jueves, 2 de enero de 2014

CAPITULO 90







Pedro

Siete días y Daniela aún no había abierto sus ojos. 
Mi madre pasaba cada vez menos. Fede comenzaba a 
ser el único visitante que se quedaba y se mostraba regularmente. Abe pasaba una vez al día por sólo unos
minutos a la vez. Éramos Daniela y yo contra el mundo 
una vez más.
—Necesitas llamarla —dijo Fede, rompiendo el silencio. Sabía de quién hablaba. 
Paula estaba constantemente en mi mente. 
Me sentía culpable mientras me sentaba allí mirando a mi 
hermana y todo en lo que podía pensar era Paula.
—No puedo —respondí, incapaz de mirarlo. 
Él vería que me había dado por vencido si lo hacía.
—Esto no es justo para ella. Antonio dijo que no 
está yendo allá y que no ha lo llamado en tres días. 
Él sigue chequeando las cosas a través de Isabel pero
incluso Ella no está segura de que Paula se va a quedar 
por más tiempo. Tú necesitas llamarla.
Dejarme sería la mejor cosa que ella haría. 
¿Cómo podría yo ser lo que merece si estaba dividido 
entre mi hermana y ella todo el tiempo? No podía
mantener a Dani a salvo. 
¿Cómo podía confiar en mí para mantenerla a ella 
y al bebé a salvo?
—Merece algo mejor —manejé decir en voz alta. En vez de sólo decirlo en mi cabeza.
—Sí, probablemente es así. Pero te quiere a ti.
Dios, eso dolía. Yo también la quería. Quería a nuestro bebé. Quería esa vida que me dejé pretender que podía tener. 
¿Cómo podría darle eso si mi hermana
nunca despertaba? Estaría lleno de culpa y dolor. 
No sería el hombre que merece.
Esto eventualmente me comería hasta que no valga 
nada para nadie.
—No puedo —fue todo lo que manejé decir.
Federico maldijo y se levantó, lanzando su chaqueta en 
el piso antes de salir de la habitación y cerrar la puerta de golpe. Él no entendía. 
Nadie lo hacía. Sólo me quedé mirando la pared frente a mí. Comenzaba a entumecerme. Estaba perdiendo todo lo que me había dejado amar una vez.
La puerta se abrió y miré esperando ver a Fede. En vez de él era Miguel. No estaba de humor para verlo. 
Él había abandonado a las dos personas que más
amaba en el mundo en algún momento de sus vidas.
—¿Por qué carajo vienes aquí? A ti no te importa una mierda —gruñí.
Miguel no respondió. Caminó hacia la silla que Fede había dejado vacía y se sentó. 
Nunca se sentaba ni se quedaba por un largo tiempo. 
El hecho de que iba a hacerlo ahora no me pareció bien. Necesitaba estar solo.
—Me importa. Tu madre no sabe que estoy aquí. No aprobaría lo que estoy a punto de decirte. Pero creo que mereces saberlo.
No había nada que ese hombre tuviera que decir que quisiera escuchar pero me quedé en silencio 
y esperé. Mientras más rápido dijera lo que quería, más
pronto se iría.
—Daniela no es mi hija. Tu madre siempre ha sabido eso. Ella quería que Dani fuera mía pero los dos sabíamos cuando quedó embarazada que eso era imposible. Habíamos terminado por casi ocho meses cuando me llamó. Acababa de darse cuenta que estaba embarazada y estaba asustada. Aún estaba enamorada de tu papá, que fue por lo que terminamos para empezar. 
Yo no podía superar a la leyenda que era Luca Alfonso. Quería ser suficiente para alguien.
 Nunca lo sería para Georgina. Pero la amaba y ella estaba preocupada sobre cómo iba a manejar otro hijo. Yo era joven y estúpido así que volví con ella y hablamos sobre
matrimonio. 
Le dije que tendría que pensar sobre ello. —Se detuvo y me miró. Aún no me recuperaba del hecho de que él no era el papá de Daniela.
—Una vez que llegué, Georgina estaba dejándote con Luca cuando fuera que podía y aún salía con amigas como si no estuviera embarazada. No me diría quién era el papá. 
Yo acababa de llenar mi límite cuando Alejandra vino de visita.
 —Sus ojos se suavizaron y los cerró brevemente. Nunca había visto al hombre mostrar tanta emoción.
—Era hermosa. Largo cabello rubio que parecía como si fuera tejido por los ángeles. Los ojos verdes más grandes que había visto y tan malditamente dulce.
Ella te amaba. No le gustaba que tu madre te llevara con Luca. Le preocupaba que no estuvieras a salvo con un montón de estrellas de rock. 
Se quedaba contigo cuando tu madre salía. Te hacía estos panqueques con orejas de Mickey Mouse que te encantaban. Fui atraído por ella y no podía alejarme. Tu madre nos usó a los dos
por un tiempo. Alejandra no se iría porque se preocupaba por ti. Y yo no me iría porque me había enamorado de Ale. —Esta no era la historia que mi madre me había contado. Esta no era la historia que me habían hecho creer todos estos años pero ahora que he conocido a Paula… 
que la conocía… esto tenía mucho mas maldito sentido.
—Tu mamá vino a casa ebria una noche. No estaba muy adelantada en su embarazo y anunció que Luca también 
