sábado, 6 de diciembre de 2014

CAPITULO 160



No me sentía de humor para esto, pero le dije a Daniela que podía tener su fiesta.


Debería haber esperado que ella exagerara las cosas cuando no le di reglas. No iba a beber esa noche. Intentaría pasar mi noche con Paula. Los chicos podrían haber sido
informados del hecho de que Paula estaba fuera de los límites, pero las chicas no habían aceptado el que yo no estuviera disponible.


Negué con la cabeza hacia otra de las amigas de Daniela que me ofrecía una mamada justo al frente de todos.


Los ojos de Fede encontraron los míos por encima de la multitud. Se encontraba recostado en el sofá, con una chica a la que le dije que no más temprano media sentada en su regazo. Rodó los ojos y tomó un trago de su cerveza. Le pedí que viniera y vigilara las cosas esa noche. No quería interrupciones. Había aceptado con tal de que pudiera quedarse en su habitación usual si una de las chicas llamaba su atención.


No me importaba lo que hiciera, mientras nadie nos molestara a Paula y a mí.


Asentí hacia la chica que acababa de rechazar. Si quería algo de fácil e intrépido sexo, estaba seguro de que esa era una buena opción.


Arqueó las cejas con interés y la observó contonearse hacia la sala de estar. Iba a subir y esperar a Paula en su habitación. No debería tardar demasiado.


—¿Vas a subir? —preguntó Daniela.


Asentí. —Sí. Fede estará aquí por si lo necesitas.


—¿Qué con ella? ¿También va a quedarse allí arriba? —preguntó Daniela, tratando de lucir como si no le importara lo que Paula hiciera.


Paula estará conmigo. Buenas noches, Daniela. Disfruta tu fiesta. —Se giró sobre sus talones y caminó furiosamente hacia la cocina.


Me giré para mirar a Fede, y él sólo negó con la cabeza.
Sabía que Daniela me molestaba por lo de Paula. Sabía que él no estaba de acuerdo con la idea de no contarle a Paula. Creía que debería decirle ahora, antes de que fuera
demasiado lejos.


El problema con eso era que ya había permitido que llegara demasiado lejos.



* * *


La habitación de Paula ya olía a ella. No encendí las luces. Podía ver mejor la luz de la luna en el golfo en la oscuridad. Sentándome al borde de su cama, inhalé, tratando de alimentar mi hambre por ella. Llegaría en cualquier minuto. 


Pero me ponía impaciente. Si pudiera hacer que dejara de trabajar y me permitiera cuidar de ella, lo haría, pero sabía que no era buena idea sugerir eso. Paula se enojaría. Le tuve que mentir para que aceptara el maldito teléfono. Aún planeaba pagarme por la comida en mi cocina. Pero aun así, iba a encontrar una forma de poner lo que me entregara en sus ahorros. De alguna forma. La testaruda mujer no aceptaba nada más de mí que mi cuerpo. Sonreí ante el pensamiento. Estaba más que dispuesto a darle mi cuerpo.



También aceptaba felizmente mi lengua. Tenía algo con ella. La forma en que sus ojos bailaban con anticipación cuando veía mi perforación era demasiado sexy, maldición.


Escuché pasos y me giré para ver a Paula entrar a la habitación. Sus manos volaron a su boca para cubrir un grito sorprendido, el cual murió al momento en que se dio cuenta de que era yo. Me levanté y caminé hacia ella. Ya no podía esperar por tocarla.


—Hola —dije.


—Hola —respondió, y luego una mueca tiró de sus labios—. ¿Qué estás haciendo aquí?


¿A dónde más estaría? —Esperándote. Pensé que era un poco obvio.


Bajó la cabeza para ocultar esa sonrisa complacida que aun así veía en sus labios.


—Puedo verlo. Pero tienes invitados —dijo.


Ya había olvidado que estaba allí. Había estado completamente centrado en ella.


—No son mis invitados. Confía en mí, quería que la casa estuviera vacía —le aseguré, y ahuequé un lado de su rostro—. Ven arriba conmigo. Por favor.


Lanzó su cartera en la cama, y luego deslizó su mano en la mía. —Muéstrame el camino.


Me las arreglé para permitir que alcanzara el último escalón antes de empujarla entre mis brazos y presionar mis labios contra los suyos. Estuve pensando todo el día en cuán delicioso sabía y cómo amaba sentir su lengua deslizándose contra la mía.


Envolvió los brazos en mi cuello, besándome con la misma ansiedad. El anhelo en su beso igualaba al mío, y supe que tenía que detenerme si quería hablar con ella esa noche.


Me alejé de golpe. —Hablemos. Vamos a hablar primero. Quiero verte sonreír y reír. Quiero saber cuál era tu programa favorito cuando eras una niña, quién te hizo llorar en la escuela y de qué grupo de chicos colgabas carteles en tu pared. Luego, te quiero desnuda en mi cama de nuevo —dije.


