jueves, 27 de noviembre de 2014

CAPITULO 140




Dejé que el teléfono sonara tres veces antes de colgar y volver a marcar. Llamaría a mi madre hasta que me contestara. Será mejor que no joda conmigo, o complicaría las cosas y cancelaría sus tarjetas de crédito. Entonces me llamaría.


—Honestamente, Pedro, ¿es realmente necesario qué me llames sin cesar? Si no contesto, deja un mensaje y te devolveré las llamadas cuando sea conveniente para mí.


—Me importa una mierda tu conveniencia. Quiero hablar con el hijo de puta con el que estás casada. Ahora.


Mamá resopló en el teléfono. —Sin duda no voy a escuchar a mi hijo hablarme de esa manera, o a mi marido. Puedes volver a llamar cuando estés listo para hablar con respeto y…


—Mamá, que Dios me ayude. Si no pones al hombre en el teléfono, tú teléfono y tus tarjetas de crédito serán canceladas en los próximos diez minutos. No me jodas.


Eso la calló. Su brusca inhalación fue la única respuesta que obtuve.


—Ahora, mamá —repetí con firmeza.


Hubo murmullos atenuados antes de escuchar a Miguel aclararse la garganta. — Hola —dijo, como si no estuviera ignorando el hecho de que había abandonado a su hija.


—Entiende una cosa. Yo controlo todo. El dinero. Mi madre. Todo. Es mío. Me jodes, y me las pagarás. Te traje aquí porque amo a mi hermana. Pero me estás mostrando que no eres digno de su tiempo. Ahora, explícame cómo le dices a tu otra hija que venga a mi casa y luego simplemente te marchas del maldito país.


Miguel hizo una pausa. Le oí respirar hondo. —Olvidé que iba a venir.


Y una mierda que lo hizo. —Está aquí ahora, imbécil. Necesita ayuda. Tú y mi madre necesitan subirse a un avión y traer sus culos de vuelta aquí.


—No la he visto en cinco años. No sé… No sé qué decirle. Es una adulta ahora. Puede arreglársela sola. No debí haberle dicho que vaya a tu casa, pero necesitaba decirle algo. Me pidió ayuda. Si no la quieres ahí, envíala devuelta. Es una chica inteligente. Tiene un arma. Va a sobrevivir. Es una sobreviviente.


Es una sobreviviente. ¿Acababa de decir eso? ¿En serio? Mi cabeza comenzó a palpitar, y presioné mis dedos contra las sienes buscando algún alivio. —Tienes que estar bromeando. —Me las arreglé para decir a través de mi completa, horrorizada conmoción—. Acaba de perder a su madre, pedazo de mierda. Está jodidamente indefensa. ¿La has visto? Es demasiado malditamente inocente como para andar sin protección. No puedes decirme que es una sobreviviente, ya que la chica que apareció en mi puerta anoche parecía completamente rota y sola.


El tirón en su respiración fue la única señal que tuve de que le importaba un poco su hija. —No puedo ayudarla. Ni siquiera puedo ayudarme a mí mismo.


Eso fue todo.Miguel, se negaba a volver a casa y hacer algo al respecto. Paula fue dejada aquí para mí, para ayudarla o botarla. No le importaba. No podía formar palabras. Terminé la llamada y dejé caer el teléfono en el sofá antes de mirar hacia la ventana frente a mí.


Daniela odió a esta chica la mayor parte de su vida. La había envidiado. La culpaba.
¿Por qué? ¿Por tener un padre peor que la madre que teníamos?
No hubo ninguna llamada a la puerta que conducía al último piso, que reclamé por completo. Oí la puerta abrirse, seguido por el sonido de pisadas. Solo una persona caminaría hasta aquí sin llamar.


—Puse gas en su camioneta —dijo Federico, pisando el último escalón—. No tienes que pagarme nada.


No miré hacia el hombre que consideraba mi hermano.


