viernes, 10 de enero de 2014

CAPITULO 108




Pedro

Con Paula a mi lado durante la cena no iba a ser capaz de
concentrarme en Daniela. Iba a estar protegiendo a Paula. Cuando Daniela despertó de su coma y supo del bebé, parecía haberse descongelado un poco con Paula. Luego se enteró que Miguel no era su padre. Que Mateo lo era.
Había estado fuera de control desde entonces. Entendía su deseo de tener un padre que la quisiera. Yo había odiado a Miguel Chaves durante años por el hecho de que mi pequeña hermana estuviera tan destrozada. Pero no había sido su culpa.
Mi madre debió haber sido honesta, y el jodido de Mateo debió haber dado un paso al frente, como mi padre, y haber hecho algo al respecto.
Paula apretó mi mano con fuerza a medida que entrábamos en el comedor.
Escaneé la habitación y me sentí aliviado de que Daniela todavía no estuviera allí.
Quería que Paula se sentara y relajara antes de que mi hermana apareciera.
—Pediste esta reunión familiar y llegas tarde. —Mateo arrastró las palabras mientras se recostaba en la silla y miraba a Paula. Estaba comenzando a odiar al tipo. Por varias razones.
—Daniela no está aquí todavía. No llegamos tarde —respondí y guié a Paula al otro extremo de la mesa, la senté junto a Luca y tomé la silla a su lado.
—Está raro. Comenzó a beber ron temprano —le explicó Luca a Paula. La mirada de disculpa en el rostro de mi padre me recordó que él no era tan cruel como su amigo. 
Ya sabía eso. Él no me había ignorado. Pero Mateo no había ignorado a Carolina, tampoco. Sin embargo, me preguntaba cómo habría sido si la madre de su madre no la hubiese tomado. Mateo sólo suministraba el dinero. 
Su abuela la había criado. Él sólo aparecía con ponis y promesas que nunca mantuvo.
—Sólo estoy siendo yo —gritó Mateo desde el otro lado de la mesa—. ¿Estás manteniendo a tu linda chica lejos de mí, no? —dijo con una risa—. Sólo estoy mirando, chico. No es como que si la fuera a tocar. Ella lleva a tu hijo. Me mantengo alejado de las embarazadas. No quiero que me culpen de tener más hijos.
Paula se tensó a mi lado y puse mi mano en su pierna. Esto no era algo que debía molestarla. Era bueno. Incluso si quería que él dejara de mirarla.
—Papi, deja a Pedro y Paula en paz. Molestándolos sólo haces que todo el mundo se incomode —dijo Caro. Ella había estado sentada tranquilamente al lado de Mateo. Raramente hablaba, así que no estaba acostumbrado a su suave voz.
Todavía me asombraba que este tipo la hubiese hecho. No era nada como él. Ella era la única persona que podía hacer que se calmara. Su voz parecía tranquilizarlo.
—Está bien, querida. No quiero arruinar tu cena. Sólo me estaba divirtiendo.
—Sin diversión —respondió ella en una suave orden.
Paula agachó la cabeza a mi lado. —Me agrada —susurró tan suave que casi no la escuché. Sonreí. 
No había estado equivocado sobre Carolina si a Paula le
agradaba. Ella era una genuina chica buena. Daniela le iba a dar el infierno.
El fuerte sonido de tacones golpeó el suelo de mármol que llegaba al comedor. Me tensé y preparé para Daniela. 
Ella se abalanzó en la habitación vistiendo
un corto y esponjoso vestido azul como el hielo y tacones, su largo cabello rojo estaba en lo alto de su cabeza con rizos que caían alrededor de su cara. Se había asegurado de verse bien para esto. Esa era Daniela. Noté como sus ojos observaban a todo el mundo en la mesa.
La mirada irritada con la que miró a Paula no era nada comparada con la llena de odio que le lanzó a Caro. Esperé a ver si decía algo que necesitara callar.
