sábado, 18 de enero de 2014

CAPITULO 126


Pedro

Normalmente pasaba la Navidad borracho en una estación de esquí con cualquier chica con la que estuviera saliendo en ese momento y algunos amigos. Era mi sitio al que ir para las fiestas. 
Al crecer,mi mamá no decoraba un árbol u horneaba galletas. Sólo había visto ese tipo de cosas en televisión.
El olor de árboles de pino, manzana con canela, y galletas llenaba nuestra casa. 
El árbol de Navidad más ridículamente grande que pude encontrar en Rosemary cubría nuestra sala de estar, y estaba decorado con adornos de colores brillantes y luces parpadeantes. Teníamos vivas guirnaldas y bayas en nuestra repisa de la chimenea y tres calcetines con monogramas de la letra P colgados en ella. 
Dos grandes coronas de flores con lazos de terciopelo rojo decoraban nuestra puerta principal y la casa estaba llena de villancicos mientras sonaban a través del sistema de sonido. Paula había encontrado una estación de Navidad en la radio
satélite y me amenazaba si la tocaba.
Regalos con papeles de colores vivos y lazos brillantes estaban amontonados bajo nuestro árbol y no podía sacarme de encima a mis amigos.
Estaban siempre aquí. Comiéndose los dulces que Paula seguía haciendo y bebiendo la sidra de manzana que nunca dejaba que se acabara. Era como si Santa
Claus hubiera vomitado en nuestra casa. 
Hace un año, esto hubiera sonado como el infierno para mí. Ahora, no podía imaginar hacer nunca la Navidad de
cualquier otra manera. Esta era la Navidad hecha al modo de Paula y me gustaba.
No, jodidamente me encantaba. Ella cantaba fuera de tono los villancicos mientras sacaba galletas del horno y rodaba esas bolas de mantequilla de maní en azúcar en polvo mientras yo esperaba que pusiera uno en mi boca.
Así iba ser como mis hijos crecerían, creyendo que la Navidad era todo esto, y me encantaba. Acurrucarme en el sofá viendo películas navideñas, tomar chocolate caliente mientras ponía mi mano en el estómago de Paula y disfrutaba sintiendo a mi chico patear. Esto era algo que el dinero no podía comprar. No este tipo de felicidad.
—¿Crees que veremos a tu papá antes de Navidad? —preguntó Paula, entrando a la sala de estar donde estaba disfrutando del árbol mientras escuchaba cantar a Paula “We Wish You a Merry Christmas”.
—Lo dudo. Se acaba de ir la semana pasada —le recordé.
Frunció el ceño y luego asintió. —Está bien. Supongo que tenemos que enviar su regalo, entonces. Tengo algo que enviarle a Caro también. Esperaba que me ayudaras a pensar en algo para tu mamá y Daniela. No sé qué comprarles.Nunca he pasado tiempo con ellas.
¿Mi madre y Daniela? ¿Le había comprado a mi papá un regalo? ¿Y a Caro?
Demonios. Todo lo que yo había hecho era comprar cosas para ella y el bebé. No había pensado comprarle algo a alguien más.
—Eh, si, em, supongo. Pero ellas no estarán esperando nada. Nosotros en realidad no intercambiamos regalos. No es realmente una fiesta que celebremos como una familia.
El rostro de Paula cayó y me miró con ojos tristes. No me gustaba verla triste. Me gustaba el canto fuera de tono y feliz que había estado haciendo minutos antes. 
—Pero es Navidad. Le compras cosas a la gente que quieres en Navidad. No tiene que ser mucho. Sólo algo. Es divertido dar cosas.
Si quería darle a mi malvada madre y a mi hermana algo, entonces, jodidamente iría a comprarles lo que demonios ella quisiera que les comprara y se los enviaríamos con una sonrisa. 
—Está bien, nena. Les encontraré algo y podemos enviarlos con las otras cosas.
Eso pareció calmarla y asintió —Oh, bueno. Está bien. —Empezó a dar la vuelta y se detuvo—. También tengo algo para Mateo. Tenemos que enviarlo por correo cuando enviemos las otras cosas a LA.
No pude evitar reír. Le había comprado algo a Mateo. Todos iban a pensar que me había vuelto loco cuando recibieran paquetes de mi parte —Mateo también.
Lo tengo —contesté.
Lo único bueno de las compras interminables de Paula era que eso me daba tiempo para prepararle su sorpresa. 
Ella no paraba de decir que después de Navidad necesitábamos pensar en el cuarto del bebé. Me mantenía en acuerdo con ella. Pero también mantenía la última habitación de la izquierda, la que tenía la vista que a ella le encantaba, cerrada con llave.