Sonrió y caminó hacia el sofá. Imágenes de ella desnuda en mi inmenso transversal destellaron en mi mente, y tuve que sacudirme para detenerme. Sigue el plan, Pedro.


—¿Sedienta? —pregunté, abriendo el refrigerador que mantenía en mi habitación.


—Algo de agua con hielo estaría bien.


Comencé a servirle un vaso de agua fría, pensando en todo lo que quería saber.


No en cómo lucía cuando llegó.


—Rugrats era mi programa favorito. Ken Norris me hacía llorar por lo menos una vez a la semana, luego hizo llorar a Valeria, me enojé y lo lastimé. Mi ataque favorito y de mayor éxito fue una patada en las bolas. Y, vergonzosamente, The
Backstreet Boys cubrían mis paredes. —Paula respondió cada pregunta que hice.


Le tendí el agua y me senté a su lado en el sofá. —¿Quién es Valeria? —pregunté.


Ella nunca había mencionado a sus amigos. Asumí que no tenía muchos debido a lo de su madre.


Paula se tensó junto a mí, y mi interés se intensificó. 


¿Valeria la lastimó? —Valeria era mi hermana gemela. Murió en un accidente de coche hace cinco años. Mi papá
conducía. Dos semanas después, él salió de nuestras vidas y nunca regresó. Mamá dijo que teníamos que perdonarlo porque él no podía vivir con el hecho de haber estado
conduciendo el auto que mató a Valeria. Siempre quise creerle. Incluso cuando no vino al funeral de mamá, quería poder creer que él no podía hacerle frente. Así que lo perdoné. Ya no lo odio, ni dejo que la amargura y el odio me controlen. Pero vine aquí y, bueno… tú sabes. Supongo que mamá estaba equivocada.


Mierda. Mierda. Mi estómago se sentía enfermo. Me recliné en el sofá y puse un brazo a su alrededor. Quería ponerla sobre mi regazo y consolarla. Decirle que haría cualquier cosa que me pidiera con tal de hacerla sentirse mejor. De arreglar esto. De cambiar el pasado; habría movido cielo e infierno. Pero no podía. Así que dije todo lo que podía decir. 


—No tenía idea de que tuvieras una hermana gemela. —Eso era mentira. Lo sabía. Pero era fácil olvidar que la chica de la cual sabía todos estos hechos fuera la misma mujer de la que estaba totalmente enamorado. La que había sufrido por
lo que hice.


—Éramos idénticas. No podías distinguirnos. Tuvimos un montón de diversión con eso en la escuela y con los chicos. Sólo Facundo podía distinguirnos.


Pasé una mano por su cabello y jugué con las sedosas hebras. —¿Cuánto tiempo se conocieron sus padres antes de casarse? —pregunté. Quería oírlo de ella. Había tanta
verdad que temía no saber. Tantas mentiras que había creído.


—Fue una cosa del tipo de amor a primera vista. Mamá visitaba a una amiga suya en Atlante. Papá había roto recientemente con su novia y se acercó una noche cuando mamá se encontraba en el apartamento con su amiga sola. Su amiga era un poco salvaje según lo que me dijo mamá. Papá miró a mamá y se hundió. No puedo culparlo. Mi madre era preciosa. Tenía mi color de cabello, pero tenía grandes ojos verdes. Eran casi como joyas y ella era divertida. Eras feliz con solo estar cerca de ella. Nada la
deprimía. Sonreía a través de todo. La única vez que la vi llorar cuando me contó sobre Valeria. Cayó al suelo y lloró ese día. Me habría asustado si no me hubiera sentido de la
misma manera. Fue como si una parte de mi alma fuera arrancada. —Paula se detuvo y sentía su rápida inhalación. 


No podía imaginar cómo se sentiría el perder a Daniela o a
Fede. Aun así, ella perdió a su gemela. Luego a su padre. Y a su madre. Mi pecho se apretó con dolor.


La abracé. —Lo siento mucho, Paula. No tenía idea.


Paula levantó la cabeza y presionó sus labios contra los míos, con hambre.


Buscaba consuelo, y esa forma era la única que conocía para conseguirlo de mí.


Quería que supiera que podía abrazarme, y que la sostendría cuando me necesitara.


Pero no podía decirlo ahora. Aún no.


—Las amaba. Siempre las amaré, pero ya estoy bien. Ellas están juntas. Se tienen entre sí —dijo, rompiendo el beso. Trataba de hacerme sentir mejor. Las había perdido, y aun así trataba de consolarme.


—¿Qué tienes tú? —pregunté, sintiéndome más emocionado de lo que alguna vez me sentí en mi vida.


