Pedro
mis pies se encontraban pegados al suelo. No podía moverme, incluso al mirar a Paula huyendo de mí.
¿Acaso había sido sólo un sueño? ¿Una alucinación desesperada? ¿Así de mal me encontraba?
—Si no vas tras ella, yo lo haré —irrumpió la voz de Antonio a través de mis pensamientos, despejando toda esa neblina de asombro.
—¿Qué? —pregunté, mirándolo. Lo odiaba. Golpearlo en la cara era algo con lo que de pronto me encontraba fantaseando.
—Dije, que si no va tras ella, lo haré yo. En estos momentos necesita a alguien. Por mucho que yo no quiera que seas tú, porque creo que no la mereces, necesitas ser tú.
—¿Sabías que estaba embarazada? —Mi sangre comenzó a hervir. ¿Le había dicho a Antonio que estaba embarazada y a mí no?
—Yo estuve aquí la primera mañana que vino a trabajar y el olor del tocino la envió directo baño a vomitar. Así que, sí, yo ya lo sabía. Quita ese loco brillo posesivo de tus ojos y ve por ella. —El tono de Antonio estaba plagado con disgusto.
—¿Ha estado enferma? —No sabía que se había estado sintiendo mal. Me dolía el pecho. Había estado enferma sola, la dejé sola y había estado sufriendo. De pronto, el oxígeno no llegaba hasta mis pulmones.
—Sí, pedazo de mierda, ha estado enferma. Eso pasa en su situación. Pero está mejorando. Ahora estoy a punto de cumplir mi promesa e ir tras ella. Haz tu movimiento —advirtió Antonio.
Me eché a correr.
No fue hasta que salí del edificio por la parte de atrás y miré hacia arriba de la colina que la encontré. Aún estaba corriendo. Se dirigía hacia los condominios. Iba de vuelta a su casa. Me fui tras ella.
Estaba embarazada. ¿Debería estar corriendo así? ¿Y si era malo para el bebé? Tenía que ir más despacio.
—Paula, detente. Espera —le grité cuando estaba lo suficientemente cerca.
Ella aminoró la marcha y finalmente se detuvo cuando me reuní con ella.
—Lo siento —sollozó con el rostro entre sus manos.
—¿Por qué lo sientes? —pregunté, cerrando la distancia entre nosotros y tirando de ella contra mí. Ya no me preocupaba asustarla. No la dejaría ir a ninguna parte.
—Esto. Todo. Yo estando embarazada —susurró ella, rígida en mis brazos.
Ella lo sentía. No, no iba a disculparse por eso.
—No tienes nada que lamentar. No vuelvas a pedirme disculpas de nuevo. ¿Me escuchas?
Parte de la tensión de su cuerpo se alivió, apoyando su cuerpo contra mí.
—Pero no te lo dije.
No, no lo había hecho, pero lo entendía. Apestaba pero entendía. —Deseo que lo hubieses hecho. Nunca te hubiera permitido estar enferma por tu cuenta. Yo habría cuidado de ti. Debo cuidar de ti, voy a cuidar de ti. Te lo juro.
Paula negó con la cabeza y se apartó de mí.
—No. No puedo. No podemos hacer esto. Yo no te lo dije por una razón. Nosotros... tenemos que hablar.
Yo estaba cuidando de ella y ella no me dejaba. Pero si necesitaba hablar de ello entonces, se lo permitiría.
—Está bien. Vamos a tu casa, ya que estamos cerca.
Paula asintió con la cabeza y volvió a caminar hacia el apartamento al cual había estado huyendo hace un momento. Jose había dicho que Antonio les estaba
permitiendo quedarse allí por el mismo precio que el viejo apartamento de Isabel.
Creía que Antonio había estado pensando en usarlo como una deducción de impuestos o algo así. Ahora lo entendía. Él había estado haciendo eso por Paula.
Había estado cuidando de ella. Ya no lo haría más. Yo cuidaba de lo que era mío.
No necesitaba a Antonio haciéndolo. Me gustaría ir a hablar con el después, tendría que pagar el monto real por alquiler de este lugar. Antonio ya no cuidaría de Paula.
Ella era mía.
Vi como ella se agachaba y sacaba la llave debajo del felpudo. Ese tenía que ser el peor lugar para esconder una llave. Más tarde también me gustaría lidiar con ello. No iba a poder dormir por la noche sabiendo que ella tenía una llave
escondida bajo la alfombra de la puerta delantera, para que cualquiera pudiese entrar. Paula abrió la puerta y dio un paso atrás.
—Entra.
Entré y tomé su mano cuando pasé a su lado. Puede que ella quiera decirme todas las razones por las que no podemos estar juntos, pero yo iba a tocarla mientras hablaba. Necesitaba saber que estaba bien. Tocarla me calmaba.
Cerró la puerta y me dejó tirar de ella hacia el sofá. Me senté y la arrastré a mi lado. Quería ponerla en mi regazo, pero la mirada preocupada y nerviosa en su rostro me detuvo. Necesitaba hablar y yo la iba a dejar.
—Yo debería habértelo dicho. Lamento no haberlo hecho. Iba a hacerlo; talvez no de la manera en que lo hice hoy, pero iba a decírtelo. Sólo necesitaba tiempo para decidir a dónde iría y lo que haría con mi vida. Quería ahorrar e ir a algún lugar para comenzar de nuevo. Para el bebé. Pero te lo iba a decir.
¿Ella me lo iba a decir y luego me iba a dejar? El pánico se apoderó de mí.
