miércoles, 11 de diciembre de 2013

CAPITULO 40








—Respira, Paula. Es solo un maldito baile —dijo Marcos. Inhalé. No me había dado cuenta de que había entrado en pánico. Es por eso que quería mantener mi distancia. Sabía que este día llegaría. ¿Mi padre estaría en casa hoy?
—¿A qué hora empieza? —Me las arreglé para preguntar sin modificar mi voz.
—A las siete, pero a las cinco cerrarán el comedor para que podamos prepararnos.
Asentí y puse el resto de la rosquilla sobre la mesa, no podía terminarla.
Hoy el tiempo no jugaba a mi favor. Sentía el teléfono en el bolsillo, pero no podía enviarle un mensaje a Pedro. No quería que me diera malas noticias por esa vía.
Sólo quedaba esperar.
—Paula, necesito verte un momento en mi oficina. —La voz de Antonio interrumpió mis pensamientos. Miré a Marcos y sus ojos se abrieron con preocupación. Genial. ¿Qué había hecho?
Me levanté y me giré hacia Antonio. No parecía enojado. Me sonrió y eso me dio el coraje que necesitaba para caminar hacia él. Sostuvo la puerta por mí y salí al pasillo.
—Relájate, Paula. No estás en problemas. Sólo tenemos que hablar de esta noche.
Oh. Uf. Inhalé y asentí, entonces lo seguí hacia la puerta al final del pasillo.
—No tengo nada glamoroso. Papá cree en hacer que me trabaje mi camino hacia la cima, incluso aunque algún día heredaré el club. —Antonio puso los ojos en
blanco mientras abría la puerta de la oficina y me invitaba a entrar. El cuarto era tan grande como mi habitación en casa de Pedro. Tenía dos largas ventanas panorámicas mirando hacia el hoyo dieciocho.

Caminó y se sentó en el borde de su escritorio en lugar de hacerlo detrás.
Aprecié su intento de no hacerlo muy formal. Eso me hubiera puesto nerviosa.
—El Baile de Debutantes es por la noche. Aquí es un evento anual. Convertimos a las zorritas ricas en adultas. Es un estúpido dolor en el trasero que hace ganar al club más de cincuenta millones de dólares con las cuotas, donaciones
y todo eso. Así que no podemos detener la tontería. Ni mi madre lo haría si pudiera. Ella también fue una debutante una vez y podría pensarse que la coronaron reina de Inglaterra si la oyeses hablar.
No me sentí mejor. Esa explicación lo empeoraba todo.
—Daniela ya tiene veintiuno, así que será una debutante. Miré la lista y Pedro será su escolta; es tradicional que el padre o el hermano mayor sean los escoltas.
Éste también debe ser miembro del club. No sé lo que pasa entre Pedro y tu, pero lo que sí sé es que Dani te odia. No necesito dramatismos esta noche. Pero a pesar de
todo, te necesito. Eres una de las mejores. La pregunta es: ¿puedes hacerlo sin una pelea? Porque Daniela hará lo posible por molestarte. Dependerá de ti ignorarla.
Puedes estar saliendo con uno de los miembros, pero eres parte del personal. Eso no cambia. Los miembros siempre tienen la razón. El club tomará partido por Daniela si comienza una pelea.
¿Qué esperaba? Esto no era el instituto. Todos éramos adultos. Podría ignorar a Daniela y a Pedro toda la noche si era necesario.
—Puedo hacerlo. No hay problema.
Antonio asintió energéticamente. —Bien, porque la paga es excelente y necesitas la experiencia.
—Puedo hacerlo —aseguré.
Él se levantó.
—Estoy confiando en que así sea. Puedes ayudar a Marcos con el desayuno.
Ahora probablemente está echando pestes de nosotros.


***


El resto del día pasó volando y estuve tan ocupada con los preparativos que no tuve tiempo de pensar en Daniela o en el regreso de mi padre. Ni en Pedro. Ahora estaba de pie en la cocina con todos los camareros. Llevaba un vestido blanco con negro y el cabello recogido en un moño. Comenzaba a tener mariposas en el estómago.

