martes, 9 de diciembre de 2014

CAPITULO 166




Paula entró a la habitación y fue a la esquina más lejana antes de girarse. — Habla. Apúrate. Quiero que te vayas —dijo en voz áspera. Debí haberle dicho antes.


Debí haberle dicho ayer. Debí haberle dicho malditamente en el momento en que lo supe, pero no lo hice.


—Te amo.


Comenzó a negar con la cabeza. No iba a escucharme. Iba a tener que malditamente rogar. Lucharía lo suficiente por ambos.


—Sé que mis acciones no parecen respaldar eso, pero si tan solo me dejaras explicarme. Dios, nena, no puedo soportar verte sufrir tanto —dije suplicando.


—Nada de lo que puedas decir arreglará esto. Era mi madre, Pedro. El único recuerdo que tiene algo bueno en mi vida. Es el centro de cada momento de infancia feliz que tengo. Y tú… —Se detuvo y cerró los ojos—. Y tú, y… y ellos… todos la  desgraciaron. Las mentiras horribles que dijeron como si fueran la verdad.


Me odiaba a mí mismo. Odiaba las mentiras. Odiaba a mi madre y a Miguel.


—Lamento que te hayas enterado de esta forma. Quería decírtelo. Al principio, eras solo un producto que lastimaría a Daniela. Pensé que le causarías más dolor. El problema fue que me fascinaste. Admitiré que estuve inmediatamente atraído a ti porque eres hermosa. Fue impresionante. Te odié por eso. No quería estar atraído a ti. Pero lo estaba. Te deseé terriblemente aquella primera noche. Sólo estar cerca de ti.
Dios, inventé razones para encontrarte. Luego… luego llegué a conocerte. Estaba  hipnotizado por tu risa. Era el sonido más increíble que jamás había oído. Eras tan honesta y determinada. No lloriqueabas ni te quejabas. Tomabas lo que la vida te daba y te las arreglabas con eso. No estaba acostumbrado a ello. Cada vez que te veía, cada vez que estaba cerca de ti, me enamoraba un poco más.


Di un paso hacia ella, y levantó su mano como para mantenerme alejado. Tenía que seguir hablando. Necesitaba que me creyera.


—Luego esa noche en el bar. Te pertenecí después de entonces. Puede que no te hayas dado cuenta, pero estaba atrapado. No había vuelta atrás para mí. Tenía mucho que arreglar. Te había llevado por el infierno desde que habías llegado, y me odiaba por ello. Quería darte el mundo. Pero sabía… sabía quién eras. Cuando me dejé recordar  exactamente quién eras, me eché atrás. ¿Cómo podría estar tan completamente envuelto alrededor de la chica que representaba todo el dolor de mi hermana?


Paula se cubrió los oídos. —No. No voy a escuchar esto. Vete, Pedro. ¡Vete ahora! —gritó.


—El día que mamá regresó a casa del hospital con ella yo tenía tres años. Sin embargo, lo recuerdo. Ella era tan pequeña y recuerdo preocuparme de que algo pudiera pasarle. Mamá lloraba mucho. También Daniela. Yo crecí rápido. Para cuando Daniela tenía tres, yo estaba haciendo todo, desde hacerle el desayuno hasta arroparla en la cama en la noche. Nuestra madre se había casado, y ahora teníamos a Fede. Jamás hubo estabilidad alguna. En realidad, deseaba llegar a los tiempos en que mi padre volvía a mí porque no sería responsable de Daniela por unos días. Tendría un descanso.
Luego ella comenzó a hacer preguntas sobre por qué yo tenía un padre y ella no. —Me detuve necesitando que Paula entendiera por qué hice lo que hice. Estuvo mal, pero tenía que entenderlo.


—¡Detente! —gritó, moviéndose rápido hacia atrás contra la pared.


Paula, necesito que me escuches. Esta es la única manera en que entenderás — rogué. El sollozo en mi garganta causó que mi voz se rompiera, pero no me detendría. Tenía que escucharme—. Mamá le decía que no tenía un padre porque era especial. No funcionó por mucho tiempo. Fui y exigí que mamá me dijera quién era el padre de Daniela.
Quería que fuera el mío. Sabía que mi padre tomaría sus lugares. Mamá me dijo que el papá de Daniela tenía otra familia. Él tenía dos niñas pequeñas a las que amaba más que a Daniela. Quería a esas niñas, pero no quería a Dani. No podía entender como alguien no podría querer a Daniela. Era mi hermana pequeña. Seguro, a veces quería matarla, pero la amaba ferozmente. Luego llegó el día en que mamá la llevó a ver a la familia que su padre había elegido. Ella lloró por meses luego de eso.


Dejé de hablar, y Paula se dejó caer en la cama. Se rendía y me escuchaba. Sentí un pequeño rayo de esperanza.


—Odiaba a esas niñas. Odiaba a esa familia que el padre de Daniela había elegido por encima de ella. Juré que un día le haría pagar. Daniela siempre decía que tal vez un día
él vendría a verla. Soñaba sobre él deseando verla. Escuché esos sueños por años.
Cuando cumplí diecinueve fui a buscarlo. Sabía su nombre. Lo encontré. Le dejé una foto de Daniela con nuestra dirección en la parte trasera. Le dije que tenía otra hija que era especial, y ella solo quería conocerlo. Hablar con él.


Pude ver hacer las cuentas en su cabeza. Perdió a su hermana menos de un año antes de que encontrara a Miguel. Pero yo no sabía. Dios, no tenía idea. Intentaba ayudar a mi hermana, no destruir la vida de Paula. No conocía a Paula.


