domingo, 19 de enero de 2014

CAPITULO 128





Tres meses después…

Yo era una chica del sur. Eso era evidente. Aunque me había encantado nuestro tiempo en Nueva York, estaba contenta de estar de vuelta en casa, donde podía encontrar té helado dulce cuando quería. Pedro también había extrañado Rosemary. Podía decirlo. 
Desempacamos, luego llevamos toda la ropa y los juguetes que habíamos comprado para el bebé, que todavía no habíamos nombrado, y los pusimos en su cuarto. Había sido
divertido colgar su ropa en el armario, doblar las mantas y alinear todos sus zapatitos. Nos habíamos ido un poco por la borda con la compra de ropa.
Federico había pasado para llevarse a Pedro a un tiempo de chicos en el golf poco después de nuestra llegada, así que decidí ir a hacer algunas visitas. 
No había nada para comer aquí y me estaba muriendo de hambre. Ir a ver si Marcos estaba en el club trabajando y conseguir algo de comer mataría dos pájaros de un tiro.
Cogí las llaves y salí en busca de mi coche... o camioneta... o lo que fuera. No la había conducido todavía. Pedro la había tenido allí estacionada, esperando por mí, cuando llegamos a casa.
Todo lo que sabía era que la idea era un Mercedes Benz como vehículo utilitario. Yo estaba contenta de que no me había conseguido una minivan. Al parecer, este es uno de los coches más seguros en la carretera. Él me dio un
argumento de venta muy largo sobre él y luego me dijo que si no me gustaba podía regresarlo y conseguir lo que quería.
Era un Mercedes, por amor de Dios. No iba a meter mi nariz en eso. Por supuesto que estaba contenta con él. Sólo tenía que encontrar la manera de conducirlo. Bajé la mirada hacia la llave que me había dejado.
 Había indicaciones que me dio. Se suponía que sólo debía apegarme a esta cosa que sin duda NO era una llave y llevarla en el bolso conmigo. Cuando tocara el pomo de la puerta se desbloquearía automáticamente, siempre y cuando la llave estuviera en mi cuerpo.
Luego tendría que poner mi pie en el freno y presionar el botón "prender" para girar el volante del coche. Todo lo demás debería ser bastante fácil. Sí, claro.
Hice lo que me dijo y me metí en el coche, lo que no es fácil cuando tu estómago es enorme. Después de empujarme, me las arreglé para poner en marcha el auto sin la llave que era tan extraña. 
Ni siquiera traté de tocar las cosas del tablero. Se veía como algo de un avión. No entendía nada de eso. 
Abrí mi bolso, saqué mi pistola y luego la deslicé debajo de mi asiento. No había estado llevándola conmigo ya que siempre estaba con Pedro. Pero ahora que tenía mi propio coche nuevo y que saldría sola, y luego con mi bebé, quería saber que había una cierta protección escondida en algún lugar. 
Una vez que el bebé fuera más grande, iba a tener que encontrar otro lugar para guardarla. No quería que estuviera en ninguna parte donde pudiera tocarla. Eso era algo que tenía que hablar con Pedro.
Llegar al club era bastante fácil. El coche se apagó con sólo pulsar un botón y cerré las puertas con la cosa a la que Pedro llamaba llave, luego me dirigí hacia el interior.
Justo cuando llegaba al comedor, Marcos salió de la cocina y sus ojos se encontraron con los míos. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. —Mírate,ardiente mamá. Puedes hacer que un vientre embarazado del tamaño de una pelota de playa se vea sexy. Ve a la cocina y espérame. Ya vuelvo —dijo Marcos,con un gesto de la cabeza. Sólo llevaba dos vasos de agua por lo que iba a ser rápido.
Abrí la puerta de la cocina y entré. Varios de los cocineros me saludaron y yo se les devolví con un movimiento de mano tratando de recordar tantos nombres como podía.
—Por favor, dime que estás de vuelta en Rosemary para bien. No más correr por todo el mundo. Te he echado de menos —gimió Marcos, tirando de mí en un abrazo.
—No hay planes para ir a cualquier parte en el futuro cercano —aseguré.
—Dios, Paula, tu estómago es enorme. ¿Cuándo viene el bebé? —Preguntó Marcos y empezó a frotar mi barriga—. No puedes quedarte ahí para siempre, pequeñito. Es hora de que salgas. Tú mamá no es tan grande, no podrá soportar mucho más.
