jueves, 26 de diciembre de 2013

CAPITULO 74








Pedro

mis pies se encontraban pegados al suelo. No podía moverme, incluso al mirar a Paula huyendo de mí.
¿Acaso había sido sólo un sueño? ¿Una alucinación desesperada? ¿Así de mal me encontraba?
—Si no vas tras ella, yo lo haré —irrumpió la voz de Antonio  a través de mis pensamientos, despejando toda esa neblina de asombro.
—¿Qué? —pregunté, mirándolo. Lo odiaba. Golpearlo en la cara era algo con lo que de pronto me encontraba fantaseando.
—Dije, que si no va tras ella, lo haré yo. En estos momentos necesita a alguien. Por mucho que yo no quiera que seas tú, porque creo que no la mereces, necesitas ser tú.
—¿Sabías que estaba embarazada? —Mi sangre comenzó a hervir. ¿Le había dicho a Antonio  que estaba embarazada y a mí no?
—Yo estuve aquí la primera mañana que vino a trabajar y el olor del tocino la envió directo baño a vomitar. Así que, sí, yo ya lo sabía. Quita ese loco brillo posesivo de tus ojos y ve por ella. —El tono de Antonio estaba plagado con disgusto.
—¿Ha estado enferma? —No sabía que se había estado sintiendo mal. Me dolía el pecho. Había estado enferma sola, la dejé sola y había estado sufriendo. De pronto, el oxígeno no llegaba hasta mis pulmones.
—Sí, pedazo de mierda, ha estado enferma. Eso pasa en su situación. Pero está mejorando. Ahora estoy a punto de cumplir mi promesa e ir tras ella. Haz tu movimiento —advirtió Antonio.
Me eché a correr.
No fue hasta que salí del edificio por la parte de atrás y miré hacia arriba de la colina que la encontré. Aún estaba corriendo. Se dirigía hacia los condominios. Iba de vuelta a su casa. Me fui tras ella.
Estaba embarazada. ¿Debería estar corriendo así? ¿Y si era malo para el bebé? Tenía que ir más despacio.
—Paula, detente. Espera —le grité cuando estaba lo suficientemente cerca.
Ella aminoró la marcha y finalmente se detuvo cuando me reuní con ella.
—Lo siento —sollozó con el rostro entre sus manos.
—¿Por qué lo sientes? —pregunté, cerrando la distancia entre nosotros y tirando de ella contra mí. Ya no me preocupaba asustarla. No la dejaría ir a ninguna parte.
—Esto. Todo. Yo estando embarazada —susurró ella, rígida en mis brazos.
Ella lo sentía. No, no iba a disculparse por eso.
—No tienes nada que lamentar. No vuelvas a pedirme disculpas de nuevo. ¿Me escuchas?
Parte de la tensión de su cuerpo se alivió, apoyando su cuerpo contra mí.
—Pero no te lo dije.
No, no lo había hecho, pero lo entendía. Apestaba pero entendía. —Deseo que lo hubieses hecho. Nunca te hubiera permitido estar enferma por tu cuenta. Yo habría cuidado de ti. Debo cuidar de ti, voy a cuidar de ti. Te lo juro.
Paula negó con la cabeza y se apartó de mí.
—No. No puedo. No podemos hacer esto. Yo no te lo dije por una razón. Nosotros... tenemos que hablar.
Yo estaba cuidando de ella y ella no me dejaba. Pero si necesitaba hablar de ello entonces, se lo permitiría.
—Está bien. Vamos a tu casa, ya que estamos cerca.
Paula asintió con la cabeza y volvió a caminar hacia el apartamento al cual había estado huyendo hace un momento. Jose había dicho que Antonio les estaba
permitiendo quedarse allí por el mismo precio que el viejo apartamento de Isabel.
Creía que Antonio había estado pensando en usarlo como una deducción de impuestos o algo así. Ahora lo entendía. Él había estado haciendo eso por Paula.
Había estado cuidando de ella. Ya no lo haría más. Yo cuidaba de lo que era mío.
No necesitaba a Antonio haciéndolo. Me gustaría ir a hablar con el después, tendría que pagar el monto real por alquiler de este lugar. Antonio ya no cuidaría de Paula.
Ella era mía.
