viernes, 5 de diciembre de 2014

CAPITULO 158



¿Me había desmayado? Mierda. Eso era… eso era… no había palabras para lo que era. Todavía acostado sobre Paula, probablemente sofocándola, aunque sus brazos
estaban fuertemente alrededor de mi cuerpo. No trataba de empujarme.


No quería salir de ella. Estando dentro de ella me sentía como en casa. Pero acababa de tomar su virginidad y en algún momento perdido la cabeza en el proceso.


Retrocedí, y apretó su agarre en mí. El placer que me dio fue más del que pensé.me gustaba saber que me quería cerca.


—Volveré. Tengo que ocuparme de ti primero —le dije, luego la besé suavemente antes de levantarme y dirigirme al baño.


No me preocupé por la ropa. Había visto todo de mí ahora. Podía manejarlo.


Tomé una toalla y puse el agua caliente antes de empapar la tela y asegurarme de que estuviera agradable y cálida. Necesitaría limpiarse. Tanto como quería hacerlo de nuevo, iba a necesitar tiempo.


Regresé a la habitación, y los ojos de Paula se clavaron en los míos para luego bajar a mi cintura. Sus ojos se agrandaron, y su cara se puso roja.


—No te avergüences de mí ahora —bromeé. Toqué su rodilla y la moví. No ayudaba—. Ábrete para mí —instruí y suavemente empujé su rodilla de nuevo—. No demasiado —le dije. Solo necesitaba conseguir un mejor acceso.


La pequeña mancha de sangre en sus rosados pliegues hizo a la bestia en mí rugir de placer. Esto era mío. Había hecho esto. Nadie había estado aquí antes de mí.


Estaba jodido, pero no pude evitarlo. La idea de alguien más tocándola me hacía demente.


—¿Te duele? —pregunté, mientras limpiaba el área tan suavemente como pude.


Quería besarla allí y hacer que todo fuera mejor, pero no estaba seguro de que estuviera preparada para eso de nuevo por el momento.


Cuando quedo tan perfectamente sin mancha como antes de que la tomara, pare de limpiarla y arroje el trapo en el cubo de la basura. Había llegado el momento del abrazo. 


Liberado disfrutando del conocimiento de que era mía. Me arrastré para acostarme a su lado y tomarla en mis brazos.


—Pensé que no eras de los que abrazaban, Pedro —dijo Paula, mientras inhalaba la piel de mi cuello con su pequeña nariz.


—No lo era. Sólo contigo, Paula. Eres mi excepción —palabras más ciertas nunca fueron dichas. Paula era mi única excepción. Siempre lo sería. Tiré las mantas más sobre nosotros, luego metí su cabeza debajo de mi barbilla. 


Ella necesitaba descansar y yo necesitaba abrazarla. Para alimentar a la posesiva bestia que se despertó dentro de mí
con la certeza de que estaba a salvo aquí conmigo.


Solo tomó minutos antes de que su respiración se hiciera más lenta y sus brazos se aflojaran a mí alrededor. Estaba  exhausta. Trabajando todo el día… y luego esto. 


Sonriendo, cerré los ojos y aspire su aroma. El miedo en el fondo de mi cabeza por el hecho de que me dejaría cuando descubriera la verdad amenazaba con arruinar este momento. Pero lo empujé lejos. Me amaría. Haría que se enamorara de mí. Entonces…entonces me escucharía y me perdonaría. Tenía que hacerlo.




Me desperté con un desnudo, suave y hermoso cuerpo todavía acurrucado contra mí. El sol se asomaba a través de las persianas. No me importaba la hora que era, pero sabía que a ella le importaría. La quería aquí conmigo, pero esto no era sobre lo que yo quería. Esto era sobre Paula. Y ella no querría llegar tarde al trabajo. Su sentido de la responsabilidad no le permitiría eso. Tuve que despertarla aunque dejarla dormir en mis brazos me atraía más.


Tomando una respiración profunda, deje que su aroma llenara mi cabeza. El recuerdo de su otro aroma hizo que mi polla ya semierecta se levantara por completo.