—Lo hice porque amaba a mi hermana. No tenía idea de las cosas por las que su otra familia estaba pasando. No me importaba, honestamente. Sólo me importaba Daniela.
Ustedes eran el enemigo. Luego, llegaste a mi casa y cambiaste completamente mi mundo. Siempre juré que jamás me sentiría culpable por romper esa familia. Después
de todo, ellos habían roto la de Daniela. Cada momento que estuve contigo, la culpa de lo que había hecho comenzaba a comerme vivo. Ver tus ojos cuando me dijiste sobre tu
hermana y tu madre. Dios te juro que me sacaste el corazón aquella noche, Paula. Jamás superaré eso.


Me acerqué a ella, y me lo permitió.


—Te juro que por mucho que amo a mi hermana, si pudiera volver y cambiar las cosas lo haría. JAMÁS habría ido de vuelta a ver a tu padre. Nunca. Lo siento, Paula. Lo siento tanto, maldita sea. —Las lágrimas comenzaron a nublar mi visión. Necesitaba que entendiera.


—No puedo decirte que te perdono —dijo suavemente—. Pero puedo decirte que entiendo porque hiciste lo que hiciste. Alteró mi mundo. Eso jamás puede ser cambiado.


Una lágrima se escapó y cayó por mi cara. No me moví para secarla. No me encontraba seguro de cuándo fue la última vez que lloré. Fue siendo un niño. Era algo a lo que ya no me encontraba acostumbrado. Pero ahora, no podía contenerlas. El dolor era abrumador. —No quiero perderte. Estoy enamorado de ti, Paula. Jamás he querido a nada o a nadie de la manera en que te quiero a ti. No puedo imaginar mi mundo ahora sin ti en él.


—No puedo amarte, Pedro —dijo.


Dejé que el sollozo, que intentaba tan duramente contener, se liberase y mi cabeza cayó en su regazo. Nada importaba. Nada. Ya no. la amaba completamente, pero no logré ganar que correspondiera mi amor, y sin eso, nunca la tendría de regreso.


Perdí. ¿Cómo podía vivir ahora que conocía la vida con Paula? —No tienes que amarme. Solo no me dejes —dije, y dejé salir sollozos que agitaban mi cuerpo y escondí
la cara en su pierna. ¿Alguna vez me sentí tan roto? No. Y nunca lo haría de nuevo.


Nada podría compararse con tener el cielo y perderlo.


—Pedro—Su voz sonaba dolorida.


Levanté mi rostro de su regazo. Se levantó y comenzó a desabrochar su blusa. Me senté ahí, con miedo de moverme, mientras que lentamente comenzaba a quitarse la
ropa, removiendo cada pieza cuidadosamente y con propósito. No entendía, pero tenía miedo de hablar. Si estaba cambiando de idea, no quería arruinarlo.


Una vez que se encontraba completamente desnuda, se acercó y quedó de pie a horcajadas sobre mí. Agarrándola por la cintura, escondí mi cabeza en su estómago.


Podía sentir mi cuerpo temblando por tenerla así de cerca, pero no sabía lo que significaba. No podía asumir que significaba que me perdonaba. Acababa de decir que nunca podría amarme.


—¿Qué estás haciendo, Paula? —pregunté finalmente.


Agarró mi camisa y tiró de ella. Levanté los brazos y la dejé quitarla. Luego se hundió en mi regazo, agarró mi cabeza y me besó. Ese dulce e intoxicante sabor que era Paula me llenó, enredé mis manos en su cabello y la acerqué a mí. 


Temía que cambiara de idea. No tenía que amarme; solo quería que me dejara amarla de esta forma. Eso sería suficiente para mí.


—¿Estás segura? —pregunté, mientras se balanceaba contra mi erección.


Solo asintió.


La levanté para recostarla en la cama. Luego me quité los zapatos y los vaqueros.


Cuando me hallaba igual de desnudo, me sostuve sobre ella y la miré. Me quitó el aliento. —Eres la más hermosa mujer que alguna vez vi. Por dentro y por fuera —le dije. Entonces la besé en todos lados donde pude, cada centímetro de su rostro, antes de jalar su labio inferior en mi boca.


Levantó sus caderas y abrió sus piernas, pero aún no me encontraba listo. No quería apresurar esto. Quería saborearla. Se merecía ser saboreada y adorada. Merecía
ser amada y cuidada. Haría eso por ella. Aún si ella no me amaba, yo podía hacerlo lo suficiente por ambos.


Pasé mis manos por su cuerpo, memorizando cada parte de ella. No quería creer que esto era un adiós. No pensé que Paula lo terminaría de esta forma. Pero el miedo se
encontraba ahí, y no podía tener suficiente de ella. —Te amo tan jodidamente demasiado —le dije, y bajé mi cabeza para besar su estómago.


Sus piernas se abrieron más. La miré, sabiendo que tenía que preguntar esta vez.


No me prometía un mañana.


—¿Necesito usar un condón? —pregunté, moviéndome hacia arriba por su cuerpo.


Asintió, y sentí que lo que quedaba de mi corazón se rompía aún más. Ponía una barrera entre nosotros. Alcancé mis vaqueros y saqué el condón de mi cartera, luego lo deslicé. 


Los ojos de Paula se encontraban en mí. Mi polla temblaba por su atención.


Pasé mis manos a lado de sus muslos. Nadie nunca estuvo aquí además de mí.


