miércoles, 4 de diciembre de 2013

CAPITULO 26 






Me recosté contra la cabecera de la cama y gemí de frustración. ¿Por qué lo había dejado entrar? Este juego de caliente y frío que jugaba estaba fuera de mi alcance. Me pregunté a dónde iría él ahora. Había un montón de mujeres por ahí que podría besar. Con las que no tenía problemas en besar si suplicaban.
El pisoteo de la gente subiendo las escaleras repiqueteaba por encima de mi cabeza. No conseguiría dormir por un rato. No quería quedarme aquí y Antonio me esperaba. No había ninguna razón para ponerme de pie. No me sentía de humor
para hablar con él, pero al menos podía decirle que no estaba para una charla en la playa.
Entré en la cocina. La espalda de Federico daba hacia mí y tenía una chica pegada a la barra. Sus manos se enredaban en sus rizos castaños silvestres.
Parecían muy absortos. Tranquilamente, salí por la puerta de atrás esperando no estar en el camino de cualquier otra sesión de ligues.
—No pensé que te presentarías —dijo la voz de Antonio desde la oscuridad.
Me giré para verlo apoyado en la barandilla, mirándome. Me sentía culpable por no haber venido aquí primero y hacerle saber que no iba a reunirme con él. No tomaba decisiones sabias cuando de Pedro se trataba.
—Lo siento. Me desvié. —No quería explicar.
—Vi a Pedro salir del pequeño agujero en el que te tiene ahí atrás — respondió.
Me mordí el labio y asentí. Yo era un fracaso. Bien podría confesar.
—No se quedó mucho tiempo. ¿Fue una visita amistosa o te estaba corriendo?
Fue... fue una visita agradable. Hablamos. Hasta le pedí que me besara nuevamente y él decidió huir. Había disfrutado de su compañía.
—Sólo una charla amistosa —le expliqué.
Antonio dejó escapar una risa dura y negó con la cabeza. 
—¿Por qué no me lo creo?
Porque él era inteligente. Me encogí de hombros.
—¿Lista para nuestro paseo a la playa?
Negué con la cabeza. —No. Estoy cansada. Vine aquí a respirar un poco de aire fresco y esperaba encontrarte para explicártelo.
Antonio me dio una decepcionada sonrisa y se apartó de la barandilla. 
Bueno, está bien entonces. No voy a rogarte.
—No esperaba que lo hicieras —contesté.
Caminó hacia la puerta y esperé hasta que estuvo en el interior antes de exhalar un suspiro de alivio. Eso no había sido tan malo. Tal vez ahora retrocedería un poco. Hasta que entendiera qué hacer con esta atracción que sentía por Pedro no necesitaba a nadie que me confundiera más.
Unos minutos después di media vuelta y lo seguí al interior. Federico ya no estaba en el bar con la chica. Habían ido a un lugar más aislado, al parecer. Me dirigí hacia la puerta de la despensa cuando Pedro entró en la cocina seguido de
una morena riendo. Estaba colgada de su brazo y actuando como si no pudiera caminar correctamente. O bien era el alcohol o los tacones de diez centímetros le causaron ampollas a sus pies.
—Pero tú lo dijiste —arrastró las palabras y besó el brazo del que se aferraba. Sí que estaba ebria.
Los ojos de Pedro se encontraron con los míos. Él iba a besarla esta noche.
Ella ni siquiera tendría que rogarle. Ella también sabía a cerveza. ¿Era ese su estilo?
—Me quitaré las bragas aquí mismo, si quieres —dijo ella, ni siquiera notó que no estaban solos.
—Barby, ya he dicho que no. No me interesa —contestó sin apartar la mirada de mí. La estaba rechazando. Y quería que yo lo supiera.
—Será travieso —dijo en voz alta y luego se echó a otro ataque de risa.
—No, sería irritante. Estás borracha y tu cacareo me está dando un dolor de cabeza —respondió. Sus ojos aún no habían dejado los míos.
Aparté mis ojos de él y me dirigí hacia la puerta de la despensa cuando finalmente Barby me notó. —Oye, esa chica va a robar tu comida —susurró en voz alta.
Mi cara enrojeció. Maldita sea. ¿Por qué avergonzarme? Era una estúpida.
Ella estaba borracha hasta el trasero. ¿A quién le importaba lo que pensaba?
—Vive aquí, puede tomar lo que quiera —respondió Pedro.
Mi cabeza se giró inmediatamente y sus ojos no me habían abandonado.
—¿Vive aquí? —preguntó la chica.
