sábado, 7 de diciembre de 2013

CAPITULO 30

CAPITULO 30 










—No podía encontrarte. ¿Por qué estás aquí afuera? Aquí no es seguro.
Ya había tenido suficiente con su rol de hermano mayor. Podía cuidarme yo misma. Él tenía que retroceder. 
—Estoy bien. Vuelve adentro y continúa con tu sesión de besos en nuestra mesa. —La amargura en mi voz era evidente. No podía evitarlo.
—¿Por qué estás aquí afuera? —Repitió, lentamente dio otro paso hacia mí.
—Porque quiero —respondí con la misma lentitud, mirándolo.
—La fiesta es adentro. ¿No era eso lo que querías? ¿Ir a un bar con hombres y bebidas? Te lo estás perdiendo aquí afuera.
—Aléjate, Pedro.
Pedro dio un paso más hacia mí, dejando sólo unos centímetros entre nosotros. —No. Quiero saber que pasó.
Algo dentro de mí se rompió y puse ambas manos en su pecho y lo empujé tan fuerte como pude. Apenas se tambaleó hacia atrás. —¿Quieres saber qué pasó?
TÚ pasaste, Pedro. Eso es lo que pasó. —Me apresuré a su lado y caminé hacia el oscuro estacionamiento.
Una fuerte mano se envolvió alrededor de mi brazo deteniéndome y tiré con fuerza tratando de liberarme, pero no sirvió de nada. Pedro tenía un firme agarre
de mí y no iba a dejarme ir.
—¿Qué significa eso, Paula? —preguntó, tirándome contra su pecho.
Me retorcí contra él, luchando con el impulso de gritar. Odiaba la forma en que su olor hacía que mi corazón se acelerará y mi cuerpo latiera a toda prisa.
Necesitaba que se mantuviera a distancia. No que me frotara su delicioso y cálido cuerpo por todas partes.
—Déjame. Ir. —Espeté.
—No hasta que me digas cuál es tu problema —respondió enojado.
Me retorcí en sus brazos pero no se movió ni un centímetro. Esto era ridículo. No quería escuchar lo que tenía que decirle. Esa comprensión me hizo querer decírselo. Sabiendo que lo que le iba a decirle lo molestaría. Estropeando toda su idea de ser amigos.
—No me gusta verte tocar a otras mujeres. Odio cuando otros hombres agarran mi culo. Quiero que seas tú quien me toca allí. Quien desea tocarme ahí. Pero no lo haces y tengo que lidiar con eso. Ahora, ¡déjame ir! —Me liberé y corrí hasta su Range Rover. Me podría esconder allí hasta que estuviera listo para llevarme a casa.
Las lágrimas picaban mis ojos y corrí con más fuerza. Cuando llegué a su vehículo, caminé a un lado y me apoyé contra él cerrando mis ojos. Acababa de decirle a Pedro que quería que tocara el culo. ¿Qué tan estúpida podría ser? Me
había dado mi propia habitación. Ofreció dejarme quedar allí hasta que mi papá llegara a casa, así podría ahorrar dinero, y acabo de darle muchas razones para echarme.
El seguro del Range Rover hizo clic y abrí mis ojos para ver a Pedro dirigiéndose a mí. Iba a llevarme a casa y echarme. Se detuvo a mi lado y abrió de golpe la puerta de atrás. Me decía que subiera al auto. Qué humillante.
—Entra o te meteré —gruñó.
Subí en el asiento de atrás antes de que pudiera tirarme dentro. Pero no cerró la puerta tras de mí. En vez de eso, se subió detrás de mí.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunté, justo antes de que me presionara contra el asiento y cubriera mi boca con la suya. Me abrí a él con una probada de su lengua. El golpe del metal en mi boca era excitante. Esta noche su sabor a menta, no estaba mezclado con algo más. Podría saborearlo por horas y nunca aburrirme.
Sus manos encontraron mis caderas y me movió hasta que una pierna estuvo arriba, sobre el asiento con mi rodilla doblada, y mi otra pierna aún seguía en el suelo. Me extendió abierta y luego se coloco entre mí. Su boca dejó la mía y dejó un rastro de besos hambrientos por mi cuello. Dio un pequeño mordisco en mi hombro desnudo causando que una oleada de excitación me atravesara.
