martes, 17 de diciembre de 2013

CAPITULO 52









Él alzo su cabeza. Su rostro estaba empapado con lágrimas. No las limpiaría. Cumplieron su cometido. Me puse de pie y desabroché mi camisa y me la quite para ponerla sobre la cama. Luego, me deshice de mi sujetador. Los ojos de Pedro  nunca dejaron mi cuerpo. La confusión en su rostro era de esperarse. No podía explicarle esto. Sólo lo necesitaba.
Bajé los shorts que estaba usando y salí de ellos. Luego, quité mis zapatos y lentamente me quité mis bragas. Una vez estuve completamente desnuda, me pasé a horcajadas sobre las piernas de Pedro.Sus manos se envolvieron alrededor de mí inmediatamente y enterró su cara en mi estómago. La humedad de sus lágrimas era fría contra mi piel, haciéndome temblar.
—¿Qué estás haciendo, Paula? —preguntó Pedro retrocediendo lo suficiente para mirarme. No podía responder eso.
Agarré puñados de su camisa y tiré de ella hasta que él levantó sus brazos y me dejó sacarla por encima de su cabeza y lanzarla a un lado. Bajando hasta que estuve sentada en su regazo, deslicé mis manos detrás de su cabeza y lo besé. Lentamente. Esta era la última vez. Las manos de Pedro estaban en mi cabello y tomó el mando inmediatamente. Cada caricia de su lengua era suave y relajada.
No estaba hambriento ni exigente. Tal vez ya sabía que era el adiós. No significaba que tenía que ser duro y rápido. Era el último recuerdo que tendría de él. De nosotros. El único que tendría donde una mentira no contaminaba el agua. La
verdad estaba ahí entre nosotros ahora.
—¿Estás segura? —susurró Pedro  contra mi boca mientras me balanceaba contra la dureza que ya sentía debajo de su pantalón.
Sólo asentí.
Pedro  me levantó y me puso sobre la cama antes de quitarse sus zapatos y pantalón. Gateó sobre mí mientras su cara torturada me estudiaba. —Eres la más hermosa mujer que alguna vez vi. Por dentro y por fuera —susurró mientras
dejaba una lluvia de besos en mi rostro antes de poner mi labio inferior en su boca y chuparlo.
Levanté mis caderas. Lo necesitaba adentro. Siempre lo necesitaría dentro, pero esta sería la última vez que lo tendría allí. Así de cerca. Nadie jamás estaría así de cerca otra vez. Nadie.
Pedro recorrió sus manos por mi cuerpo tomando tiempo para tocar cada parte. Como si estuviera memorizándome. Me arqueé en sus manos y cerré mis ojos dejando que la sensación me marcara. 
—Te amo tan jodidamente demasiado—juró mientras su cabeza bajaba para besar mi ombligo.
Dejé que mis piernas cayeran abiertas para que pudiera moverse entre ellas.
—¿Necesito usar un condón? —preguntó, regresando hacia mí.
Si, lo necesitaba. 
No hay posibilidades.
Otra vez, sólo asentí.
Se levantó para recoger su pantalón y sacó un condón de su billetera. Lo observé rasgarlo, luego deslizarlo sobre su pene. Nunca lo había besado ahí antes.
Había pensado sobre eso, pero nunca había tenido el valor. Algunas cosas deberían permanecer desconocidas.
Pedro  recorrió sus manos por la parte interior de mis piernas y luego lentamente las apartó para abrirlas totalmente. —Esto siempre será mío —dijo con convicción.
No lo corregí. No servía de nada. Nunca sería de nadie más después de hoy, sólo me pertenecería a mí.
Pedro  bajó su cuerpo sobre el mío hasta que pude sentir la punta de su erección presionando contra mí. —Nunca ha sido tan bueno. Nunca nada ha sido tan bueno como esto —gimió, luego se deslizó dentro de mí. El momento fue
recibido. Envolví mis manos alrededor de sus brazos y grité mientras él me llenaba por completo.
Lentamente, se retiró y luego se impulsó de nuevo dentro de mí. Sus ojos nunca dejaron los míos. Sostuve su mirada. Podía ver la tormenta en sus ojos.
Sabía que estaba confundido. Incluso podía ver el miedo. Luego hubo amor. Lo vi.