No la obligaría a hacer algo que sería doloroso, pero podría hacer que su tierna carne se sintiera bien y calmar mi hambre.


Me moví hacia abajo por su cuerpo y cogí uno de sus adorables pies descalzos, entonces coloque un beso en el empeine. No se movió. Sonriendo, seguí arrastrando besos hasta su pantorrilla y hacia debajo de nuevo, saboreando su piel cada pocos besos.


El cuerpo de Paula comenzó a estirarse y moverse. Sólo un poco al principio, pero en el momento que despertó, lo supe. 


Los movimientos lentos y suaves se detuvieron, y sus ojos se abrieron de golpe. Seguí besando su pierna, sonriendo
mientras observaba su somnoliento rostro.


—Ahí están tus ojos. Estaba empezando a preguntarme hasta qué punto iba a necesitar besar para que despertaras. No es que me importe besar más arriba, pero conduciría a un poco de más increíble sexo y ahora solo tienes veinte minutos para llegar al trabajo.


Los ojos de Paula se abrieron, y se sentó en la cama tan rápido que tuve que dejar ir su pierna. Sabía que no querría faltar al trabajo.


—Tienes tiempo. Iré a arreglar algo de comer mientras te preparas —dije. Quería pasar el desayuno entre sus piernas, pero de nuevo, no era sobre lo que Pedro quería en
ese momento.


—Gracias, pero no tienes que hacerlo. Tomare algo en la sala de descanso cuando llegue allí —dijo, sonrojándose mientras agarraba la sabana para mantener sus pechos desnudos cubiertos. La cariñosa mujer de la noche anterior desapareció, y había una nerviosa e insegura en su lugar. ¿Qué había hecho mal?


—Quiero que comas aquí. Por favor —dije, mirándola detenidamente.


El pequeño destello en sus ojos me dijo que necesitaba escuchar eso. ¿Necesitaba seguridad? —De acuerdo —dijo—. Necesito ir a mi habitación y tomar una ducha — aún se veía nerviosa.


Quería que se quedara aquí. La quería usando mis cosas. Pero… mierda. —Estoy dividido, porque quiero que te duches aquí, pero no creo que sea capaz de irme sabiendo que estas desnuda y jabonosa en mi ducha. Querré unirme —admití.


—Por más atractivo que suene eso, llegaría tarde al trabajo —dijo con una pequeña sonrisa.


—De acuerdo. Tienes que ir a tu cuarto —miró a su alrededor a su ropa tirada. La quería en mi ropa esta mañana. Que cuando saliera de mi habitación se viera como un ángel arrugado, quería mi camiseta contra su piel, cubriendo lo que me pertenecía—. Ponte esto. Lourdes viene hoy. Estará lavando y pondré tu ropa de anoche —dije, recogiendo la camiseta que había usado la noche anterior y lanzándosela.


No discutió. No pude apartar la mirada mientras tira la camiseta sobre su cabeza y deja caer la sabana una vez estuvo segura de que no podría ver sus tetas. Supongo que el hecho de que los chupe y lamí como un hombre obsesionado anoche no importaba. Estaba cubriéndose esta mañana.


—Ahora levántate. Quiero verte —le dije, necesitaba verla en mi camiseta. Era una imagen que tenía la intención de grabar en mi cerebro para toda la eternidad.


Se puso de pie, y la camiseta golpeó sus muslos. Sabiendo que estaba desnuda debajo y la facilidad con la que podría cogerla y abrir sus piernas me hizo repensar mis planes para hoy.


—¿Puedes reportarte enferma? —pregunté, mirándola con esperanza.


—No estoy enferma —respondió, con el ceño fruncido entre sus cejas.


—¿Segura? Porque creo que yo tengo fiebre —dije en broma, caminando alrededor de la cama y tirando de ella a mis brazos—. Anoche fue increíble —presione mi nariz en su cabello.


Sus brazos fueron alrededor de mi cintura y me abrazo con fuerza —Tengo que trabajar hoy. Me están esperando.