No podía hacer eso. —No puedes dejarme —dije tan claramente como pude. Tenía que entender eso.
Paula dejó caer su mirada de la mía y estudió sus manos. Había entrelazado mis dedos con los suyos. Era lo único que me mantenía tranquilo en este momento.
—Pedro —dijo en voz baja—. Yo no quiero que mi bebé se sienta siempre indeseado. Tu familia... —se interrumpió y su rostro se había puesto pálido.
—Mi familia va a aceptar lo que les diga. Si no lo hacen, voy a llevarte a ti y a mi bebé lejos, y dejaré que ellos mismos paguen sus malditas facturas. Tú vienes primero, Paula.
Ella sacudió la cabeza y soltó mi mano al levantarse.
—No. Eso lo dices ahora, pero no es cierto. No era cierto hace un mes y no es cierto ahora. Siempre los
eliges sobre mí. O por lo menos a Daniela, y eso está bien. Lo entiendo; pero simplemente no puedo vivir con ello. No puedo quedarme aquí.
No decirle sobre su papá iba perseguirme por el resto de mi vida. Mi necesidad de proteger a Dani había jodido lo único importante para mí. Me puse de pie y caminé hacia ella mientras ella retrocedía hacia atrás, hasta quedar contra la
pared. —Nadie. Está. Antes. Que. Tú.
Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas, y negó con la cabeza.
Odiaba que no pudiera creerme.
—Te amo. Cuando entraste en mi vida, no te conocía. Dani era mi primera prioridad. Pero eso cambió. Ha cambiado todo. Iba a contartelo, pero mi madre llegó a casa antes de tiempo. Estaba tan asustado de perderte que te perdí de todos modos. Nada te va a apartar de mí. Pasaré el resto de mi vida demostrándote que te amo. A ti y este bebé —toqué su estómago plano y ella tembló—, vienen primero.
—Quiero creerte —dijo a través de un sollozo.
—Permíteme demostrartelo. Abandonándome no me dejas probarte nada. Tienes que quedarte conmigo, Paula . Tienes que darme una oportunidad.
Una lágrima se deslizó y rodó por su rostro. —Voy a ponerme grande y gorda. Los bebés lloran toda la noche y cuestan dinero. No será lo mismo.
Nosotros no seremos lo mismo. Te arrepentirás.
Ella realmente no tenía ni idea. No importa cuántas veces se lo diga, no me creerá. Había perdido a todos los que alguna vez había querido y confiado en su vida. ¿Por qué iba a creerme? Los únicos hombres en su vida la habían dejado.
Traicionándola. Ella no esperaba otra cosa.
—Este bebé te trajo de nuevo a mí. Es una parte de nosotros. Nunca me arrepentiré. Y puedes volverte tan grande como una ballena, y aún así, te voy a amar de todos modos.
Una pequeña sonrisa tiró de sus labios. —Espero no volverme tan grande como una ballena.
Me encogí de hombros. —No importa.
Su sonrisa se disolvió rápidamente. —Tu hermana. Va a odiar esto. A mí. Al bebé.
Lidiaría con Dani luego. Si no podía aceptarlo, tomaría a Paula y nos iríamos a algún lugar lejos de mi hermana. Paula se había molestado bastante. Ya no permititía que nadie la lastimara. —Confía en mí para protegerte y ponerte en primer lugar.
Paula cerró los ojos y asintió. Mi pecho se hinchó y yo quería gritar al mundo que esta mujer era mía. Pero en lugar de eso la alcé. —¿Dónde está tu habitación? —pregunté.
—La última habitación a la izquierda.
Caminé hacia allí. No haría el amor con ella hoy, pero quería sostenerla durante un rato.
Abrí la puerta y me congelé. La habitación era de buen tamaño para un apartamento, pero la manta en el suelo con una almohada individual era sólo un golpe más contra mí. Cuando yo les ayudé a mudarse, había notado que Paula no tenía cama. Ella había estado durmiendo en el sofá. Pero yo había estado tan absorto en recuperarla que no había pensado en su necesidad de una cama.
—No tengo cama todavía. Podría solo haber dormido en el sofá, pero yo quería dormir en mi propia habitación —murmuró, tratando de bajar de mis brazos. No la dejaría ir. La abracé con más fuerza contra mí. Anoche había
dormido en el duro suelo mientras yo había estado durmiendo en mi gran cama tamaño king. Mierda.
—Estás temblando, Pedro. Bájame —dijo, tirando de mi brazo.
Sin ponerla en el suelo, me di la vuelta y fui de nuevo a la sala de estar y luego hacia la puerta. Cerrando la puerta detrás de mí con llave y metí la llave en mi bolsillo. No la dejaría de nuevo bajo esa alfombra de mierda.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Paula.
Mi coche no estaba aquí. Entonces la llevé de vuelta por la colina y hacia mi Rover. —Te voy a llevar a conseguir una cama. Una cama malditamente grande.
Una que cueste una maldita fortuna —gruñí.
Estaba furioso porque no había notado un problema tan grande. No era de extrañar que Antonio hubiera estado cuidando de ella. Yo había fracasado. No iba a fallar de nuevo. Me gustaría asegurarme de que lo tenía todo.
—No necesito una cama cara. Voy a conseguir una pronto.
—Sí, muy pronto. Esta noche —le contesté entonces incliné la cabeza y la besé la nariz—. Vamos a hacer esto. Tengo que hacer esto. Necesito el dinero invertido en la mejor cama que pueda comprar. ¿De acuerdo?
Una pequeña sonrisa tiró de sus labios. —Está bien.