Pedro no dijo nada más. Le fruncí el ceño y decidí que el único testigo no recordaría esto en la mañana. —No dejes que te mienta. Soy la invitada no bienvenida viviendo bajo sus escaleras. He querido un par de cosas y él sigue
diciéndome que no.
No esperé su respuesta. Abrí la puerta y entré. Un punto para mí.
Terminé el último de mis sándwiches de mantequilla de maní, sacudí las migas en mi regazo y me levanté. Tendría que ir a la tienda y reabastecerme pronto. Los sándwiches de mantequilla de maní estaban acabándose.
Tenía el día libre hoy y no estaba segura de lo que iba a hacer. Me acosté en la cama pensando en Pedro y como de estúpida fui la mayor parte de la noche.
¿Qué tenía que hacer un chico para convencerme de que sólo quería que fuéramos amigos? Lo había dicho más de una vez. Tenía que dejar de intentar que me viera como algo más. Me humillé anoche. No debí haber hecho eso. Él no quería besarme. No podía creer que le había rogado.
Abrí la puerta de la despensa y entré en la cocina. El olor del tocino llegó a mi nariz y si Pedro no estuviera de pie en la cocina con nada más que un par de pantalones de pijama, entonces me habría concentrado solo en el delicioso olor. La vista de su espalda desnuda hizo que olvidara el tocino.
Él miró por encima de su hombro y sonrió. —Buenos días. Debe ser tu día de descanso.
Asentí con la cabeza y me pregunté qué diría un amigo. No quería romper las reglas con él. Iba a jugar con sus reglas. Me mudaría muy pronto, de todos modos.
—Huele bien —contesté.
—Saca dos platos. Hago un tocino que está de muerte.
Me hubiera gustado no haberme comido el sándwich de mantequilla de maní. Ya he comido, pero gracias.
Puso su tenedor en el plato y se volvió para mirarme. —¿Cómo has comido ya? Acabas de despertarte.
—Tengo mantequilla de maní y pan en mi habitación. Lo tenía desde antes de venir.
La frente de Pedro se arrugó mientras me estudiaba. —¿Por qué tienes mantequilla de maní y pan en tu habitación?
Porque no quiero su flujo interminable de amigos comiendo mi comida. Sin embargo, no podría decir exactamente eso. —Esta no es mi cocina. Guardo todas mis cosas en mi habitación.
Se tensó y me pregunté qué dije para hacerlo enojar.
—¿Me estás diciendo que sólo has comido mantequilla de maní y pan desde que llegaste? ¿Eso es todo? Lo compras y lo guardas en tu habitación y, ¿eso es todo lo que comes?
Asentí, sin saber por qué era un gran problema.
Golpeó su mano sobre el mostrador y se dio la vuelta para mirar a su tocino mientras murmuraba una maldición.
—Ve a buscar tus cosas y sube las escaleras. Toma cualquier habitación que quieras en el lado izquierdo del pasillo. Tira esa mantequilla de maní y come lo que te dé la gana en esta cocina.
No me moví. No estaba segura de dónde había venido esa reacción.
—No te quedes allí, Paula, mueve tu culo. Luego vienes aquí y comes algo de mi maldito refrigerador mientras te veo. Estaba enojado. ¿Conmigo?
—¿Por qué quieres que me mude arriba? —pregunté con cautela.
Dejó caer el último trozo de tocino en una servilleta de papel y apagó la estufa antes de mirar de nuevo hacia mí.
—Porque quiero que lo hagas. Odio ir a la cama por la noche y pensar en ti durmiendo bajo mi escalera. Ahora tengo la imagen de que comes los malditos sándwiches de mantequilla de maní sola allí abajo y es más de lo que puedo manejar.
Bien. Así que se preocupa por mí de alguna forma.
No discutí. Volví a mi habitación bajo las escaleras y saqué la maleta de debajo de la cama. Mi mantequilla de maní estaba dentro. Abrí la cremallera y saqué el frasco casi vacío y la bolsa a la izquierda con cuatro rebanadas de pan. Me
gustaría dejar esto en la cocina y luego ir a buscar una habitación.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Este se había convertido en mi lugar seguro. Estar arriba me quitaba el aislamiento. No estaba sola allí.
Dando un paso hacia la despensa, me acerqué y puse la mantequilla de maní y el pan en el mostrador. Me dirigí hacia el pasillo sin hacer contacto visual con Pedro. Él estaba de pie en la barra, agarrando los bordes con fuerza, como si estuviera tratando de no golpear algo. ¿Estaba considerando lanzarme de nuevo a la despensa? No me importa estar ahí.