Esa era Paula. Era una de las muchas cosas que me habían atraído de ella. No mentiría o ignoraría una responsabilidad. Dejándola ir, di un paso atrás y puse
distancia entre nosotros. —Lo sé. Corre, Paula. Baja con tu lindo y pequeño trasero por las escaleras y alístate. No puedo prometerte que te dejare ir si estas parada aquí
luciendo así por mucho tiempo.


Una sonrisa estalló en su cara, y salió corriendo hacia las escaleras. Su risa desvaneciéndose detrás de ella, y todo lo que pude hacer fue quedarme ahí como un tonto y sonreír.


Me duche y me vestí rápidamente, entonces llamé a Jose.


No quería preguntarle a Paula sobre su horario, pero quería una excusa para estar en el club. Nunca iba a allí a menos que Daniela quisiera que nos encontráramos para jugar golf o cenar.


—¿Hola?—dijo Jose, sonando sorprendido de que lo estuviera llamando.


—Hola. ¿Están todos jugando golf hoy? —pregunte.


—Eh , sí. Nosotros jugamos golf todos los días. Sabes eso.


—Quiero entrar —dije.


—¿Vas a jugar Golf? —preguntó, conmoción en su voz.


No vi cual era la gran cosa. Había jugado Golf con ellos antes. Jugaba con Daniela y Federico de vez en cuando. —Sí, ¿Y? —dije.


Jose rio. —Está bien, seguro. No has jugado con nosotros en un tiempo. ¿Qué te dio hoy? Normalmente, tienes que ser arrastrado al campo de golf por Daniela o Federico.


No respondería a eso. No necesitaba que tuvieran una idea equivocada sobre Paula. Necesitarían verme con ella. Me aseguraría de que todos supieran que tan fuera de los límites estaba. —Estoy de ánimo para jugar golf —respondí.


—Muy bien, entonces. Nos vemos a las 11:30. Antonio tiene que estar en una reunión esta tarde con su padre, así que estaremos jugando temprano.


No señale que la mayoría de la gente pensaba que un juego de golf temprano era a las seis o siete de la mañana. No a las 11:30. —Gracias. Nos vemos entonces.


Baje las escaleras para ver si Paula ya se había ido. No podría haber tenido tiempo de vestirse y comer. No si tomo una ducha. Abrí la puerta en el fondo de la escalera y miré a la derecha. La puerta de Paula estaba abierta. No estaba allí. Las luces apagadas.


Me dirigí a las escaleras y las tome de dos en dos, esperando poder alcanzarla a tiempo para un beso de despedida. Estaba de pie al lado de la barra, con un plato de cereal en la mano y una cuchara elevándose hacia su boca. Comiendo. Bien.


—No dejes que te detenga —dije, caminando hacia la cafetera, no queriendo ponerla nerviosa. Parecía tan asustadiza— ¿Estás trabajando dentro hoy? —pregunte. Negó con la cabeza y luego trago.


—Ellos me necesitan afuera hoy —dijo.


Me gire hacia la cafetera antes de sonreír. La vería, entonces. Joder amaba el golf.


Vi su teléfono celular sobre el mostrados y lo recogí. Lo había olvidado ya.


Encendí la cafetera y la vi caminar hacia el fregadero con su tazón. Me puse delante, bloqueando su camino y tomando el tazón de ella, poniéndolo en el fregadero detrás de mí.


—Esta… ¿Esta todo bien? —pregunté, luego deslice mi mano hacia abajo para gentilmente ahuecar el lugar entre sus piernas, que me preocupaba le molestaría hoy.


Tendría que trabajar afuera en el calor, y no quería que fuera doloroso.


Se sonrojo y agacho la cabeza. —Estoy bien —dijo con la voz entrecortada.


—Si te quedas aquí, te haría sentir mejor —le dije.
Su respiración se aceleró. —No puedo. Tengo que ir a trabajar —dijo, levantando los ojos para encontrarse con los míos.


Deslice su teléfono en el bolsillo de sus pantalones cortos. Lo quería con ella todo el tiempo. —No puedo soportar la idea de lastimarte y no poder hacer nada al respecto
—le dije, acariciando lentamente el exterior de sus pantalones cortos.