Era la primera vez que tenía que enfrentarme a las diferencias entre Pedro y yo. Su mundo contra el mío. Esta noche, colisionarían. Me había preparado para cualquier comentario que Daniela pudiera hacer sobre mí. Hasta había hablado con Marcos para que fuera mi amortiguador y evitara que me acercara a ella. Quería ver a Pedro, incluso hablar con él, pero presentía que sería recibida con muchos ceños fruncidos.
—Hora del espectáculo. Entremeses y bebidas, gente. Ya saben su trabajo. Vamos. —Darla dirigía la función tras bambalinas esta noche. Recogí mi bandeja con los Martini y me dirigí hacia la fila en la puerta. Todos salieron rápido y
recorrimos varios caminos a través de la muchedumbre. El mío era un semicírculo en el sentido de las agujas del reloj. A menos que viera a Dani, entonces me giraría contrarreloj y Marcos iría a favor. Era un buen plan. Sólo esperaba que funcionara.
La primera pareja hacia la que me dirigí ni siquiera se enteró de que existía mientras charlaban y bebían de la bandeja. Eso era fácil. Pasé por otros grupos, donde reconocí algunos hombres y mujeres del campo de golf. Sonreían y asentían cuando me reconocían, pero eso era todo.
A medio camino del salón, mi bandeja estaba vacía y tomé nota mental del punto en que me encontraba. Me apuré a la cocina por más copas, Elena me estaba esperando. Me puso unas cuantas copas de Martini en la bandeja y me ahuyentó.
Regresé a mi sitio, sólo deteniéndome dos veces para permitir que alguien tomara alguna copa de la bandeja. El señor Jenkins me llamó y agitó una mano, saludándome, le devolví la sonrisa. Jugaba dieciocho hoyos cada viernes y sábado.
Me impresionaba que un hombre de noventa y tantos años pudiera moverse tan bien. También venía a tomar café y dos huevos escalfados por las mañanas de lunes a viernes.
Mientras me giraba para sonreírle, mis ojos se trabaron con los de Pedro Había tratado con ahínco de no buscarlo, aun sabiendo que estaba aquí. Era la gran noche de Dani, Pedro no se la perdería. No había razón para hacerlo. Ella era cruel, pero era su hermana. A mí era a quien detestaba, no a él.
Su rostro parecía dolido y la pequeña sonrisa era forzada. Le sonreí de vuelta, intentando no pensar en su extraño saludo. Al menos me había mirado. No sabía qué esperar de él.

CAPITULO 39






—Creo que la palabra que estás buscando es épico —dije riendo mientras me inclinaba hacia atrás para poder verlo.
La ternura en sus ojos derritió mi corazón un poco más. 
—El sexo más épico conocido por el hombre —respondió y extendió su mano para meter mi cabello detrás de mis orejas—. Estoy arruinado. ¿Sabes eso? Me has arruinado.
Moví las caderas y pude sentirlo aun en mi interior. 
—Mmm, no, creo que todavía podrías funcionar.
—Dios, mujer, vas a tenerme duro y listo de nuevo. Tengo que limpiarte.
Tracé su labio inferior con la yema de mi dedo. —No voy a sangrar de nuevo. Ya lo hice.
Pedro colocó mi dedo en su boca y lo chupó con suavidad antes de dejarlo ir.
—No estaba usando un condón. Estoy limpio, sin embargo. Siempre uso condón y me chequeo con regularidad. —No estaba segura de cómo procesar esto. No había pensado en un condón—. Lo siento. Tú te desnudaste y mi cerebro se desprotegió.
Te prometo que estoy limpio. Negué con la cabeza. 
—No, está bien. Te creo. No pensé en eso, tampoco.
Pedro me empujó contra él. —Bueno, porque esto fue jodidamente increíble. Nunca lo sentí sin condón. Sabiendo que estaba en ti y sintiéndote desnuda me hizo de verdad endemoniadamente feliz. Te sentías increíble. Toda caliente,
húmeda y muy apretada.
Me sacudí contra él. Sus palabras sucias en mi oreja hacían que mi dolor despertara de nuevo. —Mmm —contesté mientras lo sentía crecer, duro, dentro de mí de nuevo.
—¿Estás en control de natalidad?
Nunca tuve una razón para hacerlo. Negué con la cabeza.
Gimió y movió las caderas hasta que estuvo fuera de mi. 
—No podemos hacer esto hasta que lo estés. Pero me tienes duro otra vez. —Llegó hasta entre mis piernas y pasó un dedo contra mi clítoris hinchado—. Tan sexy —murmuro. Deje que mi cabeza cayera y disfruté de su tacto suave.
—Pau, toma una ducha conmigo —pidió con voz tensa.
—Está bien —dije, mirando hacia él. Me ayudó a levantarme y luego me llevó a su enorme cuarto de baño.
—Te quiero en la ducha. Lo que hicimos fue el mejor sexo que he tenido en mi vida. Pero aquí va a ser más lento. Estoy cuidando de ti.

