martes, 10 de diciembre de 2013

CAPITULO 36








Besos lentos siendo colocados en el interior de mi pantorrilla y a lo largo del arco de mi pie fueron la primera cosa que registré. Forcé mis ojos a abrirse. Pedro estaba de rodillas en el borde de la cama, besando mis pies y el costado de mi
pierna con una sonrisa maliciosa en su rostro.
—Ahí están tus ojos. Estaba empezando a preguntarme hasta qué punto iba a necesitar besar para que despertaras. No es que me importe besar más arriba, pero conduciría a un poco de más increíble sexo y ahora sólo tienes veinte minutos para llegar al trabajo. 
—Trabajo. Ah, mierda. Me siento y Pedro baja mi pierna—.
Tienes tiempo. Iré a arreglar algo de comer mientras te preparas —aseguró.
—Gracias, pero no tienes que hacerlo. Tomaré algo en la sala del descanso cuando llegue allí.
Trataba de no dejar que la incomodidad de la mañana se estableciera. Había tenido sexo con este hombre. Muy buen sexo o al menos eso era lo que yo pensaba.
Ahora ya era de día y estaba desnuda en su cama.
—Quiero que comas aquí. Por favor.
Me quería aquí. Mi corazón latió más fuerte en mi pecho. —De acuerdo.
Necesito ir a mi habitación y tomar una ducha.
Pedro le echó un vistazo a su baño y luego a mí. —Estoy dividido, porque quiero que te duches aquí, pero no creo que sea capaz de irme sabiendo que estás desnuda y jabonosa en mi ducha. Querré unirme.
Sosteniendo la sábana sobre mi pecho, me senté y le sonreí. —Por más atractivo que suene eso, llegaría tarde al trabajo.
Pedro suspiró y asintió. —De acuerdo. Tienes que ir a tu cuarto.
Miré alrededor buscando mi ropa, pero no la vi por ninguna parte.
—Ponte esto. Lourdes viene hoy. Estará lavando y pondré tu ropa de anoche. —Me lanzó la camiseta que él había usado anoche. Tomé una bocanada de aire de ella ya que aterrizó en mi pecho. Iba a tener un momento difícil devolviéndosela. Modestamente traté de ponérmela sin dejar que se cayera la
sábana.
—Ahora levántate. Quiero verte —murmuró, retrocediendo. Llevaba un pantalón de pijama mientras se relajaba en el borde de la cama y esperaba a que me levantara. Dejé caer la sábana y me puse de pie. Su camisa se pegaba por
encima de mis rodillas
—. ¿Puedes reportarte enferma? —preguntó mientras sus
ojos viajaban por mi cuerpo.
Una cálida sensación de hormigueo me recorrió. —No estoy enferma — repliqué.
—¿Segura? Porque creo que yo tengo fiebre —dijo, caminando alrededor de la cama y empujándome contra él—. Anoche fue increíble —dijo en mi cabello.
No había esperado este tipo de reacción de él. Había estado preocupada de que tal vez me echara esta mañana. Pero no. Estaba siendo dulce. Y tan increíblemente delicioso que estuve tentada a reportarme enferma.
Era mi día en el carrito de las bebidas y, si no me presentaba, entonces Isabel tendría que hacer todo el camino por sí misma en un viernes. Eso sería cruel. No
podía.
—Tengo que trabajar hoy. Me están esperando —expliqué.
Asintió y dio un paso atrás. —Lo sé. Corre, Paula. Baja con tu lindo y pequeño trasero por las escaleras y alístate. No puedo prometerte que te dejaré ir si estás parada aquí luciendo así por mucho tiempo.
Riendo, pasé junto a él corriendo y bajé las escaleras. La risa divertida que dejé atrás fue perfecta. Pedro era perfecto.


