sábado, 30 de noviembre de 2013

CAPITULO 16






Me senté en mi cama escuchando las risas y la música en la casa. Había cambiado de opinión acerca de asistir a la fiesta todo el día. La última vez que había decidido ir me había puesto el único vestido bonito que aun poseía. Era un
vestido rojo que abrazaba mi pecho y caderas y luego colgaba en un corte baby doll a la mitad de mi muslo. Compré este vestido cuando Facundo me invitó al baile de
graduación. Luego, él fue nominado para rey y Carla Garcia fue nominada para reina. Ella había querido ir al baile con mi novio y él me había llamado preguntándome si estaba bien si él iba con ella en vez de conmigo. Todo el mundo
había dicho que ellos ganarían y pensaba que estaría bien si fueran juntos. Yo estuve de acuerdo y colgué de nuevo mi vestido en mi armario. Esa noche alquilé dos películas e hice brownies. Mamá y yo vimos comedias románticas y comimos brownies hasta que estuvimos llenas. Esa fue una de las últimas veces que recuerdo que ella no estaba tan enferma de la quimioterapia y podía realmente
comer dulce como brownies.
Esta noche, saqué el vestido de mi maleta. No era caro para los estándares de esta gente. En realidad, era bastante simple. El material rojo era gasa suave.
Eché un vistazo abajo a los tacones plateados de mi mamá que había conservado. Fueron los que ella usó el día de su boda. Siempre los había amado. Nunca los usó de nuevo, pero los mantuvo guardados en una caja envuelta.
Me arriesgué a la gran posibilidad de salir ahí y ser humillada. Yo no encajaba con ellos. Nunca encajé en mi escuela tampoco. Mi vida era solo un gran momento incómodo. Tenía que aprender a encajar. Dejar de ser la chica torpe que había sido excluida en la escuela secundaria porque tenía asuntos más
importantes.
De pie, me pasé las manos sobre mi vestido para alisar las arrugas de estar sentada pensando sobre si debía o no unirme a la fiesta. Podría caminar por ahí.
Quizás tomar una bebida y ver si alguien me hablaba. Si era un completo desastre, siempre podía volver corriendo aquí, ponerme mi pijama y acurrucarme en la cama. Esté era un buen paso para mí.
Abriendo la puerta de la despensa, me acerqué a la cocina muy agradecida de que no hubiera nadie ahí. Salir de la despensa sería un poco difícil de explicar.
Pude oír la voz de Federico riendo en voz alta y hablándole a alguien en la sala de estar. Él podría hablarme. Me sentiría cómoda con Federico.
Tomando una respiración profunda, caminé fuera de la cocina y tomé el pasillo hacia el vestíbulo. Rosas blancas y cintas plateadas estaban en todas parte.
Me recordaba a una boda en vez de una fiesta de cumpleaños. La puerta principal se abrió asustándome. Me detuve y observé unos familiares ojos ahumados
encontrándose con los míos. Mi rostro se sintió caliente cuando los ojos de Antonio tomaron una larga y lenta apreciación de mí.
—Paula —dijo cuando sus ojos finalmente hicieron su camino de vuelta a mi rostro—. No creía que esto fuera posible ser más sexy. Estaba equivocado.
—Diablos, chica. Te arreglas bien. —El tipo con el cabello rubio rizado y ojos azules me sonrió. No podía recordar su nombre. ¿Me lo había dicho?
—Gracias —Me las arregle para hablar con voz ronca. Estaba siendo torpe de nuevo. Este era mi oportunidad de encajar. Tenía que esforzarme.
—No sabía que Pedro había comenzado de nuevo a jugar golf. ¿O estas aquí con alguien más? —Confundida, me tomó un momento entender el significado de la palabras de Antonio. Cuando comprendí que él pensaba que yo estaba aquí con alguien que conocí en el trabajo, sonreí. Ese no era el caso en absoluto.
—No estoy aquí con alguien. Pedro es umm… bien, la madre de Pedro está casada con mi padre. —Tenía que explicarlo.
La lenta sonrisa de Antonio se hizo más grande mientras caminaba hacia mí.
—¿En serio? ¿Él está haciendo que su hermanastra trabaje en el club? —Chasqueó la lengua—. El chico no tiene modales. Si yo tuviera una hermana como tú la
mantendría encerrada… todo el tiempo —Hizo una pausa y estiró la mano para rozar su pulgar por mi mejilla—. Me quedaré contigo, por supuesto. No querrás estar sola.
Él estaba definitivamente coqueteando. Fuertemente. Me sentía fuera de mi liga con esto. Él tenía demasiada experiencia. Necesitaba un poco de espacio.
—Esas piernas tuyas deberían venir con una advertencia. Imposible no tocar
—Su voz bajo un grado y miré por encima de su hombro para ver que el rubio nos había dejado.
—¿Estas… eres amigo de Pedro o, uh, Daniela? —Pregunté
recordando el nombre que Federico usó para presentarnos la primera noche.
Antonio se encogió los hombros- —Dani y yo tenemos una amistad complicada. Pedro y yo no conocemos de toda la vida. —Antonio deslizó una mano detrás de mi espalda—. Sin embargo, apuesto todo lo que tengo a que Dani no es
una fan tuya.
No estaba segura. Nosotras no habíamos tenido algún contacto desde esa primera noche. —En realidad, no nos conocemos.
Antonio frunció el ceño. —¿En serio? Eso es raro.
—¡Antonio! Estas aquí —gritó una mujer mientras entraba en la habitación.
Él volvió su cabeza para ver a una pelirroja con largos rizos gruesos y un cuerpo lleno de curvas apenas cubierto con raso negro. Esta sería mi distracción. Comencé a caminar lejos y volver a la cocina. Mi momento de valentía se había ido.
Antonio cerró la mano sobre mi cadera, sosteniéndome firmemente en el lugar. —Lorena —Fue todo lo que dijo Antonio en respuesta. Sus grandes ojos
marrones pasaron de él a mí. Observe impotente como ella tomó su mano
establecida en mi cadera. Esto no era lo que yo quería. Tenía que encajar.
—¿Quién es ella? —replicó la chica, sus ojos estaban ahora analizándome.
—Se trata de Paula. La nueva hermana de Pedro —respondió Antonio en un tono aburrido.
Los ojos de la muchacha se entrecerraron y luego se echó a reír. —No, no lo es. Usa un vestido de mala calidad y zapatos incluso más baratos. Esta chica, quien
dice ser, está mintiéndote. Pero siempre has sido débil cuando se trata de una cara bonita, ¿no es así, Antonio?
En serio, debí haberme quedado en mi habitación.
CAPITULO 15