La ferocidad en sus ojos. Lo creía. Pude verlo claramente. Pero era demasiado tarde ahora. El amor no era suficiente. Todo el mundo siempre decía que el amor
era suficiente. No lo era. No cuando tu alma fue destruida.
Deslicé mis piernas alrededor de su cintura y luego envolví mis brazos alrededor de su cuello. Cerca. Lo necesitaba cerca. Su aliento era cálido en mi cuello mientras
presionaba besos en la piel sensible. Él susurraba palabras de amor y promesas que nunca tendría que mantener. Lo dejé. Sólo esta última vez.
El placer que había estado construyéndose, alcanzó su cima cuando Pedro  aplicó un beso contra mis labios y dijo—: Solo tú.
No aparté la mirada de él mientras me aferraba a él y dejaba que la sensación de completo éxtasis me recorriera. La boca de Pedro se abrió y un fuerte gruñido vibró en su pecho mientras bombeó dentro de mí dos veces más y luego se
quedó inmóvil.Sus ojos nunca dejaron los míos.
Respiramos rápido y fuerte mientas decía todo lo que necesitaba ser dicho sin palabras. Estaba en mis ojos. Si, estaba mirando con atención suficiente.
—No hagas esto, Paula—suplicó.
—Adiós, Pedro .
Él sacudió su cabeza. Aún estaba enterrado muy dentro de mí. —No. No nos hagas esto a nosotros.
No dije nada más. Dejé caer mis manos a mi lado y mis piernas se deslizaron de su cadera hasta que ya no estaba sujeta aferrada a él. No discutiría con él.
—No me pude despedir de mi hermana o mi mamá. Esos eran los adioses finales que nunca tuve. El último adiós que necesitaba. El último adiós que necesitaba. Esta ocasión entre nosotros sin mentiras.
Pedro  agarró las mantas debajo de mí en ambas manos y cerró sus ojos severamente. —No. No. Por favor, no.
Quise levantar el brazo y tocar su cara. Decirle que estaría bien. Él seguiría adelante y superaría esto. Nosotros. Pero no podría hacer eso. ¿Cómo podría consolarlo si yo estaba vacía por dentro?
Pedro  se retiró de mí e hice una mueca de dolor por el vacío que hizo eco a través de mi cuerpo. Él se levantó y no me miró. Observé en silencio mientras comenzaba a vestirse. Eso era todo. ¿Se suponía que el vacío doliera? ¿Cuándo pararía de aparecer el dolor?
Cuando tuvo puesta su camiseta de nuevo, levantó sus ojos para mirarme.
Me incorporé y doblé mis rodillas contra mi pecho para cubrir mi desnudez y tranquilizarme. Estaba asustada de que pudiera literalmente derrumbarme.
—No puedo hacer que me perdones. No merezco tu perdón. No puedo cambiar el pasado. Todo lo que puedo hacer es darte lo que quieres. Si esto es lo que quieres, me iré, Paula. Me matará, pero lo haré.
¿Qué otra cosa podría haber? Nunca sería la misma. La chica de la que se había enamorado ya no existía. Él lo vería muy pronto si se quedaba. No tuve un pasado. No tuve una base. Todo se había ido. Nada tenía sentido y sabía que jamás lo tendría. Pedro merecía más.
—Adiós, Pedro  —dije una última vez.
El dolor que nubló sus ojos fue demasiado. Aparté la mirada de él y estudié la manta de cuadros azules debajo de mí.
Escuché cómo caminaba hacia la puerta. Sus pisadas eran amortiguadas por la vieja desteñida alfombra. Entonces, la puerta se abrió y la luz de la luna llego a la oscura habitación. Hubo una pausa. Me preguntaba si él diría más. No quería que lo hiciera. Cada palabra que decía sólo hacia esto más duro.
La puerta se cerró.
Alcé mis ojos para ver el vacío cuarto de motel rodeándome. Las despedidas no eran todo lo que dijeron que era. Ahora sabía eso.

CAPITULO 51










No había esperado verlo otra vez. Al menos no tan pronto. Había dejado en claro cómo me sentía. ¿Cómo había sabido llegar hasta aquí? Nunca le dije el nombre de mi pueblo. ¿Mi padre le había dicho? ¿Acaso no entendían que quería
estar sola?
