martes, 31 de diciembre de 2013

CAPITULO 84







Pedro

¿Dónde está, Isabel? —Demandé, saliendo de la habitación de Paula sosteniendo su teléfono celular. Lo había dejado aquí.
Isabel me gruñó y azotó la puerta de uno de los gabinetes de la cocina.
—El hecho de que tu penoso trasero no sepa dónde está solo me hace odiarte más.
¿Qué demonios estaba mal con ella? Había tenido un día del infierno.
Diciéndole a mi madre que tendría que conseguirse otra casa y diciéndole que iba a pedirle a Paula que se casara conmigo los había mandado a todos a una rabia salvaje. Bueno, no a todos. El padre de Paula se había visto bien con ello. Daniela y mi madre se habían vuelto locas. Habíamos pasado varias horas gritándonos 
los unos a los otros y había hecho amenazas que planeaba mantener. Se suponía que Daniela iba a irse de vuelta a la escuela el lunes. No iba a estar hasta las vacaciones de
invierno y estaba seguro de que ella terminaría en Vail con amigos entonces. Eso era lo que hacía cada año. Normalmente yo también, pero no este año.
—He tenido que lidiar con mi madre y hermana por las pasadas cuatro horas. Correr a Georgina de la casa e informarles a ella y Daniela que planeo pedirle a Paula que se case conmigo no es exactamente una batalla sencilla. ¡Así que perdóname si necesito un poco de ayuda recordando donde esta Paula!
Isabel golpeó la botella de agua en la barra y su gruñido molesto se convirtió más en un ceño de disgusto. Creí que una vez que escuchara que iba a proponerme a Paula iba a estar feliz. Aparentemente no.
—Espero que no le hayas comprado un anillo —fue su única respuesta.
Estaba cansado de sus juegos —Dime donde esta —bramé.
Isabel puso ambas manos en la barra y se inclinó hacia delante dándome un ceño furioso, no sabía de lo que era capaz la chica 
—Vete. Al. Carajo.
Joder. ¿Qué había hecho?
La puerta se abrió y Paula entró caminando sonriendo hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Entonces su sonrisa se desvaneció. Estaba molesta conmigo también. No era bueno.
—Paula —dije mientras caminaba hacia ella y comenzó a hacerse hacia atrás.
—No —replicó, sosteniendo en alto ambas manos para detenerme de acercarme más. Estaba sosteniendo algo. Se veía como fotografías. ¿De qué demonios tenía ella fotografías? ¿Algo de mi pasado? ¿Estaba molesta por una chica con la que había hecho algo una vez?
—¿Eso es lo que creo que es? —Isabel preguntó empujándome para pasarme y corriendo hacia Paula.
Ella asintió y le entregó las fotografías. Isabel se cubrió la boca 
—Oh Dios mío. ¿Escuchaste el latido del corazón?
Ante las palabras latido del corazón mi pecho cayó como si acabara de ser rasgado de par en par. La comprensión llegó mi. Hoy era jueves. Era la cita de Paula con el doctor. Me había llamado para recordármelo y le colgué.
—Pau, mierda, nena, lo siento tanto. Yo estaba lidiando con mi…
—Tu familia. Lo sé. Daniela me lo dijo cuando llamé de vuelta. No quiero escuchar tus excusas. Solo quiero que te vayas —su voz era plana. No había emoción en ella.
Regresó su atención de vuelta a las fotografías y señaló algo
—: Justo allí.¿Puedes creer que eso está dentro de mí?
Isabel volvió su ceño de odio de mi a la fotografía y una suave sonrisa tocó su rostro. —Es asombroso.
Estaban paradas ahí mirando las fotografías de mi bebé. Paula había escuchado su latido hoy. Sola. Sin mí.
—¿Puedo ver? —pregunté, asustado de que me dijera que no o peor, me ignorara.
En su lugar, tomó las fotografías de Isabel y me las pasó. 