Dejar a Pedro en la cama esta mañana había sido duro. Estaba durmiendo tan plácidamente que no quise despertarlo. Me abstuve de besar su rostro antes de irme. Dormido parecía libre de toda preocupación. No me di cuenta de lo intenso y en guardia que se encontraba hasta
que lo vi dormir y parecer completamente en paz.
Abriendo la puerta del salón de empleados, me saludó el aroma de rosquillas frescas y un sonriente Marcos.
—Buenos días, nena —dijo tan alegre como siempre.
—Eso esta por verse… ¿vas a compartir esas rosquillas o no? Me alcanzó la caja. —Compré dos extra para ti, muñeca. Sabía que mi bombón rubio vendría a trabajar hoy y no quería estar con las manos vacías.
Me senté frente a él y alcancé mi rosquilla. —Si pensara que lo disfrutarías, te besaría —bromeé.
Marcos movió las cejas.
—¿Quién sabe, nena? Una cara como la tuya puede llevar a un hombre por el mal camino.
Riéndome, mordí la cálida y mullida ricura. No era saludable, pero estaba malditamente buena.
—Come, porque tenemos un larguísimo día por delante. El baile de debutantes es por la noche y no estaremos en el comedor. Todos seremos enviados al salón de baile y forzados a caminar con bandejas de comida para luego servirles en la cena.
¿Baile de debutantes? ¿Qué narices era eso?
—¿Es por eso que afuera hay tantas furgonetas con flores y decoraciones?

Marcos asintió y tomó otra rosquilla cubierta con chocolate.
—Sí. Tiene lugar todos los años durante esta semana. Las locas y ricas mamás pavonean a sus hijas y las presentan en sociedad. Después de esta noche, las chicas serán consideradas mujeres y tratadas como miembros adultos del club.
Pueden estar en comités y cosas así. Es una tontería, eso es lo que es.
Especialmente desde que Dani cumplió veintiuno hace un par de semanas. Eso significa que es estrenada en la jodida adultez.
Daniela era una debutante. Eso era interesante. Su madre no estaba aquí. ¿Eso quería decir que volvía? Mi corazón se aceleró… tendría que marcharme pronto.
Pedro no me había dicho que había cambiado algo sobre mi mudanza. Cuando me fuera, ¿todavía me vería?



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CAPITULO 38







Me saqué mi camisa y luego alcancé la suya. Levantó sus brazos para mí y saqué la camisa por su cabeza. Él hizo un rápido trabajo con mi sujetador y se había ido, con nada entre nosotros. Sus manos ahuecaron mis pechos mientras el pasaba el pulgar sobre cada cima dura. 
—Eres tan jodida e increíblemente hermosa. Por dentro y por fuera —susurro—. Por mucho que no lo merezco,
quiero estar enterrado en ti. No puedo esperar. Necesito estar tan cerca de ti como sea posible.
Me deslicé detrás de él y me levanté. Después de deslizar mis zapatos, me desabroché los pantalones cortos y los bajé junto con mi ropa interior y luego salí de ellos. Él se quedó ahí sentado, mirándome como si fuese la cosa más fascinante que jamás hubiese visto. Se sintió poderoso. La vergüenza que esperaba al estar de pie, desnuda frente a él, no estaba allí.
—Desnúdate —dije, mirando la erección presionando sus pantalones. Pensé que obtendría una risita divertida de él, pero no hubo ninguna. Se puso de pie, rápidamente salió de sus pantalones, y luego se dejó caer en el sofá jalándome hacia él.
—Ponte a horcajadas sobre mi —ordenó. Hice lo que me dijo—. Ahora — Trago saliva—, tranquilamente baja sobre mí. —. Me agarré a sus hombros y, poco a poco, bajé
mientras él manejaba todo lo demás.
—Tranquila, bebé. Lento y fácil. Vas a estar dolorida.
Asentí con la cabeza y me mordí el labio interior mientras la punta comenzaba a entrar en mí. Él movió la punta hacia atrás y adelante sobre mi abertura, burlándose. Le apreté los hombros y jadeé. Se sentía bien. Muy bien.
—Es todo. Te estás poniendo tan jodidamente húmeda. Dios, quiero probarlo —gruñó.
Ver la expresión animal en sus ojos tocó un interruptor en mí. Quería hacer que me recordara. Recordar esto. Sabía que nuestro tiempo era limitado y sabía que yo nunca lo olvidaría. Sin embargo, quería saber que cuando él se fuera, nunca me olvidara. No quería ser esa chica cuya virginidad sólo tomaba.
Inclinándome hacia delante, esperé hasta que él frotó la punta contra mi entrada. Luego, me dejé caer duro con un fuerte grito mientras me llenaba.

