miércoles, 26 de noviembre de 2014

CAPITULO 138



Ella se dirigía hacia una camioneta vieja y destartalada cuando abrí la puerta y salí. Me detuve un momento, preguntándome si era de ella o si alguien la trajo. Federico no mencionó a nadie más. Entrecerré los ojos en la oscuridad para ver si podía distinguir a alguien dentro de la camioneta, pero no podía decirlo desde esta distancia.


Paula abrió de golpe la puerta del lado del conductor y luego hizo una pausa para tomar una respiración profunda. 


Era casi dramático, o por lo menos lo sería si supiera que era vigilada. Pero por la forma en que sus hombros se hundieron en derrota antes de que subiera a la camioneta, supe que ella no tenía idea de que tenía audiencia.


Pero, de nuevo, tal vez lo sabía. No sabía nada de esta chica. Sólo sabía que su padre era un jodido mantenido.


 Tomó lo que mi madre y Daniela le dieron, y sin embargo, nunca correspondió sus muestras de cariño o amor. El hombre era frío. Lo veía en sus ojos. No se preocupaba para nada de Daniela o de mi estúpida madre. Las usaba a ambas.


La chica era hermosa. No tenía ninguna duda al respecto. Pero también fue criada por ese hombre. Podría ser una maestra de la manipulación. Usando su belleza para conseguir lo que quería, sin importarle a quien lastimaba en el camino.


Bajé las escaleras y me dirigí a la camioneta. Todavía se hallaba sentada ahí, y quería que se fuera antes de que Federico saliera y cayera en su actuación. La llevaría a su casa. Y ella lo usaría hasta que se aburriera. No sólo protegía a mi hermana; también protegía a mi hermano de ella. Federico era un blanco fácil.


Se giró y sus ojos chocaron con los míos antes de que ella dejara escapar un grito.


Sus ojos enrojecidos lucían como si hubiera llorado lágrimas de verdad. No se encontraba nadie aquí para verla, así que cabía la pequeña posibilidad de que esto no era parte de una estafa elaborada.


Esperé a que hiciera algo más que mirarme como si yo fuera el desconocido, cuando era ella quien se hallaba en mi propiedad. Como si leyera mi mente, giró su mirada hacia el volante e hizo un movimiento para encender la camioneta.


Comenzó a ponerse frenética en sus intentos para lograr que la camioneta arrancara, pero por el clic que escuché, supuse que no tenía ni una gota de gasolina en su tanque. 


Tal vez se encontraba desesperada. Todavía no confiaba en ella.


La visión de ella golpeando su volante con frustración era graciosa. ¿De qué servía eso si la idiota condujo con su tanque completamente vacío?


Finalmente abrió la puerta de la camioneta y me miró. Si no era tan malditamente inocente como parecía, entonces la chica era una actriz condenadamente buena.


—¿Problemas? —le pregunté.


La expresión en su rostro decía que no quería decirme que no podía irse. Me recordé de nuevo que se trataba de la hija de Miguel Chaves. La que él crio. Por la que abandonó a Daniela durante todos esos años. No sentiría lástima por ella.


—Me he quedado sin gasolina —dijo con voz suave.


No jodas. Si dejo que vuelva a entrar, tendría que lidiar con Daniela. Si no lo hacía, Federico se haría cargo de ella. Y entonces sería más que probable que se aprovecharía de él.


—¿Cuántos años tienes? —pregunté. Ya debería saber, pero maldición, pensé que era mayor de lo que parecía. La mirada asustada de grandes ojos en su rostro la hacía
parecer muy joven. La forma en que llenaba esa camiseta sin mangas y pantalones vaqueros era la única señal de que era por lo menos mayor de edad.


—Diecinueve —respondió.


—¿En serio? —pregunté, sin hallarme seguro de creerle.


—Sí. En serio. —El ceño de enojo era lindo. Maldición. No quería pensar en que era linda. Era una jodida complicación que no necesitaba.


—Lo siento. Simplemente pareces más joven —dije con una sonrisa. Luego dejé que mi mirada viajara por su cuerpo. No necesitaba que pensara que yo era alguien en quien podía confiar. No lo era. Nunca lo sería—. Retiro lo dicho. Cada trozo de tu cuerpo parece de diecinueve años. Es esa cara tuya la que parece tan fresca y joven. ¿No usas maquillaje?