—Es la cosita pequeñita que se ve como un chícharo. Ese es… nuestro bebé —terminó. Se había visto renuente a llamarlo nuestro bebé. No podía culparla.
—¿Su corazón esta bien? Quiero decir, ¿late apropiadamente y todo? — pregunté, mirando fijamente la fotografía en mi mano.
—Si. Dijeron que todo esta perfecto —replicó—. Si quieres puedes quedarte con esa. Tengo tres. Pero ahora me gustaría que te fueras.
No me iba a ir. Isabel haciendo guardia no me iba a detener tampoco. Iba a decirlo todo delante de Isabel si tenía que hacerlo, pero me negaba a dejar este condominio.
—Mi madre y tu padre se aparecieron sin avisar hoy. Daniela se va a la universidad el lunes. Mamá pensó que me iría también así que regresó para mudarse por el resto del año. Le informé que no me iría y que necesitaba encontrar otra casa. También les dije que iba a quedarme hasta que decidieras que nos mudáramos a cualquier otro lugar. Que tenía la intención de pedirte que te casaras conmigo —hice una pausa y miré su rostro pálido. No era la reacción que estaba esperando—. Eso no salió muy bien. Hubo muchos gritos. Horas de gritos y amenazas. Cuando me llamaste acababa de anunciarles a los tres que me iba a casar contigo. Todo el infierno se había desatado. Iba a llamarte de vuelta una vez que tuviera a mi madre y Miguel de vuelta en sus carros y encaminados de vuelta al pueblo. No quería que tuvieras que encararlos también. Pero mi madre no se va sin una pelea. Daniela empacó todo y se fue a la universidad esta tarde. Se niega a hablarme nunca más
 —me detuve y tomé aliento—. No puedo decirte cuanto lo
lamento. El hecho de que olvidé la cita de hoy es imperdonable. Tengo que disculparme contigo. Desearía que pudiera dejar de joderlo todo.
—¿No ibas a tener un almuerzo con tu familia? —preguntó.
—¿Mi familia? ¿Qué? ¡No! La rígida postura se relajó. 
—Oh —dijo con un suspiro.
—¿Por qué creías que almorzaría con ellos? No te dejaría colgada para ir a pasar tiempo con ellos.
—Daniela—replicó con una triste sonrisa.
—¿Daniela? ¿Cuándo demonios hablaste con Ella? —había estado hablando con Daniela toda la mañana.
—Cuando te llamé de nuevo. Daniela respondió y dijo que no tenías tiempo para mí porque ibas a comer con tu familia.
Mi mentirosa hermanita mejor se alegraba de que su trasero estuviera encaminado de vuelta a la costa este porque si no iría a anillar su cuello si pudiera poner mis manos en ella.
—¿Te fuiste a esa cita pensando que los había mandado a volar a ti y a nuestro bebé por ellos? ¡Joder! —Empujé a un lado a Isabel y tiré de Paula hacia mis brazos—. Eres mi familia, Paula. Tú y éste bebé. ¿Me comprendes? Me perdí de algo hoy de lo cual nunca me perdonaré a mí mismo. Quería estar allí y escuchar el latido de su corazón. Quería sostener tu mano cuando lo vieras por primera vez.
Paula inclinó su cabeza atrás y sonrió hacia mi —Sabes que puede ser una niña.
—Seh, lo sé.
—Entonces deja de llamar a nuestro bebé un Él —replicó.
Seguiría llamando al bebé un él. Sonriendo, besé su frente. —Podemos ir a tu habitación y me cuentas de la cita. Quiero saberlo todo.
Asintió y miro hacia Isabel. —¿Vas a seguir frunciéndole el ceño o vas a perdonarlo?
Isa se encogió de hombros. —No estoy segura aún.

CAPITULO 83






Paula

El teléfono que Pedro había comprado para mi estaba en la barra de la cocina cuando salí de mi habitación. Esta era la tercera vez en la semana que lo dejaba por ahí para que yo lo encontrara. Esta vez también había una nota.
