miércoles, 8 de enero de 2014

CAPITULO 104







Pedro

Había pasado un tiempo desde que había entrado en la casa de mi papá en Beverly Hills. La última vez que lo visité, estuve borracho la mayor parte del tiempo y de fiesta con él. Ésta sería una visita muy diferente. Ya no era más ese tipo. Puse la maleta de Paula en el dormitorio que mi padre dijo que era mío. Fue donde siempre había dormido cuando venía a visitarlo.
—Esto es simplemente... guau —dijo Paula entrando detrás de mí. 
Había estado deteniéndose y conociendo el lugar desde que habíamos pasado la puerta principal. 
Por suerte, Daniela y Mateo no habían estado allí para recibirnos. 
Quería tiempo con Paula para establecernos. El viaje en avión había sido largo y podía ver el cansancio en su rostro.
—Aprenderás que las leyendas del rock están un poco del lado llamativo.Les gusta hacer alarde de su éxito con las cosas —le expliqué.
—Puedo verlo. Seguro que han hecho un buen trabajo en hacer alarde de este lugar —dijo, acercándose a la 
cama y luego dándose cuenta de que era demasiado alta para ella. Echando un vistazo por encima de su hombro me frunció el ceño—. ¿Cómo diablos voy a ser capaz de subirme en esta cosa?
No pude contener la risa. 
Se veía tan malditamente perpleja. 
—Te daré un pequeño taburete.
Paula sonrió y negó con la cabeza. 
—Eso es una locura. Así que, si quisiera acostarme ahora... ¿Cómo podría hacerlo?
Me acerqué a ella, puse mis manos en su crecida cintura y luego la levanté y coloqué sobre la cama. 
—De esa manera —le respondí y me senté a su lado antes
de lanzar una pierna sobre las de ella y acomodarme a su espalda—. Si no te vieras tan cansada, podríamos probar esta cosa —bromeé.
Se tapó la boca mientras bostezaba y me dio una sonrisa soñolienta. 
Puedo estar despierta —me aseguró y volvió su pecho hacia el mío.
Era tentador, pero sabía que su cuerpo necesitaba descanso. Le di un beso en la nariz. 
—Estoy seguro de que podrías, dulce Pau. Pero ahora mismo lo único que quiero hacer es masajear tus pies y pantorrillas mientras te relajas y duermes.
Sus ojos brillaron contentos. —Oh, ¿lo harías? Se sienten tan entumecidos después del vuelo.
—Reposa la cabeza sobre la almohada y me desharé de estos zapatos que,por cierto, no son precisamente un buen calzado para que camine una mujer embarazada. Deberías haber usado tenis, no tacones.
Paula volvió a bostezar y se recostó en la almohada con un suspiro. —Lo sé.Sólo que no quería llegar al aeropuerto luciendo desaliñada.
Nunca podía verse desaliñada. —Eso sería imposible.
Ella sonrió y cerró los ojos cuando comencé a frotar 
su arco. —Sólo porque me quieres.
—Más que la vida. Pero eso no me convierte en ciego. Serías caliente en un saco de patatas.
Ella no dijo nada. Tenía los ojos cerrados y su sonrisa aún persistía. Puse mi atención en masajear sus pies cansados y luego me abrí camino hasta sus pantorrillas. 
En el momento en que hube terminado, ella estaba respirando lenta y regularmente. Tiré de la manta sobre ella antes de salir para dejarla descansar.

***
Luca estaba recostado en el sofá de cuero negro seccional que ocupaba la mayor parte de la sala de entretenimiento. Tenía su último álbum sonando a través de los altavoces y jugaba Halo en su Xbox con un cigarrillo colgando de su boca.
—Mientras estemos aquí, por favor, no fumes cerca de Paula —dije cuando entré en la habitación.
Luca miró por encima de su hombro y sonrió. 
—No lo haré. No quiero hacerle daño al niño.
Puso pausa en su juego, arrojó el control a la larga y elegante mesa roja que se encontraba delante del sofá y cogió su vaso. No tuve que preguntar para saber que era whisky.
—¿Nuestra chica está tomando una siesta? —preguntó apoyando los pies sobre la mesa.