Vi como ella se agachaba y sacaba la llave debajo del felpudo. Ese tenía que ser el peor lugar para esconder una llave. Más tarde también me gustaría lidiar con ello. No iba a poder dormir por la noche sabiendo que ella tenía una llave
escondida bajo la alfombra de la puerta delantera, para que cualquiera pudiese entrar. Paula abrió la puerta y dio un paso atrás.
—Entra.
Entré y tomé su mano cuando pasé a su lado. Puede que ella quiera decirme todas las razones por las que no podemos estar juntos, pero yo iba a tocarla mientras hablaba. Necesitaba saber que estaba bien. Tocarla me calmaba.
Cerró la puerta y me dejó tirar de ella hacia el sofá. Me senté y la arrastré a mi lado. Quería ponerla en mi regazo, pero la mirada preocupada y nerviosa en su rostro me detuvo. Necesitaba hablar y yo la iba a dejar.
—Yo debería habértelo dicho. Lamento no haberlo hecho. Iba a hacerlo; talvez no de la manera en que lo hice hoy, pero iba a decírtelo. Sólo necesitaba tiempo para decidir a dónde iría y lo que haría con mi vida. Quería ahorrar e ir a algún lugar para comenzar de nuevo. Para el bebé. Pero te lo iba a decir.
¿Ella me lo iba a decir y luego me iba a dejar? El pánico se apoderó de mí.
No podía hacer eso. —No puedes dejarme —dije tan claramente como pude. Tenía que entender eso.
Paula dejó caer su mirada de la mía y estudió sus manos. Había entrelazado mis dedos con los suyos. Era lo único que me mantenía tranquilo en este momento.
—Pedro —dijo en voz baja—. Yo no quiero que mi bebé se sienta siempre indeseado. Tu familia... —se interrumpió y su rostro se había puesto pálido.
—Mi familia va a aceptar lo que les diga. Si no lo hacen, voy a llevarte a ti y a mi bebé lejos, y dejaré que ellos mismos paguen sus malditas facturas. Tú vienes primero, Paula.
Ella sacudió la cabeza y soltó mi mano al levantarse. 
—No. Eso lo dices ahora, pero no es cierto. No era cierto hace un mes y no es cierto ahora. Siempre los
eliges sobre mí. O por lo menos a Daniela, y eso está bien. Lo entiendo; pero simplemente no puedo vivir con ello. No puedo quedarme aquí.
No decirle sobre su papá iba perseguirme por el resto de mi vida. Mi necesidad de proteger a Dani había jodido lo único importante para mí. Me puse de pie y caminé hacia ella mientras ella retrocedía hacia atrás, hasta quedar contra la
pared. —Nadie. Está. Antes. Que. Tú.
Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas, y negó con la cabeza.
Odiaba que no pudiera creerme.
—Te amo. Cuando entraste en mi vida, no te conocía. Dani era mi primera prioridad. Pero eso cambió. Ha cambiado todo. Iba a contartelo, pero mi madre llegó a casa antes de tiempo. Estaba tan asustado de perderte que te perdí de todos modos. Nada te va a apartar de mí. Pasaré el resto de mi vida demostrándote que te amo. A ti y este bebé —toqué su estómago plano y ella tembló—, vienen primero.
—Quiero creerte —dijo a través de un sollozo.
—Permíteme demostrartelo. Abandonándome no me dejas probarte nada. Tienes que quedarte conmigo, Paula . Tienes que darme una oportunidad.
Una lágrima se deslizó y rodó por su rostro. —Voy a ponerme grande y gorda. Los bebés lloran toda la noche y cuestan dinero. No será lo mismo.
Nosotros no seremos lo mismo. Te arrepentirás.
Ella realmente no tenía ni idea. No importa cuántas veces se lo diga, no me creerá. Había perdido a todos los que alguna vez había querido y confiado en su vida. ¿Por qué iba a creerme? Los únicos hombres en su vida la habían dejado.
Traicionándola. Ella no esperaba otra cosa.
—Este bebé te trajo de nuevo a mí. Es una parte de nosotros. Nunca me arrepentiré. Y puedes volverte tan grande como una ballena, y aún así, te voy a amar de todos modos.
Una pequeña sonrisa tiró de sus labios. —Espero no volverme tan grande como una ballena.
Me encogí de hombros. —No importa.