Abriendo mis ojos, parpadeé al brillante sol y cubrí mis ojos para ver a Pedro sentado a mi lado. Sus ojos estudiándome. Cualquier calor o el humor en su voz pude haberlo imaginado, porque él estaba molesto.
—Estás usando bloqueador solar, ¿o no?
Me las arreglé para asentir y luego sentarme.
—Bien. Odiaría ver que esa suave y cremosa piel se tornara rosa.
Él pensaba que mi piel era suave y cremosa. Sonó como un cumplido, pero no estaba segura de si dar las gracias fuera lo más apropiado.
—Yo, uh, me puse un poco antes de venir aquí.
Continuó mirándome. Luché con la urgencia de tomar mi camiseta y deslizarla sobre mi biquini. Yo no tenía el tipo de cuerpo de las chicas con las que él salía. No me gustaba sentirme como si me estuviera comparando.
—¿No te toca trabajar hoy? —preguntó.
Negué con mi cabeza. —Es mi día libre.
—¿Cómo va el trabajo?
Él estaba siendo amable, un poco. Al menos no me evitaba. Tan tonto como parecía, yo quería su atención. Había un magnetismo con él que no podía explicar.
Cuanto más mantenía la distancia, yo quería estar más cerca. Ladeó su cabeza y arqueó una ceja como si estuviera esperando que yo dijera algo.
Oh, esperen. Me había hecho una pregunta. Maldición, esos ojos plateados suyos. Era difícil concentrarse. —Um, ¿Qué? —Le pregunté, sintiendo mi rostro calentarse. Se rió. —¿Cómo te está yendo en el trabajo? —preguntó suavemente.
Tenía que dejar de ponerme en ridículo cerca de él. Enderecé mis hombros.
—Va bien. Me gusta.
Pedro sonrió con suficiencia y miró por encima del agua. —Apuesto a que sí.
Me detuve y pensé sobre ese comentario y luego pregunté—: ¿Qué se supones que significa eso?
Pedro dejó que su mirada siguiera la Vista abajo por mi cuerpo y luego subió.
Lamenté no ponerme de nuevo mi camiseta.
—Sabes cómo te ves, Paula. Por no mencionar tu maldita sonrisa dulce. Los golfistas te están dando buenas propinas.
Tenía razón sobre las propinas. También él me incomodaba con su mirada sobre mí. Yo quería que le gustará mirarme, pero también me aterrorizada cuando lo hacía. ¿Qué si lo hacía cambiar de opinión acerca de mantener su distancia?
¿Podía seguirle el ritmo?
Nos sentamos en silencio durante un rato mientras él mantenía su mirada fija al frente. Noté que pensando acerca de algo. Su mandíbula estaba apretada y había una línea arrugándose en su frente. Volví a pensar todo lo que yo había dicho. No podía pensar en algo que pudiera haberlo molestado.
—¿Cuánto hace que tu mamá murió? —preguntó, volviendo su mirada hacia mí.
No quería hablar acerca de mi mamá. No con él. Sin embargo, respondí ignorando que su pregunta era ruda. —Hace treinta y seis días.
Su mandíbula se apretó como si estuviera enojado por algo y su ceño se hizo más profundo. 
—¿Tu papá sabía que ella estaba enferma?
Otra pregunta que no quería responder. 
—Sí. Él sabía. Además, lo llamé el día en que ella murió. No me respondió. Le dejé un mensaje. —El hecho de que
nunca me devolvió la llamada me dolía mucho de admitir.
—¿Lo odias? —preguntó Pedro
Quería odiarlo. Solo había causado dolor en mi vida desde el día que mi hermana murió. Pero era difícil. Él era la única familia que tenía. —A veces —respondí.
Pedro asintió y extendió la mano y enganchó su dedo meñique con el mío.
No dijo nada, pero no tenía que hacerlo. Esa pequeña conexión decía demasiado.
Quizás yo no conocía a Pedro bien, pero él estaba metiéndose bajo mi piel.
—Habrá una fiesta esta noche. Es de Dani, el cumpleaños de mi hermana. Siempre le doy una fiesta. Puede que no sea tu lugar pero estas invitada a asistir si así lo quieres.
¿Su hermana? ¿Él tenía una hermana? Pensé que era hijo único. ¿No era Dani la chica que había sido tan grosera la noche que llegue?
—¿Tienes una hermana?
Pedro se encogió de hombros. —Sí.
¿Por qué Federico dijo que él era un hijo único? Esperé a que me lo explicara,pero no dio más detalles. Así que me decidí a preguntar.
—Federico dijo que eras hijo único.
Pedro se tensó. Luego sacudió su cabeza mientras su dedo dejaba el mío y se volvió para mirar el agua. —Federico no debería contarte mis asuntos. No importa que tan condenadamente mal quiera entrar en tus bragas —Pedro se puso de pie y no me miró, y se dirigió hacia la casa.
Algo sobre Pedro estaba fuera de mis límites. No tenía idea que era, pero estaba definitivamente fuera de estos. No debí haber sido tan entrometida. Me puse de pie y me dirigí hacia el agua. Estaba caliente y necesitaba algo que sacara
de mi mente a Pedro. Cada vez que dejaba que mi guardia bajara un poco cerca de él, me recordaba porque necesitaba mantenerme firme en mi lugar. El tipo era
extraño. Sexy, esplendido y delicioso pero extraño.

