martes, 31 de diciembre de 2013

CAPITULO 84







Pedro

¿Dónde está, Isabel? —Demandé, saliendo de la habitación de Paula sosteniendo su teléfono celular. Lo había dejado aquí.
Isabel me gruñó y azotó la puerta de uno de los gabinetes de la cocina.
—El hecho de que tu penoso trasero no sepa dónde está solo me hace odiarte más.
¿Qué demonios estaba mal con ella? Había tenido un día del infierno.
Diciéndole a mi madre que tendría que conseguirse otra casa y diciéndole que iba a pedirle a Paula que se casara conmigo los había mandado a todos a una rabia salvaje. Bueno, no a todos. El padre de Paula se había visto bien con ello. Daniela y mi madre se habían vuelto locas. Habíamos pasado varias horas gritándonos 
los unos a los otros y había hecho amenazas que planeaba mantener. Se suponía que Daniela iba a irse de vuelta a la escuela el lunes. No iba a estar hasta las vacaciones de
invierno y estaba seguro de que ella terminaría en Vail con amigos entonces. Eso era lo que hacía cada año. Normalmente yo también, pero no este año.
—He tenido que lidiar con mi madre y hermana por las pasadas cuatro horas. Correr a Georgina de la casa e informarles a ella y Daniela que planeo pedirle a Paula que se case conmigo no es exactamente una batalla sencilla. ¡Así que perdóname si necesito un poco de ayuda recordando donde esta Paula!
Isabel golpeó la botella de agua en la barra y su gruñido molesto se convirtió más en un ceño de disgusto. Creí que una vez que escuchara que iba a proponerme a Paula iba a estar feliz. Aparentemente no.
—Espero que no le hayas comprado un anillo —fue su única respuesta.
Estaba cansado de sus juegos —Dime donde esta —bramé.
Isabel puso ambas manos en la barra y se inclinó hacia delante dándome un ceño furioso, no sabía de lo que era capaz la chica 
—Vete. Al. Carajo.
Joder. ¿Qué había hecho?
La puerta se abrió y Paula entró caminando sonriendo hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Entonces su sonrisa se desvaneció. Estaba molesta conmigo también. No era bueno.
—Paula —dije mientras caminaba hacia ella y comenzó a hacerse hacia atrás.
—No —replicó, sosteniendo en alto ambas manos para detenerme de acercarme más. Estaba sosteniendo algo. Se veía como fotografías. ¿De qué demonios tenía ella fotografías? ¿Algo de mi pasado? ¿Estaba molesta por una chica con la que había hecho algo una vez?
—¿Eso es lo que creo que es? —Isabel preguntó empujándome para pasarme y corriendo hacia Paula.
Ella asintió y le entregó las fotografías. Isabel se cubrió la boca 
—Oh Dios mío. ¿Escuchaste el latido del corazón?
Ante las palabras latido del corazón mi pecho cayó como si acabara de ser rasgado de par en par. La comprensión llegó mi. Hoy era jueves. Era la cita de Paula con el doctor. Me había llamado para recordármelo y le colgué.
—Pau, mierda, nena, lo siento tanto. Yo estaba lidiando con mi…
—Tu familia. Lo sé. Daniela me lo dijo cuando llamé de vuelta. No quiero escuchar tus excusas. Solo quiero que te vayas —su voz era plana. No había emoción en ella.
Regresó su atención de vuelta a las fotografías y señaló algo
—: Justo allí.¿Puedes creer que eso está dentro de mí?
Isabel volvió su ceño de odio de mi a la fotografía y una suave sonrisa tocó su rostro. —Es asombroso.
Estaban paradas ahí mirando las fotografías de mi bebé. Paula había escuchado su latido hoy. Sola. Sin mí.
—¿Puedo ver? —pregunté, asustado de que me dijera que no o peor, me ignorara.
En su lugar, tomó las fotografías de Isabel y me las pasó. 
—Es la cosita pequeñita que se ve como un chícharo. Ese es… nuestro bebé —terminó. Se había visto renuente a llamarlo nuestro bebé. No podía culparla.
—¿Su corazón esta bien? Quiero decir, ¿late apropiadamente y todo? — pregunté, mirando fijamente la fotografía en mi mano.
—Si. Dijeron que todo esta perfecto —replicó—. Si quieres puedes quedarte con esa. Tengo tres. Pero ahora me gustaría que te fueras.
No me iba a ir. Isabel haciendo guardia no me iba a detener tampoco. Iba a decirlo todo delante de Isabel si tenía que hacerlo, pero me negaba a dejar este condominio.
—Mi madre y tu padre se aparecieron sin avisar hoy. Daniela se va a la universidad el lunes. Mamá pensó que me iría también así que regresó para mudarse por el resto del año. Le informé que no me iría y que necesitaba encontrar otra casa. También les dije que iba a quedarme hasta que decidieras que nos mudáramos a cualquier otro lugar. Que tenía la intención de pedirte que te casaras conmigo —hice una pausa y miré su rostro pálido. No era la reacción que estaba esperando—. Eso no salió muy bien. Hubo muchos gritos. Horas de gritos y amenazas. Cuando me llamaste acababa de anunciarles a los tres que me iba a casar contigo. Todo el infierno se había desatado. Iba a llamarte de vuelta una vez que tuviera a mi madre y Miguel de vuelta en sus carros y encaminados de vuelta al pueblo. No quería que tuvieras que encararlos también. Pero mi madre no se va sin una pelea. Daniela empacó todo y se fue a la universidad esta tarde. Se niega a hablarme nunca más
 —me detuve y tomé aliento—. No puedo decirte cuanto lo
lamento. El hecho de que olvidé la cita de hoy es imperdonable. Tengo que disculparme contigo. Desearía que pudiera dejar de joderlo todo.
—¿No ibas a tener un almuerzo con tu familia? —preguntó.
—¿Mi familia? ¿Qué? ¡No! La rígida postura se relajó. 
—Oh —dijo con un suspiro.
—¿Por qué creías que almorzaría con ellos? No te dejaría colgada para ir a pasar tiempo con ellos.
—Daniela—replicó con una triste sonrisa.
—¿Daniela? ¿Cuándo demonios hablaste con Ella? —había estado hablando con Daniela toda la mañana.
—Cuando te llamé de nuevo. Daniela respondió y dijo que no tenías tiempo para mí porque ibas a comer con tu familia.
Mi mentirosa hermanita mejor se alegraba de que su trasero estuviera encaminado de vuelta a la costa este porque si no iría a anillar su cuello si pudiera poner mis manos en ella.
—¿Te fuiste a esa cita pensando que los había mandado a volar a ti y a nuestro bebé por ellos? ¡Joder! —Empujé a un lado a Isabel y tiré de Paula hacia mis brazos—. Eres mi familia, Paula. Tú y éste bebé. ¿Me comprendes? Me perdí de algo hoy de lo cual nunca me perdonaré a mí mismo. Quería estar allí y escuchar el latido de su corazón. Quería sostener tu mano cuando lo vieras por primera vez.
Paula inclinó su cabeza atrás y sonrió hacia mi —Sabes que puede ser una niña.
—Seh, lo sé.
—Entonces deja de llamar a nuestro bebé un Él —replicó.
Seguiría llamando al bebé un él. Sonriendo, besé su frente. —Podemos ir a tu habitación y me cuentas de la cita. Quiero saberlo todo.
Asintió y miro hacia Isabel. —¿Vas a seguir frunciéndole el ceño o vas a perdonarlo?
Isa se encogió de hombros. —No estoy segura aún.

