miércoles, 18 de diciembre de 2013

CAPITULO 56






Pedro

Era el cumpleaños de mamá. Daniela ya me había llamado dos veces pidiéndome que le llamase. No podía hacerlo. Ella estaba en una playa de las Bahamas con él. Esto no la afecto en lo absoluto. Una vez más, se había fugado para disfrutar de su vida, mientras dejaba a sus hijos para que resolvieran las cosas.
—Dani llamó otra vez. ¿Quieres que le conteste y le diga que te deje en paz?
—Federico caminó dentro de la sala, tendiéndome mi celular en su mano mientras sonaba.
Ambos peleábamos como hermanos reales. 
—No, dámelo a mí —respondí
mientras me tiraba el teléfono—. Dani —dije en forma de saludo.
—¿Vas a llamar a mamá o no? Me ha llamado dos veces hasta ahora, preguntándome si hablé contigo y si recuerdas su cumpleaños. Se preocupa por ti.
No dejes que esa chica arruine todo, Pedro. Me apuntó con una pistola, por el amor de Dios. Una pistola, Pedro. Está loca. Ella…
—Detente. No digas nada más. No la conoces. No quieres conocerla. Así que detente. No voy a llamar a mamá. La próxima vez que lo haga, dile que no quiero escuchar su voz. Me importa una mierda su viaje o qué quiere por su cumpleaños.
—Auch —murmuró Fede mientras se sentaba en el sofá frente a mí y apoyaba las piernas sobre la mesa.
—No puedo creer que hayas dicho eso. No te entiendo. Ella no puede ser tan buena en…
—No, Daniela. La conversación terminó. Llámame si tú me necesitas. — Presioné finalizar, lancé mi celular en el asiento junto a mí, y recosté mi cabeza contra el almohadón.
—Salgamos. Bebe un poco. Bailemos con algunas chicas. Olvida esta mierda. Todo —dijo Fede. Sugirió esto varias veces en las pasadas tres semanas. O al menos desde que dejé de romper cosas y él se sintió lo suficientemente seguro para hablar.
—No —contesté sin mirarlo. No había razón para actuar como si estuviera bien. Hasta que supiera que Paula estaba bien, yo nunca estaría a estar bien. Ella no me puede perdonar. Infiernos, nunca me mirará de nuevo, pero necesitaba saber que seguía adelante. Necesitaba saber algo. Lo que sea.
—He sido realmente bueno no entrometiéndome. He dejado que enloquezcas, le gruñas a todo lo que se mueve y te pongas de mal humor. Creo que es tiempo de que me digas algo. ¿Qué ocurrió cuando fuiste a Alabama? Algo tuvo
que haber pasado. No volviste igual.
Quería a Federico como un hermano, pero no había forma que le dijera acerca de la noche en la habitación del hotel con Paula. Ella estaba herida y yo desesperado. —No quiero hablar acerca de eso. Pero necesito salir. Dejar de mirar esas paredes y recordarla… sí, necesito salir. —Me paré y Fede salió de su lugar en el sofá. El alivio en sus ojos era obvio.
—¿De qué tienes ganas? ¿Cervezas? ¿Chicas? ¿O ambas?
—Música alta —contesté. Realmente no necesitaba ninguna cerveza y las chicas… simplemente no estaba listo para eso.
—Tendremos que ir al centro de la ciudad. ¿Tal vez a Destin? Le lancé mis llaves del auto. —Seguro, guíame.
El timbre sonó deteniéndonos a ambos. La última vez que había tenido un invitado inesperado no terminó bien. Es muy probable que sean unos policías que vienen a arrestarme por golpear el rostro de Facundo. Por extraño que parezca, no me importó. Estaba indiferente.
—Yo abro —dijo Federico, mirándome con el ceño fruncido en preocupación.
Estaba pensando lo mismo.
Volví a sentarme en el sofá y apoyé los pies sobre la mesa de café. Mi mamá odiaba cuando lo hacía. La había comprado durante uno de sus viajes internacionales de compras y la trajo hasta aquí. Sentí una repentina punzada de culpa por no llamarla, pero lo ignoré. Toda mi vida hice feliz a esa mujer y me hice cargo de Daniela. Se acabó.
—Jose, ¿qué sucede? Estábamos a punto de salir. ¿Quieres venir con nosotros? —dijo Fede retrocediendo y dejando que Jose entrara a la casa. No me levanté. Quería que se fuera. Ver a Jose me recordaba a Isa, quien me recordaba a Paula. Jose necesitaba irse.