 Fuimos hermanastros una vez, cuando nuestros padres estuvieron casados por un corto tiempo. Necesitaba a alguien en quien apoyarme en ese punto de mi vida, y Federico fue ese alguien. Eso nos unió.


—¿Vas a dejarla bajo las escaleras como Harry maldito Potter? —preguntó, dejándose caer en el sofá frente a mí.


—Está más segura bajo las escaleras —contesté, dirigiendo mi mirada en su dirección—. Lejos de mí.


Federico rio y levantó los pies para descansarlos en la otomana frente a él. —Sabía que no podías ignorar el hecho de que es muy caliente. Esa inocencia, y esos grandes ojos que tiene a su favor, la hacen aún más tentadora.


—Mantente alejado de ella —dije. Federico no era nada mejor para Paula. Los dos estábamos jodidos. Y necesitaba seguridad. No teníamos eso para darle.


Mi hermanastro guiñó un ojo y echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo. — Cálmate. No voy a tocarla. Es la clase de chica que admiras desde lejos. Sin embargo, no puedo prometer no admirar. Porque maldita sea, está muy buena.


—Su madre ha muerto —dije, todavía incapaz de creer que Miguel supo que su madre estuvo enferma todo este tiempo y no hizo nada.


Federico bajó sus pies al suelo y se inclinó hacia mí, apoyando los codos sobre sus rodillas. El ceño preocupado en su rostro solo me recordó lo tierno que mi hermano podría ser. No podía dejar que cometiera un error y lastimara a Paula. No lo pretendería, pero lo haría, eventualmente. —¿Muerta? ¿Cómo recientemente? —
preguntó.


Asentí. —Sí. Está sola. Vino aquí porque Miguel le dijo que la ayudaría hasta que pudiera mantenerse por sí misma. Luego se fue.


Fedrrico dejó escapar un siseo enojado entre sus dientes. —Hijo de puta.


Estuve de acuerdo. Completamente.


—¿Has hablado con Miguel?


Antes de mi conversación con Miguel, me desagradaba y estaba disgustado con él.


Ahora lo odiaba. Odiaba haberlo traído aquí. Dejar a su egoísta, frío corazón entrar en esta familia. No había nadie a quien culpar sino a mí. —Dijo que no podía ayudarla —
contesté. El disgusto en mi voz era obvio.


—Sin embargo, ¿tú vas a ayudarla, verdad? —preguntó Federico.


Quería gritarle que no era mi problema. Que no pedí este problema. Pero lo hice cuando traje a ese hombre a esta casa. —Me aseguraré de que consiga un trabajo que pague bien y sea seguro. Cuando tenga suficiente dinero para conseguir su propio lugar, voy a hacer lo que pueda para ayudarla a encontrar algo accesible.


Fede dejó escapar un suspiro de alivio. —Bien. Quiero decir, sabía que lo harías, pero es bueno escucharte decirlo. —Solo Federico esperaba que yo hiciera lo correcto.


Todos los demás me veían como el hijo mimado de una leyenda del rock. Federico veía más. Siempre lo hizo. No defraudarlo fue una de las razones por las que hice algo con mi vida. No me convertí en lo que el mundo suponía que sería. O lo que muchos pensaban que era. Hice mi propio camino porque alguien creyó en mí.


—El mejor lugar para Paula es el club —le dije, tratando de alcanzar mi teléfono.


Era un miembro de Kerrington Country Club, que era el centro de esta pequeña ciudad turística de Rosemary Beach. Un trabajo allí sería seguro para Paula, y le pagarían bien.


—No llames a Antonio. Es un idiota. La tendrá en su mira y la convertirá en su objetivo para follar —dijo Federico.


La idea de Antonio, hijo del dueño del club, tocando a Paula hizo que se me pusiera la piel de gallina. Antonio era un tipo agradable, hemos sido amigos la mayor parte de mi vida, pero amaba a las mujeres. Las amaba por una noche, luego tenía suficiente de ellas. No lo juzgaba, yo era de la misma manera. Solo que no tenía intención de dejar que Antonio tocara a Paula —No va a tocarla. Me aseguraré de eso — dije, antes de llamar al director de recursos humanos del club.