Carolina mantuvo su mirada baja y jugó con la servilleta en su regazo. La tensión en la habitación era obvia, y odiaba que Daniela pensara que tenía que hacer esto para
llamar la atención.
—Siéntate, chica, y deja de estar parada ahí gruñendo. Queremos comer —dijo Mateo con ligereza y los ojos de Daniela lo miraron airadamente. 
Observó al otro lado del asiento de Mateo y luego caminó para sentarse al lado de Luca. 
La pequeña niña en ella todavía tenía miedo de ser rechazada. Sabía que mi padre no la iba a rechazar.
—No sabía que la habías traído —respondió Daniela.
Paula estaba tan tensa a mi lado que quería abrazarla hasta que se relajara.
—Por supuesto que lo hice. Va a donde yo voy.
Daniela rodó los ojos. —Extraño al viejo Pedro.
—Yo no —respondí.
—Este es un asunto familiar. ¿Crees que puedes mantenerte unos momentos lejos de él o planeas asfixiarlo por el resto de su vida? —El dolor de Daniela se estaba
convirtiendo en amargura rápidamente. Sin embargo, no iba a desquitarse con Paula.
Me incliné sobre la mesa y nivelé su mirada fija. 
—Nunca más le hables de esa manera. Si ella no hubiera aceptado venir conmigo, no habría venido. No subestimes su importancia. Ella es mía. Respeta eso.
Daniela se erizó y se recostó en su silla. Odiaba hablar de esa manera cuando sabía que le estaba haciendo daño. Pero Paula estaba primero. Siempre.
—Me muero de hambre. ¿Dónde está la maldita comida? —gritó Mateo fuertemente. Dos mujeres en sus veinte llegaron corriendo con bandejas.
Normalmente no había camareras por aquí. Luca y Mateo no iban a lo grande en cenas formales. Pero Luca había llamado a una empresa de catering para manejar
la cena de esta noche. La mujeres tenían una mirada de fascinación en sus ojos mientras ponían los aperitivos en la mesas y tomaban las órdenes de las bebidas.
—Mírate —dijo Mateo mientras deslizaba una mano por la pierna de una de las mujeres.
—Papi, no —susurró Carolina.
Mateo dejó escapar una risa dura y guiñó un ojo a la camarera. —Más tarde.
—Dios. No puedo creer que mi madre haya dormido con ese hombre —dijo Dani un poco demasiado alto.
—No vayas ahí, Daniela —advirtió Luca. Ya era demasiado tarde. Pude ver la molesta diversión en los ojos de Mateo.
—¿Por qué no? Soy un jodido Dios del rock, niña. Un jodido. Dios. Del. Rock. —Tomó un sorbo de su bebida y sonrió—. Todas las mujeres quieren una probada. Tu mami no fue la excepción.
—Papi, por favor —dijo Carolina, estirando la mano y tocando su brazo ligeramente.
—Mi madre era demasiado joven para ser más sabia —disparó Daniela en respuesta.
—No era tan joven. Sólo estaba intentando hasta lo imposible dormir con cada uno de nosotros. Creo que se puede decir que oficialmente puede aclamar el récord de “Se ha follado a todo Slacker Demon” y esa no es una tarea fácil. Luca es más exigente que la mayoría.
El rostro de Daniela palideció y sabía que tenía que intervenir antes que esto se saliera de control. 
—Gracias, Mateo, por asegurarte de que fuéramos conscientes de los hábitos sexuales de nuestra madre cuando era más joven. Ahora, ¿podemos pasar de eso y tratar de llevarnos bien?
Asintió. —Por supuesto. Vamos a comer algo de esta mierda.
Las meseras rápidamente comenzaron a caminar alrededor de la mesa con bandejas de comida y preguntándonos qué queríamos. Paula rechazó casi todos los aperitivos. Sólo tomó una rebanada de pan.