***


El calor sólo estaba empeorando. Realmente deseaba que Elena me dejara recogerme el cabello. Estaba dispuesta a tomar una botella de esa agua con hielo y verterla sobre mi cabeza. Me secaría en cuestión de segundos aquí con este calor.
¿Por qué los hombres jugaban golf con este clima? ¿Estaban locos?
Empujando el carrito de bebidas de regreso al primer hoyo, noté la cabeza oscura del cabello que le pertenecía a Antonio. Genial. No es que estuviera de humor para hoy. Jose probablemente estaba queriendo esperar a Isa para hacer sus rondas, de todos modos. Probablemente podría escapar de ellos. Antonio se dio la vuelta, me miró, y una sonrisa apareció en sus labios.

—De vuelta al carrito hoy. Por mucho que me guste tenerte adentro, esto hace al golf tremendamente mucho más divertido —dijo Antonio en un tono burlón mientras yo empujaba el carrito a lado de ellos.
No iba a animar su coqueteo. Pero era mi jefe, así que no podía hacerlo enojar, tampoco.
—Aléjate, Antonio. Eso es un poco demasiado cerca. —La voz de Pedro vino detrás de mí y me giré para verlo caminando hacia nosotros con pantalones cortos
de color azul oscuro y una camisa polo blanca. ¿Estaba jugando golf?
—¿Así que ella es el porqué de repente querías jugar hoy con nosotros? — preguntó Antonio.
No aparté la mirada de Pedro mientras caminaba hacia mí. Estaba aquí por mí. Al menos, me encontraba bastante segura de que lo estaba. Me preguntó en dónde estaba trabajando hoy durante el desayuno.
Su mano se deslizó alrededor de mi cintura. Me atrajo contra su costado e inclinó su cabeza para susurrar en mi oído—: ¿Estás adolorida?
Había estado preocupado que yo estuviera adolorida hoy y tuviera que trabajar de pie todo el día. Le dije que estaba bien. Sólo me sentía estirada.
Aparentemente, todavía estaba preocupado.
—Estoy bien —contesté en voz baja.
Presionó un beso en mi oído. 
—¿Te sientes estirada? ¿Podrías decir que he
estado dentro de ti? —Asentí, sintiendo mis rodillas un poco débiles por el tono de su voz—. Bien. Me gusta saber que puedes sentir en dónde he estado —dijo, luego
se apartó de mi y levantó su mirada hacia Antonio.
—Pensé que esto pasaría —dijo Antonio en un tono molesto.
—¿Ya lo sabe Dani? —preguntó Jose. El rubio le pegó en el brazo y le frunció el ceño.
¿Por qué siempre aparecía Daniela? ¿Alguna vez lo sabría?
—Este no es asunto de Dani. O tuyo —replicó Pedro, mirando a Jose.
—Vine aquí para jugar golf. Mejor no hablemos de esto aquí. Paula, ¿por qué no consigues las bebidas de todos y te diriges al siguiente hoyo? —dijo Antonio.
Pedro se tensó a mi lado. Antonio nos estaba poniendo a prueba. Quería ver si actuaría diferente ahora que Pedro estaba haciendo un tipo de derecho sobre mí en
público. Estaba aquí para trabajar. Sólo porque había dormido con Pedro no cambiaba mi lugar en el gran esquema de las cosas. Sabía eso.
Salí de los brazos de Pedro para abrir el enfriador y comenzar a repartir la elección de bebidas de cada uno. Mis propinas no fueron tan altas como solían serlo con este grupo. Excepto, por supuesto, por Antonio. Pensé que eso cambiaría hoy, también.
Pude ver el billete de cien dólares que Antonio puso en mis manos, y estaba segura que Pedro también. Cerré rápidamente mi mano y lo metí en mi bolsillo.
Lidiaría con él luego, cuando Pedro no estuviera mirando. Pedro se acercó y puso su pago en mi bolsillo. Me besó suavemente y luego me guiñó un ojo antes de acercarse por un palo de golf del carrito.
No le di a Antonio una razón para corregirme. Rápidamente giré el carrito y me dirigí al siguiente hoyo. El teléfono sonó en mi bolsillo, alarmándome. Pedro lo había metido en mi bolsillo antes de irme esta mañana. Estaba teniendo problemas recordando que lo tenía.
Detuve el carrito y lo saqué.


