jueves, 19 de diciembre de 2013

CAPITULO 58







Paula

los tablones de madera crujieron debajo de mis pies mientras retrocedí un paso en el pórtico de la casa de Carmen. Dejé que la puerta de tela metálica se cerrara detrás de mí con un ruidoso golpe antes de recordar que era vieja y sus resortes hace mucho tiempo estaban oxidados. Había pasado muchos días de mi niñez en este pórtico
bombardeando guisantes con Facundo y Carmen. No quería que ella se molestara conmigo. Mi estómago se retorció.
—Siéntate, niña, y deja de lucir como si estuvieras a punto de llorar. Dios sabe que te amo como si fueras mía. Pensé que lo serías algún día. —Sacudió su cabeza—. Estúpido chico, no pudo ponerse las pilas. Esperaba que se hubiera dado cuenta antes de que fuera demasiado tarde. Pero no lo hizo, ¿lo hizo? Te fuiste y encontraste a alguien más.
Esto no había sido lo que yo esperaba. Tomé el asiento enfrente de ella y comencé a bombardear guisantes, así no tendría que mirarla. —Facundo y yo terminamos hace tres años. Nada de lo que está pasando ahora le afecta. Él es mi
amigo, eso es todo.
Carmen pronunció un “umm” y se movió en el columpio del pórtico donde estaba sentada. —No creo eso. Ustedes eran inseparables de niños. Incluso de niño no podía quitarte los ojos de encima. Era gracioso de ver cuánto te adoraba
y él ni siquiera se daba cuenta. Pero los chicos llegan a la adolescencia y se olvidan momentáneamente de sus intereses. Odié que lo hiciera. Odié que te perdiera,niña. Porque no habrá otra Paula para Facundo. Tú eras para él.
Ella no había mencionado mis pruebas de embarazo. ¿Siquiera sabía que las había comprado? No quería recapitular mi pasado con Facundo. Seguro teníamos
historia, pero había mucha tristeza y arrepentimiento que yo no quería tocar. Vivi en una mentira que mi padre construyó en ese entonces. Recordarlo dolía.

