miércoles, 15 de enero de 2014

CAPITULO 120




Pedro

Nos quedamos por cinco días más y dejé que Paula conociera a su hermano. Gonzalo fue mucho más fácil de tolerar una vez que me di cuenta de que no se fijaba en Paula de manera sexual. Sólo estaba interesado en su hermana. Entendía eso. 
Pero también estaba feliz de empacar e ir a casa. Sólo faltaban tres semanas para Navidad y quería pasarlo en Rosemary con ella. En nuestra casa. Y también quería ponerle mi apellido y golpear mi pecho como un jodido hombre loco.
Paula había ido directamente a la cama cuando llegamos a Rosemary.Sonrió alegremente cuando entramos, luego me miró y me dijo que a no ser que sólo quisiera abrazarla, o dejarla sola, tomaría una siesta.
Estaba verdaderamente seguro de que no sería capaz de sólo abrazarla, así que simplemente me quedé en la planta baja y disfruté de estar en casa. 
Cogí un refresco del refrigerador y salí para sentarme en la plataforma y disfrutar el golfo.
Lo había extrañado. Ni siquiera me había acomodado cuando oí la puerta detrás de mí abrirse.
Federico salió y asintió hacia mí antes de sentarse a mi lado. No habíamos hablado desde el día antes de Acción de Gracias, cuando lo llamé por Daniela. 
Había estado ocupado y estaba seguro de que estaba evitándome. Aparentemente, el radar de Rosemary estaba funcionando, porque no habíamos llegado hace más de
treinta minutos y ya estaba en mi casa. Ni siquiera me había dado cuenta de que Federico estaba en el pueblo. Normalmente pasaba sus inviernos esquiando. 
La última vez le oí decir que estaba dirigiéndose a Vail.
—¿Cómo está? —fueron las primeras palabras que salieron de su boca.
No estaba preguntando por Paula. Sabía por el tono triste en su voz que esto era sobre Daniela. —Jodidamente mal. Ya lo sabes.
Federico dejó escapar un suspiro y cruzó sus tobillos. —Sí, lo sé. Pero la llamé anoche porque estaba borracho, débil y comportándome como un idiota. Tu madre respondió. Dijo que Daniela estaba consiguiendo ayuda.
—Trató de meterse una sobredosis. La encontré y la llevé al hospital a tiempo. 
Estaba bien físicamente, pero mentalmente, está rota. Mateo es una mierda como padre y Carolina lo sabe, pero Daniela no lo aceptaría de la manera en que Caro lo hace.
—¿Quién es Carolina? —preguntó Federico y me di cuenta de que había partes de mi vida que ni siquiera Fede conocía. Había mantenido mi vida en Rosemary separada de mi vida con mi padre.
—La otra hija de Mateo. La única de la que se ocupó. Bueno, por lo menos la dejó con su abuela, quien la amó lejos de su jodido mundo. 
Carolina era su brillante juguete que iba a buscar de vez en cuando y luego la devolvía a su abuela cuando ser papá se interponía en el medio. Funciona para él porque Caro es tranquila, educada, y permanece fuera de su camino. Daniela no es ninguna de esas cosas. Así que, no tiene necesidad de ella.
Federico soltó un profundo suspiro. —Maldito.
Maldito no estaba ni siquiera rasguñando la superficie.
Nos sentamos en silencio durante un rato, mirando hacia el agua. No estaba seguro de cuán enamorado estaba de Daniela, pero esperaba que pudiera alejarse. Ella no era estable. Nunca lo sería. No lo suficiente para hacer a Federico feliz.
—¿Vas a casarte pronto? —preguntó Federico finalmente.
Sonriendo, pensé en Paula acurrucada en mi cama en el piso de arriba…nuestra cama. —Sí. Cuando despierte de su siesta le dejaré saber que tiene una semana para planearlo. No puedo esperar más tiempo. Ya he esperado suficiente.
Federico se rió entre dientes. 
—Voy a ser el padrino, ¿cierto?
—Por supuesto. Temo que estarás atascado con Isabel como compañera, por lo que tendrás que estar listo para tener a Jose respirando en tu cuello como un loco hijo de puta. No tengo ninguna duda de que Isa será su dama de honor. La otra opción sería Marcos, y dudo que quieras que manosee tu culo.
—Puedo tratar con Isabel y Jose  respondió Federico entretenido—. Pero,
¿Marcos va a ser realmente una dama de honor?
Sonreí y asentí. —Sí. Ella le preguntó la primera vez que comenzamos a planear la boda.