Nadie la tocó más que yo. —Esto siempre será mío —dije, queriendo marcarla permanentemente. Bajé hasta que la punta de mi erección estuvo dentro de ella. — Nunca ha sido tan bueno. Nunca nada ha sido tan bueno como esto —juré, luego la llené con un empuje. Envolvió sus piernas a mí alrededor y gritó. Mi abollado corazón latió salvajemente contra mi pecho. Este era mi hogar. Paula era mi hogar. No me di cuenta cuán solo me hallaba hasta que ella entro en mi vida. Me moví dentro de ella lentamente, sin quitar mis ojos de su rostro. Quería ver sus ojos mientras le hacía el amor. Eso era lo que esto era para mí. Le hacía el amor a su cuerpo. Esto no era follar.


Era yo mostrándole cuánto le pertenecía.


Deslizó sus piernas más alto en mí y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello.


—Siempre te amaré. Nadie nunca se comparará. Me posees, Paula. Mi corazón y alma son tuyos —le dije mientras me balanceaba en su interior. Rocé un beso en sus
labios—. Solo tú —le prometí. Siempre sería solo ella. Ahora era mi vida.


Nuestras miradas se encontraron, y gritó. Su orgasmo me apretó fuerte, enviándome en una espiral detrás de ella. Cuando el placer lentamente se desvaneció, la miré, y lo supe. Sus ojos me decían lo que temía. Esto fue su despedida.


—No hagas esto, Paula —rogué.


—Adiós, Pedro —susurró.


Me rehusé a aceptarlo. No podía dejarla hacer esto. —No. No nos hagas esto a nosotros.


Dejó que sus piernas cayeran de mi cuerpo, flácidas. Luego puso sus manos a su lado y giró su rostro lejos de mí. —No me pude despedir de mi hermana o mi mamá. Esos eran los adioses finales que nunca tuve. El último adiós que necesitaba. Esta ocasión entre nosotros sin mentiras. —La oquedad en su voz me rasgó abierto.


Agarré las sábanas bajo mis manos. —No. No. Por favor, no —rogué.


Continuó mirando lejos de mí y recostada sin fuerzas debajo de mí. ¿Cómo podría luchar por alguien que no me quería? ¿Alguien que me odiaba? No tenía oportunidad de ganar. 


Hice todo lo que sabía hacer. Pero no me quería. No ahora.


Salí de ella y me estiré por mi ropa. Me deshice del condón, luego con movimientos torpes me puse mi ropa. Quería dejarme. Y se suponía que saliera de esta habitación y la dejara. ¿Cómo mierda podría?


Cuando estuve vestido, me giré para mirarla. Se sentó, jalando sus rodillas a su barbilla para cubrir su desnudez.


—No puedo hacer que me perdones. No merezco tu perdón. No puedo cambiar el pasado. Todo lo que puedo hacer es darte lo que quieres. Si eso es lo que quieres, me iré, Paula. Me matará, pero lo haré. —Haría la única cosa que podía hacer: darle lo que quería.


—Adiós, Pedro —repitió, y retiró su mirada de mí.


Dejaría mi corazón ahí. Mi alma, también. Los poseía. Me encontraba vacío sin ella. Nunca sería el mismo. Paula Chaves me cambó. Me mostró que podía amar con un
amor que todo consume y sin obtener nada a cambio. 


Nunca amaría de nuevo. Ella era la única. Lo era para mí. 


Con una última mirada a la mujer que amaba, me giré y dejé la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.


Cuando salí a la noche, dejé que el resto de mis lágrimas cayeran.


Amar a alguien que no mereces no era fácil. Duele demasiado. Pero no lamentaría ningún momento de mi tiempo con Paula.

CAPITULO 165





Luchando por respirar a través de dolor, me giré y la seguí. 


Ella no me quería.


No quería esto. Pero no podía sólo dejarla ir. ¿Dónde iría? ¿Dónde dormiría? ¿Quién se aseguraría de que comiera? ¿Quién la sostendría cuando llorará? Ella me necesitaba. Y
Dios. Yo la necesitaba.


Paula alcanzó el último peldaño de la escalera, tomó el teléfono de su bolsillo, y lo metió en el de Miguel —Tómalo. No lo quiero —dijo.


—¿Por qué tomaría el teléfono? —preguntó Miguel.


—Porque no quiero nada de ti —le grito a él.


—Yo no te lo di —dijo él.


—Acepta el teléfono, Paula —dije—. Si quieres irte, no puedo retenerte aquí. Pero por favor, acéptalo. —Estaba listo para ponerme de rodillas y suplicar. Tenía que tomar el teléfono. Maldita sea, necesitaba un teléfono.


Paula lo puso en la mesilla junto a la escalera. —No puedo —dijo y sabía que no podía hacerla tomarlo, tampoco. No podía hacer nada. Era jodidamente inútil. Su mundo acababa de ser volado en piezas, y yo era jodidamente inútil.


—Te pareces a ella —dijo mi madre a la espalda de Paula.


—Solo espero que pueda ser la mitad de la mujer de lo que ella era —dijo Paulacon completa convicción en su voz.


La puerta se cerró detrás de ella.


Tenía que hacer algo.


Me moví a través de las escaleras sin quitar mis ojos de la puerta. No podía sólo quedarme aquí y dejarla conducir lejos. —¿A dónde irá? —pregunté a Miguel. Él tendría una idea.


—Irá de vuelta a Alabama. El único otro lugar que conoce, tiene amigos allí. Ellos la tomarán —dijo.


Los gritos de Daniela venían de afuera, y mi corazón se detuvo. ¿Le había pasado algo a Paula? Corrí a través de las escaleras, pero no antes que mi madre y Miguel se hubieran movido hacia la puerta.


—¡Paula! Baja el arma. Daniela, no te muevas. Ella sabe cómo usar esa cosa mejor que la mayoría de los hombres —ordenó Miguel en una calmada voz.


