miércoles, 25 de diciembre de 2013

CAPITULO 72





Pedro

Paula me empujó hacia atrás y bajó de un salto del mostrador antes de que yo pudiera aclarar mi cabeza de ese orgasmo.
—Espera, necesito limpiarte —Le dije. En realidad, quería limpiarla.
Me gustó. No, maldita sea, me encantó. Saber que yo estuve allí y cuidaba de ella, eso me agradaba.
—No hace falta que me limpies. Estoy bien —respondió mientras se vestía de nuevo sin hacer contacto visual conmigo. Mierda. ¿La entendí mal? Creí que ella quería esto. No. Yo sabía que ella lo quería. Había estado tan malditamente hambriento de ella.
—Paula, mírame.
Se detuvo y recogió su ropa interior. Tragué saliva mientras entraba en ellas y se las deslizó de nuevo en su cuerpo. La necesitaba otra vez. No podía alejarse de mí ahora. No sería capaz de vivir sin ella.
—Paula, por favor, mírame —Le supliqué.
Poniéndose de pie, tomó una respiración profunda y luego levantó los ojos hacia los míos. La tristeza estaba mezclada con otra cosa. ¿Vergüenza? No podía ser. Estiré la mano y le cogí la cara con ella.
—¿Qué pasa? ¿Hice algo que no querías que yo hiciera? Porque intenté no perder el control. Intenté con todas mis fuerzas mantener mis manos lejos de ti.
—No. Tú... tú no has hecho nada malo. —Bajó sus ojos de los míos otra vez—. Sólo tengo que pensar. Necesito un poco de espacio. Yo no... yo no... no debí haber hecho eso.
Una puñalada en el pecho habría sido menos dolorosa. Quería tirarla encima de mí y volverme todo hombre de las cavernas, alegando que ella era mía y no podía dejarme. Pero si lo hacía la perdería. No podía pasar por eso otra vez.
Tenía que hacerlo a su manera. Dejé caer mi mano de su rostro y di un paso atrás para que pudiera salir.
Paula levantó la cara para mirarme de nuevo. —Lo siento —susurró, luego abrió la puerta y escapó. Tuvimos sexo increíblemente caliente y ella lo lamentaba.
Fantástico.
Cuando por fin salí del cuarto de baño, Paula se había ido. Jose sonrió y Isabel  inventó excusas para irse. No quería estar allí tampoco. Después de que me aseguré que toda la materia pesada fuera movida y la maleta de Paula y la caja
fueron guardadas, me fui. No podía quedarme allí mientras ellos dos me observaban. Nos habían escuchado. Paula  había sido ruidosa. No me avergonzaba,estaba cansado de ellos mirándome y esperando a que dijera algo para explicar la salida de Paula .