El hecho de que llamara a Paula “nuestra chica” me hizo reaccionar de la manera equivocada. Ella era mi chica, de nadie más. 
Esa era la forma en que mi padre hablaba. Actuando como si fuera una cosa de los dos. Siempre lo hacía. 
—Mi chica está dormida. Estaba agotada —respondí, tomando asiento en el otro extremo del sofá.
Luca se rió y tomó un trago de su whisky y luego una calada a su cigarrillo.
—Eres posesivo como un pequeño hombre de las cavernas, ¿no es así? No obtuviste eso de tu viejo.
No obtuve un montón de cosas de él, pero no dije eso. 
—Haré lo que sea necesario para hacerla feliz. Pero seré yo el que la haga feliz. Siempre. Sólo yo.
Luca dejó escapar un silbido y meneó la cabeza mientras se quitaba el cigarrillo de los labios y sacudía la ceniza en un cenicero. 
—Tarea difícil de cumplir. Buena suerte con eso. Las mujeres pueden ser unas perras a veces, sólo porque quieren. No hay nadie que pueda hacer feliz a una mujer cuando está siendo una perra.
Esta conversación no tenía sentido. Nunca había tenido una Paula en su vida. No tenía ni idea de lo que era. 
Yo estaba aquí por una razón y quería resolver
el problema y volver a casa
—¿Dónde está Daniela?
Luca suspiró y torció sus ojos. —No está aquí en este momento, gracias a la mierda. Es una perra loca.
—¿Dónde está Mateo? —le pregunté, tomando la decisión de ignorar su opinión sobre Daniela.
—¡Estoy jodidamente aquí! ¡Ahí está el hombre! Mírate todo crecido como mierda varonil. ¿Cómo sucedió eso en unos pocos malditos meses? —La voz de Mateo era inconfundible.
Entró en la habitación con una chica que parecía de mi edad envuelta en su brazo. Sus pechos estaban a punto de salirse de la camiseta atada que parecía un corsé. 
Ella me guiñó un ojo. Sus pestañas eran obviamente falsas. Nadie tiene pestañas tan condenadamente largas.
—Vine a lidiar con Daniela —le contesté, mirando a mi padre, que estaba tomando otra larga calada de su cigarrillo mientras dejaba que sus ojos recorrieran a la mujer que Mateo había traído con él. Sabía que compartían de vez en cuando.
Esa no era la clase de porquería que quería cerca de Paula.
—Santa mierda, te debo mi maldito huevo izquierdo. Ella me está haciendo subir a la jodida pared. Por favor, calma su culo loco y ayúdame a encontrar una manera de hablarle. ¿Siempre ha sido así de demente?
Sabía que Daniela tenía sus problemas, pero escuchar al hombre que era la causa principal de ellos hablar así de ella, me molestó. Me levanté y di la vuelta para mirarlo. 
—Si hubiera tenido un padre que le importara una mierda, tal vez habría sido tan normal como Carolina. Pero no lo tuvo. La dejaste sola con mi mamá. NINGÚN hijo debe ser sometido a eso. Al menos mi padre vino y me ayudó. Pasó tiempo conmigo. Me dio la sensación de ser querido. Nunca hiciste eso por Dani. Está jodida gracias a ti. —No tenía intención salir con sus verdades en el momento que entré en su casa, pero abrió su estúpida boca sobre mi hermana.
—Es la hermana del chico, Mateo. Ten cuidado al hablar mierda —advirtió Luca. Él había estado hablando mierda sobre Dani también, pero no lo culpé por ser como era.
La chica se apretó más a Mateo.
—Dijiste que esto iba a ser divertido. Quiero un poco de diversión, bebé. Tenías mi coño todo mojado en la limusina. Está listo para ser follado —canturreó.
Esto también era algo que no quería que Paula viera ni oyera. Ellos teniendo sexo barato y sucio. Sólo quería que Paula viera cómo era entre nosotros dos. No esta mierda retorcida.
—Sé una buena chica y desnúdate mientras hablo con el muchacho aquí.Juega bien y podría dejarle besar ese coño caliente también.