No se ofendió, pero su ceño aumentó. No era el efecto que deseaba. —Me he quedado sin gasolina. Tengo veinte dólares conmigo. Mi padre se ha marchado y me dejó después de decirme que me ayudaría hasta que me pudiera hacer cargo de mi misma. Confía en mí, él era la última persona a la que quería pedir ayuda. No, no uso maquillaje. Tengo problemas más grandes que lucir bonita. Ahora, ¿vas a llamar a la policía o una grúa? Me quedo con la policía en caso de tener una elección.


¿En serio me sugirió que llamara a la policía? ¿Y fue desdén por su querido papá lo que escuché en su voz? Me encontraba muy condenadamente seguro de que lo era.


Tal vez no fue el padre modelo que Daniela imaginó en su cabeza por la breve visita que hizo a esa casa cuando era niña. Sonaba como que Miguel se hallaba en su lista negra.


—No me gusta tu padre y por el tono de tu voz, a ti tampoco—dije, dejando que la idea de que tal vez era otra víctima de Miguel Chaves penetrara en mí. Él abandonó a Daniela, y bastante seguro que sonaba como que abandonó a esta hija también. Me encontraba a punto de hacer algo de lo que me arrepentiría—. Hay una habitación que está vacía esta noche. Lo estará hasta que mi mamá vuelva a casa. No mantengo a su criada cuando no está aquí. La señora Lourdes sólo viene a limpiar una vez a la semana cuando mamá está de vacaciones. Puedes tener su habitación bajo las escaleras.


Es pequeña, pero tiene una cama.


La mirada de incredulidad y alivio en su rostro casi hizo que la idea de enfrentar a Daniela valiera la pena. Aunque me encontraba muy condenadamente seguro de que Paula y Daniela tenían problemas de abandono, por parte de su padre, en común, sabía que Dani nunca aceptaría eso. Se hallaba decidida a odiar a alguien, y Paula se llevaría la peor parte de su ira.


—Mi única otra opción es esta camioneta. Te puedo asegurar que lo que estás ofreciendo es mucho mejor. Gracias —dijo con firmeza.


Joder. ¿Realmente estuve a punto de dejar a esta chica en su camioneta? Eso era peligroso. —¿Dónde está tu maleta? —pregunté, con ganas de acabar con esto y hablar con Daniela.


Paula cerró la puerta de la camioneta y se dirigió hacia la parte trasera para conseguir su maleta. De ninguna manera su pequeño cuerpo la tomaría y la levantaría por encima de la cama de la camioneta. Me acerqué por detrás de ella y la tomé.


Se dio la vuelta, y la mirada de asombro en su rostro me hizo sonreír. Le guiñé un ojo. —Puedo llevar tu equipaje. No soy tan imbécil.


—Gracias, otra vez —dijo con un tartamudeo, mientras esos ojos grandes e inocentes se clavaban en los míos.


Maldición, sus pestañas eran largas. No veía chicas sin maquillaje a menudo. La belleza natural de Paula era sorprendente. Tendría que recordarme que ella no era otra cosa más que problemas. Eso y mantener mi jodida distancia. Tal vez debí dejar que bajara su propia maleta. Por lo menos así ella pensaría que era un idiota y se mantendría a distancia.


—Ah, bueno, la detuviste. Te estaba dando cinco minutos para luego venir aquí y asegurarme de que ella no había escapado —dijo Federico, sacándome de cualquier trance
bajo el que esta chica me puso. Hijo de puta, tenía que parar esta mierda ahora.


—Va a tomar la habitación de Lourdes hasta que pueda ponerse en contacto con su padre y encontrar algo mejor —le contesté, y empujé la maleta hacia Federico—. Toma, llévala a su habitación. Tengo compañía con la que regresar.


No la miré de nuevo, ni hice contacto visual con Fede. 


Necesitaba distancia. Y tenía que hablar con Daniela. No estaría feliz, pero de ninguna jodida manera dejaría a la
chica dormir en su camioneta. Llamaría la atención. Era hermosa y completamente incapaz de cuidar de sí misma. 


¡Maldición! ¿Por qué fui y metí a Miguel Chaves en nuestras
vidas? Él causaba toda esta mierda.


Daniela se encontraba de pie en la puerta con los brazos cruzados sobre su pecho, mirando hacia mí. La quería enojada. Mientras se hallara enojada conmigo, no lloraría.


No sabía cómo lidiar con ella cuando lloraba. Era el que trataba de aliviar su dolor desde que era pequeña. Cuando Daniela lloraba, de inmediato comenzaba a tratar de arreglar las cosas.