—No tengo que mudarme a arriba. Me gusta este ambiente —le expliqué y observe que aprietó más su agarre.-
—Perteneces a una de las habitaciones de arriba. No perteneces bajo las escaleras. Nunca lo hiciste.
Me quería arriba. No entendía su repentino cambio de parecer.
—¿Quieres decirme al menos qué habitación tomar? No me siento bien eligiendo una. Esta no es mi casa.
Pedro finalmente soltó el agarre de muerte que tenía sobre el mostrador y volvió sus ojos a los míos. 
—En el ala izquierda hay sólo habitaciones. Hay tres.
Creo que disfrutarías la vista en la última. Tiene vista al mar. La habitación central es toda blanca con tonos color rosa pálido. Esto me recuerda a ti. Por lo tanto, elige. Cualquiera que desees. Toma una y luego ven aquí y come.
Había vuelto a querer que comiera de nuevo.
—Pero no tengo hambre. Acabo de comer…
—Si me dices que has comido esa maldita mantequilla de maní de nuevo voy a golpear una pared. —Hizo una pausa y respiró hondo—. Por favor, Paula. Ven a comer algo por mí.
Como cualquier mujer en el planeta, sería capaz de aceptar eso. Asentí y me dirigí a las escaleras. Tenía que elegir una habitación.
CAPITULO 25







No era una fiesta descontrolada. Era sólo una veintena de personas. Pasé junto a varios de ellos en mi camino a la despensa. Un par de ellos se encontraban en la cocina preparando bebidas y les sonreí antes de entrar en la despensa y luego a mi trastienda.
Si sus amigos no sabían que dormía debajo de las escaleras, lo sabían ahora. Cambié mi uniforme y saqué un vestido azul hielo para ponerme. Mis pies dolían por caminar todo el día, así que iba descalza. Metí mi maleta de nuevo bajo las escaleras y entré en la despensa para estar cara a cara con Pedro. Estaba apoyado contra la puerta que daba a la cocina con los brazos cruzados sobre el pecho y el
ceño fruncido en su rostro.
—¿Pedro? ¿Pasa algo malo? —le pregunté cuando no dijo nada.
—Antonio está aquí —respondió.
—Que yo sepa él es amigo tuyo.
Pedro sacudió la cabeza y sus ojos rápidamente escanearon mi cuerpo. —No. No está aquí por mí. Vino por alguien más.
Crucé los brazos por debajo de mis pechos y tomé la misma postura defensiva.
—Tal vez sí. ¿Tienes un problema con que tus amigos estén interesados en mí?
—Él no es lo suficientemente bueno. Es un triste imbécil comemierda. No debería llegar a tocarte —dijo Pedro en un tono enojado.
Tal vez fuera cierto. Lo dudaba, pero tal vez tenía razón. No importaba. Yo no iba a dejar que Antonio me tocase. Su cercanía no hacía a mi estómago dar volteretas y sentir un dolor entre mis piernas.
—No estoy interesada en Antonio de esa manera. Él es mi jefe y, posiblemente, un amigo. Eso es todo.
Pedro pasó la mano por su cabeza y el anillo de plata sobre su pulgar me llamó la atención. No lo había visto usarlo antes. ¿Quién se lo había dado?
—No puedo dormir mientras la gente está subiendo y bajando las escaleras.Me mantiene despierta. En lugar de sentarme en mi habitación sola, preguntándome con quién estás arriba follando esta noche, pensé en hablar con
Antonio en la playa. Charlar con alguien. Necesito amigos.
Pedro se sobresaltó como si lo hubiera golpeado. 
—No te quiero afuera con El.
Esto era ridículo. —Bueno, tal vez yo no quiero que folles a una chica, pero lo harás.
Pedro se apartó de la puerta y se acercó a mí, acompañándome a mi pequeña habitación hasta que los dos estuvimos dentro. Un centímetro más y me caería en
la cama. —No quiero follar a nadie esta noche. —Hizo una pausa y luego sonrió—. Eso no es exactamente cierto. Permíteme aclarar, no quiero follar a nadie fuera de esta habitación. Quédate aquí y habla conmigo. Charlaremos. Dije que podíamos ser amigos. No necesitas a Antonio como amigo. Puse mis manos sobre su pecho para empujarlo hacia atrás, pero no pude hacerlo una vez que tuve mis manos sobre él. 
—Nunca me hablas. Hago la pregunta equivocada y te vas sin decir palabra.-Pedro negó con la cabeza. —Ahora no. Somos amigos. Responderé y no me iré. Sólo por favor, quédate aquí conmigo.