—¿Por qué no estás comiendo más que eso? —pregunté, preocupado.
Se inclinó hacia mí para que nadie más pudiera oírla
—Porque no puedo comer carne cruda o quesos con leche sin pasteurizar mientras estoy embarazada.
Mierda. Algo más que no sabía. Empujé mi silla y me dirigí a la cocina. Iban a hacer algo que ella pudiera comer.

CAPITULO 107




Paula

No estaba segura de que una cena familiar en esta casa fuese una buena idea.Pedro, sin embargo, estaba decidido a encontrar una manera de ayudar a que Daniela y Mateo se llevaran bien. 
A pesar de que estábamos a finales de noviembre, todavía hacía veinticinco grados afuera.
Estaba acostumbrada al loco clima cálido en invierno en Alabama, pero el sol parecía incluso más caliente aquí. 
Pedro se había sentado a mi lado y había hecho grandes esfuerzos para frotar el protector solar por todo mi cuerpo.
Después de la ducha, me sentí renovada y lista para aceptar a esta familia de locos, por amor a Pedro
Me agradó Carolina, al menos durante el poco tiempo que
había pasado con ella. No bromeaba acerca de permanecer encerrada en su habitación. Casi nunca salía. Casi me sentía mal por ella. Parecía una vida solitaria.
Me pregunté cómo había sido su vida en Carolina del Sur. ¿Tenía amigos allí a los que extrañaba?
Pedro entró en la habitación, pero se detuvo al momento que sus ojos se posaron en mí. 
—No. Paula, nena, te ves increíble. Pero no puedes llevar ese vestido en la cena. Tus tetas están ahí arriba haciéndome querer cancelar la cena y tenerte desnuda. Después las piernas y los tacones. No puedes ir a la cena así. Mateo es un pervertido y acabaré matándolo. Por favor, ponte algo que muestre menos escote y piernas. Demonios, usa vaqueros, un suéter y unos tenis.
Si no hubiera parecido tan angustiado y loco, me habría cabreado. 
Me encantaba este vestido. Aún me hacía sentir sexy a pesar de mi vientre. Cuanto más grande se ponía el bebé, menos atractiva me sentía yo.
 Mi cintura desaparecía rápidamente. 
—Ninguno de mis vaqueros me entra, y me gusta este vestido. Me hace sentir bonita.
Pedro gimió y se acercó a mí. 
—Te ves jodidamente hermosa. Bonita no es la palabra que uno usaría para describirte en ese vestido. Necesito que parezcas menos a una caliente inductora de orgasmos y más a mi prometida embarazada.No quiero escuchar a Mateo decirte cosas maleducadas. Quiero centrarme en que Daniela y él logren hacer las paces. De acuerdo. 
—Bueno, cuando lo pones de esa manera, creo que podría
cambiarme —respondí.
—Sí, por favor. Por mí —rogó Pedro.
—¿Puedes bajarme la cremallera, entonces? Lo pasé bastante mal intentando subirla.
Pedro se acercó, me bajó la cremallera y luego deslizó el vestido por mis hombros hasta que cayó alrededor de mi cintura. 
No estaba usando sujetador porque la parte de atrás era muy escotada, y mis pechos desnudos parecían haber
captado su atención.
—Y pónte un sujetador —dijo en un susurro ronco. Luego bajó la cabeza para tomar uno de mis pezones en su boca. El metal en su lengua frotó contra la sensible carne y me agarré a sus hombros, aferrándome con fuerza.
Pedro, tenemos una cena pronto —le recordé mientras él deslizaba el vestido hacia abajo sobre mis caderas hasta que cayó al suelo.
—Ahora mismo me importa una mierda —murmuró mientras llevaba su atención de un pezón a otro. 
Su mano de coló en el interior de la parte delantera de
mis bragas y deslizó su dedo dentro de mí con un empuje suave. Mis rodillas se doblaron.
—Por favor, por… favor.