—¿Por qué aún está aquí? —espetó Daniela, mirando por encima de mi hombro antes de que yo pudiera cerrar la puerta y ocultar el hecho de que Federico se dirigía hacia
aquí con Paula.


—Tenemos que hablar. —La tomé del brazo, apartándola de la puerta y yendo hacia la escalera—. Arriba. Si vas a gritar, no quiero hacer una escena —dije, asegurándome de usar mi voz severa.


Frunció el ceño y pisoteó subiendo las escaleras como una niña de cinco años.


La seguí, esperando que se alejara lo suficiente de la puerta principal antes de que se abriera. No tomé una respiración profunda hasta que ella entró al dormitorio que solía utilizar cuando ésta era nuestra casa de verano. Antes de convertirme en un adulto y tomara lo que era mío.


—Le estas creyendo esa excusa, ¿no? ¡Federico te convenció! Sabía que debí seguirlo afuera. Es un imbécil. Sólo hace esto para molestarme —espetó antes de que yo pudiera decir algo.


—Se quedará en el cuarto debajo de las malditas escaleras. No es como si la pusiera aquí arriba. Y sólo se quedará hasta que pueda hablar con Miguel y averiguar qué hacer. 
No tiene gasolina en su camioneta y no tiene dinero para conseguir una habitación de hotel. Quieres enojarte con alguien, bien, ¡enójate con el hijo de puta de Miguel! —No tenía la intención de alzar la voz, pero cuanto más pensaba acerca de Miguel corriendo a París sabiendo que su hija se dirigía hacia acá en una destartalada camioneta vieja sin dinero, más me molestaba. Cualquier cosa pudo suceder. Ella era demasiado condenadamente frágil y necesitada.


—Crees que es ardiente. Vi la mirada en tus ojos. No soy estúpida. De eso es de lo que se trata todo esto —dijo Daniela, antes de que sacara su labio en una mueca—. Verla me hiere, Pedro. Lo sabes. Ella lo tuvo por dieciséis años. ¡Es mi turno!


Sacudí mi cabeza con incredulidad. ¿Ella pensaba que tenía a Miguel ahora? ¿En serio? Él se largó a disfrutar la vida en París con el dinero de mi madre, y ¿Daniela pensaba que eso significaba que ganó? —Es un maldito perdedor, Dani. Ella tuvo al idiota durante dieciséis años. No creo que eso signifique que ganó algo. La dejó venir aquí pensando que él le ayudaría y no pensó dos veces sobre el hecho de que es una niña indefensa con esos grandes ojos tristes de la que cualquier hombre se podría aprovechar. —Dejé de hablar, porque me encontraba diciendo demasiado.


Los ojos de Daniela se abrieron ampliamente. —¡Santo infierno! ¡No te la folles! ¿Me escuchas? ¡No te la folles! Se va tan pronto como puedas echarla. No la quiero aquí.


Hablar con mi hermana era como hablar con la pared. Era tan testaruda. No haría esto nunca más. Ella podía hacer todas las demandas que quisiera, pero era el dueño de
esta casa. Era dueño de su apartamento. Era el dueño de todo en su vida. Tenía el control. No ella.


—Regresa abajo, a tu fiesta y tus amigos. Me voy a la cama. Déjame manejar esto de la forma en que se necesita —dije, me di la vuelta y me dirigí a la puerta.


—Pero te la vas a follar, ¿no es así? —preguntó Daniela detrás de mí.


Quería que dejara de decir esa palabra en relación a Paula, porque, maldito sea el infierno, me hacía pensar sobre todo ese cabello rubio platinado en mi almohada y esos ojos mirándome mientras ella llegaba a su clímax. No le respondí a Daniela. No follaría a Paula Chaves. Me mantendría lo más lejos posible de ella. Pero Daniela no me daría órdenes, tampoco. Tomaba mis propias decisiones.

CAPITULO 137



Le dije a Daniela que no quería a nadie esa noche, pero hizo la fiesta de todos modos. Mi hermana pequeña no aceptaba un no por respuesta. Recostándome en el sofá, estiré las piernas frente a mí y tomé un sorbo de mi cerveza. 


Necesitaba quedarme aquí el tiempo suficiente para asegurarme que las cosas no se iban a salir de control. Los amigos de Daniela eran más jóvenes que los míos. Eran un poco ruidosos algunas veces.


Pero no me oponía porque esto la hacía feliz.