La puerta de la cocina se abrió y levanté mis ojos para ver una nueva cara.
Ella tenía el pelo castaño oscuro y una excelente estructura ósea. Estaba observando a Marcos hablar con mi estómago con una curiosa sonrisa.
—Hola —dije, y sus ojos se movieron de mi estómago para mirarme a los ojos. Tenía hermosos ojos, también. ¿Dónde la había encontrado Antonio y, la había contratado por su belleza? Porque conociendo a Antonio, él se habría dado cuenta.
—Hola —respondió ella con un acento sureño grueso que me sorprendió. La chica no era de Rosemery.
Marcos se puso de pie y le sonrió a la chica. A él le agradaba. Eso era una buena señal. —Me alegro de que hayas vuelto, chica. Ayer fue una mierda sin ti — le dijo él y luego me miró—. 
Sofia, ella es Paula. Es mi mejor amiga, que salió corriendo y me dejó por otro hombre. Uno por el que no puedo culparla, porque es un caliente pedazo de culo. Paula, ella es Sofia. Puede ser o no el cuchi-cuchi del jefe.
No pude esconder la sonrisa de mi cara. Sí, Antonio se había fijado en ella.
—¡Marcos! —dije, cuando su cara se puso roja como un tomate y me di cuenta de que también le había reclamado. Me gustaba esta chica. Puede que acabara de encontrar material nuevo para una amiga.
—¿Antonio, verdad? ¿Ese jefe? —pregunté sonriendo, porque sabía que no había manera de que ella estuviera metiéndose con el papá de Antonio.
—Por supuesto, Antonio. La muchacha tiene buen gusto. Ella no va hacer cuchi-cuchi con el anciano —respondió Marcos rodando sus ojos.
—¿Podrías dejar de decir cuchi-cuchi? —preguntó ella, todavía ruborizada.
Necesitaba aliviar su vergüenza porque Marcos sólo estaba empeorando las cosas.
—Marcos no debería haberme dicho eso, pero ya que lo hizo, puedo decirte,Antonio es un gran tipo. Si estás de hecho... em... haciendo el "cuchi-cuchi" con él,entonces escogiste a uno bueno.
—Gracias —dijo, reprimiendo una sonrisa. Realmente esperaba que Antonio tuviera sentimientos por ella. Tenía la sensación de que Isabel también la amaría.
—Si no tengo a este bebé esta semana tal vez podamos juntarnos a almorzar—sugerí. Llamaría a Isabel para que viniera también. Ella bajó la mirada hacia mi estómago y me di cuenta de que pensaba que era muy poco probable que fuera a salir por la puerta sin tener a este bebé, y mucho menos hasta la próxima semana.
Probablemente tenía razón.
—Está bien. Eso suena bien —contestó.
No podía esperar para contarle a Pedro. Tal vez deberíamos invitarla a ella y a Antonio a cenar una noche. Eso sería divertido.
—Sofia Sloane. —Un gruñido enojado interrumpió mis pensamientos y retiré mi mirada de ella para el oficial de policía de pie en la puerta.
—Sí, señor —respondió. Vi como su cara se ponía blanca y miré a mí alrededor para detectar cualquier signo de Antonio. 
¿Dónde estaba cuando lo necesitaba? Siempre había interrumpido en el momento equivocado cuando yo
trabajaba aquí. Ahora sería un buen momento para que interrumpiera.
—Tiene que venir conmigo, señorita Sloane —dijo el oficial mientras sostenía abierta la puerta esperando a que Sofia saliera—. Señorita Sloane, si no viene voluntariamente voy a tener que ir en contra de los deseos del señor Kerrington y arrestarla en los terrenos del club.
¿Qué acaba de decir? ¿Arresto? ¿Señor Kerrington? Antonio no haría esto. Si lo hubiera hecho, habría al menos aparecido y sido parte de ello. Además, yo era una buena lectora de gente y Marcos igual. A ambos nos agradaba Sofia. Algo estaba mal.
—¿Por qué la va a arrestar? Seguro como el infierno que no creo que Antonio sepa de esto —demandó Marcos mientras permanecía de pie frente a Sofia, como para protegerla. Lo amé aún más por eso. Ella parecía que estaba a punto de
desmayarse.