Sus manos encontraron el dobladillo de mi blusa.  Quítatela —dijo.mientras la levantaba sobre mi cabeza y luego la tiró en el asiento delantero sin apartar sus ojos de mi pecho—. Quiero que te quites todo, dulce Pau. —Llegó a mi espalda con una mano y desabrochó mi sujetador en menos de un segundo. Lo bajó por mis brazos antes de lanzarlo en el asiento delantero con mi blusa.
—Esto es por lo que traté de mantenerme alejado. Esto, Paula. No voy a ser capaz de detenerlo. No ahora. —Bajó la cabeza y tiró de un pezón con su boca. Lo chupó con fuerza y una explosión estalló entre mis piernas. Grité, agarrando sus hombros y sosteniéndome.
Vi cómo sacó la lengua y pasó la barra de metal sobre mi piel. Era la cosa más erótica que jamás había visto. —Sabes a caramelo. Las chicas no deberían saber tan dulce. Es peligroso —susurró contra mi piel y rozó su nariz sobre mi
escote mientras inhalaba con fuerza—. Y hueles increíble.
Sus labios de nuevo estaban en los míos mientras una de sus grandes manos cubría mi pecho, frotándolo suavemente y luego tirando de mi pezón. Yo quería sentir más. Pasé mis manos por su pecho y las deslicé por debajo de su camisa.
Había visto su pecho lo suficiente como para saber exactamente cómo lucía. Ahora quería saber cómo se sentía debajo de mis manos. La cálida piel que cubría sus
fuertes músculos era suave. Pasé mis dedos sobre cada ondulación en su estómago y memoricé la sensación. No tenía promesa de que esto sería más que un evento de
una sola vez y lo quería todo.
Pedro se sacó la camisa, tirándola a un lado luego volvió a devorar mis labios con los suyos. Me arqueé más cerca de él. Nunca había estado sin camisa con un chico. Quería sentir su pecho desnudo contra el mío. Parecía saber lo que quería y me envolvió con fuerza entre sus brazos y tirándome contra él. La humedad de su boca había dejado mi pecho frío, pero el calor de su piel era impactante.
Grité y lo acerqué más, con miedo de que se alejara de mí. Tenía lo que había querido desde que lo había visto afuera en el pórtico con aquella chica. Era yo entre cuyas piernas estaba ahora. Esta era mi fantasía.
—Dulce Pau —susurró, tirando de mi labio inferior con su boca y chupándolo.
Me moví debajo de él en un intento de tener su dureza presionada entre mis piernas. Estaba palpitando y quería sentir su erección contra mí. Pedro deslizó su mano hacia abajo para acariciar mi rodilla y luego la subió hacia el interior de mi muslo. Dejé que mi pierna se abriera aún más, necesitando que se acercara más. El dolor crecía y la idea de su mano estando cerca de mi dolorosa necesidad me
mareaba.
En el momento que su dedo recorrió la entrepierna de mis bragas de seda me sacudí y dejé escapar un gemido. —Tranquila. Sólo quiero ver si aquí abajo es tan jodidamente dulce como el resto de ti —dijo Pedro con voz ronca. Traté de asentir pero no podía hacer nada más que recordar respirar. Miré fijamente a los ojos plateados de Pedro mientras adquirían un brillo ahumado. No apartó la
mirada de mí mientras su dedo se deslizaba dentro de los bordes de encaje de mis bragas.
—Pedro —suspiré, apretando sus hombros y sosteniendo su mirada.
—Shhh, está bien —respondió. No estaba asustada. Él intentaba calmar mi temor, pero no había ninguno. La excitación y la necesidad eran demasiado.
Necesitaba que se diera prisa. Algo crecía dentro de mí y necesitaba alcanzarlo. El dolor punzante estaba creciendo.
Pedro enterró su cabeza en mi cuello y dejó escapar un profundo y largo suspiro. 
—Esto es jodidamente difícil —gimió. Comencé a abrir mi boca y rogarle que no se detuviera. Lo necesitaba. Necesitaba esa liberación que sabía que venía.
Su dedo se deslizo sobre mi humedad y los dedos de mis pies se enroscaron mientras mi cuerpo se doblaba sin control. Luego su dedo se deslizó dentro.