Mamá huyó a París con su nuevo esposo, el aun irresponsable padre de Dani, eso no ayudaba a su humor últimamente. Esta era la única manera que podía pensar para animarla. Por una vez en su vida, deseé que mi madre pensara en alguien más antes que en sí misma.


Pedro, conoce a Paula, creo que ella te pertenece. La encontré afuera un poco perdida. —La voz de Federico irrumpió mis pensamientos. Miré a mi hermanastro y luego a la chica de pie al lado suyo. Vi ese rostro antes. Era mayor, pero la reconocí.


Mierda.


Era una de ellas. No  sabía sus nombres, pero recordaba que eran dos. Ella era…Paula. Posé mis ojos en Daniela, encontrándola no muy lejos con un ceño fruncido en su rostro. Esto no iba a ser bueno. ¿Acaso Federico no notó quién era esta chica?


—¿Ah, sí? —pregunté, mi cerebro buscando velozmente alguna manera de sacarla de aquí, y rápido. Daniela iba a explotar en cualquier momento. Estudié a la chica que fue fuente de dolor para mi hermana la mayor parte de su vida. 


Era hermosa. Su rostro en forma de corazón destacaba con un par de grandes ojos azules con las pestañas naturales más largas que vi jamás. Rizos platinados caían sobre un par de buenas tetas que ocultaba en una ajustada blusa de tirantes. Maldición. Sí, ella debía irse—. Es linda, pero joven. No puedo decir que es mía.


La chica se estremeció. Si no la estuviera observando tan de cerca, no lo hubiera notado. La expresión perdida en su rostro no tenía sentido. Entró en esta casa sabiendo que era territorio de no bienvenida. ¿Por qué parecía tan inocente?


—Oh, sí que es tuya. Ya que su papi huyó a París con tu mamá por las próximas semanas. Yo diría que ahora te pertenece a ti. Yo con mucho gusto le puedo ofrecer una habitación en mi casa, si quieres. Eso es, claro, si se compromete a dejar su arma mortal en su camioneta. —Fede encontró eso divertido. El cabrón. Sabía quién era todo este tiempo. Amaba el hecho de que eso molestara a Dani. 


 Federico haría cualquier cosa que cabreara a Daniela.


—Eso no la hace mía —contesté. Ella necesitaba pillar la indirecta e irse.


Federico aclaró su garganta. —Es una broma, ¿verdad?


Tomé un trago de mi cerveza, luego nivelé mi mirada con la de Fede. No me encontraba de humor para su drama con Dani. Esto iba demasiado lejos. La chica debía irse.


Parecía lista para huir. Esto no era lo que esperaba. ¿En serio creyó que su querido padre se hallaría aquí, esperándola? Esa historia sonaba a basura. Vivió con el hombre por catorce años. Yo tenía tres de conocerlo, y sabía que era un pedazo de mierda.


—Tengo una casa llena de invitados esta noche y mi cama ya está llena —le informé, y luego miré de regreso a mi hermano—. Creo que es mejor si la dejamos ir a buscar un hotel hasta que pueda ponerme en contacto con su papi.


Paula cogió la maleta que Federico sostenía. —Él tiene razón. Debo irme. Esto fue una mala idea —dijo con un nudo en la voz. Federico no soltó la maleta fácilmente. Ella tiró con fuerza para liberarla de su agarre. Podía ver las lágrimas contenidas en sus ojos, y sentí un pinchazo de culpabilidad. ¿Había algo que me perdía? ¿En serio creía que la esperábamos con los brazos abiertos?


Paula se apresuró hacia la salida. Vi la mirada de satisfacción en el rostro de Daniela mientras pasó a su lado.


—¿Te vas tan rápido? —le preguntó Daniela. Paula no respondió.


—Eres una mierda sin corazón. ¿Lo sabías? —gruñó Federico a mi lado.


No me encontraba de humor para lidiar con él. Daniela se pavoneó hacia nosotros con una sonrisa triunfante. Disfrutó esto. Entendía el porqué. Paula le recordaba todo lo que ella careció mientras crecía.


—Se ve exactamente como la recuerdo. Pálida y simple —ronroneó Daniela, hundiéndose a mi lado en el sofá.


Federico resopló. —Eres tan ciega como malvada. Puedes odiarla, pero me hace agua a la boca.


—No comiences —le advertí a Fede. Daniela podría parecer feliz, pero sabía que si la presionabas demasiado, se venía abajo.


