domingo, 24 de noviembre de 2013

CAPITULO 4






¿Sabes qué? Realmente no me importaba. Aunque parecía ridículamente sexy haciendo eso. Empecé a poner en marcha la camioneta, pero en lugar del rugido del motor, me encontré con un clic y un poco de silencio. Oh, no. Ahora no. Por favor, ahora no.
Moví la llave y recé estar equivocada. Sabía que el indicador de gasolina estaba roto, pero había estado viendo el kilometraje. No debería estar sin gasolina.
Tenía unos cuantos kilómetros más. Sé que los tenía.
Apreté mi mano contra el volante y le hablé a la camioneta por unos cuantos nombres, pero no pasó nada. Estaba atorada. ¿Llamaría de prisa a la policía? Tan seriamente me quería fuera de su propiedad que vino hasta aquí para asegurarse de que me fui. Ahora que no podía irme, ¿haría que me detuvieran? O peor aún, llamaría a una grúa. No tenía dinero para sacar mi camioneta de un corralón si lo
hacía. Al menos en la cárcel había una cama y comida.
Tragando el nudo aprisionado en mi garganta, abrí la puerta de la camioneta y esperé lo mejor.
—¿Problemas? —preguntó.
Quería gritar desde lo más hondo de mis pulmones en frustración. En su lugar, hice un movimiento de cabeza. 
—Me he quedado sin gasolina. —Pedro dejó
escapar un suspiro. No dije nada. Decidí esperar a que el veredicto fuera la mejor opción aquí. Siempre podía rogar y suplicar después.
—¿Cuántos años tienes? 
¿Qué? ¿Estaba realmente preguntando mi edad? 
Me quedé atascada en su camino, él quería que me fuera y en vez de discutir mis opciones, me preguntaba
por mi edad. El tipo era extraño.
—Diecinueve —le contesté.
Pedro alzó ambas cejas. —¿En serio?
Trataba con fuerza de no enojarme. Necesitaba que este tipo tuviera misericordia de mí. Forcé el comentario sarcástico, que estaba en la punta de mi
lengua, a retroceder y sonreí. 
—Sí. En serio.
Pedro sonrió y se encogió de hombros. 
—Lo siento. Simplemente pareces más joven. —Se detuvo, sus ojos se arrastraron por mi cuerpo y lo recorrió de
nuevo lentamente. El repentino calor en mis mejillas era vergonzoso
—Retiro lo dicho. Cada trozo de tu cuerpo parece de diecinueve años. Es esa cara tuya la que
parece tan fresca y joven. ¿No usas maquillaje?-
¿Era eso una pregunta? ¿Qué estaba haciendo? Quería saber que me deparaba mi futuro inmediato, no discutir el hecho de que el uso de maquillaje era
un lujo que no podía permitirme. Además, Facundo, mi ex novio y último mejor amigo, siempre había dicho que no necesitaba agregarle nada a mi belleza. Lo que
quiera que eso significara.
—Me he quedado sin gasolina. Tengo veinte dólares conmigo. Mi padre se ha marchado y me dejó después de decirme que me ayudaría a volver a ponerme
de pie. Confía en mí, él era la última persona a la que quería pedir ayuda. 
No, no uso maquillaje. Tengo problemas más grandes que lucir bonita. Ahora, ¿vas a
llamar a la policía o una grúa? Me quedo con la policía en caso de tener una elección. —Cerré de golpe mi boca al terminar el discurso. Fui demasiado lejos y no había sido capaz de controlar mi boca. Ahora, tontamente, le había dado la estúpida idea de una grúa. Maldición.
Pedro ladeó la cabeza y me estudió. El silencio era casi más de lo que podía manejar. Sólo había compartido un poco de información con este tipo. Él podía hacer mi vida más difícil si quisiera.
—No me gusta tu padre y por el tono de tu voz, a ti tampoco —dijo pensativo—. Hay una habitación que está vacía esta noche. Lo estará hasta que mi mamá vuelva a casa. No mantengo a su criada cuando no está aquí. La señora
Lourdes sólo viene a limpiar una vez a la semana cuando mamá está de vacaciones. Puedes tener su habitación bajo las escaleras. Es pequeña, pero tiene una cama.
Me ofrecía una habitación. No me echaría a llorar. Podría hacer eso más Tarde esta noche. No iba a la cárcel. Gracias a Dios.
—Mi única otra opción es esta camioneta. Te puedo asegurar que lo que
estás ofreciendo es mucho mejor. Gracias.
Pedro frunció el ceño un momento, el cual rápidamente desapareció, y entonces tenía una relajada sonrisa en su cara otra vez. 
—¿Dónde está tu maleta?—preguntó.
Cerré la puerta y me dirigí a la parte trasera de la camioneta para sacarla. Antes de que pudiera alcanzarla, un cuerpo caliente que olía extraño y delicioso me ganó. Me quedé inmóvil mientras Pedro tomaba mi equipaje y lo sacaba.
Girando, alcé la vista hacia él. Me guiñó un ojo. 
—Puedo llevar tu equipaje. No soy tan imbécil.
—Gracias, otra vez—tartamudeé, incapaz de apartar la mirada de sus ojos.
Eran increíbles. Las gruesas pestañas negras que los enmarcaban casi parecían delineador de ojos. Era completamente injusto. Mis pestañas eran rubias. ¿Qué no
daría yo por pestañas como las suyas?
—Ah, bueno, la detuviste. Te estaba dando cinco minutos para luego venir aquí y asegurarme de que ella no había escapado. —La voz familiar de Federico me sacó de mi estupor y me di la vuelta agradecida por la interrupción. Había estado mirando a Pedro como una idiota. Me sorprendió que no me haya enviado al diablo
otra vez.
—Va a tomar la habitación de Lourdes hasta que pueda ponerse en contacto con su padre y encontrar algo mejor. —Pedro sonó molesto. Pasó a mí alrededor y le entregó la maleta Federico—. Toma, llévala a su habitación. Tengo
compañía con la que regresar. Se alejó sin mirar hacia atrás. Tomó toda mi fuerza de voluntad no verlo alejarse. Sobre todo porque su trasero, en un par de vaqueros, era muy tentador. Él no era alguien con quien necesitaba sentirme atraída.
CAPITULO 3




