Pedro
Estaba anormalmente cálido para ser finales de noviembre. Me había puesto unos pantalones cortos y una camiseta para salir a disfrutar el calor del sol de California.
Paula todavía no había salido del cuarto. Si no se levantaba pronto iba a ir a conseguirle un nuevo plato de comida e iría alimentarla yo mismo. Estaba agradecido de que pudiera dormir, pero también necesitaba comer. Caro había dicho que no creía que Paula hubiese comido mucho en la cena de anoche. Debería haberme quedado con ella e ir tras Dani una vez que Paula se hubiera ido a la cama.
Si mi dramática hermana no fuera tan volátil, no estaría tratando de ayudarla. Simplemente no sería capaz de vivir conmigo mismo si la ignoro y algo le pasa.
Por más dolor en el trasero que fuese, ella seguía siendo mi hermana. Yo aún seguía viendo a la pequeña niña con coletas sonriéndome con la boca sin dientes. Ella había sido mía mientras crecíamos. Nadie más se había preocupado
por ella. Me era difícil olvidar eso.
—¿Dónde está esa chica tuya? —preguntó Mateo mientras se dirigía hacia el patio trasero donde había decidido esconderlo de Daniela.
—Está durmiendo —respondí, contento de ver que Mateo estaba fumando afuera en vez de adentro.
—Es tan linda. Me recuerda a mi Carolina —dijo antes de poner el cigarrillo que estaba sosteniendo entre sus labios.
—Sí. Es bastante perfecta —concordé.
—Necesitas protegerla un poco más de Daniela. Estaba derramando veneno sobre ella anoche. Tu chica lo manejó bien. Me quedé malditamente impresionado.
Pero necesitas cuidar mejor de ella —dijo arrastrando las palabras, entonces sacudió las cenizas de su cigarrillo antes de darse la vuelta y caminar de regreso a la casa.
Empecé a preguntarle de qué estaba hablando cuando Daniela salió disparada por la puerta llevando un bikini y un par de tacones de aguja.
—¿Que estás haciendo, chica? —le pregunto Mateo en un tono molesto.
—Yendo a tomar algo de sol. ¿Por qué? ¿Quieres acompañarme? ¿Tal vez hablar conmigo? —escupió Daniela con odio. Quería sacudirla y preguntarle por qué
tenía que ser tan malditamente difícil.
—No, quiero saber cuándo vas a sacar tu trasero fuera de mi casa. Sigues removiendo el drama. Carolina nunca va a salir de su maldita habitación. Es hora de ir a fastidiar a tu mamá por un tiempo y dejarme en paz. —Hice una mueca al
ver el dolor en los ojos de Dani. Maldita sea,Mateo era cruel.
—¿Por qué estoy tratando, siquiera? No quieres conocerme. No te importa conocerme. Tienes a Carolina y eso es todo lo que quieres. No soy nada para ti — gritó Daniela.
—Carolina no es una perra malvada, Daniela. Trata de ser un humano normal y podría querer conocerte. No me quedé con tu mamá por una razón, chica. Adivina cuál fue —gruñó, pasándola, y entró a la casa.
Los ojos de Daniela se veían vacios mientras permanecía allí mirando a la puerta. Diablos. Me puse de pie y me acerqué a ella. Ella me vio y movió su cabeza.
—No. No te quiero a ti tampoco. Tú también me odias.
La elegiste a ella. Todos eligen a alguien más. Nadie me quiere —sollozó Daniela y se dio la vuelta y echó a correr hacia la casa.
Me paré en la puerta y escuché cómo sus tacones pisaban ruidosamente el piso hasta que se desvanecieron. Tendría que ir y hablar con ella pero le iba a dar tiempo para calmarse. Necesitaba algo de tiempo a solas.
—Eso no sonó bien —dijo Paula, interrumpiendo en mis pensamientos. Me volví para verla bajando por las escaleras. Su largo cabello rubio estaba recogido y llevaba un traje de baño azul claro con un pareo transparente blanco que colgaba de su hombro y le llegaba a la mitad del muslo. Sus ojos parecían cansados pero lo que acababa de oír había causado un gesto de preocupación.