—Me tengo a mí. Me di cuenta hace tres años, cuando mi mamá se enfermó, que mientras me aferrara a mí misma y no olvidara quién era, siempre iba a estar bien — dijo con determinación.


No podía respirar. Joder. No merecía respirar.


Era tan malditamente fuerte. Había enfrentado al infierno, y aun encontraba razones para sonreír. No creía que necesitara a alguien. Pero, Dios, yo la necesitaba. Yo no era tan fuerte como ella. No la mecería. Pero no un buen tipo. Nunca haría lo correcto y detendría esto, porque no sería físicamente capaz de verla alejarse. Pánico y desesperación apretaron mi pecho.


—Te necesito. Ahora mismo. Déjame amarte justo aquí, por favor —le rogué.


Estaba listo para arrodillarme y todo. Esto no iba bien. Ella necesitaba alguien que la escuchara y abrazara, pero aquí estaba yo, rogándole para que cuidara de mí.


Paula se sacó la camiseta y alcanzó la mía. Alcé los brazos y dejé que me la quitara. Me gustaba que me desnudara. 


Estirándome por detrás de ella, desabroché su sujetador y lo lancé a un lado. Ahuecando sus llenos pechos en mis manos, dejé que su peso llenara mis palmas.


—Eres tan jodida e increíblemente hermosa. Por dentro y por fuera —le dije—. Por mucho que no lo merezco, quiero estar enterrado en ti. No puedo esperar. Necesito estar tan cerca de ti como sea posible.


Paula se alejó de mí, haciendo que sus pechos se balancearan. Mi boca se hizo agua, y mis palmas picaron para que las alargara y los apretara. Mimara una vez más su perfecta y satinada gordura en mis manos. Luego comenzó a quitarse los zapatos. Mis ojos cayeron en sus manos, las cuales trabajaban ahora en el botón de sus pantalones cortos. Se estaba desnudando para mí. Sin la timidez que había sentido esa mañana. No iba a tener que coaccionarla para que se quitara la ropa de nuevo.


Se contoneó y salió de sus pantalones cortos, y estaba bastante seguro de que yo jadeaba.


—Desnúdate —demandó, y su mirada cayó sobre mi obvio deseo.


Mierda. ¿A dónde se fue mi dulce Paula? No discutí. Me levanté y quité mis vaqueros, luego alargué un brazo hacia ella y la empujé hacia mí mientras me sentaba.


—Ponte a horcajadas sobre mí —le dije.


Hizo lo que le dije. Sus muslos se encontraban abiertos, y la dulzura de su calor encontró mi nariz. Quería probarle. Pero eso tendría que esperar.


—Ahora —me las arreglé para decir a través de la emoción en mi voz—, tranquilamente baja sobre mí.


Agarré mi polla y la sostuve para que pudiera hundirse en mí. No tenía la certeza si esta era una buena posición para ser su segunda vez, pero quería intentarlo. Se agarró de mis hombros con ambas manos.


—Tranquila, bebé. Lento y con calma. Vas a estar dolorida.
Asintió justo cuando mi punta rozó contra su apertura. La moví sobre su raja, causándole que temblara mientras rozaba su clítoris con ella.


—Eso es todo. Te estás poniendo tan jodidamente húmeda. Dios, quiero probarlo. —Sabía que le gustaba que le dijera lo que pensaba. Me encantaba ser capaz de hablarle sucio y no asustarla.


Su mirada se fijó en la mía, y se movió hasta que estuve rozando su entrada. Su pequeño y perfecto diente blanco salió y mordió su labio inferior, y luego se hundió en mí duro y rápido. Su gritó resonó en la habitación, y yo removí mi mano, permitiéndole que me tomara por completo.


—¡Mierda! —gemí cuando su calor me apretó fuertemente con esa loca succión que me volvió loco anoche. De alguna manera era más intenso está noche. Se encontraba más caliente, y santa mierda, estaba mojada. Como un terciopelo resbaladizo cubriéndome hasta que me mató de placer.


Comencé a preguntarle si se encontraba bien cuando su boca cubrió la mía y su lengua se enredó salvajemente con la mía. Su sabor. Oh, Dios, su sabor era tan bueno.


Ahuequé su rostro con mis manos y devoré su boca. Tanto mi lengua como mi polla se encontraban enterradas dentro del dulce cuerpo de Paula, y luché por contenerme de
agarrarla y follarla como un maniático. Ella echó su cabeza hacia atrás y agarró mis hombros con más fuerza, luego comenzó a cabalgarme como si no pudiera tener suficiente. 


El miedo de que estuviera dolorida se desvaneció cuando capturé la mirada de pura felicidad en su rostro mientras me cabalgaba duro y rápido. Mi mirada cayó sobre sus tetas, rebotando cada vez que se alzaba y golpeaba de regreso sobre mi polla.