Lentamente. Me quedé inmóvil, temerosa de cómo se sentiría esto. El grosor de su dedo me alivió un poco más y quise tomar su mano y empujarla con fuerza. Esto era bueno. Demasiado bueno.
—Mierda. Madre del maldito infierno. Húmeda, caliente… tan jodidamente caliente. Y Jesús, estás tan apretada. —La respiración de Pedro se había vuelto más pesada contra mi cuello mientras me decía cosas que sólo me excitaban más. Entre más picantes eran sus palabras más respondía mi cuerpo.
—Pedro. Por favor —supliqué, luchando con la urgencia de tomar su mano y forzarlo a darme el alivio que palpitaba debajo de su toque—. Necesito… —No sabía lo que necesitaba. Sólo lo necesitaba.
Pedro levantó su cabeza y pasó su nariz por mi cuello, luego presionó un beso en mi barbilla. —Sé lo que necesitas. Es sólo que no estoy seguro de que
pueda manejar el verte teniéndolo. Me tienes excitado de muchas maneras, chica.
Estoy tratando de ser un buen chico. No puedo perder el control en la parte trasera de un maldito auto.
Negué con la cabeza. No podía parar. No quería que fuera bueno. Lo quería dentro de mí. Ahora. —Por favor, no seas bueno. Por favor —supliqué.
Pedro dejó escapar un fuerte suspiro. —Mierda, nena. Basta. Voy a explotar.
Te daré tu liberación, pero cuando finalmente me entierre dentro de ti por primera vez no vas a estar tendida en la parte trasera de mi auto. Estarás en mi cama.
Su mano se movió antes de que pudiera responder y mis ojos rodaron hacia atrás de mi cabeza. —Eso es. Córrete para mí, dulce Pau. Córrete en mi mano y déjame sentirlo. Quiero verte. 
—Sus palabras me enviaron en espiral hacia el borde
del risco que había estado tratando tan difícilmente de alcanzar.
—¡PEEEDROOOOOOO! —Escuché el grito que salió de mí mientras iba cayendo en completa dicha. Sabía que estaba gritando por él, gritando su nombre y tal vez arañándolo, pero ya no podía controlarme. El éxtasis era demasiado.
—Ahhhh, sí. Eso es. Mierda, sí. Eres tan hermosa. —Escuché las palabras de Pedro, pero se sentían tan lejos. Me sentía sin fuerzas y jadeaba en busca de aire cuando mis sentidos volvieron a mí.
Forcé mis párpados a abrirse, así podría ver si había herido a Pedro con mi salvaje reacción a lo que sabía que era mi primer orgasmo. Había escuchado lo suficiente sobre ellos, pero nunca había sido capaz de provocarme uno. Claro que
lo había intentado varias veces, pero no tenía la imaginación para hacerlo. Después de esta noche, tenía la sensación de que ese asunto no sería más un problema. Pedro me había dado suficiente material para trabajar y él aún tenía sus vaqueros puestos. Miré a Pedro, quien me miraba fijamente con su dedo en su boca. Me tomó un momento registrar exactamente que dedo era ese. El jadeo de sorpresa después de mi compresión sólo hizo reír a Pedro mientras se lo sacaba de la boca y sonreía.
—Tenía razón. Eres tan dulce en ese pequeño y caliente coño tuyo como lo eres en todas partes.
Si no estuviera tan cansada me habría sonrojado. Todo lo que pude hacer fue volver a cerrar mis ojos con fuerza. Pedro se rió más fuerte. —Oh, vamos, dulce Pau. Acabas de correrte toda salvaje y sexy sobre mi mano e incluso dejaste unas marcas de arañazos en mi espalda para probarlo. No te pongas tímida conmigo ahora. Porque, nena, antes de que termine la noche estarás desnuda en mi cama.
Lo miré fijamente, esperando haberlo oído correctamente. Yo quería más de esto. Mucho más.
—Déjame vestirte y luego iré a buscar a Isa para ver si necesita un aventón o si encontró a un vaquero que la lleve a casa.
Me estiré y luego logré asentir. —Está bien.
—Si no estuviera tan duro como una maldita roca ahora mismo, consideraría quedarme justo aquí y disfrutar de esa pequeña mirada satisfecha y Somnolienta en tus ojos. Me gusta saber que la puse ahí. Pero necesito un poco más.

