miércoles, 22 de enero de 2014

CAPITULO EXTRA 3


Pedro



Es por esta habitación mamá tuvo que comprar esta casa. Incluso diez años más tarde supe que esta habitación era especial —le dije a Paula mientras envolví mis brazos a su alrededor. No era mi intención decirle algo tan personal. Especialmente sobre mi mamá. Tenía que tener cuidado.
—Es increíble —dijo en un susurro. Me encantaba el sonido de su voz.
Estaba tan mesmerizada con la vista como yo siempre lo había estado. Nunca lo había compartido con los demás porque sabía que no lo sentirían. Pero Pau lo haría.
Llamé a mi papá ese día y le dije que había encontrado una casa en la que quería vivir. Él le traspasó a mi madre el dinero y ella la compró. Amaba la ubicación, por lo que en esta casa pasamos nuestros veranos. 
Ella tiene una casa propia en Atlanta, pero prefiere aquí.
El deseo de que ella supiera más sobre mí era tan fuerte como era peligroso.
Tenerla aquí estaba mal. No podía mantenerla distanciada por más tiempo. Ya lo había intentado. No funcionó.
—Yo nunca querría irme —respondió.
No podía dejarla seguir hablando de esta manera. Cuanto más la dejaba acercarse, más fondo mi tumba era cavada. Esto sólo debería ser físico. Incluso si me volvía loco con tan solo una sonrisa suya hasta el nivel de no poder confiar en
mí mismo. Llevarla a mis otros lugares y mostrarle por qué los amaba era tan tentador. Incliné mi cabeza y besé la suave piel de su oreja.
—Ah, pero no has visto mi cabaña en Vale o mi piso en Manhattan —dije en voz baja haciéndola temblar.
Eso era lo que esto tenía que ser. Un deseo que ambos sentíamos. Le di la vuelta hasta que quedó frente a mi cama. —Y esta es mi cama —le dije mientras la conduje hacia ella, guidándola por sus caderas. Su cuerpo se tensó bajo el mío. No me gustó eso. No quería que tuviera miedo de mí. Anhelaba esa sonrisa suya llena de confianza. Esta noche tenía que ser porque los dos lo queríamos.
—Pau si lo único que hacemos es besarnos o simplemente yacer allí y hablar, estoy bien con eso. Sólo te quería aquí. Cerca de mí. —Y volviéndome loco.
Paula se dio la vuelta y me miró. —No pretendes eso. Te he visto en acción, Pedro Alfonso. No llevas a chicas a tu habitación y esperas hablar. —lamdespreocupación en su voz no se reflejaba en su mirada. Sabía que le molestaba.
—No traigo chicas aquí en absoluto, Pau.
La pequeña mueca se confusión tirando de sus labios era malditamente tentadora. Quería eliminarla besándola.
—La primera noche que llegué aquí dijiste que tu cama estaba llena —dijo lentamente, como si no estuviera segura de querer mencionar esa noche. Había sido duro con ella esa noche. Si tan sólo ella entendiera por qué.
—Sí, porque yo estaba durmiendo en mí cama. No traigo chicas a mi habitación. No quiero sexo sin sentido contaminando este espacio. Me encanta estar aquí.
—La mañana siguiente, una chica todavía estaba aquí. Tú la habías dejado en la cama y ella vino buscándote en su ropa interior.
No se le olvidaba nada. No pude evitar sonreír. —La primera habitación a la derecha era la habitación de Fede hasta que nuestros padres se divorciaron. La uso como mi habitación de soltero por ahora. Es donde tomo a las chicas. Aquí no.
Nunca aquí. Eres la primera. Bueno, dejo a Lourdes subir aquí una vez a la semana para limpiar, pero te prometo que no hay nada de metida de manos entre nosotros.
La tensión desapareció de su cuerpo mientras trazaba pequeños círculos en su espalda con mi mano. Amaba su sedosa piel. No había nada que no haría para que me dejara averiguar qué otros lugares eran tan suaves.
—Bésame, por favor —dijo Paula en una suave suplica, para después presionar sus labios contra los míos. Esa era la indicación que necesitaba.
Empujándola hasta que cayó sobre mi cama, cubrí su cuerpo con el mío. Su boca era tan dulce y cálida. No me cansaba de ese sabor que era Paula. Deslicé mis manos por su cuerpo hasta que llegué a sus rodillas y luego las empujé para poder colocarme entre ellas. Aquí era donde tenía que estar. Metido apretadamente contra su calor.
Las manos de Paula frenéticamente tiraron de mi camisa. Sabía lo que quería y estaba más que feliz para complacerla. Sentándome sobre mis talones, tiré de mi camisa y la arrojé a un lado. Sus manos estuvieron en menos de un segundo en mí. En mis brazos, deslizándose por mi pecho y luego frotando sus dedos sobre mis pectorales.
No podía respirar lo suficiente como para calmarme. La quería desnuda y quería estar dentro de ella. Ahora.
Mis manos temblaban de necesidad mientras desabrochaba su camisa. Iba a rasgarla. Paula comenzó a ayudarme. Si no estuviera tan condenadamente duro estaría avergonzado de que ella sintiera mi urgencia.
Una vez que logramos desabrocharla, la eché hacia atrás y bajé su sujetador hasta que el más bonito par de tetas que había visto saltaron libres. Sus pezones me recordaron a pequeños dulces rojos. Quería probar cada uno de ellos y pasar el tiempo disfrutando de ellos en mi boca. Pero no sería capaz de calmarme lo suficiente como para ir a un ritmo más lento.