Paula, oh, santa mierda, Paula —gruñí, incapaz de creer esto.


Mis manos agarraron su cintura, y perdí la cabeza. Quería acariciarla, pero maldición, también quería follarla. Quería follar su cuerpo con abandono total. Era la cosa más excitante y alucinante que jamás había experimentado.


—Mierda, bebé. ¡Dios, Paula! Sí, así bebé, fóllame. —Las palabras salían de mi boca y no me podía detener—. Tu coño apretado es jodidamente perfecto. Succionando mi polla, mierda, ningún coño debería sentirse así de bien. Santo infierno, bebé. Eso es.Fóllame. Fóllame, Blaire. El jodido coño más dulce en el mundo. —Entonces me di cuenta. Nunca antes follé sin un condón. Santa mierda, no tenía puesto un condón.


Estaba limpio. Me había chequeado recientemente. Nunca lo hice sin un condón,pero…ella me apretó, y no me importó. Dios, quería esto con ella. Sin nada entre nosotros.


Los movimientos de Paula cambiaron, y comenzó a menearse de atrás hacia delante. Mi boca ávidamente buscó sus pezones y los chupó mientras rebotaban delante de mí. 


—Me voy a venir —gimió, meneándose con más fuerza.


—Joder, bebé, tan bueno.


Y entonces gritó mi nombre, retorciéndose contra mí mientras su cuerpo se estremecía. Exploté dentro de ella, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura para evitar caerme de la maldita tierra sin ella. Su nombre salió de mis labios más de una vez. Mi cuerpo vibraba y temblaba mientras luchaba por respirar. Mi liberación se disparó dentro de ella, marcándola. La bestia dentro de mí rugió volviendo a la vida. Mía. Mía. Mía.


El sexo de Paula todavía me apretaba con fuerza mientras los espasmos golpeaban su cuerpo. Cada vez que apretaba mi polla, yo gritaba. Era como si me estuviera viniendo una y otra vez. No existía un final para esto.


Finalmente, su cuerpo comenzó a relajarse, liberando mi polla del agarre de pura nirvana del que había sido puesto. Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cuello y cayó sobre mí, completamente cansada.


—Nunca. Nunca en mi vida. —Me las arreglé para jadear por la falta de oxígeno— Eso fue…Dios, Paula, no tengo palabras. —No podía dejar de tocarla. De acariciar su espalda y ahuecar su trasero en mis manos, dejé que mi cuerpo disfrutara de las secuelas.


—Creo que la palabra que estás buscando es épico —dijo Paula. La risa brotaba de su pecho y se echó para atrás para mirarme.


—El sexo más épico conocido por el hombre —le aseguré—. Estoy arruinado.Sabes eso, ¿no? Me has arruinado.


Se movió en mi regazo. Todavía me encontraba enterrado dentro de ella. Todavía no me sentía listo para moverme. El hecho de que mi polla incluso pudiera agitarse tan pronto de nuevo después del sexo me sorprendió. —Mmm, no, creo que todavía podrías funcionar —dijo, sonriendo con malicia.


—Dios, mujer, vas a tenerme duro y listo de nuevo. Tengo que limpiarte —le dije.


Me miró con una emoción de la que tenía demasiado miedo de desear, luego trazó mi labio inferior con la punta de su dedo. —No voy a sangrar de nuevo. Ya lo hice —dijo con timidez.


Puse su dedo dentro de mi boca y lo chupé. Sabía que tenía que decirle. Todavía no se había dado cuenta del impacto de tener sexo sin un condón. No quería arruinar este momento, pero tenía que saber que no tenía nada que pudiera hacerle daño. Y si no se encontraba en control de la natalidad, todavía era muy poco probable que acabáramos de hacer un bebé. A la mayoría de las parejas le tomaba meses de intentarlo. Un infortunio no lo haría. —No tenía puesto un condón. Sin embargo, estoy limpio. Siempre uso un condón y me chequeo con regularidad —le dije con calma.


No se movió o habló.


Mierda. —Lo siento. Tú te desnudaste y mi cerebro se apagó. Te prometo que estoy limpio —le aseguré.


—No, está bien. Te creo. No pensé en eso, tampoco —dijo, con la impresión todavía en su rostro.


La empujé de nuevo contra mí. —Bien, porque eso fue jodidamente increíble.Nunca lo había sentido sin un condón. Saber que me hallaba dentro de ti y sentirte desnuda me hizo de verdad endemoniadamente feliz. Te sentías increíble. Toda caliente, húmeda y muy apretada.


Se meció contra mí y mi polla comenzó a levantarse de nuevo. Dios, se sentía bien. —Mmm —murmuró.


Quería mas. Como esto. Justo aquí. Pero… —¿Estás en algún tipo de control de natalidad?