viernes, 29 de noviembre de 2013

CAPITULO 14










Esa noche cuando llegué a casa del trabajo, Pedro no estaba allí.
Abrí mis ojos y volví la mirada hacia el pequeño reloj despertador en la mesita de noche. Eran más de la nueve de la mañana. Había dormido bien.
Estirándome, extendí la mano y encendí la luz. Me había duchado anoche, así que estaba limpia. Había hecho más de mil dólares esta semana. Decidí que podía a comenzar a buscar apartamentos hoy. Si seguía así, la próxima semana podría ser capaz de conseguir un lugar propio.
Me pasé las manos a través de mi cabello y traté de domarlo antes de levantarme. Pensaba tumbarme en la playa por un rato esta mañana. No lo había hecho aún. Hoy podría disfrutar del océano y el sol por primera vez.
Saqué mi maleta de debajo de mi cama y busqué dentro por mi biquini blanco y rosado. Era el único que tenía. Para ser honesta, lo utilicé muy poco. El patrón de encaje blanco y el ribete rosado se veía bien con mi color de piel.
Colocándomelo, decidí que era más revelador de lo que recordaba. O mi cuerpo había cambiado desde la última vez que lo había usado. Saqué una camiseta sin mangas de mi maleta y la deslicé sobre el biquini y agarré el protector
solar. Lo había comprado después de mi primer día de trabajo. Era una obligación para mi trabajo.
Apagué la luz y me dirigí hacia la despensa y después entré a la cocina.
—Santo infierno. ¿Quién es esa? —preguntó un chico más joven, sorprendiéndome, cuando di un paso hacia la luz. Eché un vistazo al extraño sentado en el bar mirando boquiabierto a la nevera donde Federico estaba sonriendo.
—¿Sales de esa habitación vestida así cada mañana? —preguntó Federico.
No esperaba que alguien estuviera aquí. —Um, no. Normalmente estoy vestida para el trabajo —le contesté cuando un bajo silbido procedió del chico más joven en el bar. No podía tener más de dieciséis.
—Ignora al idiota controlado por las hormonas en el bar. Ese es Tomas.Su madre y Georgina son hermanas. Así que, de una jodida manera indirecta, es mi primo más pequeño. Vino aquí anoche después de huir por enésima maldita vez y
Pedro me llamó para venir por él y llevar su trasero loco a casa.
Pedro. ¿Por qué el sonido de su nombre hacía que mi corazón se acelerara?
Porque él era injustamente perfecto. Ese era el por qué. Sacudí mi cabeza para aclarar mis pensamientos de Pedro. —Es un placer conocerte, Tomas. Soy Paula. Pedro
se ha compadecido de mí hasta que pueda conseguir mi propio lugar.
—Oye, puedes venir a casa conmigo. No te haré dormir bajo las escaleras — Ofreció Tomas.
No pude evitar sonreír. Este tipo de coqueteo inocente si lo comprendía.
—Gracias, pero no creo que tu madre apréciese eso. Estoy bien bajo de las escaleras. La cama es cómoda y no tengo que dormir con mi pistola.
Federico soltó una risita y los ojos de Tomas se agrandaron. —¿Tienes un arma? —preguntó Tomas con una voz temerosa.
—Ahora sí que la has hecho. Será mejor que lo saqué de aquí antes de que se enamoré de ti —respondió Federico, tomando la taza que acababa de llenar de café.
Se dirigió a la puerta diciendo—: Vamos, Tomas, antes de que vaya a despertar Pedro y tengas que lidiar con su malgeniado trasero.
Tomas miró a Federico y luego a mí como si su corazón se hubiera roto. Era lindo.
—Ahora, Tomas—dijo Federico en un tono más demandante.
—Oye, Federico—Lo llamé antes que alcanzara la puerta.
Se volvió hacia mí. —¿Si?
—Gracias por la gasolina. Te lo pagaré tan pronto como llegue mi cheque.
Federico sacudió su cabeza. —No, no lo harás. Sería una ofensa. Pero de nada.
—Guiñó y luego le lanzó una mirada de advertencia a Tomas antes de dejar la cocina.
Dije adiós con la mano a Tomas. Me encargaría de cómo pagarle a Federico sin ofenderlo más tarde. Tenía que encontrar una manera. En este momento, tenía otro
plan. Hice mi camino hacia las puertas que conducían afuera. Era el momento de disfrutar mi primer día en la playa.


