martes, 2 de diciembre de 2014

CAPITULO 150




Caminé pasando las pocas personas en la cocina y me dirigí a la puerta principal.


Tenía que salir a la calle y calmarme. Al aire fresco sin nadie alrededor para verme perder mi mierda. Rechazar a Paula casi me había matado. Rechazar sus dulces y dispuestos labios... santo infierno, ningún hombre debería pasar a través de esta tortura.


—¿Quieres hablar de eso? —preguntó Fede, cuando la puerta se cerró detrás de mí.


—Necesito estar solo —le dije. Agarré la barandilla del pórtico y mantuve los ojos fijos en la calzada llena de coches.


—No vas a ser capaz de seguir con esto. Está bajo tu piel ahora —dijo Fede, llegando a estar a mi lado. Debería haber sabido que ignoraría mi petición de dejarme solo con mis pensamientos.


—No voy a hacerle daño —le dije.


Fede suspiró, se inclinó sobre la barandilla, y me miró mientras cruzaba las manos sobre su pecho. —Tan dulce como Paula es, no estoy preocupado por ella. Estoy más preocupado por ti —dijo.


—Lo tengo bajo control.


—No. No lo haces. Estás manteniendo tus manos fuera de ella, cuando es obvio, para cualquiera que ve como ella te mira, que dejaría que la tocaras de cualquier manera que quisieras. Pero no vas a tocarla. Nunca, y me refiero a jodidamente nunca,te he visto rechazar a alguien que luce como Paula. Lo que significa… que tienes sentimientos por ella. Ese es por qué estoy preocupado por ti. Va a averiguar acerca de su padre y Daniela, y cuando lo haga, va a correr como el infierno. Los odiará a todos ustedes. No quiero verte sufrir.


—Lo sé —le dije. Joder, lo sabía. Es por eso que no la transportaba en brazos a mi habitación y la encerraba allí conmigo. No podía ir ahí con ella.


—Está afuera, en la parte de atrás, con Antonio—dijo Fede.


De pie con la espalda recta, solté la barandilla y miré la puerta. —¿Cómo lo sabes?


—La vi caminar por ahí antes de venir tras de ti —contestó.


No iba a dejar a Antonio cerca de ella, tampoco. Le haría daño. La usaría, y nadie iba a usar a Paula. Nadie. Nunca. Me aseguraría jodidamente de ello. —Tengo que ir a
buscarla. La hice enojar —le dije, en dirección a la puerta.


—Sabe que ella es inocente. Antonio no es un idiota. Es un buen tipo. Deja de actuar como si fuera un maldito cachondo.


Apreté mis manos en el pomo de la puerta y respiré hondo. 


—No me digas qué hacer, Fede.


Soltó una breve carcajada. —Nunca, hermano. Nunca.


Tiré la puerta y di un paso de vuelta al interior, con intención de encontrar a Paula y enviar a Antonio a casa.


—¡Oyeee Pedrooo! —Una mujer arrastró las palabras con entusiasmo y se aferró a mi brazo. Bajé la mirada para ver a una de las amigas de Dani, cuyo nombre no podía recordar, aferrándose a mí.


—No —le contesté, y seguí caminando. No me soltó. En cambio, se mantuvo riendo y hablando de sus bragas mojadas. Esta mierda me solía encender, pero el olor a
Paula y el pensamiento de sus grandes ojos mientras se arrastraba más cerca de mí para que pudiera estudiar mi lengua hizo a todo lo demás parecer barato.


—Soy Babs. ¿Te acuerdas? Solía pasar la noche con tu hermana en la secundaria —dijo, apretándose contra mí.


—No estoy interesado —le dije, tratando de liberarme cuando entramos a la cocina y mis ojos se fijaron en Paula. Se encontraba sola. Sin Antonio. Y me miraba.
Con... Babs, o quien estuviera en mi brazo. Mierda.


—Pero tú lo dijiste. —Babs empezó a discutir. No tenía idea de lo que pensó que dije. Luego besó mi brazo. Mierda—. Me quitaré las bragas aquí mismo, si quieres — continuó la chica, no aceptando un no por respuesta. Se tambaleó sobre sus talones y se aferró a mí, incluso más ahora.


—Babs, ya he dicho que no. No estoy interesado —repetí en voz alta, manteniendo los ojos fijos en Paula. Quería que me escuchara. Sabía que esto no era lo que quería. A quien quería.


—Será travieso —me prometió, y luego comenzó a reír. Nada en ella era atractivo.


—No, sería irritante. Estás borracha, y tu cacareo me está dando un dolor de cabeza —le dije, sin dejar de mirar a Paula. Ella tenía que creerme.


Paula bajó los ojos de los míos y se volvió a ir a la despensa. Bueno. Se hallaba a salvo allí, y necesitaba dormir.


—Oye, esa chica va a robar tu comida —susurró Babs en voz alta.


El rostro de Paula se puso rojo, y tiré a Babs de mi brazo, dejándola tropezarse para estar por su cuenta. —Vive aquí, puede comer lo que quiera —le informé a cualquier otra persona que pudiera decir algo para avergonzarla.


Los ojos de Paula se agitaron de vuelta a encontrarse con los míos.


—¿Vive aquí? —preguntó Babs.


El dolor en los ojos de Paula quemó un agujero en mi pecho. No podía soportarlo.


—No dejes que te mienta —dijo Paula—. Soy la invitada no bienvenida viviendo bajo sus escaleras. He querido un par de cosas, y él sigue diciéndome que no.


Mierda.


Cerró la puerta detrás de ella. Quise ir tras ella, pero sabía que si iba ahí, no saldría. No sería capaz de mantener mis manos y mi boca fuera de ella.