Pedro: Lamento lo de Antonio.


¿Por qué se disculpaba? No tenía razón para sentirlo.


Yo: Estoy bien. Antonio es mi jefe. No es la gran cosa.


Deslicé el teléfono de vuelta a mi bolsillo y me dirigí a mi siguiente parada.



un camino lleno de coches no era lo que me esperaba cuando entré a la cuadra de Pedro después del trabajo. El campo de golf estaba tan ocupado que sólo había parado para darles tragos una vez más en el hoyo dieciséis. Él no me había mandado mensajes de nuevo en todo el día. Mi
estómago se anudo nerviosamente. ¿Era esto? ¿Tuvo su breve momento de dulzura después de haber tomado mi virginidad y se desvaneció tan pronto?
Tuve que aparcar afuera en el borde de la calle. Cerrando la puerta de mi camioneta, comencé la caminata hacia la puerta.
—No quieres ir allí —dijo la familiar voz de Federico en la oscuridad. Miré alrededor y vi un pequeño resplandor naranja caer en el suelo que luego se apagó bajo una bota antes de que Federico saliera de su escondite.
—¿Vienes a estas fiestas a pasar el rato afuera? —pregunté, ya que esta era la segunda vez que había llegado a una fiesta para encontrarme a Federico solo afuera.
—Me parece que no puedo dejar de fumar. Pedro cree que paré. Así que me escondo aquí cuando necesito un cigarrillo —explicó.
—Fumar te matara —dije, recordando todos los fumadores que había visto morir lentamente cuando lleve a mi madre a los tratamientos de quimioterapia.
—Eso es lo que ellos me dicen —respondió con un suspiro.
Observé de vuelta a la casa y oí la música saliendo de ella. —No sabía que había una fiesta esta noche —dije, esperando que la decepción en mi voz no se notara.
Federico se rio e inclinó la cadera contra el Volvo. —¿No hay siempre una fiesta aquí?

No, no la había. Después de la última noche, pensé que Pedro me llamaría o me mandaría un mensaje de texto. —Supongo que no me lo esperaba.
—Creo que Pedro tampoco. Esta es una fiesta de Dani. La chica siempre ha logrado salirse con la suya en lo que a Pedro se refiere. Pedro pateó mi trasero más de una vez al crecer porque no caí en la mierda de ella de cachorro herido.
Me acerqué para apoyarme en el Volvo a su lado y crucé mis brazos. —¿Así que tu creciste con Daniela, también? —Necesitaba algo. Cualquier tipo de explicación.
Fede posó sus ojos en mí. —Si. Por supuesto. Georgina es su mamá. El único pariente que tiene. Bueno… —El se apartó del Volvo y negó con la cabeza— Nop. Casi me tenías. No te puedo decir ni mierda, Paula. Honestamente,
cuando alguien lo hace, no quiero estar alrededor de nadie.
Federico caminó de nuevo hacia la casa.
Lo miré hasta que estaba de vuelta en el interior antes de dirigirme hacia la casa. Oré para que no estuviera nadie en mi habitación. Si lo estaban, iría a la despensa. No estaba de humor para Daniela. O los secretos rodeando a Ella que todo el mundo conocía menos yo. Estoy segura que no estaba para el humor de Pedro.
Abrí la puerta y me alegré de que no hubiera nadie alrededor para verme llegar. Me dirigí directamente hacia las escaleras. Risas y voces llenaban la casa. Yo no encajaba con ellos. No tenía sentido ir allí y actuar como si lo hiciera.
Miré hacia la puerta que daba a las escaleras de Pedro y dejé que los recuerdos de la noche anterior me recorrieran. Estaba empezando a pensar que sería una cosa de una sola vez. Abrí mi puerta y entré antes de encender la luz.