—¿Por favor, qué? —preguntó, recogiéndome y poniéndome sobre el tocador detrás de mí—. Abre las piernas —exigió.
Hice lo que me dijo. Su mano se deslizó por encima de mi montículo y su dedo comenzó a deslizarse dentro y fuera de mí en un ritmo constante. 
Cada vez que lo sacaba, la humedad en su dedo se deslizaba sobre mi clítoris, y luego bombeaba de nuevo en mí. Estaba muy cerca del orgasmo, Pedro parecía saber
cómo provocármelos fácilmente.
—¿Se siente bien? Alguien estaba toda mojada y lista —dijo en mi oído, y me estremecí cuando su dedo se deslizó fuera y esta vez se movió hacia atrás, hacia mi otra entrada. 
Lo giró a su alrededor y, por sorprendente que parezca, me
encendió en lugar de molestarme. Pensé que lo haría. El gemido que se me escapó no le pasó desapercibido.
—¿Te gusta eso? —preguntó mientras su dedo empujaba gentilmente esa entrada. Lo sentí en mi clítoris. Apretando los ojos, sólo asentí—. Joder, nena. No voy a ser capaz de pasar la maldita cena sin pensar en ti luciendo tan caliente y sin molestarte conmigo por jugar con tu culo.
No quería ir a cenar. Quería correrme.
Pedro movió su dedo de vuelta a mi clítoris y lo removió varias veces y luego lo pellizcó con el pulgar y el índice, mientras el anular se deslizaba dentro de mí.
Agarré sus brazos y grité en voz alta, mientras el orgasmo que había sentido construyéndose dentro de mí, estallaba.
Me volví inerte entre sus brazos y me abrazó con fuerza mientras su mano se deslizaba fuera de mi ropa interior. Comenzó a lamerse los dedos de uno en uno y mi estómago se estremeció mientras lo miraba. Una sonrisa tocó sus labios cuando el último dedo salió de su boca.
—Esto me mantendrá hasta que la pesadilla haya terminado. Pero hazme un favor y déjate las bragas puestas. Quiero bajar sabiendo que yo las puse mojadas.
Sus palabras hicieron que mis pechos doliesen de nuevo. 
Si no se detenía, nunca iríamos a cenar.
—Ponte algo que me mantenga calmado y vamos a enfrentar el infierno que nos espera —susurró  Pedro mientras me acercaba—. A menos que quieras quedarte aquí. Te traeré comida si prefieres evitarlo.
No había manera de que me fuese a esconder aquí mientras él iba por allí y lidiaba con Daniela. Iba a ir, también. Aunque tenía la intención de mantener la boca cerrada, estaría allí para el apoyo moral. 
—Voy contigo. Sólo dame un segundo. Estoy un poco sin aliento y débil.
Pedro sonrió.
—Justo como me gusta tenerte.
Recogí mi vestido desechado y se lo tiré. Luego me fui al armario donde había colgado mis cosas y encontré otro vestido que caía justo encima de mis rodillas y tenía un escote alto. Podía usar mis botas hasta las rodillas con este y sería bastante lindo.
Me lo puse y luego volví a agarrar mis botas.
—¿Llevarás botas? ¿Esas botas? —preguntó mientas metía uno de mis pies en la primera.
—Sí —le contesté.
Pedro gimió y sacudió la cabeza. 
—Malditas botas, hacen que un hombre piense en ti llevando nada más que eso.
Pedro. Tienes que parar. Crees que todo el mundo quiere verme desnuda.
En caso de que no lo hayas notado, tengo una barriga que asusta. Ningún hombre quiere verme desnuda… excepto tú.
Ambas cejas se le dispararon hacia arriba. 
—¿De verdad crees eso, no?
—No lo creo. Lo sé.
Pedro dejó escapar un suspiro de derrota. 
—Y esa es una de las razones por las que eres tan condenadamente irresistible. Ven, mi dulce Pau. Vamos a cenar.