CAPITULO 83






Paula

El teléfono que Pedro había comprado para mi estaba en la barra de la cocina cuando salí de mi habitación. Esta era la tercera vez en la semana que lo dejaba por ahí para que yo lo encontrara. Esta vez también había una nota.
La recogí:
    Piensa en el bebé. Es necesario para las       emergencias.
Eso fue un golpe bajo. Sonriendo cogí el teléfono y lo puse en mi bolsillo. No iba a darse por vencido hasta que lo aceptara.
Hoy fue mi segundo chequeo médico. Le dije eso a Pedro en nuestra tercera cita el lunes en la noche. Había estado muy decidido a llevarme a citas toda la semana. Anoche le había rogado quedarnos en casa y ver una película. Había
hecho su punto. Todos en el pueblo nos habían visto juntos. Estaba segura de que todos estaban hartos de vernos juntos a estas alturas. La idea me hizo sonreír aún más.
Saqué el teléfono de mi bolsillo. Me había olvidado de recordarle a Pedro de la consulta de hoy. Ahora tenía un teléfono para llamarlo. Su nombre era el primero en mi lista de contactos FAVORITOS. No me sorprendía.
El teléfono sonó tres veces antes de que contestara.
—Oye, te llamo de vuelta —la voz de Pedro sonaba molesta.
—Bien, pero… —empecé a decir cuando el amortiguo el teléfono para hablar con otra persona. ¿Qué estaba pasando?
—¿Estas bien? —espetó.
—Si, estoy bien pero…
—Entonces, te llamo después —me interrumpió antes de que pudiera terminar, y cortó la llamada.
Me senté allí y me quedé mirando el teléfono. ¿Qué había sucedido? Tal vez debería haber preguntado si estaba bien. Cuando no volvió a llamar en los próximos diez minutos, decidí que mejor si vestía para mi cita. Seguramente
volvería a llamar antes de que fuera hora de irse.
Una hora más tarde y todavía no había llamado. Debatí entre llamarlo o no.
Tal vez había olvidado de que llamé. Siempre podía pedir prestado el coche de Isa e ir a mi cita. El lunes, cuando le dije, parecía emocionado por ir. No podía dejarlo.
Apreté su número de nuevo. Sonó cuatro veces esta vez.
—¿Qué? —la voz de Daniela me sorprendió, ¿estaba con Ella?
—Uh, um… —No estaba segura de que decirle. No podía contarle lo de mi cita —¿Esta Pedro por ahí? —le pregunté nerviosamente.
Daniela dejó escapar una risita dura. —Increíble. Te dijo que llamaría de nuevo ¿por qué no le das un poco de espacio para respirar? Pedro no te necesita. Esta visitando a su familia. Mi mamá y mi papá están aquí. Nos estamos preparando para ir a un almuerzo familiar. Cuando esté listo para hablar contigo, lo hará. —Entonces, me colgó.
Me dejé caer sobre la cama. Esta teniendo un almuerzo familiar con su madre, su hermana y mi papá. ¿Por eso me colgó? No quería que supiera que estaba con ellos. Su comida familiar venía antes que el bebé y yo. Esto era lo que esperaba, pero luego había sido tan dulce y protector. ¿Estaba siendo necesitada? No era una persona necesitada, si no que me había convertido en una. ¿No? De pie, puse el teléfono en la cama. No lo quería más. La voz odiosa de Daniela se estaba burlando de mí cuando dijo que estaba comiendo con su padre. Cogí mi bolso. Tuve tiempo de ir a las oficinas y pedir prestado el coche de Isabel.
Al momento que llegué a las oficinas, estaba sudando. Demasiado para parecer linda en mi cita. No me importó. Era el menor de mis problemas. Subí las escaleras y Elena me encontró cuando salía por la puerta.
—No trabajas hoy —dijo en cuanto me vio.
—Lo sé. Tengo que pedir prestado el coche de Isabel. Tengo una cita medica en Destin 