—¿Facundo se ha pasado por aquí hoy? —pregunté.
—Sí. Vino esta mañana a buscarte. Le dije que no habías regresado a casa desde que te marchaste en la mañana. Él lucía preocupado, se fue sin decirme nada más. Aunque había estado llorando. No creo haberlo visto llorando alguna vez. Por lo menos, no desde que era un niño.
¿Había estado llorando? Cerré mis ojos y dejé caer los guisantes en el balde grande que Carmen estaba usando. No se suponía que Facundo se molestara. No se suponía que llorara. Me había dejador ir hace mucho tiempo. ¿Por qué esto era tan difícil para él? —¿Hace cuando fue de eso? —pregunté, pensando sobre las horas que habían pasado desde que le había desnudado mi alma en el estacionamiento de la farmacia.
—Ah, hace como nueve horas, creo. Era temprano. Él era un desastre, niña.
Al menos ve a buscarlo y habla con él. No importa cómo te sientas sobre él ahora,necesita escuchar de ti que las cosas están bien.
Asentí. —¿Puedo usar tu teléfono? —pregunté, poniéndome de pie.
—Claro que puedes. Come una de esas tartas fritas mientras estas ahí. Hice suficientes para un ejército después de que saliera corriendo esta mañana. Son de tu sabor favorito —dijo.
—Cereza —repliqué y ella me dio una sonrisa. Podía ver tantas cosas en los ojos de ella. Conocía a Facundo. Nada de él me sorprendía. Lo entendía. Teníamos un pasado. Amaba a su familia y ellos obviamente también me amaban. Eso era seguro.
Isabel estaba parada en el otro lado de la puerta sorbiendo de su vaso de té helado y tendiéndome el teléfono. Ella había está escuchando. No me sorprendía.
—Llama al chico. Termina con eso —dijo.
Tomé el teléfono y entré a la sala de estar para darme algo de privacidad antes de marcar el número de Facundo. Lo sabía de memoria. Él tenía el mismo número desde que obtuvo su primer celular cuando tenía dieciséis.
—Hola —Vino su respuesta. Podía escuchar la vacilación en su voz. Algo andaba mal. Sonaba como si hablara a través de su nariz.
—¿Facundo? ¿Está bien? —pregunté repentinamente preocupada por él.
Hubo una pausa entonces un largo suspiro. —Paula. Sí… estoy bien.
—¿Dónde estás? Aclaró su garganta. —Estoy, uh... Estoy en Rosemary Beach.
¿Estaba en Rosemary? Me hundí en el sofá detrás de mí y agarré el teléfono más fuerte. ¿Le estaba diciendo a Pedro? Mi corazón se golpeó contra mi pecho y cerré mis ojos apretadamente antes de preguntar—: ¿Por qué estás en Rosemary? Por favor, dime que tu no… —No podía decirlo. No con Isa en la otra habitación y era más que probable que me estaba escuchando.
—Necesitaba ver su rostro. Necesitaba ver si él te ama. Necesito saber… porque, solo necesito saber. —Eso no tenía ningún sentido.
—¿Qué le dijiste? ¿Cómo lo encontraste? ¿Lo encontraste? —Tal vez no lo había encontrado. Tal vez podía detenerlo.
Hubo una risita dura al final de la otra línea. —Sí, lo encontré, vale. No fue realmente difícil. Este lugar es pequeño y todos saben donde vive el hijo de la estrella del rock.
Oh Dios, oh Dios, oh Dios… —¿Qué le dijiste? —pregunté lentamente como si el horror me invadiera.
—No le dije. No te haría eso. Dame algo de crédito. Te engañé porque yo era un idiota adolescente caliente, pero maldita sea, Pau, ¿cuándo vas a perdonarme? ¿Pagaré por ese error el resto de mi vida? ¡Lo siento! DIOS, estoy tan jodidamente arrepentido. Volvería atrás y lo cambiaría todo si pudiera. —Se detuvo e hizo un gruñido que sonó como si estuviera herido.
—¿Facundo, que está mal contigo? ¿Estás bien? —pregunté. No quería admitir lo que había dicho. Sabía que estaba arrepentido. Yo también. Pero no, nunca iba a
dejar pasar eso. Perdonar era una cosa. Olvidar era otra.
—Estoy bien. Solo estoy un poco golpeado. Digamos que al tipo no le alegro verme, de acuerdo.
El tipo. ¿Pedro? ¿Lo había herido Pedro? Eso no sonaba como El en absoluto. —¿Qué tipo? 
Facundo suspiró. —Pedro.
Mi mandíbula cayó abierta mientras miraba fijamente al frente. ¿Pedro había herido a Facundo? —No lo entiendo.
—Está bien. Conseguí una habitación para la noche y estoy durmiendo para olvidar eso. Estaré en casa mañana. Tenemos cosas que hablar.
—Facundo. ¿Por qué te hirió Pedro?
Otra pausa y luego un suspiro cansado. —Porque le pregunté algunas cosas que él pensó que no son de mi incumbencia. Estaré en casa mañana.
Le preguntó. ¿Qué tipo de preguntas?
—Pau, no tienes que decirle. Yo cuidaré de ti. Sólo… necesitamos hablar.
¿El cuidará de mí? ¿De qué estaba hablando? No iba a dejarlo cuidar de mí.
—¿Dónde estás exactamente? —pregunté.
—En algún hotel justo a las afueras de Rosemary. Ellos piensan que todo aquí es de mejor calidad. Todo aquí cuesta cinco veces mucho más.
—Bien. Quédate en cama y te veré mañana —repliqué, entonces colgué.
Isabel dio un paso en la habitación. Levantó una de sus oscuras cejas mientras me miraba, esperando. Ella había estado escuchando. Sabía que lo haría.
—Necesito un aventón a Rosemary —Le dije levantándome. No podía dejar a Facundo tumbado y herido en la habitación de un hotel, no podía arriesgarme a que regresara y tratara de hablar con Pedro otra vez. Si Isa pudiera llevarme ahí, yo
podría checarlo y después llevarlo a casa.
Isabel asintió y una pequeña sonrisa tiró en sus labios. Podía decir que intentaba ocultar lo feliz que estaba de escuchar eso. No me quedaría allí. Ella no debía hacerse ilusiones. —Esto es solo por Facundo. No estoy… no puedo quedarme allá.
No aparentó creerme. —Seguro. Lo sé.
No estaba de humor para convencerla. Le entregué el teléfono y regresé a mi habitación temporal para empacar algunas cosas.