—Uh, no, yo uh… necesitaba hablar contigo sobre algo —dijo Jose, arrastrando los pies y metiendo las manos en sus bolsillos. Parecía listo para salir corriendo por la puerta.
—Está bien —contesté.
—Puede que hoy no sea el mejor día para hablar con él, hombre —dijo Fede, parándose frente a él y centrándose en mí—. Íbamos a salir. Vamos. Jose puede desnudar su alma después.
Ahora tenía curiosidad. —No soy una bala perdida, Federico. Siéntate. Déjalo hablar.
Fede dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza. —Bien. Lo que quieras decir, solo dilo.
Jose lo miró nerviosamente y luego volvió hacia mí. Caminó y se sentó en la silla más alejada. Observé mientras se metía el pelo detrás de la oreja y me pregunté qué tenía para decir que fuese gran cosa.
—Isabel y yo vamos algo serios —comenzó. Ya sabía eso. No me importaba.
Sentí el dolor abriendo mi pecho y apreté los puños. Tenía que concentrarme en forzar el aire hacia mis pulmones. Isabel había sido amiga de Paula. Ella sabría cómo estaba—. Y eh… bueno, el alquiler de Isa aumentó y de todos modos era una mierda ese lugar. No me sentía seguro con ella quedándose ahí. Así que, hablé con Antonio y dijo que su papá tenía dos habitaciones disponibles si quería alquilar
eso. Yo eh, las conseguí para ella, pagué el depósito y todo eso. Pero cuando la llevé a ver se enojó. Bastante. No quiso que pagara su renta. Dijo que la hacía sentir barata. —Suspiró y la mirada de disculpa en sus ojos seguía sin tener sentido. No me importaba su pelea con Isabel.
—Es dos veces mas cuanto mucho… o, al menos, Isa cree que son dos veces que su último lugar. Y en realidad son cuatro. Le hice jurar a Antonio que sea discreto. Estoy pagando la otra parte sin que ella lo sepa. De todas formas. Ella, uh…. ella… fue hoy hacia Alabama. Le encanta el condominio. Quiere vivir en la propiedad del club sobre la playa. Pero la única persona que alguna vez consideraría tenerla como compañera es… Paula.
Me puse de pie. No podía estar sentado.
—Guau, hombre… siéntate —saltó Federico y me hizo señas con la mano.
—No estoy alterado… sólo necesito aire —dije, mirando por las ventanas de cristal hacia las olas rompiendo contra la orilla. Isabel fue a buscar a Paula. Mi corazón latía. ¿Vendría?
—Sé que ustedes tuvieron un mal final. Le pedí que no, pero ella se cabreo y no quise molestarla. Dijo que extrañaba a Paula y que ella necesitaba a alguien.
Ella, eh, también habló con Antonio acerca de devolverle su trabajo a Paula para conseguir que regrese.
Paula. Regresando…
No volvería. Me odia. Odia a Daniela. Odia a mi mamá. Odia a su padre. No volvería aquí… pero Dios, quería que lo hiciera. Me volteé y miré a Jose.
—No regresará —dije. El dolor en mi voz era innegable. No me preocupé por esconderlo. Ya no más.
Jose se encogió.
—Ella ha tenido bastante tiempo para lidiar con las cosas. ¿Y si vuelve? ¿Qué harás? —me preguntó Federico.
¿Qué haría?
Suplicaría.

CAPITULO 55










Paula

la tumba de mi madre era el único lugar al que podía pensar ir. No tenía casa. No podía regresar a donde Carmen. Ella era la abuela de Facundo.
Probablemente, él estuviera allí, esperándome. O quizás no estuviera. Quizás le había empujado demasiados lejos. Me senté a los pies de la tumba de mi madre. Tiré de mis rodillas bajo mi barbilla y rodeé mis piernas con mis brazos.
Había vuelto a Sumit porque era el único lugar que conocía para regresar.
Ahora necesitaba marcharme. No podía quedarme aquí. Otra vez, mi vida estaba a punto de tomar un giro repentino. Uno para el que yo no estaba preparada. Cuando había sido una niña, mi madre nos llevo un domingo a la escuela de la iglesia Baptista local. Recuerdo un pasaje de la Biblia que nos leyeron acerca de que Dios no pone en nuestro camino más de lo que podemos soportar.
Comenzaba a preguntarme si eso era sólo para aquellas personas que iban a la iglesia cada domingo y rezaban antes de irse a la cama por las noches. Porque él no
se estaba conteniendo a la hora de lanzarme golpes.
