jueves, 28 de noviembre de 2013

CAPITULO 12






Una vez más, sin camiseta. Los pantalones que llevaba colgaban bajos en sus estrechas caderas y era hipnótica la forma en que su cuerpo se veía mientras corría hacia mí. No estaba segura de sí debí moverme o fue él quien lo hizo. Sus pies fueron disminuyendo la velocidad y luego se detuvo a mi lado. El sudor en su pecho brillaba a la suave luz. Por extraño que parezca, quería acercarme y tocarle.
Algo en un cuerpo como el suyo hacía que no pudiera ser desagradable. Era imposible.
—Has vuelto —dijo mientras tomaba unas pocas respiraciones profundas.
—Acabo de salir de trabajar —respondí, intentando con fuerza mantener mis ojos apartados de su pecho.
—¿Así que conseguiste un trabajo?
—Sí. Ayer.
—¿Dónde?
No estaba segura sobre cómo me sentía diciéndole demasiado. No era un amigo. Y era obvio que nunca le consideraría familia. Nuestros padres podrían estar casados, pero no parecía que él quisiera tener nada que ver con mi padre o conmigo.
—En el Kerrington Country Club —respondí.
Las cejas de Pedro se alzaron y se acercó un paso a mí. Deslizó una mano bajo mi barbilla y alzó mi rostro.
—Estás usando rímel —dijo, estudiándome.
—Sí. —Solté mi barbilla de su agarre. Él podía permitirme dormir en su casa, pero no me gustaba que me tocara. O quizás me gustaba que me tocara y ese era el problema. No quería que me gustara que me tocara.
—Te hace parecer más de tu edad. —Dio un paso hacia atrás e hizo una lenta evaluación de mi ropa.
—Eres la chica del carrito del club de golf —dijo simplemente alzando la vista para volver a mirarme.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
Agitó una mano hacia mí. 
—El atuendo. Pequeños pantalones blancos estrechos y un polo. Es el uniforme.
Estaba agradecida por la oscuridad. Estaba segura de que estaba ruborizada.
—Estás consiguiendo un jodido éxito financiero, ¿verdad? —preguntó con un tono divertido.
Conseguí más de quinientos dólares en propinas en dos días. Tal vez eso no fuera éxito financiero para él, pero lo era para mí.
Me encogí de hombros. —Estarás aliviado de saber que estaré fuera de aquí en menos de un mes.
No me respondió en seguida. Probablemente debería dejarle y conseguir mí ducha. Empecé a decir algo cuando él dio un paso para acercarse a mí.
—Probablemente debería estarlo. Aliviado, quiero decir. Jodidamente aliviado. Pero no lo estoy. No estoy aliviado, Paula. —Hizo una pausa y se inclinó hacia abajo para susurrar en mi oído—: ¿Por qué es eso?
Quería alcanzarle y agarrar sus brazos para evitar acurrucarme en el suelo en un momento de sentimentalismo. Pero me contuve.
—Mantén tu distancia conmigo, Paula. No quieres acercarte demasiado. Anoche… —Tragó ruidosamente—. La noche pasada está obsesionándome. Sabiendo que estabas viéndome. Me vuelve loco. Así que mantente alejada. Estoy
haciendo mi mejor esfuerzo para mantenerme alejado de ti. —Se giró y volvió corriendo a la casa mientras yo me quedaba allí de pie intentando no fundirme en un charco en la arena.
¿Qué había querido decir con eso? ¿Cómo supo que les había visto? Cuando vi la puerta de la casa cerrarse detrás de él caminé de vuelta y conseguí mi ducha.
Sus palabras iban a mantenerme despierta la mayor parte de la noche.

CAPITULO 11






Cuando salí hacia mi camioneta esa noche me sentía aliviada de no ver ninguna señal de Antonio. Debería haber sabido que él solamente bromeaba. Había hecho un par de cientos de dólares en propinas hoy y decidí que permitirme tomar una comida real estaba bien. Me detuve junto a la ventanilla de pedidos de un McDonalds y pedí una hamburguesa con queso y papas fritas. Las comí felizmente
en el camino de vuelta a casa de Pedro. No había coches aparcados fuera esta noche.
No volvería a pillarle teniendo sexo esta noche. Por otra parte, podría haber traído a alguien aquí en su coche. Caminé al interior y me detuve en el vestíbulo.
Ninguna televisión. Ningún sonido en absoluto, pero la puerta había estado desbloqueada. No había tenido que usar la llave escondida de la que me había hablado.
Había sudado demasiado hoy. Tenía que tomar una ducha antes de irme a la cama. Entré en la cocina y comprobé el pórtico delantero para asegurarme de que estaba libre de aventuras amorosas. Conseguir una ducha sería fácil.
Me metí en mi habitación y agarré los viejos bóxer de Facundo y un top con el que dormía por la noche. Facundo me los había dado cuando éramos jóvenes y tontos.
Él había querido que durmiera con algo que era suyo. Había estado durmiendo con ellos desde entonces. Aunque ahora eran mucho más estrechos de lo que eran entonces. Había desarrollado curvas desde la edad de quince años.
Tomé una profunda respiración del aire del océano y salí al exterior. Ésta era mi tercera noche aquí y todavía no había bajado hasta el agua. Llegaba a casa tan
cansada que no había tenido la energía suficiente para salir allí. Bajé los escalones y puse mi pijama en el baño antes de quitarme mis zapatillas de tenis.
La arena estaba aún caliente del calor del sol. Caminé en la oscuridad hasta que el agua de la orilla se precipitó a mi encuentro. El agua fría se estrelló contra mí y contuve la respiración, pero dejé que el agua salada cubriera mis pies.
La sonrisa de mi madre mientras me hablaba de la vez que jugó en el océano destelló en mi memoria y alcé la cabeza hacia el cielo y sonreí. Estaba finalmente aquí. Estaba aquí por ambas.
Un sonido desde la izquierda interrumpió mis pensamientos. Me giré para mirar hacia abajo, a la playa, justo cuando la luz de la luna se libraba de las nubes y
Pedro destacaba en la oscuridad. Corriendo.