Antonio entró a la cocina y giró su mirada hacia mí. —No la mereces —dijo fríamente.
.

—Tú tampoco —le contesté, y luego me di la vuelta y me dirigí hacia las escaleras. Tenía que alejarme de estas personas.


Fede se encontró conmigo en el pasillo.


—Asegúrate de que Antonio se vaya. Si Blaire sale de su cuarto, ven a buscarme — le dije, sin siquiera mirarlo. Entonces me dirigí a mi habitación. Así podría recordarme a
mí mismo, una vez más, por qué no podía tocar a Paula.



***


¿Podrías no ser bueno para un solo beso? ¿Por favor? Esas palabras me habían mantenido despierto toda la maldita noche. Cómo diablos me salí de esa pequeña habitación, no tenía ni idea. Tenía que parar esto. No podía dejarla entrar más. No sabía la verdad. Tenía que protegerla. Mis sentimientos por ella ya eran demasiado peligrosos.


Por mucho que quisiera hablarle de Daniela, no podía. Me odiaría, y ya había ido demasiado lejos ahora. No podría vivir con Paula odiándome. Al menos no tan pronto.


No me hallaba listo a que me dejara. Eché un vistazo por encima del hombro hacia la puerta cerrada de la despensa. Ayer por la noche, los comentarios finales de Paula acerca de no ser bienvenida me habían cabreado. Cambiaría eso. Tal vez no me encontraba listo para pasarla al piso de arriba todavía, pero me gustaría darle de comer.


No tenía claro qué era lo que comía en las mañanas, pero ya que dormía hasta tarde hoy, tuve tiempo para hacer su desayuno.


La puerta de la despensa se abrió detrás de mí, y di un vistazo atrás para ver a Paula mirándome con una expresión de sorpresa en su rostro. No habíamos terminado bien las cosas anoche. Esta mañana, iba a cambiar eso.


—Buenos días. Debe ser tu día de descanso.


No se movió y me dio una sonrisa forzada. —Huele bien.


—Saca dos platos. Hago un tocino que está de muerte. —Iba a ablandarla. Sabía que todavía se sentía enfadada conmigo por haberla rechazado la noche anterior, pero
maldita sea, lo había hecho por ella. No por mí.


—Ya he comido, pero gracias —dijo, y se mordió el labio inferior mientras miraba con nostalgia el tocino. ¿Qué diablos fue todo eso? ¿Y cuando había comido?


Había estado despierto por dos horas, y ella no había salido de su habitación.


Dejé el tenedor que estaba usando y me centré en ella en lugar del tocino. — ¿Cómo es que has comido ya? Acabas de despertarte. —La miraba con atención por si decidía no decirme toda la verdad. Si se trataba de no querer comer delante de mí o algún ridículo tema de chica como ese, ella iba a tener que superarlo.


—Tengo mantequilla de maní y pan en mi habitación. Lo tenía desde antes de venir.


¿Qué demonios acababa de decir? —¿Por qué tienes mantequilla de maní y pan en tu habitación? —le pregunté.


Se mordió nerviosamente el labio por un momento, luego dejó escapar un suspiro. —Esta no es mi cocina. Guardo todas mis cosas en mi habitación.


¿Guardaba todas sus cosas en su habitación? Espera… ¿qué? —¿Me estás diciendo que sólo has comido mantequilla de maní y pan desde que llegaste? ¿Eso es todo? Lo compras y lo guardas en tu habitación y, ¿eso es todo lo que comes? —Un nudo enfermo, que no había sentido desde que era un niño, se había formado en mi estómago. Si me decía que todo lo que comía eran sándwiches de mantequilla de maní de mierda, iba a perderlo. ¿Le había hecho pensar que no podía comer mi comida?


¡Mierda!


Asintió lentamente. Esos grandes ojos suyos eran incluso más grandes ahora. Era un idiota. No... era peor que un idiota.


Estampé mi mano contra el mostrador y me centré en el tocino mientras trataba como el infierno conseguir controlarme.


Esto era mi culpa. Jódeme, esto era mi culpa. Nunca se quejó cuando cualquier otra mujer en el planeta lo habría hecho. Y comía sándwiches de mantequilla de maní de mierda todos los días. Me dolía el pecho. No podía seguir con esto. Había tratado. Ya no iba a alejarla.


—Ve a buscar tus cosas y muévelas al piso de arriba. Toma cualquier habitación que quieras en el lado izquierdo del pasillo. Tira esa jodida mantequilla de maní, y come lo que te dé la gana en esta cocina —le dije.


Se quedó congelada en su lugar. ¿Por qué no me escuchaba?


—No te quedes allí, Paula, mueve tu culo arriba ahora. Luego ven aquí y come algo de mi maldito refrigerador mientras te veo —gruñí. Se puso rígida ante mi respuesta. Necesitaba calmarme. No quería asustarla; solo quería que se mudara al piso de arriba, maldita sea. ¡Y que comiera un poco de tocino!


—¿Por qué quieres que me mude arriba? —preguntó en voz baja.


Moví el último trozo de tocino a la toalla de papel antes de mirarla de nuevo.


Verla me lastimó físicamente. Sabiendo que la había tratado tan mal y que ella lo había tomado sin quejarse me hacía difícil respirar. —Porque quiero que lo hagas. Odio ir a la
cama por la noche y pensar en ti durmiendo bajo mi escalera. Ahora tengo la imagen de que comes esos malditos sándwiches de mantequilla de maní sola allí abajo, y es más de lo que puedo manejar. —Listo, lo había dicho.