Sentir lástima por mí misma no me ayudaría. No podía hacer esto. Tenía que resolverlo también. Mi estancia con Carmen y dejar que Facundo me ayudara a lidiar con el día a día había sido temporal. Supe cuando me mudé a la habitación
de invitados que no podía quedarme mucho tiempo. Había demasiada historia entre Facundo y yo. Historia que no tenía la intención de repetir.
El momento de marcharse estaba aquí, pero todavía no tenía ni idea de a dónde iba a ir y qué iba a hacer igual que había estado tres semanas atrás.
—Me gustaría que estuvieras aquí, mamá. No sé qué hacer y no tengo nadie a quien preguntarle —susurré mientras estaba allí sentada en el silencioso cementerio. Quería creer que ella podía oírme. No me gustaba la idea de ella estando bajo tierra, pero después de que mi hermana gemela, Valeria, hubiera muerto me había sentado aquí en este lugar con mi madre y nos gustaba hablar con Vale. Mamá había dicho que su espíritu estaba pendiente de nosotras y que
podía oírnos. Así que quería creer eso ahora.
—Soy solo yo. Te echo de menos. No quiero estar sola… pero lo estoy. Y tengo miedo. —El único sonido era el susurro de las hojas en los árboles—. Una vez me dijiste que si escuchaba realmente fuerte sabría la respuesta en mi corazón.
Estoy escuchando, mamá, pero estoy tan confundida. ¿Tal vez podrías ayudarme señalándome en la dirección correcta de alguna manera?
Descansé la barbilla sobre mis rodillas y cerré los ojos, negándome a llorar.
—¿Recuerdas cuando dijiste que tenía que contarle a Facundo cómo me sentía exactamente? Que no me sentiría mejor hasta que lo dejara salir todo. Bueno, justo hice eso hoy. Incluso si él me perdona, nunca será lo mismo. No puedo seguir confiando en él para las cosas, de cualquier modo. Es el momento de que resuelva las cosas por mi cuenta. Es solo que no sé cómo.
Solo preguntárselo me hizo sentir mejor. Saber que no obtendría una respuesta parecía no importar.
La puerta de un coche se cerró de golpe rompiendo la paz y dejé caer mis brazos de mis piernas y me giré hacia atrás para mirar hacia el aparcamiento, vi un coche demasiado caro para esta pequeña ciudad. Girando mis ojos para ver quién se había bajado del coche, abrí la boca y me puse de pie de un salto. Era Isabel.
Estaba aquí. En Sumit. En el cementerio… conduciendo un coche que parecía muy, muy caro.
Su largo cabello marrón estaba recogido sobre su hombro en una coleta. Una sonrisa tiraba de sus labios cuando mis ojos se encontraron con los suyos. No me podía mover. Tenía miedo de que me estuviera imaginando cosas. ¿Qué estaba Isa haciendo aquí?
—No tienes un teléfono móvil, ¿cómo diablos se supone que voy a llamarte y a decirte que voy a patearte el culo si no tengo un número al que llamar, eh? —
Sus palabras no tenía sentido, pero solo oír su voz me hizo recorrer a la carrera la distancia entre nosotras.
Isabel se rió y abrió sus brazos cuando me arrojé en ellos. —No puedo creer que estés aquí —dije después de abrazarla.
—Sí, bueno, yo tampoco. Fue un largo viaje. Pero tú lo vales y ya que dejaste
el teléfono móvil en Rosemary, no tenía ninguna manera de hablar contigo.
Quería contárselo todo, pero no podía. Todavía no. Necesitaba tiempo. Ella ya sabía sobre mi padre. Sabía sobre Dani. Pero el resto… yo sabía que ella no lo conocía.
—Estoy contenta de que estés aquí, ¿pero cómo me has encontrado?
Isa sonrió e inclinó la cabeza hacia un lado. —Conduje por la ciudad buscando tu camioneta. No fue tan difícil. Este lugar tiene como una luz roja. Si hubiera parpadeado dos veces lo habría pasado por alto.
—Ese coche probablemente llama un poco la atención en la ciudad —dije mirando más allá de ella.
—Es de Jose. Esa cosa se conduce como un sueño.
Aún estaba con Jose. Bueno. Pero me dolía el pecho. Jose me recordaba a Rosemary. Y Rosemary me recordaba a Pedro.
—Me gustaría preguntarte cómo estás, pero chica, tienes la figura de un palo. ¿Has comido algo desde que te marchaste de Rosemary?