—Ooooh, bien. Dos en lugar de uno. —Se rió mientras sacaba la cadena de su camiseta para que se cayera al suelo dejando al descubierto sus pechos justo en
frente de todos nosotros. Una vez más, este era un comportamiento normal cuando yo había llegado a visitar a mi padre, pero las cosas eran diferentes ahora.
—Muer… em, ella tiene grandes pezones perforados —dijo mi papá antes de tragar el resto de su whisky y ponerse de pie.
—Voy a volver a mi habitación para comprobar a Paula. Hablaré contigo cuando ella se haya ido —le dije con disgusto antes de dirigirme a la puerta.
—¿Qué le picó a su culo? Normalmente le encanta disfrutar de los coños calientes que traemos aquí —preguntó Mateo cuando salí de la habitación.
No perdí el tiempo volviendo a donde Paula. Ella todavía estaba acurrucada en la cama. Me quité los zapatos y me fui a descansar a su lado. Poniéndola cerca de mí, me gustaba tenerla de esa manera. Esto era mucho más que todo lo que mi padre había tenido en su vida. 
La poca profundidad de sus relaciones me hizo sentir pena por él.Sabía lo que se estaba perdiendo. A pesar de todo su éxito en la vida, se había perdido de alguna manera. Muchos años.

CAPITULO 103



Paula

Decir adiós a mi padre no fue tan fácil como debió serlo. Tenerlo aquí ayudó a sanar muchas heridas. Lo seguí afuera y bajé junto a él las escaleras. Tenía la maleta en la mano y regresaba hacia el sur de Florida, donde estaba viviendo en un bote.
—Es bueno verte feliz. Será más fácil dormir por la noche sabiendo que estás siendo cuidada y amada como se debe. Nunca conté con que ese chico estuviera tan enrollado contigo, pero lo está y yo no podría estar más feliz.
—¿Volverás para la boda y después de que nazca el bebé? Te quiero aquí.
Papá asintió. —No me lo perdería por nada del mundo.
Me negué a llorar frente a él. No era justo. Ya estaba completamente solo.
No necesitaba que mis emociones lo confundieran. 
—Ve decidiendo cómo vas a querer que te llame. Luca ya ha dicho que quiere ser Papá Luca. Necesitas escoger
un nombre, también.
Papá sonrió. Me gustaba verlo verdaderamente emocionado por algo. —Voy a pensar en eso para decírtelo. Tiene que sonar mejor que el de Luca.
Envolví mis brazos alrededor de su cintura y lo abracé. 
—Gracias por venir.Te he extrañado.
—También te extrañé, osito Pau, pero esa es mi culpa. Estoy agradecido de que Pedro me haya llamado.
También lo estaba. Pedro estaba en el centro de todo lo bueno que me ha pasado. Creía que siempre lo estaría. Extraño, teniendo en cuenta que empezó todo de una manera muy diferente.
—Qué tengas un buen vuelo y llama cuando llegues para hacerme saber que estás bien.
Papá asintió y me aparté de él. —Te amo —dijo con lágrimas sin derramar brillando en sus ojos cansados.
—También te amo, papá.
Abrió la puerta del coche de alquiler y me quedé allí mientras se alejaba.
Esta vez no tenía el corazón destrozado. Sólo esperaba que él pudiera encontrar la felicidad algún día. Ya era hora de que así fuera.
La puerta de la casa se abrió y me volví para ver a Pedro mirándome de pie en el porche. Puedo decir que estaba preocupado de que estuviera triste por la partida de mi papá. Comencé a caminar en su dirección y él bajó las escaleras para reunirse conmigo a mitad de camino.
—¿Estás bien? —preguntó al minuto que estuvo lo suficientemente cerca para tocarme.
—Sí. Gracias de nuevo por eso. Significó más de lo que podrías imaginarte —le dije.
—Cuando quieras verlo, me lo dices. Haré que vuelva. Sólo di la palabra.
—Lo quiero aquí para la boda y cuando nazca el bebé. Quiero darle la oportunidad de conocer a su nieto. No tiene a nadie más que a mí. Nuestro hijo va a ser su familia, también.