***


Le di a Paula  un par de días para venir a mí. No lo hizo. No me sorprendió.
Pero ella pidió su espacio y le di todo el espacio que yo podía manejar. No llamé a nadie para jugar una partida de golf conmigo. No quería a nadie alrededor cuando Paula  apareciera. Teníamos que hablar. Sin distracciones o excusas para que ella se alejara.
Sonó como un plan firme, pero después de seis agujeros y que ninguna chica de carrito apareciera, comencé a dudar. Justo cuando estaba a punto de entrar en el hoyo siguiente, escuché el sonido del carrito. Me detuve y me di la vuelta. La sangre que comenzó a bombear a través de mis venas por el pensamiento de ver a Paula  aquí y tenerla sola se congeló cuando noté que era esa chica rubia que había visto entrenar un par de veces con Isabel. Mierda.
Negué con la cabeza y me saludó con la mano. No quería que me atendiera.
Ella sonrió y siguió conduciendo hasta la siguiente parada.
—Hace calor¿Seguro que no quieres nada? —preguntó la voz de Emilia y miré hacia atrás para verla caminar hasta nosotros vestida con una falda de tenis y polo blanco. Era muy buena en el tenis hace diez años.
—Chica de carrito equivocada —Le contesté, y esperé a que continuara su camino.
—¿Sólo le compras a una?
—Sí.
Emilia se quedó pensativa y luego asintió. —Ya veo. Tienes algo por una chica de carrito.
«Algo» ni siquiera arañaba la superficie. Puse mi bolsa de golf en mi hombro y comencé a caminar al siguiente hoyo. No iba a responder a ese comentario.
—Y eres sensible al respecto —bromeó Emilia. Eso me molestó.
—O no es asunto tuyo. Ella dejó escapar un silbido. —Así que es más que una cosa.
Me detuve y nivelé mi mirada con ella. El hecho de que ella fuera mi primera cogida no quería decir que teníamos algún tipo de vínculo o amistad. Esto me estaba fastidiando.
—Supéralo —Le advertí.
Emilia se puso las manos en sus caderas y su mandíbula se abrió. —Oh mi Dios... Pedro Alfonso se ha enamorado. ¡Mierda! Nunca pensé que vería el día.
—No me has visto en diez años, Emilia. ¿Cómo diablos sabes algo de mí? —El gruñido molesto en mi voz ni siquiera la hizo estremecerse.
—Escucha, Alfonso. Sólo porque no me has visto en diez años no quiere decir que no he visto ni oído hablar de ti. He estado en la ciudad varias veces, pero siempre había una fiesta en tu casa y te acostabas con cada modelo de cuerpo
perfecto que llamara tu atención. No creí necesario competir con ellas. Pero sí, sé que eres un mujeriego que desechas a todas las mujeres después de conseguir lo que quieres.
Sonó superficial. No me gustó la imagen que pintó de mí. ¿Paula me veía así? Ella podría no confiar en mí para escogerla y protegerla, pero debía creer que yo volvería a enamorarse y salir con más chicas.
—Ella es increíble. No... Es perfecta. Todo en ella es jodidamente perfecto — dije en voz alta y luego cambié mi mirada a Emilia—. No sólo la quiero, ella es mi dueña. Completamente. Haría cualquier cosa por ella.
—¿Pero no siente lo mismo? —Se preguntó Emilia.
—La lastimé. No es la forma en que estás pensando tampoco. Mi forma de lastimarla es difícil de explicar. Hay tanto dolor en lo que pasó que yo no sé si alguna vez podré recuperarla.
—¿Ella es una chica de carrito?
Insistió en el asunto del carrito.
—Sí, lo es —Me detuve y me pregunté si debía decirle exactamente quién era Paula. Decirlo en voz alta a alguien y admitirlo podría ayudarme a darle sentido a esto—. Ella y Daniela tienen el mismo padre. —No quise decirlo así.
—Mierda —murmuró Emilia—. Por favor, dime que no es parecida a tu malvada hermana menor.
Daniela  tenía muy pocos seguidores. Ni siquiera me inmuté ante la acusación de que era malvada. Había hecho honor a su nombre.
—No. Ella no es nada como Daniela .
Emilia se quedó en silencio un momento y me pregunté si aquí terminaba la conversación. Entonces, señaló hacia la casa club. —¿Por qué no vamos a comer algo y me puedes decir todo acerca de esta situación tan extraña, y yo veré si
puedo decirte alguna sabiduría o algún consejo femenino.
Cualquier consejo era bueno. No había mujeres en mi vida a las que podría pedir ayuda.
—Sí, está bien. Suena bien. Me das algún consejo que yo puedo utilizar y almuerzas conmigo.