No discutió esta vez. Se dio la vuelta y volvió a entrar a la despensa. Me quedé allí y esperé hasta que volvió a salir, llevando una maleta en una mano y un tarro de mantequilla de cacahuate y algo de pan en la otra. Puso el tarro y el pan en el mostrador sin mirarme y se dirigió hacia el pasillo.


Me concentré en sostener el borde de la encimera para evitar tomar el tarro de mantequilla de maní y romperlo contra la pared. Quería golpear algo. El dolor dentro de mí empezaba a tomar el control, y tenía que herir algo para aliviar la ira. La ira que estaba completamente dirigida a mí mismo por ser un culo ensimismado. Había estado tan jodidamente preocupado por no tocarla que la había descuidado de otras maneras.


Ella vivía de mantequilla de maní de mierda.


—No tengo que mudarme arriba. Me gusta este ambiente. —La voz suave de Paula irrumpió dentro de mis pensamientos, y me tuve que agarrar aún más del mostrador. Yo la había maltratado. Siendo negligente con sus necesidades. Todo lo que quería era tocarla y jodidamente olerla y abrazarla, pero la dejé abajo. No iba a ser capaz de perdonarme por esto.


—Perteneces a una de las habitaciones de arriba. No perteneces bajo las escaleras.Nunca lo hiciste —le dije, sin mirarla.


—¿Quieres decirme al menos qué habitación tomar? No me siento bien eligiendo una. Esta no es mi casa.


La asustaba. Una cosa más que no se merecía. Solté el agarre que tenía sobre el mostrador y la miré. Parecía estar lista para encerrarse en la despensa en cualquier minuto.


—En el ala izquierda hay sólo habitaciones. Hay tres. Creo que disfrutarías la vista de la última. Tiene vista al mar. La habitación central es toda blanca con tonos color rosa pálido. Esa me recuerda a ti. Por lo tanto, elige. Cualquiera que desees. Toma una y luego ven aquí y come.


—Pero no tengo hambre. Acabo de comer...


—Si me dices que has comido esa maldita mantequilla de maní de nuevo, voy a golpear una pared. —Mierda, la sola idea me enfureció. Respiré profundo y me centré en sonar calmado—. Por favor, Paula. Ven a comer algo por mí.


Asintió y subió las escaleras. Debería haber tomado su maleta por ella, pero sabía que no me quería cerca en estos momentos. Tenía que hacer esto sola. Acababa de actuar como un loco. Lavé la sartén donde había cocinado el tocino. Una vez que lo guardé, y Paula todavía no había llegado a la planta baja de elegir su habitación, tomé un plato grande de la alacena y lo llené con los huevos y el tocino antes de sentarme a la mesa. Ella podía comer de mi plato.


Paula entró en la cocina, y levanté la vista para verla mirándome fijamente. —¿Has elegido una habitación? —pregunté.


Asintió y se mantuvo de pie al otro lado de la mesa. —Sí. Creo que sí. La que dijiste que tenía una gran vista es... ¿la verde y azul?


—Sí, lo es. —No pude evitar sonreír. Me gustó que eligiera la que yo creí que escogería. Incluso si era la habitación más cercana a mí.


—¿Y estás de acuerdo con que me quede en esa habitación? Es muy bonita. Me gustaría tener esa habitación si esta fuera mi casa. —Todavía intentaba asegurarse de
que no cambiaría de opinión y la lanzaría de nuevo bajo las escaleras.


Le sonreí para tranquilizarla. —No has visto mi habitación todavía. —Había dicho todavía. Me hallaba en camino a hundirme. No tomaba chicas en mi cuarto. Era mío. Pero quería verla allí. Con mis cosas.


—¿Tú habitación está en el mismo piso? —preguntó.


—No, la mía ocupa toda la planta superior —expliqué.


—¿Quieres decir que todas esas ventanas… es toda una gran habitación? —La admiración en su voz era difícil de pasar por alto. Me encontraba dispuesto a llevarla hasta allí para que la viera incluso antes de que terminara.


—Sip. —Me comí un trozo de tocino mientras trataba de corregir mis pensamientos díscolos de Paula en mi habitación. Eso nunca sería una buena idea—. ¿Has guardado ya tus cosas? —le pregunté, tratando de pensar en otra cosa. Cualquier cosa.


—No, quería comprobarlo contigo antes de deshacer todo. Probablemente no debería desempacar. A finales de la semana que viene voy a estar lista para mudarme.Mi sueldo en el club es bueno y he ahorrado bastante.


No. Ella no podía vivir sola. Eso no era seguro. Pensó que debía mudarse debido a mí. Su arrepentido, cabrón padre ni siquiera había llamado para ver cómo se encontraba. No tenía a nadie, y ella era tan condenadamente vulnerable. Alguien tenía que protegerla. No se mudaría de esta casa. No podía soportar la idea de que alguien le hiciera daño. 


Mantuve mi concentración en la playa en el exterior, esperando a calmarme, pero el pánico asentándose en el pensamiento de ella viviendo sola empezaba a tomar el control. —Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Paula —le aseguré. Yo la necesitaba aquí.


No respondió. Saqué una silla junto a mí.


—Siéntate a mi lado y come algo de tocino. —Se sentó lentamente, y empujé mi plato hacia ella—. Come —le dije.


Cogió un trozo de tocino y le dio un mordisco. Sus ojos se agitaron haciendo que sus pestañas abanicaran sobre su pómulo. Jódeme, eso era sexy como el infierno.


Empujé el plato hacia ella de nuevo. —Come más. —Me sonreía como si encontrara esto divertido, y el dolor dentro de mí se alivió. Podía mantenerla aquí. Me gustaría hacerlo de modo que ella nunca quisiera irse—. ¿Cuáles son tus planes para hoy? —pregunté.