—El señor Kerrington lo sabe. Él es quien me envió aquí para escoltar a una Sofia Sloane fuera del edificio y luego detenerla una vez que la tuviera en el estacionamiento. Sin embargo, si ella no viene de buena gana, tendré que arrestarla y a todo aquel que se interponga en mi camino.
Antonio no lo sabía. Yo no le creía. Algo estaba mal.
—Está bien, Marcos —dijo Sofia, y caminó alrededor de él. Observé impotente mientras se dirigía hacia la puerta.
—Tienes que encontrar a Antonio —dijo Marcos, mirando hacia atrás, a mí—.No creo eso. Creo que hay más en esto y que todos los dedos apuntan al anciano.
Asentí con la cabeza. Estaba de acuerdo. —No tengo el número de Antonio en mi teléfono. A Pedro le molestaba, así que lo saqué —admití, mirando a Marcos tímidamente.
Marcos sacudió la cabeza y luego sonrió, tomó mi teléfono de las manos y marcó el número de Antonio. 
—Llámalo. Si no responde, ve a buscarlo. No puedo
ayudar. Estoy solo en este turno, y tengo que poner mi culo en marcha.
Asentí con la cabeza y me dirigí hacia la puerta para ver cómo Sofia era puesta en el coche de policía con mucha más fuerza de la necesaria.
El teléfono de Antonio fue directamente al correo de voz. Lo intenté de nuevo, pero pasó lo mismo otra vez. Corriendo por el pasillo, o más bien como trotando rápidamente, fui a su oficina y llamé, pero nada. Traté de abrirla, pero estaba cerrada firmemente. Mierda.
Corrí fuera mientras marcaba el teléfono de Pedro. Él sabría qué hacer y Antonio podría muy probablemente estar con él. Mientras mi pie golpeaba el camino de piedra, sentí un calambre seguido de un chorro de agua entre mis piernas. Me quedé helada.
Acababa de romper fuente.

CAPITULO 127






Paula

El año pasado dejé a mi madre dormir bastante, porque había estado despierta hasta tarde y enferma la noche anterior. Me había levantado temprano y había hecho su desayuno favorito, waffles de fresa con crema batida y encendí las luces del árbol. 
Sería mi última Navidad con ella y lo había sabido. Me aseguré de que todo fuera perfecto.
Cuando había entrado en la sala de estar había sido recibida con fuego en la chimenea, una media llena de sus artículos derrochados favoritos, música de Navidad y yo. 
Ella se rió, después lloró y me abrazó mientras nos sentábamos y comíamos nuestros desayunos antes de abrir los regalos.Había querido comprarle muchas cosas, pero el dinero había estado escaso, y usando mis habilidades creativas dispersas le había hecho un álbum de Valeria y yo creciendo. 
Mamá había sido sepultada con él en sus manos.
Ese año había hecho todo lo posible para que mi madre estuviera orgullosa de mí. 
Había momentos en el que su villancico favorito sonaba y tenía que reprimir el impulso de ir a acurrucarme en posición fetal y llorar. Pero ella me hizo prometerle algo el año pasado, también sabía que era su última Navidad y me pidió que le hiciera un favor; la siguiente Navidad yo celebraría lo suficiente por las dos. Había hecho mi mejor esfuerzo.
Mis ojos se abrieron antes del amanecer esta mañana y me las había arreglado para salir de la cama sin despertar a Pedro. 
Necesitaba tiempo para estar sola. Para recordar. Sabía que si mi madre me pudiera ver ahora, estaría muy feliz por mí. Estaba casada con el hombre que amaba. Iba a ser madre y había perdonado a mi papá. Sostuve mi café cerca y puse mis piernas debajo de mí cuando me senté en el sofá, frente al árbol decorado de colores. Esta foto de mi vida habría sido la que mi mamá quería para mí.
No me sequé las lágrimas de mi cara, porque no todas eran tristes, algunas eran felices. Algunas eran agradecidas y otras eran recuerdos.
Disfruté el silencio y miré el amanecer por la ventana. Pedro me querría en la cama para cuando despertara. Tendría que colarme de nuevo después de que terminara mi café y me lavara los dientes. 
Este año quería que la Navidad fuera perfecta para él, era nuestra primera y esta era yo colocando un precedente para los años siguientes.