***


Me tumbé en la toalla que había tomado del cuarto de baño. Tendría que
lavarla esta noche. Era la única cosa que tenía para secarme y ahora estaba cubierta de arena. Pero lo valía.
La playa estaba tranquila. No estábamos cerca de otras casas, así que este tramo estaba vacío. Sintiéndome valiente, tiré de la camiseta sin mangas y la metí debajo de mi cabeza. Entonces, cerré los ojos y dejé que el sonido de las olas de mar rompiendo contra la orilla me arrullara hasta dormir.
—Por favor, dime que te aplicaste bloqueador solar —Una voz profunda me inundó y me acerqué hacia ella. La limpia fragancia masculina era deliciosa.
Necesitaba estar más cerca.
CAPITULO 13








Mantenerme alejada de Pedro no era exactamente fácil, ya a que vivíamos bajo el mismo techo. Incluso si él intentaba mantener la distancia, chocábamos entre sí. También evitó el contacto visual conmigo, pero eso solo me hacía sentirme más fascinada con él.
Dos días después de nuestra conversación en la playa, me acerqué a la cocina después de comer mi sándwich de mantequilla de maní y fui recibida por otra mujer medio desnuda. Su pelo era un desastre, pero incluso despeinada ella era atractiva. Odiaba las chicas como esas.
La chica se volvió para mirarme. Su expresión de sorpresa rápidamente cambió a molesta. Bateó sus pestañas y luego colocó una mano en su cadera. 
¿Acabas de salir de la despensa?
—Sí. ¿Acabas de salir de la cama de Pedro? —Le contesté. Salió de mi boca antes de que pudiera detenerme. Pedro ya me había informado que su vida sexual no era asunto mío. Necesitaba callarme.
La chica levantó ambas cejas perfectamente depiladas y luego una sonrisa divertida cruzó sus labios. 
—No. No es que no quisiera entrar en su cama si él me
dejara, pero no le cuentes a Federico eso. —Agitó una mano como si fuera a espantar una mosca—. No importa. Él probablemente ya lo sabe.
Estaba confundida. —Así qué, ¿acabas de salir de la cama de Federico? —Le pregunté, dándome cuenta nuevamente que no era asunto mío. Pero Federico no vivía aquí, así que tenía curiosidad.
La chica pasó la mano a través de sus desordenados rizos castaños y suspiró. —Sip. O al menos de su antigua cama.
—¿Su antigua cama? —Repetí.
El movimiento en la puerta del pasillo atrapó mi atención y mis ojos se encontraron con los de Pedro. Me observaba con una sonrisa de superioridad en sus labios. Estupendo. Me había escuchado entrometiéndome. Quería mirar hacia otro lado y fingir que no le había preguntado a la chica si ella había estado en su cama.
El conocido brillo en sus ojos me dijo que eso sería inútil.
—Por favor, no dejes que yo te detenga, Paula. Continúa interrogando a la invitada de Federico. Estoy seguro que a él no le importara —dijo lentamente Pedro.
Cruzó sus brazos sobre su pecho y se apoyó en el marco de la puerta como si estuviera poniéndose cómodo.
Agaché mi cabeza y caminé hacia la basura para limpiar las migas de pan de mis dedos mientras organizaba mis pensamientos. No quería continuar esta conversación mientras Pedro escuchaba. Me hacía parecer demasiado interesada en él. Algo que él no quería.
—Buenos días, Pedro, gracias por dejarnos dormir aquí anoche. Federico bebió demasiado como para manejar todo el camino de regreso a su lugar —dijo la chica.
Oh. Así que esa es la historia. Mierda. ¿Por qué permití que mi curiosidad se apoderara de mí?
—Federico sabe que tiene una habitación cuando él lo quiera —dijo Pedro. Pude verlo apartarse del marco de la puerta y caminar hacia la encimera por el rabillo de mi ojo. Su atención estaba en mí. ¿Por qué no dejaba pasar esto? Podría dejarlo silenciosamente.
—Bien, uh, creo que voy a ir a buscarlo, entonces —La voz de la chica sonó insegura. Pedro no respondió y yo no miré atrás a ninguno de ellos dos. La chica tomó eso como la señal para marcharse y yo esperé hasta que escuché sus pasos en las escaleras antes de mirar por encima a Pedro.
—La curiosidad mato al gato, dulce Paula —susurró Pedro mientras caminaba más cerca de mí—. ¿Creías que había tenido otra pijamada? ¿Tratabas de descubrir si estuvo en mi cama toda la noche?
Tragué saliva pero no dije nada.
—¿Con quién me acueste no es tu asunto? ¿No hemos pasado por esto antes?
Me las arreglé para asentir. Si tan solo me dejara ir, yo nunca hablaría con otra chica que estuviera en su casa.
Pedro estiró el brazo y enrolló un mechón de mi cabello alrededor de su dedo. 
—No quieres saber de mí. Puedes pensar que lo quieres, pero no es así. Te lo aseguro.
Si no fuera tan malditamente hermoso y no estuviera delante de mis narices, entonces sería más fácil creerle. Pero cuanto más me apartada de él, más intrigaba me sentía.
—No eres lo que yo esperaba. Me gustaría que lo fueras. Sería mucho más fácil —dijo en voz baja, luego soltó mi cabello, se giró y se fue caminando. Cuando cruzó la puerta que conducía hacia el pórtico trasero, dejé escapar la respiración que había estado conteniendo.
¿Qué quiso decir? ¿Que había él esperado?