La recogí:
    Piensa en el bebé. Es necesario para las       emergencias.
Eso fue un golpe bajo. Sonriendo cogí el teléfono y lo puse en mi bolsillo. No iba a darse por vencido hasta que lo aceptara.
Hoy fue mi segundo chequeo médico. Le dije eso a Pedro en nuestra tercera cita el lunes en la noche. Había estado muy decidido a llevarme a citas toda la semana. Anoche le había rogado quedarnos en casa y ver una película. Había
hecho su punto. Todos en el pueblo nos habían visto juntos. Estaba segura de que todos estaban hartos de vernos juntos a estas alturas. La idea me hizo sonreír aún más.
Saqué el teléfono de mi bolsillo. Me había olvidado de recordarle a Pedro de la consulta de hoy. Ahora tenía un teléfono para llamarlo. Su nombre era el primero en mi lista de contactos FAVORITOS. No me sorprendía.
El teléfono sonó tres veces antes de que contestara.
—Oye, te llamo de vuelta —la voz de Pedro sonaba molesta.
—Bien, pero… —empecé a decir cuando el amortiguo el teléfono para hablar con otra persona. ¿Qué estaba pasando?
—¿Estas bien? —espetó.
—Si, estoy bien pero…
—Entonces, te llamo después —me interrumpió antes de que pudiera terminar, y cortó la llamada.
Me senté allí y me quedé mirando el teléfono. ¿Qué había sucedido? Tal vez debería haber preguntado si estaba bien. Cuando no volvió a llamar en los próximos diez minutos, decidí que mejor si vestía para mi cita. Seguramente
volvería a llamar antes de que fuera hora de irse.
Una hora más tarde y todavía no había llamado. Debatí entre llamarlo o no.
Tal vez había olvidado de que llamé. Siempre podía pedir prestado el coche de Isa e ir a mi cita. El lunes, cuando le dije, parecía emocionado por ir. No podía dejarlo.
Apreté su número de nuevo. Sonó cuatro veces esta vez.
—¿Qué? —la voz de Daniela me sorprendió, ¿estaba con Ella?
—Uh, um… —No estaba segura de que decirle. No podía contarle lo de mi cita —¿Esta Pedro por ahí? —le pregunté nerviosamente.
Daniela dejó escapar una risita dura. —Increíble. Te dijo que llamaría de nuevo ¿por qué no le das un poco de espacio para respirar? Pedro no te necesita. Esta visitando a su familia. Mi mamá y mi papá están aquí. Nos estamos preparando para ir a un almuerzo familiar. Cuando esté listo para hablar contigo, lo hará. —Entonces, me colgó.
Me dejé caer sobre la cama. Esta teniendo un almuerzo familiar con su madre, su hermana y mi papá. ¿Por eso me colgó? No quería que supiera que estaba con ellos. Su comida familiar venía antes que el bebé y yo. Esto era lo que esperaba, pero luego había sido tan dulce y protector. ¿Estaba siendo necesitada? No era una persona necesitada, si no que me había convertido en una. ¿No? De pie, puse el teléfono en la cama. No lo quería más. La voz odiosa de Daniela se estaba burlando de mí cuando dijo que estaba comiendo con su padre. Cogí mi bolso. Tuve tiempo de ir a las oficinas y pedir prestado el coche de Isabel.
Al momento que llegué a las oficinas, estaba sudando. Demasiado para parecer linda en mi cita. No me importó. Era el menor de mis problemas. Subí las escaleras y Elena me encontró cuando salía por la puerta.
—No trabajas hoy —dijo en cuanto me vio.
—Lo sé. Tengo que pedir prestado el coche de Isabel. Tengo una cita medica en Destin 
que… uh… olvidé —Odiaba mentir, pero decirle la verdad era más de lo que podía manejar.