—Hecho. Ya tengo un billete de avión comprado y listo para el momento en que lo necesitemos.
Me quedé allí y miré a Pedro. La primera vez que puse mis ojos en él me había quedado impresionada por su belleza. Nunca llegué a pensar que ese playboy malhumorado podría tener un corazón de tal tamaño debajo de toda esa
arrogancia. 
—¿Qué te ha cambiado? Eres tan completamente diferente de aquel tipo que conocí en junio —dije, sonriendo ante su cara confundida.
Pedro extendió la mano y la deslizó por mi cabello y enredó sus dedos alrededor de los mechones. 
—Esta rubia dulce, decidida y sexy como el infierno
entró en mi vida y me dio una razón para vivir.
Mi pecho se tensó y comencé a decirle de nuevo lo mucho que lo amaba cuando lo sentí... al bebé.
Extendí la mano y agarré el brazo de Pedro. 
Pedro . Me está pateando —dije con asombro. Me preguntaba hace semanas si el pequeño aleteo en mi estómago era él moviéndose. Quería creer que así era. Pero ahora podía sentirlo. No lo dudaba.
Pedro  movió su mano de mi cabello hacia mi estómago. 
Lo sostuvo con ambas manos con la mirada gacha y asombrada. 
—Puedo sentirlo —dijo en un susurro suave, como si tuviera miedo de que el bebé dejara de moverse. En cambio, al sonido de su voz, pateó de nuevo.
—Háblale, Pedro  —dije, mirando la imagen más hermosa que jamás había visto. Pedro cayó de rodillas para estar más cerca de mi vientre.
—Hola a ti —dijo, y el bebé de inmediato se movió debajo de la mano de Pedro . Levantó la cabeza y me miró con una sonrisa emocionada. 
— Me escucha —dijo con asombro en su voz.
Asentí. —Sí, lo hace. Háblale.
—Entonces, ¿cómo es ahí dentro? ¿Es la pancita de mamá tan linda por dentro como lo es por fuera?
Me reí y él pateó.
—Eso pensé. Tuviste suerte. Mamá es hermosa, pero la verás muy pronto. Seremos los dos chicos más afortunados del planeta. Se movió de nuevo, esta vez con menos fuerza.
—Pórtate bien ahí. Estamos preparando las cosas para ti aquí afuera. Disfruta de ese lugar acogedor por el momento. —Pedro pasó las manos por encima de mi vientre y luego me miró—. Está realmente allí. Nos oye.
Me reí y asentí. —Pensé que lo había estado sintiendo por un tiempo, pero nada como esto.
—Dios, Paula, es increíble —dijo, antes de presionar un beso en mi estómago y ponerse de pie.
—Lo es, ¿verdad? —contesté, todavía maravillada por saber que esto era mío. Este hombre frente a mí y la vida en mi interior.
—Dime cuando lo haga de nuevo. Quiero sentirlo —dijo, bajando su mano para agarrar la mía.
Caminamos juntos por las escaleras tomados de la mano.

CAPITULO 102





Pedro

El pavo había estado grandioso y tuve que admitir que estaba impresionado de que Luca pudiera cocinar así. 
Paula parecía realmente feliz mientras hablaba con su padre y el mío durante la cena. Incluso se había reído cuando Isabel le había pedido a mi padre que le firmara la servilleta.
Luca se acercó y se sentó a mi lado en el sofá y dejó escapar un suspiro de satisfacción. 
Él había disfrutado también. Ésta era el primer Acción de Gracias que realmente había comido en mi casa con familia y amigos. La primera vez que había cenado pavo, pastel de calabaza y guiso de maíz.Usualmente salía a comer con amigos y a emborracharme en los bares. Nada memorable. Hoy ha sido diferente. Fue una muestra de mi futuro con Paula.
—Te conseguiste una dulzura —dijo Luca.
—Sí, lo sé.
—Ella está lavando platos con su papá. Pensé en dejarlos solos. Darles tiempo juntos. Fue una mierda lo que él le hizo, pero me alegro de que estén encontrando la manera de hacer las paces. Miguel antes era un buen hombre. Cuando me enteré que había vuelto con tu mamá, me pregunte qué demonios le había pasado.