—Si tú no vas detrás de ella, yo lo haré. Voy a llevar ese sexy trasero a mi casa.No es lo que ustedes dos asumen. Hablé con ella. No sabe nada. Ese tonto padre suyo le dijo que viniera aquí. Nadie es tan buen mentiroso —dijo Federico mientras miraba a Daniela.


—Papá nunca le hubiera dicho que viniera a casa de Pedro. Vino aquí por avariciosa. Olió el dinero. ¿Viste lo que usaba? —Daniela arrugó la nariz con disgusto.


Federico rio. —Diablos, sí, vi lo que llevaba puesto. ¿Por qué crees que quiero llevarla a mi departamento? Es jodidamente sexy, Dani. No creo una mierda de lo que me dices. Es una chica inocente, perdida y malditamente caliente.


Federico se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Iba a ir detrás de ella. No podía permitirle hacer eso. Era tan fácil de engañar. Aceptaba que la chica parecía inocente a simple vista, pero él pensaba con su polla.


—Alto. Yo iré tras ella —dije, poniéndome de pie.


—¿Qué? —preguntó Daniela con la voz horrorizada.


Federico dio un paso atrás y me permitió pasar a su lado.


 No me volví hacia atrás para ver a mi hermana. Federico tenía razón. Necesitaba ver si esta chica era una actriz o si
realmente el cabrón de su padre le dijo que viniera aquí. Por no mencionar que quería echarle otro vistazo sin audiencia.

CAPITULO 136




Esta no es una típica historia de amor. Es real y completamente jodida como para ser encantadora. Pero cuando eres el bastardo del legendario baterista de una de las bandas del rock más amadas en el mundo, se esperan serias cagadas. Eso es lo que nos caracteriza. Agrega la egoísta y caprichosa madre que me crío a la mezcla, y el resultado no es muy bueno.


Hay muchos lugares donde yo podría comenzar esta historia. En mi dormitorio, sosteniendo a mi hermana mientras lloraba de dolor por las crueles palabras de nuestra madre. En la puerta principal, mientras la veía con lágrimas corriendo por su rostro cuando mi padre me llevaba por el fin de semana, dejándola sola. Ambas cosas sucedían con frecuencia, marcándome por siempre. Odiaba verla llorar. Sin embargo, así era esa parte de mi vida.


Compartimos la misma madre, pero nuestros padres eran diferentes. El mío era un famoso rockero, quien me introdujo al mundo del sexo, drogas y rock and roll cada fin de semana y por un mes durante los veranos. Él nunca me olvidó. Nunca puso excusas. Siempre se hallaba allí. Con todas las imperfecciones que tenía, Luca Alfonso siempre aparecía para buscarme. Incluso si no se encontraba sobrio, venía.


El padre de Daniela nunca vino. Se encontraba sola cuando yo no estaba, y aunque amaba estar con mi papá, odiaba saber que me necesitaba. Yo era su padre. Era la única persona en la que ella podía confiar para cuidarla. Eso me hizo crecer rápidamente.


Cuando le pregunté a mi papá si podría llevarla con nosotros, me dio una triste mirada y negó con la cabeza. —No puedo, hijo. Desearía, pero tu mamá no va a permitirlo.


Nunca dijo nada más. Sabía que si mi madre no lo permitía, entonces no había esperanza. Así que Daniela se quedaba sola. Quería odiar a alguien por eso, pero odiar a mi madre era difícil. Era mi madre. Yo un niño.


Luego encontré una persona para concentrar mi odio y el resentimiento por la injusticia en la vida de Daniela. El hombre cuya sangre corría por las venas de ella, que no la amaba lo suficiente para siquiera enviarle una tarjeta de cumpleaños. 


Él tenía su propia familia. Dani lo visitó una vez.


Obligó a mamá a que la llevara a su casa. Quería hablar con él. Ver su cara. Creía que la amaría en cuanto la viera. Creo que, en el fondo, pensaba que mamá no le contó a él sobre ella. Tenía un cuento de hadas en su cabeza donde su padre se lanzaría de picado y la salvaría al descubrir su existencia. Le daría ese amor que tan desesperadamente buscaba.


Su casa era más pequeña que la nuestra. Mucho más pequeña. Se hallaba a siete horas de distancia en una pequeña ciudad en Alabama. Daniela dijo que era perfecta.
Mamá la llamó patética. Sin embargo, no era la casa lo que obsesionaba a Dani. No era la pequeña cerca blanca que describía a detalle. O el aro de baloncesto afuera y las
bicicletas apoyadas contra la puerta de la cochera.


