantalones vaqueros para tapar su trasero desnudo y cogía una camiseta.
—Supongo que ese sería Mateo. Al parecer, están teniendo su reunión padre-hija —respondió en un tono frustrado.
Mateo. Yo sólo había visto imágenes del dios del rock. Pero él estaba aquí. En esta casa...
—Quédate aquí. Por eso hemos venido. Así podría hacerle frente a ella. Está levantando un infierno y Mateo no puede manejarla. Tan pronto como estén calmados y bajo control, podremos volver a Rosemary.
Asentí con la cabeza y sostuve la toalla con fuerza a mi alrededor. Pedro caminó hacia la puerta y luego se detuvo y se dio la vuelta.
Una sonrisa torcida tiró de sus labios y caminó hacia mí. 
Sus manos se deslizaron en mi cabello húmedo y ahuecó mi cara mientras me miraba. 
—Sólo quiero estar aquí contigo —susurró antes de bajar su boca a la mía.
Agarré sus dos brazos y me aferré a él cuando su boca rozó suavemente la mía antes de darle un pequeño lametón de mi labio inferior. Abrí la boca para que pudiera probar más, cuando otro grito agudo salió de abajo. Pedro se echó hacia
atrás y suspiró. —Maldita familia de locos —murmuró.
—Ve a tratar con ello. Estaré bien aquí.
Un golpe en la puerta me sorprendió y tire de la toalla con fuerza contra mí.
Pedro se puso delante de mí para bloquear la vista de cualquiera.
—¡¿Qué?! —gritó.
Eché un vistazo alrededor de su espalda cuando la puerta se abrió lentamente. Estaba preparándome mentalmente para Daniela irrumpiendo en la habitación. En cambio, una chica de mi edad estaba en la puerta. Ella no se parecía
a nadie que hubiera imaginado que pudiera pertenecer a esta casa. Tenía el pelo largo y castaño, que le rozaba la cintura en rizos suaves y estaba partido al medio.
No tenía flequillo. Era toda alta y esbelta. Oscuras pestañas enmarcaban su sensual mirada, sus ojos eran color avellana, pero no llevaba ningún tipo de maquillaje.
Los cortos pantalones rectos le llegaban justo por encima de la rodilla, y llevaba una blusa de color rosa pálido de broche en el frente. Era simple y con clase.
—Hola, Caro —dijo Pedro, sorprendiéndome aún más—. Estaba en camino. La oigo.
Una perfectamente esculpida ceja se arqueó en la frente de la chica. —Tenía la esperanza de que pudiera ocultarme contigo. ¿De verdad vas a hacerle frente a eso?
El acento del sur de su voz me sobresaltó. ¿Quién era ella y por qué tenía acento del sur? Estábamos en Beverly Hills.
—Es por eso que estoy aquí. Para ayudar con la 
    situación —respondió Pedro.
La chica asintió con la cabeza y luego sus ojos se centraron en mí. —Tú debes de ser Paula.
—Sí —dije, mirando a Pedro.
Él me acercó más a su costado. —Paula, ésta es Carolina. Ella es la otra hija de Mateo. Carolina, ésta es mi prometida, Paula.
—Ya sé todo acerca de Paula, Luca me ha llenado de información ¿Te importa si me quedo aquí contigo? 
Daniela no es fanática mía, y me gusta estar lejos
de la gente enojada.
—Ella tiene que vestirse, y no estoy seguro de que…
—Sí, me encantaría. Voy a agarrar algo de mi maleta y ponérmelo. No tomará más de un minuto —le contesté, interrumpiendo a Pedro
Normalmente juzgaba bien el carácter de la gente, y me agradaba Carolina. Parecía casi tímida.
Era suave hablado y no había malicia en sus ojos. Tampoco hubo miradas lascivas hacia Pedro cuando lo observó. Esa era una gran ventaja para mí.
—¿Estás segura? Iba a traer algo de comida y…
—La comida suena maravilloso. Envía algo para Carolina también, por favor—le dije antes de que pudiera decir nada más.
La risa de Carolina me sobresaltó y me miró fijamente. 
—Lo siento. Es sólo que está siendo tan diferente al viejo Pedro. Es divertido verlo así.
Sip. Me gustaba. —Deja que me vista y ve tratar con Daniela antes de que venga a buscarte. No quiero verla justo ahora.
Eso pareció encajar en la determinación de Pedro de anclarme a la cama como una inválida. Él no quería a Daniela cerca de mí mientras estaba en ese estado
de ánimo, tampoco. Asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta.
Una vez fuera de la puerta, le hice señas a Carolina para que entrara. —Sólo voy a ir a ponerme algo de ropa. Ponte cómoda.
—Gracias. Nunca he estado en la habitación de Pedro antes. Me suelo quedar en la mía y leer. Pero cuando Luca me habló de ti, tuve curiosidad —admitió con una sonrisa tímida.
—Yo también siento curiosidad por ti. No sabía que Mateo tuviera otra hija.La que yo conozco no es muy agradable. No eres para nada como Daniela.
Carolina pareció triste por un momento. —Yo me crié de una forma muy diferente a Daniela. Mi abuela me hubiera curtido el pellejo si alguna vez hubiera actuado de la manera en que lo hace ella. No se me permitía ser exigente o lanzar
puños a medida que crecía. La abuela se aseguró de que estuviera bien atendida.
Yo creo que por eso a papá le gustaba venir a buscarme. No me metía en el medio cuando venía aquí. Me siento en mi habitación y leo libros, en su mayor parte.
Cuando tenía tiempo para mí, él venía a buscarme e íbamos a ver una película o a un parque de diversiones. Pero aparte de eso, mi vida estaba con mi abuela en Carolina del Sur.
Así que por eso tenía acento sureño. 
—Crecí en Alabama. Me preguntaba acerca de su acento —confesé.
Ella sonrió. —La mayoría de la gente lo hace. Nadie espera que la hija de Mateo sea una chica de campo.
Asentí con la cabeza, porque ella tenía razón. No lo hacían. Con un nombre como Carolina y un padre famoso, me imaginaba que sería una chica mimada y elitista. 
No era ninguna de esas cosas. Saqué un vestido de mi maleta. Llevaba vestidos con más frecuencia desde que mi estómago creció demasiado como para que pudiera ponerme mis pantalones vaqueros.
—Ya regreso —le dije y corrí al baño para vestirse.