que… uh… olvidé —Odiaba mentir, pero decirle la verdad era más de lo que podía manejar.
Elena me observó un momento y luego metió la mano en el bolsillo de sus pantalones y sacó sus llaves. 
—Llévate mi coche. Voy a estar aquí todo el día. No lo
necesito.
Quería abrazarla, pero no lo hice. No esta segura de que acostumbrara tener ese tipo de reacción por una cita médica. 
—Muchas gracias. Le llenaré el tanque — le aseguré.
Asintió con la cabeza y me corrió. Corrí por las escaleras, me metí en su Cadillac y me dirigí hacia Destin.
El viaje de ida no fue tan malo, y sólo tuve que esperar quince minutos antes de que me llamaran a la sala de exámenes. La enfermera era toda sonrisas mientras
sacaba una maquina con una pantalla pequeña.
—Solo tienes diez semanas, para oír el latido del bebé vamos a tener que hacer un ultrasonido. Debemos de escuchar el latido del bebé y ver un pequeño destello aquí también.
Iba a ver a mi bebé y oír el latido de su corazón. Esto era real. Las pocas veces que me imaginé este momento no lo hice estando sola. Había pensado que alguien estaría conmigo. ¿Y si no encuentran su latido? ¿Qué pasa si algo va mal? No quería pasar por esto sola.
El médico entró con una sonrisa reconfortante. 
—Pareces aterrorizada. Este es un momento feliz. Todos tus signos vitales están bien. No hay necesidad de estar tan nerviosa —me aseguró—. Ahora recuéstate —hice lo que me dijo y la enfermera puso mis piernas en los estribos.
—No estás lo suficiente avanzada para hacer esto externamente y ser capaz de ver u oír al bebé. 
Tenemos que hacer un ultrasonido vaginal que significa que
tenemos que ir por esa vía. No duele. Sentirás un poco de presión por la varita, eso es todo —explicó la enfermera.
No los veía. La idea de él metiéndome una varita solo me puso peor. Me concentré en la pantalla.
—Muy bien, aquí vamos. Sencillo, estate quieta —me instruyó el doctor.
Miré a la pantalla en blanco y negro, esperando pacientemente a algo que pareciera un bebé.
Un pequeño golpeteo llenó la sala y se sentía como si mi corazón hubiera dejado de latir.
—¿Eso es…? —le pregunté, repentinamente incapaz de decir nada más.
—Sí. Latiendo justo ahí. Lindo y fuerte —dijo el doctor.
Me quedé mirando la pantalla y la enfermera señaló lo que parecía un pequeño guisante. —Aquí está él o ella. Tamaño perfecto para diez semanas.
No podía tragar el nudo en mi garganta. Las lágrimas rodaron por mi cara,pero no me importaba. Me quedé paralizada mirando el pequeño milagro en la pantalla, mientras sus latidos llenaban la sala.
—El bebé y tú lo están haciendo excelente —dijo el doctor mientras lentamente sacaba el instrumento de mi interior y la enfermera me bajaba la bata y me dio la mano para levantarme el ánimo.
—Un poco de flujo sanguíneo es perfectamente normal después de este procedimiento, así que no te alarmes —dijo el doctor, poniéndose de pie y acercándose al lavabo para lavarse las manos.
—Sigue tomando estas vitaminas prenatales y ven a verme otra vez en cuatro semanas.
Asentí con la cabeza. Seguía impresionada.
—Aquí tienes —dijo la enfermera y me entregó unas pequeñas fotos de mi ultrasonido.
—¿Son mías? —le pregunté mirando las fotos de mi bebé.
—Por supuesto que si —respondió con un tono divertido.
—Gracias —le dije mientras miraba cada una de ellas y miraba al pequeño chicharito que sabía estaba vivo dentro de mí.
—De nada —me dio una palmadita en la rodilla—. Puedes vestirte ahora. Todo se ve muy bien.
Asentí con la cabeza y me enjugué una lágrima que se había escapado y ahora corría por mi mejilla.