Jodida mierda, Paula estaba sosteniendo una pistola hacia Daniela ¿Qué diablos había dicho Daniela?


—¿Qué hace con esa cosa? ¿Es incluso legal que la tenga? —preguntó mi madre.


—Ella tiene un permiso, y sabe lo que está haciendo. Mantén la calma —dijo Miguel, sonando molesto.


Paula bajó el arma. —Voy a meterme en esa camioneta e irme fuera de tu vida. Para siempre. Simplemente mantén tu boca cerrada sobre mi madre. No lo escucharé de nuevo —dijo Paula, mirando a Daniela. Luego escaló dentro del camión y sin una mirada hacia atrás, condujo lejos.


—Está jodidamente loca —dijo Daniela, volteándose a mirarnos.


No podía pararme aquí y escucharlos. Me estaba dejando. 


No podía sólo dejarla ir sola. Nada le podía pasar. Me giré, fui dentro y subí a mi cuarto.


El olor de Paula me golpeó cuando llegué al último escalón, y tuve que parar y apretar los dientes a través del dolor. Solo dos horas atrás, la tenía tendida en esa cama y la sostuve en mis brazos.


Caminé hacía a la cama, me senté y recogí la almohada donde ella había estado durmiendo y la sostuve en mi cara. Dios, olía justo como ella. Un sollozo rompió libre, y luché para mantenerlo atrás, pero no pude. La había perdido. Mi Paula. Había perdido a mi Paula.


No. No. No estaba aceptando eso.


Me levanté y puse la almohada de vuelta con reverencia. Estaba yendo detrás de ella. Necesitaba algunas prendas y mi cartera. La iba a alcanzar. Ella me necesitaba. No me quería ahora mismo, pero lo haría después de que el shock se disipara. Podría sostenerla y aliviar su dolor. La sostendría mientras llorara. Luego pasaría mi vida haciendo las cosas bien. Haciéndola feliz. Tan malditamente feliz.


Volví a bajar las escaleras con mi maleta en mis manos, mientras mi madre, mi hermana y Miguel estaban de pie en el vestíbulo hablando sobre Paula y lo que había pasado, estaba seguro. No los estaba escuchando, me estaba yendo.


—¿A dónde vas? —me preguntó mi madre.


—Sostuvo un arma en mi cabeza, ¡Pedro! ¿No te preocupas acerca de eso? ¡Pudo haberme matado! —Daniela sabía a dónde estaba yendo.


Me detuve y miré a mi madre primero. —Voy por Paula—Luego miré a mi hermana—. Aprenderás a cerrar tu jodida boca. Dijiste la cosa equivocada a la persona equivocada esta vez y aprendiste tu lección. La próxima vez, piensa antes de arrojar mierda. —Tiré de la puerta abierta.


—¿Qué si ella no quiere regresar a casa contigo? Ella nos odia, Pedro —dijo mi madre, sonando enojada a la idea de incluso ella viniendo aquí.


—Si ella no volviera conmigo, entonces todos ustedes tendrán que mudarse. No viviré en mi casa con las personas que destruyeron su mundo. Decide dónde planeas ir, porque no te quiero aquí cuando vuelva. —Azoté la puerta detrás de mí.



***


Las ocho horas manejando a Summit, Alabama, habrían sido más fáciles si no hubiese estado siguiendo a Paula e incluso tratando de evitar que me viera. Esconder un Range Rover negro en los caminos rurales no fue fácil. Tuve que dejar que se fuera de la vista más veces de las que quería, pero era la única manera de seguirla. Tenía la pequeña ciudad colocada en mi GPS y afortunadamente, Paula parecía estar tomando la misma ruta que el GPS sugería.


Cuando entré a la pequeña ciudad, vi que la señal Bienvenido a Summit, Alabama, estaba desgastada y necesitaba alguna nueva pintura, pero se podía entender lo que decía bastante bien. La dejé obtener unos buenos diez minutos por delante de mí porque era la única manera de quedarme fuera de su visión. Paré en el primer semáforo. 


De acuerdo a Google, está cuidad tenía sólo tres semáforos. 


En la siguiente, vi la señal del cementerio y giré. El estacionamiento estaba vacío excepto por el camión de
Paula y otro camión. No aparqué donde ella pudiera verme; me aseguré de aparcar más abajo en el camino.


Había venido a ver su madre. Y su hermana. ¿Tuve mi corazón alguna vez verdaderamente roto por alguien más así? había odiado cuán descuidada fue Daniela, ¿pero había alguna vez sentido esta clase de emoción por su dolor? La idea de Paula lidiando con esto sola era demasiado. Tenía que escucharme.


Cuando vi su camión azul moverse, esperé hasta que estaba seguro de que había vuelto al camino antes de seguirla a una distancia segura. Giró a la derecha en el primer semáforo y entonces aparcó en un motel. Estaba seguro de que era el único motel en kilómetros y kilómetros. Tanto como odiaba la idea de ella quedándose ahí, estaba agradecido de que no tendría que hacer esto en alguna casa extraña. Teníamos privacidad aquí.


Mientras ella estaba adentro obteniendo un cuarto, aparqué mi carro, salí y esperé. No estaba seguro de qué iba a decirle o si iba sólo a rogar. Pero tenía que hacer algo. 


Paula caminó fuera de la oficina y sus ojos se trabaron con los míos. Su paso vaciló y luego suspiró. No había esperado que la siguiera. De nuevo, ¿no entendió cuán jodidamente loco estaba poro ella?


Una puerta de carro se cerró de golpe justo mientras ella caminaba hacia mí, giró su cabeza y frunció el ceño al chico que había sólo saltado fuera del camión, el mismo que justo había visto en el cementerio. Sabía sin una presentación que el chico era Facundo.