—MIERDA —gritó Pedro. No esperaba que se preocupara por mí. Lo iba a montar. Ahora entendí la terminología. Tenía el control de esto. Él empezó a abrir la boca para decir algo, pero lo paré metiendo mi lengua en su boca mientras
levantaba mis caderas y volvía a sentarme sobre el más fuertemente. La sensación del gemido y hundimiento de su cuerpo me aseguraron que estaba haciendo algo
bien.
Me aparté, para que así pudiera gritar mientras lo cabalgaba más rápido y más duro. La sensibilidad en mi interior estaba gritando con el estiramiento de mi entrada, pero era un dolor bueno.
—Paula, oh mierda santa, Paula —gruñó cuando sus manos agarraron mis caderas y se dejó a si mismo liberarse y disfrutar del paseo. Sus manos comenzaron a tomar el control. Me levantó y me golpeó sobre él de nuevo con embestidas duras y rápidas. Cada maldición y gemido que escapaba de él me hicieron sentir más salvaje. Necesitaba esto con él.
El orgasmo se estaba construyendo y supe al cabo de unos cuantos golpes más que iba a acabar sobre él. Quería que él se viniera, también. Comencé a mecerme en él y dejé salir los gritos que estaba tratando de controlar. 
—Me voy a venir —gemí mientras la sensación se construía.
—Joder bebe, tan bueno —gruñó y luego ambos caímos juntos. Su cuerpo resistió debajo de mi y luego se calmó. Mi nombre fue arrancado de sus labios al mismo tiempo que mi cuerpo llegaba a su clímax.
Cuando los temblores se hicieron más lentos y pude respirar de nuevo, envolví mis brazos alrededor de su cuello y colapsé sobre él.
Ambos brazos me abrazaron con fuerza mientras su respiración se volvía lenta. Me gustaba el sexo dulce que habíamos tenido la noche anterior, pero había algo que decir sobre follar. Sonreí para mis adentros ante la idea y me giré para besar su cuello.
—Nunca. Nunca en mi vida —jadeó, pasando su mano por mi espalda y ahuecando mi trasero con un suave apretón
—. Eso fue... Dios, Pau. No tengo palabras.
Sonreí contra su cuello y sabía que había hecho mi marca en este perfecto, herido, confuso y misterioso hombre.



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CAPITULO 37








Cubrí mi mano por el grito que brotó de mi cuando me di cuenta que no estaba sola. Estaba Pedro. Estaba sentado en mi cama, mirando por la ventana. Se puso de pie cuando cerré la puerta y caminó hacia mí.
—Hola —dijo él en voz suave.
—Hola—respondí, sin saber por qué estaba en mi habitación cuando tenía una casa llena de gente
—. ¿Qué estás haciendo aquí? Me dio una sonrisa torcida. —Esperándote. Pensé que era un poco obvio.
Sonriendo, agaché mi cabeza. Sus ojos podían ser demasiado a veces. 
Puedo verlo. Pero tienes invitados.
—No son mis invitados. Confía en mí, quería la casa vacía —dijo ahuecando el lado de mi cara con su mano—. Ven arriba conmigo. Por favor.