Había dejado pasajes de avión con Miguel y Gonzalo antes de irnos. Paula quería a su padre aquí y después de observarla a ella y a Gonzalo conocerse el uno al otro, sabía que querría a su hermano también. Ambos estuvieron de acuerdo en venir en una semana. Paula aún no sabía sobre eso. No estaba de humor para discutir con ella en caso de que tuviera una razón para posponerla.
—¿Daniela vendrá a la boda? —preguntó Federico.
Nunca imaginé que me casaría sin mi madre y mi hermana en la lista. 
De cualquier manera, no quería que nada arruinara nuestros recuerdos de boda para Paula, y sabía que ellas de alguna manera se las arreglarían para hacer exactamente eso. 
No lo permitiría.
—No. No puedo tenerla aquí. Aún odia a Paula—contesté.
Federico asintió y sus hombros se relajaron. No quería verla. Era demasiado obvio. No podía culparlo.
—Sabes que el idiota de Antonio se va a casar con esa chica de Nueva York que quieren sus padres. No está comprometido aún, pero lo estará pronto. Me confesó, borracho, que si quería el club tenía que casarse con ella. Su padre está obligándolo. Va a ser miserable con esa mujer estirada.
Odiaba eso para Antonio. Sabía lo que se sentía anticipar tu boda y el resto de tu vida con la mujer que amabas. Todos deberían conocer ese sentimiento. Casarse con arrepentimiento y amargura no era la mejor forma de hacerlo.
—Su elección, supongo. Podría siempre decir no.
—¿Y salir corriendo como Pablo? Ese tampoco es un gran plan —respondió Federico.
Pablo era unos pocos años mayor que nosotros. Era el primo de Jose y todos lo admirábamos. Luego sus padres lo presionaron a encabezar la vida que ellos querían y él salió huyendo. Dejando sus millones atrás, y salió jodidamente corriendo. Se convirtió en inmortal ante nuestros ojos de jóvenes porque tuvo las pelotas para decir: ¡Vete a la mierda! E irse. 
Ahora éramos adultos, entendíamos más sobre el sacrificio que hizo. Sólo esperaba que fuera feliz.
—Una mejor elección que casarse con una mimada perra —dije.
—Cierto. —Se detuvo y alcanzó mi refresco para tomar un trago. El imbécil sabía que no bebería ahora—. ¿Cómo está tu padre?
—Igual. Bebe y fuma demasiado. Tiene sexo con desconocidas mujeres de mi edad. Conoces la rutina.
Federico sonrió. —Sí. Pero qué vida.
No era vida en absoluto, pero sabía que Federico no estaría de acuerdo conmigo, así que lo dejé pasar. Él no había encontrado a alguien como Paula así que no tenía una idea de cuán superficial era la vida de mi padre. Cuán solitaria.
—Todos saben que regresaron al pueblo. ¿Tienes ganas de compañía esta noche?
No. Quería a Paula toda para mí mismo. Habíamos estado compartiendo un bote con su padre por cinco días demasiados largos. 
—No esta noche. Paula necesita dormir.
—O tú sólo necesitas a Paula. Sé honesto, hermano.
—Sí, necesito a Paula —respondí con una sonrisa.

CAPITULO 119




Paula


Sí, pero no estoy segura de cuándo estará papá en casa. No podemos entrar ahí —repliqué, sin poder contener la risa de él.
—Dulce Pau, si no consigo entrar en ti malditamente rápido, más gente además de tu padre va a saber que estamos teniendo sexo. Esa pequeña mesa de la cocina se ve realmente bien en este momento.
Me estremecí con anticipación mientras me empujaba en el cuarto inferior.
—Sólo una cama —dijo mientras miraba el cuarto pequeño—. Demonios, sí.
Me metí en la cama deshecha y me siguió antes de volverse para cerrar la hueca puerta corrediza y bloquearla. 
Sus palabras sucias y mi estado caliente me tenían tan excitada que no iba a tomarme mucho correrme. 
Estaba temblando con la necesidad de que me tocara.
—Quítatelo —dijo, mirando fijamente a mi vestido.