—Tengo que darme prisa. Tuve que saltarme la ducha, lo cual es terrible, lo sé, pero no podía ducharme y comer. No quiero que tu… Quería comer así serias feliz —dijo.


No se había duchado. Bueno, mierda. Enterré mi cabeza en la curva de su cuello e inhale profundamente. —Joder, Paula. Me encanta que vas a oler a mí todo el maldito
día —admití. Saber que no se había lavado hizo a mi bestia interior rugir. Estaba fuera de control.


—Me tengo que ir —dijo, dando un paso atrás. Con un pequeño adiós con su mano, corrió hacia la puerta.


No fue hasta que oí cerrarse la puerta que me di cuenta que no conseguí mi beso.


Me distrajo con el hecho de que todavía me llevaba por todo su cuerpo. La estúpida sonrisa en mi cara empezaba a hacer que mi rostro doliera. No había sonreído tanto en mucho tiempo, pero esa chica se mantenía dándome razones para hacerlo.

CAPITULO 157



Besar nunca fue mi cosa. Era algo que raramente hacía. 


Pero sabiendo cuan pura era su boca y cuan jodidamente increíble sabía, me hizo enloquecer un poco cuando mis
labios tocaron los suyos. No podía obtener suficiente de ella.


Acuné su rostro y la devoré. Mi cabeza me gritaba que redujera la velocidad. Que no la asustara o presionara muy rápido, pero Dios, no podía hacer que mi boca escuchara. 


La Corona en su lengua mientras deslizaba la mía sobre la suya me hizo más hambriento. El sabor a cerveza y lima en Paula parecía maravilloso. Cuando sintió la barra en mi lengua, jaló mi cabello desde atrás y dejo salir un gemido.


Joder, debía reducir la velocidad. No podía tomarla contra el lavabo. Necesitaba una cama y mucho juego previo. No quería herirla. Nunca quise hacerle daño. Me separé una fracción de sus labios. Me gustaba sentir su cálido aliento en mi rostro. — Ven conmigo arriba. Quiero mostrarte mi habitación —Una sonrisa se formó en mis labios—, y mi cama —añadí.


Asintió, y eso fue todo lo que necesité. Soltando su rostro, alcancé su mano. Iba a llevarla arriba. No existían reglas que concernieran a Paula. Se encontraba en un plano superior, por encima de cualquier regla que tuviera en cuanto a las mujeres. Solo la quería.


Llevándola de la mano en mi emoción de volver a besar esos labios, la guié arriba en las escaleras. Mirándola cuando llegamos al segundo piso, vi el sonrojo en sus mejillas, y me rompí. Sólo una probada, me dije, luego la presioné contra la pared más cercana y mordisqueé su labio inferior antes de lamerlo y reclamar su boca de nuevo.


Se derritió en mi fácilmente, y estaba casi seguro que podía hacerlo bueno aquí mismo. Podía ponerme de mis rodillas y besarla entre sus piernas hasta que gritara mi nombre. Pero no. Íbamos a hacer esto en mi cama.


Me separé y tomé una respiración profunda, tratando de calmarme. —Un tramo más de escaleras —dije, más a mí mismo que a ella. Luego le agarré la mano y la llevé por el pasillo a la puerta que dirigía a mi habitación. Saqué la llave de mi bolsillo.


Nunca dejaba mi cuarto sin cerrar. Me gustaba mantenerlo privado. Sabiendo que nadie podría entrar a menos que los quisiera allí.


La puerta se abrió, retrocedí e le hice señas para que entrara. El deseo de verla en mi habitación, alrededor de mis cosas y compartir todo con ella era casi tan poderoso como mi deseo de verla en mi cama. Desnuda.


Se detuvo cuando alcanzó el escalón superior y jadeó. La vista del agua desde las ventanas del suelo al techo era de lo que me enamoró cuando niño.


—Es por esta habitación que mamá tuvo que comprar esta casa. Incluso a los diez años, sabía que era especial—le dije, envolviendo mis brazos a su alrededor. Amaba que
pudiera ver esto. Que la afectara, también.


—Es increíble —dijo, con asombro en su voz. Era increíble. Pero tenerla conmigo aquí lo hacía mucho más maravilloso.