CAPITULO 57








Paula

Isabel salió del coche de Jose en el aparcamiento de Dairy K. Vi el pequeño Volkswagen azul de Carla y decidí no salir del coche. Sólo había visto dos veces a Carla desde que regresé y ella había estado a punto de arañar mis ojos. Ella había puesto los ojos en Facundo desde la secundaria.
Entonces, yo regresé a casa y fastidié cualquier tipo de relación que ellos finalmente habían logrado tener. Yo no había querido eso. Ella podía quedarse con El.
Isa comenzó a salir del coche y yo la agarré del brazo. 
—Hablemos en el coche —le dije, deteniéndola.
—Pero quiero un helado con Oreos —se quejó.
—No puedo hablar en ese sitio. Conozco a mucha gente —le expliqué.
Isa suspiró y se recostó en su asiento. —Está bien. Mi culo no necesita nada de helado y galletas, de todos modos.
Sonreí y me relaje, agradecida por los oscuros cristales tintados. Sabiendo que no estaba en exhibición cuando la gente se detenía y se quedaba mirando el coche de Jose. Nadie de por aquí conducía estos coches.
—No voy a andar con rodeos, Paula. Te echo de menos. Nunca he tenido una amiga cercana antes. Nunca. Entonces, llegaste y luego te fuiste. Odio que te hayas ido. El trabajo es una mierda sin ti. No tengo a nadie para hablar de mi vida sexual con Jose y lo dulce que es él, que es algo que no tendría si no te hubiera escuchado. Te extraño.
Sentí las lágrimas picando mis ojos. Sentirse extrañada se sentía bien. La extrañaba demasiado. Me perdí un montón de cosas. —Yo también te extraño —le respondí, con la esperanza de que no me dieran ganas de llorar.