lunes, 30 de diciembre de 2013

CAPITULO 82






Pedro

Tan pronto como el torneo había terminado, me fui a casa para ducharme y arreglarme. Ni siquiera perdí el tiempo colgando el trofeo de segundo lugar. Abandoné a Federico y Emilia, quienes querían celebrar. No me importa un carajo. Sólo participé en el torneo porque había quedado con Dani  y Fede a principios del verano. Lo hacíamos todos los años. Era por una buena causa.
Cuando me había detenido por las oficinas donde los carros estaban estacionados, Elena me dijo que Paula se había ido con Isabel hacía una hora.
Llamé a Isa, pero no obtuve respuesta. Pensé que el tiempo en que duraba duchándome y cambiando ya estarían de vuelta de donde sea que fueron.
El coche de Isabel se encontraba en el estacionamiento cuando llegué a su apartamento. Paula estaba en casa. Gracias a Dios. La había echado de menos como loco todo el día. Llamé tres veces y esperé con impaciencia a que abriera. Isa me dio una sonrisa tensa. No era a quien quería ver.
—Hey —dije, dando un paso.
—Ya está dormida. Fue un día largo —dijo Isabel, todavía de pie sosteniendo la puerta abierta, como si quisiera que me fuera en ese momento.
—¿Está bien? —Le pregunté, mirando por el pasillo hasta la puerta cerrada de su habitación.
—Sólo cansada. Déjala dormir —respondió Isabel.
No me iba a ir. Podía cerrar la maldita puerta. 
—No voy a despertarla, pero tampoco voy a irme. Así que puedes cerrar la puerta —le dije antes de dirigirme a
la habitación de Paula.
Eran sólo las seis de la tarde. No debería estar dormida tan temprano a menos que estuviera enferma. La idea de su agitado día hizo que mi corazón se acelerara. Debería haber insistido en que no trabajara hoy. 
Esto no era seguro para ella o el bebé.
Abrí la puerta lentamente y entré. Entonces cerré con llave detrás de mí.
Paula estaba acurrucada en el centro de la enorme cama. Parecía perdida allí. Tenía tendido su cabello largo y rubio sobre las almohadas, y una de sus largas piernas desnudas se había salido de las sabanas. Me quité la camisa y luego la arrojé por encima de la cómoda antes de desabrochar mis vaqueros y quitármelos. Cuando estuve en mis boxers retiré la sabana y me subí detrás de ella. La abracé contra mí y vino con mucho gusto. Un suspiro suave y un poco de saludo entre dientes era el sonido más adorable que jamás había escuchado. Sonriendo, enterré mi cara en su cabello y cerré los ojos.
Este era el único lugar en el que alguna vez quería estar. Deslicé mi mano y la puse sobre su estómago plano. La idea de lo que tenía en la mano en ese momento era abismante.
Un rastro suave por mi brazo y después a través de mi pecho trajo una sonrisa a mi cara cuando abrí los ojos. Paula se dio la vuelta frente a mí ahora.
Tenía los ojos abiertos mientras miraba mi pecho y pasó el dedo sobre cada uno de mis pectorales, luego hacia arriba y al otro lado de mi hombro. Levantó los ojos y una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—Hola —le susurré.
Ya estaba oscuro afuera, pero no tenía ni idea de lo tarde que era. —Te extrañé hoy.
Su sonrisa se desvaneció y desvió su mirada de mí. Esa era una extraña reacción. —Yo también —respondió, sin mirarme.
Extendí la mano y tomé su barbilla para que pudiera volver la mirada hacia mí. —¿Qué está mal?
Forzó una sonrisa. —Nada.
Mentía. Algo estaba definitivamente mal. 
—Paula, dime la verdad. Te ves molesta. Algo anda mal.
Comenzó a alejarse de mí, pero la abracé.
—Dime, por favor —Supliqué.
La tensión en su cuerpo se alivió un poco cuando le dije por favor. Tenía que recordar que ella era débil cuanto a esa palabra se refería.
—Te vi hoy. Te estabas divirtiendo... —Se fue apagando.
¿Era ése el problema? Oh... espera. Vio a Emilia. 
—Esto se trata de Emilia. Lo siento, no sabía hasta que llegué allí que Federico le había pedido que remplazara a Daniela. Mi hermana se echó atrás en último momento y Fede le pidió a Emilia que tomara su lugar. Te hubiera dicho antes, si lo hubiera sabido.
La tensión en su cuerpo estaba de vuelta. Mierda. Pensé que lo explicaba.¿Estaba molesta por eso?
—Fue tu primera —La voz de Paula era tan suave que casi la perdí.
Alguien le había dicho. Joder. ¿Quién sabía, aparte de Federico? No era como si compartiera mi historia sexual con la gente. ¿Quién podría haberle dicho? Tomé su cara entre mis manos.
