domingo, 22 de diciembre de 2013

CAPITULO 64




Pedro




Paula salió caminando del apartamento de Isabel sosteniendo dos tazas de café antes de que yo pudiera salir del coche. Abrí la puerta y salí del Range Rover. Llevaba el pelo suelto y colgando por su espalda. Me encantaba ese estilo. Sus pantalones cortos apenas cubrían sus piernas y sería difícil concentrarme cuando estuviera sentada en mi coche. Se subirían hasta sus muslos. Alejé mis ojos de sus piernas y me encontré con su mirada fija. Estaba forzando una sonrisa.
—Te he traído un poco de café ya que saliste de la cama tan temprano por mí. Sé que despertar temprano no es lo tuyo. —Su voz era suave e insegura mientras hablaba. Iba a ser mi misión cambiar eso en este viaje por carretera.
Quería que se sintiera cómoda conmigo de nuevo.
—Gracias —le contesté con una sonrisa que esperaba aliviara sus nervios
mientras abría la puerta del lado del pasajero para ella. Había sido incapaz de dormir desde las tres de la mañana. Me sentía ansioso. Estaba bastante seguro de que había pasado por dos ollas de café desde entonces. No le confesaría eso, sin embargo. Ella me trajo café. Una verdadera sonrisa tiró de mis labios mientras cerraba la puerta y me dirigía de nuevo a mi lado.
Sostenía su taza cerca de su boca mientras tomaba pequeños sorbos cuando la miré. —Si quieres música, prometo que es toda tuya —le recordé. Ella no se movió, pero una sonrisa levantó las comisuras de sus labios.
—Gracias. Confía en mí, lo recuerdo. Estoy bien en este momento. Puedes escuchar algo si quieres. Tengo que despertar primero.
No me importa la radio. Sólo quería hablar con ella. Lo que hemos hablado no ha sido importante. Hablar con ella era todo lo que importaba.

—Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Sabe Facundo que vamos a buscar tus cosas? — pregunté.
Se removió en su asiento y me obligué a mantener los ojos en la carretera y no en sus piernas. —No. Quería explicarle a él y a su abuela, Carmen, acerca de esto. También tengo que convencerlo de vender mi camioneta por mí y envíame el dinero. No regresará aquí de nuevo. Está en mal estado.
Su camioneta era vieja. La idea de que no estuviera dando vueltas en ella era un alivio. Sin embargo, no me agradaba la idea de ella sin un vehículo. Cómo demonios se suponía que debía arreglar eso, no lo sabía. Nunca me aceptaría un
coche. Tal vez su camión podía arreglarse y hacerse seguro.
—Puedo tomarlo y llevarlo a revisar mientras tú empacas. Puede que solo necesite que le hagan un par de cosas.
Ella suspiró. —Gracias, pero no te molestes. Facundo ya lo llevó a revisar. Lo arregló para que yo pudiera llegar a la ciudad, pero dijo que era un arreglo temporal. Necesita más trabajo de lo que yo puedo pagar.
Aferré el volante con fuerza. La idea de que Facundo hubiese estado cuidando de ella me volvía loco. Odiaba que él hubiese sido quien se encargara de su camión. Que fuese su familia quienes la ayudaron cuando más lo necesitaba. La mía le había jodido la vida. No estaba allí para ayudarla cuando llamara necesitando ayuda.
—¿Así que Facundo y tú...? —¿Qué demonios estaba preguntando? ¿Eran qué? Mierda. No quería escuchar esto.
—Somos amigos, Pedro. Lo hemos sido toda nuestra vida. Mis sentimientos hacia él no han cambiado.
Bajé mis manos del volante y pasé una de mis palmas sudorosas por mis vaqueros. Maldita sea, ella me volvía loco. Si iba a hacerla sentir cómoda conmigo de nuevo necesitaba calmarme. Empezaría conmigo no golpeando a Facundo cuando lo viera.
Antes de que pudiera decir nada más, Paula se inclinó hacia delante y encendió la radio. Encontró una estación de radio country y luego se echó hacia atrás en su asiento y cerró los ojos. Había presionado demasiado. Fue su manera educada de pedirme que me callara. Podía darme por aludido.
Treinta minutos de silencio pasaron antes de que mi teléfono sonara. El nombre de Daniela apareció en la pantalla. El maldito iPhone estaba programado para
el coche. Normalmente, esto era útil y hacia que tuviera las manos libres. Pero tener a Paula viendo el nombre de Dani no era bueno. No quería un recordatorio.
Mi plan era hacer que este día estuviera libre de recuerdos. Hice clic en ignorar y la radio empezó a sonar de nuevo.
No miré a Paula, pero sentí sus ojos sobre mí. Fue muy difícil no encontrarme con su mirada.
—Podrías haber hablado con ella. Es tu hermana —dijo Paula tan suavemente que casi se perdió con la música.
—Lo es. Pero representa cosas en las que no quiero pensar hoy. Paula no dejó de mirarme. Tomó toda mi fuerza para seguir casual. Detener el coche y girarme para enfrentarla y decirle lo importante que era y lo mucho que la amaba no era lo que necesitaba en estos momentos.
—Estoy mejor, Pedro. He tenido tiempo para asimilarlo todo. Veré a Daniela en el club. Estoy preparada para eso. Me estás ayudando hoy. Podrías estar haciendo otra cosa en vez de decidir tomarte el día para ayudarme. No quiero impedirte recibir las llamadas telefónicas de personas que te importan. No me voy a romper.
Mierda. Esto era todo en cuanto a dejarlo casual y fácil. Me acerqué a la orilla de la carretera y detuve el Rover en el arcén. Mantuve mis manos para mí mismo, pero le di toda mi atención a Paula. 
—Decidí tomarme el día de hoy porque no hay nada que prefiera hacer que estar cerca de ti. Estoy conduciendo
porque soy un hombre desesperado que hará lo que sea que tenga que hace para pasar tiempo contigo —Perdí el control y extendí la mano para pasar mi pulgar sobre su mejilla y luego por su sedoso pelo, que me había fascinado desde que había puesto los ojos en ella—. Haré cualquier cosa. Cualquier cosa, Paula, sólo para estar cerca de ti. No puedo pensar en nada más. No puedo concentrarme en
nada. Así que no creas que me estás incomodando. Si me necesitas, estoy ahí. —Me detuve. Sonaba patético incluso para mis propios oídos. Dejando caer mi mano de su rostro puse el Rover en marcha y volví a la carretera.
Paula no dijo nada. No la culpo. Soné como un loco. Probablemente ahora estaba asustada de mí. Infiernos, yo lo estaría.