Negó con la cabeza. Por supuesto que no lo estaba. No tenía ninguna razón para estarlo. Sin embargo, iba a tener que cambiar eso. Tenía que tenerla desnuda de nuevo.


Ahora que sabía cómo se sentía, no había marcha atrás.


Gimiendo, me moví hasta que ya no me encontraba enterrado dentro de ella. — No podemos hacer esto hasta que lo estés. Pero me tienes duro otra vez. —Extendí mi
mano hacia abajo y pasé mi dedo por encima de su hinchado clítoris. Ya se encontraba caliente de nuevo, también—. Tan sexy —susurré, mientras observaba el pequeño bulto pulsar contra mi dedo pulgar. Echó la cabeza hacia atrás y gimió. Necesitaba tenerla otra vez. Lo sacaría esta‖vez. Sólo…oh, mierda, tenía que estar dentro de ella—. Paulatoma una ducha conmigo —le dije.


—Está bien.


Me dejó guiarla hacia el baño. Encendí la calefacción del suelo cuando entramos, así el piso de mármol no estaría tan frío para sus pies descalzos. Luego encendí la ducha y la opción de vapor. Dándome la vuelta, tomé su mano. —Te quiero en la ducha. Lo que hicimos allá fuera fue el mejor sexo que he tenido en mi vida. Pero aquí adentro, va a ser más lento. Voy a cuidar de ti. —La coloqué en la gran ducha. El agua nos golpeó directamente desde arriba y desde las dos duchas montadas en cada pared lateral.


Cerrando la puerta, presioné el sellador así el vapor llenaría la ducha.


Paula miraba alrededor con asombro. —No sabía que hacían las duchas así de grandes o así de complicadas. Tienes agua saliendo desde todas partes… ¿y es eso  vapor?


Sonriendo, la coloqué encima del gran banquillo. —Sostente de mis hombros —le dije, antes de agacharme. Tomar su pierna y levantarla hasta que su pie estuvo en el banquillo. Su coño se encontraba completamente abierto para mí, y no dije nada más.


Llené mis manos con gel de baño y lo froté en una espuma antes de pasar a lavar el interior de sus muslos.


—¡Pedro! —jadeó, apretando mis hombros e inclinándose más hacia mí.


Continué lavando mi semen de sus muslos, donde se chorreó fuera de ella, poniéndolos pegajosos. Levantando mi cabeza, observé su rostro mientras tocaba sus delicados pliegues. No quería causarle ardor o escozor, sólo quería limpiarla.


Sus párpados se cerraron, gimió y se meció contra mi mano. Quería limpiarla primero, antes de hundirme dentro de ella otra vez, pero si seguía así, no iba a ser capaz de detenerme.


—¿Se siente bien? —le pregunté. Ella sólo asintió. Tenía los ojos cerrados, y su cabeza echada hacia atrás ligeramente. El agua empapó su cabello, y se encontraba hacia atrás, fuera de su cara. Tracé besos a lo largo de su frente y por sus mejillas mientras continuaba lavándola—. ¿Estás dolorida? —le pregunté contra su oído.


Se estremeció. —Sí. Pero me gusta estar dolorida. Saber que tú me pusiste dolorida por… —Hizo una pausa—. Follarme —terminó en un susurro.


Paula, nena, voy a tener que follarte ahora. No debiste haber dicho esa palabrota. No puedo seguir siendo bueno y haciéndote sentir mejor. —El tono en mi voz delataba lo cerca que me encontraba de agarrarla y agacharla.


Abrió los ojos, y el calor en su mirada me quemó. —¿Me vas a follar contra la pared? —preguntó, con la respiración pesada.


—De cualquier forma que quieras, dulce Paula.


Ahuequé mis manos y las llené con agua, la cual usé para limpiar el jabón entre sus piernas. Cuando lo quité todo, la agarré y la empujé contra la pared. Pero me detuve. Iba hacerlo dulce y lento ahora. Ella pudo haber dicho que le gustaba, pero mañana estaría sensible, y tenía que recordar ser amable.


—No voy a usar un condón. No puedo. Necesito sentirte. Pero te juro que lo sacaré antes de venirme —le dije.


—Está bien. Sólo, por favor, Pedro, mételo —rogó.
Mi control se quebró.

CAPITULO 159




—¿De vuelta al carrito hoy? Por mucho que me gusta tenerte adentro, esto hace al golf tremendamente mucho más divertido —le dijo Antonio a Paula cuando estacionó el
carrito al lado del hoyo uno.


Aclararía esta mierda ahora mismo. —Aléjate, Antonio. Eso es un poco demasiado cerca —advertí, mientras caminaba hacia ellos. Paula se giró con una mirada sorprendida en el rostro. No me esperaba. Pronto descubriría que no podía liberarse de mí.


