domingo, 12 de enero de 2014

CAPITULO 112



Pedro

Estaba anormalmente cálido para ser finales de noviembre. Me había puesto unos pantalones cortos y una camiseta para salir a disfrutar el calor del sol de California.
Paula todavía no había salido del cuarto. Si no se levantaba pronto iba a ir a conseguirle un nuevo plato de comida e iría alimentarla yo mismo. Estaba agradecido de que pudiera dormir, pero también necesitaba comer. Caro había dicho que no creía que Paula hubiese comido mucho en la cena de anoche. Debería haberme quedado con ella e ir tras Dani una vez que Paula se hubiera ido a la cama.
Si mi dramática hermana no fuera tan volátil, no estaría tratando de  ayudarla. Simplemente no sería capaz de vivir conmigo mismo si la ignoro y algo le pasa. 
Por más dolor en el trasero que fuese, ella seguía siendo mi hermana. Yo aún seguía viendo a la pequeña niña con coletas sonriéndome con la boca sin dientes. Ella había sido mía mientras crecíamos. Nadie más se había preocupado
por ella. Me era difícil olvidar eso.
—¿Dónde está esa chica tuya? —preguntó Mateo mientras se dirigía hacia el patio trasero donde había decidido esconderlo de Daniela.
—Está durmiendo —respondí, contento de ver que Mateo estaba fumando afuera en vez de adentro.
—Es tan linda. Me recuerda a mi Carolina —dijo antes de poner el cigarrillo que estaba sosteniendo entre sus labios.
—Sí. Es bastante perfecta —concordé.
—Necesitas protegerla un poco más de Daniela. Estaba derramando veneno sobre ella anoche. Tu chica lo manejó bien. Me quedé malditamente impresionado.
Pero necesitas cuidar mejor de ella —dijo arrastrando las palabras, entonces sacudió las cenizas de su cigarrillo antes de darse la vuelta y caminar de regreso a la casa.
Empecé a preguntarle de qué estaba hablando cuando Daniela salió disparada por la puerta llevando un bikini y un par de tacones de aguja.
—¿Que estás haciendo, chica? —le pregunto Mateo en un tono molesto.
—Yendo a tomar algo de sol. ¿Por qué? ¿Quieres acompañarme? ¿Tal vez hablar conmigo? —escupió Daniela con odio. Quería sacudirla y preguntarle por qué
tenía que ser tan malditamente difícil.
—No, quiero saber cuándo vas a sacar tu trasero fuera de mi casa. Sigues removiendo el drama. Carolina nunca va a salir de su maldita habitación. Es hora de ir a fastidiar a tu mamá por un tiempo y dejarme en paz. —Hice una mueca al
ver el dolor en los ojos de Dani. Maldita sea,Mateo era cruel.
—¿Por qué estoy tratando, siquiera? No quieres conocerme. No te importa conocerme. Tienes a Carolina y eso es todo lo que quieres. No soy nada para ti — gritó Daniela.
—Carolina no es una perra malvada, Daniela. Trata de ser un humano normal y podría querer conocerte. No me quedé con tu mamá por una razón, chica. Adivina cuál fue —gruñó, pasándola, y entró a la casa.
Los ojos de Daniela se veían vacios mientras permanecía allí mirando a la puerta. Diablos. Me puse de pie y me acerqué a ella. Ella me vio y movió su cabeza.
—No. No te quiero a ti tampoco. Tú también me odias. 
La elegiste a ella. Todos eligen a alguien más. Nadie me quiere —sollozó Daniela y se dio la vuelta y echó a correr hacia la casa.
Me paré en la puerta y escuché cómo sus tacones pisaban ruidosamente el piso hasta que se desvanecieron. Tendría que ir y hablar con ella pero le iba a dar tiempo para calmarse. Necesitaba algo de tiempo a solas.
—Eso no sonó bien —dijo Paula, interrumpiendo en mis pensamientos. Me volví para verla bajando por las escaleras. Su largo cabello rubio estaba recogido y llevaba un traje de baño azul claro con un pareo transparente blanco que colgaba de su hombro y le llegaba a la mitad del muslo. Sus ojos parecían cansados pero lo que acababa de oír había causado un gesto de preocupación.