Yo también había traicionado a Paula. La lastimé. Pero me perdonó. Ella es capaz de hacer eso. No estoy seguro de poder hacer lo mismo. 
—No la merezco. Probablemente soy el hijo de puta más afortunado en el planeta.
Luca dejó escapar una risa dura. 
—Me alegro de que te haga sentir de esa manera, chico, tu vida no ha sido fácil. —Hizo una pausa y sacudió la cabeza—Ojalá hubiera hecho las cosas mejor por ti. La hija de Mateo, Carolina, ha estado cerca, últimamente. Parte del problema con Daniela es Caro. No es muy feliz de que Mateo tenga una hija que cuidar. Mateo no podía estar cerca de Carolina, pero la ha cuidado bien. Su abuela se aseguró que estuviera bien. Es una buena chica. 
Es difícil creer que sea hija de Mateo. La abuela de la pobre murió hace unos meses. Y ella no es feliz viviendo en Los Ángeles, está un poco perdida en este momento.
Sólo había visto dos veces a la hija de Mateo. Éramos niños y Mateo había traído Carolina a casa para una visita. Yo también estaba allí y lo único que podía recordar eran sus grandes ojos inocentes y la forma en que susurraba cuando
hablaba. Luego, hace un par de años, me encontré con ella otra vez mientras estaba visitando a Luca. Había crecido, pero era muy educada y aún muy inocente.
Habíamos simpatizado con bastante facilidad ese fin de semana. Se quedó en la casa la mayor parte del tiempo. Así lo quería Mateo. Había sido la única vez que había salido de fiesta con la banda mientras que Mateo había permanecido detrás de mí. Luca había dicho que era protector con Caro.
No podía imaginar como Daniela estaba manejando bien la existencia de Carolina. Otra cosa con la que yo tenía que lidiar. 
—Tan pronto como Paula esté lista, nos iremos y me encargaré de Daniela. Sólo necesita alguien que se preocupe por ella y con quien hablar. Está herida e insegura. Lo ha estado toda su vida.
—Tengo pastel y café. ¿Alguien quiere un poco? —preguntó Paula al entrar en la habitación, de nuevo vestida con su delantal. Al ver el contorno de su pequeña panza detrás de él, palpitó en mis venas el el instinto cavernícola de llevármela y protegerla.
Me puse de pie y me acerqué a ella. 
—Ellos pueden tomar su propio café y pastel. Quiero hablar contigo de algo. Has alimentado y entretenido a todos el
tiempo suficiente —le dije, deslizando un brazo alrededor de su cintura.
—Está bien, pero no me importa —respondió. Sabía que no le importaba.
Pero a mí sí. Verla toda sonriente y feliz me hacía querer complacerla más.
—Sólo unos minutos —le aseguré, la conduje de nuevo al pasillo y hacia las escaleras.
—Pedro, ¿qué pasa? —preguntó.
Mantuve mi mano en la parte baja de su espalda y la llevé de vuelta a la oficina en la que le había prometido follarla antes. Ya nadie usaba esta habitación.
Yo estaba a punto de hacerlo.
—Estabas ofreciendo el postre allí. Y quiero el mío —le dije, cerrando la puerta detrás de mí antes de apoyarla contra la gran silla de cuero—. Siéntate —
gruñí y Paula rápidamente se hundió en el cuero.
Me arrodillé frente a ella y empujé ese vestidito corto hasta sus muslos, tal y como había estado fantaseando todo el día. 
Voluntariamente abrió las piernas para mí. Las bragas de seda color rosa que llevaba tenían una notable parte húmeda en la entrepierna. Inhalé y aspiré en su interior. Siempre olía tan bien.
—Pedro —susurró, inclinándose hacia atrás en la silla—. No debemos tardar mucho. Tenemos compañía.
Me gustaría que todos se fueran a la mierda. —No va a tomar mucho tiempo. Te lo prometo. Sólo tengo que encargarme de un pequeño asunto —le respondí, y pasé un dedo sobre la parte húmeda en sus bragas—. Mi chica necesita un poco de atención especial.