CAPITULO 35






Pedro no empezó fácil. Su boca fue contundente y exigente. Me alegró. Era romántico. Era real. También llevaba su piercing en la lengua.
No lo había notado antes, pero lo sentí. El toque de su lengua era malvado con esa cosa involucrada. Me gustó probar algo que sabía era inalcanzable.
Sus dos manos ahuecaron mi cara. Sus besos se ralentizaron y luego se echó hacia atrás sin soltar mi cara de entre sus manos. —Ven conmigo arriba. Quiero mostrarte mi habitación —Me dedicó una sonrisa traviesa—, y mi cama.
Asentí y Pedro dejó caer sus manos de mi cara. Deslizó una de sus manos en la mía y entrelazó nuestros dedos, luego apretó. Sin decir palabra, me llevó a las escaleras, jalándome suavemente en su prisa por llegar arriba. Una vez que llegamos al segundo piso, me presionó contra la pared y me besó furiosamente, mordiendo mis labios y acariciando mi lengua.
Se hizo hacia atrás y tomó una respiración profunda. —Un tramo más de escaleras —dijo en una voz grave y me jaló hacia la puerta al final del pasillo.
Pasamos junto a mi habitación y se detuvo. Al principio, pensé que quería ir allí en su lugar, pero no se detuvo hasta llegar a una estrecha puerta al final del pasillo.
Me había preguntado si esa era la escalera que llevaba a su habitación. Sacó una llave para desbloquearla, luego abrió la puerta y me hizo señas para que fuera por delante.
La escalera era de dura madera como las otras, pero había paredes a ambos lados mientras subíamos los escalones.
Una vez que alcance el último escalón, me quedé helada. La vista era impresionante. La luna destacaba el océano, dándole a la sala el fondo más fabuloso e imaginable.
—Es por esta habitación mamá tuvo que comprar esta casa. Incluso diez años más tarde supe que esta habitación era especial —susurró Pedro detrás de mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura.
—Es increíble. —Suspiré en voz baja. Sentía como si hablar demasiado alto fuera a arruinar el momento.
—Llamé a mi papá ese día y le dije que había encontrado una casa en la que quería vivir. Él le traspasó a mi madre el dinero y ella la compró. Amaba la ubicación, por lo que en esta casa pasamos nuestros veranos. Ella tiene una casa
propia en Atlanta, pero prefiere aquí.
Estaba hablando de sí mismo. De su familia. Él lo estaba intentando. Mi corazón se derritió un poco más. Debía detenerlo antes de que se adentrara más en mi corazón. No quiero salir lastimada cuando todo acabara y él se alejara. Pero quería saber más acerca de él.
—Yo nunca querría irme —contesté con toda honestidad.
Pedro besó mi oído suavemente. —Ah, pero no has visto mi cabaña en Vale o mi piso en Manhattan.