 —Y tú eres la última.
Sus ojos se suavizaron. Me estaba volviendo bueno en esta cosa de hablar dulcemente. Antes, no me había preocupado mucho por decir lo correcto a las mujeres. Era fácil con Paula. Sólo estaba siendo honesto.
—Yo... —Se detuvo y se retorció en mis brazos—. Tengo que ir al baño —dijo. Estaba seguro de que no era lo que iba a decir al principio, pero la dejé levantarse.
Llevaba una camiseta amarilla y un par de bragas de color rosa que sabía que las chicas se referían como bóxer. 
A pesar de que ningún hombre que conociera usara algo así. Sus caderas parecían más grandes y la idea de acostarla sobre la cama y enterrarme en esas caderas me puso duro como una roca. Tenía que concentrarme. Estaba molesta por algo y no me estaba diciendo lo que era.
Tenía que arreglar esto. No quería molestarla.
Mi teléfono sonó y estiré la mano para agarrarlo de la mesita de noche. Era Daniela. No era con quien quería hablar en este momento. Pulsé ignorar. Después de desviar la llamada, miré la hora. Eran sólo las nueve con diez minutos.
Paula salió del baño y sonrió tímidamente.
 —Estoy un poco hambrienta.
—Entonces, vamos a alimentarte —le dije levantándome y agarrando mis jeans.
—Tengo que ir a la tienda. Iba a ir antes, pero tenía sueño, así que pensé en tomar una siesta primero.
—Te voy a llevar a cenar y luego iremos de compras por la mañana. No hay tiendas abiertas a esta hora por aquí.
Paula parecía confundida. —No hay ningún restaurante en la ciudad abierto tampoco.
—El club está abierto hasta las once. Sabes eso. —Tiré de la camisa por encima de mi cabeza y luego me acerqué a ella. Me estaba estudiando como si no entendiera.
—¿Qué? —Le pregunté agarrando su cintura y tirando de su cuerpo casi desnudo contra mí.
—La gente te verá conmigo en el club. Personas además de tus amigos — dijo lentamente, como si lo dejara asentarse.
—¿Y? —Le pregunté.
Inclinó la cabeza hacia atrás para poder mirarme. 
—Y trabajo allí. Saben que trabajo allí.
Todavía no entendía lo que estaba diciendo. 
—No te entiendo.
Paula dejó escapar un suspiro exasperado. 
—¿No te importa que los demás miembros del club te vean cenando con un empleado?
Me quedé helado. ¿Qué? —Paula —dije lentamente, asegurándome de que la había oído bien—. ¿Acabas de preguntarme si me importa si alguien me ve comer contigo? Por favor, dime que no he entendido bien.
Se encogió de hombros.
Dejé caer mis manos de su cintura y me acerqué a la puerta. Tenía que ser una broma. ¿Cuándo alguna vez le había hecho creer que me avergonzaba de ella?
La miré de nuevo. Cruzó los brazos sobre su pecho mientras me miraba.
—¿Cuándo alguna vez te he hecho creer que no quería ser visto contigo? Porque si fue así entonces te juro que voy a ir a arreglarlo.
Se encogió de hombros otra vez. 
—No lo sé. Realmente, nunca hemos ido a una cita. Quiero decir, fuimos al bar de country ese día, pero en realidad no era una cita. Tus eventos sociales normalmente no me incluyen a mí.
Mi pecho se contrajo. Tenía razón. Nunca la había llevado a ninguna parte que no fuera para comprar muebles y un paseo a Sumit y de regreso. Joder. Era un idiota. 
—Tienes razón. Apesto. Nunca te he llevado a ningún lugar especial —dije en voz baja y luego sacudí la cabeza. En realidad nunca había tenido una relación antes. Me cogía a las chicas y luego las enviaba a casa.
—¿Así que todo este tiempo pensaste que me avergonzaba de ti? —pregunté, sabiendo que no quería oír la respuesta. Iba a doler como un hijo de puta.
—No exactamente avergonzado. Sólo... sólo pensaba que no encajaba en tu mundo. Eso lo sé. Sólo porque estoy embarazada de nuestro bebé no significa que tengas que reclamarme de cualquier modo. Estás siendo de apoyo.
—Paula. Por favor. Detente ahora. No puedo escuchar nada más —Cerré la distancia que había puesto entre nosotros
—Tú eres mi mundo. Quiero que todos lo sepan. No sé cómo ir a citas, así que nunca llegué a pensar en llevarte a una.
Pero puedo prometer ahora mismo, voy a estar llevándote a tantas malditas citas que no va a haber una persona en esta ciudad que no sepa que adoro la tierra que pisas —prometí extendiendo mi mano y tomando la suya
—Perdóname por ser un idiota.
Paula parpadeó para contener las lágrimas y asintió. Me pregunté cuántas veces iba a meter la pata antes de acertar en esto.