—¿Así que ella es el porqué de repente querías jugar hoy con nosotros? — preguntó Antonio, sonando molesto.


No me interesaba responderle. Mi concentración permanecía en Paula. Ya tenía el nacimiento del pelo húmedo por el sudor. Hacía calor aquí afuera, y ella podría estar sufriendo. Si estuviera dolorida en lo más mínimo, entonces Antonio la dejaría ir a casa.


La arrojaría sobre mi hombro y me marcharía con ella si necesitaba hacerlo. Deslicé una mano alrededor de su cintura y la presioné contra mí, de un modo posesivo, antes de bajar la cabeza para poder susurrarle al oído. —¿Estás adolorida? —le pregunté.


—Estoy bien —contestó.


Le besé la oreja, pero todavía no me sentía listo para soltarla. —¿Te sientes estirada? ¿Puedes notar que he estado dentro de ti? —pregunté. Tanto como no la quería sufriendo, quería que me sintiera allí. Que recordara que estuve allí.


Asintió y se fundió en mí. A la pequeña Paula le gustaba que le hablara sucio.


Necesitaría recordar eso.


—Bien. Me gusta saber que puedes sentir donde he estado —dije, luego lancé mi mirada a Antonio. Quería asegurarme que me entendía.


—Pensé que esto pasaría —dijo Antonio, sonando enojado.


—¿Ya lo sabe Daniela? —preguntó Jose, y Thad, uno de los amigos cercanos de Antonio, pero Jose, le dio un codazo como para callarlo.


—Esto no es asunto de Daniela. O tuyo —respondí, fulminando con la mirada a Jose.


Necesitaba escuchar a Thad y callarse. Lidiaría con Daniela. Ellos no sabían una mierda.


—Vine aquí a jugar golf. Mejor no hablemos de esto aquí. Paula, ¿por qué no consigues las bebidas de todos y te diriges al siguiente hoyo? —dijo Antonio.


No me gustaba que le dé órdenes a diestro y siniestro. Lo hacía a propósito. El hijo de puta mejor se cuidaba. Su papi me tendría en la oficina malditamente rápido. El dinero Alfonso mantenía este lugar funcionando.


No haría esto en frente de Paula, porque la disgustaría, pero Antonio sería puesto en su lugar.


Paula dio un paso fuera de mis brazos y fue a conseguir las bebidas para todos.


Me entregó una Corona sin preguntarme lo que quería. Le entregó a Antonio su cerveza, y él deslizó un maldito billete de cien en sus manos. Podía ver la forma en que los
hombros se tensaron mientras lanzó la mirada hacía mí y rápidamente lo metió en el bolsillo. No me enojaría debido a que le pagaba bien. Él podía permitírselo, y ella lo merecía por trabajar para su lamentable culo. Desgraciado.


Me acerqué a ella y coloqué doscientos en el bolsillo, luego presioné un beso en sus labios. Reivindiqué mi derecho, y mejor que todos entendieran eso. Le guiñé un ojo y se dirigió al carrito. No miraría a Antonio hasta que Paula se marchara, porque una sonrisa complacida de él, y rompería su maldita nariz.


Cuando miré atrás, vi a Paula conduciendo lejos. Saqué mi teléfono y le envié un texto.


Lamento lo de Antonio.


Fue un imbécil, y me preocupaba que la disgustara. Era su jefe. Ella necesitaba saber que él no haría eso de nuevo.


Estoy bien, Antonio es mi jefe. No es la gran cosa.


¿Estaba acostumbrada a él actuando así? Sí, él y yo tendríamos una charla. Ahora.


—Entonces, ¿tú y Paula, eh? No vi venir eso —dijo Jose, sonriendo como un idiota.


Antonio dejó salir una risa amargada.


Caminé hasta pararme frente a él. —¿Quieres decirme algo, Antonio? Porque si quieres, adelante y dilo ahora, ya que estoy seguro como la mierda, que tengo algo que decirte.


La ira en los ojos de Antonio no me sorprendió. No le gustaba que le recordaran que no podía intimidarme. 


Sacudió la cabeza y miró hacia el carrito de Paula, que
desapareció en la colina. —Es muy buena para que folles con ella. Pensé que existía alguna oportunidad de que tendrías el suficiente corazón para no tocarla. Merece
muchísimo más de lo que obtendrá de ti. Si apenas me hubiera dado una oportunidad, le habría mostrado cómo merecía ser tratada. Pero tú —señaló a mi pecho—, tú, Alfonso, no tienes más que chasquear tu dedo de hijo de estrella de rock y vienen corriendo a ti.Y te deshaces de ellas sin un pensamiento. Paula no es lo suficientemente experimentada para manejar eso. No es tan fuerte, maldita seas. —Lucía como si quisiera estampar el puño en mi cara.