CAPITULO 71





Paula

Qué pasa conmigo? Volví a la habitación de Isabel y cerré la puerta.
Necesitaba un minuto para calmarme. Había estado lista para suplicarle a Pedro que me follara allí mismo. Era por ese estúpido sueño. De acuerdo, quizás el sueño de anoche no fue estúpido, pero si fue extremadamente intenso. Recordarlo me hacía apretar mis piernas.
¿Por qué hacía esto ahora? Los sueños sexuales eran algo que podía controlar antes, pero ahora eran potentes y tan reales que básicamente me venía en mi cama. Era una locura. Ni una sola vez en Sumit estuve tan excitada. Pero
también Pedro no había estado en Sumit.
Me dejé caer sobre el colchón de Isa que ya había desmontado por la mudanza. Tenía que calmarme cuando él estuviera cerca de mí. Incluso cuando no había hecho un movimiento, yo ya estaba jadeando salvajemente esperando que sus dedos tocaran mi mano. Qué vergüenza. Mirarlo después de esto iba a ser difícil.
La puerta se abrió e Isabel entró con una pequeña sonrisa en su rostro. ¿Por qué sonreía ahora? Ella se había abalanzado sobre mí cuando me pilló.
—Tus hormonas de embarazada están haciendo efecto —dijo después de que la puerta estuviera firmemente cerrada detrás de ella.
—¿Qué? —pregunté confundida.
Isa ladeó su cabeza hacia un lado. —¿No has leído alguno de esos folletos que el doctor te envió? Estoy segura que uno de ellos te habla sobre esto.
Aún estaba confundida. —¿Sobre el hecho de que no puedo controlarme cerca de Pedro?
Isa se encogió de hombros. —Sí. Supongo que él ha sido el único para ti.
Pero te excitas cuando te embarazas, Paula. Sé eso porque mi primo solía hacer bromas sobre su esposa cuando ella estaba embarazada. Decía que tenía dificultades siguiéndole el ritmo y todo.
¿Excitar? ¿El embarazo estaba haciéndome excitar? Simplemente genial.
—Probablemente sólo va a ser un problema con Pedro. Me imagino que es la única persona que te atrae y quieres de esa forma. Así que sólo va a ser más intenso cerca de él. Tal vez deberías decirle y disfrutar eso. No tengo duda alguna
de que él ayudaría.
No podía decirle. Aún no. No estaba lista y tampoco lo estaba él. Daniela  estaría furiosa y yo no podría manejar a Dani justo ahora. Además, Pedro elegiría a Daniela y
no podría manejar tampoco eso otra vez.
—No. Él no necesita saberlo. No en este momento. Estaré bien.
Isa se encogió de hombros. —Bien. Esa era mi opinión. No quieres decirle, entonces no lo hagas. Pero cuando confieses y lo folles hasta dejarlo descerebrado, ¿podrías no hacerlo en público? —preguntó con una sonrisa de
suficiencia, luego abrió la puerta y salió de nuevo.
—¡Necesitan envolverlo en una sábana primero! Van a arruinar mi cojín — gritó Isabel a los chicos.
No podía enfrentarlo. Él no sabía sobre esto. Actuaría como si nada sucediera. Además necesitaba ayudar a hacer algo. Podía terminar de empacar la cocina.