Pedro me giró hacia la derecha hasta que estuve enfrente de una cama enorme. De sólido negro. La cama en sí y la colcha que la cubría. Hasta las almohadas eran negras. —Y esta es mi cama —dijo, caminando hacia ella con las
manos en las caderas. No iba a pensar en todas las chicas que habían estado aquí antes que yo. No lo haría. Cerré mis ojos y bloqueé totalmente el pensamiento.
—Paula, incluso si lo único que hacemos es besarnos o simplemente yacer allí y hablar, estoy bien con eso. Sólo te quería aquí. Cerca de mí.
Otra pequeña pulgada o dos se incrustó en mi corazón. Me giré y lo miré. 
No pretendes eso. Te he visto en acción, Pedro Alfonso. No llevas a chicas a tu habitación y esperas hablar. —Traté de sonar burlona, pero mi voz se quebró cuando mencioné a las otras chicas.
Pedro frunció el ceño. —No traigo chicas aquí en absoluto, Paula. ¿Qué? Sí lo hacía.
—La primera noche que llegué aquí dijiste que tu cama estaba llena —le recordé.
Él sonrió. —Sí, porque yo estaba durmiendo en mí cama. No traigo chicas a mi habitación. No quiero sexo sin sentido contaminando este espacio. Me encanta estar aquí.
—La mañana siguiente, una chica todavía estaba aquí. Tú la habías dejado en la cama y ella vino buscándote en su ropa interior.
Pedro deslizó una mano debajo de mi camisa y comenzó a frotar pequeños círculos en mi espalda. —La primera habitación a la derecha era la habitación de Federico hasta que nuestros padres se divorciaron. La uso como mi habitación de soltero por ahora. Es donde tomo a las chicas. Aquí no. Nunca aquí. Eres la primera. —Se detuvo y una sonrisa tiró de sus labios—. Bueno, dejo a Lourdes subir aquí una vez a la semana para limpiar, pero te prometo que no hay nada de metida de manos entre nosotros.
¿Significaba eso que yo era diferente? ¿No era una de muchas? Dios, lo esperaba. No… no lo hacía. Tenía que controlarme. Él pronto me dejaría. Nuestro mundo no coincidía. Ni siquiera se acercaban el uno al otro.
—Bésame, por favor —dije, poniéndome de puntillas y presionando mi boca contra la suya antes de que pudiera protestar o sugerir que habláramos otra vez.
No quería hablar. Si hablábamos, querría más.
Pedro me empujó hacia atrás sobre su cama y cubrió mi cuerpo con el suyo mientras su lengua se enredaba con la mía. Sus manos recorrieron los lados de mi cuerpo hasta que encontró mis rodillas. Tiró de mis piernas y se acomodó entre el espacio que había creado.
Quería sentir más de él. Agarré un puñado de su camisa y jalé. Él entendió la indirecta y rompió nuestro beso lo suficiente como para quitarla y lanzarla a un lado. Esta vez tenía espacio para explorarlo. Pasé mis manos por sus brazos y los duros bultos de sus bíceps. Moví mis manos en su pecho y pase mis dedos sobre sus abdominales, suspirando de placer ante la sensación de cada dura ondulación contra mis dedos. Deslizando mis manos, pasé mi pulgar sobre cada uno de sus duros pectorales y sentía sus pezones apretarse bajo mi tacto. ¡Oh Dios, eso fue
sexy!
Pedro se echó hacia atrás y empezó a desabrochar la camisa blanca de mi uniforme casi frenéticamente. Cuando llegó al último botón, empujó hacia atrás y bajó mi sujetador hasta que ambos senos saltaron de las copas de encaje que los cubría.
Él sacó su lengua y la movió rápidamente a uno de mis pezones. Se trasladó al otro e hizo lo mismo antes de que bajara su cabeza y lo jalara dentro de su boca con un duro tirón.
Mi cuerpo se arqueó contra el suyo y, la dureza que había sentido rozando mi pierna, ahora estaba firmemente encajada entre mis piernas, presionando directamente sobre mi problema. —¡AH! —exclamé, frotándome contra su dureza y necesitando sentir más de lo mismo.
Pedro dejó salir mí pezón de su boca con un “pop” mientras mantenía sus ojos sobre mí y bajaba su cuerpo, dejándome una vez más sin la presión que necesitaba. Sus manos desabrocharon mi falda y comenzaron empujándola
lentamente hacia abajo junto con mis bragas. Nunca apartó su mirada de mí.
Me levanté para permitirle bajarlos sobre mis caderas con facilidad. Pedro se sentó sobre sus rodillas y dobló su dedo para que me sentara. Estaba dispuesta a hacer todo lo que pidiera. Tan pronto como estuve sentada, terminó con el resto del camino al quitar mi camisa. Entonces, se deshizo de mi sujetador y lo tiró a un lado.
—Desnuda en mi cama es incluso más increíblemente hermoso de lo que pensé que sería… y créeme que he pensado en ello. Mucho.
Se movió de nuevo sobre mí, enganchó sus brazos debajo de mis rodillas y se recostó abajo entre mis piernas. Pero todavía tenía sus pantalones. Los quería fuera… ¡AH!
Pedro trasladó su caderas sobre mis piernas abiertas y se presionó justo donde lo necesitaba demasiado.