CAPITULO 29

CAPITULO 29



Isa le dio la dirección a Pedro de su bar favorito. Estaba a cuarenta Minutos de Rosemary. No fue exactamente sorprendente. El único entretenimiento en Rosemary era el club de campo y no era nada parecido a donde estábamos yendo.
El bar era grande y estaba completamente hecho de lo que parecían tablones de madera. Aparentemente, era famoso. Probablemente porque no había muchos
de estos lugares en la zona. Señales brillantes y fluorescentes de cerveza adornaban
las paredes exteriores e interiores. —Tendrán música en vivo en unos treinta minutos. Es el mejor momento para bailar. Tenemos un montón de tiempo para encontrar un buen lugar y beber algunos tragos de tequila —gritó Isa por encima del ruido.
Nunca había tomado tequila. Nunca había tomado ni siquiera una cerveza. Esta noche iba a cambiar. Iba a ser libre. Disfrutar la noche. Pedro se movió detrás de mí y su mano se asentó en mi espalda. Esa no era una posición amistosa… ¿o sí?
Decidí no corregirlo ya que tendría que gritar a través de la música. Pedro nos llevó hasta una cabina vacía que estaba lejos de la pista de baile. Dio un paso atrás y me deslicé dentro. Isa se deslizó por encima de mí y Pedro se sentó a mi lado.
—¿Qué quieres tomar? —preguntó Pedro, inclinándose en mi oído para no gritar.
—No estoy segura —respondí, mirando a Isa por orientación—. ¿Qué puedo beber? Los ojos de Isabel se abrieron y luego se río. —¿Nunca has bebido antes? 
Negué con la cabeza. —No soy lo suficientemente mayor para comprar mi propio alcohol, ¿y tú?
Ella aplaudió. —Esto será muy divertido. Y sí, tengo veintiuno o por lo menos eso dice mi identificación. —Posó sus ojos en Pedro—. Debes dejarla salir. La voy a llevar al bar.
Pedro no se movió. Luego me miró. —¿Nunca has bebido alcohol?
—Nop. Pero pretendo remediar eso esta noche —le aseguré.
—Entonces, necesitas ir lento. No tendrás una tolerancia muy alta. — Extendió la mano y agarró el brazo de una camarera—. Necesitamos un menú.
Isa puso las manos en sus caderas. —¿Por qué vas a ordenar comida?
Vinimos aquí para beber y bailar con vaqueros. No a comer.
Pedro giró su cabeza, no podía ver su cara pero noté que sus hombros se pusieron rígidos. —Ella nunca ha tomado antes. Necesita comer primero o vomitara sus tripas en dos horas más.
Oh. No quiero vomitar. No, en absoluto.
Isabel rodó los ojos y agitó la mano delante de su cara como si Pedro fuera un idiota. —Como sea, papá Pedro. Voy a buscarme algo de beber y le traeré algo a ella, también. Así que aliméntala rápido.
La camarera regresó con un menú antes de que Isa terminara de hablar.
Pedro lo tomó y lo abrió. —Escoge algo. No importa lo que la diva borracha diga, necesitas comer primero.
Asentí. No quería enfermarme.
—Las papas fritas con queso se ven bien.
Pedro sostuvo el menú y la camarera volvió corriendo.
—Papas fritas con queso. Dos órdenes y un vaso grande de agua.
Una vez que la camarera asintió y se alejó, Pedro se echó hacia atrás e inclinó la cabeza para mirarme. —Así que estás en un bar country. ¿Es lo que esperabas que fuera? Porque si soy honesto, la música es dolorosa.
Sonriendo, me encogí de hombros y miré alrededor. Había tipos con sombreros vaqueros, pero también había hombres normales. Algunos tenían
grandes hebillas en el cinturón y la mayoría veía como gente de mi ciudad natal.
—Acabo de llegar y no he bebido ni bailado todavía, así que te diré después de que suceda.
Pedro sonrió. —¿Quieres bailar?
Quería bailar pero no con él. Sabía lo fácil que me olvidaría de que era sólo un amigo. —Sí, quiero. Pero necesito una inyección de coraje primero, y necesito que alguien me lo pida.
—Pensé que te había preguntado —contestó.
Puse los codos en la mesa y apoyé la barbilla en mi mano. —¿Crees que es una buena idea? —
Quería que admitiera que no era una buena idea.