Su sonrisa se disolvió rápidamente. —Tu hermana. Va a odiar esto. A mí. Al bebé.
Lidiaría con Dani luego. Si no podía aceptarlo, tomaría a Paula  y nos iríamos a algún lugar lejos de mi hermana. Paula se había molestado bastante. Ya no permititía que nadie la lastimara. —Confía en mí para protegerte y ponerte en primer lugar.
Paula  cerró los ojos y asintió. Mi pecho se hinchó y yo quería gritar al mundo que esta mujer era mía. Pero en lugar de eso la alcé. —¿Dónde está tu habitación? —pregunté.
—La última habitación a la izquierda.
Caminé hacia allí. No haría el amor con ella hoy, pero quería sostenerla durante un rato.
Abrí la puerta y me congelé. La habitación era de buen tamaño para un apartamento, pero la manta en el suelo con una almohada individual era sólo un golpe más contra mí. Cuando yo les ayudé a mudarse, había notado que Paula no tenía cama. Ella había estado durmiendo en el sofá. Pero yo había estado tan absorto en recuperarla que no había pensado en su necesidad de una cama.
—No tengo cama todavía. Podría solo haber dormido en el sofá, pero yo quería dormir en mi propia habitación —murmuró, tratando de bajar de mis brazos. No la dejaría ir. La abracé con más fuerza contra mí. Anoche había
dormido en el duro suelo mientras yo había estado durmiendo en mi gran cama tamaño king. Mierda.
—Estás temblando, Pedro. Bájame —dijo, tirando de mi brazo.
Sin ponerla en el suelo, me di la vuelta y fui de nuevo a la sala de estar y luego hacia la puerta. Cerrando la puerta detrás de mí con llave y metí la llave en mi bolsillo. No la dejaría de nuevo bajo esa alfombra de mierda.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Paula.
Mi coche no estaba aquí. Entonces la llevé de vuelta por la colina y hacia mi Rover. —Te voy a llevar a conseguir una cama. Una cama malditamente grande.
Una que cueste una maldita fortuna —gruñí.
Estaba furioso porque no había notado un problema tan grande. No era de extrañar que Antonio hubiera estado cuidando de ella. Yo había fracasado. No iba a fallar de nuevo. Me gustaría asegurarme de que lo tenía todo.
—No necesito una cama cara. Voy a conseguir una pronto.
—Sí, muy pronto. Esta noche —le contesté entonces incliné la cabeza y la besé la nariz—. Vamos a hacer esto. Tengo que hacer esto. Necesito el dinero invertido en la mejor cama que pueda comprar. ¿De acuerdo?
Una pequeña sonrisa tiró de sus labios. —Está bien.

CAPITULO 73





Paula

este era el segundo día que me había despertado sin enfermarme.Incluso le pedí a Isa que cocinara tocino para comprobar que me sentía bien antes de entrar en el turno del almuerzo. Pensé que si podía sobrevivir al tocino, entonces yo podría hacer esto. Mi estómago se había
revuelto y tuve náuseas, pero no había vomité. Estaba mejorando.
Llamé a Antonio y le aseguré que estaría bien. Me dijo que no me fuera porque estaban cortos de personal y que me necesitaban. Marcos estaba de pie en la cocina sonriendo cuando entré treinta minutos antes del turno del almuerzo.
—Esa es mi chica. Me alegro de que el virus se haya ido. Parece que has perdió diez kilos. ¿Cuánto tiempo estuviste enferma? —Antonio le había dicho a Marcos y a cualquier otro que le preguntó, diciendo que tenía un virus y que me
estaba recuperando. Yo sólo trabajaba dos turnos en el campo y nunca me reunía con el personal de la cocina mientras estaba en los carros.
—Probablemente perdí algo de peso. Estoy segura de que voy a recuperarlo muy pronto —le contesté y lo abracé.
—Será lo mejor o meteré rosquillas por tu garganta hasta que pueda envolver mis manos alrededor de tu cintura y mis dedos dejen de tocarse entre sí.
Eso sería más pronto de lo que él pensaba.
—Me vendría muy bien una dona ahora.
—Es una cita. Después del trabajo. Tú, yo, y un paquete de doce. La mitad cubierta de chocolate —dijo y me entregó mi delantal.