El disgusto en su lengua al decir las palabras “papi” no me pasó
desapercibido. No le gustaba mi padre. Realmente no podía culparlo. Esto no era su culpa. Mi padre me había enviado aquí. Gasté la mayor parte de mi dinero en
gasolina y comida para conducir aquí. ¿Por qué confíe en ese hombre?
Estiré la mano y agarré el asa de la maleta que Federico seguía sosteniendo. 
Él tiene razón. Debo irme. Esto fue una mala idea —le expliqué sin mirarlo. 
Tiré con fuerza de la maleta hasta que la soltó a regañadientes. Las lágrimas picaron en mis ojos con el pensamiento de que estaba a punto de estar sin hogar. No podía mirar a ninguno de ellos.Volviéndome, me dirigí a la puerta, manteniendo mi mirada baja. Oí a Federico discutiendo con Pedro pero lo ignoré. No quería oír lo que ese hermoso hombre decía sobre mí. No le gustaba. Eso era evidente. Por lo visto, mi padre no era un miembro bienvenido en la familia.
—¿Te vas tan rápido? —preguntó una voz que me recordó a la miel.
Levanté mi mirada para ver la sonrisa de placer en el rostro de la chica que había abierto la puerta. Ella tampoco me quería aquí. ¿Era tan repugnante para estas
personas? Rápidamente volví mi mirada hacia el suelo y abrí la puerta. Tenía demasiado orgullo como para que esa perra me viera llorar.
Una vez que estuve fuera, dejé escapar un sollozo y me dirigí a mi camioneta. Si no hubiera estado cargando mi maleta, hubiera partido carrera.
Necesita la seguridad de ella. Pertenecía dentro de mi camioneta, no en esta casa ridícula con esa gente arrogante. Extrañaba mi hogar. Echaba de menos a mi
mamá. Otro sollozo se me escapó y cerré la puerta de la camioneta, poniendo el seguro detrás de mí.
Me sequé los ojos y me obligué a tomar una respiración profunda.
No podía desmoronarme ahora. No me desmoroné cuando me senté sosteniendo la mano de mi madre mientras daba su último
aliento. No me desmoroné cuando la bajaron en la fría tierra. Y no me había desmoronado cuando vendí el único lugar que tenía para vivir. No me derrumbaría ahora. Pasaría de esto.
No tenía suficiente para una habitación de hotel, pero tenía mi camioneta.
Podría vivir en ella. Encontrar un lugar seguro para aparcar por la noche iba a ser mi único problema. La ciudad parecía lo suficientemente segura, pero tenía bastante claro que esta vieja camioneta, estacionada durante la noche en cualquier lugar, llamaría la atención. Habría policías golpeando la ventana antes de que pudiera conciliar el sueño. Tendría que usar mis últimos veinte dólares en
gasolina. Entonces podría conducir a una ciudad más grande donde mi camioneta pasaría desapercibida en un estacionamiento.
Tal vez podría aparcar detrás de un restaurante y conseguir un trabajo allí también. No necesitaría gasolina para ir y volver del trabajo. Mi estómago gruñó recordándome que no había comido nada desde esta mañana. Tendría que gastar
un par de dólares en un poco de comida. Entonces, recé encontrar un trabajo por la mañana.
Estaría bien. Volteé la cabeza para ver detrás de mí antes de encender la camioneta y retroceder. Ojos plateados me devolvieron la mirada.
Un pequeño grito se me escapó antes de que comprendiera que se trataba de Pedro. ¿Qué hacía fuera de mi camioneta? ¿Vino para asegurarse de que saliera de
su propiedad? Realmente no quería hablar nunca más con él. Comencé a apartar mis ojos y a concentrarme en salir de allí cuando él arqueó una ceja. ¿Qué significaba eso?