Mis ropas colgaban flojas sobre mí. Comer había sido difícil con el gran nudo que se mantenía apretado en mi pecho en todo momento. —Han sido unas semanas difíciles, pero creo que estoy cada vez mejor. Superando las cosas. Lidiando con ello.
Isabel desvió la mirada hacia la tumba detrás de mí. Hacia ambas. Pude ver la tristeza en sus ojos mientras leía sus lápidas. —Nadie puede quitarte tus recuerdos. Tienes eso —dijo apretando mi mano entre las suyas.
—Lo sé. No les creo. Mi padre es un mentiroso. No les creo a ninguno de ellos. Ella, mi madre, no habría hecho lo que ellos dicen. Si alguien tiene la culpa, ese es mi padre. Él causó este dolor. No mi madre. Nunca mi madre.
Isabel asintió y sostuvo mi mano en las suyas. Solo tener a alguien escuchándome y saber que me creía, que creía en la inocencia de mi madre, ayudó.
—¿Tú hermana se parecía mucho a ti?
El último recuerdo que tenía de Valeria era de su sonrisa. Esa brillante sonrisa que era mucho más bonita que la mía. Sus dientes eran perfectos sin ayuda de aparatos de ortodoncia. Sus ojos eran más brillantes que los míos. Pero todo el mundo decía que éramos idénticas. Ellos no veían la diferencia. Siempre me pregunté por qué. Yo podía verla tan claramente.
—Éramos idénticas —respondí. Isabel no entendería la verdad.
—No puedo imaginarme dos Paula Chaves. Ustedes debieron de haber roto un montón de corazones en esta pequeña ciudad. —Estaba tratando de aligerar el
ambiente después de preguntar por mi difunta hermana. Yo apreciaba eso.
—Solo Valeria. Yo estuve con Facundo desde que era joven. No rompí ningún corazón.
Los ojos de Isa se ampliaron un poco, luego apartó la mirada antes de aclararse la garganta. Esperé hasta que se volvió hacia mí. —A pesar de que verte es impresionante y que podríamos sacudir totalmente esta ciudad, vine aquí con un propósito.
Supuse que así era, solo no podía imaginarme qué propósito sería exactamente.
—De acuerdo —dije esperado más explicación.
—¿Podemos hablar de esto en alguna cafetería? —Frunció el ceño y miró de nuevo hacia la calle—. O tal vez en el Dairy K, ya que es el único lugar que he visto mientras conducía a través de la ciudad.
Ella no parecía cómoda manteniendo una conversación entre tumbas como yo. Eso era normal. Yo no lo era. —Sí, está bien —dije y me acerqué para recoger mi bolso.
—Ahí está tu respuesta —susurró una voz suave, tan bajo que casi pensé que lo había imaginado. Me giré para mirar hacia atrás, a Isa, quien sonreía con las manos metidas en los bolsillos delanteros.
—¿Dijiste algo? —pregunté confundida.
—Uh, ¿te refieres a después de que sugiriera ir al Dairy K? —preguntó.
Asentí con la cabeza. —Sí. ¿Susurraste algo?
Ella arrugó la nariz, luego miró a su alrededor con nerviosismo y sacudió la cabeza.
—No… eh… ¿por qué no salimos de aquí? —dijo estirando la mano para coger mi brazo y tirando de mí detrás de ella hacia el coche de Jose.
Volví la vista hacia la tumba de mi madre y una paz se asentó sobre mí. ¿Eso había sido…? No. Seguramente, no. Sacudiendo la cabeza, me di la vuelta y me subí en el lado del copiloto antes de que Isabel me lanzara dentro

CAPITULO 54







Pedro 
las olas rompiendo contra la orilla me calmaban. Había estado sentado y mirando el agua en el patio desde que era niño. Siempre me ayudaba a encontrar una mejor erspectiva de las cosas. Eso no estaba funcionándome ahora.
La casa estaba vacía. Mi madre y… y el hombre a quien quería pudrir en el infierno por toda la maldita eternidad se habían ido tan pronto como llegué de Alabama hace tres semanas. Yo había estado enojado, roto, salvaje. Después de amenazar la vida del hombre que se casó con mi madre, les exigí que se fueran. No quería ver a ninguno de ellos. Tenía que llamar a mi madre y hablar con ella, pero no quería hacerlo por el momento.