era el papá de este bebé. Yo estaba furioso de que ella había estado tomando y aún más furioso de que tu padre había hecho esto de nuevo sin intención de hacerle bien a Georgina. Así que lo llamé y le dije que quería hablar con él. La charla no salió bien. Dijo que el bebé no era suyo. 
Si fuera de él, encantado lo clamaría pero no lo era. 
Ella había estado acostándose con el cantante de Slacker Demon por cerca de un mes. El bebé era de Mateo y bueno,
creciste alrededor de El. Lo conoces lo suficientemente bien para saber que no es de material de padre.
¿Mateo era el papá de Daniela? Enterré mi cara en mis manos mientras diferentes recuerdos venían a mí. 
Mateo viniendo tarde a gritarle y maldecir a mi mamá por
robar a su hija. Mateo llamando a mamá puta barata 
y esperando que “su chica” no terminara de la misma manera. Había olvidado esas cosas. O sólo las bloqueé?.
—A través de eso Ale y yo nos acercamos. Luca te tomó 
y juró que iba a hacerse cargo de lo que era suyo. 
Tu madre maldijo y empujó a Ale por las escaleras llamándola de formas que no voy a repetir y nos dijo a ambos que nos fuéramos después de  que me vio besando a Alejandra una noche. 
Nos fuimos después de eso. 
Ale lloró demasiado porque estaba preocupada por ti. Siempre se preocupaba por ti.
Cuando él hablaba sobre Alejandra todo lo que yo podía ver era el rostro de Paula. Su rostro dulce e inocente y mi pecho sentía como si estuviera a punto de explotar.
—Le pedí a Ale que se casara conmigo. Aceptó. Semanas después de nuestra luna de miel nos dimos cuenta de que estaba embarazada de gemelas. Esas niñas eran mi mundo. Adoraba el suelo por el que caminaban casi tanto como
adoraba a su madre. Nunca pasó un día sin que estuviera agradecido por la vida que me habían dado. —Se detuvo y ahogó un sollozo.
—Entonces un día Vale y yo conducíamos de vuelta de las compras. Habíamos ido a comprarle unos zapatos para voleibol. Sus pies habían crecido en el verano pero los de Paula no. Eran casi idénticas pero comenzaba a parecer como que Paula podría ser la más chica de las dos. Estábamos riendo porque yo cantaba junto con una tonta banda de chicos en la radio. No vi… no vi la luz roja. 
Fuimos golpeados por el lado del auto donde estaba Vale por un camión que iba a ciento treinta kilómetros por hora. —Se detuvo y pasó una mano sobre su cara para
limpiar las lágrimas y soltar otro sollozo.
—Perdí a mi bebé. No había estado prestando atención. Con ella, perdí a mi esposa, quien no podía mirarme y a mi otra hija quiera era sólo una cáscara de la chica que había sido. 
Luego te presentaste con la fotografía de Daniela 
y en vez de quedarme y ser el hombre que mis chicas necesitaban que fuera, huí. Me dije a mí mismo que necesitaban más de lo que yo podía darles. Nunca seré capaz de perdonarme a mí mismo. Nunca sería capaz de seguir adelante y verme sólo las lastimaría más. Así que las dejé. Me odiaba en ese momento; me odio ahora. 
Pero soy un hombre débil. Debí haberme quedado. Cuando me enteré de que Alejandra estaba enferma fui a beber en exceso. La idea de un mundo sin Ale era imposible
para mí de aceptar. Pero ir a ver a mi vibrante esposa, a quien amaba y siempre voy a amar, acostada allí muriendo no era algo que podía hacer. Había enterrado a mi hija. 
No podía enterrar a mi esposa. Porque era débil dejé a mi bebé que enterrara a su mami. Nunca me perdonaré por eso. —Finalmente miró en mi dirección.
—Todo lo que ves es un hombre egoísta que sólo piensa en sí mismo. Tienes razón. No merezco el amor de nadie o el perdón. No lo quiero. Tu madre y Daniela me querían. 
Las dos actuaban como si me necesitaran. Yo podía pretender con ellas. La verdad es que tu madre está tan perdida y rota como lo estoy yo. 
Tal vez por diferentes razones pero los dos estamos vacíos por dentro. Yo iba a aclarar todo esto y decirle a Daniela hace tres meses. No podía continuar con esta farsa. Sólo quería
ir y sentarme al lado de la tumba de mi esposa y llorar. 
Pero luego Paula me llamó.
Me necesitaba, pero no tenía nada que darle. Así que le mentí. No sabía mucho del hombre en el que te convertirías pero sabía una cosa. Amabas apasionadamente.
Harías lo que fuera por tu hermana. No tenía dudas en mi mente de que el momento en que pusieras tus ojos en Paula, llegaría hasta ti. 
El espíritu gentil y dulce que había en su madre está en Paula. Vale era como yo. Pero Paula… es mi Ale. 
Es muy parecida a ella. Ningún hombre puede estar cerca de ella y no amarla. Yo quería alguien fuerte y capaz de cuidarla. Así que la envié hacia ti. —Se limpió el resto de las lágrimas y se puso de pie. Yo estaba sin palabras.
—No te vuelvas como yo. No la decepciones como lo hice yo. Sólo mereces lo que te haces a ti mismo ser digno de tener. Haz lo que no pude. Sé un hombre. —Miguel se dio la vuelta y salió sin otra palabra.