Fue la chica que abrió la puerta. Tenía el cabello largo y rubio, casi blanco. Le recordó a Daniela a una princesa. 


Excepto que ella usaba tennis sucios. Dani nunca tuvo un
par de tennis, ni siquiera zapatos normales sucios. La chica le sonrió, y Daniela estuvo momentáneamente encantada. 


Luego vio las fotografías en la pared detrás de la chica.


Fotografías de esta chica y otra casi idéntica. Y un hombre sosteniendo sus manos. Él sonreía y reía.


Era el padre de ellas.


Eran las dos hijas que amaba. Fue obvio, incluso para los infantiles ojos de Daniela, que él era feliz en esas fotografías. No echaba de menos a la niña que olvidó. La que nuestra madre le contó que existía.


Todas esas cosas que nuestra madre trató de decirle a lo largo de los años y que se negó a creer, repentinamente cayeron en su lugar. Le dijo la verdad. El padre de Daniela no la quería, porque ya tenía una vida. Una con dos hermosas y angelicales hijas y una mujer que se parecía a ellas.


Esas fotos en la pared torturaron a Dani durante años. Una vez más, quise odiar a mi madre por llevarla hasta allí. 
Restregándole la verdad en la cara. Al menos cuando Daniela vivía en su cuento de hadas, era feliz, pero su inocencia se perdió ese día. Y mi odio por su padre y su familia comenzó a crecer dentro de mí.


Ellas tenían la vida que mi hermana pequeña merecía, un padre que las amaba.


Esas chicas no lo merecían tanto como Daniela. Esa mujer con la que estaba casado usaba a esas dos lindas niñas para mantenerlo apartado de Daniela. Las odiaba.


Eventualmente, actué por ese odio, pero la historia realmente comienza la noche en que Paula Chaves caminó a mi casa con un nervioso ceño fruncido y el rostro de un jodido ángel. Mi peor pesadilla...

CAPITULO 135



Dicen que los niños tienen los corazones más puros. Que los niños no pueden odiar porque no entienden completamente la emoción. Perdonan y olvidan fácilmente.


Dicen un montón de basura como esa porque les ayuda a dormir por la noche. Te dicen esas buenas y agradables palabras mientras te sonríen.


Pienso diferente. Los niños pueden amar como nadie más. 


Pueden tener la capacidad de amar con más fiereza que nadie. Es muy cierto. Yo mismo sé que es cierto.


Porque yo lo viví. A la edad de diez, sabía lo que era el odio y el amor. Tanto que te consumían. Tanto que alteraban tu vida. Y tanto que te cegaban por completo.


Mirando hacia atrás, desearía que alguien hubiera estado allí para ver como mi madre sembraba la semilla del odio dentro de mí. Dentro de mi hermana. Si alguien hubiera estado allí para salvarnos de las mentiras y la amargura que ella permitió que nos invadiera, entonces quizás las cosas pudieron haber sido diferentes. Para todos los involucrados.


Nunca hubiera actuado tan tontamente. Nunca hubiera sido mi culpa que una chica se quedara sola al cuidado de su madre enferma. No hubiera sido mi culpa que la misma chica estuviera de pie junto a la tumba de su madre creyendo que la única persona en la tierra que la amaba estaba muerta. No hubiera sido mi culpa que un hombre se destruyera a sí mismo, su vida siento rota, convirtiéndose en un cascarón vacío.


Pero nadie nos salvó.


Creímos las mentiras. Nos aferramos a nuestro odio. Sin embargo, sólo yo destruí la vida de una chica inocente.


Dicen que cosechas lo que siembras. Eso es mentira, también. Porque debería estar ardiendo en el infierno por mis pecados. No debería tener permitido despertar cada mañana con esta hermosa mujer en mis brazos, amándome incondicionalmente.


No debería poder sostener a mi hijo y conocer lo que es la pura alegría.


Pero puedo.


Por qué eventualmente, alguien me salvó. No lo merezco. 


Diablos, más que alguien más, es mi hermana quien necesita ser salvada. Ella actúa por odio. Manipuló el destino de otra familia, sin importarle el resultado. Pero la amargura aun la controla mientras yo ya he sido rescatado. 


Por un chica…


Pero no es cualquier chica. Es un ángel. Mi ángel. Un hermoso, fuerte, feroz y leal ángel que entró a mi vida en una camioneta, cargando un arma.