La puerta de un auto se cerró de golpe, atrayendo mi atención lejos de Pedro para ver a Facundo saliendo de la camioneta roja Ford que había obtenido como regalo de graduación. —Estoy esperando como el demonio que conozcas a este tipo, porque te ha estado siguiendo desde el cementerio. Lo noté del otro lado del camino mirándonos mucho antes, pero no dije nada —dijo Facundo mientras
caminaba hasta nosotros para detenerse ligeramente frente a mí.
—Lo conozco —dije muy a penas, a pesar de la tensión en mi garganta.
Facundo volvió a mirarme. —¿Él es la razón por la que volviste corriendo a casa?
No. En realidad, no. Él no fue lo que me hizo huir. Fue lo que hizo querer quedarme. Incluso sabiendo que todo lo que pudimos haber tenido era imposible.
—No —dije, sacudiendo la cabeza y mirando a Pedro otra vez. Incluso a la luz de la luna, su rostro lucía lleno de dolor.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté, manteniendo mi distancia. Facundo se movió aún más frente a mí cuando se dio cuenta de que no me acercaba a Pedro.
—Estás aquí —respondió.
Dios. ¿Cómo podré soportar de nuevo esto? Verlo y saber que no podré tenerlo. Lo que representaba siempre ensuciaría cualquier cosa que sintiera por él.
—No puedo hacer esto, Pedro.
Tomó un paso hacia adelante. —Habla conmigo. Por favor, Paula. Hay tantas cosas que quiero explicarte.
Sacudí la cabeza y tomé un paso hacia atrás. 
—No. No puedo.
Pedro maldijo y posó su mirada sobre Facundo —¿Podrías darnos un minuto? —demandó.
Facundo cruzó los brazos sobre su pecho y se movió aún más para posarse frente a mí. —No lo creo. No parece que ella quiera hablar contigo. Y no puedo decir que vaya a obligarla. Y tú tampoco lo harás.
No necesitaba ver a Pedro para saber lo mucho que Facundo acababa de enojarlo.
Si no los detenía, esto podría terminar mal. Pasé al lado de Facundo y caminé hacia Pedro y en dirección a mi habitación. Si íbamos a hablar, no tendríamos audiencia.
—Está bien, Facundo. Este es mi hermanastro, Pedro Alfonso. Ya sabe quién eres tú. Sólo quiere hablar. Así que vamos a ir a hablar. Puedes irte. Estaré bien —dije
sobre mi hombro, luego me giré para abrir la habitación 4A.
—¿Hermanastro? Espera… ¿Pedro Alfonso? ¿El único hijo de Luca Alfonso? Mierda, Pau, eres familia de una celebridad del rock.
Había olvidado lo fanático que es Facundo hacia las bandas de rock. Él sabría todo sobre el hijo único del baterista de Slacker Demon.
—Vete, Facundo —repetí. Abrí la puerta y entré.
use toda la longitud de la habitación entre nosotros. No me detuve hasta que estuve parada contra la pared del otro lado de la habitación.
Pedro me siguió adentro y cerró la puerta detrás de él. Sus ojos parecían como si estuvieran bebiéndome.
—Habla. Apúrate. Quiero que te vayas —dije.
Pedro se encogió con mis palabras. No me permitiría sentirme mal por él. No podía.
—Te amo.
No. Él no estaba diciendo eso. Sacudí la cabeza. No. No estaba escuchando esto. Él no me amaba. No podía. El amor no mentía.
—Sé que mis acciones no parecen respaldar eso, pero si tan sólo me dejaras explicarme. Dios, nena, no puedo soportar verte sufrir tanto.
No tenía idea de la magnitud del dolor. Él había sabido lo mucho que había amado a mi madre. Lo importante que era para mí. Lo mucho que ella había sacrificado. Él sabía todo esto y aun así no me había dicho lo que pensaban de mi
madre. Lo que él pensaba de mi madre. No podía amar eso. A él. A nadie que se burlara de la memoria de mi madre. Jamás podría amar eso. Jamás.
—Nada que puedas decir arreglará esto. Era mi madre, Pedro. El único recuerdo que tiene algo bueno en mi vida. Es el centro de cada momento de infancia feliz que tengo. Y tú... —Cerré los ojos incapaz de mirarlo—. Y tú, y... y
ellos... todos la desgraciaron. Las mentiras horribles que dijeron como si fueran la verdad.