CAPITULO 63



Paula

necesitaba mis cosas y tenía que vender mi camioneta. Nunca haría esto de nuevo. Facundo la había revisado por mí la semana pasada después de que se descompuso y dijo que temporalmente podría arreglarla. El costo para arreglar todo lo que andaba mal costaría más de lo que yo podía permitirme gastar. Llamar y pedirle a Carmen o Facundo que enviaran mis cosas y vendieran mi camioneta parecía mal. Se merecían una explicación... o al menos la merecía Carmen. Me había dado un techo, una cama y me dio de comer durante tres semanas. Iba a tener que volver a Sumit a recoger mis cosas y despedirme. Antonio me había dado unos días para instalarme antes de empezar a trabajar.
Isabel se había tomado unos días para llevarme y que solicitará la asistencia médica gratuita. Era momento de que viera a un médico, pero requeriría el seguro medico primero. Hoy la había oído por casualidad decirle a Jose que esperaba con impaciencia su cita esta noche. Yo había estado monopolizando todo su tiempo llevándome a todas partes. Comenzaba a sentirme como una carga. Odié aquel
sentimiento. Podría tomar un autobús. Sería económico y no sería una carga sobre Isabel. Abrí su ordenador portátil para googlear el horario del autobús.
Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Dejé mi búsqueda de una estación de autobuses y fui a abrir la misma. Pedro allí de pie, con las manos metidas en la parte delantera de sus jeans y una de sus camisetas apretadas no era lo que había estado esperando. Alzó la mano y se quitó las gafas de sol de aviador.
Deseaba que las hubiera mantenido. El color plateado de sus ojos en la luz del sol era aún más impresionante de lo que recordaba.
—Hola, vi a Isabel en el club. Dijo que estabas aquí —explicó Pedro. Lucía nervioso. Nunca había visto a Pedro nervioso.
—Sí... um, Antonio me dio un par de días para recoger mis cosas de Sumit antes de empezar a trabajar.
—¿Tienes que ir a buscar tus cosas? Asentí. —Sí. Las dejé allí. Sólo traje una bolsa de viaje conmigo. No había
pensado en quedarme.
Pedro frunció el ceño. —Entonces, ¿cómo vas a regresar? No veo tu camioneta.
—Justo estaba googleando las estaciones de autobuses y ver dónde está la más cercana.
El ceño de Pedro se hizo más profundo. —Es a cuarenta minutos. Durante todo el camino en Fort Walton Beach.
Eso no fue tan malo como me temía.
—Un autobús no es seguro, Paula. No me gusta la idea de que tomes un autobús. Deja que te lleve. Por favor. Llegaremos más rápido y es gratis. Puedes ahorrar tu dinero.
¿Viajar con él? ¿Todo el camino a Sumit y de regreso? ¿Era una buena idea?
—No sé... —Me detuve porque honestamente no lo sabía. Mi corazón no estaba preparado para Pedro.
—Ni siquiera tenemos que hablar... o podemos si lo deseas. Te dejaré elegir la música y no voy a quejarme.
Si volviera con Pedro, entonces Facundo no discutiría conmigo. O, de nuevo, tal vez lo haría. Podría decirle a Pedro sobre el embarazo. ¿Pero lo haría? Nunca le
confirmé a Facundo que estaba embarazada.
—Sé que no puedes perdonar las mentiras y el daño. No te estoy pidiendo eso. Tú sabes que lo siento y si pudiera volver atrás y cambiar las cosas, lo haría.
Por favor, Paula, sólo como un amigo que quiere ayudarte y mantenerte a salvo de los hombres locos que podrían lastimarte en un autobús, déjame llevarte.
Pensé en lo poco probable que era que fuera lastimada en el autobús. Y luego pensé en el hecho de que ya no sólo tenía que mantenerme a salvo a mí misma. Tenía otra vida dentro de mí para proteger.
—Está bien. Sí. Me gustaría un viaje.