CAPITULO 81







Paula

Me senté mientras subían a su carrito y conducían al siguiente hoyo.
Se suponía que debía conseguir más bebidas. Mi deseo de ver a Pedro se había llevado lo mejor de mí y había tomado un pequeño tour hasta encontrarlo. Ahora, deseaba no haberlo hecho. Por primera vez esta semana me sentía enferma del estómago otra vez. No me había dicho que Emilia había sido su primera. Solo había dicho que eran viejos amigos.
Saber qué clase de viejos amigos eran no ayudaba. Era muy consciente de que Pedro tenía una cadena de chicas con las que había dormido. Era algo que sabía cuando había ido a su cama la primera vez. Pero verlo con ella. La que había sido su primera, me resultaba doloroso.
Ella había estado coqueteando con él, y él lo había hecho de vuelta.Intentando impresionarla con sus músculos. Eran lo suficientemente impresionantes sin que los flexionara y los mostrara. ¿Por qué había hecho eso?
¿Quería que ella se sintiera atraída hacia él? ¿Tenía curiosidad de cómo era ella en la cama ahora?
Mi estómago se revolvió y obligué a mi carrito a andar y me alejé de los árboles tras los que me había estado escondiendo. No había pretendido esconderme. Había tomado un atajo para ver si Pedro estaba en este hoyo. 
Pero cuando lo había visto sonriéndole a Emilia y luego dejarla tocarlo había parado. No pude seguir.
Ella era parte de su mundo. Ella cabía en su mundo. En lugar de conducir un carrito de bebidas estaba jugando golf con él. Él no me podría haber invitado.
Para comenzar no tenía ni idea de cómo jugar y luego, por supuesto, yo trabajaba aquí. No podía jugar. ¿Qué estaba haciendo él conmigo? Su hermana me odiaba.
No podía ser parte de su vida. No realmente. Siempre estaría mirando desde el exterior. Odiaba como se sentía esto.
Estar con él era asombroso. En la privacidad de su casa o en mi condominio era fácil pretender que podíamos ser algo más. 
Pero, ¿qué pasa cuando se me note?
¿Cuándo esté muy embarazada y esté conmigo? La gente lo sabrá. ¿Cómo lo manejará? ¿Puedo esperar que lo haga?
Llené el carrito y dejé que mi mente jugara con todos los escenarios que podrían sucedernos. Ninguno de ellos terminaba felizmente. No pertenecía a la élite. Era solo yo. La semana anterior me había permitido jugar con la idea de
quedarme. Criar este bebé con Pedro. Aunque verlo con Emilia había dolido, había sido el despertar que necesitaba. Nadie vivía en un cuento de hadas. Especialmente yo.
Para el momento en que volví, mi grupo había llegado hasta el último tramo. Sonreí y serví las bebidas e incluso bromeé con los golfistas. Nadie iba a saber que estaba molesta. Este era mi trabajo. Iba a ser buena en ello.
No le diría nada a Pedro esta noche. No tenía sentido. Él no estaba pensando con claridad. Solo pondría algo de distancia entre nosotros. No podía permitirme creer que él era mi “felices para siempre”. Era mas lista que eso.