—Lamento tanto que te hayas enterado de esta forma. Quería decírtelo. Al principio, eras sólo un producto que lastimaría a Daniela. Pensé que tú le causarías más dolor. El problema fue que me fascinaste.Admitiré que estuve
inmediatamente atraído a ti porque eres hermosa. Fue impresionante. Te odié por eso. No quería estar atraído a ti. Pero lo estaba. Te deseé terriblemente aquella primera noche. Sólo estar cerca de ti, Dios, inventé razones para encontrarte.
Luego... luego llegué a conocerte. Estaba hipnotizado por tu risa. Era el sonido más increíble que jamás había oído. Eras tan honesta y determinada. No lloriqueabas ni te quejabas. Tomabas lo que la vida te daba y te las arreglabas con eso. No estaba acostumbrado a ello. Cada vez que te veía, cada vez que estaba cerca de ti, me enamoraba un poco más. —Pedro dio un paso hacia mí y yo levanté ambas manos
para detenerlo. Estaba respirando profundamente varias veces. No iba a llorar otra vez. Si él necesitaba decirme todo esto y devastarme totalmente incluso más, entonces iba a escucharlo. Le daría su cierre porque sabía que yo jamás tendría el mío.
—Luego esa noche en el bar. Te pertenecí después de entonces. Puede que no te hayas dado cuenta, pero estaba atrapado. No había vuelta atrás para mí.
Tenía tanto que arreglar. Te había llevado por el infierno desde que habías llegado y me odiaba por ello. Quería darte el mundo. Pero sabía... sabía quién eras.
Cuando me dejé recordar exactamente quién eras, me eché atrás. ¿Cómo podía estar tan complemente envuelto alrededor de la chica que representaba todo el dolor de mi hermana?
Me cubrí los oídos.
—No. No voy a escuchar esto. Vete, Pedro. ¡Vete ahora! —grité. No quería escuchar acerca de Daniela. Sus palabras viles sobre mi madre resonaban en mis oídos y sentía la necesidad de gritar burbujeando en mi pecho. Cualquier cosa para bloquearlo.
—El día que mamá llegó a casa del hospital con ella yo tenía tres años. Lo recuerdo, sin embargo. Ella era tan pequeña y recuerdo preocuparme de que algo pudiera pasarle. Mamá lloraba mucho. También Dani. Yo crecí rápido. Para cuando Ella tenía tres, yo estaba haciendo todo, desde hacerle el desayuno hasta arroparla en la cama en la noche. Nuestra madre se había casado y ahora teníamos a Federico.
Jamás hubo estabilidad alguna. En realidad, deseaba llegar a los tiempos en que mi padre volvía a mí porque no sería responsable de Dani por unos días. Tendría un descanso. Luego, ella comenzó a hacer preguntas sobre por qué yo tenía un padre y ella no.
—¡Detente! —advertí, moviéndome más lejos a través de la pared. ¿Por qué me estaba haciendo esto?
—Paula, necesito que me escuches. Esta es la única manera en que entenderás. —Su voz estaba rota—. Mamá le decía que no tenía un padre porque era especial. No funcionó por mucho tiempo. Fui y exigí que mamá me dijera
quién era el padre de Daniela. Quería que fuera el mío. Sabía que mi padre tomaría sus lugares. Mamá me dijo que el papá de Daniela tenía otra familia. Él tenía dos niñas
pequeñas a las que amaba más que a Daniela. Quería a esas niñas, pero no la quería a ella. No podía entender cómo alguien no podría querer a Daniela. Era mi hermana
pequeña. Seguro, a veces quería matarla, pero la amaba ferozmente. Luego, llegó el día en que mamá la llevó a ver a la familia que su padre había elegido. Ella lloró por meses luego de eso. —Se detuvo y yo me dejé caer sobre la cama. Iba a hacer que escuchara esto. No podía hacer que se detuviera—. Odiaba a esas niñas.
Odiaba esa familia que el padre de Daniela había elegido por encima de ella. Juré que un día le haría pagar. Dani siempre decía que tal vez un día él vendría a verla.
Soñaba sobre él deseando verla. Escuché esos sueños por años. Cuando cumplí diecinueve, fui a buscarlo. Sabía su nombre. Lo encontré. Le dejé una foto de Daniela con nuestra dirección en la parte trasera. Le dije que tenía otra hija que era especial y ella sólo quería conocerlo. Hablar con él.
Eso fue cinco años atrás. Mi estómago se retorció. Me sentía enferma. Había perdido a Valeria cinco años atrás. Él se había ido cinco años atrás.