—¡Sí! ¡Por favor! —Lo rasguñé, necesitándolo más cerca.
Pedro bajó su cuerpo, moviendo sus manos para seguir el interior de cada uno de mis muslos mientras besaba mi ombligo y luego la parte superior de mi montículo. Necesitaba más cabello. Quería tirar de algo.
Sus ojos plateados se alzaron y se encontraron con los míos mientras su lengua se deslizaba hacia fuera y pasaba su piercing justo sobre mi clítoris. Grité su nombre y agarré un manojo de sabanas que también me mantenían en la cama.
Sentí que podía dispararme al cielo por ventanas más grandes que la vida.
—Dios, eres dulce —gruñó Pedro cuando bajó su cabeza para poner su lengua en mí otra vez. Había oído hablar de esto. Sabía de ello, pero nunca imaginé que podía sentirse tan bien.
—Pedro, por favor —lloriquee.
Se detuvo sobre mí. La calidez de su aliento bañó el palpitar que había creado. —Por favor, ¿qué? Bebé, dime qué es lo que deseas.
Sacudí mi cabeza hacia adelante y hacia atrás, apreté firmemente mis ojos.
No podía decirle. No sabía cómo decirlo.
—Quiero oírte decirlo, Paula —dijo Pedro en un susurro estrangulado.
—Por favor, lámeme otra vez. —Me atragante.
—¡Maldita sea! —Pedro maldijo antes de pasar su lengua por mis pliegues.
Luego, tiró de mi hinchado clítoris en su boca y me envió a un espiral en el espacio.
El mundo estalló en colores y mi respiración se detuvo mientras el placer recorrió mi cuerpo.
No fue hasta que descendí que me di cuenta que Pedro me había dejado y estaba ahora desnudándose, luego se puso de nuevo sobre mí.
—El condón esta puesto. Tengo que estar dentro —susurró Pedro contra mi oído mientras extendía mis piernas abiertas con las manos y sentí la punta de su miembro penetrarme.
—Santa mierda, estás tan mojada. Va a ser difícil no caer derecho dentro de ti, voy a tratar de ir despacio. Te lo prometo. —Su voz era tensa y las venas de su cuello destacaron cuando presionó más en mí. Me estaba estirando, pero se sentía bien. El dolor que había esperado no estaba allí. Moví mi cuerpo abriendo más las piernas y Pedro tragó saliva y se quedó helado.
—No te muevas. Por favor, bebé, no te muevas —suplicó Pedro, manteniéndose inmóvil. Entonces, él empujó aún más en mi estrechez antes de que el dolor me golpeara. Me tensé y lo mismo hizo Pedro—. Eso es todo. Voy a hacerlo
rápido, pero luego voy a parar una vez que esté dentro y dejaré que te acostumbres a mí.
Asentí con la cabeza, cerré los ojos y me acerqué para sostenerme de sus brazos. Pedro se retiró y luego sus caderas se movieron hacia adelante con un duro
empuje. Un caliente dolor me atravesó y grité, apretando sus brazos firmemente y aferrándome mientras la ola de dolor sacudía todo mi cuerpo.
Podía oír la respiración rápida y dura de Pedro cuando él mismo se quedó muy quieto. No sabía exactamente cómo se sentía para un chico, pero sabía que no era fácil. Pedro tenía algún tipo de dolor.
—Está bien. Estoy bien —susurré mientras el dolor disminuía.
Pedro abrió los ojos y bajó la mirada. Sus ojos estaban humeando. —¿Estás segura? Porque, cariño, quiero moverme tan condenadamente mal.
Asentí con la cabeza y continúe aferrándome a sus brazos en caso de que el dolor volviera cuando se moviera. Las caderas de Pedro retrocedieron y sentí cómo salía de mí, luego empujó hacia adelante lentamente, llenándome de nuevo. Esta vez no hubo ningún dolor. Me sentía extendida y completa.
—¿Te duele? —preguntó Pedro cuando se quedó quieto de nuevo.
—No. Me gusta —asegure.
Pedro movió sus caderas hacia atrás otra vez y luego se hundió en mi, haciéndome gemir de placer. Se sentía bien. Más que bien.
—¿Te gusta eso? —preguntó Pedro con asombro.
—Sí. Se siente tan bien.
Pedro cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido cuando empezó a moverse más rápido. Podía sentir mi cuerpo escalando más alto otra vez.
¿Es posible? ¿Puedo tener otro orgasmo tan pronto?
Todo lo que sabía era que quería más. Levanté mis caderas para reunirme con su empuje y pareció ponerlo frenético.
—Sí. Dios, eres increíble. Tan apretada. Paula eres tan jodidamente apretada —dijo entre jadeos mientras se movía dentro de mí.
Levanté mis rodillas para poder envolver mis piernas alrededor de su cintura y empecé a temblar. —¿Está cerca, nena? —preguntó con voz tensa.
—Creo —respondí, sintiendo la construcción dentro de mí. Aunque todavía no estaba allí. El dolor había disminuido cualquier placer al principio. Pedro deslizó su mano hacia abajo entre nosotros, hasta que su pulgar se frotó contra mi palpitar.
—¡AH! Sí, ahí —grité y me aferré a él cuando la ola se estrelló sobre mí.
Pedro dejó escapar un grito y se puso rígido e inmóvil, entonces bombeó en mí una vez más.