—Me parece bien. Puedes venir a ver mi nuevo lugar. Me quedo con Isabel en un condominio en la propiedad del club.
Las cejas de Marcos se alzaron.
—No me lo digas. Bueno, bueno, bueno, no eres pomposa.
Até mi delantal y metí mi bolígrafo y libreta en el bolsillo delantero.
—Me quedo con la primera ronda si tú preparas las ensaladas y el té dulce. Él hizo un guiño.
—Trato.
Me dirigí al comedor y por suerte los únicos huéspedes eran dos señores mayores que había visto antes, pero no conocía sus nombres. Anoté sus órdenes y les serví a ambos una taza de café antes de volver a comprobar las ensaladas.
Marcos ya tenía dos listas cuando entré a la cocina.
—Aquí tienes, cariño —dijo.
—Gracias, precioso —le respondí llevando las ensaladas al comedor.
Entregué las ensaladas y tomé la orden de bebidas de algunos nuevos huéspedes.
Entonces regresé de nuevo a conseguir el agua con gas y agua de manantial con limón. Nadie pedía agua por aquí.
Marcos se dirigía hacia la puerta de la cocina cuando llegué allí.
—Acabo de ver a dos mujeres que parecen salir de las pistas de tenis. Creo que vi a Anabela... ¿no es la anfitriona hoy? De todos modos, creo que la vi hablando con más invitados, así que deben estar esperando a ser atendidas.
Me saludó y se dirigió al comedor.
Rápidamente terminé las aguas especiales y puse las dos órdenes de sopa de cangrejo que los hombres habían solicitado en mi bandeja, luego regresé al comedor cuando la expresión de pánico de Marcos me llamó la atención.
—Yo lo hago —dijo él, cogiendo mí bandeja.
—No sabes ni a que mesa va. Puedo llevar una bandeja, Marcos —le contesté rodando los ojos. Él ni siquiera sabía que estaba embarazada y ya estaba siendo tonto.
Entonces, lo vi... a ellos. Marcos  no estaba siendo tonto. Él me protegía. La cabeza de Pedro estaba inclinada hacia adelante mientras hablaba sobre algo que causó esa intensa y seria expresión en su rostro. La mujer tenía el pelo largo y oscuro. Era preciosa. Sus pómulos eran altos y perfectos. Pesadas, largas pestañas esbozaban sus ojos oscuros. Quería vomitar. Mi bandeja traqueteaba y Marcos  la cogió. Lo dejé. Estaba a punto de caérseme.
Él no era mío. Pero... yo llevaba a su bebé. Él no lo sabía. Pero... me había hecho el amor, no, me folló en el baño de Isabel tan sólo hace tres días. Eso dolió Tanto. Tragué saliva, pero mi garganta se sentía casi cerrada. Marcos me decía algo, pero no lo podía entender. No podía hacer nada más que mirarlos. Se inclinó tan cerca de ella como si no quisiera que nadie escuchara lo que le decía.
Sus ojos se movieron de Pedro y se encontraron con los míos. La odié. Era hermosa y refinada, todo lo que yo no era. Ella era una mujer. Yo era una niña.
Una niña patética. Necesitaba salir de este infierno y dejar de hacer una escena.
Aunque se trataba de una escena en silencio, yo todavía estaba de pie congelada, mirándolos. Ella me estudió y le apareció un pequeño ceño arrugado la frente. No
quería que le preguntara a Pedro acerca de mí y me señalara. Me di la vuelta y huí del comedor.
Tan pronto como estuve fuera de vista de los clientes, choqué directamente al duro pecho de Antonio.
—Hola, cariño. ¿A dónde vas corriendo? Creo que esto es demasiado para ti —preguntó, poniendo el dedo bajo mi barbilla y levantando mi cabeza para poder ver mi cara.
Negué con la cabeza y se me escapó una lágrima. No iba a llorar por esto,
maldita sea. Me pidió volver con él. Lo rechacé. Lo abandoné después del sexo increíble. ¿Qué esperaba? Que se sentara esperándome y suspirando por mí. No lo creo.
—Lo siento, Antonio . Sólo dame un minuto y estaré bien. Te lo prometo. Sólo necesito un momento para componerme.
Asintió y pasó su mano de arriba hacia abajo por mi brazo de una manera reconfortante.