Cogí el dobladillo y me lo saqué por la cabeza antes de tirarlo a un lado del colchón. No me había molestado con un sujetador, pero estaba usando bragas. Sus ojos brillaron con pasión mientras miraba mis pechos. Me encantó saber que los signos de mi estómago hinchado no lo hacían desearme menos. De hecho, le atraía más.
Se quitó la camisa, luego arrastró las rodillas delante de mí. Sus grandes manos ahuecaron mis pechos y burló mis pezones, haciéndome gemir y presionándome aún más en sus manos. 
Dejó que se movieran hacia el sur hasta cubrir mi estómago con ambas, y me acarició con suavidad.
—Mía —dijo simplemente, con asombro y admiración en su voz.
Entonces sus manos se deslizaron entre mis piernas y en las bragas que todavía usaba. 
Se dio cuenta de cuán exactamente excitada que estaba—. Mmmmm, mi dulce Pau me necesita. Me gusta eso. Jodidamente me encanta —gimió y me puso de nuevo en el colchón antes de tirar mis bragas. Pasó el pulgar sobre la almohadilla de mis pies y luego envolvió una mano alrededor de cada uno de mis tobillos y los empujó sobre sus hombros.
—Pedro. —Traté de detenerlo antes de que empezara sólo porque lo quería dentro de mí. Pero su lengua se movió a lo largo de mis pliegues y lamió todo el camino hasta mi clítoris, causando que todo pensamiento razonable volara lejos.
Agarré un puñado de sábanas y me sacudí contra su cara mientras gritaba su nombre. No me importaba quién escuchara. El suave metal en su boca atormentó mi clítoris sin descanso mientras lo pasaba hacia atrás y adelante sobre mi sexo hinchado.
—Tan jodidamente dulce —murmuró contra mí, y me desplomé. Mi cuerpo convulsionó y estaba segura que grité su nombre lo suficientemente alto como para que nuestros vecinos lo escucharan. Cuando conseguí abrir los ojos de nuevo, él estaba desnudo y metiéndose entre mis piernas.
Me levanté para encontrarme con su empuje, y amé ver la retorcedura de placer en su cara mientras susurraba mi nombre esta vez.
Pedro se agachó y tiro de mis caderas para encontrarse con sus embestidas mientras se deslizaba dentro y fuera de mí en un ritmo constante. Sentí el placer construirse y me volví más frenética de sentirlo otra vez. Empecé levantando mis
caderas más alto mientras agarraba sus brazos para acercarme más rápido.
Pedro se detuvo y me echó hacia atrás, reduciendo el ritmo a medida que avanzaba sobre mí. Su boca cubrió la mía y empezó a besarme como si tuviera todo el tiempo del mundo, cuando en realidad estaba a pocas embestidas de distancia de otro orgasmo. Su lengua corrió por la mía, enredándose con ella y luego lamiendo mis labios antes de presionar besos castos en las esquinas de mi boca y chupar mi labio inferior.
—No me dejes de nuevo. No puedo perderte —suplicó.
Sus caderas se movieron y presionaron profundamente en mí una vez más mientras dejaba escapar un gemido. Salí volando, aferrándome a él y prometiéndole todo lo que quería. Su grito de liberación me hizo correr de nuevo.
Cuando por fin logré respirar, Pedro me estaba abrazando en sus brazos y metiendo la cabeza en el hueco de mi cuello. Su cálido aliento me hacía cosquillas y tranquilizaba al mismo tiempo.
—Te amo. Tan jodidamente mucho —dijo en un susurro ronco.
—Te amo también. Tan jodidamente mucho —le respondí con una sonrisa feliz.
Él se rió entre dientes, pero no me miró. Mantuvo su cara enterrada contra mí. 
—Voy a necesitarte de nuevo. Lo siento —dijo.
Confundida, fruncí el ceño y retrocedí de modo que pudiera ver su cara.
—¿Por qué lo sientes?
—Porque puedo ser insaciable esta noche. Han sido unas largas veinticuatro horas.
—¿Quieres decir que quieres más ahora? —pregunté.
Pedro deslizó sus manos entre mis piernas. —Sí, nena, lo hago.