Suspiró. —Probablemente no.
Asentí con la cabeza.
Dos platos de papas fritas con queso se deslizaron delante de nosotros y una taza de agua con hielo se estableció enfrente de Pedro. La comida se veía
sorprendentemente buena. No me di cuenta que tenía tanta hambre. Tenía que seguir el ritmo de cuánto estaba gastando. Esto eran siete dólares. No iba a gastar
más de veinte dólares esta noche. Eso podría significar que sólo tomaría una bebida, pero Pedro dijo que primero necesitaba comer así que voy a comer.
Tomé una papa frita cubierta de queso y le di un mordisco.
—Esto es mejor que los sándwiches con mantequilla de maní, ¿no? — preguntó Pedro con una sonrisa burlona. Asentí y tomé otra papa frita.
Isa se deslizó en el otro lado con dos bebidas en pequeños vasos. Eran amarillos. —Pensé que deberías empezar con algo fácil. El tequila era una bebida de chicas grandes. No estás lista aún. Este es un caramelo de limón. Es dulce y
delicioso.
—Come más papas fritas primero —La interrumpió Pedro.
Tomé otra papa frita y la comí rápidamente seguida de otra. Luego agarré el caramelo de limón. —Bien, estoy lista —le dije a Isa y ella tomó el suyo y sonrió.
Vi como se lo llevó a los labios e inclinó la cabeza hacia atrás. Luego hice lo mismo.
Estaba realmente bueno. Sólo una pequeña quemadura en mi garganta. Me gustaba el limón. Puse el vaso vacío y sonreí por encima de Pedro, quien me estaba
observando.
—Come —replicó.
Traté de no reírme de él, pero no pude evitarlo. Me reí. Él hacía el ridículo.
Tomé otro bocado de papas fritas y Bethy se acercó y tomó unas cuantas.
—Me encontré algunos chicos en el bar. Te señalé y nos han estado viendo desde que llegamos. ¿Estás lista para hacer nuevos amigos?
Pedro se movió un poco más cerca de mí y su calor y la calidez de mi estómago me dieron ganas de quedarme aquí con mi… amigo. Razón por la cual tenía que levantarme.
Asentí.
—Déjala ir, Pedro. Puedes mantener la cabina caliente en caso de que regresemos —dijo Isa.
Pedro no se movió de inmediato y comencé a pensar que la iba a ignorar o que me haría comer un poco más. Por último, se deslizó y se levantó.
Quería decirle algo. Alguna cosa que lo hiciera sonreír y dejar de fruncir el ceño, pero no sabía qué.
—Ten cuidado. Estaré aquí por si me necesitas —dijo en voz baja mientras se acercaba. Sólo asentí. Mi pecho se apretó y quise arrastrarme de nuevo a la mesa
con él.
—Vamos, Pau. Es tiempo de conseguir bebidas gratis y hombres. Eres la compañera más sexy que he tenido. Esto deberá ser divertido. Sólo que no le digas a los chicos que tienes diecinueve. Diles a todos que tienes veintiuno.
—Bien.
Isabel me llevó hacia dos hombres que estaban obviamente mirándonos.
Uno era alto, de pelo largo y rubio escondido detrás de las orejas. Parecía que no se había afeitado en varios días y por debajo de su camisa de franela se ajustaba un
musculoso cuerpo que se veía impresionante. Sus ojos se posaron en mí, luego en Isa, y luego otra vez en mí. No había tomado la decisión todavía.
El otro tenía el pelo castaño corto con un par de rizos y una hermosa mirada azul. Del tipo azul claro que te hace suspirar. Su camiseta blanca no dejaba mucho
a la imaginación y su amplio pecho era agradable a la vista. Tenía un cuello azul.
Reconocía una camisa Wranglers en cualquier lugar y a él le quedaban bien. Sus ojos estaban en mí. No se movieron o cambiaron. Una pequeña sonrisa curvó sus labios y decidí que no sería malo después de todo.
—Chicos, ella es Paula. La alejé de su hermano y ahora necesita un trago.
El de cabello oscuro se puso de pie y me tendió la mano. —Oscar. Es un placer conocerte, Paula.
Deslicé mi mano en la suya y la sacudí. —Es un placer conocerte también, Oscar
—¿Puedo conseguirte un trago? —preguntó tenía una sonrisa de aprobación en el rostro.