***

No había sido capaz de llegar al final del día sin enfermarme. El calor me había afectado, pero maldita sea si Antonio se enteraba. 
No necesitaba que pensara que no podía hacer mi trabajo. Isa sostuvo mi cabello mientras vomitaba en el sanitario detrás de las oficinas. De verdad la amaba.
—Te excediste —regañó mientras levantaba la cabeza de mi última arcada.
No quería admitirlo pero probablemente tenía razón. Tomé la toalla húmeda que me estaba tendiendo y limpié mi cara antes de sentarme en el suelo y recostarme contra la pared.
—Lo sé. Pero no le digas a nadie —le pedí.
Isabel se sentó junto a mí. —¿Por qué?
—Porque necesito este trabajo. El dinero es bueno. Si voy a marcharme una vez que comience a notarse entonces necesito todo el dinero que pueda ahorrar.No será fácil conseguir trabajo mientras estoy embarazada.
Isabel volvió su cabeza y me miró. —¿Todavía estás planeando irte? ¿Qué hay de Pedro?
No quería que Isa se enojara con él. Recién comenzaba a ser amable con él de nuevo. 
—Lo vi hoy. Estaba divirtiéndose. Encaja. Está donde pertenece. Yo estoy donde pertenezco. No encajo en su mundo.
—¿No tiene derecho a opinar en esto? Si tú dices la palabra, él te hará mudarte a su casa y se encargará de todo. No estarías trabajando en este club y estarías a su lado en todas partes. Tienes que saber eso.
No me gustaba la idea de ser una vividora más. Su madre y hermana hacían eso. No quería serlo también. No me importaba su dinero. Solo me importaba él. 
No soy su responsabilidad.
—Discúlpame si difiero. Cuando te embarazó te convertiste en su máxima responsabilidad —dijo Isabel con un bufido.
Conocía la verdad sobre la noche que habíamos tenido sexo sin condón. Yo había ido hacia él. Lo había atacado. No había sido su culpa. Todas las otras veces él fue cuidadoso. No se lo había permitido esa noche. Fue mi error, no el suyo.
—Confía en mí cuando te digo que todo esto es mi culpa. No estuviste la noche que me embaracé. Yo sí.
—No todo puede ser tu culpa. No puedes quedar embarazada sola.
No iba a discutir con ella. —Solo no le digas a nadie que estuve enferma. No quiero que se preocupen.
—Bien. Aunque no estoy feliz por ello. Haces esto de nuevo y lo diré —advirtió.
Apoyé mi cabeza sobre su hombro. —Trato —acordé.
Isabel golpeó mi cabeza. —Eres una chica loca.
Sólo me reí, yo tenía razón.