Tiré con fuerza de un pezón queriendo memorizar su dulce sabor cuando ella empujó contra mí y gritó.
Dejé escapar a su pezón de mi boca y me deslicé por su cuerpo hasta llegar a su falda. No estaba seguro si ella me detendría. Si lo hacía iba a necesitar una ducha helada y dudaba que incluso eso ayudara. Manteniendo mis ojos en ella, bajé su falda y sus bragas. Observando por algún tic de miedo o incertidumbre.
Detenerme sería casi imposible pero encontraría una manera.
Levantó sus caderas para permitirme retirar su falda con facilidad. Eso fue prometedor. Me senté de nuevo y le señalé que se sentara. Quería su camisa y su sujetador completamente fuera de su cuerpo. Ella no dudó. Vino hacia mí con facilidad. Quité la camisa y sujetador y los tiré lejos. Tragando saliva me sentí como un adolescente a punto de tener sexo por primera vez.
—Desnuda en mi cama es incluso más increíblemente hermoso de lo que pensé que sería… y créeme que he pensado en ello. Mucho.
Regresé de nuevo sobre ella y presioné mi palpitante polla contra su calor. Diablos, eso se sentía bien.
—¡Sí! ¡Por favor! —exclamó, rasguñándome. Tan increíblemente caliente.
Respiré hondo y traté de recordar que tenía que ir más despacio.
Si iba a enterrarme dentro de ella esta noche, ella tenía que estar lista. No había nada que yo pudiera hacer para que no sintiera dolor, pero primero la haría sentirse jodidamente bien. Me moví por su cuerpo, besando el interior de sus
muslos desnudos para luego levantar mis ojos y observar su mirada sorprendida mientras deslicé mi lengua sobre su clítoris hinchado.
—Pedro—respiró mientras sus manos se aferraron desesperadamente a las sábanas. Mi corazón golpeó con fuerza contra mi pecho al oírla decir mi nombre en un gemido de placer.
—Dios, eres dulce —le dije antes de volver a probarla. No le estaba mintiendo. Realmente era lo mejor que había probado en mi vida. La inocencia era nuevo para mí. Era jodidamente embriagador.
—Por favor, Pedro —gimió.
Eso iba a ser guardado en mi memoria para otro día.
—Por favor, ¿qué? Bebé, dime qué es lo que deseas.
Ella negó con la cabeza y la súplica silenciosa en sus ojos casi me hizo complacerla, pero quería oírla decirlo.
—Quiero oírte decirlo, Pau—le dije queriendo probarla de nuevo.
—Por favor, lámeme otra vez. —suplicó. Fue un milagro que no me corriera en mis pantalones.
—¡Maldita sea! —gemí antes de deslizar mi lengua dentro de ese pequeño coño el cual me tenía fascinado. Quería que se viniera. Quería oírla. Chupé suavemente sobre su clítoris y ella se tensó para luego empujar sus caderas contra mi boca antes de gritar mi nombre una y otra vez.
Mi paciencia había terminado. Tiré de mis pantalones y deslicé el condón antes de que ella pudiera regresar completamente. Cuando abrió sus ojos yo ya estaba nuevamente sobre ella.
—Necesito estar dentro de ti —le susurré al oído mientras abrí sus piernas y presioné contra su entrada.
—Dios mío, estás tan mojada. Va a ser difícil entrar. Voy a tratar de ir despacio. Te lo prometo —tuve que usar cada gramo de fuerza de voluntad para no empujar dentro de ella en un solo golpe. Sus piernas abrieron aún más y levantó las caderas para deslizarme más adentro.
—No te muevas. Por favor, cariño, no te muevas —le rogué mientras presioné más adentro hasta que sentí la barrera detenerme—. Eso es todo. Voy a hacerlo rápido pero luego voy a detenerme para que te acostumbres a mí.
Sentí a mi cuerpo entero temblar mientras me preparé para hacerle daño voluntariamente e ir al cielo al mismo tiempo. Cerrando mis ojos empujé duro y Paula gritó aferrándose a mí. Me quedé quieto. Quería empujar dentro de ella como un hombre poseído pero ella tenía dolor y eso me importaba. A la mierda, en verdad ella me importaba.
—Está bien. Estoy bien —me aseguró.
Me obligué a abrir los ojos y la miré. —¿Estás segura? Porque, cariño, quiero moverme cómo no tienes idea.
Ella asintió con la cabeza y no le pregunté de nuevo. Necesitaba moverme.
Me retiré y luego entré nuevamente, esperando que Paula me pidiera que me detuviera.
—¿Te duele? —le pregunté quedándome quieto.
—No. Me gusta —dijo moviéndose debajo de mí.
En el siguiente empuje ella gimió y abrió más las piernas.
—¿Te gusta? —le pregunté incapaz de apartar mis ojos de ella. Era hermosa. Pero también iba a arruinarme. Completamente.
—Sí. Se siente tan bien.
Me dejé llevar. Acercándome al cielo. Se sentía tan bien. Tan apretado. Tan caliente. No podía obtener lo suficiente.
—Sí. Dios, eres increíble. Tan apretada. Eres tan jodidamente apretada, Pau —dejé escapar mis pensamientos mientras me acercaba a mi liberación.
Levantó sus rodillas y las presionó contra mis caderas para hacer la penetración más profunda.
—¿Estás cerca, nena? —Por favor, que esté cerca.
—Eso creo —dijo en voz baja y supe que yo estaba ya más cerca. Deslicé mi mano y froté mi pulgar contra su clítoris. Ella tenía que venirse.
—¡Ah! Sí, ahí —gritó mientras se aferraba a mis brazos. Mi visión se borró y mi cuerpo explotó. Un rugido surgió de mi pecho y me di cuenta en ese momento que quería hacer esto otra vez. Y otra vez.

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