***
Pedro estaba durmiendo cuando escuché a papá meterse en el bote. Estaba agradecida de que se hubiera perdido toda la acción. Pedro por fin se había dormido por el cansancio. 
Yo estaba completamente satisfecha, sin embargo. Luché
contra el sueño, porque quería esperar a que mi papá regresara a casa. Cogí mi vestido y salí de los brazos de Pedro, luego lo deslicé por encima de mi cabeza.
Necesitaba ir a decirle que Pedro estaba aquí. No le había contado nada de nada, por lo que necesitaba una explicación.
Desbloqueando la puerta, volví la mirada a Pedro quien aún estaba durmiendo plácidamente. Me levanté de la cama y salí de la habitación de puntillas por la escalera. Papá estaba sentado en la mesa de la cocina sirviéndose
un vaso de leche. Me miró y sonrió. 
—No quise despertarte —dijo.
—No lo hiciste. Estaba despierta —le contesté. Asentí hacia la parte delantera del bote, en las afueras, donde nuestras voces no llegarían a la planta baja en voz alta—. ¿Podemos hablar?
Papá miró hacia las escaleras y frunció el ceño, luego asintió y se puso de pie para salir de la cabina.
Cerré la puerta para ahogar todo lo que dijéramos antes de volverme para ver a mi padre. 
Pedro esta aquí —expliqué—. Está durmiendo.
La comprensión amaneció en la cara de mi padre y asintió. —Bien. Me alegro de que el chico sea lo suficientemente listo como para venir a buscarte.
Le agradaba Pedro. Él me había lanzado delante de Pedro, para empezar. Me alegraba que lo aprobara. Eso hacía las cosas mucho más fáciles. Quería mantener una relación con mi padre, y Pedro no había sido un fan de él por un largo tiempo.
—Me fui por su familia. Daniela, en su mayoría. Ella es… demasiado, a veces.
—Es una pesadilla. No es mi hija, puedes ser directa. Pasé suficiente tiempo con ella para saber que está en necesidad de seria atención de un padre.
Asentí y me senté en el banco a lo largo del costado del bote, luego escondí las piernas debajo de mí. 
—No quiero odiarla porque Pedro la ama. Es difícil, sin
embargo. Está determinada a alejarlo de mí. A veces creo que simplemente podría ganar.
Papá se sentó en una silla de jardín de color arcoiris. 
—El chico te ama más a ti. Él siempre te amará más. Cualquiera puede ver eso, nena. Sólo tienes que aprender a no dejar que Daniela te intimide.
—Lo intento. Pero entonces cuando ella lo necesita, él está ahí. La mayoría del tiempo, a expensas de mis necesidades. Ella siempre gana. Sé que suena tonto y estoy siendo egoísta, pero necesito que me elija. 
Necesito que nos elija a mí y nuestro bebé sobre todos los demás. Yo no... no sé si alguna vez lo hará. —Decirlo en voz alta hizo que mi garganta se contrajera. Admitir el mayor temor de uno era difícil. Pero necesitaba que alguien me escuchara.
—Tú mereces ser el número uno. Has pasado por mucha mierda, gracias a mí, y es hora de que un hombre te haga sentir como si fueras la persona más importante en su mundo. No es egoísta. Es normal. Esa hermana de él utiliza el hecho de que fue privada de un padre como su excusa para ser una rabiosa perra mimada. Tú fuiste entregada a un trato incluso de más mierda. Perdiste a tu hermana, tu padre, y tu madre. Has tenido más dolor de lo que esa chica pueda entender, y sin embargo tú aún amas. Aún perdonas y eres fuerte. 
Serás una increíble madre y esposa. —Papá dejo escapar un profundo suspiro—. Toda la vida, Pedro ha pensado en Daniela como su hija. Él la crió. Ella es una adulta ahora, y
es hora de que la deje ir. Él está pensando cómo hacer eso y creo que lo encontrará. Te ama. Sé que lo hace. Cualquier tonto puede verlo en su rostro.
Esperaba que tuviera razón. —Lo amo tanto que me temo que incluso si siempre la elige a ella, siempre voy a perdonarlo.
Papá asintió y se inclinó hacia adelante para descansar los codos en sus rodillas. —Opino que si eso ocurre voy a tener que volar de nuevo a Rosemary para golpear como la mierda al chico. Sólo llámame. Siempre iré a buscarte.
Sonreí al ver la expresión sincera en su rostro cuando amenazó con golpear Pedro por mí. Este era el hombre que había crecido amando. Este era el hombre que había amenazado a Facundo con su rifle de caza en nuestra primera cita. 
Me acerque a él y envolví mis brazos alrededor de su cuello. —Te amo —susurré.
—Te amo también, osito Pau.
Una tos fuerte me sobresaltó y miré atrás para ver al chico de antes, de pie una vez más viéndonos desde su bote. Empezaba a ponerme los pelos de punta. Al menos esta vez llevaba una camisa, aunque estaba desabrochada y abierta.
—Buenas noches, Gonzalo—gritó papá y el hombre levantó su cerveza en saludo.
—Buenas noches —respondió, pero no se fue. Se quedó allí.
—Ésta es Paula, mi hija —dijo papá.
—Nos conocimos más temprano —le dijo a Miguel y me guiñó de nuevo.
Inmediatamente me sentí incomoda. A Pedro no le gustaría que me guiñara.
 Tal vez no deberíamos quedarnos unos días. Estaba embarazada. ¿No podía ver eso? ¿Por qué iba a estar coqueteando con una mujer embarazada?
—Ah, bueno entonces, bien. Me alegro que se conocieran. —Papá parecía nervioso. Algo estaba fuera de lugar. ¿Era este hombre peligroso?
La puerta de la cabina se abrió y un durmiente agitado Pedro salió de ella.
Esta vez estaba sin camisa y sus pantalones, desabrochados. Dudaba incluso que se hubiera puesto ropa interior. Se veía como si acabara de despertarse y se diera cuenta de que yo estaba ausente y se puso sus pantalones para venir a buscarme.
Sus ojos se movieron de mí a Gonzalo y de vuelta a mí. El gruñido de enojo en su rostro me sorprendió. No había visto al hombre guiñarme ¿o sí?
—Hola Miguel —dijo con voz soñolienta mientras se acercaba y me atraía hacia él. Sí, definitivamente estaba afirmando su propiedad. ¿Por qué se sentía amenazado? ¿Acaso el hombre no entendía que estaba completamente obsesionada con él?
Pedro. A pesar de que estaba completamente feliz de ver a Paula, me alegro de que fueras lo suficientemente inteligente para venir a buscarla — respondió Miguel. La advertencia en su voz era inconfundible. Estaba dejándole saber que no le gustaba que me sintiera segunda.