—No lo sé todavía. Pensé en buscar un apartamento tal vez.


Y volvió fácilmente. Mierda, no, ella no buscaría un apartamento. —Deja de hablar de mudarte, ¿de acuerdo? No quiero que te mudes hasta que nuestros padres vuelvan a casa. Tienes que hablar con tu padre antes de salir corriendo y empezar a vivir sola. No es exactamente seguro. Eres demasiado joven.


Se echó a reír. Ese suave, sonido musical que he oído tan poco. —No soy demasiado joven. ¿Qué pasa con tu edad y la mía? Tengo diecinueve. Soy una chica mayor. Puedo vivir por mi cuenta de forma segura. Además, puedo darle a un blanco en movimiento mejor que la mayoría de los oficiales de policía. Mis habilidades con un arma son bastante impresionantes.


La idea de Paula y una pistola, me excitaban y aterrorizaban a la vez. Tan sexy como eso sonaba, también me preocupaba que se hiciera daño a sí misma. —¿Así que
realmente tienes un arma?


Sonrió y asintió.


—Pensé que Fede sólo bromeaba. Su sentido del humor apesta a veces.


—Nop. Le apunté con ella cuando me sorprendió mi primera noche aquí.


Ahora, eso me hizo reír. —Me hubiera gustado ver eso.


Sólo sonrió y mantuvo la cabeza baja. No me miraba, y supe que su primera noche aquí no era un recuerdo agradable.


—No quiero que te quedes aquí sólo porque eres joven. Sé que puedes cuidar de ti misma o por lo menos creo que puedes. Te quiero aquí porque... me gusta tenerte aquí. No te vayas. Espera hasta que tu padre vuelva. Parece que ustedes deben hablar. Luego puedes decidir lo que quieres hacer. Pero ahora, ¿puedes subir y deshacer las maletas? Piensa en todo el dinero que puedes ahorrar viviendo aquí. Cuando te mudes tendrás una cuenta de banco acolchada y agradable. —Terminé diciendo mucho más de lo que quería. Pero necesitaba conseguir que se quedara.


—De acuerdo. Si realmente lo dices en serio, gracias.


Los pensamientos de ella en mi cama, desnuda, comenzaron a burlarse de mí. No podía permitirme caer en eso. Tuve que recordar a Daniela. Y lo que todo eso significaría para Paula. Ella me odiaría al final.


—Lo digo en serio. Pero eso también significa que la cosa de amigos entre nosotros tiene que permanecer en plena vigencia —le dije.


—Bien —contestó ella. No había querido que estuviese de acuerdo. Quería que me suplicara como anoche. Porque en este momento, yo era débil, y se lo daría. Obligué a todos los pensamientos sexuales de Paula a salir de mi mente. No podía pensar así, o me volvería loco.


—Además, comenzarás a comer la comida de esta casa cuando estés aquí.


Negó con la cabeza hacia mí.


Paula, esto no está a discusión. Lo digo en serio. Come mi maldita comida.


Se puso de pie y me niveló con una mirada decidida. —No. Voy a comprar mi comida y me la comeré. Yo no soy... no soy como mi padre.


Mierda. Una vez más, todo esto era mi maldita culpa. Me puse de pie para mirarla directamente a los ojos. —¿Crees que no sé eso a estas alturas? Has estado durmiendo en un maldito armario de escobas sin quejarte. Limpias la casa más que yo.
No comes correctamente. Soy consciente de que no te pareces nada a tu padre.
Pero eres una invitada en mi casa y quiero que comas en mi cocina y sientas como si fuera tuya.


La rigidez en los hombros de Paula se relajó un poco. —Pondré mi comida en la cocina y comeré aquí. ¿Te parece mejor?



No. Eso no era mejor. ¡Quería que ella comiera mi comida! 


—Si todo lo que vas a comprar es mantequilla de maní y pan, entonces no. Quiero que comas adecuadamente.


Empezó a negar con la cabeza, y extendí la mano y agarré la suya.


Paula, me hará feliz saber que estás comiendo. Lourdes compra los comestibles una vez por semana y las reservas de este lugar están esperando mucha compañía. Hay más que suficiente. Por favor. Come. Mi. Comida.


Se mordió el labio inferior, pero no antes de que una risita se le escapara. Maldita sea, eso fue lindo.


—¿Te estás riendo de mí? —le pregunté, sintiendo la necesidad de sonreír yo mismo.


—Sí. Un poco —respondió.


—¿Eso significa que vas a comer mi comida?


Dejó escapar un profundo suspiro, pero aún seguía sonriendo. —Sólo si me dejas pagarte semanalmente.


Negué con la cabeza, y ella tiró de su mano liberándola y comenzó a alejarse.


¡Maldita mujer terca! —¿A dónde vas? —pregunté.


—Ya he terminado de discutir contigo. Voy a comer tu comida si pago por mi parte. Ese es el trato, sólo estaré de acuerdo con eso. Así que lo tomas o lo dejas.


Gruñí, pero yo iba a tener que ceder. —Está bien. Págame.


Me miró. —Voy a ir a desempacar. Luego tomaré un baño en esa gran bañera y luego no lo sé. No tengo planes hasta la noche.


¿Esta noche? —¿Con quién? —pregunté, no muy seguro de que me gustara como sonaba eso.


—Isabel.


—¿Isabel? ¿La chica del carrito con la que se junta Jose? —Realmente no me gustaba el sonido de eso. Isabel no era más que problemas. Se emborracharía y se olvidaría de Paula. Pensé en los hombres que podrían hacerle daño. No, ella no iba sin mí. Alguien tenía que proteger su sexy culo.