—Quiere un caramelo de limón. Es lo suyo —dijo Isabel a mi lado.
—Hola, Paula, soy Carlos —dijo el rubio, tendiéndome la mano y estrechándola.
—Hola, Carlos .
—Bueno, chicos, no vamos a pelear. Somos dos. Enfríate, Carlos . La inocencia de ella puede gustarte —dijo Isabel en un tono molesto—. Baila conmigo y te mostraré como las niñas traviesas pueden gustarte.
Isa ahora tenía la atención de Carlos por completo. Cubrí mi boca para evitar reírme. Era buena. Ella me guiñó un ojo y se llevó a Carlos a la pista de baile.
—Que amiga tienes. Se estaba ofreciendo para quedarse con ambos. Le expliqué que no me gustaban ese tipo de cosas y te señaló. Todo lo que vi fue tu cabello rubio y estuve intrigado —dijo Oscar, entregándome un caramelo de limón.
—Gracias. Y sí, Isabel es muy divertida. Ella me trajo esta noche. Esta es mi primera vez en un lugar así.
Oscar asintió con la cabeza en dirección a Pedro. Una rubia de piernas largas estaba sentada en el borde de la mesa. Miré como su dedo corrió a lo largo de su muslo. Seguro que no le tomará mucho tiempo.
—¿Por qué tu hermano salió contigo esta noche?
La pregunta de Oscar me recordó por qué estaba aquí y aparté mis ojos de Pedro y las piernas de la chica. 
—Um, uh… quería conocer el lugar también.
Puse el vaso en mis labios y lo bebí rápidamente.
—Podemos… Quiero decir, ¿quieres bailar? —pregunté cuando puse el vaso sobre la barra.
Oscar se levantó para llevarme a la pista de baile. Isa ya estaba apretando su cuerpo contra el de Carlos de una manera que no debería ser legal en público. No iba a bailar así. Esperaba que Oscar no esperara lo mismo.
Oscar tomó mis manos y las puso alrededor de su cuello antes de deslizar sus manos alrededor de mi cintura y acercarme a él. Esto era agradable. Más o menos. La música era lenta y sexy. No exactamente algo que quisiera bailar con un desconocido.
—¿Vives por aquí? No te he visto por aquí antes —dijo, bajando la cabeza a mi oído para poder escucharme.
Negué con la cabeza. 
—Vivo a unos cuarenta minutos y me acabo de mudar
aquí. Soy de Alabama.
Sonrió. —Eso explica el acento sureño en tu voz. Sé que es más grueso en los habitantes de esa zona.
La mano de Oscar se deslizó más abajo por mi cintura hasta que sus dedos rozaron la parte superior de la curva de mi trasero. Eso me preocupa un poco.
—¿Estás en la universidad? —preguntó, deslizando su mano un centímetro más abajo.
Negué. —No. Yo… uh… trabajo.
Busqué en la multitud a Isa y no la encontré por ninguna parte. ¿Dónde se fue? Por mucho que lo odiara, miré en la mesa para ver si Pedro seguía allí. La rubia estaba en la mesa con él. Parecía que sus labios estaban sobre ella.
La mano de Oscar se deslizó más y ahuecó mi trasero completamente. —Maldición, chica, tu cuerpo es increíble —murmuró en mi oído.
Alerta Roja. Necesito ayuda.
Espera. ¿Desde cuándo necesito ayuda? No había confiado en alguien en años. No tenía necesidad de empezar a buscar ayuda ahora. Puse ambas manos en el pecho de Oscar y lo empujé. —Necesito algo de aire y no me gusta que hombres extraños toquen mi trasero —le informé y me giré para dirigirme a la salida. No quería volver a la mesa y ver a Pedro besarse con otra chica y tampoco quería encontrar otra pareja para bailar. Necesito aire fresco.
Al salir a la oscuridad, tomé una respiración profunda y me apoyé contra la pared del edificio. Quizás no estaba hecha para este tipo de cosas. O quizás era muy pronto. De cualquier manera, necesitaba un respiro y un nuevo compañero de baile. Oscar no iba a funcionar.
Paula? —El tono preocupado de Pedro me sorprendió, abrí mis ojos y me esforcé por verlo caminar hacia mí en la oscuridad.
—¿Sí? —le contesté.