miércoles, 22 de enero de 2014
CAPITULO EXTRA 2
Pedro
Paula? —llamé, cuando salí del bar para verla apoyada
contra el edificio. Tenía los brazos cruzados defensivamente sobre su pecho.
No estaba seguro de lo que había pasado allí, pero si el vaquero se había salido de la línea, iba a rasgar sus brazos.
—¿Sí? —respondió.
Hubo un momento de duda en su voz. ¿Estaba molesta conmigo?
—No te podía encontrar. ¿Por qué estás aquí afuera? No es seguro.
—Estoy bien. Vuelve adentro y continúa con tu sesión de besos en nuestra mesa. —Estaba enojada. Eso estaba claro. Pero ¿estaba celosa?
—¿Por qué estás aquí afuera? —pregunté lentamente, dando otro paso hacia ella.
—Porque quiero —replicó, disparando una furiosa mirada en mi dirección.
—La fiesta es adentro. ¿No era eso lo que querías? ¿Ir a un bar con hombres y bebidas? Te lo estás perdiendo aquí afuera. —Traté de aligerar el ambiente. La expresión de su rostro dijo que no funcionaba.
—Aléjate, Pedro —espetó. Bueno mierda, se enojó conmigo. ¿Por esa chica?
Di otro paso hacia ella. No podía ver lo suficiente claro en la oscuridad. —No. Quiero saber qué pasó.
Paula puso ambas manos sobre mi pecho y me empujó.
—¿Quieres saber qué pasó? TÚ pasaste, Pedro. Eso es lo que pasó. —Rayaba en un grito y luego se giró y empezó a caminar.
Extendí la mano y la agarré antes de que pudiera ir demasiado lejos. No la dejaría sola esta vez. Si estaba enojada conmigo, quería saber por qué.
—¿Qué significa eso, Paula? —pregunté, tirando de su espalda contra mi pecho.
Se retorció en mis brazos haciendo pequeños gruñidos frustrados.
—Déjame. Ir —exigió.
Ni lo sueñes. —No hasta que me digas cuál es tu problema —contesté.
Comenzó a retorcerse y a luchar contra mí más duro, pero la sostuve con bastante facilidad. No quería hacerle daño, pero necesitaba entender lo que estaba mal. O yo la había enojado o lo hizo ese tipo.
—No me gusta verte tocar a otras mujeres. Odio cuando otros hombres agarran mi culo. Quiero que seas tú quien me toca allí. Quien desea tocarme ahí. Pero no lo haces y tengo que lidiar con eso. Ahora, ¡déjame ir!
No esperaba eso. Ella tomó ventaja del hecho de que acababa de sorprender el infierno en mí y se soltó de mi abrazo y luego se echó a correr.
No estaba seguro de a dónde creía que iba sola en la oscuridad.
Quería que la tocara... allí. Mierda. Estaba hundido. No podía luchar contra esto. Lo necesitaba. Si quería salvarnos a ambos del dolor, me daría la vuelta y volvería a entrar. Pero, maldita sea, no podía encontrar la fuerza para luchar contra esta necesidad. Yo la quería.
La quería tan jodidamente mal que estaba dispuesto a hacer este trabajo. Negarme yo mismo era una cosa, pero negar a Paula era un tema totalmente distinto.
No pensé en ello. No pude. Sólo actué por instinto.
Fui tras ella.
Una vez que estaba lo suficientemente cerca del Range Rover, hice clic en el botón de desbloqueo. La tocaría esta noche. Ahora mismo. Justo jodidamente ahora. Y era la cosa más estúpida que podía hacer. Para los dos, pero me importaba una mierda. Tomaría lo que quería. Lo que ella quería.
—Entra o te meto yo —exigí. Sus ojos se agrandaron en shock y trepó rápidamente al asiento trasero. Su pequeño y dulce culo se hallaba atrapado en el aire y mi pene se endureció al instante. Dios, ¿por qué la quiero tanto? No debería hacer esto. Paula era la única persona que no podía tener. Era mi enemiga. Era enemiga de Dani. Pero... la había estado observando. No era como yo suponía.
Estaba tan dentro de mi piel que no podía ver bien.
Subí tras ella.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
No le respondí. La presioné contra el asiento y tomé otra probada. La inocencia vertiendo fuera de ella era embriagadora. Era pura. No sólo con su cuerpo sino con sus pensamientos. No era rencorosa. No buscaba venganza.
Confiaba en mí. Yo era el más grande imbécil del mundo.
Agarré sus caderas y la moví para que pudiera poner mis caderas entre sus piernas. Necesitaba la conexión.
La calidez. Paula no luchó contra mí, sino que hizo exactamente lo que le pedí. Quería reclamarla. Completamente. Pero estaba equivocado. Demasiado se interponía entre nosotros. Cosas que ella nunca perdonaría. Cosas que nunca entendería. Frenético, alcancé el dobladillo de su camisa.
—Quítatela —dije cuando la levanté por encima de su cabeza y luego la arrojé en el asiento delantero.
La suave y perfecta piel de sus pechos se asomaba fuera de la parte superior del sujetador de encaje que llevaba. Tenía que verlo todo.
Quería saborear todo—. Quiero que te quites todo, dulce Paula. —Alcancé el broche del sujetador y rápidamente lo desabroché, entonces deslicé el sujetador por sus brazos. Era hermosa. Sabía que lo seria. Pero viendo los pezones rosados duros contra su piel cremosa me di cuenta que no sería capaz de regresar.
—Esto es por lo que traté de mantenerme alejado. Esto, Paula. No voy a ser capaz de detenerlo. No ahora.
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