***


Pedro estaba observándome. Todo el tiempo volvía al apartamento para mover algo más, sus ojos me encontraban. Dejé caer un tazón, derramé una caja de
cereal y tiré una caja de cubiertos debido a esas miradas intensas. ¿Cómo se suponía que iba a concentrarme y no ser una idiota desastrosa con él mirándome así?
Cuando entró de nuevo al apartamento, esta vez decidí que mejor iría a empacar las cosas del baño. Ellos estarían moviendo la mesa de la cocina y después las sillas y no podía lidiar con eso. Probablemente quebraría cada vaso que tenía Isa.
Me metí dentro del baño y repentinamente había un cuerpo detrás de mí, moviéndome más adentro. El calor del pecho de Pedro pulsando contra mi espalda me hizo temblar. Demonios. No iba a ser capaz de manejar esto.
La puerta del baño se cerró y el familiar sonido de la cerradura haciendo clic en su lugar sólo hizo que mi corazón latiera más rápido. Él quería más de lo que había pasado afuera y yo estaba tan excitada por estar cerca de él que no iba a ser capaz de pensar con claridad.
Su mano apartó el cabello en mi cuello y lo movió sobre mi hombro. Cuando el calor de sus labios tocó mi piel desnuda, gemí. Sus dos manos descansaban sobre mis caderas y me jaló contra él aún más.
—Me estas volviendo loco, Paula Totalmente loco, nena. Jodidamente loco —susurró en mi oído. Tomó toda mi fuerza de voluntad no dejar caer mi cabeza hacia atrás sobre su pecho.
—¿Qué fue eso de afuera? Me tenías tan malditamente excitado que no podía pensar claramente. Todo lo que podía ver era a ti.
Sus manos ascendieron a mis costados y luego se movieron sobre mi estómago. Sus manos cubriéndome, a pesar de que él no tenía idea de lo que estaba protegiendo, me llenó de lágrimas los ojos. Quería que lo supiera. Pero también
quería que me eligiera… y a nuestro bebé. No creía que él pudiera hacer eso. Él amaba a su hermana. Estaba aterrorizada de esa clase de rechazo y me rehusaba a
dejar a mi bebé ser rechazado.
Comencé a salir de su abrazo cuando sus manos se movieron hasta ahuecar mis pechos y su boca comenzó a mordisquear la curva de mi cuello. Oh, diablos.
No podía confiar en él con mi corazón ,pero realmente quería confiar en él con mi cuerpo. Incluso si era sólo esta vez.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté sin aliento.
—Rezándole a Dios que no me detengas. Soy un hombre hambriento, Paula.—Hizo una pausa esperando mi respuesta. Cuando no lo hice, levantó el brazo y
bajó los tirantes de mi vestido sin mangas hasta que mis pechos estuvieron desnudos. Se sentían hinchados todo el tiempo y los sentía tan sensibles. Andaba
sin un sujetador cada vez más. Mi sujetador no me quedaba bien ahora y no había querido gastar dinero en uno nuevo si estos grandes senos no duraban por mucho tiempo.
—Demonios, nena. Se ven más grandes —dijo mientras sus manos los cubrían.
Humedad inmediatamente se acumuló en mis bragas y mis rodillas se debilitaron. Agarré la pared para apoyarme. Nada se había sentido alguna vez así de bien. Un sonido necesitado salió de mi boca, no estaba segura de qué era.
De repente estaba siendo levantada y volteada. Luego mi trasero estuvo sobre el tocador antes de que la boca de Pedro cubriera la mía y sus manos fueran directo de nuevo a mis pechos. No sería capaz de detener esto. Quería eso como a mi siguiente respiración. Nunca necesité sexo de ninguna clase antes, pero esto era algo que no podía controlar.
El beso de Pedro era salvaje y tan descontroladamente hambriento como yo me sentía. Mordió mi labio inferior y jaló mi lengua dentro de su boca y la succionó. Luego tiró de mis pezones y perdí el control. Necesitaba su camisa fuera
ahora. Tratando de agarrarla, tiré hasta que retrocedió un centímetro y la jalé bruscamente por encima de su cabeza. Después él devoró mi boca otra vez.
Sus manos estaban haciendo cosas deliciosas a mis pechos y no podía acércalo lo suficiente.
Un golpe sonó en la puerta y Pedro me acercó contra su pecho hasta que mis pechos estuvieron presionados contra él. Me estremecí y cerré mis ojos por el placer. Él giró su cabeza hacia la puerta.
—Vete al demonio —gruñó a quienquiera que estaba ahí afuera.
Un risa ahogada fue todo lo que oímos antes de que Pedro estuviera besando un rastro hacia abajo de mi cuello y a través de mi clavícula, hasta que su boca merodeaba sobre mi pezón derecho. El calor de su aliento me hizo temblar y agarré su cabello y obligué a su cabeza a acercarse más con mi suplica silenciosa. Él se rió entre dientes, luego tiró mi pezón dentro de su boca y comenzó a chupar. La
humedad en mis piernas se encendió o al menos se sintió como si lo hubiera hecho.
Si no hubiera estado abrazándome con su cuerpo, yo podría haberme disparado hasta el techo.
—¡Oh, Dios! —grité, sin importarme si alguien me escuchaba. Sólo necesitaba esto. Mi reacción volvió a Pedro más codicioso. Se movió a mi otro pezón y comenzó a darle el mismo tratamiento mientras su mano se movía al
interior de mi muslo. La idea de que él estaba apunto de tocar mi mojada e hinchada área me asustó y excitó al mismo tiempo. ¿Se enteraría de algo que no sabía? ¿Podría saber que yo estaba diferente allí abajo también? Entonces, sus dedos corrieron a lo largo del exterior de mis bragas y simplemente ya no me importó.
—Mierda. Estás empapada —gimió y escondió su cabeza en mi cuello. Su respiración era fuerte y erótica—. Tan empapada. —Sus dedos se deslizaron dentro de la entrepierna de mis bragas hasta mis hinchados pliegues, causando que fuegos artificiales encendieran mi cuerpo. Me agarré de sus hombros. Mis uñas enterrándose dentro de su piel, pero no podía evitarlo.
—Un coño tan dulce. Es mi coño, Paula. Siempre será mío. —Sus pícaras palabras mientras que sus dedos se deslizaban dentro y fuera de mí me enviaron cerca del borde otra vez.
—Pedro, por favor —imploré, arañándolo.
—¿Por favor, qué? ¿Quieres que bese ese dulce coño? Porque se siente tan jodidamente caliente y jugoso que necesito una probada. —Estaba quitándome mis
bragas y yo levanté mi trasero para permitírselo. Luego, levantó mi vestido y yo alcé mis manos para dejar que lo sacara.
—Recuéstate —ordenó, moviéndome al mismo tiempo hasta que mi espalda tocó la pared. Después tomó mis dos piernas y las dobló hacia arriba hasta que mis pies estuvieron sobre el tocador y yo estuve completamente abierta a él
—.Demonios, esa es la cosa más caliente que he visto en mi vida —susurró antes de caer de rodillas y cubrirme con su boca. La primera lamida de su lengua y ya estaba viniéndome otra vez.
—Oh, Dios, Pedro por favor, oh Dios, ahhhhh —grité mientras retenía su cabeza, incapaz de dejarlo detenerse. Era demasiado bueno. El movimiento de su lengua sobre mi clítoris era increíble. Necesitaba más. Quería que nunca terminara.
Su dedo se deslizó a través de mi apertura y después la mantuvo abierta mientras lamía y me besaba allí.
—Mío. Es mío. No puedes dejarme otra vez. Necesito esto. Hueles tan jodidamente perfecto. Nunca nada va a ser tan malditamente perfecto para mí —murmuró mientras me probaba. Estaría de acuerdo con cualquier cosa que él
quisiera.
—Necesito estar dentro de ti —dijo, levantando sus ojos para mirarme. Sólo asentí.
—No tengo un condón —Se detuvo y cerró sus ojos severamente—, pero lo sacaré.
No importaba ahora. Pero no podía decirle eso. Sólo asentí otra vez.
Pedro se levantó con sus pantalones abajo al instante. Agarró mis caderas y me regresó al borde del tocador hasta que la cabeza de su erección estuvo tocándome. La pregunta en sus ojos era inconfundible, incluso si no lo decía en voz alta. Alcancé y guié su erección dentro de mí.