Miré alrededor al rectángulo pequeño que apenas tenía espacio para mi cama. —No hay mucho espacio aquí —dije, mirando hacia él y obligando mis manos a permanecer planas en su pecho y no cerrarlas en su ajustada camisa y
tirarlo más cerca.
—Podemos sentarnos en la cama. No vamos a tocarnos. Sólo hablar. Como amigos —Me aseguró.
Dejé escapar un suspiro y asentí. No iba a ser capaz de rechazarlo. Además, había tantas cosas que quería saber de él.
Me hundí en la cabecera de la cama y me eché hacia atrás. Crucé las piernas debajo de mí.
—Entonces, vamos a hablar —dije con una sonrisa.
Pedro se sentó sobre la cama y se apoyó contra la pared. Una risa profunda salía de su pecho y miré como una verdadera sonrisa estallaba en su rostro. —No puedo creer que le supliqué a una mujer para que se sentase y hablase conmigo. Con toda honestidad, yo tampoco.
—¿De qué vamos a hablar? —pregunté, deseando que empezara a hablar.
No quería que se sintiera como si esto fuera la Inquisición española. Tenía tantas preguntas en mi cabeza que podía abrumarlo con mi curiosidad.
—¿Qué te parece sobre cómo diablos sigues siendo virgen a los diecinueve? —dijo, volviendo sus ojos plateados hacia mí.
Nunca le había dicho que era virgen. Me llamó inocente la otra noche. ¿Era tan obvio? —¿Quién dijo que soy virgen? —pregunté en el tono más molesto que pude reunir.
Pedro sonrió. —Conozco una virgen cuando beso una.
Yo ni siquiera quería discutir sobre esto. Sólo haría el hecho de que era virgen aún más evidente.
—Estaba enamorada. Su nombre es Facundo. Fue mi primer novio, mi primer beso, mi primer más allá de besos, aunque suene aburrido. Me dijo que me amaba y afirmó que era la única para él. Entonces, mi mamá se enfermó. Ya no tenía tiempo para ir a citas y pasar tiempo con El los fines de semana. Él necesitaba salir. Necesitaba libertad para tener ese tipo de relación de otra persona. Por lo tanto, lo dejé ir. Después de Facundo no tuve tiempo para salir con nadie más.
Pedro frunció el ceño. —¿No se quedó contigo cuando tu mamá estaba enferma?
No me gustaba esta conversación. Si alguien señalaba lo que ya sabía, sería difícil no tener sentimientos de ira para con Facundo. Le había perdonado hace mucho tiempo. Lo acepté. No necesitaba que la amargura hacia él se deslizase dentro de mí en este momento. ¿De qué serviría?
—Éramos jóvenes. Él no me amaba. Sólo pensó que lo hacía. Tan simple como eso.
Pedro suspiró. —Todavía eres joven.-No estaba segura de que me gustara el tono en su voz cuando dijo eso. —
Tengo diecinueve, Pedro. He cuidado de mi madre durante tres años y la enterré sin la ayuda de mi padre. Confía en mí, me siento de cuarenta la mayor parte del tiempo.
Pedro extendió su mano sobre la cama y cubrió la mía con la suya. —No deberías haber tenido que hacerlo sola.
No, no debería, pero no tuve ninguna otra opción. Amaba a mi mamá. Ella se merecía mucho más de lo que tuvo. La única cosa que aliviaba el dolor era recordarme que mamá y Valeria estaban juntas ahora. Se tenían la una a la otra. Ya
no quería hablar de mi historia. Quería saber algo acerca de Pedro.
—¿Tienes un trabajo? —le pregunté.
Pedro se rió entre dientes y me apretó la mano, pero no la soltó. —¿Crees que todo el mundo debe tener un trabajo una vez que acaba la universidad?
Me encogí de hombros. Siempre había pensado que la gente trabajaba en algo. Tenía que tener algún propósito. Incluso si no necesitaba el dinero.
—Cuando me gradué de la universidad, tenía suficiente dinero en el banco para vivir el resto de mi vida sin tener que trabajar, gracias a mi papá. —Miró hacia mí con esos sexys ojos enmarcados por sus abundantes pestañas negras—.
Después de unas semanas de no hacer nada además de salir de fiesta, me di cuenta que tenía una vida. Así que empecé a jugar con la bolsa de valores. Resulta que soy
jodidamente bueno en eso. Los números siempre fueron lo mío. También dono apoyo financiero para Hábitat para la Humanidad. Un par de meses al año soy un trabajador de construcción y voy a echar una mano en el sitio. En el verano me despego de todo lo que puedo, vengo aquí y me relajo.
No esperaba eso.
—La sorpresa en tu cara es un poco insultante —dijo Pedro con burla en su voz.