—Despertarte en Navidad sin tu regalo favorito en la cama apesta. —La somnolienta voz de Pedro me sorprendió y miré hacia atrás para verlo entrar a la sala de estar. Se había puesto un par de pantalones de chándal, pero eso era todo.
Su pelo estaba desordenado por dormir y sus ojos seguían entrecerrados.
—Lo siento, me iba a colar de nuevo en la cama después de ver la salida del sol —le dije, mientras se sentaba en el sofá junto a mí y me ponía a su lado.
—Me habría levantado y observado contigo si lo hubieses pedido —dijo,con la barbilla apoyada en la parte superior de mi cabeza.
Estaba casi segura que hubiera hecho cualquier cosa que le hubiese pedido, y es por eso que lo dejé dormir. —Lo sé —le contesté.
Pedro pasó su mano de arriba abajo por mi brazo izquierdo. —¿Necesitabas un tiempo a solas? —preguntó. La comprensión de su pregunta me dijo que no necesitaba detalles. Él lo sabía.
—Sí —le contesté.
—¿Necesitas un poco más?
—No —dije sonriéndole.
—Bien, porque no iba a desaparecer tan fácilmente.
Me reí y puse la cabeza contra su pecho. —Es una hermosa mañana.
—Sí, lo es —Estuvo de acuerdo e inclinó su cabeza hacia abajo, a mi oído—. ¿Puedo darte uno de tus regalos ahora? —preguntó.
—¿Requiere que estemos desnudos? —pregunté en broma.
—Eh, no… pero si deseas desnudarte, nena, siempre estoy a favor de eso —respondió.
Sorprendida, me di la vuelta en sus brazos y lo miré. 
—¿Quieres decir que quieres abrir los regalos ahora? —pregunté. Pensé que íbamos a hacer el amor primero.
—No abrirlos, exactamente. Tengo que mostrártelo —dijo, poniéndose de pie y tirando de mí con él.
Esto no era lo que yo esperaba. Asentí y dejé que me llevara de vuelta a través de la casa y de la escalera. Tal vez sí nos íbamos arriba a tener sexo, después de todo.
Pedro se detuvo en la habitación que una vez había elegido como mía. No había estado ahí desde que se la había mostrado a Caro antes de la boda. 
La puerta estaba cerrada y Pedro dio un paso atrás y me hizo señas para que la abriera. Estaba realmente confundida ahora.
Di un paso adelante para girar la cerradura y dejar que la puerta se abriera lentamente. Lo primero que vi fue una cuna de madera de cerezo colocada en el medio de la habitación y un móvil elaborado con animales marinos exóticos colgados de él.
Pedro metió la mano y prendió el interruptor. En lugar de la luz que venía del techo, el móvil se iluminó y comenzó a tocar. Pero no era una canción de cuna, era la canción que Pedro había cantado para mí el día de nuestra boda. 
El móvil entero iluminaba el camino hacia el techo. Todo lo que pude hacer fue cubrir mi boca en total asombro y shock, mientras entraba más en la habitación.
Luces giraban a través de las paredes mientras el móvil giraba lentamente tocando nuestra canción.
Una mecedora estaba colocada en la esquina con una manta hecha a mano encima. Una mesa para cambiar pañales, un armario y hasta una pequeña cama de día adornaban la habitación. La pintura azul suave en las paredes era perfecta,considerando que una pared era casi ventanas que daban al cielo ahora azul, y al océano.
Finalmente encontré mi voz, pero lo único que salió fue un sollozo antes de que me arrojara en los brazos de Pedro y llorara. Esto era perfecto, y él lo había hecho. Él había elegido la habitación perfecta para nuestro hijo.
—Realmente espero que esas sean lágrimas de felicidad, porque voy a ser honesto. Estaba preocupado de que estuvieras enojada. Isabel mencionó que posiblemente querías hacerlo tú misma y no había pensado en eso —dijo en un susurro bajo.
Isabel no sabía nada. Quizás a Ella le gustaría hacer esto sola pero sabiendo que Pedro se había tomado todo el tiempo y pensado en el cuarto del niño, hizo que mi corazón se hinchara hasta que pensé que iba a estallar.
—Esto es perfecto. Es precioso… oh, Pedro, a él le va a encantar. A mí me encanta —le aseguré, y después agarré su cabeza y la tiré hacia a mí para poder besarlo. Una fabulosa habitación de niños digna de revista hace que una mujer embarazada se caliente. ¿Quién iba a saberlo?