Paula ya había encontrado el club, Elena ya le había dado un trabajo. No pude evitar sonreír. Tal vez era más dura de lo que parecía. Pero el pequeño tirón de orgullo que sentí detuvo mi repentino buen humor. ¿Por qué demonios sonreía como un idiota porque Paula Chaves consiguió un trabajo por sí misma? ¿Y qué? Tenía diecinueve años, no diez. No se suponía que debía sentir nada hacia ella. Era una maldita extraña. Una que había despreciado la mayor parte de mi vida.


Cogí el teléfono y llamé a Anya. Siempre estaba disponible, y siempre se iba cuando terminábamos. No se quedaba a dormir. Esa era la única razón por la que la traía de vuelta una y otra vez. Eso, y el hecho de que daba la mejor mamada del mundo, además ella hacía unas deliciosas comidas italianas.


Ella alejaría a Paula fuera de mi mente. Cuando llegara a casa esta noche me vería con Anya. No es que Paula necesitara recordar mantenerse alejada de mí. Me tenía miedo. La única vez que vi el interés en sus ojos fue esa mañana cuando se volteó para verme observándola. Tuvo más que un deleite viéndome sin camisa. El problema era que jodidamente lo amé.


Sí… Llamaría a  Anya.  Un polvo sin ningún-compromiso; la belleza de pelo oscuro era exactamente lo que necesitaba.

CAPITULO 139




La música fluía fuerte por las escaleras, pero sabía que no sería capaz de escucharla en mi habitación.


No me encontraba de humor para toda esa mierda ahí abajo. No estuve de humor antes de que Paula Chaves apareciera, y de seguro no estaba de humor ahora.
—Ahí estás —dijo una mujer con voz suave, y me giré para ver a una de las amigas de Daniela del club caminando hacia mí. Su falda era tan corta que su trasero casi salía de la parte trasera. Esa fue la única razón de que la notara. Es difícil perderse un trasero exhibiéndose así. Sin embargo, no podía recordar su nombre.


—¿Te perdiste? —pregunté, sin agradarme que viniera arriba. Mi regla era mantener la fiesta lejos de mi espacio personal.


Sacó su pecho y mordisqueó su labio inferior antes de batir sus pestañas en mi dirección. Largas y falsas pestañas. Nada como las de Paula. Jódeme. ¿Por qué pensaba en Paula?


—Estoy exactamente donde quiero estar. Contigo —dijo en un susurro ronco, antes de presionar sus tetas contra mi pecho y pasear sus manos hacia abajo para acunar mi polla—. He escuchado cuán bien puedes hacer sentir a una chica. Cómo puedes hacer gritar orgasmos, una y otra vez —dijo, apretándome con suavidad—. Hazme venir, Pedro.


Extendí la mano y agarré un mechon de su cabello rubio. No era tan rubio como… no. Maldita sea. Iba a hacerlo otra vez. Comparar cada cosa de ella con Paula. Era un problema del que necesitaba tomar control, ahora. —Ruega —dije.


—Por favor, Pedro —respondió con rapidez, y frotó mi polla desinteresada para ponerla dura—. Quiero que me folles, por favor.


Era buena. Sonaba casi como una estrella porno. —Es solo sexo, nena. Nada más.Y solo por esta noche —dije. Siempre me aseguraba de que conocieran las reglas. No tendríamos repetición a menos de que fuera malditamente buena.


—Mmm. Te recordaré que dijiste eso —dijo, guiñándome como si no me creyera en absoluto. O era malditamente brillante haciéndolo, o era una ilusión de su parte.
Difícilmente alguna vez regresaba para una segunda vez—. ¿Dónde está tu habitación?—preguntó, presionando un beso en mi pecho.