La manera posesiva en que la veía me dijo que él había tenido una pretensión con ella.


Él solo necesitaba saber que esa pretensión ya no era válida.


—Estoy esperando como el demonio que conozcas a este tipo, porque te ha estado siguiendo aquí desde el cementerio. Lo noté del otro lado del camino mirándonos mucho antes, pero no dije nada —dijo Facundo mientras se dirigía a estar delante de Paula.


—Lo conozco —dijo Paula sin pausa.


—¿Él es la razón por la que volviste corriendo a casa? —preguntó Facundo.


—No —dijo, luego miró de vuelta a mí—. ¿Por qué estás aquí? —me preguntó, sin venir un poco más cerca.


—Estás aquí —repliqué simplemente.


—No puedo hacer esto, Paula.


Sí, ella podía. Tenía que lograr que viera eso. Tomé un paso hacia ella. —Habla conmigo. Por favor, Paula. Hay tantas cosas que quiero explicarte.


Sacudió su cabeza y retrocedió —No. No puedo.


Quería golpear la cabeza de Facundo—¿Podrías darnos un minuto? —le pedí.


Él cruzó sus brazos sobre su pecho y se paró completamente en frente de ella. — No lo creo. No parece que ella quiera hablar contigo. Y no puedo decir que vaya a obligarla. Y tú tampoco lo harás.


Había empezado a moverme hacía él cuando Paula salió de detrás de él. —Está bien, Facundo. Este es mi hermanastro, Pedro Alfonso. Ya sabe quién eres tú. Sólo quiere hablar. Así que vamos a ir a hablar. Puedes irte. Estaré bien —dijo sobre su hombro, antes de desbloquear la habitación 4A.


Acababa de llamarme su hermanastro. ¿Qué carajos?


—¿Hermanastro? Espera. . . ¿Pedro Alfonso? ¿El único hijo de Luca Alfonso? Mierda, Pau, eres familia de una celebridad del rock —dijo Facundo. Su boca se aflojo mientras me miraba.


Justo lo que necesitaba, un fan suficientemente grande de Slacker Demon que sabe el nombre del hijo de Luca.


—Vete, Facundo —dijo ella con severidad, luego camino dentro del cuarto.

lunes, 8 de diciembre de 2014

CAPITULO 164





No podía dormir. Me quedé allí durante horas, viendo a Paula dormir en mis brazos. Ella se había acurrucado contra mí y se aferró a mí como si fuera su único calor.


El temor de que nunca podría tener esto de nuevo era muy real. Por mucho que no quería creer que ella me dejaría, sabía que podía perderla. ¿Cómo sobreviviría a eso? La
atraje hacia mí y la abracé con más fuerza. Si tan sólo pudiera tomarla y salir corriendo.


Nunca dejarle saber la terrible verdad. ¿Por qué siempre tengo que hacerle daño, cuando lo único que quería hacer era protegerla?


—Te amo —susurré en su cabello.


Eso tenía que ser suficiente para nosotros.


Vi salir el sol y la mañana hacerse más clara. Paula necesitaba dormir.


Probablemente dormiría hasta el mediodía. Tenía que hablar con mi madre y Miguel antes de que Paula despertara. Necesitaban saber lo que sentía por ella. Se había convertido en mi principal prioridad. Eso tenía que quedar claro.


Cerré los ojos e inhalé y me empapé en la sensación de tenerla en mis brazos.


Muy confiable. Obligándome a levantarme de la cama, saque mis brazos de su cuerpo y la moví. Estaba listo para bajar y hacer frente a la verdad. La fea, horrible y sórdida
verdad que iba a hacerle daño. No podía parar eso. Sólo podía esperar ser lo suficiente para ayudarla a sanar.


Yo.


Me puse mi ropa y me dirigí hacia las escaleras, pero me detuve y miré hacia Paula acostada en mi cama. Estaba acurrucada en las mantas ahora. Su largo cabello rubio estaba desplegado sobre mi almohada. Cuando era niño, me había preguntado a menudo si los ángeles eran reales. 


En ese momento yo tenía diez años, había decidido
que no lo eran. Era todo mentira. Me di cuenta ahora de que me había equivocado.


Paula era mi ángel.



* * *


Miguel estaba de pie en la cocina, bebiendo una taza de café y mirando por la ventana. Este era el hombre que había abandonado a mi Paula. La había dejado enterrar a su madre y la dejó para resolverlo todo por su cuenta.


Lo odiaba.


No se merecía a Paula.


Miguel se giró y se encontró con mi mirada. Un ceño tiró de su boca, y él tomó otro sorbo de café antes de volver a mirar por la ventana. Estaba acostumbrado a mi odio.


Pero no tenía ni idea de lo mucho que había aumentado desde que me había visto por última vez. Quería empezar a romperle los brazos.


Sólo mirarlo me enfureció.


—¿Vas a preguntar por ella? —gruñí.


Él se encogió de hombros. —Ella está aquí, supongo —asumió. No le importaba.


Él acaba de aceptarlo.


—¿Qué coño te pasa como para que seas tan jodidamente cruel? —pregunté, el odio atado en mis palabras.


—Un dolor que nunca podrás entender, muchacho —respondió. Su voz era carente de emoción.


—Enterró a su madre sola, hijo de puta. Y lo sabías.


No respondió.


—Ella es tan jodidamente inocente y está sola —dije, necesitando que la reconociera, o iba a perder mi temperamento.


—Ya no lo es, ¿verdad? Inocente y sola, quiero decir —dijo.