—Sí, fue brutal —respondí, acortando la distancia entre nosotros y tirando de ella antes de besar esos rellenos labios rosas. No me gustaba ver su ceño fruncido. Deslizó sus manos alrededor de mi cintura y abrió la boca para mí. Probé el sabor a menta de su pasta de dientes y disfruté de la calidez sedosa de su boca.
Movió sus labios sobre los míos y un suave gemido escapó de su boca.
Llevarla de regreso por las escaleras hacia el cuarto sonaba bien. Empezó a retroceder y miré sus ojos entrecerrados. Sonreía con satisfacción. 
—Caro dijo que el día estaba cálido. Pensé en venir a tomar un poco de sol. He estado demasiado tiempo adentro —dijo.
Ella necesitaba aire fresco. —Creo que es una buena idea. ¿Por qué no te vas a acostar en una tumbona y te masajeo los pies?
Sus ojos brillaron con tanta emoción que casi reí. Últimamente le encantaba que le masajearan los pies. Sabía que era porque llevaba más peso con el bebé y no estaba acostumbrada a eso. —Suena maravilloso —concordó, y se apresuró a sentarse en el sillón más cercano.
Mi celular sonó en mi bolsillo y empecé a ignorarlo. 
Paula me miró mientras me paraba sobre ella. —¿No vas a contestar? —preguntó.
Deslicé la mano a mi bolsillo y vi el número de Daniela en la pantalla. Debería ignorarlo. No podría ser bueno. Quería tiempo con Paula. Quería masajear sus pies y mirar las sexys caritas que hacía cuando lo hacía.
—Sólo atiende, Pedro. Si no lo haces te vas a preocupar luego —dijo.
Murmurando una maldición, di clic al botón de contestar y lo acerqué a mi oído. Antes de que pudiera decir hola, los sollozos de Daniela me saludaron.
—No vengas tras de mí. Te dije la otra noche que quería terminar con todo y lo hago. Esto es todo. Todos me odian, me cansé. Adiós, Pedro —grito en el teléfono antes de cortar la llamada.
—Mierda —gruñí, metiendo el teléfono en mi bolsillo. Tenía que ir tras ella.
Quería creer que Paula tenía razón y Daniela no se haría daño, pero no podía asumirlo.
—Está amenazando con suicidarse otra vez —dije, observando a Paula y la mirada de decepción en su cara. La estaba decepcionando. Odiaba eso. Desearía que nunca hubiéramos venido, pero entonces jamás sería capaz de perdonarme si algo le pasaba a Daniela.
—Adelante. Todo está bien. Te necesita, así que está actuando para tener tu atención —respondió Paula. Sus palabras tenían sentido. Probablemente tenía razón.
—No sabemos si realmente va a tratar de hacer algo. No puedo simplemente creer que es una amenaza vacía.
—Lo sé.
—Soy todo lo que tiene, Paula —solté, sin querer. No estaba enojado con Paula. Me enojaba que fuera tan malditamente comprensible, y no tenía que serlo.
Me enojaba que siguiera siendo puesta en espera por mi familia. Odiaba que simplemente me dejara ir todo el tiempo sin hacerme sentir culpable. Odiaba todo esto.
—Lo sé —respondió otra vez. Esta vez pude oír el dolor en su voz y me odiaba por ponerlo ahí.
—Lo siento, yo sólo…
—Solamente necesitas ir a checar a tu hermana. Lo entiendo —terminó Paula por mí. El duro tono en su voz me preocupó, pero no teníamos tiempo para manejar esto ahora. Cuanto más tiempo que me quedara aquí, peor se iba a poner esto. Iba a solucionar las cosas con ella después. También iba a amenazar a Daniela con meterla en un hospital mental hasta que parara de amenazar con herirse a sí misma. Luego regresaríamos a Rosemary. Quería recuperar mi vida.