Era más fácil decir que perdonaría a mi mamá que hacerlo. Dani, mi hermana, vino varias veces y me pidió que hablara con ella. Esto fue culpa de Daniela,
pero tampoco podía con ella acerca de esto. Ella me recordaba lo que perdí. Lo que yo apenas tuve. Lo que yo nunca esperé encontrar.
Un fuerte estruendo proveniente de dentro de la casa rompió en mis pensamientos. Me giré y noté que alguien estaba en la puerta cuando el timbre sonó seguida de otro golpe. ¿Quién diablos era? Nadie había venido a excepción
de Daniela y Federico desde que Paula se fue.
Puse la cerveza en la mesa junto a mí y me levanté. Quienquiera que fuese necesitaba una buena razón para venir aquí sin invitación. Caminé por la casa que seguía limpia desde la última visita de Lourdes, la sirvienta. Sin vida social era fácil mantener las cosas ordenadas. Me gustaba mucho más esto. Los golpes comenzaron de nuevo cuando llegué a la puerta y la abrí de golpe listo para decirle a quien quiera que estuviera ahí que se fuera a la mierda cuando las palabras me fallaron. No era alguien a quien yo hubiera esperado ver otra vez. Sólo conocí al hombre una vez y al instante lo odie. Ahora estaba aquí, quería agarrarlo por los
hombros y sacudirlo hasta que me dijera como estaba ella. Si ella estaba bien.
¿Dónde vivía? Dios, esperaba que no viviera con él. ¿Y si él…? no, no, no, eso no había ocurrido. Ella no lo haría. No mi Paula.
Mis manos se apretaron en puños con fuerza a los costados.
—Necesito saber una cosa —dijo Facundo, el ex de Paula, cuándo me le quedé viendo confundido—. ¿Tu… —se detuvo y tragó saliva—, te… la jod…? —se quitó
la gorra y se pasó una mano por el pelo. Me di cuenta de los círculos oscuros bajo los ojos y la expresión cansada, muy cansada en su cara.
Mi corazón se detuvo. Lo tomé del brazo y lo sacudí. 
—¿Dónde está Paula? ¿Está bien?
—Ella esta bien… quiero decir, ella esta bien. Suéltame antes de que me rompas el brazo. —espetó Facundo, apartando su brazo lejos de mí—. Paula está viva y bien en Sumit. No es por eso que estoy aquí.
Entonces, ¿por qué él estaba aquí? Teníamos una sola conexión: Paula.
—Cuando se fue de Sumit, ella era inocente. Muy inocente. Yo había sido su único novio. Sé lo inocente que era. Hemos sido mejores amigos desde que éramos niños. La Paula que regreso no es la misma que se fue. Ella no habla de ello. No
quiere hablar de ello. Solo necesito saber si tú y ella… si ustedes… Solo voy a decir esto, ¿Te la follaste?
Mi visión se tornó borrosa mientras me movía sin ningún pensamiento que no fuera asesinarlo. Había cruzado una línea. No le permitiría hablar de Paula así.
No le permitiría hacer ese tipo de preguntas o dudar de su inocencia. Pau era inocente, maldita sea. No tenía derecho.
—¡Santa mierda! ¡Pedro, hermano, bájalo! —la voz de Federico me estaba llamando. Lo oía, pero estaba demasiado lejos, como dentro de un túnel. Yo me
concentraba en el chico delante de mí conectando con mi puño y la sangre corriendo de su nariz. Estaba sangrando. Yo necesitaba hacerlo sangrar. Yo necesitaba hacer a alguien sangrar.
Dos brazos se enrollaron a mi alrededor por detrás y me apartaron cuando Facundo tropezó hacia atrás, levantando las manos hacia su nariz con una mirada de pánico en sus ojos. Bueno, uno de sus ojos. El otro ya estaba cerrado por la hinchazón.
—¿Qué demonios le dijiste? —preguntó la persona detrás de mí. Era Federico quien me tenía en una tenaza.
—Ni se te ocurra decirlo —rugí cuando Facundo abrió la boca para responder.
No podía oírle hablar así de ella. Lo que había hecho era más que sucio y equivocado. Él actuaba como si yo la hubiera ensuciado. Paula era inocente. Tan increíblemente inocente. Lo que había hecho no lo cambiaba.
Los brazos de Federico me apretaron tirándome contra su pecho. —Te tienes que ir ya. Solo puedo retenerlo por poco tiempo. Tiene seis kilos más que yo y esto no es tan fácil como parece. Tienes que salir de aquí, amigo. No vuelvas. Tienes una jodida suerte de que yo haya aparecido.