Mi ira golpeó un punto de ebullición, y me moví a través de la cocina. Se giró justo a tiempo para que lo agarrara y lo tirara contra la pared. —¡Tú, hijo de puta pedazo de mierda! Ni se te ocurra nunca, y me refiero a jodidamente nunca, insinuar por un minuto que Paula no es nada menos que inocente. ¡Voy a terminar contigo! ¡Me importa una mierda quien te quiera! —Estaba gritando.


Miguel había dejado caer el café y la taza se había hecho añicos en el suelo, pero me ignoró. No parecía que le importada. Había un vacío en este hombre que no entendía.
Era como si no tuviera alma. —¿Te has acostado con ella? —dijo con calma.


Le golpeé contra la pared otra vez, lo suficientemente fuerte para sacudir las paredes y enviar las placas a caerse para unirse a la taza rota. —¡Cállate! —rugía.


—Pedro —la voz histérica de mi madre rompió a través de mi rabia.


—No es asunto tuyo, mamá —dije, sin apartar los ojos del hombre que estaba dispuesto a matar con mis propias manos.


—No suena como si estuviera sola nunca más —dijo Miguel.


Me tragué el miedo que estaba arañando mi pecho. —No lo está. Nunca lo estará. Siempre voy a estar allí para ella. Voy a mantenerla a salvo. Me ocuparé de ella. Siempre me tendrá.


—¿Quién? ¿De qué estás hablando, Pedro? ¡Suelta a Miguel! —Mi madre estaba a mi lado, tirando de mi brazo.


Paula iba a bajar pronto las escaleras. No podía matar a su padre. No, a menos de que ella me lo pidiera. Entonces era hombre muerto. Lo solté y retrocedí. —Cuidado con como hablas de ella. No quiero nada más que verte sufrir —advertí.


—Pedro, ¡es suficiente! —Las uñas de mi madre se clavaron en mi brazo, y me sacudí.


—No me toques, tampoco. Querías a este saco de mierda en nuestras vidas. Dejaste que la abandonará —la señalé con mi dedo.


El shock de mi madre paso a la confusión mientras miraba a su alrededor, a las cosas rotas.


—Hiciste un completo lío. Ve a la sala antes de que alguien se corte. Necesito una explicación para este comportamiento —dijo, saliendo de la habitación y esperando a que la siguiéramos.


La vi alejarse y luego mire a Miguel.


—No hay nada que puedas hacerme que se compare al sufrimiento que he pasado —dijo Miguel, y luego se dio la vuelta y siguió a mi madre fuera de la cocina.


¿Cómo era que el hombre había traído al mundo a alguien como Paula? No entendía cómo esa mujer arriba en mi cama podría ser un producto de este hombre.


Con Daniela podía verlo, pero no con Paula.


Tenía que hablar con mi madre y Miguel. Era por eso que me había levantado y salido de mi cama con Paula todavía escondido en ella. Entré en la sala de estar, y mi madre me miró con la boca abierta. Al parecer, Miguel había dicho algo.


—Tú… tú... No puedo creerlo, Pedro. Sé que tienes un problema con dormir por ahí, pero hay que trazar la línea en alguna parte. Esa chica usa su cuerpo para manipularte.


Negué con la cabeza y me dirigí hacía mi madre. Estaba harto de escucharlos hablar sobre Paula. Ya no me importaba quién demonios lo dijera, pagarían.


Miguel se interpuso entre nosotros, pero su atención estaba en mi madre. —Ten cuidado con lo que dices de ella. Paula es mi hija —la advertencia en su tono me sorprendió. No tenía para su otra mierda, pero él la había defendido.


—No lo puedo creer, Pedro. ¿En qué estabas pensando? ¿Sabes quién es? ¿Lo que significa ella para esta familia? —dijo mi madre en un tono horrorizado, como si hubiera cometido un crimen.


Culpó a Paula por algo que nunca había sido su culpa. ¿Cuán loco era este proceso de pensamiento de mi familia que creía en tanto?


—No puedes hacerla responsable. Ella ni siquiera había nacido todavía. No tienes idea de lo que todo lo que ha pasado. Lo que él ha hecho pasar —dije, señalando a Miguel. Porque lo sabía, y nunca lo olvidaría.


—No vayas por ahí todo arrogante y soberbio. Fuiste tú el que fue y lo encontró para mí. Así que todo lo que él la hizo pasar, tú lo empezaste. ¿Después duermes con ella? En serio, Pedro. Dios mío, ¿en qué estabas pensando? Eres igual que tú padre. —Mi madre amaba acusarme de ser igual que Luca cuando estaba enojada conmigo. Estaba agradecido de no ser nada como ella.


—Recuerda quien es dueño de esta casa, madre —le recordé.


—¿Puedes creer esto? Se está volviendo en mi contra por una chica que acaba de conocer. Miguel, tienes que hacer algo.


Mi madre miró suplicante a Miguel, y me entraron ganas de reír. Ella esperaba que él hiciera algo. Eso era una estupidez. Estaba cansado de esto. Necesitaba conseguir esta mierda solucionada antes de que Paula despertara.


—Es su casa, Georgina. No puedes obligarlo a hacer nada. 
Debí haber esperado esto. Ella es tan parecida a su madre.
Sus palabras me hicieron pensar. 


¿Qué demonios quería decir con eso?


—¿Qué se supone que significa eso? —gritó mi madre, obviamente, sabiendo lo que quería decir, o no estaría a punto de perderlo con él.


—Ya hemos pasado por esto antes. La razón por la que te dejé por ella era porque tenía este magnetismo por ella. Me parecía que no podía dejarla ir.