Él no tenía que mendigar. Iría con mucho gusto. Dejé caer mi bolso sobre la cama y entrelacé mi mano con la suya.
 —Muéstrame el camino.
Pedro apretó mi mano y nos dirigimos juntos a las escaleras.
Una vez que llegamos al escalón más alto, Pedro me tomó en sus brazos y me besó con fuerza. Tal vez yo era fácil, pero no me importaba. Lo había extrañado hoy. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y lo besé con toda la emoción,
produciendo dentro de mi algo que no terminaba de entender.
Cuando rompió el beso, ambos estábamos sin aliento.
 —Hablemos. Vamos a hablar primero. Quiero verte sonreír y reír. Quiero saber cuál era tu programa favorito cuando eras una niña, quién te hizo llorar en la escuela y de qué grupo de chicos colgabas carteles en tu pared. Luego, te quiero desnuda en mi cama de nuevo.
Sonriendo ante su extraña manera, pero adorable, de decirme que me quería para más que sexo conmigo, me acerqué al gran sofá seccional café que daba al mar en lugar de a un televisor.
—¿Sedienta? —preguntó Pedro, acercándose a un refrigerador de acero inoxidable que no me había tomado el tiempo para notar anoche. Un pequeño bar justo al lado de él.
—Algo de agua con hielo estaría bien —contesté.
Pedro fue a preparar bebidas y yo me giré para mirar hacia el océano.
—Rugrats era mi programa favorito, Agustin Gonsalez me hacía llorar por lo menos una vez a la semana, luego hizo llorar a Valeria y yo me enojé y lo lastimé.
Mi ataque favorito y de mayor éxito fue una patada en las bolas. Y vergonzosamente, The Backstreet Boys cubrían mis paredes.
Pedro se detuvo a mi lado y me dio un vaso de agua con hielo. Pude ver la indecisión en su rostro. Se sentó a mi lado. 
—¿Quién es Valeria?
Había mencionado a mi hermana sin pensar. Me sentía cómoda con Pedro.
Quería que me conociera. Tal vez si me abría sobre mis secretos, él compartiría los suyos. Incluso si no me podía compartir los de Daniela.
—Valeria era mi hermana gemela. Murió en un accidente de coche hace cinco años. Mi papá estaba conduciendo. Dos semanas después, él salió de nuestras vidas y nunca regresó. Mamá dijo que teníamos que perdonarlo porque él
no podía vivir con el hecho de haber estado conduciendo el auto que mató a Valeria. Siempre quise creerle. Incluso cuando no vino al funeral de mamá, quería poder creer que él no podía hacerle frente. Así que lo perdoné. Ya no lo odio ni dejo que la amargura y el odio me controle. Pero vine aquí y bueno… tú sabes.
Supongo que mamá estaba equivocada.
Pedro se inclinó hacia adelante y dejó el vaso sobre la mesa de madera rústica a lado del sofá y pasó su brazo detrás de mí. —No tenía idea de que tuvieras una hermana gemela —dijo casi con reverencia.
—Éramos idénticas. No podías distinguirnos. Tuvimos un montón de diversión con eso en la escuela y con chicos. Solo Facundo podía distinguirnos.
Pedro empezó a jugar con un mechón de mi pelo mientras ambos mirábamos el agua. —¿Cuánto tiempo se conocieron tus padres antes de casarse? —preguntó.
No era una pregunta que yo esperara.
—Fue una cosa del tipo de amor a primera vista. Mamá estaba visitando a una amiga suya en Atlanta. Papá había roto recientemente con su novia y se acercó una noche cuando mamá estaba en el apartamento con su amiga sola. Su amiga era un poco salvaje según lo que me dijo mamá. Papá miro a mamá y se hundió. No puedo culparlo. Mi madre era preciosa. Tenía mi color de cabello, pero tenía
grandes ojos verdes. Eran casi como joyas y ella era divertida. Eras feliz con solo estar cerca de ella. Nada la deprimía. Sonreía a través de todo. La única vez que la
vi llorar fue cuando me contó sobre Valeria. Cayó al suelo y lloró ese día. Me habría asustado si no me hubiera sentido de la misma manera. Fue como si una parte de mi alma fuera arrancada. —Me detuve. Mis ojos estaban ardiendo. Me dejé cerrar por la apertura. No me había abierto a nadie en años.
Pedro apoyó su frente en la parte superior de mi cabeza. 
—Lo siento mucho, Paula. No tenía idea.
Por primera vez desde que Valeria me había dejado, sentí como si ahí estuviera alguien para poder hablar. No tenía que contenerme. Me giré en sus brazos y encontré sus labios con los míos. Necesitaba esta cercanía. Recordaba el
dolor y ahora lo necesitaba para hacerlo desaparecer. Era tan bueno en hacer desaparecer todo excepto a él.
—Las amaba. Siempre las amare, pero ya estoy bien. Ellas están juntas. Se tienen entre sí —dije cuando sentí su renuencia a besarme de nuevo.
—¿Qué tienes tu? —preguntó con voz torturada.
—Me tengo a mi. Me di cuenta hace tres años cuando mi mamá se enfermó que mientras me aferrara a mi misma y no olvidara quien era, siempre iba a estar bien —contesté.
Pedro cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando los abrió, tenía una mirada de desesperación que me sobresaltó. —Te necesito. Ahora mismo. Déjame
amarte justo aquí, por favor.



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