—Simplemente no me esperaba esa respuesta —le contesté con sinceridad.
Pedro se encogió de hombros y movió su mano de nuevo a su lado de la cama. Quería tomar su mano y agarrarla y aferrarme a ella, pero no lo hice. Él ya había terminado de tocarme.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté.
Pedro sonrió. —Demasiado viejo para estar en esta habitación contigo y demasiado malditamente viejo para los pensamientos que tengo de ti.
Estaba en sus veinte años. Tenía que estarlo. No se veía mayor que eso. 
—Te recuerdo que tengo diecinueve. Voy a tener veinte en seis meses. No soy un bebé.
—No, dulce Paula, definitivamente no eres un bebé. Tengo veinticuatro y obsoletos años. Mi vida no ha sido normal y por eso tengo algo de seria y jodida mierda. Ya te he dicho que hay cosas que no sabes. Dejarme tocarte sería un error.
Era sólo cinco años mayor que yo. Eso no era tan malo. Donaba dinero a Hábitat para la Humanidad e incluso trabajaba en el sitio ¿Qué tan malo podía ser?
Tenía un corazón. Me había dejado vivir aquí cuando lo que más había querido era enviarme en un paquete.
—Creo que te subestimas. Lo que veo en ti es especial.
Pedro apretó sus labios con fuerza y sacudió su cabeza. —No ves el verdadero yo. No sabes todo lo que he hecho.
—Tal vez —le contesté, inclinándome hacia adelante—. Pero lo poco que he visto no es del todo malo. Estoy empezando a pensar que podría ser una capa más
de ti.
Pedro alzó sus ojos para encontrarse con los míos. Quería acurrucarme en su regazo y mirar a esos ojos durante horas. Abrió la boca para decir algo, luego la cerró... pero no antes de que viera la plata en su boca.
Saqué mis rodillas debajo de mí y me acerqué más a él. —¿Qué tienes en tu boca? —pregunté, estudiando sus labios y esperando que los abriera de nuevo.
Pedro abrió su boca y lentamente sacó la lengua. Era atravesado por una barra de plata.
—¿Te duele? —pregunté, estudiando su lengua de cerca. Nunca antes había visto a alguien con un piercing en la lengua.
Metió de vuelta su lengua en su boca y sonrió. —No.-
Me acordé de los tatuajes en su espalda la noche en que había estado teniendo sexo con la otra chica. 
—¿Qué son los tatuajes en tu espalda?
—Un águila en la espalda inferior, con sus alas extendidas y el emblema de Demon Slacker. Cuando tenía diecisiete mi padre me llevó a un concierto en Los Ángeles y después me llevó a conseguir mi primer tatuaje. Quería su banda
marcada en mi cuerpo. Cada miembro de Demon Slacker tiene uno en el mismo lugar exacto. Justo detrás de su hombro izquierdo. Papá estaba muy drogado esa noche, pero aún así es un recuerdo muy bueno. No tuve la oportunidad de pasar mucho tiempo con él mientras crecía. Pero cada vez que lo veía, bien añadía otro tatuaje o piercing a mi cuerpo.
¿Tenía más piercings? Estudié su rostro y luego dejé que mis ojos se posaran en su pecho. Una risita me sorprendió y me di cuenta de que había sido pillada mirándolo fijamente.
—No tengo perforaciones allí, dulce Paula. Los otros están en mis oídos. Puse un fin a los piercings y tatuajes cuando cumplí diecinueve.
Su papá estaba cubierto de tatuajes y piercings al igual que el resto de la banda Demon Slacker. ¿Fue algo que Pedro no había querido hacer? ¿Su padre lo había obligado?
—¿Qué dije de fruncir el ceño? —preguntó, deslizando un dedo debajo de mi barbilla e inclinando mi cabeza hacia arriba para que pudiera mirarlo.
Ciertamente, no quería responder a eso. Estaba disfrutando de nuestro tiempo juntos. Sabía que si profundizaba demasiado, pronto lo haría irse. 
Cuando me besaste anoche no sentí la cosita con barra de plata.-Pedro bajó sus párpados y se inclinó hacia delante. —Porque no lo llevaba puesto.
Él lo tenía ahora.
—¿Cuando tú, uh, besas a alguien con eso dentro se puede sentir?
Pedro aspiró fuerte y su boca se acercó aún más a la mía. —Paula, dime que me vaya. Por favor.
Si estaba a punto de darme un beso, entonces no le diría nada por el estilo. Lo quería aquí. También quería besarlo con esa cosa en la boca.