—Ya sé eso. No quiero volver a oírlo. La querías tan desesperadamente que me dejaste embarazada con un montón de invitaciones de boda para anular —dijo mi
madre, interrumpiéndolo.


—Cariño, cálmate. Te quiero. Sólo estaba explicando que Paula tiene el carisma de su madre. Es imposible no sentirse atraído por ella. Y ella es tan ciega como su madre. No puede evitarlo —dijo Miguel.


Lo miré con horror. ¿Pensaba que lo era? ¿De verdad creía eso? No estaba enamorado de su puta carisma. Ella era mucho más. ¿No veía eso? Bastardo ciego.


—¡Agh! ¿Nunca me dejará en paz esa mujer? ¿Siempre arruinará mi vida? Se ha ido, por el amor de Dios. Tengo al hombre que amo de nuevo y nuestra hija tiene finalmente a su padre y ahora esto. Vas y duermes con esta, ¡esta chica! —Mi madre estaba comenzando a ponerse histérica, y no tenía tiempo para una de sus rabietas.


Tenía que preocuparme por Paula.


—Una palabra más contra ella y tendrás que irte —le advertí a mi madre por última vez. No iba a faltar el respeto a Paula de ninguna manera.


—Georgie, cariño, por favor, cálmate. Paula es una buena chica. Su estancia aquí no es el fin del mundo. Ella necesita un lugar donde quedarse. Ya te lo expliqué. Sé que odias a Alejandra, pero ella era tu mejor amiga. Ambas habían sido amigas desde que eran niñas. Hasta que llegué y arruiné todo lo de ustedes, eran como hermanas. Esta es su hija. Ten un poco de compasión. —El razonamiento que estaba lanzando por no a funcionar en mi mamá. Era tan increíblemente egocéntrica como mi hermana.


—¡No! Todos ustedes cierren la boca —La voz de Paula envió una hoja recta a través de mi corazón.


No. Dios no, todavía no. Ella no tenía que escuchar esto de esta manera. —Paula—Me acerqué a ella, pero alzó las manos para mantenerme atrás. La mirada salvaje en sus ojos mientras miraba a la derecha junto a mí me detuvo en seco.


—Tú —dijo, señalando con el dedo a Miguel—, sólo estas dejándolos mentir sobre mi madre —gritó. Había estado aterrorizado que estuviera herida pero la completa frialdad en sus ojos era aterrador.


Paula, déjame explicarte… —empezó a decir Miguel.


—¡Cállate! —rugió Paula, interrumpiéndolo—. Mi hermana, mi otra mitad, murió. Ella murió, papá. En un coche de camino a la tienda, contigo. Era como si mi alma hubiera sido tomada de mí y partida en dos. Perderla fue insoportable. Vi a mi madre lamentarse, llorar y afligirse, y entonces vi a mi padre alejarse. Para no volver jamás. Mientras su hija y su esposa estaban tratando de recoger los pedazos de su mundo sin Valeria en él. Entonces, mi madre se enferma. Te llamo, pero no contestas.
Por lo tanto, tengo un trabajo extra después de la escuela y me pongo a hacer los pagos para la atención médica de mamá. No hago más que cuidar de mi madre e ir a la
escuela. Excepto mi último año, ella se pone tan enferma que tengo que abandonar los estudios. Toma mi GED y acábalo. Porque tenía a la única persona en el planeta que me amaba muriendo mientras estaba sentada y miraba sin poder hacer nada. Sostuve su mano mientras ella tomó su último aliento. Organicé su funeral. Los vi bajarla a la tierra. Nunca llamaste. Ni una sola vez. Luego, tuve que vender la casa que la abuela nos dejó y todo el valor en ella sólo para pagar las facturas médicas. —Ella dejó de hablar, y un sollozo se le escapó. Las lágrimas corrían por su rostro, y mi corazón explotó.


No sabía todo eso. Sólo me había dicho un poco. Envolví mis brazos alrededor de ella, necesitaba abrazarla, pero comenzó a balancearse y a luchar contra mí como alguien que había perdido la razón.


—¡No me toques! —gritó, y tuve que dejarla ir o arriesgarme a que se hiciera daño a si misma—. Ahora estoy siendo forzada a oírte hablar de mi madre, que era una santa. ¿Me oyes? ¡Ella era una santa! Todos ustedes son unos mentirosos. Si alguien es culpable de esta mierda que oigo saliendo de su boca es ese hombre —Ella señaló a su
padre.


Me había engañado a mí mismo al pensar que ella me escucharía y me dejaría explicarle. Su mundo estaba del revés con la noticia. No le había dicho. No había querido ver la mirada de dolor en sus ojos, que no sabía cómo aliviar. 


Pero había dejado que esto sucediera en su lugar, y era mucho peor.


—Él es el mentiroso. No vale la tierra bajo mis pies. Si Daniela es su hija. Si estabas embarazada... —Paula había estado apuntando a Miguel mientras hablaba, pero se detuvo y trasladó su atención a mi madre.


Por primera vez, ella en realidad miro a mi madre. Y recordó. 


Se tambaleó hacia atrás, y yo quería acercarme y abrazarla de nuevo, pero no lo hice. Tenía que recuperar primero el control sobre sí misma. Ella no quería mi ayuda.


—¿Quién eres tú? —preguntó, mientras mi madre la miraba con una mirada atormentada en sus ojos.


—Ten cuidado a cómo responder a eso —le advertí a mi madre, luego me acerqué por detrás a Paula, por si acaso me necesitaba.


Mi madre miró a Miguel y luego de vuelta a Paula—¿Sabes quién soy, Paula? Nos hemos visto antes.