jueves, 28 de noviembre de 2013

CAPITULO 12






Una vez más, sin camiseta. Los pantalones que llevaba colgaban bajos en sus estrechas caderas y era hipnótica la forma en que su cuerpo se veía mientras corría hacia mí. No estaba segura de sí debí moverme o fue él quien lo hizo. Sus pies fueron disminuyendo la velocidad y luego se detuvo a mi lado. El sudor en su pecho brillaba a la suave luz. Por extraño que parezca, quería acercarme y tocarle.
Algo en un cuerpo como el suyo hacía que no pudiera ser desagradable. Era imposible.
—Has vuelto —dijo mientras tomaba unas pocas respiraciones profundas.
—Acabo de salir de trabajar —respondí, intentando con fuerza mantener mis ojos apartados de su pecho.
—¿Así que conseguiste un trabajo?
—Sí. Ayer.
—¿Dónde?
No estaba segura sobre cómo me sentía diciéndole demasiado. No era un amigo. Y era obvio que nunca le consideraría familia. Nuestros padres podrían estar casados, pero no parecía que él quisiera tener nada que ver con mi padre o conmigo.
—En el Kerrington Country Club —respondí.
Las cejas de Pedro se alzaron y se acercó un paso a mí. Deslizó una mano bajo mi barbilla y alzó mi rostro.
—Estás usando rímel —dijo, estudiándome.
—Sí. —Solté mi barbilla de su agarre. Él podía permitirme dormir en su casa, pero no me gustaba que me tocara. O quizás me gustaba que me tocara y ese era el problema. No quería que me gustara que me tocara.
—Te hace parecer más de tu edad. —Dio un paso hacia atrás e hizo una lenta evaluación de mi ropa.
—Eres la chica del carrito del club de golf —dijo simplemente alzando la vista para volver a mirarme.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
Agitó una mano hacia mí. 
—El atuendo. Pequeños pantalones blancos estrechos y un polo. Es el uniforme.
Estaba agradecida por la oscuridad. Estaba segura de que estaba ruborizada.
—Estás consiguiendo un jodido éxito financiero, ¿verdad? —preguntó con un tono divertido.
Conseguí más de quinientos dólares en propinas en dos días. Tal vez eso no fuera éxito financiero para él, pero lo era para mí.
Me encogí de hombros. —Estarás aliviado de saber que estaré fuera de aquí en menos de un mes.
No me respondió en seguida. Probablemente debería dejarle y conseguir mí ducha. Empecé a decir algo cuando él dio un paso para acercarse a mí.
—Probablemente debería estarlo. Aliviado, quiero decir. Jodidamente aliviado. Pero no lo estoy. No estoy aliviado, Paula. —Hizo una pausa y se inclinó hacia abajo para susurrar en mi oído—: ¿Por qué es eso?
Quería alcanzarle y agarrar sus brazos para evitar acurrucarme en el suelo en un momento de sentimentalismo. Pero me contuve.
—Mantén tu distancia conmigo, Paula. No quieres acercarte demasiado. Anoche… —Tragó ruidosamente—. La noche pasada está obsesionándome. Sabiendo que estabas viéndome. Me vuelve loco. Así que mantente alejada. Estoy
haciendo mi mejor esfuerzo para mantenerme alejado de ti. —Se giró y volvió corriendo a la casa mientras yo me quedaba allí de pie intentando no fundirme en un charco en la arena.
¿Qué había querido decir con eso? ¿Cómo supo que les había visto? Cuando vi la puerta de la casa cerrarse detrás de él caminé de vuelta y conseguí mi ducha.
Sus palabras iban a mantenerme despierta la mayor parte de la noche.