—Corrección. La chica del carrito que Jose utiliza para perder el tiempo. Ella es inteligente y está superando eso. Esta noche vamos a un bar de música country a buscar
chicos normales. —Se dio la vuelta y corrió por las escaleras.


Esta conversación no había terminado.

CAPITULO 149




Fede se reunió conmigo en el gimnasio temprano esta mañana. Aún no habíamos obtenido una rutina para nuestros entrenamientos este verano, pero como no estaba durmiendo tan bien, con Paula frecuentando mis pensamientos, me imaginé que podría ir temprano al gimnasio con Fede antes de ir a trabajar.


Paula todavía se encontraba en su habitación cuando salí del camino de la entrada por la mañana, pero el sol aún no estaba arriba, tampoco. Tenía que expulsar un poco de esta agresión. Si el sexo no iba a suceder a corto plazo, entonces golpearía mi cuerpo en sumisión con las pesas. Tal vez podría dormir después de esto.


Fede me esperaba fuera del gimnasio en la ciudad. No era el único en el club, pero Fede dijo que el gimnasio era para maricas. Los hombres de verdad trabajaban en gimnasios reales, de acuerdo con él. —Ya era hora de que llegaras —gruñó cuando me acerqué a él.


—Cállate. El sol ni siquiera está todavía arriba —le contesté.


Fede sólo sonrió y tomó un trago de su botella de agua. —¿Te hidrataste esta mañana? —preguntó.


—No. Necesito un poco de café. ¿Tienen en este lugar?


Fede rio a carcajadas. —Es un gimnasio, Pedro. No hay Starbucks. Aquí —dijo, lanzándome una botella de agua de su bolsa—. Necesitas agua en estos momentos. Café más tarde.


—No me gusta tu elección de gimnasios —le informé.


—Deja de ser una chica.


Trabajamos por más de dos horas antes de que se me permitiera un poco de café.


Mi lección había sido aprendida para el futuro: beber una taza antes de salir de la casa.


—¿Fiesta esta noche? —preguntó Fede cuando caminamos fuera del gimnasio.


—¿Dónde?


—En tu casa. Sólo unas pocas personas. Necesitas la distracción de tu compañera de cuarto, y yo necesito una excusa para persuadir a esa amiga de Daniela, Bailey, creo,
para visitar mi cama —dijo.


Hice una mueca. —Una fiesta en mi casa no es la manera de hacer que eso suceda. Tuve a Bailey la noche pasada. No terminó bien.


Fede dejó de caminar. —¿Qué? ¿No conseguiste nada? Parecía una cosa malditamente segura para mí. Estaba seguro de que ella estaría encima de ti.


Paula nos vio antes de que se pusiera demasiado climatizada, y consiguió joderlo. Envié a Bailey a casa.


Fede dejó escapar un silbido. —Guau así que Paula te atrapó,y enviaste a la chica fuera —dijo, sacudiendo la cabeza—. Hermano. Necesitamos una fiesta.Necesitamos chicas. No a Bailey, puesto que ya fue allí, pero algunas chicas nuevas.Daniela tiene amigas. Necesitas tener tu cabeza fuera del país de las maravillas de Paula.


No puede suceder. Sabes eso.


Asentí con la cabeza. Estaba en lo cierto. No podía suceder. 


—Claro. Lo que sea. Invita a quien quieras.



***


La multitud era pequeña. Me quedé impresionado con Fede por mantenerla íntima. Mantuve la mirada hacia la puerta, esperando a que Paula llegara a casa. No estaba preparada para los huéspedes. Tenía que estar cansada después de la tarde noche de anoche. Tenía la intención de mantener la música baja y mantener a la gente fuera de las escaleras para que pudiera dormir. Consideré dejarla dormir en uno de los dormitorios de invitados sólo por esta noche para que pudiera descansar. La gente podría estar aquí hasta tarde. Podría volverse ruidoso.


No. No. No sería capaz de mantenerme alejado de ella. No es una buena idea.


Ella tenía que permanecer bajo las escaleras. Era más seguro allí. Ella podía dormir; me aseguraría de que pudiera.


—¡Pedro! —llamó Fede desde el balcón. Miré hacia la puerta antes de salir a ver lo que él quería. No podía quedarme allí mucho tiempo. Tenía que volver para mirar a Paula.


—¿Sí? —le pregunté a Fede, que se encontraba sentado en el sillón con una chica nueva en su regazo. Señaló con su botella de cerveza hacia Malcolm Henry. No lo había visto desde que llegué a la playa de Rosemary. Sus padres vivían en Seattle, y lo último que supe es que estaba asistiendo a Princeton.


—Malcolm no puede conseguir entradas para Slacker Demon en Seattle para el próximo mes —dijo Fede, sonriendo.


Normalmente no conseguía boletos para que la gente vea la banda de mi padre en la gira, pero Malcolm había sido amigo de Fede cuando crecían. Él también había estado cerca de Tripp Montgomery y Tripp era mi amigo. Aunque no lo había visto desde que había escapado un par de años atrás.


—Voy a hacer una llamada—le dije, y la sonrisa de Fede creció.


—Dile a alguien, y voy a patear tu culo —le advirtió Fede a Malcolm, sin dejar de sonreír—. Él no reparte entradas por cualquiera. Está haciendo esto por mí, así que no lo arruines.


Fede ya había tenido demasiado esta noche. Él era muy generoso y alegre cuando estaba borracho. Lo que significaba que me hizo entrar en su caridad. Sacudí la cabeza y me dirigí hacia el interior.