Pedro asintió y presionó sus labios en mi cabeza. —No va a suceder de nuevo —le dijo a mi padre.
Papá asintió. 
—Bien. La próxima vez no seré tan comprensivo —le dijo.
—¿Recién casados? —pregunto Gonzalo, aún de pie mirándonos.
Pedro se tensó y me acerqué más a él para calmarlo. Quería ser recién casado. Que otro hombre cuestionara nuestra relación le molestaba.
—Están comprometidos —explicó papá.
Gonzalo señaló con su cerveza hacia mí como si estuviera señalando mi estómago. 
—Tienes las cosas un poco retrasadas, ¿verdad? —La acusación en su voz causó que Pedro se moviera antes de que pudiera detenerlo. Inmediatamente estaba pasándome y moviéndose a través del bote. Extendí la mano y agarré su
brazo mientras su pie golpeaba el paso que llevaba afuera.
—Está bien, espera —dijo papá en una fuerte voz de mando que no estaba acostumbrada a oírle usar—. Iba a esperar y explicarle esto a Paula sin una jodida audiencia, pero parece que necesito hacerlo ahora. Como ya has empezado y hecho enojar Pedro. —Le estaba disparando Gonzalo una mirada molesta.
¿De qué estaba hablando? ¿Qué tipo de explicación?
Pedro dejó de avanzar y miró a mi padre. —Nadie le habla a Paula así. Me importa una mierda quién sea.
—No estaba hablándole a Paula. Estaba hablándote a ti. —Gonzalo arrastró las palabras en un tono aburrido, y tomó otro trago de su cerveza.
Envolví ambas manos alrededor del brazo de Pedro y lo sostuve con fuerza.
—Es suficiente, chico —le espetó papá a Gonzalo. Me gustaría argumentar que él no era un niño, sino un hombre que podría muy probablemente dañar a mi padre sin sudar. Prefería que permaneciera amigable con sus vecinos.
Gonzalo levantó ambas manos y se encogió de hombros. —Bien —respondió. Me sorprendió que retrocediera tan fácilmente.
Papá suspiró y volvió a mirarme a mí. 
—Es posible que quieras volver a sentarte —dijo.
No estaba segura de que quisiera escuchar esto. ¿Por qué podría necesitar sentarme? Pedro tomó mi asiento, luego me empujó a su regazo y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura.
Papá miró a Gonzalo y frunció el ceño. No quería decirme lo que sea que estaba a punto de contar. Eso me puso nerviosa.
—Cuando tenía dieciséis años embaracé a mi novia de secundaria — comenzó él, y agarré los brazos de Pedro y los sostuve con fuerza—. Emma no estaba lista para ser mamá y seguro como el infierno que yo no estaba listo para ser padre. Acordamos poner al bebé en adopción. 
Los padres de Emma encontraron a los padres adecuados para el bebé y entonces ella lo tuvo y eso fue todo. No nos quedamos juntos. 
Rompimos por la realidad de su embarazo y lo que
había pasado. Después de la graduación, se fue a la universidad en la costa oeste y yo me fui a Georgia. Nunca la vi de nuevo —dijo papá y suspiró, me estudió un
momento antes de seguir adelante. 
Los brazos de Pedro se habían aferrado a mi alrededor, y estaba sosteniéndome en él. 
No estaba segura de a dónde iba esto exactamente, pero tenía una idea.
—Después de que tú y Valeria nacieron me di cuenta de lo preciosas que eran. Las amé tan condenadamente que me quebré una noche y le dije a su madre sobre el bebé que había tenido con Emma y al que renunciado ocho años
antes. Por primera vez estaba destrozado por perder a un niño que había pensado que no quería. Tu madre hizo su objetivo encontrar a mi hijo. Buscó por años. Toda pista siempre condujo a otro callejón sin salida. Finalmente me di por vencido, ella nunca lo hizo. —Papá dejó escapar una risa triste—. El año pasado fui contactado por el investigador que tu madre había contratado y dijo que tenía una pista. No había esperado eso. No sabía qué hacer con esa información. Ese niño ahora era un adulto. Estaba seguro de que todo sería inútil. Luego tuve otra llamada. Mi hijo
quería conocerme.Me volví en los brazos de Pedro para ver a Gonzalo. Estaba apoyado contra su bote viendo el agua pero estaba escuchando. Su cuerpo estaba tenso. Esperando.
Era él... ¿tenía un hermano?
—Todo lo que pasó contigo, y decidí hacer las cosas bien. Tenía que empezar de nuevo. Tratar de vivir el resto de mi vida de la manera correcta porque lo único que había hecho era joderlo completamente. Lo único bueno que hice fue
amar a tu madre y ser bendecido contigo y Valeria. Así que, llamé a mi hijo y me vine al sur para encontrarme con él. —Hizo una pausa y asintió hacia Gonzalo—.es tu hermano.
—Joder —susurró Pedro y sentí como que yo lo dije, también. ¿Los secretos de mi padre nunca acaban?
—Gonzalo fue el último regalo de tu madre para mí. Si ella no hubiera estado tan decidida a encontrarlo, entonces nunca habría llegado a conocerlo.
Mi padre no estaba tan solo como había pensado. No estaba enojada o herida. Estaba... feliz. Me sentí aliviada. Tenía mucho en la vida que reparar. 
Sabía que estaba reparándolo por no ser el hombre que debería haber sido, por no tener una relación con su hijo. 
Mi bebé pateó contra las manos de su padre y no pude
imaginar entregar a este bebé. Nunca conocerlo o sostenerlo. Eso tenía que ser como perder una parte de sí mismo. Mi padre no era un hombre completo desde
que tenía dieciséis años. Desde que había perdido una parte de sí mismo. Mi corazón se rompió por él y me liberé de los brazos de Pedro y me acerqué a mi padre.
Envolví ambos brazos alrededor de su cintura y lo abracé. No tenía palabras por el momento para decirle que estaba feliz por él. No estaba segura de si esas palabras serían precisas. Estaba más que feliz. Estaba agradecida. Era hora de que se curara. Esto era parte de eso.
—¿Estás bien con esto, osito Pau? —preguntó apretándome en un abrazo.
—Me alegro de que lo encontraras —respondí honestamente. Por ahora, eso era lo único que pude decir.
—Gracias. —La emoción en su voz era fuerte.
—Realmente me alegra no tener que patear tu trasero por mirar a mi mujer—oí decir a Pedro y sonreí contra el pecho de mi padre.