CAPITULO 125




Paula

Todavía no puedo asimilar que me cantaste una canción y tocaste la guitarra. Simplemente, guau, Pedro. Guau. —Estaba todavía aturdida de haber visto a Pedro esperándome con una guitarra en sus brazos. Entonces, en lugar de Jason Mraz, él había cantado una canción que había escrito para mí. Después de los diversos regalos y cartas enviadas a mi habitación me pareció que no podría superarse a sí mismo. Me había equivocado.
—Dejé de cantar cuando estaba en la universidad. Decidí que estaba cansado de las chicas estuvieran interesadas en mí por Luca. Si cantaba, sólo empeoraba mi conexión con Slacker Demon. Así que lo dejé. Pero para ti… Quería
que caminaras por el pasillo hacia mí con mis palabras y mi voz cantando algo escrito para ti. No un tema genérico que se pone en un millón de otras bodas. —Pedro besó el lugar justo debajo de mi oreja—. No hay otras bodas como ésta y
nunca las habrán —susurró en mi oído.
Me acurruqué más cerca de él mientras bailábamos la versión de nuestra banda en vivo de la canción de Ed Sheeran, "Kiss Me". Luca se había ofrecido a conseguir una "banda de verdad", pero yo no quería eso. No quería que nuestra boda fuese más que una pequeña reunión íntima. No quería hacerla un concierto para la banda. 
Pedro había acordado conmigo y habíamos encontrado la mejor banda de covers que el dinero podía comprar.
—Me gustaría que no tengamos la casa llena de gente esta noche —dije en su pecho.
—Eso no importa. No vamos a estar ahí —respondió Pedro.
Me aparté y lo miré a los ojos. —¿Qué quieres decir?
Él sonrió. —¿De verdad crees que voy a compartir una casa con todas esas personas en mi noche de bodas? Por supuesto que no. 
Tenemos el apartamento pent-house en el club esperando por nosotros cuando nos vayamos de aquí.
Me alegré de que hubiera pensado en eso. No quería pensar en su padre y mi padre en la misma casa que nosotros esta noche. —Bueno —contesté.
Su pecho vibró por su risa. Miré por encima a los otros huéspedes. Todos nuestros amigos estaban aquí. Todo el mundo nos felicitó. 
Excepto su hermana… y su madre. Pero no lo habrían aprobado. Ambas me odiaban. 
Aún así, me sentí mal de que se hubiesen perdido este día por el bien de Pedro
Sólo esperaba que algún día fueran a ser parte de nuestras vidas, por Pedro. Sabía que, a pesar de que no las mencionó, las extrañaba.
—¿Dónde pusiste el satén? —preguntó.
Sonreí mordiéndome el labio inferior. —No tenía bolsillos —respondí.
—Lo sé. Entonces, ¿dónde está?
—Escondido en mi sujetador —admití.
—Supongo que tendrá un nuevo significado para mí de ahora en adelante —dijo, tocando el frente de mis pechos con los pulgares.
—Gracias por todo. El collar, la pulsera para el tobillo, el anillo, y voy a dejar que te quedes con el satén. Aunque me encantó tenerlo allí con nosotros.Sabiendo que había tocado la vida de ambos. Fue perfecto.
Pedro apretó sus brazos alrededor de mí. —Sí, lo fue. —El momento en que su cuerpo se puso tenso, lo sentí. Mirando hacia él vi sus ojos enfocados en algo por encima de mi hombro. 
Miré hacia atrás para ver a Facundo de pie mirándonos—.
Probablemente debería dejarlo bailar contigo —dijo Pedro, aún sosteniéndome firmemente.
Le sonreí y su expresión se suavizó. —Si no quieres que baile con Facundo, entonces yo tampoco quiero. Necesito ir a hablar con él y, si quieres ir conmigo y aferrarte a mí cuando haga eso, puedes hacerlo. Relájate. 
Soy Paula Alfonso ahora.
La chica a la que él amaba era Paula Chaves.
Al usar mi nuevo nombre todo su cuerpo se relajó y me abrazó más fuerte.—Dilo de nuevo. Al menos la parte en que dices tu nombre —dijo con voz ronca.
—Paula Alfonso —repetí.
—Maldita sea, eso suena bien —dijo, dándome un beso en la frente—. Ve a hablar con él. Pero si no te importa… nada de baile. No quiero sus manos sobre ti.
—¿Así que tampoco abrazos? —pregunté antes de caminar hacia Facundo.
Pedro frunció el ceño y sacudió la cabeza. —No, si quiere mantener los brazos atados a su cuerpo —respondió, haciéndome reír. Mi hombre posesivo.
Me acerqué a Facundo, que estaba allí esperando por mí, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión de dolor en su rostro. Esto no podía ser fácil para él. En su mente habíamos sido algo eterno. Realmente no había pensado que Pedro estaría allí para mí al final. 
Se había equivocado.
—Me alegro de que hayas venido —le dije mientras me detenía a pocos metros de él, manteniendo una distancia suficientemente cómoda.
—No voy a mentir. No quería hacerlo. Carmen me obligó —respondió—.Pero te ves hermosa. Tan impresionante que duele mirarte.
—Gracias. No sabía que Pedro te había enviado las entradas e invitaciones hasta que Carmen entró en mi cuarto hoy.
Facundo asintió. —Sí, me lo imaginé, un poco. 
Ya que fue Pedro el que nos invitó y no tú. Carmen estuvo decidida en que vendríamos una vez que la recibió.
—Estoy feliz, Facundo.
Él me dio una sonrisa triste y asintió. —Puedo ver eso. Es difícil pasarlo por alto. Él está malditamente gritando de alegría.
No había mucho más que decir. Nuestro tiempo estaba en el pasado. Había sido mi mejor amigo una vez, pero ahora Pedro era mi todo.
—Cuídate —le dije, sabiendo que tenía que volver a Pedro antes de que decidiera que habíamos hablado mucho tiempo.
—Tú también, Paula. Envía fotos del bebé. Carmen querrá verlas —respondió.
Di media vuelta y me dirigí a Pedro, que estaba de pie en el borde de la pista de baile, con los ojos fijos en mí.