—No te llevaré a mi habitación —dije, y la empujé hacia atrás hasta que trastabilló en la habitación de invitados que utilizaba para sexo. Las chicas no iban a mi habitación. Ese era mi lugar, y no quería recuerdos de chicas ahí arriba.


—Oh, señor Impaciente —dijo, riéndose mientras se contoneaba fuera de su falda y lamía sus labios—. Soy una profesión chupando pollas.


Me saqué la camisa y me acerqué para sentarme en la cama. —Muéstrame — respondí.



*****


El aroma a perfume golpeó mi nariz, y entorné los ojos contra el sol, maldiciendo a quien sea que no hubiera cerrado las malditas cortinas la noche anterior. Giré, y el cuerpo desnudo a mi lado hizo un ruido. Se quedó toda la noche. Mierda. Odiaba a las que no se marchaban. Eran las pegajosas. Las que creían que eran más que una follada.


¿En serio creían que ponerse de rodillas y chuparme hasta correrme sin decirme su nombre iba a ganarles puntos?


Me puse de pie y encontré mis vaqueros, luego me los coloqué de un tirón. La chica bostezó, y decidí que olvidaría la camisa y saldría de aquí mientras tuviera tiempo. Entendería la pista cuando no me encontrara en ningún lugar. Abrí la puerta lentamente, me deslicé en el pasillo, y me dirigí a las escaleras. Si iba a mi habitación, vendría a tocar mi puerta. Podría marcharme a la playa y meterme en una carrera temprana. Pero primero, necesitaba café.


Preparé una taza rápida, luego caminé hacia las puertas francesas que conducían al exterior. En el momento en que llegué a la puerta, la vi. Su largo y sedoso cabello ondeaba en la brisa mientras permanecía en mi pórtico mirando el agua. Me encantó la vista. Era tranquilizante. Me pregunté qué pensaba. ¿Le preocupaba que Miguel podría no regresar? ¿Realmente iba a encontrar una manera de irse? ¿O era vaga como su padre?


Después de una noche de sexo con una desconocida amiga de mi hermana, me pregunté cómo sería acercarme a Paula


No se arrojaría hacia mí, y seguro como el infierno de que no ser arrodillaría y me chuparía porque se lo ordenara. ¿Por qué la idea de inocencia me parecía atractiva? Eso era complicado. No hacía cosas complicadas. Sin embargo, no podía ignorarla. No esta mañana. Necesitaba ver su rostro de nuevo y ver si esa sincera mirada todavía se encontraba ahí. ¿Se encontraba enojada por dormir debajo de las escaleras? ¿Las garras saldrían ahora?


—Esta vista no pasa de moda —dije, provocando que se girase y me mirara boquiabierta.


La había sorprendido. Comencé a reír cuando su mirada viajó por mi pecho desnudo y se concentró en mis abdominales. ¿Qué demonios? Me echaba un vistazo.


Tal vez no era tan inocente. La idea le provocó acidez a mi estómago.


—¿Estás disfrutando de la vista? —pregunté, cubriendo mis decepción con diversión. Parpadeó rápidamente como si despertara de un trance y levantó la mirada de regreso a mi rostro. Detesté la idea de que se me arrojara. No quería que fuera como las otras. Por qué mierda importaba. No lo sabía, pero lo hacía—. No dejes que te interrumpa. También yo la estaba disfrutando —dije, incapaz de evitar la molestia en
mi voz. Tomé un sorbo de café. Sus rostro de volvió rojo brillante, y se giró para enfrentar al agua de nuevo. ¿Por qué el simple hecho de que hubiera sido atrapada mirando y se avergonzara me hacía tan malditamente feliz? Maldición. No pude evitar reír de alivio.


—Ahí estás. Te he extrañado en la cama esta mañana. —Reconocí la voz de la noche anterior. Mierda. Desperdicié el tiempo y me encontró. Paula se giró de nuevo para mirarme, y luego sus ojos fueron a la chica presionándose contra mí. 