—Mierda —gimió mientras empujaba el resto del camino hasta que estuve llena. Completamente llena de Pedro. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y lo retuve. Por sólo un segundo, necesitaba retenerlo. Esto ya no se trataba sobre mis locas hormonas. Ahora que estaba dentro de mí me sentía en casa. Completa, y yo estaba a punto de echarme a llorar.
Antes de que pudiera avergonzarme a mi misma y confundirlo, levanté mi cabeza y susurré en su oído—: Fóllame.
Era como si hubiera apretado el gatillo de un arma cargada. Pedro tomó mis caderas con sus dos manos y dejó salir un gruñido, empujando dentro y fuera de mí. La subida hacia la espiral que yo sabía que vendría inició de nuevo y me aferré.
Disfrutando su momento de rendición y el completo desenfreno en su rostro mientras nos acercábamos cada vez más al clímax que necesitábamos.
—Te amo, Paula. Te amo tanto que duele —jadeó, luego bajó su cabeza para chupar mi pezón. Mi cuerpo explotó y grité su nombre. Pedro levantó su cabeza, y mirándome a los ojos, comenzó a retirarse y sujeté mis piernas alrededor de su cintura. No quería que se retirara. La comprensión de lo qué quería lo golpeó y dijo mi nombre en un susurro antes de echar la cabeza hacia atrás mientras bombeaba
su liberación en mí.