CAPITULO 11






Cuando salí hacia mi camioneta esa noche me sentía aliviada de no ver ninguna señal de Antonio. Debería haber sabido que él solamente bromeaba. Había hecho un par de cientos de dólares en propinas hoy y decidí que permitirme tomar una comida real estaba bien. Me detuve junto a la ventanilla de pedidos de un McDonalds y pedí una hamburguesa con queso y papas fritas. Las comí felizmente
en el camino de vuelta a casa de Pedro. No había coches aparcados fuera esta noche.
No volvería a pillarle teniendo sexo esta noche. Por otra parte, podría haber traído a alguien aquí en su coche. Caminé al interior y me detuve en el vestíbulo.
Ninguna televisión. Ningún sonido en absoluto, pero la puerta había estado desbloqueada. No había tenido que usar la llave escondida de la que me había hablado.
Había sudado demasiado hoy. Tenía que tomar una ducha antes de irme a la cama. Entré en la cocina y comprobé el pórtico delantero para asegurarme de que estaba libre de aventuras amorosas. Conseguir una ducha sería fácil.
Me metí en mi habitación y agarré los viejos bóxer de Facundo y un top con el que dormía por la noche. Facundo me los había dado cuando éramos jóvenes y tontos.
Él había querido que durmiera con algo que era suyo. Había estado durmiendo con ellos desde entonces. Aunque ahora eran mucho más estrechos de lo que eran entonces. Había desarrollado curvas desde la edad de quince años.
Tomé una profunda respiración del aire del océano y salí al exterior. Ésta era mi tercera noche aquí y todavía no había bajado hasta el agua. Llegaba a casa tan
cansada que no había tenido la energía suficiente para salir allí. Bajé los escalones y puse mi pijama en el baño antes de quitarme mis zapatillas de tenis.
La arena estaba aún caliente del calor del sol. Caminé en la oscuridad hasta que el agua de la orilla se precipitó a mi encuentro. El agua fría se estrelló contra mí y contuve la respiración, pero dejé que el agua salada cubriera mis pies.
La sonrisa de mi madre mientras me hablaba de la vez que jugó en el océano destelló en mi memoria y alcé la cabeza hacia el cielo y sonreí. Estaba finalmente aquí. Estaba aquí por ambas.
Un sonido desde la izquierda interrumpió mis pensamientos. Me giré para mirar hacia abajo, a la playa, justo cuando la luz de la luna se libraba de las nubes y
Pedro destacaba en la oscuridad. Corriendo.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