—Lo habrías sentido. En cualquier parte que quiera besarte, lo sentirías. Y te gustaría —me susurró al oído antes de presionar un beso en el hombro y tomar una respiración profunda. ¿Me estaba oliendo?
—¿Estás...? ¿Vas a besarme otra vez? —pregunté sin aliento cuando presionó su nariz en mi cuello e inhaló.
—Quiero. Quiero tan jodidamente mal, pero estoy tratando de ser bueno — murmuró contra mi piel.
—¿Podrías no ser bueno para un solo beso? ¿Por favor? —pregunté, arrastrándome más cerca de él. Me gustaría estar en su regazo pronto.
—Dulce Paula, tan increíblemente dulce —dijo mientras sus labios tocaban la curva de mi cuello y mi hombro. Si seguía con esto iba a comenzar a mendigar.
Su lengua salió y dio un golpe rápido en la suave piel de mi cuello, luego dejó besos a lo largo de mi mandíbula hasta que su boca se cernía sobre la mía.
Comencé a rogar de nuevo, pero presionó un suave beso en mis labios y me detuvo. Luego se retiró, pero sólo un centímetro. Su aliento cálido todavía bañando mis labios.
—Paula, no soy un tipo romántico. Yo no beso y abrazo. Solo doy sexo. Te mereces a alguien que te bese y te abrace. No yo. No estoy hecho para eso, nena.
No eres para alguien como yo. Nunca me he negado algo que quiero. Pero eres demasiado dulce. Esta vez tengo que decirme a mí mismo que no.
A medida que sus palabras se hundían en mí, gemí por el erótico sonido de las traviesas palabras saliendo de su lengua. No fue hasta que se puso de pie y agarró el pomo de la puerta que me di cuenta de que iba a alejarse de mí. Una vez más. Dejándome así.
—No puedo hablar más. No esta noche. No aquí contigo, a solas. —La tristeza en su tono hizo que mi corazón doliese un poco. Luego se marchó y cerró la puerta tras él.
CAPITULO 24







Elena no había estado feliz con mi traslado al comedor. Me quería en el campo. También quería que supervisase a Isa. De acuerdo con ella , ya no estaba viendo a Jose. Se había reunido por café porque la había llamado veinte veces esa tarde. Le dijo que si iba a ser su secreto sucio, todo había terminado. Él le había rogado y suplicado, pero se negó a darla a conocer a su círculo de amigos, así que ella lo dejó. Me sentía muy orgullosa de ella.
El día siguiente era mi día libre y Isa ya había venido a buscarme para saber si seguía en pie nuestros planes. Por supuesto que sí. Yo necesitaba un hombre, cualquier hombre, para alejar mis pensamientos de Pedro.
Seguí a Marcos a todas partes durante todo el día. Él me entrenaba. Era atractivo, alto, carismático y muy gay. Los miembros del club no sabían esto, sin embargo. Coqueteaba con las mujeres sin pudor. Ellas se sentían halagadas. Él miraría hacia atrás y me guiñaría un ojo cuando alguna le susurrara cosas atrevidas en su oído. El tipo era un conquistador y uno muy bueno.
Una vez que su turno terminó, nos dirigimos de nuevo a la sala de descanso del personal y colgamos los largos delantales negros que teníamos que llevar sobre
nuestro uniforme. 
—Serás muy buena, Paula. Los hombres te aman y las mujeres están impresionadas por ti. Sin ofender, cariño, pero las chicas con el pelo rubio platino como el tuyo normalmente no pueden caminar en línea recta sin reírse.
Le sonreí. 
—¿En serio? Me ofende ese comentario.Marcos rodó los ojos y extendió la mano para acariciarme la cabeza. —No,
no te ofende. Sabes que eres una chica ruda.
—¿Ya estás coqueteando con la nueva camarera, Marcos? —preguntó la voz familiar de Antonio. Marcos le lanzó una sonrisa arrogante.
—Me conoce demasiado bien como para decir eso. Tengo un gusto específico. —Bajó su voz a un susurro sexy mientras arrastraba sus ojos por el cuerpo de Antonio.
Miré a Antonio, quien fruncía el ceño desagradablemente y no pude evitar reírme. Marcos se unió a mí. 
—Me encanta hacer sufrir a los chicos hetero — susurró en mi oído, luego me palmeó el trasero y salió por la puerta.
Antonio rodó los ojos y se acercó a mí una vez que Marcos se hubo ido. Al parecer, era consciente de la preferencia sexual de Antonio.
—¿Disfrutaste tu día? —preguntó cortésmente.
Había disfrutado de mi día. Inmensamente. Era un trabajo mucho más fácil que sudar en el calor todo el día, lidiando con viejos pervertidos. 