Paula gimió. Me encantaba ese sonido. Extendí la mano y deslicé las bragas por sus piernas. 
Cuando llegué a los zapatos de tacón que llevaba, quité cada uno y luego saqué sus bragas por completo, dejándolas caer al suelo, junto a los zapatos.
Ahora podía oler su excitación. Puse mis manos en cada una de sus rodillas y las empujé para abrirlas aún más, así podría ver sus pliegues rosados. 
El pequeño clítoris hinchado estaba allí, rogándome que lo tocara. Miré a Paula. 
Échate hacia atrás —le ordené, y ella hizo lo que le dije. Su cuerpo temblaba y sabía que lo quería tanto como yo quería dárselo—. Pon esta pierna arriba del brazo de
la silla y esta otra en el suelo —le dije, viendo cómo se extendía completamente abierta para mí.
Me coloqué entre sus piernas abiertas y pasé la punta de la nariz por la parte interior de su muslo inhalando su aroma. Disfrutaba de ella y la sensación de su pierna temblando bajo mi caricia. Cuando llegué a su pequeño punto necesitado, arrastré mi dedo sobre él, y ella gritó, entonces se tapó la boca con la mano para ahogar el sonido.
—¿Estás lista para que haga todo mejor? —le pregunté, presionando el pulgar contra su clítoris.
—Oh, Dios, por favor, por favor, Pedro, te necesito —me rogó, levantando sus caderas, acercándose más a mi cara.
—Hueles jodidamente increíble —le contesté, inhalando profundamente.
—Por favor —gritó desesperadamente.
No quería que mi chica tuviera que rogar tanto. Saqué mi lengua y la desplacé desde el exterior de su agujero rosa, plegado e intacto, hasta el punto goteando humedad, tan hinchado y listo para mí. Metí la lengua en su entrada
caliente varias veces mientras ella se sacudía y amortiguaba sus sonidos con las manos. El sabor de Paula era único. Siempre lo había sido, pero algo en ella era aún más deseable ahora que estaba embarazada. Era más rica y más dulce. Podría pasar horas saboreándola y haciendo que se viniera en mi lengua. Nunca me aburriría. Era más que una adicción.
—No hay postre con un sabor tan jodidamente perfecto —gemí contra su clítoris antes de ponerlo en mi boca y succionarlo. Arrastré el piercing de mi lengua sobre el clítoris varias veces y el temblor y los gemidos procedentes de Paula me dijeron que estaba cerca. Muy cerca
—. Shhh, estoy haciendo que se sienta bien. Relájate. Voy a lamer el coño de mi chica hasta que no pueda soportarlo más. Córrete en mi boca. Quiero probarlo. 
—Sabía que hablarle sucio la pondría fuera de sí, y así lo hizo. Paula dejó escapar un grito ahogado y levantó
sus caderas mientras se sacudía contra mi lengua. 
Ese sabor adictivo del que no podía tener suficiente inundó mi boca y lo chupé, lo lamí hasta que ella se movió
hacia atrás y emitió sonidos angustiados de placer.
—Pedro no, oh, Dios, no. No puedo —gimió, alejándose mientras continuaba manteniéndola inmóvil y saboreando cada rincón antes de deslizar la lengua de nuevo en su entrada—. Pedro, no voy a ser capaz de reprimir esto. Estoy a punto de gritar, puedo sentir otro. Oh... oh... Pedro... —Se sacudió y meció sus caderas mientras me aferraba a ella. 
Su reacción me estaba volviendo un poco loco. El saber
que estaba a punto de venirse otra vez, tan pronto, era más excitante de lo que me había imaginado. 
Mi pene estaba dolorosamente hinchado, la insatisfecha cabeza presionando contra la cremallera de mis vaqueros. Si se corría otra vez estaba muy seguro que iba a estropear mis malditos pantalones.
En un movimiento rápido me puse de pie y bajé mis vaqueros. Entonces agarré sus caderas y me estrellé contra ella. —Mierda —grité mientras sus paredes se apretaban a mi alrededor. 