CAPITULO 10






El sol era excepcionalmente caliente. Elena no quería que me recogiera el pelo en una coleta. Parecía pensar que a los hombres les gustaba suelto. Desafortunadamente para mí, estaba locamente caluroso hoy.
Me aproximé al congelador por un cubito de hielo y lo froté por mi cuello hacia abajo, permitiendo que se deslizara hacia mi camiseta. Estaba casi en el decimoquinto hoyo por tercera vez hoy.
Esta mañana nadie había estado despierto cuando salí de mi habitación. Los platos vacíos se habían quedado sobre la barra. Lo había limpiado y tiré la comida de la cacerola que él había dejado fuera toda la noche. Me entristeció verla
desperdiciada. Había olido tan bien anoche cuando llegué a casa.
Luego tiré la botella vacía de vino y encontré las copas fuera sobre la mesa, junto al lugar en donde había visto a Pedro con la mujer desconocida.
Después de poner los platos sucios en el lavavajillas, había abierto y limpiado las encimeras y gabinetes.
Dudaba que Pedro se diera cuenta, pero me hacía sentir mejor sobre dormir allí gratis. Me detuve junto a un grupo de golfistas en el hoyo quince. Eran un montón de hombres más jóvenes. Les había visto cuando estaban en el tercer hoyo.
Compraron todas las bebidas y fueron realmente generosos con las propinas. Así que soporté su coqueteo. No era como si uno de ellos realmente le fuera a pedir una cita a la chica del carro del campo de golf. No era una idiota.
—Allí está ella —gritó uno de los tipos mientras me ponía junto a ellos y sonreía.
—Ah, mi chica favorita ha vuelto. Hace más calor que en el infierno, chica.
Necesito una cerveza. Quizás dos.
Aparqué el carro y salí para rodearlo hasta la parte trasera y tomar su pedido.
—¿Quieres otra Martin? —le pregunté orgullosa por recordar su último pedido.
—Sí, nena. —Me guiñó un ojo y cerró la distancia que había entre nosotros haciéndome sentir un poco incómoda.
—Oye, yo quiero algo también, Jose. Apártate de las mercancías —dijo otro tipo y yo mantuve una sonrisa en mi cara mientras le entregaba su cerveza y él me tendía un billete de veinte dólares—. Quédate con el cambio.
—Gracias —respondí metiendo el dinero en mi bolsillo. Miré a los otros tipos—. ¿Quién es el siguiente?
—Yo —dijo un tipo con rizado cabello rubio corto y hermosos ojos azules agitando un billete.
—Quieres una Corona, ¿verdad? —pregunté acercándome al congelador y sacando la bebida que había pedido la última vez.
—Creo que me he enamorado. Es preciosa y recuerda qué cerveza bebo.Luego abre la maldita cosa para mí. —Me di cuenta de que me estaba tomando el pelo mientras me ponía un billete en la mano y recogía la cerveza—. El cambio es tuyo, preciosa.
Descubrí que era de cincuenta mientras lo metía en mi bolsillo. A estos chicos realmente no les importaba ir tirando el dinero por ahí. Esa era una propina ridícula. Me sentí como si debiera decirles que no me dieran tanto, pero decidí no hacerlo. Probablemente daban propinas como estas todo el tiempo.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó uno y me volví para ver al tipo con el cabello oscuro y la tez olivácea esperando para darme su pedido y escuchar mi respuesta.
—Paula—respondí, acercándome al congelador por la lujosa cerveza que él había pedido. Abrí la tapa y se la tendí.
—¿Tienes novio, Paula? —preguntó, cogiendo la bebida de mi mano mientras frotaba un dedo a lo largo de un lateral de mi mano en una caricia.
—Umm, no —respondí, poco segura de sí lo mejor hubiera sido mentir en ésta situación.
El tipo dio un paso hacia mí y extendió su mano con el pago y la propina dentro de ella. —Soy Antonio—respondió.
—Esto, uh, encantada de conocerte, Antonio—tartamudeé en respuesta. La intensa mirada de sus ojos oscuros me estaba poniendo nerviosa. Podía ser peligroso y apestaba a colonia cara. Expertamente educado. Era una de esas
personas guapas y él lo sabía. ¿Qué hacía coqueteando conmigo?
—No es justo, Antonio. Retrocede, hermano. Vas por todas con esta. Sólo porque tu papá es el dueño no significa que tengas prioridad. —El rubio con rizos bromeó. Creo que estaba bromeando.
Antonio ignoró a su amigo y mantuvo su atención en mí. —¿A qué hora sales de trabajar?
Oh, no. Si entendí correctamente, entonces el padre de Antonio era mi jefe.
No necesitaba estar pasando tiempo con el hijo del propietario. Eso sería una cosa muy mala.
—Trabajo hasta el cierre —expliqué y entregué la última de las cuatro cervezas y tomé su dinero.
—¿Por qué no dejas que te recoja y te lleve por algo de comer? —dijo Antonio, de pie muy cerca de mí. Si me giraba él estaría a solo una respiración de distancia.
—Hace calor y ya estoy agotada. Todo lo que quiero hacer es darme una ducha y descansar.
Una cálida respiración cosquilleó contra mi oído y me estremecí mientras gotas de sudor rodaban por mi espalda.
—¿Estás asustada de mí? No lo estés. Soy inofensivo.
No me sentía segura de qué hacer con él. No era buena con la cosa del coqueteo y estaba bastante segura de que él era un experto en eso. Nadie había coqueteado conmigo en años. Una vez que rompí con Facundo, mis días habían sido
consumidos con la escuela y luego mi madre. No tenía tiempo para nada más. Los chicos no se tomaban la molestia conmigo.
—No me das miedo. Es solo que no estoy acostumbrada a éste tipo de cosas
—contesté educadamente. No sabía cómo responder apropiadamente.
—¿Qué tipo de cosas? —preguntó con curiosidad. Finalmente me volví para mirarle de frente.
—Chicos. Y coquetear. Al menos eso es lo que creo que está pasando. —
Soné como una idiota. La sonrisa que lentamente se fue extendiendo por el rostro de Antonio hizo que quisiera arrastrarme debajo del carro de golf y esconderme.
Estaba fuera de mi liga.
—Sí, esto es definitivamente coquetear. ¿Y cómo es que alguien tan jodida e increíblemente linda como tú no está acostumbrada a esta clase de cosas?
Me tensé ante sus palabras y sacudí la cabeza. Tenía que llegar al decimosexto hoyo. —Simplemente he estado ocupada los últimos años. Si, umm,
no necesitan nada debo irme. Los golfistas del hoyo dieciséis probablemente estén enfadados conmigo ahora.
Antonio asintió con la cabeza y se apartó un paso. —No he terminado contigo. Ni por asomo. Pero te dejaré volver al trabajo.
Me apresuré a volver al lado del conductor del carro y me subí. El del siguiente hoyo era un grupo de hombres cansados y enrojecidos. Nunca en mi vida había deseado ser mirada lujuriosamente por tipos viejos, pero al menos ellos no coqueteaban.