Elena me observó un momento y luego metió la mano en el bolsillo de sus pantalones y sacó sus llaves. 
—Llévate mi coche. Voy a estar aquí todo el día. No lo
necesito.
Quería abrazarla, pero no lo hice. No esta segura de que acostumbrara tener ese tipo de reacción por una cita médica. 
—Muchas gracias. Le llenaré el tanque — le aseguré.
Asintió con la cabeza y me corrió. Corrí por las escaleras, me metí en su Cadillac y me dirigí hacia Destin.
El viaje de ida no fue tan malo, y sólo tuve que esperar quince minutos antes de que me llamaran a la sala de exámenes. La enfermera era toda sonrisas mientras
sacaba una maquina con una pantalla pequeña.
—Solo tienes diez semanas, para oír el latido del bebé vamos a tener que hacer un ultrasonido. Debemos de escuchar el latido del bebé y ver un pequeño destello aquí también.
Iba a ver a mi bebé y oír el latido de su corazón. Esto era real. Las pocas veces que me imaginé este momento no lo hice estando sola. Había pensado que alguien estaría conmigo. ¿Y si no encuentran su latido? ¿Qué pasa si algo va mal? No quería pasar por esto sola.
El médico entró con una sonrisa reconfortante. 
—Pareces aterrorizada. Este es un momento feliz. Todos tus signos vitales están bien. No hay necesidad de estar tan nerviosa —me aseguró—. Ahora recuéstate —hice lo que me dijo y la enfermera puso mis piernas en los estribos.
—No estás lo suficiente avanzada para hacer esto externamente y ser capaz de ver u oír al bebé. 
Tenemos que hacer un ultrasonido vaginal que significa que
tenemos que ir por esa vía. No duele. Sentirás un poco de presión por la varita, eso es todo —explicó la enfermera.
No los veía. La idea de él metiéndome una varita solo me puso peor. Me concentré en la pantalla.
—Muy bien, aquí vamos. Sencillo, estate quieta —me instruyó el doctor.
Miré a la pantalla en blanco y negro, esperando pacientemente a algo que pareciera un bebé.
Un pequeño golpeteo llenó la sala y se sentía como si mi corazón hubiera dejado de latir.
—¿Eso es…? —le pregunté, repentinamente incapaz de decir nada más.
—Sí. Latiendo justo ahí. Lindo y fuerte —dijo el doctor.
Me quedé mirando la pantalla y la enfermera señaló lo que parecía un pequeño guisante. —Aquí está él o ella. Tamaño perfecto para diez semanas.
No podía tragar el nudo en mi garganta. Las lágrimas rodaron por mi cara,pero no me importaba. Me quedé paralizada mirando el pequeño milagro en la pantalla, mientras sus latidos llenaban la sala.
—El bebé y tú lo están haciendo excelente —dijo el doctor mientras lentamente sacaba el instrumento de mi interior y la enfermera me bajaba la bata y me dio la mano para levantarme el ánimo.
—Un poco de flujo sanguíneo es perfectamente normal después de este procedimiento, así que no te alarmes —dijo el doctor, poniéndose de pie y acercándose al lavabo para lavarse las manos.
—Sigue tomando estas vitaminas prenatales y ven a verme otra vez en cuatro semanas.
Asentí con la cabeza. Seguía impresionada.
—Aquí tienes —dijo la enfermera y me entregó unas pequeñas fotos de mi ultrasonido.
—¿Son mías? —le pregunté mirando las fotos de mi bebé.
—Por supuesto que si —respondió con un tono divertido.
—Gracias —le dije mientras miraba cada una de ellas y miraba al pequeño chicharito que sabía estaba vivo dentro de mí.
—De nada —me dio una palmadita en la rodilla—. Puedes vestirte ahora. Todo se ve muy bien.
Asentí con la cabeza y me enjugué una lágrima que se había escapado y ahora corría por mi mejilla.