El único motivo por el que le permití pararse allí y gritarme, era que él no entendía. Pensó que la usaba. Él tenía intención de protegerla. No llegaría a hacerlo, porque no le dejaría acercarse a ella, pero aprecié el hecho de que viera lo que hice.


Paula era preciosa. Lo empujé lo suficiente para apartarlo de mi rostro. —¿En verdad piensas que la habría tocado si no hubiera sabido todo eso? ¿Piensas que habría puesto en peligro a mi hermana por cualquiera? No. Paula no es solo otra chica más. Es todo para mí. Ella. Es.Todo.


Pronunciar las palabras en voz alta, no solo sorprendió a todos alrededor de mí, sino que también, me dejó estupefacto. Ella era todo.


Nunca querría a alguien más.


Jamás.


Sólo Paula.


—Hijo de puta —susurró Jose desde atrás—Pedro Alfonso no acaba de decir lo que creo que dijo.


La mirada furiosa de Antonio lentamente se disipó. Mientras mis palabras traspasaban su grueso cráneo, vi la incredulidad y luego la aceptación cruzar su cara. — Mierda —dijo finalmente.


Retrocedí y me encogí de hombros. —Tú mismo lo dijiste. Excepto que te equivocaste en una cosa. Ella no es especial. Es malditamente perfecta. —Giré, luego me
detuve y miré atrás, hacia él, enfáticamente—. Y es mía —dije, lo suficiente fuerte para que todos me oyeran. Balanceando la mirada a modo de advertencia entre los otros dos, quienes me observaban como si me hubiera vuelto loco, repetí—: Mía. Paula es mía.


—Bueno, mieeerda —dijo Thad al fin—. Supongo que debería prestarle más atención a la chica nueva. Tiene al jugador más grande que conozco hecho un lío. Maldi-
ción, estoy impresionado.


Esta vez, Jose empujó a Thad. —Cállate —siseó.


—Vamos a jugar un poco de golf —dije, tomando mi palo de golf y yendo a colocar la bola en el soporte.




***


Tuve un almuerzo tardío con Fede, luego fui a casa a ducharme y decidir qué hacer con Paula esta noche. 

Aunque el sexo se encontraba condenadamente alto en mi
lista de prioridades, sabía que necesitaba tomarlo con calma. También quería charlar.


Existía tanto que no sabía de ella. Quería saber todo; sentarme y escucharla hablarme.


Contarme cosas.


Llevarla a algún sitio era una opción, pero era codicioso. Aún no quería compartirla. Deseaba toda su atención. No quería saber lo que otros llegaban a ver en ella. Sólo anhelaba que estuviéramos aquí en esta casa, a solas. Juntos.


Luego, por supuesto, pretendía besar todo su cuerpo y saborear la dulzura entre las piernas de nuevo. Pero primero, aspiraba a platicar. No deseaba que esto fuera algo
únicamente sexual. Por primera vez en mi vida, quería dejar entrar a alguien. No quería mantener a Paula afuera. Tenía que amarme. Para que yo sobreviviera a esto, tendría que amarme. Cómo demonios conseguiría que se enamore de mí, no sabía. Llegar a conocerla ayudaría. Comer su coño no era el camino al corazón. Tenía que recordarme que mi adicción a saborearla no podía hacerse cargo. ¿La amaba? 


Nunca estuve enamorado. Aparte de mi papá, Daniela y Federico, no podía decir que alguna vez amé a alguien más.


¿La elegiría por encima de uno de ellos?


Sí.


¿Moriría para protegerla?


Demonios, sí.


¿Podría vivir si me abandonaba?


No. Quedaría hecho añicos.


¿Esto era amor? Parecía muchísimo más fuerte que algo tan simple como el amor.


Un golpe en la puerta del dormitorio penetró en mis pensamientos. Mierda. No era Fede. Sino Daniela. Con quien no deseaba lidiar justo ahora. Tomé mi tiempo yendo a la puerta. El golpe se volvió más fuerte.


Abriendo la puerta de un tirón, fui recibido por la cara manchada con lágrimas de mi hermana. No se le permitía entrar a mi habitación. En realidad, no se lo comenté, pero era sabido. Di un paso en el pasillo y cerré la puerta detrás de mí.


Daniela señalaba al cuarto en el que Paula dormía… o, mas bien, en donde mantenía sus cosas. Estaría durmiendo conmigo a partir de ahora.


—¡Así que es cierto! Está allí. ¿La dejaste mudarse arriba? ¿También la estás follando? ¿De eso se trata? No es tan atractiva, Pedro. No es como si no pudieras tener a cualquiera que quieras. Es solo otra cara bonita. ¿Por qué no puedes no follarla? ¿No tienes control sobre tu maldita polla? ¡No puede ser tan buena en la cama!