CAPITULO 89






Paula

Me senté en la sala de espera y me esforcé en no mirar 
a las otras mujeres embarazadas que también estaban esperando. Había tres de nosotras. 
La mujer delante de mí se acurrucó contra el brazo de su marido. 
Él le susurraba cosas en el oído, haciéndola sonreír. 
Su mano nunca dejó su estómago. No había una actitud posesiva. Sólo protectora. Era como si él estuviese protegiendo a su esposa e hijo con ese simple gesto.
La otra mujer estaba mucho más lejos de cualquiera 
de nosotras, y su bebé se estaba moviendo. Su marido 
tenía ambas manos en su estómago y la miraba con
asombro. 
Había una dulce mirada de adoración en su rostro. 
Ellos estaban compartiendo un momento y el sólo 
mirar en esa dirección me hacía sentir como si
me estuviera entrometiendo.
Entonces, ahí estaba yo. Con Antonio. Le había dicho 
que no necesitaba que viniera conmigo pero él había 
dicho que le gustaría hacerlo. No entraría a la sala
de examen porque en lo absoluto lo dejaría verme casi desnuda en una pequeña y delgada bata de algodón, 
por lo que iba a sentarse en la sala de espera.
Se las había arreglado para conseguir una taza de 
café complementario y desde que sólo le había dado 
un sorbo, asumí que sabía horrible. Extrañaba el café.
Probablemente sería delicioso para mí. Necesitaba 
comprar algo de café descafeinado.
—Paula Chaves —llamó la enfermera desde la puerta 
que conducía a las salas de examen.
Me levanté y le sonreí a Antonio. —No debería tardar mucho.
Él se encogió. —No tengo prisa.
—Tu esposo puede venir contigo —dijo la enfermera alegremente. Mi cara estuvo instantáneamente caliente. Supe, sin mirar mis mejillas, que estaba ruborizada.
—Es sólo un amigo —le corregí rápidamente.
Esta vez fue ella quién se sonrojó. Obviamente no 
había leído mi registro para ver que estaba soltera.
—Lo lamento. Uh, bueno él puede venir también si 
quiere oír el latido del corazón.
Sacudí la cabeza. Eso era demasiado personal. Antonio 
era un amigo pero yo no estaba lista para compartir algo 
tan importante como los latidos del corazón de
mi bebé con él. Pedro ni siquiera lo había hecho aún.
—No, así está bien.
No me volteé hacia Antonio porque estaba avergonzada 
de nosotros dos. Él sólo me estaba ayudando. 
Ser etiquetado como el papá del bebé no había sido con
lo que había contado.