—¿Así que estás de acuerdo con que Pedro te lleve a Sumit mañana para recoger tus cosas? Me refiero a que no te sientes extraña o... —Isa se detuvo.
Sería extraño. También afectaría sólo estar cerca de él, pero necesitaba un aventón. Isabel necesitaba trabajar, no tomarse otro día libre para ayudarme esta semana. —Él se ofreció. Necesitaba un aventón y le dije que sí.
—¿Y fue así de fácil? ¿Por qué no me lo creo? —se preguntó Isa.
—Porque ella está dejando de lado las partes donde él rogó y suplicó —dijo Jose con una sonrisa.
Tiré de la manta hacia arriba sobre mis hombros. Tenía frío. Tenía mucho frío últimamente, lo que era extraño porque era verano en Florida. —No rogó —le contesté, sintiendo la urgencia de defender a Pedro. Incluso si realmente hubiera
rogado, no era asunto de Jose.
—Sí, claro. Si tú lo dices. —Jose tomó un sorbo del té dulce que Isabel le había preparado.
—No es asunto nuestro. Déjala en paz, Jose. Tenemos que decidir qué hacer con el contrato de alquiler de este lugar que termina en una semana.
Yo no estaría aquí mucho tiempo. Le había dicho eso. Mudarme a un
apartamento más caro no era una buena idea. Mi mitad del alquiler no estaría cubierto después de que me marche y ella se quedaría con la deuda.
Jose besó la mano de Isabel y le sonrió. —Te dije que me encargaría de las cosas. Si sólo me lo permitieras. —Le guiñó un ojo a ella y volví la cabeza. No quería verlos. Pedro y yo nunca habíamos sido así. Nuestra relación había sido
corta. Intensa y breve. Me pregunté cómo se habría sentido tener la libertad para acurrucarme en sus brazos en cualquier momento que quisiera. Para saber que estaba a salvo y que me amaba. Nunca había tenido esa oportunidad.
—Y yo te dije que no voy a dejar que pagues mi alquiler. Lo siento. Nuevo plan. Oh, Paula, ¿por qué no vamos a buscar apartamentos mañana?
Un golpe en la puerta interrumpió antes de que pudiera estar de acuerdo.
Luego Federico abrió la puerta y caminó dentro.
—No puedes entrar en el apartamento de mi chica sin permiso. Podría haber estado desnuda —espetó Jose a Federico.
Fede rodó los ojos y luego esbozó una sonrisa en mi dirección. 
—Vi tu auto aquí, idiota. Cálmate. He venido a ver si puedo convencer a Paula de dar un paseo conmigo.
—¿Estás tratando de conseguir que te patee el culo? —preguntó Jose
Fede sonrió y negó con la cabeza antes de mirar de nuevo hacia mí. —Vamos, Paula, demos una vuelta y pongámonos al día.
¿Federico había estado involucrado en la mentira? Seguramente se había enterado. No podía decirle que no. Incluso si lo hubiera sabido, él también fue la primera persona amable que conocí aquí. Había llenado mi tanque de gasolina. Se preocupó por mí durmiendo bajo las escaleras. 
Asentí y me levanté. —Estos dos necesitan un tiempo a solas, de todos modos —le contesté, mirando hacia atrás a
Isa. Ella me estudiaba muy de cerca. Le di una sonrisa tranquilizadora y pareció relajarse.
—No nos dejes por nuestra cuenta. Tenemos que decidir dónde vamos a vivir en una semana —dijo Isabel mientras yo caminaba hacia la puerta.
—Ustedes pueden hablar de eso más tarde. Paula se fue hace casi un mes. Tienes que compartirla —replicó Federico, abriendo la puerta para que yo caminara afuera.
—Pedro va a enloquecer —gritó Jose justo antes de que Fede cerrara la puerta amortiguando lo que fuera que Isabel había comenzado a decir.
Bajamos las escaleras en silencio. Una vez que estuvimos en la acera miré a Fede—¿Sólo me echabas de menos o hay algo que quieras decirme? —le pregunté.