Esto era bueno. Necesitaba ver que jodido pedazo de mierda era yo. Era lo que quería.


Permanecería lejos de mí si veía esto. Pero el destello de interés en los ojos de Paula mientras la chica recorría mi pecho con sus uñas, me hacía cosas que no quería admitir.


—Es hora de que te vayas —dije, apartando su mano y apuntando en dirección a la puerta principal.


—¿Qué? —preguntó con sorpresa en su voz, como si no le hubiera dicho anoche que no sucedería de nuevo.


—Conseguiste lo que querías, nena. Me querías entre tus piernas. Ya lo tienes. Ahora he terminado —le recordé.


—¡Me estás tomando el pelo! —respondió con un gruñido furioso. Tal vez no me creyó anoche. Su error.


Negué con la cabeza por mi propia estupidez y bebí otro trago de café. Un día aprendería que estos ligues con fiesta de pijamas eran un problema.


—No vas a hacerme esto. Anoche fue increíble. Lo sabes —dijo con voz aguda mientras alcanzaba mi‖brazo, que aleje de su agarré. Ya no era momento de “Ruégale a Pedro”. Hicimos eso anoche. Fue divertido. Se corrió mas veces de las que podía contar. 
Pero para mí, fue mediocre.


—Anoche cuando viniste a mendigar quitándote la ropa, te advertí que solo sería una noche de sexo. Nada más —dije, molesto de que incluso tuviera que recordarle.


No miré hacia ella. Mantuve mis ojos en el agua y bebí mi café como si ya se hubiera ido. Con dramático y fuerte paso, se marchó.


La mirada horrorizada en el rostro de Paula me hizo superar rápidamente la interrupción del error de anoche. —Así que, ¿cómo dormiste anoche? —pregunté. Tenía que estar apretado en esa habitación, además de las escaleras y el ruido de la casa probablemente apestaba. Esta era su oportunidad para quejarse. Mostrarse verdaderamente.


—¿Lo haces a menudo? —preguntó con una mirada de molestia en su rostro. Era adorable…maldición.


—¿Qué? ¿Preguntarle a la gente si durmió bien? —No iba a dejar que ese rostro me consiguiera. Iba a irse tan pronto como hablara con Miguel. Era su problema, no mío.


El hecho que disfrutara mirándola era incluso más que una razón para sacarla de aquí.


—Tener sexo con chicas y luego tirarlas como basura —respondió. Esos grandes ojos suyos se ampliaron como estuviera sorprendida por las palabras que salieron de su
propia boca.


Quería reír. Hacia tan difícil quedarse concentrado. Dejé mi taza abajo y me estiré en la silla a mi lado. La mejor acción a tomar era hacer que Paula me detestara. Nos haría a ambos un favor. Si me odia, podía mantener mi distancia con facilidad. — ¿Siempre metes la nariz donde no te incumbe? —pregunté.


En lugar de la ira que esperé destellar en sus ojos. Vi remordimiento. ¿En serio?


Fui un imbécil. No tenía que lucir como si lamentara resaltar mi mierda.


—Normalmente no. Lo siento —dijo con una media sonrisa de disculpa, y se apresuró dentro.


¿Qué mierda? ¿Realmente se había disculpado conmigo? ¿De dónde venía esta chica? Las mujeres no actuaban como ella. ¿Nadie le enseñó a no retroceder antes los
brabucones?


Me puse de pie y giré para mirar dentro y la encontré recogiendo botellas vacías y basura que quedaba en todo el lugar de la noche anterior. Odiaba el desorden, pero trataba de ignorarlo cuando Daniela quería festejar.


—No tienes que hacer eso. Lourdes estará aquí mañana —dije, detestando verla limpiar.


Colocó las botellas que había reunido en el cesto y me miró. 

—Solo quería ayudar.