CAPITULO 111



Paula




Intentaba con todas mis fuerzas de no sonar como un bebé, pero estaba enojada.
—Debí haberte llamado antes. Lo siento. Daniela comenzó a amenazar con quitarse la vida y entré en pánico. Me encontraba en modo de hermano mayor.
Siempre se encontraba en modo de hermano mayor con Daniela. Al venir aquí sabía que tendría que lidiar con mucho de Ella, pero estaba resultando ser más difícil de lo que había imaginado. Especialmente luego de la forma en la que me había tratado anoche. No creía ni por un segundo que se suicidaría.
—Te está manipulando. Odio verla manipulándote.
Pedro se levantó y pasó una mano por su pelo, caminando hacia la ventana.
No estaba de acuerdo conmigo. Podía darme cuenta por la manera tan tensa en la que tenía los hombros. Lucía a la defensiva. 
—Está molesta y dolida. Sé que en el pasado fue una perra contigo, pero en este momento, yo te necesito. ¿Podrías no
decirle cosas feas? ¿Por mí? En verdad estoy muy preocupado por su estabilidad mental en estos momentos.
¿Cosas feas? Yo no le había dicho nada a Daniela. ¿Acaso pensaba que lo haría?
—Yo fui la que dijo que debíamos venir. Entiendo que necesite tu ayuda. ¿Por qué crees que le diría cosas malas? —dije, levantándome.
Pedro dejó caer su cabeza hacia atrás, y cerró los ojos con fuerza, como si en verdad no quisiera estar teniendo esta conversación. Algo andaba mal.
—Sé lo que le dijiste en la mesa anoche. Ella me lo contó. Y sí, tienes todo el derecho de decirle esas cosas, pero en este momento, simplemente necesito que no lo hagas. Mientras más pronto pueda arreglar esto, más pronto regresaremos a Rosemary y abandonaremos esta pesadilla.
—¿Qué fue lo le que le dije anoche en la mesa? 
No entiendo lo que me estás diciendo —respondí, sintiendo un nudo en mi estómago. ¿Daniela estaba mintiendo
sobre mí? Ella era la que había dicho cosas feas en la mesa. No yo.
—Siente como que te burlaste de ella. Sólo… probablemente, lo mejor sería que no le hablaras.
Volví a sentarme sobre la cama y permití que por mi mente corrieran todas las conversaciones de anoche. ¿En qué sentido siente que me burlé de ella? Si fue ella quién me atacó.
Un suave toque en la puerta interrumpió lo que estaba a punto de decir, y Pedro dejó salir un gruñido de frustración antes de levantarse para ir a abrir.
—Lo siento. No quisiera interrumpirlos, pero Daniela está exigiendo saber cuál es la habitación de papá. No necesita despertarlo. Eso sería malo. —La suave voz de Carolina sonaba ansiosa.
—Mierda —murmuró Pedro. Me lanzó una mirada—. Lo lamento. Regresaré en unos minutos. Sólo regresa a la cama y descansa un poco. No permitiré que nadie más te perturbe.
Permití que las lágrimas cayeran una vez que la puerta se cerró. Cuando le había dicho que viniera a lidiar con Daniela, creí que esto sería más sencillo. Tenía la esperanza que después del accidente y de su comentario de querer ser parte de la vida del bebé, estaría un poco más manejable. Me equivoqué. Venir aquí había sido una mala idea.
Mi estómago se retorció y me congelé. Me senté quieta y esperé a que el bebé pateara y me asegurara de que todo se encontraba bien. Nada ocurrió.
Coloqué ambas manos sobre mi estómago y sentí otro retorcijón. Haciendo una mueca de dolor, intenté calmar mi corazón que estaba comenzando a acelerarse.
Algo andaba mal. Una ola de náuseas me golpeó de pronto, y me recosté hacia atrás y cerré los ojos. Tal vez me había levantando demasiado rápido esta mañana.
Necesitaba comenzar a ser más cuidadosa. Toda esa intensa tensión acumulada en esta casa comenzaba a afectarme.
Cerré los ojos y tomé varios respiros lentos y profundos. No volvieron más retorcijones, y sentí una suave patadita contra mi mano. Con ese poquito de alivio, comencé a quedarme dormida.

***
Cuando abrí los ojos, el sol se había movido y ahora brillaba con fuerza por las ventanas. Tenía que ser pasado el mediodía. Estiré la mano para buscar mi teléfono y ver la hora. Era la una. Debía haber estado más agotada de lo que pensé.
Rodé para levantarme y una bandeja de comida se encontraba sobre una mesita al lado de la cama. Envolví la sábana a mí alrededor y fui hacia ella. 
Sonreí al recoger la pequeña notita con la letra de Pedro en ella.
Lamento lo de esta mañana. Estabas agotada y me descargué contigo. Nada de esto
es tu culpa. Sólo quiero que todo esto termine para llevarte de vuelta a casa. Come algo. Yo
iré a ver si puedo hablar con Mateo.
Te amo más que a la vida,
Pedro.
Levanté la cubierta de metal que se encontraba protegiendo mi plato, para encontrar fresas frescas y crema, salmón, y una rebanada de tostada. Mi estómago aún no se sentía muy bien, así que decidí mantenerme lejos del salmón, pero tomé una fresa y la introduje en la crema antes de darle una mordida. El dulce sabor golpeó mi lengua, y me sentí mejor. Sentada en el borde de la cama, me comí todas las fresas y la tostada antes de levantarme e ir a tomar una ducha.