—Llamé a mi papá ese día y le dije que había encontrado una casa en la que quería vivir. Le traspasó a mi madre el dinero, y la compró. Amaba la ubicación, así que esta es la casa en que hemos pasado nuestros veranos. Tiene una casa propia en Atlanta, pero prefiere esta.


—Nunca querría irme —dijo.


Sonriendo, besé la suave piel en su oído y luego susurré—: Ah, pero no has visto mi cabaña en Vail o mi piso en Manhattan. —Pero lo haría. Quería que viera eso,también.


Compartir mi vida y espacio personal con las personas era algo que siempre odié y me rehusé a hacer. Pero con Paula, ansiaba tenerla siendo parte de eso. Incluso si todo lo que podía hacer era abrazarla, la quería aquí esta noche.


La giré hacia la enorme cama que se encontraba a la derecha y cubría la mayor parte de esa pared. —Y esta es mi cama —le dije, y agarré su cadera y nos moví hacia la
cama. Podía sentirla tensa. Estaba nerviosa. Hablar acerca de eso y estar de hecho parada en mi habitación, mirando mi cama, eran dos cosas diferentes. La quería más de lo que quería respirar, pero no la forzaría—. Paula, incluso si lo único que hacemos es besarnos o simplemente yacer allí y hablar, estoy bien con eso. Sólo te quería aquí arriba. Cerca de mí.


Se giró para mirarme. —No quieres decir eso. Te he visto en acción, Pedro Alfonso.No traes chicas a tu habitación y esperas sólo hablar. —Su intento de sonar burlona falló. La intranquilidad en su voz me afectó. ¿Vino aquí conmigo pensando que era otra de esas chicas a quienes follaba y enviaba a casa? Mierda. ¿Cómo podía hacerle entender que esta cosa era más? Mucho más. Que ella significaba más.


—No traigo chicas aquí en absoluto, Paula.


—La primera noche que llegué aquí, dijiste que tu cama se encontraba llena — dijo, frunciéndome el ceño como si me hubiera agarrado con una mentira. Maldición,era linda.


—Sí, porque dormía en mi cama. No traigo chicas a mi habitación. No quiero sexo sin sentido contaminando este espacio. Me encanta aquí —le dije honestamente.


Pero la traje aquí. ¿No entendía lo que eso significaba?


—La mañana siguiente, una chica todavía se encontraba aquí. La dejaste en la cama, y vino buscándote en su ropa interior —dijo con una voz tensa.


Chica loca. No tenía ni una jodida idea lo que me hizo. 


Necesitando tocarla, deslicé mi mano bajo su camisa y acaricié la suave piel de allí. Su pequeño escalofrío me
hizo sonreír. —La primera habitación a la derecha era la habitación de Fede hasta que nuestros padres se divorciaron. La uso como mi habitación de soltero ahora. Allí es a donde llevo a las chicas. No aquí. Nunca aquí. Eres la primera. Bueno, dejo a Lourdes subir aquí una vez a la semana para limpiar, pero prometo que no hay nada de metida de manos entre nosotros —expliqué, mientras le sonreía.


—Bésame, por favor —dijo, luego agarró mis hombros y se inclinó para presionar su boca contra la mía sin esperar que respondiera.


Esto debía ser lo más dulce que alguna vez escuché. 


Bésame, por favor. Joder, esta chica iba a arruinarme. Quería que me perteneciera. Que su cuerpo me conociera.


Completamente.


Empujando su espalda, la acosté en la cama y separé sus piernas así podía ponerme entre ellas sin romper el jodido beso más dulce que tuve alguna vez. Agarró mi camisa con sus pequeños puños como si quisiera arrancarla de mi cuerpo. Si mi chica quería sus manos en mi pecho, lo haría un infierno mucho más fácil para ella.


Me separé lo suficiente para sacar mi camisa sobre mi cabeza y arrojarla antes de tomar su boca de nuevo. Podía besar su boca por jodidas horas. Debí agarrar puñados de las sabanas para evitar desnudarla mientras le permitía explorar. Cada toque de sus manos se volvía más demandante y valiente. Comenzó rozando sus dedos en mis brazos, su toque casi suave como pluma. Pero los pasaba por mi pecho ahora como si no pudiera tener suficiente.