Alguien gritó—: Hola Antonio—Y dejé de caminar y me volví bruscamente.


¿Qué demonios estaba haciendo Kerrington aquí? No lo había invitado, y Fede habría dicho algo si lo hubiese invitado. Sabía que yo no estaba contento con Antonio en estos momentos.


Aceché a la ventana y miré hacia afuera para ver la camioneta de Paula estacionada hacia la parte posterior del camino. Eso me molestó. No deberían haber bloqueado la salida. Debería haber pensado en eso.


Pero ella estaba aquí. Y también lo estaba Antonio. Mierda.


No hice caso de la gente y me moví pasando a Antonio para ir directamente a la despensa. Paula estaba allí. ¿Se estaba cambiando? ¿Había ella invitado a Antonio? ¿Qué
demonios iba a hacer si ella lo hizo? Éramos… amigos ahora. Mierda. A la mierda los amigos. Eso ni siquiera sonaba posible.


Deteniéndome en la despensa, vi como ella salía de su habitación como si la estuviera dejando. Tal vez ella iba a ver a Antonio.


—¿Pedro? ¿Pasa algo malo? —preguntó ella, mirando sinceramente.


Esperé un momento para responder. No quería asustarla o sonar duramente. — Antonio está aquí —dije finalmente, con toda la calma que pude.


—Que yo sepa él es amigo tuyo —dijo ella.


La última vez que lo comprobé, él estaba caliente por su rastro. —No. No está aquí por mí. Vino por alguien más —le dije.


La expresión confusa de Paula se cambió a defensiva y cruzó los brazos bajo sus pechos, realmente no lo tenía que hacer si quería que mantuviera mis ojos de ellos. —Tal vez sí. ¿Tienes un problema con que tus amigos estén interesados en mí?


—Él no es lo suficientemente bueno. Es un triste imbécil comemierda. No debería llegar a tocarte —le contesté sin pensar. La idea de él haciendo algo con ella hace que me hierva la sangre.


Paula parecía estar considerando lo que acababa de decir. 


Maldición, era adorable cuando estaba frustrada. —No estoy interesada en Antonio de esa manera. Él es mi jefe y, posiblemente, un amigo. Eso es todo.


No estaba seguro de qué decir a eso. No podía pedir que se quedara debajo de las malditas escaleras.


—No puedo dormir mientras que la gente está subiendo y bajando las escaleras. Me mantiene despierta. En lugar de sentarme en mi habitación sola, preguntándome con quién estás arriba follando esta noche, pensé en hablar con Antonio en la playa. Charlar con alguien. Necesito amigos.


Hijo de puta. —No te quiero fuera con Antonio —le dije. 


Quería decirle que no había ninguna posibilidad de que llevara a cualquiera arriba y follara con ellas. Ella me había arruinado de alguna manera, y lo único que había hecho era besarla.


—Bueno, tal vez yo no quiero que folles a una chica, pero lo harás —disparó ella, de nuevo, a mí. La mirada feroz en su rostro hizo que me dieran ganas de reír y besarla sin sentido, al mismo maldito tiempo.


Ella me estaba empujando. Estaba demasiado cerca de olvidar por qué esto era una mala idea. Me acerqué a ella, y retrocedió hasta que estábamos de vuelta en el interior de su pequeña habitación. A salvo de Antonio Kerrington. 


Quería mantenerla aquí. —No quiero follar a nadie esta noche —le dije. Entonces no podía mantener la diversión de mi cara. Debido a que era una mentira—. Eso no es exactamente cierto. Permíteme aclarar. No quiero follar a nadie fuera de esta habitación. Quédate aquí y habla conmigo. Charlaremos. Dije que podíamos ser amigos. No necesitas a Antonio como amigo.


Ella me empujó hacia atrás sin mucha fuerza. —Nunca me hablas. Hago la pregunta equivocada, y te vas sin decir palabra.


Pero ella había dicho que éramos amigos. Me gustaría jugar esa carta toda la maldita noche si tuviera que hacerlo. —Ahora no. Somos amigos. Responderé y no me iré. Sólo por favor, quédate aquí conmigo.


Miró a su alrededor y frunció el ceño. —No hay mucho espacio aquí —dijo ella, sus manos todavía planas en mi pecho. Me preguntaba si podía sentir mi corazón latiendo. Latía con tanta fuerza que lo podía oír golpeando en mis oídos.


—Podemos sentarnos en la cama. No vamos a tocarnos. Sólo hablar. Como amigos —le dije. Cualquier cosa para conseguir que se quede aquí lejos de Antonio.


Se relajó y se sentó en la cama, sus manos dejándome. 
Quería llegar y apoderarme de ellas y mantenerlas en mi pecho. —Entonces vamos a hablar —dijo ella, mientras se deslizaba en la cama y cruzaba las piernas.


Me senté en la cama y me apoyé contra la otra pared. No estábamos lejos, pero era tanto como esta habitación lo permitía. La situación me hizo reír. —No puedo creer que le supliqué a una mujer para que se sentase y hablase conmigo.


—¿De qué vamos a hablar? —preguntó ella, estudiándome. Me di cuenta por su expresión que esperaba que yo disparara en cualquier momento.


—¿Qué te parece sobre cómo diablos sigues siendo virgen a los diecinueve? —le dije, antes de que pudiera detenerme. Ella era condenadamente demasiado hermosa para ser tan inocente. No tenía ningún sentido para mí.


Ella se puso rígida. —¿Quién dijo que soy virgen? —preguntó, sonando molesta.