CAPITULO 9









Dos horas más tarde, me detuve en los dieciocho hoyos del campo de golf dos veces y vendí todas las bebidas. Los golfistas querían preguntarme si yo era nueva y comentar que mi servicio era excelente. Yo no era una idiota. Vi la forma en que los hombres mayores me miraban de reojo. Afortunadamente, todos parecían cuidadosos de no cruzar ninguna línea.
La señora que me había contratado finalmente me dijo su nombre cuando volví a llenar el carrito de provisiones. Ella era Elena. Estaba a cargo de la contratación del personal. También era un torbellino. Me dijo que yo debía regresar en cuatro horas o cuando se me acabaran las bebidas, lo que ocurriera primero. Me había quedado sin bebidas en dos horas.
Entré en la oficina y Elena sacó la cabeza de una de las habitaciones. —¿Has vuelto ya? —preguntó, caminando con las manos en las caderas.
—Sí, señora. Me quedé sin bebidas.Sus cejas se alzaron. —¿Todas? Asentí. —Sí. Todas.
Una sonrisa cruzó su rostro severo y soltó una carcajada. —Bueno, seré condenada. Yo sabía que les gustarías, pero esos hombres estarían dispuestos a comprar lo que sea que tengas sólo para que te quedes más tiempo.
No estaba segura de si ese fuera el caso. Hacía calor ahí fuera. Cada vez que me detenía en un hoyo, los golfistas parecían aliviados.
—Vamos, te mostraré dónde reponer. Tendrás que seguir sirviendo hasta que el sol se ponga. Luego regresa aquí y completaremos la documentación.
Era de noche cuando llegué a casa de Pedro. Había estado fuera todo el día.
Los coches adicionales en el camino de entrada se habían ido. El garaje para tres coches estaba cerrado y un convertible rojo se encontraba estacionado fuera de él.
Me aseguré de aparcar mi coche fuera del camino. Pedro podría haber traído a más amigos y no quería que mi camión fuera un problema. Estaba agotada. Sólo quería
ir a la cama.
Me detuve en la puerta y me pregunté si debía llamar o sólo entrar. Pedro había dicho que podía quedarme aquí por un mes. Seguramente eso significaba que no tenía que llamar cada vez que volvía.
Giré el pomo y entré. La entrada se encontraba vacía y sorprendentemente limpia. Alguien ya había limpiado el lío de aquí. El suelo de mármol aún se veía brillante. Oí la televisión viniendo desde la sala de estar grande. No había mucho
más ruidos. Me dirigí a la cocina. Tenía una cama esperando por mí. Realmente me gustaría una ducha, pero todavía no había hablado con Pedro acerca de la ducha que se suponía que yo debía utilizar y no quería molestarlo esta noche. Mañana sólo me escabulliría y utilizaría la misma que había utilizado esta mañana cuando me desperté.
El olor a ajo y queso invadió mi nariz cuando entré a la cocina. Mi estómago gruñó en respuesta. Tenía un paquete de galletas de mantequilla de maní en mi bolso y una botella pequeña leche que compré en una estación de servicio en mi camino a casa. Había hecho algo de dinero hoy en propinas, pero no podía desperdiciar mi dinero en comida. Necesitaba ahorrar todo lo que pudiera.
Había una olla tapada en el horno y una botella de vino abierta sobre el mostrador. Dos platos con los restos de una pasta tentadora también estaban en el mostrador. Pedro tenía compañía.
Un gemido vino desde fuera seguido por un ruido fuerte.
Me acerqué a la ventana, pero tan pronto como la luna golpeó el trasero desnudo de Pedro me quedé helada. Era un trasero desnudo muy lindo. Uno muy, muy lindo. Aunque yo no había visto el trasero desnudo de un hombre antes. Dejé que mis ojos viajaran hasta su espalda y los tatuajes que la cubrían me sorprendieron. No podía decir qué eran exactamente. La luz de la luna no era suficiente y él se estaba moviendo. Sus caderas se movían adelante y atrás y me di cuenta de las dos piernas largas que se presionaban a los costados. El ruidoso gemido llegó de nuevo cuando se movió más rápido. Me tapé la boca y di un paso atrás. Pedro estaba teniendo sexo. Afuera. En su pórtico. No podía apartar mi mirada. Sus manos agarraron las piernas a cada lado de él y empujó para abrirlas aún más. Un fuerte grito me hizo saltar. Dos manos rodearon su espalda y largas uñas se clavaron en los tatuajes que cubrían la piel bronceada.
No debería estar viendo esto. Sacudiendo la cabeza para despejarme, me di vuelta y corrí hacia la despensa y me escondí en mi habitación. No podía pensar en Pedro de esa manera. Él era lo suficientemente sexy. Verlo tener sexo hizo que mi corazón hiciera cosas graciosas. No era como si yo quisiera ser una de esas chicas con las que tenía sexo y luego las dejaba. Ver su cuerpo de esa manera y oír cómo
la hacía sentir a esa chica me puso un poco celosa. Yo nunca había sabido eso.
Tenía diecinueve años y todavía era una virgen triste. Facundo me había dicho que me amaba, pero cuando más lo necesité, él quiso una novia con la que podría
escaparse y tener sexo sin tener que preocuparse de su madre enferma. Él quería una adolescencia normal. Yo impedía eso, así que lo dejé ir.
Cuando me marché ayer por la mañana para venir aquí me había rogado que me quedara. Había afirmado que me amaba. Que nunca me había superado.
Que todas las chicas con las que alguna vez había estado eran sólo una pobre sustituta. No podía creer todo eso. Había llorado por dormir sola y asustada demasiadas noches. Necesité a alguien que me abrazara. Él no había estado allí entonces. Él no entendía el amor.
Cerré la puerta de mi dormitorio y me desplomé sobre la cama. Ni siquiera tiré de las sábanas. Necesitaba dormir. Tenía que estar en el trabajo a las nueve de la mañana. Sonreí para mí misma porque me sentía agradecida. Tenía una cama y un trabajo.