Paula se vino de nuevo y esta vez no estaba cubriendo su boca. Estaba perdida en su éxtasis. Tenía la cabeza echada hacia atrás y su cuerpo se sacudía salvajemente bajo el mío mientras decía mi nombre una y otra vez.
La visión de ella me envió sobre el borde. Agarré el respaldo de la silla y me derramé dentro de ella. Cada ráfaga de mi liberación causaba otro grito ahogado de placer de Paula. Había levantado sus piernas hasta envolverlas alrededor de mi cintura, en algún momento, pero ahora que estaba saciada y cansada, se dejó caer de nuevo en la silla. 
Una sonrisa de satisfacción estaba en sus labios y sus ojos,
pesados.
—¿Es malo que ni siquiera me importa si alguien nos escuchó? Eso fue demasiado sorprendente como para preocuparme por nada más —me preguntó.
Bajé hasta que pude besar sus labios. 
—No deberían estar en mi maldita casa si no nos quieren escuchar —le contesté.
Paula se rió. —Dios, Pedro. Me vuelves loca.
No pude evitar la sonrisa de mi cara. —Bien.

CAPITULO 101




Paula

Pedro volvió a entrar a la casa con una mirada nerviosa en sus ojos. No miró en mi dirección mientras se dirigía a la cocina. Dejé de amasar las galletas y me limpié las manos en el delantal antes de seguirlo.
Algo andaba mal.
Corrí por el pasillo y luego en el vestíbulo. Pedro estaba abriendo la puerta.
¿Iba a irse? Nadie había tocado. Cuando la puerta se abrió completamente, vi a mi padre de pie allí con una pequeña maleta en una mano y una bolsa de papel en la otra. 
Estaba más delgado y tenía barba. El hombre de aspecto pulido que había sido ya no estaba. Ahora tenía el aspecto de un capitán de bote. No pude tomar una respiración profunda cuando sus ojos se encontraron con los míos por encima del hombro de Pedro. Él estaba aquí. Mi papá estaba aquí.
Las lágrimas llenaron mis ojos y empecé a caminar hacia él. No habíamos pasado las fiestas juntos desde que tenía quince años. Pero este año, él estaba aquí.
Pedro me miró y comprendí la mirada en sus ojos de más temprano. No quería molestarme. Había estado tratando de sorprenderme, pero no estaba seguro de que fuera lo correcto.
Todas las mentiras y la traición ya no parecían importantes mientras miraba a la cara de mi padre. También él había sufrido. Todavía estaba sufriendo. Tal vez se lo merecía. Pero tal vez había pagado su penitencia. Porque ahora lo único que podía pensar era en el hombre que cantaba villancicos conmigo mientras rellenábamos el pavo de Acción de Gracias, el hombre que se aseguró de hacer un
pastel de caramelo porque lo prefería por encima del pastel de calabaza, el hombre que se pasaba horas cada fin de semana de Acción de Gracias llenando nuestra casa con luces de Navidad. No pienso en lo otro. Acabo de recordar todo lo bueno.
—Papá —dije con una voz obstruída por las lágrimas.
Pedro dio un paso atrás y le permitió entrar. Me arrojé en sus brazos y aspiré el olor que siempre me había recordado a familia, seguridad, y amor.
—Hola, dulce Pau —contestó. Su voz estaba llena de emoción—. Feliz Día de Acción de Gracias.
—Feliz Día de Acción de Gracias. —Mi voz estaba ahogada en su chaqueta de cuero. No estaba dispuesta a dejarlo ir por el momento.
—Me preocupaba que no tuvieras tu pastel de caramelo. Así que cuando Pedro llamó, pensé que mejor aceptaba su oferta y me aseguraba de que mi chica tuviera su tarta.
Un sollozo se me escapó y siguió con una risa. 
—No he comido de esas en un largo tiempo.
—Bueno, tenemos que arreglar eso ahora, ¿no es verdad? —dijo con una palmadita en la espalda.
Asentí con la cabeza y me aparté de su abrazo. 
—Sí, tenemos que hacerlo.
Levantó la bolsa que tenía en la mano. 
—Traje mis ingredientes.
—Está bien. —Me acerqué y los tomé—. Puedes ir a poner la maleta en la habitación amarilla, si quieres. Voy a llevar esto a la cocina.