Había sabido que era virgen desde la primera vez que la había atrapado checándome afuera. El rubor en su rostro había sido todo lo que necesitaba saber. La chica era inocente. —Conozco una virgen cuando beso a una —le dije en su lugar.


Se relajó de nuevo, luego se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.


Cuando se trataba de una gran cosa de mierda. No conocía a vírgenes de diecinueve años, que se vieran como ella.


—Estaba enamorada. Su nombre es Facundo. Fue mi primer novio, mi primer beso, mi primer más allá de besos, aunque suene aburrido. Me dijo que me amaba y afirmó que era la única para él. Entonces, mi mamá se enfermó. Ya no tenía tiempo para ir a citar y pasar tiempo con Facundo los fines de semana. Él necesitaba salir. Necesitaba libertad para tener ese tipo de relación de otra persona. Por lo tanto, lo dejé ir. Después de Facundo no tuve tiempo para salir con nadie más.


¿Qué demonios? Ella amaba a ese idiota y, ¿el la dejó? —¿No se quedó contigo cuando tu mamá estaba enferma?


Ella se tensó de nuevo y jugueteó con sus manos en su regazo. —Éramos jóvenes.Él no me amaba. Sólo pensó que lo hacía. Tan simple como eso. —Lo estaba defendiendo. Al diablo con eso. Él necesitaba una patada en el culo.


—Todavía eres joven —le dije, pero yo estaba tratando de recordármelo a mí mismo más que nada.


—Tengo diecinueve, Pedro. He cuidado de mi madre durante tres años y la enterré sin la ayuda de mi padre. Confía en mí, me siento de cuarenta la mayor parte del tiempo —dijo. El cansancio en su voz hizo doler mi pecho. 


Estaba queriendo patear el culo de un chico que no conocía cuando esta mierda era mi culpa. Mi instinto torcido me recordó que había jugado un papel en su dolor.


Cogí su mano porque tenía que tocarla de alguna manera. —No deberías haber tenido que hacerlo sola.


Ella no dijo nada al principio. Las líneas de expresión en su frente de borraron antes de que levantara su mirada de mi mano sobre la de ella a mi cara. —¿Tienes un trabajo? —preguntó.


Me eché a reír. Ella estaba cambiando el tema y dirigiendo las preguntas hacia mí. Un movimiento inteligente. Apreté su mano. —¿Crees que todo el mundo debe tener un trabajo una vez que acaba la universidad? —le pregunté, burlándome de ella.


Ella se encogió de hombros como respuesta. Me di cuenta de que sí, ella pensaba eso. Mi vida era algo a lo que no estaba acostumbrada.


—Cuando me gradué de la universidad, tenía suficiente dinero en el banco para vivir el resto de mi vida sin tener que trabajar, gracias a mi papá. Después de unas semanas de no hacer nada además de salir de fiesta, me di cuenta de que tenía una vida.
Así que empecé a jugar con la bolsa de valores. Resulta que soy jodidamente bueno en eso. Los números siempre fueron lo mío. También dono apoyo financiero para Hábitat para la Humanidad. Un par de meses al año soy un trabajador de construcción y voy a echar una mano en el sitio. En el verano me despego de todo lo que puedo, vengo aquí y me relajo.


No tenía intención de decirle la verdad, o al menos todo esto, pero lo hice.


Acababa de salir de mi boca. Ella me tranquilizó. Las mujeres nunca me tranquilizaban.


Estaba siempre en guardia por su motivo ulterior. Paula no tenía uno.


—La sorpresa en tu cara es un poco insultante —le dije. Le estaba tomando el pelo, pero también era la verdad. No me gustaba que pensara que era un niño mimado, a pesar de que había estado empujando esa idea en ella todo el tiempo que había estado viviendo bajo mi techo.


—Simplemente no esperaba esa respuesta —respondió finalmente.


Necesitaba distancia. Podía olerla otra vez, y santo infierno, ella olía bien. Volví a mi lado de la cama. El tiempo de tocarse pasó.


—¿Cuántos años tienes? —preguntó.


Me sorprendió que no supiera ya. Todo lo que tenía que hacer era buscar en Google.


—Demasiado viejo para estar en esta habitación contigo y demasiado malditamente viejo para los pensamientos que tengo de ti.


—Te recuerdo que tengo diecinueve. Voy a tener veinte en seis meses. No soy un bebé —dijo. No parecía nerviosa en absoluto de que yo acabara de admitir que fantaseaba con ella.


—No, dulce Paula, definitivamente no eres un bebé. Tengo veinticuatro y obsoletos años. Mi vida no ha sido normal y por eso tengo algo de seria y jodida mierda. Ya te he dicho que hay cosas que no conoces. Dejarme tocarte sería un error. — Necesitaba que entendiera eso. Uno de nosotros tenía que recordar por qué tenía que mantener mis manos lejos de ella.


—Creo que te subestimas. Lo que veo en ti es especial. —Sus palabras hicieron que el dolor en mi pecho ardiera. Ella no me conocía. En realidad no. pero, maldita sea, se sentía bien oírla decir que vio en mí algo más que el hijo de la estrella de rock.


—No ves al verdadero yo. No sabes todo lo que he hecho. —Porque cuando ella supiera, momentos como este sólo serían recuerdos agridulces que me rondarían por el resto de mi vida.


—Tal vez —dijo y se inclinó hacia mí—. Pero lo poco que he visto no es del todo malo. Estoy empezando a pensar que podría ser simplemente otra capa más de ti.


Santo infierno, tenía que regresar. Ese olor y esos ojos. 


Empecé a decir algo, pero me contuve. No estaba seguro de qué decirle. Aparte de eso quería desnudarla y hacerla
gritar mi nombre una y otra vez.