Facundo asintió con la cabeza, y luego se tambaleó hacia su camioneta. La ira se había consumido en mis venas, pero todavía se sentía. Quería herirlo más. Para eliminar cualquier pensamiento en su cabeza de que Paula no era tan perfecta como lo había sido cuando salió de Alabama. No sabía todo por lo que había pasado. Toda la mierda que mi familia le había hecho pasar. ¿Cómo iba a cuidar de
ella? Ella me necesitaba
—Si te libero, ¿Vas a perseguir su camioneta o estamos bien? —preguntó Federico mientras aflojaba su agarre sobre mí.
—Estoy bien. —Le aseguré, me encogí de hombros liberándome de sus brazos y me acerqué a la barandilla para agarrarme y tomar varias respiraciones profundas. El dolor volvió con toda su fuerza. Me las había arreglado para
enterrarlo hasta que solo latía un poco, pero al ver al cobarde me lo recordó todo.
Esa noche. De lo que nunca me recuperaría. La que me marcaría para siempre.
—¿Puedo preguntar por qué demonios me ibas a golpear a mí también? —preguntó Federico poniendo alguna distancia entre nosotros.
Él era mi hermano en todos los aspectos y propósitos. Nuestros padres se habían casado cuando éramos niños. Lo suficiente como para formar ese vínculo.
A pesar de que mi mamá tuvo más maridos, desde entonces, Fede era mi familia.
Me conocía lo suficiente para saber que se trataba sobre Paula.
—El ex novio de Pau—contesté sin mirarlo.
Federico se aclaró la garganta. —Así que, uh, ¿vino a presumir? ¿O solamente consiguió una nariz sangrante por que la toco?
Las dos cosas. Ninguna. Negué con la cabeza. —No, él vino a hacer preguntas sobre mí y Paula. Cosas que no le incumbían. Preguntó la cosa equivocada.
—Ah, ya veo. Eso tiene sentido. Bueno, pago por ello. El tipo probablemente tiene una fractura en la nariz junto con ese ojo cerrado.
Por fin levanté la cabeza y miré a Federico—Gracias por separarme de él. Perdí el control.
Fede asintió con la cabeza y abrió la puerta. —Vámonos. Veamos un juego y bebamos cerveza.



CAPITULO 53








El guardaba un secreto que destrozó su mundo.
Todo lo que ella sabía ya no era cierto.
Paula no podía dejar de amarlo, pero sabía que nunca podría
perdonarlo. Ahora estaba de vuelta en casa y aprendiendo a vivir de nuevo.
Continuando con su vida… Hasta que algo sucede y pone a girar su mundo una vez más.
¿Qué haces cuando la única persona en la que nunca puedes volver a confiar
es en la que tienes que confiar tan desesperadamente?
Mientes, te escondes, lo evitas y rezas para que tus pecados nunca te encuentren.



Hace 13 años…

Pedro
hubo un golpe en la puerta y luego sólo el pequeño arrastrar de pies. Mi pecho dolía. Mi madre me había llamado de camino a casa para decirme lo que había hecho y que ahora saldría a tomar algunos cócteles con amigos. Yo sería quien tendría que tranquilizar a Dani. Mi madre no podía manejar el estrés que eso implicaba. O eso es lo que me dijo cuándo llamó.
—¿Pedro? —La voz de Dani llamó con un hipo. Había estado llorando.
—Estoy aquí—dije mientras me levantaba de donde yo había estado sentado en la esquina. Era mi escondite. En esta casa necesitabas un escondite. Si no tenías uno, cosas malas sucedían.
Mechones de los rizos rojos de Daniela se pegaban a su cara mojada. Su labio inferior tembló mientras me miraba con esos ojos tristes. Casi nunca los veía felices. Mi madre sólo le daba atención cuando necesitaba vestirla y presumirla. El resto del tiempo era ignorada. Excepto por mí. Hice mi mejor esfuerzo para hacerla sentir querida.
—No lo vi. Él no estaba allí —susurró mientras un pequeño sollozo escapó.
No tuve que preguntar quién era “él.” Lo sabía. Mamá se había cansado de oír a Dani preguntar por su padre. Así que decidió llevarla a verlo. Desearía que me lo hubiera dicho. Desearía poder haber ido. La mirada afligida en el rostro de Daniela provocó que mis manos se cerraran en puños. Si alguna vez veía a ese hombre iba a darle un puñetazo en la nariz. Quería verlo sangrar.