CAPITULO 118




Pedro

Necesitaba llegar a Paula. 
Necesitaba abrazarla y asegurarme de que no la había perdido y que ella y el bebé estaban bien. 
Luego la convencería de ir a casa y que se casara conmigo inmediatamente.
No quería esperar más. No debería haber esperado tanto tiempo.
Mi avión aterrizó treinta minutos antes de lo programado. Habíamos salido antes de lo planeado. No quería esperar hasta el momento en el que le había dicho que llegaría y no quería que viniera al aeropuerto. Cogí un taxi y le dije que me llevara al puerto deportivo. Iba a encontrar el bote de Miguel yo mismo. Key West no era un lugar muy grande. 
La encontraría antes de que ella se marchara.
Caminando hacia el muelle, fui por las filas de barcos atracados, buscando alguna señal de Paula o Miguel. 
La había llamado, pero había ido directamente al buzón de voz. 
Había barcos de vela, de pesca, e incluso casas flotantes atracadas en ese lugar. Varios de ellos tenían personas viviendo a bordo. Estaba cerca del final cuando vi a un hombre de pie cerca de la parte atrás de su bote. Tenía los brazos cruzados sobre su desnudo pecho mientras miraba por encima del bote junto a él.
Empecé a preguntarle si sabía dónde estaba el bote de Miguel Chaves cuando seguí su mirada.
Largo cabello rubio caía por su espalda y se movía descuidadamente con el viento. El familiar vestido que llevaba era uno de sus favoritos últimamente, ya que era una de las pocas cosas que aún le quedaban. El pequeño estómago que se le había desarrollado durante las últimas semanas estaba ocupando más espacio y la longitud de él era más corto de lo que yo preferiría. Asimilando su costado, sentí todo de nuevo… hasta que me di cuenta de que era lo que el hombre sin camisa estaba mirando. 
Ella no se había dado cuenta porque estaba de espaldas y estaba observando la cristalina y azulada agua mientras el sol poniente encendía una diversidad de colores. Pero yo sí lo vi.
Mi cavernícola interior quería ir a su bote y lanzar su culo al agua. Sin embargo, no podía hacerlo. Tan cabreado como estaba de que estuviera mirando lo que era mío, entendí por qué lo hacía. Era impresionante.Quería detenerme y mirarla, también.
Tomé la otra ruta cavernícola, dirigiéndome directamente hacia el bote de su padre y salté dentro, tirándola a mis brazos antes de que pudiese girarse para ver quién era.
—Pedro —dijo con un suspiro de satisfacción y el cavernícola se sintió como si estuviera golpeando su pecho. Sabía que era yo. Me encantó eso. Enterré mi nariz en el hueco de su cuello y respiré profundamente. Olía tan condenadamente bien. Hoy su dulce olor estaba mezclado con el mar. Quería desnudarla y averiguar si también olía en todas partes como el mar.
Puse mis manos sobre su estómago sólo para recordarme a mí mismo que nuestro bebé estaba todavía bien. Estaba sano y Paula estaba bien. Cada vez que pensaba en ella sangrando y con calambres, mi corazón se sentía como si se hubiese detenido. Básicamente la había abandonado en los últimos días, tratando de tener bajo control a Daniela así podía irme. Mis últimas palabras a Paula habían sido duras y eso era todo lo que había podido pensar cuando supe que se había ido. ¿Mis palabras le habían provocado los calambres? No la merecía, pero no la dejaría ir. 
—Lo siento. Dios, Paula, estoy tan malditamente arrepentido. Te amo. Nunca va a suceder de nuevo —le prometí, incluso aunque las palabras sonaban familiares a mis oídos. Hice una mueca, dándome cuenta que había dicho esto antes. Nunca debí haber ido a Los Ángeles.
—Te amo —respondió ella simplemente.
—Yo también te amo —le contesté, sosteniéndola mientras estábamos de pie allí, observando la puesta de sol en el agua.
Cuando el anochecer nos rodeó finalmente, me incliné hacia su oído. —¿Hay un hotel en el que podamos dormir esta noche? Te necesito y no seré silencioso.
Paula se dio la vuelta en mis brazos y deslizó sus brazos alrededor de mi cintura. Sus verdes ojos brillaban con diversión. —Puedo ser silenciosa — respondió.
Extendí mi mano y metí un mechón de su cabello detrás de su oreja, luego tracé la línea de su mandíbula antes de sentir su suave labio inferior. 
—Yo no.
Una sonrisa de satisfacción alzó las esquinas de su boca y se puso de puntillas para presionar un beso en mi boca. 
—Puedes susurrar tus obscenas palabras en mi oído —contestó.
Tiré de su labio inferior en mi boca y lo chupé antes de meter mi lengua dentro de su boca para saborearla. 
Se aferró a mis brazos y gimió suavemente, moviéndose hacia mí. Joder, no había ninguna manera de que fuese silencioso esta noche. 
—A menos que quieras que tu padre me oiga gemir por el dulce sabor de tu coño y gritar tu nombre cuando me venga dentro de ti, entonces necesitamos un maldito hotel.
Paula presionó su cuerpo al mío y otro gemido escapó de ella. 
—Dios, Pedro.Te juro que si sigues hablando así voy a tener un orgasmo aquí.
Ahuequé su culo y la alcé contra mí antes de cubrir su boca con la mía de nuevo. Si estaba hinchada y encendida por esas palabras como para correrse,entonces lo haría.
Una fuerte tos hizo que Paula se congelase en mis brazos, luego se volvió lentamente y miró por encima de mi hombro. Se sonrojó e inclinó su cabeza en mi pecho. El hecho de que estuviese escondiéndose en mí fue lo único que evitó que me volviera loco. No me gustaba la idea de que la avergonzara el que él nos viera juntos.
Eché un vistazo por encima de mi hombro para ver al tipo que la había estado observando cuando me acerqué. Tener a Paula en mis brazos nuevamente me había hecho olvidar todo lo que nos rodeaba. No es que hubiera importado.
Quería que supiera que ella era mía. Quería que todos lo supieran.
—Pensé que podrían querer conseguir una habitación —dijo el tipo,sonriendo mientras encendía un cigarrillo.
—Estamos realmente bien. Tal vez necesitas mirar hacia otro sitio —respondí. Me aseguré de que la advertencia estuviese en mi voz.
Él se rió y soltó una bocanada de humo. 
—Ver la puesta de sol es lo mío. Es una lástima que un hombre no pueda ver algo tan hermoso desde su propio bote.
El parpadeo en sus ojos mientras miraba a Paula en mis brazos hizo que mi sangre hirviera. Paula debió haber sentido cómo me tensaba porque instantáneamente se pegó a mí y presionó un beso en mi pecho. 
—Entremos.Quiero un poco de tiempo a solas contigo —dijo, lo suficientemente alto como para que sólo yo escuchara.
La miré nuevamente y me relajé. Era mía. Necesitaba calmarme de una puta vez. —Muéstrame el camino.
Paula agarró mis brazos y me llevó a la pequeña cocina. Podía ver la puerta que conducía hacia el bote y la idea de esconderme allí con ella era demasiado jodidamente atractiva. 
—¿Cuánto tiempo falta para que tu padre llegue? —le
pregunté, caminando detrás de ella hacia las escaleras.
—No estoy segura —respondió con una risita.
—¿Esa habitación tiene una puerta con cerradura?