Federico sonrió. —Te extrañé. He tenido que aguantar el mal humor de Pedro. Así que créeme, te extrañé un infierno.
Me di cuenta por su tono que había querido hacer una broma. Pero pensar en el malestar de Pedro no me hizo sonreír. Simplemente me recordó todo. —Lo
siento —murmuré. No estaba segura de qué más decir.
—Sólo me alegro de que hayas vuelto.
Esperé. Sabía que había algo más que quería decir. Podía sentirlo. Se tomaba su tiempo y pensé que trataba de decidir exactamente cómo decir lo que fuera que quería decirme.
—Lo siento por lo que pasó. Cómo sucedió. Y Dani. Puede actuar como la peor perra del mundo, pero ha tenido una infancia jodida. Eso la traumo o algo así. Si hubieras vivido con Georgina como tu madre lo entenderías. Pedro era un
niño, así que no resultó tan malo. Pero Daniela, maldita sea, su mundo estaba jodido.
No es una excusa, sólo una explicación.
No respondí. No tenía nada que decir a eso. No sentía simpatía alguna por Daniela. Es evidente que los hombres de su vida lo hacían. Debía ser agradable.
—A pesar de todo eso, lo que hizo estuvo mal. Cómo te lo ocultó fue realmente una mierda. Lamento no haberte dicho nada, pero sinceramente, ni siquiera era consciente de que tú y Pedro tenían algo hasta esa noche en el club cuando se volvió loco. Sabía que se sentía atraído por ti, pero también lo estaban la mayoría de los hombres en esta ciudad. Pensé que era el único tipo que no haría un
movimiento contigo debido a su lealtad a Dani... y bueno, lo que representabas para ellos dos. —Federico se detuvo y me volví para mirar sobre sus hombros.
—Nunca lo había visto así. Nunca. Es como si estuviera vacío. No puedo llegar a él. No sonríe. Ya ni siquiera finge que disfruta de la vida. Es diferente desde que te fuiste. A pesar de que no fue honesto y parece que sólo trataba de
proteger a Daniela... ustedes dos no tuvieron tiempo suficiente. Daniela ha sido su responsabilidad desde que era un niño. Eso era todo lo que sabía. Luego, entraste
en su mundo y al parecer lo sacudiste de la noche a la mañana. Si hubiera tenido más tiempo, te lo habría dicho. Sé que él lo hubiera hecho. Pero no lo hizo. No era justo para él. Se estaba enamorando de esta chica de la que siempre pensó que había sido la razón de que su hermana estuviera sin un padre. Su sistema de creencias cambió, pero también era difícil para él adaptarse.
Sólo lo miré fijamente. No porque no estuviera de acuerdo. Yo ya había comprendido todo esto en mi cabeza. Comprendí lo que decía. El problema era...
que no cambiaba las cosas. Incluso si me lo hubiera estado por decir, no cambiaba quién era él o quien era Daniela. Lo que representan para mí. Los últimos tres años de
mi madre en esta tierra fueron un infierno mientras ellos vivían en sus casas de lujo y saltaban de un evento social a otro. Su creencia en las mentiras que me habían dicho era la única cosa que no creí poder superar.
—Maldita sea. Probablemente estoy metiendo la pata aún más. Sólo quería hablar contigo y asegurarme de que sabías que Pedro... te necesita. Lo lamenta. Y creo que nunca te va a superar. Si trata de hablar de ello mañana, por lo menos escúchalo.
—Lo he perdonado, Fede. Pero no puedo olvidar. Lo que sea que éramos o podríamos haber sido se ha terminado. Nunca volverá a ser de nuevo. No puedo permitirlo. Mi corazón no me lo permite. Pero siempre voy a escucharlo. Me preocupo por él.
Fede dejó escapar un suspiro de cansancio. —Supongo que eso es mejor que nada.
Eso era todo lo que yo tenía para ofrecer.