***

El examen no se hizo esperar. Esta vez había sido capaz 
de oír los latidos del bebé sin tener una varita atorada en 
mi interior. Fue tan fuerte y dulce como antes.
El embarazo estaba progresando bien y estaba limpia 
para ir con una cita dentro de cuatro semanas a partir de ahora.
Caminando de regreso a la sala de espera, encontré a Antonio leyendo la revista Parenting. Él levantó la mirada
 y me sonrió tímidamente.
—El material de lectura aquí es limitado —explicó.
Ahogué la risa.
Se paró y caminamos juntos hasta la puerta.
Una vez que estuvimos en el auto él miró en mi dirección.
—¿Tienes hambre?
En realidad sí tenía, pero entre más tiempo pasaba con Antonio más incómoda me sentía. No pude evitar la sensación de que a Pedro no le gustaría esto.
Nunca le ha gustado que este mucho alrededor de Antonio. A pesar de que necesitaba el aventón, estaba comenzando a preocuparme de que esto haya sido una mala idea. Sería mejor si Antonio solamente me deja de regreso en la casa de Pedro.
—Estoy más cansada que otra cosa. ¿No podrías simplemente dejarme en donde Pedro? —pregunté.
—Por supuesto —contestó con una sonrisa. Antonio era muy fácil de manejar. Me gustaba eso. No estaba de humor para lo difícil.
—¿Todavía no has hablado con Pedro? —preguntó él.
Esa no era una pregunta que quisiera responder. Demasiado para no ponerse difícil. Yo sólo sacudí la cabeza. 
Él no necesitaba una explicación y si lo hacía, pues muy mal porque yo no tenía una. 
Me había rendido y hace dos noches llamé a Pedro para ir directamente al buzón de voz. Le dejé un mensaje 
pero no me había devuelto la llamada. Estaba comenzando a preguntarme si él tenía la esperanza de que yo me fuera cuando él regresara. ¿Cuánto tiempo se supone que
estaría en su casa?
—No está lidiando bien con esto, imagino. Te llamará 
 pronto —dijo Antonio.
Podía darme cuenta por el tono de su voz que ni siquiera creía lo que estaba diciendo. Sólo era para hacerme sentir mejor. Cerré mis ojos y pretendí dormir, así él no diría nada más. No quería hablar de eso. No quería hablar de nada.
Antonio encendió la radio y conducimos en silencio por el resto del camino hacia Rosemary. 
Cuando el coche se detuvo, abrí mis ojos para ver la casa de Pedro frente a mí. Estaba de regreso.
—Gracias —dije, mirando en dirección a Antonio. Su expresión era seria.
Podía decir que estaba pensando en algo que no quería compartir conmigo. No necesitaba preguntar para saber qué era. Piensa que yo debería irme también. 
Pedro no iba a llamarme y había una posibilidad de que no fuese a volver. No podía simplemente vivir en su casa.
—Llámame si necesitas algo —dijo Antonio reuniéndose con mi mirada.
Asentí pero ya estaba decidida a no llamarlo más. Incluso si a Pedro no le importaba lo que hiciera, no se sentía correcto.
 Abrí la puerta del auto y di un paso hacia afuera. Con un saludo final, me dirigí hacia la puerta del frente y de vuelta a la casa vacía.