Pedro respirando pesadamente en mi oído mientras apoyaba su cuerpo sobre el mío era una maravilla. Quería mantenerlo aquí. Aún dentro de mí. Justo así.
Cuando movió sus brazos y se movió a un lado fuera de mí, apreté mis brazos alrededor de él y se rió entre dientes. —Volveré. Tengo que ocuparme de ti primero —dijo y luego me besó en los labios antes de dejarme sola en su cama.
Observé su trasero desnudo en toda su perfección caminar al otro lado de la habitación y entrar en lo que parecía ser el baño. Escuché la corriente de agua y luego caminó de regreso, completamente desnudo en la parte delantera. Mis ojos inmediatamente se dirigieron al sur. Oí a Pedro reír y cerré mis ojos, avergonzada de ser atrapada mirando.
—No te avergüences de mí ahora —bromeó, entonces se acercó para separar mis rodillas—. Ábrete para mí —dijo en voz baja, separando mis rodillas. Noté por primera vez la toalla en sus manos—. No demasiado —dijo, limpiando entre mis piernas mientras observaba con fascinación
—. ¿Te duele? —preguntó con preocupación en su voz mientras limpiaba gentilmente el área sensible.
Negué con la cabeza. Ahora que ya no estábamos locos con pasión, esto era vergonzoso. Pero tenerlo limpiándome era dulce. ¿Era esto lo que hacían los chicos después del sexo? Nunca había visto esto en una película.
Pedro parecía contento con su trabajo de limpieza y arrojó la toalla usada en el bote de basura a lado de su cama. Se arrastró de vuelta a la cama junto a mi y me atrajo hacia él.
—Pensé que no eras de los que abrazaban, Pedro —dije mientras pasaba su nariz a lo largo de mi cuello e inhalaba con fuerza.
—No lo era. Sólo contigo, Paula. Eres mi excepción —susurró, luego escondió mi cabeza debajo de su barbilla y tiró de las sábanas sobre nosotros. El sueño vino rápido. Estaba segura y feliz.