—Lo hice porque amaba a mi hermana. No tenía idea de las cosas por las que su otra familia estaba pasando. No me importaba, honestamente. Sólo me importaba Daniela. Ustedes eran el enemigo. Luego, llegaste a mi casa y cambiaste completamente mi mundo. Siempre juré que jamás me sentiría culpable por romper esa familia. Después de todo, ellos habían roto la de Dani. Cada momento
que estuve contigo, la culpa de lo que había hecho comenzaba a comerme vivo.
Ver tus ojos cuando me dijiste sobre tu hermana y tu madre. Dios, juro que me sacaste el corazón aquella noche, Paula. Jamás superaré eso. —Pedro caminó hacia mi y fui incapaz de moverme.
Entendía. Lo hacía. Pero en el entendimiento había perdido mi propio corazón. Todo era una mentira. Mi vida entera. Era una mentira. Todos esos recuerdos. Las navidades que mamá cocinaba galletitas y papá nos levantaba a Valeria y a mí para que pudiéramos decorar la parte elevada del árbol, era todo mentira. No podían ser reales. Creía en Pedro. No cambiaba cómo veía a mi madre.
Ella no estaba aquí para contar su lado de la historia. Sabía lo suficiente como para saber que ella era inocente. Ella no podría ser otra cosa. Todo era pecado de mi padre.
—Te juro que por mucho que amo a mi hermana, si pudiera volver y cambiar las cosas lo haría. JAMÁS habría ido devuelta a ver a tu padre. Nunca. Lo siento tanto, Paula. Lo siento tanto, maldita sea. —Su voz se rompió y yo alcé los
ojos para ver que los suyos estaban húmedos con lágrimas no derramadas.
Si él no hubiera ido a ver a mi padre, las cosas habrían sido tan diferentes.
Pero ninguno de nosotros podía cambiar el pasado sin importar lo mucho que quisiéramos. Ninguno de nosotros podía hacer esto correctamente. Dani tenía a su
padre ahora. Ella tenía lo que siempre había querido. También Georgina.
Yo me tenía a mi.
—No puedo decirte que te perdono —dije. Porque no podía—, pero puedo decirte que entiendo por qué hiciste lo que hiciste. Alteró mi mundo. Eso jamás puede ser cambiado.
Una lágrima solitaria recorrió el rostro de Pedro. No podía levantar la mano y limpiarla porque las lágrimas se habían ido por mi ahora.
—No quiero perderte. Estoy enamorado de ti, Paula. Jamás he querido a nada o a nadie de la manera en que te quiero a ti. No puedo imaginar mi mundo ahora sin ti en él.
Yo siempre me tendría sólo a mí. Porque este hombre había tomado mi corazón y lo había destruido. Incluso si no lo hubiera hecho a propósito. Jamás confiaría lo suficiente para amar otra vez.
—No puedo amarte, Pedro.
Un sollozo estremeció su cuerpo mientras dejaba caer su cabeza en mi regazo. No lo consolé. No podía. ¿Cómo podía calmar su dolor cuando el mío era un enorme agujero lo suficientemente grande para que ambos entráramos en él?
—No tienes que amarme. Sólo no me dejes —dijo contra mi pierna.
¿Estaría mi vida siempre llena de pérdida? No había sido capaz de decirle adiós a mi hermana cuando se fue ese día y jamás volvió. Me había negado a decirle adiós a mi madre esa mañana cuando me dijo que ya casi era la hora. Había
cerrado los ojos y jamás los había vuelto a abrir. Sabía que una vez que Pedro se fuera de esta habitación, sería la última vez que lo vería. Sería nuestro último adiós. No podía seguir con mi vida si él estaba en ella. Siempre dificultaría mi curación.
Pero quería mi adiós esta vez. Este era mi último adiós y esta vez quería la oportunidad de decirlo apropiadamente. No podía decir las palabras. Se negaban a venir. Mi necesidad de proteger el nombre de mi madre se interponía entre yo y las palabras que sabía que Pedro necesitaba oír. No podía decirle que lo había perdonado sabiendo que él era la razón por la que mi padre se había ido y jamás
había vuelto. Se había llevado a mi padre ese día incluso si no sabía el daño que la imagen causó.
Nada de eso cambiaba cómo me había sentido por Pedro  antes de que él hubiera echado a perder mi mundo en mil pedazos. Tendría mi adiós.