Isabel asintió con la cabeza y una sonrisa se asomó en sus labios. —Eso está bien. Porque necesito que regreses a vivir conmigo. Jose me dio un apartamento frente al mar en la propiedad del club. Yo, sin embargo, me niego a dejar que él lo pague. Así que necesito una compañera de piso. Por favor, vuelve. Te necesito. Y Antonio dijo que tendría tu trabajo de inmediato.
¿Volver a Rosemary? Donde Pedro estaba... y Daniela... y mi papá. No podía regresar. Yo no podía verlos. Estarían en el club. ¿Mi papá llevaría a Dani a jugar al golf? ¿Podría soportar ver eso? No, yo no podría. Sería demasiado.
—No puedo —Estaba conmovida. Ojalá pudiera. No sabía a iría ahora que sabía que estaba embarazada, pero no podía ir a Rosemary y tampoco podía quedarme aquí.
—Por favor, Paula. Él te echa de menos, también. Él nunca sale de su casa. Jose dijo que él da lastima.
La herida de rabia en mi pecho cobró vida. Sabiendo de Pedro sufría también. Me lo imaginaba teniendo fiestas en su casa y siguiendo adelante. Yo no quería que él siguiera triste. Sólo necesitaba que nosotros siguiéramos adelante.
Pero quizás yo nunca lo haría. Yo siempre tendría un recuerdo de Pedro.
—No puedo verlos. A ninguno de ellos. Sería demasiado duro —me detuve.
No podía decirle a Isabel sobre mi embarazo. Apenas había tenido tiempo de asimilarlo. Yo no estaba dispuesta a contárselo a nadie. Nunca podría decírselo a alguien que no fuera Facundo. Me iría de aquí muy pronto. Cuando me vaya no conoceré a nadie. Comenzaría de nuevo.
—Tu... uh, papá y Georgina no están allí. Se fueron. Daniela está pero es más tranquila ahora. Creo que está preocupada por Pedro. Sería difícil al principio, pero después de que te quites el vendaje seguirás adelante. Sobre todo. Además, los ojos de Antonio se iluminaron cuando le mencioné tu regreso, podrías distraerte con él.
Él está más que interesado.
Yo no quería a Antonio. Y a nadie para distraerme. Isabel no lo sabía todo.
No podía decirle eso. Hoy no.
—Por mucho que me quieras... yo no puedo. Lo siento.
Yo lo sentía. Mudarme con Isabel y trabajar en el club sería la respuesta a mis problemas, casi.
Isa dejó escapar un suspiro de frustración, puso su cabeza hacia atrás en el asiento y cerró los ojos. —Está bien. Lo entiendo. No me gusta, pero lo entiendo.
Estiré mi mano y apreté su mano con fuerza. Yo deseaba que las cosas fueran diferentes. Si Pedro fuera solo un tipo con el que había roto, lo serían. Pero él no lo era. Él nunca lo sería. Era más. Mucho más de lo que podía entender.
Isabel me apretó la mano. —Voy a dejar pasar esto por hoy. Pero no voy a buscar otra compañera de habitación de inmediato. Te doy una semana para pensar en esto. Entonces, tendré que buscar a alguien que me ayude a pagar las cuentas. ¿Podrías considerarlo?
Asentí con la cabeza, porque sabía que era lo que ella necesitaba, aunque yo sabía que su espera era inútil.
—Bien. Voy a ir a casa y orar, si Dios se acuerda de quién demonios soy.
Ella me guiñó un ojo y luego se inclinó sobre el asiento para abrazarme. —Come un poco de comida por mí, ¿de acuerdo? Te estás volviendo demasiado flaca—dijo.
—Está bien —le contesté, preguntándome si eso sería posible.
Isabel se echó hacia atrás. —Bueno, si no vas a empacar y regresar a Rosemary conmigo, por lo menos salgamos. Tengo que pasar la noche aquí antes de regresarme. Podemos ir a buscar un poco de diversión en algún lugar y luego quedarnos en un hotel.
Asentí con la cabeza. —Sí. Eso suena bien. Pero nada de clubs de música country. —Yo no podía entrar en otro de esos. Por lo menos, no tan pronto.
Isa frunció el ceño. —Está bien... pero ¿hay algo más en este Estado?
Ella tenía razón. —Sí... podemos conducir a Birmingham. Es la ciudad más cercana.
—Perfecto. Vamos a pasar un buen rato.
Cuando nos detuvimos en el camino de entrada de la abuela Carmen ella estaba sentada en el pórtico desgranando guisantes. Yo no quería enfrentarme a ella, pero ésta me había dado un techo sobre mi cabeza durante tres semanas sin condiciones. Se merecía una explicación si la quería. No estaba segura de sí Facundo le había dicho algo. Su camioneta no se encontraba aquí y yo estaba inmensamente agradecida.
—¿Quieres que me quede en el coche? —me preguntó Isabel. Sería más fácil si lo hacía, pero la abuela Carmen la vería y me llamaría grosera por no dejar que mi amiga entrara.
—Puedes venir conmigo —le dije y abrí la puerta del coche.
Isabel caminó alrededor de la parte delantera del auto y se puso a mi lado.
La abuela Carmen todavía no había levantado la vista de sus guisantes, pero yo sabía que nos había escuchado. Ella estaba pensando en lo que iba a decir. Facundo debió de
habérselo contado. Joder.
Miré de reojo mientras ella seguía desgranando los guisantes en silencio. Su cabello corto negro balanceándose era todo lo que podía ver de ella. No hay contacto visual. Sería mucho más fácil ir dentro y tomar ventaja de que ella no me había hablado. Pero esta era su casa. Si ella no me quería aquí, yo necesitaba hacer las maletas y marcharme.
—Hola, abuela Carmen —le dije y me detuve, esperando a que levantara la cabeza para mirarme.
Silencio. Ella estaba molesta conmigo. Decepcionada o enojada, yo no estaba seguro de cuál de las dos. Odiaba a Facundo en este momento por decírselo.
¿Él no podía mantener la boca cerrada?
—Ésta es mi amiga Isabel. Ella vino a verme hoy —continué.
La abuela Carmen finalmente levantó la cabeza y le dio una sonrisa a Isa y luego volvió sus ojos a mí. 
—Ofrécele un buen vaso de té helado y dale una de las
empanadas fritas que están enfriándose sobre la mesa. Luego, ven aquí y habla conmigo un minuto, ¿De acuerdo? —Eso no fue una petición. Fue una demanda
sutil. Asentí con la cabeza y dirigí a Isabel al interior.
—¿Has enfadado a la anciana? —susurró Isa cuando estábamos a salvo en el interior.
Me encogí de hombros. Yo no estaba segura. —No lo sé todavía —le contesté.
Fui al armario y cogí un vaso grande y le serví a Isabel un vaso de té helado.
Yo ni siquiera le pregunte si tenía sed. Sólo intenté obedecer lo que la abuela Carmen me había dicho.
—Aquí tienes. Bébete esto y comete una empanada frita. Volveré en unos minutos —le dije y me apresuré a salir. Tenía que terminar con esto