—Vino a mi casa. Usted... usted hizo llorar a mi madre.


Mi madre rodo los ojos, y se tensó.


—Última advertencia, madre —gruñí.


—Daniela quería conocer a su padre. Así que la llevé a él. Llegó a ver a su pequeña y agradable familia con bonitas gemelas rubias que amaba y a una mujer igualmente
perfecta. Estaba cansada de tener que decirle a mi hija que no tenía padre. Ella sabía que lo tenía. Así que le mostré exactamente lo que él había elegido en lugar de ella. No
preguntó por él hasta mucho más tarde —las rodillas de Paula se pusieron débiles y se quedó sin aliento. Mierda, ella iba a tener un ataque de pánico.


Paula, por favor, mírame —supliqué, pero no respondió. 


Mantuvo la mirada en el suelo, mientras todo se hundía lentamente en ella. Odiaba ver esto. Quería ordenarles a todos que salieran de aquí para que pudiera sostener a Paula hasta que todo estuviera bien otra vez. Pero necesitaba esto. Estaba por esto. Quería sus respuestas.


Miguel habló. —Estuve comprometido con Georgina. Ella estaba embarazada de Daniela. Tu madre vino a visitarla. Ella era como nadie que hubiese conocido. Era adictiva.
No fui capaz de mantenerme alejado de ella. Georgina todavía estaba sosteniéndose mientras Luca y Pedro seguían visitando a su padre todos los fines de semana. 
Esperaba que Georgie dejará ir a Luca en el momento en que decidiera que quería una familia. Ni siquiera estaba seguro de que Daniela fuera mía. Tu madre era inocente y divertida. Ella no estaba con rockeros y me hacía reír. La perseguí y ella me ignoró. Entonces, mentí. Le dije que Georgie estaba embarazada de otro de los hijos de Luca. Sintió lástima por mí.
De alguna manera, la convencí de huir conmigo. Tirar la amistad que había tenido toda su vida. —Cuando Miguel terminó su explicación, me di cuenta que era lo máximo que
había oído que le decía por una vez.


Paula se tapó los oídos y cerró los ojos con fuerza. —Detente. No quiero oír eso. Sólo quiero mis cosas. Sólo quiero irme —Paula sollozó, rasgándome en dos.


—Nena, por favor, háblame. Por favor —le rogué y toqué sus brazos, necesitando algún tipo de conexión con ella.


Se alejó de mí sin mirarme. —No puedo mirarte. No quiero hablar contigo. Sólo quiero mis cosas. Quiero ir a casa.


No. No. No. No podía perderla. No. No iba a dejarme. Yo la quiero. Ella me pertenece. Tenía que luchar por nosotros. Necesitaba su luchar.


Paula, cariño, no hay casa —dijo Miguel. Sabía que quería decirlo para recordarle que no tenía adónde ir, pero quería enterrar a mi puño en su cara. Ella no necesitaba
escuchar eso de él en este momento.


Paula miró a su padre. —Las tumbas de mi madre y mi hermana son una casa. Quiero estar cerca de ellas. He estado aquí y escuchado a todos ustedes decir que mi madre era alguien que yo sé que no era. Ella nunca hubiera hecho lo que le acusan.
Quédate aquí con tu familia, Miguel. Estoy segura de que te amarán tanto como la última lo hizo. Trata de no matar a ninguno de ellos —dijo en palabras mezcladas con odio.


Luego dio media vuelta y huyó por las escaleras. La miré fijamente y consideré encerrarla en mi habitación y obligarla a quedarse conmigo. Para escucharme. ¿Me perdonaría entonces? ¿Podría hacerle eso a ella?


—Es inestable y peligrosa —dijo mi madre entre dientes.


Me dirigí hacía ella y levanté la cabeza por primera vez en mi vida. —Su mundo acaba de ser destruido. Todo lo que ella conocía. Así que por una vez en tu vida no seas una puta egoísta y cierra la boca. Porque estoy dispuesto a echarte y a dejar que averigües una forma de mierda para que sobrevivas por tu cuenta.


No esperé a escuchar su respuesta, porque sabía que empujaría mi límite. Tenía que tratar de hablar con Paula sin su padre y mi madre en el camino.


Me quedé en la puerta de su habitación mientras ella echaba su ropa en la maleta con la que había llegado hacia solo unas semanas.


—No me puedes dejar —dije, luchando contra la emoción construyendo en mi garganta.


—Mírame —respondió ella.


El vacío en su voz me estaba matando. Esta no era mi Paula. No dejaría que esta mentira la alejará de mí. Mi Paula no era tan inerte y fría por dentro.


Paula, no me dejaste explicar. Iba a decirle todo hoy. Llegaron a casa ayer por la noche y entré en pánico. Necesitaba contarte primero —no tenía sentido, y ella se iba,
pero no sabía qué carajo decir para conseguir que se quedara. Dando un puñetazo en el marco de la puerta, traté de concentrarme. Tenía que decir lo correcto—. No se suponía que lo supieras de esa manera. No así. Dios, no así —estaba perdiéndolo. El pánico y el miedo obstruían mis pensamientos.


—No puedo quedarme aquí —dijo—. No puedo verte. Representas el dolor y la traición, no sólo a mí, sino el de mi madre. Todo lo que había se ha acabado. Murió el momento en el que bajé las escaleras y me di cuenta de que el mundo que siempre había conocido era una mentira.


Sus palabras eran tan definitivas. ¿Cómo podía luchar si se negaba a darnos una oportunidad? ¿Ella nunca sería capaz de mirarme de cualquier otra manera otra vez?


No podría vivir en un mundo así. Uno sin Paula.