domingo, 29 de diciembre de 2013

CAPITULO 80






Pedro

ba a matar a Federico mientras dormía. O tal vez aquí en público con testigos. Golpeé mis palos contra el piso y el caddie rápidamente los agarró, lo cual era bueno. Ya comenzaba a prepararme para lanzar algo.
—¿Emilia? ¿En serio, Federico? ¿Le preguntaste a Emilia? —gruñí, mirando más allá de Federico para ver a Emilia registrarse y señalar el camino.
—Necesitábamos tres. Cabreaste a Dani, así que nos quedamos cortos. Todo el mundo ya estaba ocupado. Emilia quería jugar. ¿Cuál es el problema? —Fede entregó su bolsa al caddie y me lanzó una mirada molesta.
Paula era el gran problema. No le había dicho que Emilia estaría en mi equipo, porque no lo sabía. Es decir, si nos ve puede pensar que estaba tratando de ocultárselo. Necesitaba encontrarla.
—¿Puedo ofrecerles agua? —preguntó una chica pelirroja cuyo nombre no podía recordar. Supuse que Antonio se aseguró de no ponerme a Paula. Eso habría ayudado. Podría haberle explicado la situación y ella podría haber sido capaz de ver que era completamente inocente.
—Sí, por favor, Carola —contestó Fede. Le dedicó una sonrisa fugaz y ella le bateó las pestañas. Probablemente se había acostado con ella. Si no, lo haría esta noche
—. Dale una botella al gruñón también. Tiene que hidratarse a sí mismo — bromeó Federico.
—¿Listos para patear traseros? —preguntó Emilia, caminando hacia nosotros.
No, estaba dispuesto a encontrar a Paula y explicarle esto. Miré por encima de la chica. 
—¿Dónde es la alineación de Paula —pregunté.
Ella hizo una mueca enfurruñada. —¿No soy lo suficientemente buena?
—Sí, caramelo, eres perfecta. Él sólo tiene ojos para Paula. No es nada personal —explicó Federico, guiñándole un ojo. Ella le sonrió de nuevo.
—Ella tiene el primer grupo. Creo que el señor Kerrington está en ese grupo.
El joven Kerrington. La Sra. Elena dijo algo sobre que el señor Kerrington había solicitado a Paula —respondió la chica con una sonrisa de satisfacción.
Antonio era un idiota. No lo dudaba.
—Buenos días, Emilia. Lo siento, pero tenemos a un malhumorado Pedro en nuestras manos —dijo Fede en forma de saludo a Emilia, quien había olvidado se
había unido a nosotros.
—Puedo verlo. Voy a tomar un riesgo aquí y asumir que Paula es la chica que persiguió dejándome sola, sin una explicación el otro día.
—Si persiguió a una chica, entonces sí, era Paula —contestó Federico.
No les hice caso y comencé a caminar hacia la parte delantera de la línea, cuando vi al primer grupo. El carrito de Paula también se alejaba al mismo tiempo. Mierda.
—¿Quieres calmarte? Paula no es la que se pone celosa. Ese eres tú —Se quejó Federico, luego tomó un trago de agua.
—Está bien, ¿es problema que esté jugando con ustedes dos? ¿De eso se trata? —preguntó Emilia, mirándome directamente.
—No quiero molestar a Paula —respondí y miré hacia atrás en la dirección que había conducido.
—Oh. Bueno, es sólo golf, no una cita —dijo Emilia.
Tenía razón. Estaba haciendo el ridículo. No estábamos en la secundaria y podía jugar al golf con una mujer. Paula ahora sabía que Emilia era una vieja amiga y estábamos con Fede. No era como si estuviéramos sólo nosotros dos. Esto
estaría bien.
—Estoy al borde. Lo siento. Tienes razón. No es la gran cosa —estuve de acuerdo decidí relajarme y disfrutar del día. Al menos Blaire ya estaba adelantada.
Estaría terminando y entrando pronto. Esa fue probablemente la razón por la que Antonio la había solicitado. Así no estaría fuera en el sol tanto como las demás.
En el momento en que había hecho el sexto hoyo me había relajado y estaba disfrutando. A excepción de la ocasional preocupación por Paula estando en el calor, me sentía bien. Sabía que Antonio la estaba cuidando y tan molesto como era, también era un alivio.
—Vamos Fedrico, hasta el momento Pedro es el mejor de los tres, y yo soy la mejor de los dos. Éste es amigo tuyo. Puedes hacerlo —Emilia se burló de él mientras se establecía para poner un par.
Federico le lanzó una mirada de advertencia. Embocar no era el punto fuerte de Fede y no le había tomado mucho tiempo a Emilia darse cuenta de eso. Si él lograba meterla, sería un milagro.
—Creo que necesita un poco de ayuda, Emilia. Tal vez podrías ir a darle una lección —sugerí. La mirada de enojo en el rostro de Federico nos dio risa. Maldición, era demasiado fácil—. Es posible que desees retroceder, Emilia. Parece a punto de estallar. Si su palo sale volando no quieres estar en la línea de fuego.
Emilia retrocedió y se detuvo a mi lado. —¿Realmente lanza palos?—preguntó ella con una sonrisa esperanzada.
—No te emociones demasiado. Si está lo suficiente enojado como para tirar palos entonces está jodidamente loco.
—No estoy asustada. Tienes los brazos más grandes —dijo Emilia lanzando otra sonrisa hacia Federico. Ella lo estaba aguijoneando.
—¡Él no tiene brazos más grandes! —ladró Fede, poniendo recta su postura con una mirada defensiva en el rostro.
Emilia se acercó y me apretó el brazo. —Um, sí, son bastante impresionantes.
Muéstrame lo que tienes —molestó a Federico un poco más.
el tiró su camisa y se acercó para pararse frente a Emilia flexionando sus músculos. —Siente eso, nena. Él no tiene nada contra mí. No es más que un chico guapo.
Rodando mis ojos me puse a caminar de regreso al carrito de golf. Fede se extendió y agarró mi brazo. —No. Este es un concurso que malditamente voy a ganar. Flexiona tus brazos raquíticos. Vamos a ver quién es más caliente.
No tenía ganas de ganar este concurso. 
—Ganaste. Soy bueno con eso. Él tiene los brazos más grandes, Emilia —dije, sacudiendo los brazos de su agarre.
—No, así no. No estabas flexionando cuando sentí los tuyos y estoy segura que eran más grandes —respondió ella con una sonrisa maliciosa. Estaba seguro de que esto era una mala idea. No creía que estuviera coqueteando, pero no estaba seguro.
—¡Eso es mentira! Flexiona el brazo, Pedro. Estoy probando esto. Tengo las mejores armas.
—Sí, así es. Está bien —contesté.
—Flexiónalos ahora, lo digo en serio —exigió Federico. Ahora me encontraba en un concurso de mear. Uno, que con mucho gusto estaba dispuesto a dejarle ganar. Estaba listo para pasar al siguiente hoyo.
—Bien —estuve de acuerdo—. Si esto te hace pasar la pelota para que podamos pasar al siguiente hoyo, voy a flexionar mi brazo.
Fede sonrió y extendió el brazo otra vez para que ella los sintiera. Ella estaba esperándome. Flexioné y la dejé que sintiera. Esto era ridículo.
—Lo siento Fede, él gana esto —dijo Emilia apretando mis brazos un poco demasiado tiempo. Dejé caer mi brazo y me dirigí al carrito.
—Mete la bola, Fede —grité.
—¡No ganaste! Ella te escogió porque se siente leal a ti ya que fue tu primer polvo —respondió.
Sacudí la cabeza hacia alrededor para ver si alguien lo había oído. Por suerte, parecía que nadie lo había hecho.