—Sí, fue brutal —respondí, acortando la distancia entre nosotros y tirando de ella antes de besar esos rellenos labios rosas. No me gustaba ver su ceño fruncido. Deslizó sus manos alrededor de mi cintura y abrió la boca para mí. Probé el sabor a menta de su pasta de dientes y disfruté de la calidez sedosa de su boca.
Movió sus labios sobre los míos y un suave gemido escapó de su boca.
Llevarla de regreso por las escaleras hacia el cuarto sonaba bien. Empezó a retroceder y miré sus ojos entrecerrados. Sonreía con satisfacción.
—Caro dijo que el día estaba cálido. Pensé en venir a tomar un poco de sol. He estado demasiado tiempo adentro —dijo.
Ella necesitaba aire fresco. —Creo que es una buena idea. ¿Por qué no te vas a acostar en una tumbona y te masajeo los pies?
Sus ojos brillaron con tanta emoción que casi reí. Últimamente le encantaba que le masajearan los pies. Sabía que era porque llevaba más peso con el bebé y no estaba acostumbrada a eso. —Suena maravilloso —concordó, y se apresuró a sentarse en el sillón más cercano.
Mi celular sonó en mi bolsillo y empecé a ignorarlo.
Paula me miró mientras me paraba sobre ella. —¿No vas a contestar? —preguntó.
Deslicé la mano a mi bolsillo y vi el número de Daniela en la pantalla. Debería ignorarlo. No podría ser bueno. Quería tiempo con Paula. Quería masajear sus pies y mirar las sexys caritas que hacía cuando lo hacía.
—Sólo atiende, Pedro. Si no lo haces te vas a preocupar luego —dijo.
Murmurando una maldición, di clic al botón de contestar y lo acerqué a mi oído. Antes de que pudiera decir hola, los sollozos de Daniela me saludaron.
—No vengas tras de mí. Te dije la otra noche que quería terminar con todo y lo hago. Esto es todo. Todos me odian, me cansé. Adiós, Pedro —grito en el teléfono antes de cortar la llamada.
—Mierda —gruñí, metiendo el teléfono en mi bolsillo. Tenía que ir tras ella.
Quería creer que Paula tenía razón y Daniela no se haría daño, pero no podía asumirlo.
—Está amenazando con suicidarse otra vez —dije, observando a Paula y la mirada de decepción en su cara. La estaba decepcionando. Odiaba eso. Desearía que nunca hubiéramos venido, pero entonces jamás sería capaz de perdonarme si algo le pasaba a Daniela.
—Adelante. Todo está bien. Te necesita, así que está actuando para tener tu atención —respondió Paula. Sus palabras tenían sentido. Probablemente tenía razón.
—No sabemos si realmente va a tratar de hacer algo. No puedo simplemente creer que es una amenaza vacía.
—Lo sé.
—Soy todo lo que tiene, Paula —solté, sin querer. No estaba enojado con Paula. Me enojaba que fuera tan malditamente comprensible, y no tenía que serlo.
Me enojaba que siguiera siendo puesta en espera por mi familia. Odiaba que simplemente me dejara ir todo el tiempo sin hacerme sentir culpable. Odiaba todo esto.
—Lo sé —respondió otra vez. Esta vez pude oír el dolor en su voz y me odiaba por ponerlo ahí.
—Lo siento, yo sólo…
—Solamente necesitas ir a checar a tu hermana. Lo entiendo —terminó Paula por mí. El duro tono en su voz me preocupó, pero no teníamos tiempo para manejar esto ahora. Cuanto más tiempo que me quedara aquí, peor se iba a poner esto. Iba a solucionar las cosas con ella después. También iba a amenazar a Daniela con meterla en un hospital mental hasta que parara de amenazar con herirse a sí misma. Luego regresaríamos a Rosemary. Quería recuperar mi vida.