Papá asintió con la cabeza y luego miró a Pedro. 
—Gracias —dijo antes de dar vuelta y dirigirse a las escaleras.
No esperé hasta que estuvo completamente fuera de vista antes de envolver mis brazos alrededor de la cintura de Pedro y besar su pecho. —Te amo —le dije.
Porque era más que un gracias. Él había hecho algo por mí que sabía que no le fue fácil. Pedro no era fanático de mi padre, pero había dejado eso de lado, y lo había traído.
—Yo también te amo. Más que a la vida —respondió, sosteniéndome contra él mientras besaba la parte superior de mi cabeza—. Me alegro que esto te hiciera feliz. No estaba seguro...
Eché la cabeza hacia atrás para poder ver su rostro. 
—Nunca olvidaré este Día de Acción de Gracias. La que debería haber sido la fiesta más difícil a la que me he enfrentado, no lo ha sido. Haces que todo sea mejor.
Pedro me dedicó una sonrisa torcida. 
—Bueno. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo para hacer que estés tan enrollada conmigo que nunca me dejes.
Riendo, me puse de puntillas y presioné mis labios contra los suyos. 
— Nunca. Ni siquiera puedo imaginar la vida sin ti.
—Mmmmm, sigues así y vamos al piso de arriba —susurró contra mi boca.
Me eché hacia atrás y pasé las manos por su pecho para empujarlo suavemente hacia atrás.
—Hay tiempo para eso más tarde. Tengo comida que preparar y tú, fútbol que ver.
Las cejas de Pedro se dispararon. 
—Dulce Pau, no soy de los que se sientan y disfrutan de la acción. Prefiero experimentarla. Ver fútbol no compite con tenerte desnuda y debajo de mí.
Sentí mis mejillas sonrojarse mientras la imagen viva de Pedro sobre mí moviéndose dentro de mí brillaba en mi cabeza. Sí, me gustaba eso. Mucho. Pedro rió y extendió la mano para acariciar mi cara y rozar su pulgar contra mi mejilla.
—Ahora te ves un poco excitada... Puedo arreglar eso. Prometo que será rápido para que puedas volver a cocinar. —Bajó su voz a un susurro ronco.
Mi respiración se enganchó y me las arreglé para sacudir la cabeza. Tenía que ir a cocinar. Mi padre acababa de llegar e Isabel muy probablemente estaba volviendo loco a Luca en la cocina. 
—Tengo que volver allí —le contesté.
Pedro deslizó una mano en mi cintura y me tiró de espaldas contra él. Bajó la cabeza hasta que su boca estuvo sobre mi oído. 
—Podemos entrar en esa oficina de allí, deslizaré mi mano por este lindo vestido que llevas puesto y jugaré con tu
coño mojado hasta que tengas que morder mi hombro para no gritar. No tomará mucho tiempo. No quiero que mi chica esté necesitada. La quiero satisfecha.
Oh, Dios. Estaba segura de que mis bragas estaban empapadas. Ya era bastante malo estar cachonda con el embarazo. Si le añadimos a Pedro y su boca sucia, era un desastre.
—Cinco minutos —dijo antes de morder mi oído.
Agarré sus brazos y lo apreté con fuerza antes de que me derritiera en un charco en el suelo. 
—Ahora, no. Ahora no puedo. Tengo que terminar en la cocina y mi padre acaba de llegar —le dije sin aliento.
Pedro dejó escapar un suspiro de derrota. 
—Está bien. Pero, maldita sea, quería tocarte y sentirte correrte en mi mano.
—Pedro. Por favor —dije, tomando calmadas respiraciones profundas—.Necesito un poco de agua helada derramada sobre mi vestido en este momento.No lo hagas peor.
Con una suave risa, dejó caer sus manos de mí y dio un paso atrás. 
—Está bien. Huye de mí, dulce Pau. Tienes cinco segundos antes de que decida que no me importa lo que digas.
Mover las piernas fue difícil, pero me las arreglé para dar la vuelta y huir a la cocina. La risa de Pedro se hizo más fuerte y no pude dejar de reír también.