—Sí. Estuvo genial. Gracias por hacer posible para mí trabajar aquí. Antonio asintió. —De nada. Ahora, ¿Qué te parece celebrar tu promoción con la mejor comida mexicana en la costa?
Me invitaba a salir de nuevo. Debería ir. Sería una distracción. Él no era exactamente el tipo de chico normal que yo buscaba, ¿pero quién dijo que iba a casarme con él y tener a sus bebés?
Una imagen de Pedro destelló en mi mente y su expresión atormentada de anoche. No me atrevía a salir con alguien que él conocía. Si realmente quiso decir lo que dijo entonces, yo debía mantener su mundo a un brazo de distancia. No pertenecía a ese mundo.
—¿Puedo pasar? No dormí bien anoche y estoy agotada.
La cara de Antonio decayó, pero sabía que no tendría problemas en encontrar a alguien que tomase mi lugar.
—Hay una fiesta esta noche en lo de Pedro, pero supongo que lo sabías — dijo Antonio, analizando mi reacción. Yo no sabía nada de la fiesta, pero pensándolobien, Pedro nunca me advertía de ellas.
—Puedo dormir con el ruido. Me he acostumbrado —Eso era una mentira. No me dormiría hasta que la última persona pisoteara la escalera.
—¿Y si voy? ¿Podrías pasar un rato conmigo antes de que te acuestes? Antonio era determinado. Le daba eso. Iba a decirle que no cuando me di cuenta de que Pedro se estaría revolcando esta noche con alguna chica. La llevaría a
su cama y le haría sentir cosas que él nunca me permitiría sentir. Me hacía falta una distracción. Probablemente ya la tendría en su regazo para el momento en que llegase a casa.
—Tú y Pedro no parecen muy unidos. ¿Tal vez podríamos pasar el rato en la playa? No sé si es una buena idea que estés en la casa donde pueda verte. Antonio asintió. —De acuerdo. Estoy bien con eso. Pero tengo una pregunta,
Paula —dijo mirándome con atención. Yo esperé—. ¿Por qué es esto? Hasta la otra noche en su casa, El y yo hemos sido amigos. Hemos crecido juntos. Los mismos círculos. Nunca he tenido ni un problema con él. ¿Qué lo enoja? ¿Hay algo entre ustedes dos?
¿Cómo respondía a eso? ¿No, porque él no quiere ser algo más y es más seguro para mi corazón si seguimos siendo sólo como amigos?
—Somos amigos. Él es protector.
Antonio asintió lentamente, pero me di cuenta de que no me creyó.
—No me importa la competencia. Me gusta saber a lo que me enfrento.No estaba en contra de nada, porque todo lo que él y yo siempre seríamos era amigos. No buscaba a un hombre en su grupo. —No lo soy y nunca seré parte
de tu gente. No pretendo salir seriamente con nadie que sea parte de tu círculo de élite.
No esperé que discutiese. En su lugar, caminé alrededor de él y salí por la puerta. Tenía que llegar a casa antes de que la fiesta se pusiera demasiado salvaje.
No quería ver a Pedro envuelto con alguna chica.
CAPITULO 23 






—¿Dónde has estado? —preguntó con voz ronca y profunda.
Levanté mi mirada hacia él. —¿Por qué te importa?
Dio un paso afuera de la puerta, cerrando espacio entre nosotros. —Porque estaba preocupado.
¿Estaba preocupado? Dejé escapar un suspiro y metí el cabello que seguía soplando sobre mi rostro detrás de mi oreja.
—Me es difícil de creer. Estabas muy ocupado con tu compañía como para notar algo —No pude evitar que la amargura se deslizara por mi lengua.
—Llegaste más temprano de lo que esperaba. No era mi intención que presenciaras eso.
Como si le creyera. Asentí y moví mis pies. —Vine a casa a la misma hora que vengo todas las noches. Creo que querías que te viera. ¿Por qué?, no estoy segura. No albergo sentimientos por ti, Pedro. Sólo necesito un lugar donde quedarme por unos días más. Me mudaré fuera de tu casa y tu vida muy pronto.
Murmuró una maldición y luego miró hacia el cielo un momento antes demirarme de nuevo. 
—Hay cosas sobre mí que no conoces. No soy uno de esos tipos a los que puedes domesticar. Tengo equipaje. Mucho. Demasiado para alguien como tú. Esperaba a alguien diferente considerando que he conocido a tu padre.
No eres para nada como él. Eres todo lo que un tipo como yo debe evitar. Porque no soy el adecuado para ti.