CAPITULO 70





PEDRO


Jose llamó para decirme que las chicas se estaban mudando al departamento en la propiedad del club hoy. No la había visto desde el incidente en el campo de golf. No por falta de intentos. Intenté ponerme en su trayectoria en el club varias veces y nunca funcionó. Incluso pasé ayer y ya se había ido. Elena había dicho que ella e Isabel estaban fuera del trabajo, así que asumí que se habían ido a hacer algo juntas.
Me detuve en el departamento de Isabel y al instante noté el coche de Antonio. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí? Abrí la puerta de golpe y me dirigí hacia la entrada cuando oí la voz de Paula. Dándome la vuelta, caminé hacia el
auto de Antonio, hasta que lo vi apoyado en la pared del estacionamiento a su lado y escuchaba a Paula con una sonrisa en su cara. Una que estaba a punto de borrarle.
—Si estas seguro, entonces gracias —dijo Paula en voz baja, como si no quisiera que nadie más la escuchara.
—De acuerdo —respondió Antonio mientras sus ojos se alzaban para encontrarse con los míos. La sonrisa en su rostro desapareció.
Paula volvió la cabeza para mirar sobre su hombro. La sorpresa en su cara mientras sus ojos encontraban a los míos dolió. Tal vez no debería estará aquí ahora. No quería perder la cordura y asustarla con mis celos, pero estaba bastante cerca de entrar en una rabia ciega. ¿Por qué estaban hablando solos? ¿Sobre que estaba él de acuerdo?
—¿Pedro? —dijo Paula, alejándose de Antonio y acercándose a mi—. ¿Qué estas haciendo aquí?
Antonio se echo a reír y sacudió la cabeza, luego abrió la puerta del auto. — Estoy seguro de que vino a ayudar. Me iré antes de que me pulverice con esa fea mirada.
Se iría. Bien.
—¿Viniste a ayudarnos con la mudanza? —preguntó, mirándome con atención.
—Si, a eso vine —le contesté. La tensión me abandonó mientras el BMW de Antonio volvía a la vida y se iba.
—¿Cómo te enteraste que nos estábamos mudando?
—Jose me llamó —le respondí.
Movió los pies con nerviosismo. Odiaba ponerla nerviosa.
—Quería ayudar, Paula. Lamento lo de Daniela el otro día. He hablado con ella.No sera...
—No te preocupes por eso. No te tienes que disculpar por ella. No estoy en contra tuyo. Lo entiendo.
No, no lo hacía. Podía verlo en sus ojos que no lo entendía. Me incliné y tomé su mano. Sólo necesitaba tocarla de alguna manera. Tembló mientras mis dedos rozaron su palma. Sus dientes mordieron su labio inferior de la misma
manera en la que yo quería morderlo.
—Paula —dije y me detuve porque no estaba seguro de que más decir. La verdad era demasiado ahora mismo.
Levantó los ojos de nuestras manos y pude ver el deseo en ellos. ¿En serio? ¿Estaba soñando, inventando esto, o ella... realmente lo quería? Deslicé un dedo por su palma y acaricié la parte inferior de su muñeca. Se estremeció de nuevo.
Mierda. Mis caricias le afectaban. Di un paso cerca de ella y pasé la mano lentamente por su brazo. Esperaba que me empujara y pusiera distancia entre nosotros.
Cuando llegué lo suficientemente alto mi pulgar, le rocé el costado de su pecho y me agarró el brazo libre mientras se estremecía. ¿Qué carajo?
—Paula—susurré, presionando su espalda hasta que estuvo contra la pared de ladrillo del edificio de apartamentos y mi pecho a centímetros de tocar el de
ella.
No me empujó y sus parpados se veían pesados mientras mirada mi pecho.
Su respiración era pesada. El escote que el pequeño vestido rosa pálido mostraba estaba allí, debajo de mi nariz. Subiendo y cayendo como una invitación. Una imposible. Algo estaba mal aquí.
Puse mi otra mano en su cintura y lentamente la deslicé por su cuerpo hasta que estuvo escondida debajo de su pecho. No estaba usando sostén. Sus pezones estaban duros y empujando contra la fina tela de su vestido. No podía detenerme.
Liberé mi mano y cubrí su pecho derecho, apretándolo suavemente. Paula gimió y sus rodillas comenzaron a debilitarse. Dejó caer la cabeza en la pared y cerró los
ojos. La sostuve y metí mi pierna entre las suyas para impedir que se hundiera en el suelo.
Con la otra mano, cubrí el pecho izquierdo y pasé las yemas de mis dedos sobre sus pezones firmes.
—Oh, Dios, Pedro—gimió, abriendo los ojos y mirándome a través de sus pestañas caídas. ¡Madre mía! Estaba en algún tipo de paraíso torturador. Si este era otro sueño, me cabrearía mucho. Se sentía tan real.
—¿Se siente bien, nena? —pregunté, bajando mi cabeza para susurrárselo al oído.
—Si —susurró, hundiéndose aún más en mi rodilla. Cuando su centro cálido se presionó contra mi pierna, se quedó sin aliento y se agarró más fuerte de mis brazos—. Ahhhh —gritó.
Iba a venirme en mis pantalones. Nunca había estado tan caliente en mi vida. Algo era diferente. Esto no era lo mismo. Estaba casi desesperada. Podía sentir su miedo, pero su necesidad era más fuerte. —Paula, dime que quieres que
haga. Haré lo que sea que necesites —le prometí, besando la suave piel debajo de su oreja. Olía tan malditamente bien. Amasé sus pechos en mis manos otra vez y ella dejó escapar un gemido suplicante. Mi dulce Paula estaba increíblemente caliente. Esto era real. Esto no era un maldito sueño. ¡Santo cielo!
—¡Paula! —La estridente voz de Isabel fue como un balde de agua helada lanzada sobre Paula. Se puso rígida y se levantó, dejando caer las manos de mí y se alejó. No podía mirarme.
—Yo... Eh... Lo siento. No sé... —Sacudió la cabeza y se apuró a alejarse de mí. La observe hasta que llegó a la puerta e Isabel  le regañó con severidad. Isabel  estaba asintiendo con la cabeza. Una vez que estuvieron adentro, golpeé ambas manos contra el ladrillo y mascullé una cadena de maldiciones mientras intentaba controlar mi erección.
Después de unos minutos, la puerta se abrió de nuevo y me volví para ver a Jose caminar afuera. Me miró y soltó un silbido. —Maldita sea hombre, trabajas rápido.
Ni siquiera respondí eso. No sabía de lo que estaba hablando. Paula había estado hambrienta por mi toque. No me había rechazado. Casi me había estado rogando en silencio. No tenía sentido, pero me deseaba. Dios sabe
que yo la deseo. Siempre la deseo.
—Vamos. Tenemos un sofá que mover. Necesito tu ayuda —dijo Jose, manteniendo la puerta abierta.