—¡Détente! —rugí antes de que dijera algo más. Daniela me presionaba. Odiaba que estuviera llorando, pero con Daniela, nunca sabías si eran lágrimas reales o no. De hecho, no la vi llorar, así que no podía estar seguro. Pero no quería que se disgustara. Sólo ansiaba que me permitiera ser feliz. Por una vez en mi maldita vida, que me dejara tomar una decisión por mí mismo. No por ella.


—¡No me grites! —Lágrimas reales llenaron sus ojos y comenzó a llorar de nuevo. De acuerdo, tal vez de verdad se sentía disgustada. No le gritaba a menudo.
Normalmente no me hacía enojar tanto— Desde…—sorbió por la nariz—, desde que llegó aquí, has estado gritandome. Todo el tiempo. No puedo… —Dejó salir otro sollozo—. No puedo soportar esto. Me estás dando la espalda. Por ella.


Esto no era culpa de Paula. ¿Por qué Daniela no podía verlo? Era como hablar en círculos. La alcancé y estreché en mis brazos. La niñita que cuidé mi vida entera me
miraba con ojos hinchados. Era todo lo que ella tenía. —Lamento gritarte —le dije, y sollozó más duro contra mi pecho.


—Simplemente… simplemente… no entiendo —dijo.


Decirle a Daniela que me enamoré de Paula no era la solución. Para empezar, aún no le decía a Paula que la amaba, y tenía que decirle primero. Segundo,Daniela se volvería loca si le dijera eso. Podía ir de un desastre deplorable y sollozante a un tornado salvaje y demente en un segundo. Presencié eso más de una vez. —No es sobre el sexo. He intentado decirte que Paula no tiene la culpa. 
También he intentado explicarte cómo ha sido tratada injustamente aquí. No eres la única víctima. No deberías odiar a alguien que ha sufrido lo mismo que tú. No entiendo por qué no puedes ver eso, Dani. Te amo. Siempre te amaré. Sabes eso. Pero no puedo elegirte por encima de ella. No esta vez.
Esta vez, estás pidiendo demasiado. No renunciaré a ella.


Daniela quedó inmóvil en mis brazos. Tenía la esperanza de que me escuchara, de que la hiciera entender, pero conocía a mi hermana. Eso sería malditamente fácil.


Tomaría algo mucho más grande para que renunciara al rencor que mantuvo por la mayor parte de su vida. —¿Por qué no puedes darle dinero y echarla? —preguntó Daniela
en voz baja mientras se alejaba de mi abrazo y cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva.


—Porque no puedo dejarla ir. Ella… me hace feliz, Dani —le admití eso.


Los ojos de Daniela destellaron con ira, que sabía que encendería si creyera, por un minuto, que sentía más por Paula de lo que sentía por ella. Tan jodido como era eso, Daniela esperó ser mi número uno durante la vida entera. Nunca consideró qué sucedería si me enamoraba un día. Le desesperaba tanto ser la prioridad de alguien que decidió forzarlo en mí. —¿Debido a que es una buena follada? —dijo con acritud.


Cerré los ojos con fuerza y tomé una profunda respiración. Mantener la calma era importante. Perderla con Daniela de nuevo no ayudaría en nada. Cuando abrí los ojos, dirigí la mirada a mi hermana. —Daniela. No hagas eso otra vez. Paula no es solo una follada para mí. Consigue meterte eso en la cabeza. No está controlándome con sexo. Es más que eso.


Daniela se tensó y giró la cabeza para fulminar con la mirada la puerta abierta del cuarto de Paula —Ni siquiera la conoces. La acabas de conocer. Y aun así, quieres elegirla por encima de mí —espetó.


—La conozco. Hemos estado compartiendo una casa desde hace semanas. He sido incapaz de apartar los ojos de ella. La he observado. Hemos conversado. La conozco. Ella es… Dios, Daniela, ella es lo que me hace feliz. ¿No puedes aceptar eso? ¡Deja ir esta cosa con ella!


Danielano me miró o respondió. La lucha acabó por ahora, pero sabía que no gané.


No superaría esto fácilmente.


Nos quedamos en silencio por unos cuantos minutos, y esperé para que dijera algo. Lo que fuera que decidió, necesitaba ser tratado con mucho cuidado. Daniela poseía
el poder de arruinar las cosas para mí. Podría decirle de todo a Paula, y perdería. No podía perder a Paula.


—Quiero tener amigos aquí esta noche —dijo, osciló la mirada de regreso a mí.


Bien. Me obligaba a otra de sus fiestas. Típico de Daniela. 


Necesitaba saber que todavía cedería ante ella en algún nivel. —Bueno —respondí sin discutir. Llevaría a Paula a mi habitación, para estar lejos de la multitud y el ruido. 


Daniela asintió, luego dio media vuelta y se alejó. Eso era todo. Por ahora.