—Ven aquí —le dije, extendiendo la mano y tirando de mi hermana pequeña hacia mis brazos. Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y me apretó con fuerza. En momentos como este era difícil respirar. Odiaba la vida que
le habían dado. Por lo menos, yo sabía que mi padre me quería. Pasaba tiempo conmigo.
—Tiene otras hijas. Dos. Y son… hermosas. Sus cabellos son como el cabello de un ángel. Y tienen una mamá que las deja jugar afuera en la tierra. Usaban zapatos tenis. Y estaban sucios. —Dani tenía envidia de unos zapatos sucios.
Nuestra madre no le permitía ser menos que perfecta todo el tiempo. Ni siquiera tenía un par de zapatos tenis.
—No pueden ser más hermosas que tú —le aseguré, porque lo creía firmemente.
Daniela sollozó y luego se apartó de mí. Levantó su rostro y me observó con sus enormes ojos verdes. —Lo son. Las vi. Pude ver fotografías en la pared de ellas y un hombre. Las quiere… Él no me quiere.
No podía mentirle. Tenía razón. No la quería.
—Él es un estúpido idiota. Me tienes a mí, Dani. Siempre me tendrás.

Paula

tiempo presente…
Veinticuatro kilómetros fuera de la cuidad era lo suficientemente lejos. Nadie venía tan lejos de Sumit para visitar una farmacia. A menos que tuvieran diecinueve años y necesitaba algo que no querían que el pueblo se enterara que compraste. Todo lo que comprara en la farmacia local se esparciría por toda la pequeña ciudad de Sumit, Alabama, en menos de una hora.
Especialmente si eras soltera y comprabas condones… o una prueba de embarazo.
Puse las pruebas de embarazo en el mostrador y no hice contacto visual con el empleado. No pude. El miedo y la culpa en mis ojos era algo que no quería compartir con un completo extraño. Esto era algo que ni siquiera le conté a Facundo.
Desde que obligué a Pedro que saliera de mi vida hace tres semanas, poco a poco volvía a mi rutina de pasar todo el tiempo con Facundo. Fue fácil. No me presionaba
para hablar, pero cuando lo hacía siempre escuchaba.
—Dieciséis dólares y quince centavos —dijo la mujer del otro lado del mostrador. Podía oír la preocupación detrás de su voz. No era de extrañar. Esta era la compra de la vergüenza que todas las adolescentes temían. Le entregué un billete de veinte dólares sin levantar los ojos de la pequeña bolsa que había puesto delante de mí. Ésta sostenía la única respuesta que necesitaba y aterrorizaba.
Ignorar el hecho de que mi período tenía dos semanas de retraso y fingir que esto no ocurría era más fácil. Pero tenía que saberlo.
—Tres dólares con ochenta y cinco centavos es tu cambio —dijo mientras extendí la mano y tomé el dinero que me extendía.
—Gracias —murmuré y tomé la bolsa.
—Espero que todo salga bien —dijo la mujer en tono suave. Levanté la vista y me encontré con un par de simpáticos ojos marrones. Era una extraña que nunca volvería a ver, pero en ese momento me ayudó que alguien más lo supiera. No me
sentía sola.
—Yo también —le contesté antes de dar la vuelta y caminar hacia la puerta.
De regreso al sol caliente de verano.
Di dos pasos hacia el estacionamiento cuando mis ojos se posaron en el lado del conductor de la camioneta. Facundo estaba recargado sobre ella con sus brazos cruzados sobre el pecho. La gorra de beisbol gris que llevaba tenía una A de la Universidad de Alabama que ocultaba sus ojos.
Me detuve y lo miré fijamente. No había manera de mentir sobre esto. Él sabía que no había venido hasta aquí para comprar condones. Sólo había una razón mas. Incluso sin poder ver la expresión de sus ojos sabía… que él lo sabía.
Tragué el nudo en mi garganta con el que había estado luchando desde que entré en mi camioneta está mañana y me dirigí fuera de la cuidad. Ahora ya no era sólo la extraña detrás del mostrador y yo las que lo sabíamos. Mi mejor amigo también lo sabía.
Me obligué a mí misma a poner un pie delate del otro. Él haría preguntas y yo tendría que responder. Después de las últimas semanas se merecía una explicación. Se merecía la verdad. ¿Pero cómo explicaba esto?
Me detuve a unos metros delante de él. Me alegró que la gorra ocultara su rostro. Sería mucho más fácil de explicar si no podía ver los pensamientos destellando en sus ojos.