CAPITULO 117



Paula


Aquí está. No es mucho, pero es mío —dijo mi papá mientras subía a un bote con una pequeña cabina que, estaba segura, sólo tenía una cama. Tenía la esperanza de que hubiera un sofá de algún tipo allí también.
Había estado tan aliviada cuando me bajé del avión en el pequeño aeropuerto y me encontré a Miguel ya esperando por mí. 
Estaba preocupada de que hubiera gastado el último de mis ahorros en boletos de avión para ver a un hombre que podría no aparecer. Esta vez, había venido por mí.
—La buena noticia es que tiene dos literas y una cama de dos plazas. Voy a tomar una litera y tú puedes tener la cama. Será más fácil para ti y el bebé. Fui y conseguí algunas cosas en la tienda. Cosas que sabía que te gustaban. 
La nevera es muy pequeña, pero tengo un enfriador con hielo aquí también, en el que mantengo cosas frías.
Me paré en el usado bote y vi cosas de mi padre. Su sombrero favorito de pescar, el que mi madre le había dado para el Día del Padre cuando era una niña, colgado en el gancho de entrar en la cabina. La caja de los trastos que Valeria y yo le habíamos comprado un año para Navidad estaba en una esquina con la caña de pescar que él había comprado un verano cuando nos habíamos ido de vacaciones familiares a Carolina del Norte. No me había dado cuenta de que todavía tenía esas cosas.
—Es perfecto, papá. Gracias por dejarme venir aquí. Sólo necesitaba escapar —dije, girándome hacia él.
Su bigote y barba necesitaban recortarse, pero todavía podía ver su boca frunciéndose. —¿Qué pasa, osito Pau? Parecías tan feliz hace una semana.¿Cómo fue que las cosas consiguieron ponerse así de mal tan rápido?
No quería hablar de eso por el momento. 
—Dormí en el avión y no fue un buen sueño. Han pasado más de veinticuatro horas desde que he estado en una
cama. ¿Puedo tomar una siesta primero? —pregunté.
Papá parecía aún más preocupado por mi cansancio. 
—No deberías haberte presionado de esa manera. ¿Por qué tenías que volar en la noche? No importa, puedes decirme más tarde.
Sólo tienes que ir allí dentro y bajar esas escaleras para
ir a la parte de atrás. Voy a llevar tu bolsa abajo. No hay mucho espacio, pero podemos manejarlo.
No me preocupé por intentar tomar un baño en el diminuto cuarto o de cambiar mis ropas. Estaba demasiado cansada para preocuparme por algo. 
—Sólo quiero dormir un poco —le aseguré.
La cama llenaba todo el "dormitorio". Tocaba todas las paredes. Me metí en ella desde la puerta y tiré mis zapatos antes de acurrucarme en una bola y caer dormida.