Algo que vio hizo que sus ojos se agrandaran y se acercó aún más a mí. —¿Qué tienes en tu boca? —preguntó, con un toque de sorpresa en su voz.


Llevaba una barra en mi lengua esta noche. No siempre me pongo algo que se pueda ver, porque había superado la perforación, o al menos lo sentía a veces. Sin embargo, las mujeres lo disfrutaban. Abrí la boca y saqué mi lengua para que Pequeña Señorita Curiosa pudiera ver. Ella había ladeado la cabeza para mirar dentro de mi boca. Si no se lo mostraba, hubiera subido a mi regazo para acercarse.


—¿Te duele? —preguntó en un susurro, estando cada vez más cerca de mí. ¿Qué demonios? Iba a conseguir una visión personal de eso cuando lamiera su maldito cuello
si no se retiraba.


—No —le contesté, manteniendo mi lengua en mi boca por miedo a que la tocara en realidad y me hiciera perder mi mente.


—¿Qué son los tatuajes en tu espalda? —me preguntó, retrocediendo un poco. Su olor todavía se aferraba a mí. Yo inhalaba con más frecuencia de lo necesario sólo para
obtener su esencia dentro de mí. Era patético. Céntrate en algo más. Contesta sus malditas preguntas y deja de pensar en su piel. Y su sabor. Tatuajes… ella quiere saber sobre mis tatuajes.


—Un águila en la espalda inferior, con sus alas extendidas y el emblema de Demon Slacker. Cuando tenía diecisiete mi padre me llevó a un concierto en Los Ángeles y después me llevó a conseguir mi primer tatuaje. Quería su banda marcada en mi cuerpo. Cada miembro de Demon Slacker tiene uno en el mismo lugar exacto. Justo detrás de su hombro izquierdo. Papá estaba muy drogado esa noche, pero aún así es un recuerdo muy bueno. No tuve la oportunidad de pasar mucho tiempo con él mientras
crecía. Pero cada vez que lo veía, bien añadía otro tatuaje o piercing a mi cuerpo —le expliqué.


Sus ojos inmediatamente fueron a mi pecho. Joder, ella se preguntaba sobre mis pezones. Ducha de agua fría. Iba a necesitar una ducha de agua fría muy larga. O tal vez caliente, con un poco de maldito aceite de bebé y mi puño. 


Dios conocer su olor y la vista que tenía por su camisa era suficiente para enviarme al borde.


—No tengo perforaciones allí, dulce Paula. Los otros están en mis oídos. Puse un fin a los piercings y tatuajes cuando cumplí diecinueve — le aseguré. Tenía que apartar los ojos de mi maldito pecho. Ahora.


Se veía triste o preocupada. ¿Qué había dicho? Joder, no había verbalizado mis planes de ducha, ¿o sí?


—¿Qué dije para hacerte fruncir el ceño? —le pregunté, tocando su barbilla para inclinar sus ojos para poder verlos.


—Cuando me besaste anoche, no sentí la cosita con barra de plata. —¿Eso era lo que la hacía fruncir el ceño? Ella iba a matarme. No podía aguantar mucho más de esto.


—Porque no lo llevaba puesto —le dije, acercándome a ella. Su olor me estaba tirando.


—¿Cuándo tú, uh, besas a alguien con eso dentro, se puede sentir?


Santo jodido infierno. Mostrarle a la Pequeña Señorita Curiosa era tan tentador.


Ella quería experimentarlo, y estoy seguro que quería mostrarle. —Paula, dime que me vaya. Por favor —le supliqué. Era la única forma de evitar besarla—. Lo habrías sentido.En cualquier parte que quiera besarte lo sentirías. Y te gustaría —le susurré al oído y luego le di un beso en el hombro e inhalé profundamente. Joder, esto era bueno.


—¿Estas…? ¿Vas a besarme otra vez? —preguntó ella, mientras corría mi nariz hasta su cuello, empapándome de su olor. Maldito olor embriagador.


—Quiero. Quiero tan jodidamente mal, pero estoy tratando de ser bueno — admití.


—¿Podrías no ser bueno para un solo beso? ¿Por favor? —preguntó, acercándose a mí. Sus piernas se apretaron contra las mías. Un centímetro más y estaría en mi regazo.


—Dulce Paula, tan increíblemente dulce. —Estaba perdiéndolo. Mis labios estaban tocando cada centímetro de su piel suave que podía mientras luchaba conmigo mismo para no tocarla. Era inocente. Era demasiado buena para mí. Esto estaba mal.


Probé su piel con la punta de mi lengua y mi polla palpitaba. Era deliciosa. Todo en ella. Besé un sendero hasta su cuello y cuando llegué a sus labios, me detuve. Lo quería. La quería a ella. Mas. Siempre mas. Pero ella era mi… amiga. Yo había causado su dolor y ella ni siquiera lo sabía. Tenía que para esto.


Paula, no soy un tipo romántico. Yo no beso y abrazo. Sólo doy sexo. Te mereces a alguien que te bese y te abrace. No yo. No estoy hecho para eso, nena. No eres para alguien como yo. Nunca me he negado algo que quiero. Pero eres demasiado dulce. Esta vez tengo que decirme a mí mismo que no —dije. Más para mí que para ella.


Tenía que recordarme a mí mismo qué tan fuera de mi alcance estaba.


Ella gimió y me levanté de un salto, moviéndome hacia la puerta. No le haría esto. No podía.


—No puedo hablar más. No esta noche. No aquí contigo, a solas —dije y me fui antes de que me perdiera con ella. Nunca podría tener a Paula.