Nos quedamos en silencio. Quería que hablara primero, pero después de lo que parecieron varios minutos sin decir nada, supe que él quería que yo dijera algo primero.
—¿Cómo supiste dónde estaba? —pregunté finalmente.
—Estás quedándote en la casa de mi abuela. En el momento que te marchaste actuando extrañamente, ella me llamó. Me preocupé por ti —respondió.
Las lágrimas picaron mis ojos. No iba a llorar sobre esto. Ya había llorado todo lo que tenía que llorar. Apretando la bolsa que guardaba la prueba de embarazo, enderecé mis hombros. —Me has seguido —le dije. No era una pregunta.
—Por supuesto que sí —respondió, luego sacudió la cabeza y volvió su mirada lejos de mí para concentrarse en otro cosa—. ¿Ibas a decírmelo, Paula?
¿Iba a decírselo? No lo sabía. No había pensado en eso todavía. —No estoy segura que haya nada que decir aún por el momento —le contesté con sinceridad.
Facundo  negó con la cabeza y dejó escapar una risita baja sin humor. —¿No estás segura, eh? ¿Has venido hasta aquí porque no estás segura?
Estaba enojado. ¿O estaba herido? No tenía por qué estarlo. —Hasta que no tome está prueba no estoy segura. Tengo un retraso. Eso es todo. No hay ninguna razón por la que debería decirte esto. No es de tu incumbencia.
Lentamente, Facundo volvió su cabeza para nivelar su mirada en mí. Levantó la mano e inclinó su gorra hacia atrás. La sombra desapareció de sus ojos. Había
incredulidad y dolor en ellos. No quería ver eso. Era casi peor que ver el juicio en sus ojos. En cierto modo, el juicio era mejor.
—¿En serio? ¿Eso es lo que sientes? ¿Después de todo por lo que hemos pasado así es como te sientes honestamente?
Lo que habíamos pasado estaba en el pasado. Él era mi pasado. Había atravesado por muchas cosas sin él. Mientras él disfrutaba de sus años de instituto yo luchaba por que mi vida no se desmoronara. ¿Qué era exactamente lo que creía
que había sufrido? La ira hirvió lentamente en mi sangre y levanté mis ojos para mirarlo.
—Sí, Facundo. Así es como me siento. No estoy segura de qué es exactamente lo que hemos pasado. Éramos mejores amigos, después fuimos novios, luego mi mamá enfermó y tú querías que tu polla fuera consentida, así que me engañaste.
Me hice cargo de mi madre enferma sola. Sin nadie con quien apoyarme. Luego ella murió y me mudé. Mi corazón y mundo fueron destrozados y volví a casa. Has estado aquí para mí. No te lo pedí, pero lo has hecho. Y te lo agradezco, sin embargo eso no hace que todas las cosas esaparezcan. No compensa el hecho de que me abandonaste cuando más te necesitaba. Así que discúlpame si cuando mi
mundo está a punto de desmoronarse de debajo de mis pies y tú no eres la primera persona a la que corro. Aún no te lo has ganado.
Respiraba con dificultad y las lágrimas que no había querido derramar corrían por mi rostro. Maldita sea, no quería llorar. Cerré la distancia que nos separaba y usé toda mi fuerza para alejarlo fuera de mi camino para así poder agarrar la manija de la puerta y abrirla. Necesitaba salir de aquí. Alejarme de él.
—Muévete —grité mientras me esforzaba por abrir la puerta con su peso aún contra ella.
Esperé que discutiera conmigo. Esperé cualquier cosa excepto que hiciera lo que le pedí. Me subí en el asiento del conductor y arrojé la bolsa de plástico en el asiento a mi lado antes de echar andar la camioneta y salir del estacionamiento.
Aún podía ver a Facundo de pie allí. No se había movido mucho. Sólo lo suficiente para que pudiera entrar a la camioneta. No me estaba mirando. Observaba el suelo
como si tuviera todas las respuestas. No podía preocuparme por él ahora. Tenía que salir de aquí.
Tal vez no debería haberle dicho esas cosas. Tal vez debí haberlas dejado en mi interior donde habían estado enterradas todos estos años. Pero ya era demasiado tarde. Me confrontó en el momento equivocado. No me sentiría mal
por esto.
Tampoco podía volver a la casa de su abuela. Ella sospechaba. Era probable que él la llamara para decirle. Si no le decía la verdad, entonces se enteraría por otra persona. No tenía ninguna otra opción. Iba a tener que tomar una prueba de embarazo en el baño de una estación de servicios. ¿Podría esto ponerse peor?