***
Era tarde cuando me desperté. El suave balanceo del bote era relajante.
Estaba agradecida de no sufrir de mareo por el movimiento. Sería malo si lo hiciera. Estirándome, me senté y alcance mi bolsillo para sacar mi teléfono y encenderlo. Había estado evitando esto. A estas horas, Pedro sabría que me había
ido y estaría molesto. No estaba preparada para lidiar con él por el momento.
Todavía necesitaba un poco de tiempo para decidir qué hacer.
No revisé mis mensajes de voz o mensajes de texto una vez que se prendió.
Lo puse de nuevo en mi bolsillo y subí los escalones del pequeño cubículo en la cubierta principal. Papá no estaba alrededor, pero en el aeropuerto había mencionado que tenía un trabajo en la marina y que necesitaba ir esta tarde. A cambio, le permitieron mantener su bote amarrado aquí gratis.
La pequeña nevera tenía unas cuántas botellas de agua, así que saqué una y agarré un plátano de la cesta de frutas que estaba puesta en la parte superior del refrigerador antes de salir a sentarme en el sol. Estaba ventoso pero soleado.
Similar a la temperatura en Los Ángeles.
—¿Miguel sabe que estás en su bote? No me parece que sea el tipo de hombre que se enrolla con mujeres que apenas son legales —preguntó una voz profunda detrás de mí. Me di la vuelta para ver a un hombre en sus veintitantos años de pie en el bote amarrado al lado del de mi padre. Estaba sin camisa y sus pantalones colgaban bajos en sus caderas. Era obvio que hacía trabajo manual. 
Era delgado pero sólido. Su largo pelo castaño estaba aclarado por el sol y sujetado en una cola de caballo baja. Varias hebras estaban sueltas. No podía ver sus ojos porque llevaba gafas tipo aviadores.
—¿Hablas? —preguntó con una sonrisa y tomó un trago de la botella de agua en su mano.
—Sí —le contesté, todavía un poco sorprendida. No había estado esperando que papá tuviera vecinos. Este era un bote, por el amor de Dios. ¿Cuántas personas vivían en sus barcos?
—¿Dónde está Miguel? ¿O estás colándote? —Era implacable en su interrogatorio.
—No lo sé. Me desperté y se había ido —le respondí.
El chico levantó una de sus cejas. —¿Así que él sabe que estás aquí?
¿Quién era, un maldito policía? —Miguel es mi padre. Es muy consciente de que estoy aquí —le contesté, sonando un poco más molesta de lo que quería.
Una sonrisa se dibujó en su rostro y tenía dientes blancos y perfectos. No era lo que esperaba de un tipo que tenía el pelo como él y vivía en un bote. 
—Así que eres Paula. Gusto en conocerte. Soy Gonzalo —respondió y tomó otro trago de su botella de agua.
—¿Gonzalo? —pregunté antes de que pudiera detenerme. Sabía que sonaba grosero.
—Sí —respondió.
Él me lanzó un guiño y luego se volvió y se dirigió hacia el interior de su cabina.
Una vez sola de nuevo, me recosté en mi asiento y apoyé las piernas sobre un cubo boca abajo. Mi teléfono empezó a sonar e incluso debatí mirarlo. Si era Pedro iba a querer contestarle. Tal vez era hora de que lo hiciera. Necesitaba saber dónde encontrarme.
Bajé la mirada y, por supuesto, el nombre de Pedro estaba en la pantalla de mi teléfono. Hice clic en contestar y lo acerqué a mi oreja. No estaba segura de qué decirle. 
Había sido un desastre emocional cuando tuve que salir corriendo.Necesitaba espacio y tiempo. Ahora lo estaba extrañando. ¿Cómo iba a casarme con él si ni siquiera podía estar a su lado cuando me necesitaba? ¿Iba a estar siempre con este malestar cuando él no estuviera cerca cuando lo necesitara?
—¿Paula? Por favor, Dios, dime que contestaste el 
     teléfono. —La voz de Pedro estaba mezclada con pánico. Me sentí culpable.
—Soy yo —le contesté.
—¿Dónde estás, cariño? Por favor, dime dónde estás. Juro que nunca te dejaré de nuevo. Ya me cansé de lidiar con la mierda de mi hermana y de ser el padre que mis padres no fueron. Sólo te necesito a ti. Por favor, ¿dónde estás?
Estoy en Rosemary y no estás aquí. —Estaba tan preocupado. Lo había asustado.
Mi garganta se apretó y mis ojos punzaron.
—Estoy en Key West con mi papá —le contesté.
—Mierda. ¿Te pasó a buscar por el aeropuerto? ¿Te estás quedando en su bote? ¿Te está alimentando? —Pedro se detuvo en sus muchas preguntas y respiró hondo. Me di cuenta de que estaba tratando de calmarse.
—Él fue por mí, y estoy bien. Compró algunas provisiones antes de que llegara aquí, así que he comido. —Me detuve y apreté mis ojos fuertemente con el fin de contener las lágrimas. No quería llorar. Pedro se volvería completamente loco si me escuchaba llorando—. Lo siento. Estaba molesta y necesitaba alejarme de todo. Necesitaba tiempo para pensar.
—Sé que estás molesta. Tenías todo el maldito derecho a estar molesta.Pasaste por un susto sin mí y me odio por ello. 
Deberías haberme dejado.Demonios, yo me habría dejado. —Se detuvo y respiró hondo—. ¿Puedo ir a buscarte? ¿Por favor? Te necesito, Paula.
¿Sería siempre así? ¿Siempre iría en segundo lugar después de Daniela? ¿Iría nuestro bebé en segundo lugar? Sabía que él creía que había terminado con ella, pero no era tonta. Amaba a su hermana y lo mataría ignorarla cuando ella lo necesitara. 
Supongo que lo que tenía que preguntarme era ¿podría vivir sin él? No. Era así de sencillo. 
Incluso con mi corazón todavía sufriendo porque ayer no hubiera estado allí para mí y el bebé, aún lo necesitaba, no podía imaginar la vida sin él.
—Daniela tuvo una sobredosis. La encontré inconsciente en la habitación del hotel. Dejé mi teléfono allí cuando me fui corriendo con los paramédicos para llevarla al hospital. Es por eso que no te respondí. Lo siento mucho, Paula. 
Estoy tan malditamente arrepentido. —La súplica en su voz rompió mi corazón. Debería haber sabido que se trataba de algo serio. Pedro siempre respondía a mis llamadas y textos.
—¿Daniela está bien? —pregunté. No porque me importara Ella, sino porque me importaba Pedro.
—Sí. Le hicieron un lavado de estómago. Mi madre la va a llevar a un centro en Montana para obtener ayuda. 
No puedo seguir tratando de controlarla. Tengo que concentrarme en ti y nuestro bebé.
Levanté la mirada mientras mi padre entraba en el bote. Llevaba una bolsa de papel en una mano y un litro de té dulce en la otra. 
No estaba lista para dejarlo aún. Acababa de llegar aquí y me gustaba verlo feliz. O por lo menos, contento.
—Quiero quedarme y visitar a mi padre por un tiempo —le dije, sabiendo que iba a discutir. Estaba extrañándole muchísimo y sabía que él sentía lo mismo.
—Está bien. ¿Puedo ir a visitarlo, también? —preguntó.
Mi padre me estaba mirando y una pequeña sonrisa tiró de sus labios. 
No tenía que decirle lo que había preguntado Pedro. Él ya lo sabía. —Dile al chico que venga. Tengo lugar para uno más.
—Me gustaría eso. Te echo de menos —le contesté.
Pedro dejó escapar un suspiro. —Dios, cariño, yo también te echo de menos. Malditamente demasiado. Estaré ahí tan pronto como pueda conseguir un vuelo para allá.