 Cuando sus pulgares frotaron mis tetillas juro por Dios que
casi perdí el control.


Quería tocar sus pezones, también. Sus duros pequeños pezones. Alejé mi boca de la suya y desabotoné la camisa que usaba, empujándola hacia atrás. No tenía paciencia para quitársela. La necesitaba en mi boca. Ahora. Cuando bajé su sujetador, ambos senos, seductores y atractivos cayeron libres de sus confines, me alimenté como un hombre hambriento. Los lamí sólo para escucharla gemir, luego succioné fuerte. Se sacudió contra mí.


No se encontraba lista para eso ahora, temblé y luché por recuperar mi aliento cuando gritó de placer al sentir mi polla presionada contra su necesitado coño. Estaría hinchada y caliente. Quería probarla. Sabía tan dulce en mi dedo. 


Desabroché su falda y la bajé junto con sus bragas mientras mantenía mis ojos en su rostro. Si se ponía nerviosa, debía disminuir la velocidad. No iba a asustarla. Su boca se abrió mientras respiraba fuerte y me tocaba. La completa confianza en sus ojos me deshizo. Quería todo fuera.


Doblé mi dedo para que se sentara. Lo hizo con ganas, y rápidamente me deshice de la camisa y sujetador, dejando su dolorosamente hermoso cuerpo desnudo. Era toda mía. Esto era todo mío. Ningún hombre había tocado esto…o visto esto. Joder. La  emoción me abrumó mientras la tomaba. —Desnuda en mi cama eres incluso más increíblemente hermosa de lo que pensé que serías… y créeme que he pensado en ello. 


Mucho.


Sus ojos se abrieron, y me sonreí a mí mismo. Le gustaba que le hablara.


Necesitaba el elogio. Por supuesto que lo hacía. Se encontraba insegura de sí misma.


Esto era nuevo para ella. Me aseguraría que supiera cuan maravillosamente perfecta era. Bajando, presioné mi palpitante erección sobre su ahora desnudo coño.


—¡Sí! ¡Por favor! —gritó, y arañó mi espalda. Se encontraba lista para que hiciera más. Iba a entrar en pánico cuando se diera cuenta en donde estaba a punto de poner mi
boca. La necesitaba caliente y necesitada, así me dejaría entrar.


Bajando, besé su estómago plano y el casi desnudo montículo, que olía jodidamente increíble. Mirando hacia arriba, mantuve su mirada antes de sacar mi lengua y pasar mi piercing directamente sobre su muy hinchado clítoris. Su grito hizo a mi polla vibrar mientras se arqueaba y agarraba las sabanas con puños apretados.


—Dios, eres dulce —susurré en su contra. Iba a volverme adicto a su sabor. Santa mierda, era bueno.


—Pedro, por favor —gimoteó.


Dejé de lamer. —¿Por favor qué, bebé? Dime lo que deseas. —Sacudió su cabeza.


Sus ojos cerrados fuertemente como si estuviera luchando por recuperar su aliento—. Quiero oírte decirlo, Paula —le dije. Quería esas palabras sucias viniendo de su boca.
No debería hacerlo, pero maldición, quería escucharlas tanto.


—Por favor, lámeme otra vez —dijo con un sollozo desesperado.


Maldición, eso fue mejor de lo que podía haber esperado. 


No sabía si duraría un segundo una vez que me hundiera en su cuerpo. Comencé deslizando mi lengua a través de sus pliegues con emoción pura. Si tan sólo supiera el poder que tenía. Se lo di todo. Podía tenerme en mis rodillas y entre sus piernas con un sólo puchero de sus lindos labios. Iba a ansiar esto.


Se estremeció y gritó mi nombre mientras sostenía mi cabeza contra su cuerpo como si quisiera dejar esto. Una vez que obtuvo su liberación y ya no me necesitaba, alcancé el condón al lado de mi cama y lo abrí. Sus ojos comenzaron a abrirse. Quería dejarla disfrutar la emoción, pero no podía. Debía estar dentro de su cuerpo. Y eso aliviaría su dolor, tener el nirvana de su orgasmo aun flotando a través de ella.