CAPITULO 69





Paula

Isa se acercó y me apretó la mano. Estaba de pie a mi lado mientras me sentaba sobre la mesa del doctor, esperando. Había orinado en una taza y ahora esperamos a conocer los resultados oficiales. Mi corazón latía. Había una pequeña posibilidad de que no pudiera estar embarazada.
Lo había googleado anoche. Las pruebas de embarazo caseras podrían haber estado equivocadas y podría haberme estado enfermando porque mi cabeza
pensaba que estaba embarazada.
La puerta se abrió y una enfermera caminó dentro, sonriendo mientras miraba de Isa a mí.
—Felicitaciones. Es positivo. Estás embarazada.
Isabel apretó mi mano con más fuerza. Ya lo sabía, pero en el fondo, el sólo oír a la enfermera decirlo lo hacía más real. No iba a llorar. Mi bebé no tenía por qué saber que lloré cuando me enteré de que estaba embarazada. Quiero que él o ella se sintiera amado siempre. Esto no era algo malo. Nunca podría ser una mala cosa. Yo necesitaba familia. Pronto tendría una nueva. Alguien que me amara
incondicionalmente.
—El médico vendrá a comprobar tu estado dentro de unos minutos.
Tenemos que hacer un análisis de sangre también. ¿Ha experimentado algún calambre o sangrado?
—No. Sólo nauseas. Los olores me hacen vomitar —le expliqué.
La enfermera asintió y escribió eso en su portapapeles.
—Tal vez no lo desees, pero eso es una buena señal. Estar enferma es bueno.Isabel resopló.
—No la has visto vaciar todo. No hay nada bueno en ello.
La enfermera sonrió.
—Sí, recuerdo aquellos días. No es divertido —Cambió su mirada hacia mí—. ¿El padre estará involucrado?
¿Lo estaría? ¿Podría decirle? Negué con la cabeza.
—No, no creo que lo estará.
Me dio una sonrisa triste mientras asentía con la cabeza e hizo otra nota en su portapapeles, me dijo que veía esto muy a menudo.
—¿Utilizabas alguna forma de control de la natalidad al concebir? ¿La píldora tal vez? —preguntó la enfermera.
No miré a Isabel. Quizá no la quiero aquí después de todo. Negué con la cabeza.
La enfermera alzó las cejas.
—¿Nada? —preguntó ella.
—No, nada. Me refiero a que utilizamos condón un par ocasiones, pero hubo un par de veces que no lo hicimos. Lo sacó fuera una vez... pero una vez no lo hizo.
Isabel se tensó a mi lado. Sabía lo que estaba pensando. ¿Cómo pude haber sido tan estúpida?
La enfermera asintió.
—Está bien. El médico vendrá en breve —dijo ella y salió de la habitación.
Isabel tiró de mi brazo haciendo que la mirase.
—¿Él no usó un condón? ¿Está loco? ¡Maldita sea! Tendría que haber pensado en preguntarte si estabas embarazada. Qué idiota. Aquí estoy yo, sintiendo pena porque no sabe que va a ser papá, y él no usó un maldito condón.
Tendría que haber estado en contacto contigo dentro de cuatro semanas para asegurarse de que no estuvieras embarazada. Qué idiota.
Isabel se paseaba delante de mí ahora. Sólo la miré. ¿Qué digo de esto? Yo estaba igual de equivocada en esta situación. Fui la primera en desnudarse, subirse encima de él y follarlo hasta el cansancio. Era un hombre y la última cosa en su mente había sido detenerse para ponerse un condón. No le había dado mucho tiempo para pensar. Pero compartir los detalles con Isabel de mí vida sexual con
Pedro no iba a suceder. Así que mantuve la boca cerrada.
—Se merece esto. Él debería preguntarte si hubo consecuencias. No le digas al idiota. Si cree que puede usar esa cosa y no poner una protección sobre él, entonces que viva en la ignorancia. Yo estaré aquí para ti. Tú y yo. Podemos con ello. —Isabel parecía dispuesta a conquistar el mundo en este momento. Eso me
hizo sonreír. No estaría en Rosemary cuando el bebé naciera. Ojalá pudiera estarlo.
Quería que mi bebé tuviera a alguien que lo ame. Isa sería una excelente tía. La idea me entristeció. Mi sonrisa desapareció.
—Lo siento. No era mi intención molestarte —dijo Isabel, dejando caer las manos de su cintura con una mirada de preocupación en su rostro.
—No. No lo hiciste. Sólo deseo... Sólo deseo que no tuviera que irme. Quiero que mi bebé te conozca.
Isabel se acercó y envolvió sus brazos alrededor de mis hombros apretando.
—Tú me dirás dónde vives y voy a visitarlos todo el tiempo. O bien, podrías quedarte a vivir conmigo. Cuando el bebé nazca, Pedro está destinado a desaparecer. No se queda en Rosemary pasado el verano. Tendremos el tiempo
necesarios para que ustedes se acomoden en la vida antes de que él vuelva. Sólo piensa en ello. No te preocupes por nada en estos momentos.
¿Pedro se marcharía? ¿Se daría por vencido conmigo y dejaría Rosemary? ¿O se quedaría? Mi corazón dolía de pensar en él alejándose de mí. Por mucho que supiera que no iba a funcionar, quería que él luchara por mí. Quería que
encontrara una manera de que pudiéramos estar juntos, aunque yo sabía que era imposible.


