El sol era excepcionalmente caliente. Elena no quería que me recogiera el pelo en una coleta. Parecía pensar que a los hombres les gustaba suelto. Desafortunadamente para mí, estaba locamente caluroso hoy.
Me aproximé al congelador por un cubito de hielo y lo froté por mi cuello hacia abajo, permitiendo que se deslizara hacia mi camiseta. Estaba casi en el decimoquinto hoyo por tercera vez hoy.
Esta mañana nadie había estado despierto cuando salí de mi habitación. Los platos vacíos se habían quedado sobre la barra. Lo había limpiado y tiré la comida de la cacerola que él había dejado fuera toda la noche. Me entristeció verla
desperdiciada. Había olido tan bien anoche cuando llegué a casa.
Luego tiré la botella vacía de vino y encontré las copas fuera sobre la mesa, junto al lugar en donde había visto a Pedro con la mujer desconocida.
Después de poner los platos sucios en el lavavajillas, había abierto y limpiado las encimeras y gabinetes.
Dudaba que Pedro se diera cuenta, pero me hacía sentir mejor sobre dormir allí gratis. Me detuve junto a un grupo de golfistas en el hoyo quince. Eran un montón de hombres más jóvenes. Les había visto cuando estaban en el tercer hoyo.
Compraron todas las bebidas y fueron realmente generosos con las propinas. Así que soporté su coqueteo. No era como si uno de ellos realmente le fuera a pedir una cita a la chica del carro del campo de golf. No era una idiota.
—Allí está ella —gritó uno de los tipos mientras me ponía junto a ellos y sonreía.
—Ah, mi chica favorita ha vuelto. Hace más calor que en el infierno, chica.
Necesito una cerveza. Quizás dos.
Aparqué el carro y salí para rodearlo hasta la parte trasera y tomar su pedido.
—¿Quieres otra Martin? —le pregunté orgullosa por recordar su último pedido.
—Sí, nena. —Me guiñó un ojo y cerró la distancia que había entre nosotros haciéndome sentir un poco incómoda.
—Oye, yo quiero algo también, Jose. Apártate de las mercancías —dijo otro tipo y yo mantuve una sonrisa en mi cara mientras le entregaba su cerveza y él me tendía un billete de veinte dólares—. Quédate con el cambio.
—Gracias —respondí metiendo el dinero en mi bolsillo. Miré a los otros tipos—. ¿Quién es el siguiente?
—Yo —dijo un tipo con rizado cabello rubio corto y hermosos ojos azules agitando un billete.
—Quieres una Corona, ¿verdad? —pregunté acercándome al congelador y sacando la bebida que había pedido la última vez.
—Creo que me he enamorado. Es preciosa y recuerda qué cerveza bebo.Luego abre la maldita cosa para mí. —Me di cuenta de que me estaba tomando el pelo mientras me ponía un billete en la mano y recogía la cerveza—. El cambio es tuyo, preciosa.
Descubrí que era de cincuenta mientras lo metía en mi bolsillo. A estos chicos realmente no les importaba ir tirando el dinero por ahí. Esa era una propina ridícula. Me sentí como si debiera decirles que no me dieran tanto, pero decidí no hacerlo. Probablemente daban propinas como estas todo el tiempo.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó uno y me volví para ver al tipo con el cabello oscuro y la tez olivácea esperando para darme su pedido y escuchar mi respuesta.
—Paula—respondí, acercándome al congelador por la lujosa cerveza que él había pedido. Abrí la tapa y se la tendí.
—¿Tienes novio, Paula? —preguntó, cogiendo la bebida de mi mano mientras frotaba un dedo a lo largo de un lateral de mi mano en una caricia.
—Umm, no —respondí, poco segura de sí lo mejor hubiera sido mentir en ésta situación.
El tipo dio un paso hacia mí y extendió su mano con el pago y la propina dentro de ella. —Soy Antonio—respondió.
—Esto, uh, encantada de conocerte, Antonio—tartamudeé en respuesta. La intensa mirada de sus ojos oscuros me estaba poniendo nerviosa. Podía ser peligroso y apestaba a colonia cara. Expertamente educado. Era una de esas
personas guapas y él lo sabía. ¿Qué hacía coqueteando conmigo?
—No es justo, Antonio. Retrocede, hermano. Vas por todas con esta. Sólo porque tu papá es el dueño no significa que tengas prioridad. —El rubio con rizos bromeó. Creo que estaba bromeando.
Antonio ignoró a su amigo y mantuvo su atención en mí. —¿A qué hora sales de trabajar?
Oh, no. Si entendí correctamente, entonces el padre de Antonio era mi jefe.
No necesitaba estar pasando tiempo con el hijo del propietario. Eso sería una cosa muy mala.
—Trabajo hasta el cierre —expliqué y entregué la última de las cuatro cervezas y tomé su dinero.
—¿Por qué no dejas que te recoja y te lleve por algo de comer? —dijo Antonio, de pie muy cerca de mí. Si me giraba él estaría a solo una respiración de distancia.
—Hace calor y ya estoy agotada. Todo lo que quiero hacer es darme una ducha y descansar.
Una cálida respiración cosquilleó contra mi oído y me estremecí mientras gotas de sudor rodaban por mi espalda.
—¿Estás asustada de mí? No lo estés. Soy inofensivo.
No me sentía segura de qué hacer con él. No era buena con la cosa del coqueteo y estaba bastante segura de que él era un experto en eso. Nadie había coqueteado conmigo en años. Una vez que rompí con Facundo, mis días habían sido
consumidos con la escuela y luego mi madre. No tenía tiempo para nada más. Los chicos no se tomaban la molestia conmigo.
—No me das miedo. Es solo que no estoy acostumbrada a éste tipo de cosas
—contesté educadamente. No sabía cómo responder apropiadamente.
—¿Qué tipo de cosas? —preguntó con curiosidad. Finalmente me volví para mirarle de frente.
—Chicos. Y coquetear. Al menos eso es lo que creo que está pasando. —
Soné como una idiota. La sonrisa que lentamente se fue extendiendo por el rostro de Antonio hizo que quisiera arrastrarme debajo del carro de golf y esconderme.
Estaba fuera de mi liga.
—Sí, esto es definitivamente coquetear. ¿Y cómo es que alguien tan jodida e increíblemente linda como tú no está acostumbrada a esta clase de cosas?
Me tensé ante sus palabras y sacudí la cabeza. Tenía que llegar al decimosexto hoyo. —Simplemente he estado ocupada los últimos años. Si, umm,
no necesitan nada debo irme. Los golfistas del hoyo dieciséis probablemente estén enfadados conmigo ahora.
Antonio asintió con la cabeza y se apartó un paso. —No he terminado contigo. Ni por asomo. Pero te dejaré volver al trabajo.
Me apresuré a volver al lado del conductor del carro y me subí. El del siguiente hoyo era un grupo de hombres cansados y enrojecidos. Nunca en mi vida había deseado ser mirada lujuriosamente por tipos viejos, pero al menos ellos no coqueteaban.