Dejé escapar una dura risa. Esa era la peor excusa que había escuchado para su comportamiento. —¿En serio? ¿Eso es lo mejor que tienes? Nunca te pedí nada
más que una habitación. No espero que me quieras. Nunca lo hice. Estoy consciente de que tú y yo estamos en dos ligas diferentes. Nunca estaré a la altura de ti. No tengo sangre azul. Visto vestidos baratos y tengo una afectuosa conexión con un par de zapatos plateados que mi madre usó el día de su boda. No necesito cosas de diseñador. Y TÚ sí eres de diseñador, Pedro.
Pedro tomó mi mano y me llevó dentro. Sin una palabra, me empujó contra la pared y me enjauló con sus dos manos apretadas contra la pared al lado de mi cabeza.
 —No soy de diseñador. Métete eso en la cabeza. No puedo tocarte. Quiero tanto hacerlo que duele no poder, pero no lo haré. No voy a arruinarlo contigo. Eres… eres perfecta e intacta. Y al final nunca me perdonarías.
Mi corazón latía con fuerza dolorosamente contra mi pecho. La tristeza en sus ojos no era algo que había sido capaz de ver por fuera. Podía ver emoción en esas profundidades plateadas. Su frente estaba arrugada como si algo lo estuviera lastimando.
—¿Y si quiero que me toques? Tal vez no soy tan intacta. Tal vez ya estoy corrompida. —Mi cuerpo estaba bastante corrompido, pero mirar los ojos de Pedro me hicieron querer aliviar su dolor. No quería que se alejara de mí. Quería hacerlo sonreír. Ese hermoso rostro no debería lucir tan angustiado.
Pasó un dedo por un lado de mi rostro y trazó la curva de mi oreja y luego rozó con su pulgar sobre mi barbilla. —He estado con muchas chicas, Paula.
Créeme, nunca he conocido a alguien tan jodidamente perfecta como tú. La inocencia en tus ojos me grita. Quiero quitar cada centímetro de tu ropa y enterrarme dentro de ti, pero no puedo. Me viste esta noche. Soy un bastardo
enfermo. No puedo tocarte.
Lo había visto esta noche. Lo había visto la otra noche, también. Se follaba a muchas chicas, pero a mí no quería tocarme. Creía que yo era demasiado perfecta.
Estaba en un pedestal y quería mantenerme allí. Tal vez debería. No podía dormir con él sin darle un pedazo de mi corazón. Ya comenzaba a adueñarse de él. Si lo dejaba tener mi cuerpo me podría herir de una forma en que nadie había sido capaz de hacerlo. Mi guardia estaría baja.
—De acuerdo —dije. No iba a discutir. Esto era lo correcto—. ¿Podemos al menos ser amigos? No quiero que me odies. Me gustaría que seamos amigos. — Soné patética. Me sentía tan sola que me había inclinado a mendigar amigos.
Cerró sus ojos y respiró profundo. —Seré tu amigo. Haré todo lo posible por ser tu amigo pero tengo que ser cuidadoso. No puedo estar demasiado cerca. Me
haces desear cosas que no puedo tener. Ese pequeño y dulce cuerpo tuyo se siente increíble debajo de mí —Bajó su voz y bajó su boca hasta mi oreja—, y la forma en
la que sabes. Es adictiva. Sueño sobre ello. Fantaseo sobre ello. Sé que serías tan deliciosa en… otras… partes.
Me incliné hacia él y cerré mis ojos mientras su respiración se volvía pesada en mi oreja. —No podemos. Joder. No podemos. Amigos, dulce Paula. Sólo amigos
—susurró, luego se apartó y se dirigió hacia las escaleras. Me recosté contra la pared y lo miré alejarse. No me sentía lista para moverme aún. Mi cuerpo estaba acalorado por sus palabras y su cercanía.
—No te quiero debajo de esas malditas escaleras. Lo odio. Pero no puedo traerte aquí arriba. Nunca sería capaz de mantenerme alejado de ti. Te necesito en un lugar seguro —dijo sin mirarme. Sus manos se aferraron a la barandilla de la escalera hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Se quedó allí un minuto más antes de subir las escaleras. Cuando escuché su puerta cerrarse, me hundí en el suelo.
—Oh, Pedro. ¿Cómo vamos a hacer esto? Necesito una distracción. —Susurré en el vestíbulo vacío. Necesitaba encontrar a alguien más en quien enfocarme.
Alguien que no fuera Pedro. Alguien que estuviera disponible. Era la única manera de evitar caer demasiado lejos. El era peligroso para mi corazón. Si íbamos a ser
amigos, entonces necesitaba encontrar a alguien más para centrar mi atención. Y rápido.