***


Dos horas más tarde, estábamos de regreso en el apartamento de Isabel y tenía vitaminas prenatales y varios folletos sobre tener un embarazo saludable. Los
escondí en mi maleta. Necesitaba un baño caliente y una siesta.
Isabel golpeó una vez en la puerta del baño y entró. Estaba sosteniendo su teléfono en una mano y sonriendo como una idiota.
—No vas a creer esto —Hizo una pausa y sacudió la cabeza como si estuviera todavía incrédula—. Antonio acaba de llamar. Dijo que el condominio es nuestro por el mismo precio que estoy pagando ahora en este apartamento. Dijo
que es una gratificación de trabajo, ya que tener dos de sus empleadas sobre el terreno del club será de utilidad. También que ambas estaríamos sin trabajo si tratamos de rechazar su oferta.

Me hundí en el asiento cerrado del inodoro y miré fijamente hacia ella. Él hacía esto porque estaba embarazada. Era su manera de ayudarme. Quería gritarle y abrazarlo del cuello todo al mismo tiempo. Las lágrimas picaron mis ojos.
—¿Todavía está en el teléfono? —pregunté cuando me di cuenta de que Isa seguía sosteniéndolo cerca de su oído.
—No, es Jose. Dijo que esto tiene que ver contigo. Tú no estás como... saliendo con él o algo, ¿cierto? —preguntó lentamente. Eso debió haber sido la pregunta de Jose. Ella lo estaba repitiendo, como si no lo creyera incluso mientras
lo decía.
—¿Puedes silenciar el teléfono? —pregunté en voz baja.
Sus ojos se agrandaron y asintió. Una vez que lo silenció, me miró como si no me reconociera. ¿Qué pensaba? ¿Que estaba engañando a Antonio mientras estaba embarazada con el bebé de Pedro? No puede ser.
—Isabel, él sabe. Antonio lo sabe.
La comprensión cayó sobre ella y su boca se abrió.
—¿Cómo? —Preguntó.
—Me puso en el turno de la mañana en el comedor. La cocina... olía a tocino.
Isa hizo un gran "O" con la boca y asintió. Lo entendía. Levantó la mano y activo su teléfono.
—No ocurre nada con Antonio y Paula. Es su amigo y quiere ayudarla. Esoes todo.
Isabel rodó sus ojos por algo que dijo Jose, lo llamó loco y colgó.
—Está bien, así que él sabe que estás embarazada de Pedro ¿y aún así nos está dando un condominio baratísimo? Esto es lo mejor del mundo. Espera a ver este lugar. ¡Si nos permite quedarnos después de que el bebé nazca, tu habitación es lo suficientemente grande para una cuna! Es perfecto.
No podía pensar tan lejos. Ahora sólo falta ir a buscar a Antonio y hablar con él. Si realmente me marchaba en cuatro meses, no quería que este acuerdo desapareciera para Isa. Tenía que asegurar eso antes de que ella se emocionara demasiado.