—¿Está Pedro ahí? —preguntó casi tímidamente.
—Sí —Me ahogaba, obligué a las lágrimas en mis ojos irse. Respiré hondo y parpadeé. Yo no iba a hacer esto. Controlaría mis locas emociones.
—¿Está con alguien? —preguntó.
Me limité a asentir. No quería decirlo.
—¿Quieres ir a mi oficina y relajarte un poco, esperar hasta que se marchen?
Sí. Quería esconderme de esto, pero no podía. Tenía que aprender a vivir con ello. Pedro estaría en Rosemary por un mes más. Tenía que aprender a lidiar.
—Puedo hacer esto. Fue una sorpresa. Eso es todo.
Antonio levantó su mirada de la mía y una fría expresión apareció en su rostro.
—Vete. Esto no es lo que ella necesita en este momento —dijo Antonio en un tono muy molesto.
—Aleja tus putas manos de ella —dijo Pedro.
Di un paso atrás de los brazos de Antonio y bajé la mirada. No quería verlo pero tampoco quería que pelearan. Antonio parecía dispuesto a pelear por mi honor. No tenía ni idea de cómo se veía Pedro porque no le había dirigido la mirada.
—Estoy bien Antonio. Gracias. Volveré a trabajar —murmuré y comencé a regresar a la cocina.
—Paula, no lo hagas. Habla conmigo —declaró Pedro.
—Tú ya has hecho lo suficiente. Déjala sola, Pedro. Ella no necesita lidiar contigo. Ahora no —ladró Antonio.
—Tú no sabes nada —gruñó Pedro, y Antonio dio un paso en dirección a Pedro. Antonio iba a dejar escapar que estaba embarazada, ya que era muy evidente que sabía algo, o iba a irse a golpes contra Pedro. Fue una vez más el momento adecuado de decírselo.
Me di la vuelta y me detuve en frente de Pedro. Miré a Antonio.
—Está bien. Sólo dame un minuto con él. Estará bien. No hizo nada malo. Sólo estaba siendo emocional. Eso es todo —le dije.
La mandíbula de Antonio se contrajo de un lado a otro mientras apretaba los dientes. Mantener su boca cerrada le estaba resultando difícil. Finalmente, se alejó.
Tenía que enfrentar a Pedro ahora.
—Paula—dijo suavemente mientras su mano se estiró y agarró la mía—. Por favor, mírame.
Yo podría hacer esto. Tenía que hacer esto. Me di la vuelta, dejando que Pedro tomara mi mano entre las suyas. Debía apartarla, pero no podía. Lo había visto con una mujer que probablemente mantendría su cama caliente esta noche
mientras yo seguía alejándolo. Lo estaba perdiendo. Pero era nuestro bebé.
Alcé los ojos y me encontré con una mirada preocupada. No le gustaba molestarme. Me gustaba eso de él.
—Está bien. Yo exageré. Estaba, um, sorprendida es todo. Debí haber sabido que te continuaste tu camino. Yo sólo…
—Detente —Pedro me interrumpió y me acercó a él—. No he continuado nada. Lo qué crees que viste no lo es. Emilia es una vieja amiga. Eso es todo. Ella no significa nada para mí. He venido a buscarte. Necesitaba verte y fui a jugar golf.
Pero no te vi allí. Me encontré con Emilia y sugirió que almorzamos. Eso es todo. No tenía idea de que estabas aquí trabajando. Nunca lo hubiera hecho. A pesar de que
no hacía nada malo. Te amo, Paula. Sólo a ti. No estoy con nadie. Yo nunca lo estaré.
Quería creerle. Tan egoísta y equivocada como lo estaba, yo quería creer que él me amaba lo suficiente como para no necesitar a nadie más. Incluso si lo alejaba constantemente de mí. Yo le estaba mintiendo. Odiaba a los mentirosos. Él me odiaría por no habérselo dicho antes. Yo no quería que me odiara. Pero no podía confiar en él. ¿Mentir por eso estaba bien? ¿Mentir alguna vez estaba bien? ¿Cómo
podía él confiar en mí nuevamente?
—Estoy embarazada —Las palabras salieron antes de que comprendiera lo que decía. Me tapé la boca con horror mientras los ojos de Pedro se desviaban.
Entonces, me volví y corrí como si el diablo me persiguiera.