—El condón está puesto. Tengo que estar adentro —susurré en su oído mientras me movía entre sus piernas y rozaba mi punta contra su calor—. Santa mierda, estás tan
mojada. Va a ser difícil no caer directo dentro de ti, voy a tratar de ir despacio. Te lo prometo. —No quería que esto la hiriera. Joder, quería que fuera bueno para ella, porque iba a ser otro nivel del cielo para mí.


No se tensó como esperé. En cambio, gimió y se movió contra mí mientras lentamente comencé a entrar. Su cuerpo me sujetaba y jalaba como una succión. Santo infierno.


—No te muevas. Por favor, bebé, no te muevas —le rogué. Dios, no podía hacerle daño, pero quería golpear dentro completamente. Encontré la barrera que esperaba, y me detuve. Lo sintió y finalmente se puso tensa debajo de mí—. Eso es todo. Voy a hacerlo rápido, pero luego voy a parar una vez que esté dentro y dejaré acostumbrarte a mí.


Envolviendo mis brazos alrededor de su cintura, cerré mis ojos, incapaz de mirarla. No podría controlarme si veía su rostro. Control. Necesitaba el jodido control.


Dios, quería estar dentro completamente. Con una sola embestida, rompí la fina pared y me hundí en un aterciopelado calor que nunca antes conocí. Mi polla era apretada tan malditamente fuerte que no podía respirar. Jadeando por aire, me mantuve quieto.


Necesitaría adaptarse a mí. Pero quería moverme tan jodidamente mucho; quería llenarla.


—Está bien. Estoy bien —susurró.


Forzándome a abrir los ojos, la observé. Debía estar seguro que no sólo lo decía.


No podía hacerle más daño. —¿Estás segura? Porque, bebé, quiero moverme malditamente tanto.


Asintió, y miré su rostro mientras me movía hacia atrás y luego me impulsé hacia adelante dentro de su cuerpo.


—¿Duele? —pregunté, usando cada pizca de fuerza que tenía para quedarme quieto y esperar.


—No. Me gusta —dijo con emoción en sus ojos.


No estaba seguro si creerle, pero comencé a moverme. Debía moverme. Mi condenada polla gritaba que me moviera. Nunca sentí este tipo de placer. Gimió, y mi corazón golpeó contra mi pecho. Santa mierda, lo disfrutaba. —¿Te gusta eso? — pregunté.


—Sí. Se siente tan bien.


Dios, sí. Se encontraba bien. No tenía que controlarme. 


Echando mi cabeza para atrás, dejé salir un gemido de placer que rasgó desde mi pecho mientras comencé a
moverme dentro de ella. Bombeando dentro y fuera en la apretada succión, la cual me jalaba como si estuviera jodidamente hambrienta de mí.


Levantó sus caderas y agarró mis manos, buscando mis embestidas. ¿Cómo diablos sabía hacer eso?


—Sí. Dios, eres increíble. Tan apretada. Paula, estás tan jodidamente apretada. — La alabé. Necesitaba saber cuan increíble esto era para mí.


Sus piernas se levantaron y se colocaron cerca de mis costados, abriéndola más para mí. Mi cuerpo se hundió más profundo dentro de su calidez, y comencé a temblar.
Iba a acabar. Alcancé mi límite. Sólo existía una cantidad que un hombre podía soportar.


—¿Estas cerca, nena? —le pregunté. Quería que acabara conmigo.


—Creo —dijo, jadeando mientras su agarre en mis brazos se tensaba.


No iba a acabar sin ella, maldición. Quería que sintiera esto conmigo. Moví mi mano para rozar mi pulgar contra su clítoris. La sensible parte se hinchó bajo mi toque.


—¡Ah! ¡Sí, justo allí! —gritó, mientras su cuerpo se apagaba debajo de mí.


No me encontraba seguro de que grité, pero un rugido salió de mi pecho mientras la más épica sensación de mi vida sacudía mi cuerpo, enviándome a algún lugar que no sabía que existía.