Llamaría a su padre esta mañana. Necesitaba sacarla de aquí. Hasta entonces, tenía que asegurarme de que me odiara. —Ya tengo un ama de llaves. No estoy buscando contratar a otra si eso es lo que estás pensando. —El áspero tono en mi propia voz me hizo querer encogerme, pero mantuve la mirada aburrida en mi rostro. La había perfeccionado hace años. No podía mirarla justo ahora.


—No. Ya lo sé. Solo estaba tratando de ser útil. Tú me dejaste dormir en tu casa anoche. —Su voz era suave y suplicante como si necesitara que le creyera. A la mierda.


Necesitábamos fijar algunas reglas antes de que lo jodiera. 


—Acerca eso.Tenemos que hablar.


—Está bien —dijo en un susurro. Maldición. ¿Por qué parecía tan derrotada de nuevo? No había pateado a su maldito cachorro.


—No me agrada tu padre. Es un vividor. Mi madre siempre tiende a encontrar hombres así. Es su talento. Pero creo que tú ya sabes eso acerca de él. Lo que se me hace curioso, ¿por qué has venido a él en busca de ayuda si sabías lo que era? —Necesitaba que me dijera algo real. O necesitaba atraparla en una mentira. No podía seguir aquí por mucho más tiempo. Esas malditas piernas largas suyas y sus grandes ojos azules me enloquecían.


—Mi madre acaba de morir. Ella tenía cáncer. Tres años de pena y tratamientos.Lo único que poseía era la casa que mi abuela nos dejó. Tuve que venderla y todo lo demás para pagar los gastos médicos de mi madre. No he visto a mi padre desde que nos abandonó hace cinco años. Pero es la única familia que me queda. No tenía a nadie a quién pedirle ayuda. Necesito un lugar donde quedarme hasta que pueda encontrar un trabajo y obtener unas cuantas monedas. Entonces podré rentar mi propio lugar.
Nunca tuve la intención de quedarme mucho. Sé que mi papá no me quiere aquí. —Se detuvo y rio, pero no fue real. Se encontraba llena de dolor, lo que solo hizo mi estómago retorcerse—. Aunque nunca esperaba que saliera corriendo antes de que llegara.


Maldita mierda. Iba a matar a Miguel Chaves. ¿El hijo de puta abandonó a su hija mientras cuidaba de su madre enferma? ¿Qué clase de monstro enfermo hacia esa mierda? No podía echarla. Sin embargo, iba a hacer de la vida de Miguel un infierno viviente. El imbécil pagaría por esto. —Lamento lo de tu mamá —me las arreglé para decir a través de la sangre hirviendo en mis venas—. Eso tiene que ser duro. Dijiste que estuvo enferma por tres años. Así que, ¿fue desde que tenías dieciséis? —Era una niña.
Y él la abandonó, y solo era una niña.


Asintió simplemente y me observó cautelosamente.


—Estás pensando conseguir un trabajo y un lugar propio —dije, queriendo recordarme que este era su plan. Podía ayudarla por el tiempo suficiente para que pudiera lograr esto. Alguien necesitaba ayudarla, maldición. Se hallaba malditamente sola—. El cuarto de las escaleras es tuyo por un mes. Debes ser capaz de encontrar un trabajo y conseguir el dinero suficiente para un apartamento. Destin no está demasiado lejos de aquí y el costo de vida es más accesible allí. Si nuestros padres regresan antes de ese tiempo, espero que tu padre sea capaz de ayudarte.


Dejó escapar un pequeño suspiro, y sus hombros se hundieron. —Gracias.


No podía mirarla. Me hacía querer asesinar a Miguel solo con mis manos. Justo ahora, no podía concentrarme en Daniela y su necesidad de un padre. El hombre que quería como un padre era un bastardo. Un bastardo al que iba a hacer pagar por esta mierda. —Tengo algunas cosas que hacer. Buena suerte en la búsqueda de empleo — dije, antes de alejarme de ella. Tenía una llamada que hacer.