miércoles, 4 de diciembre de 2013

CAPITULO 26 






Me recosté contra la cabecera de la cama y gemí de frustración. ¿Por qué lo había dejado entrar? Este juego de caliente y frío que jugaba estaba fuera de mi alcance. Me pregunté a dónde iría él ahora. Había un montón de mujeres por ahí que podría besar. Con las que no tenía problemas en besar si suplicaban.
El pisoteo de la gente subiendo las escaleras repiqueteaba por encima de mi cabeza. No conseguiría dormir por un rato. No quería quedarme aquí y Antonio me esperaba. No había ninguna razón para ponerme de pie. No me sentía de humor
para hablar con él, pero al menos podía decirle que no estaba para una charla en la playa.
Entré en la cocina. La espalda de Federico daba hacia mí y tenía una chica pegada a la barra. Sus manos se enredaban en sus rizos castaños silvestres.
Parecían muy absortos. Tranquilamente, salí por la puerta de atrás esperando no estar en el camino de cualquier otra sesión de ligues.
—No pensé que te presentarías —dijo la voz de Antonio desde la oscuridad.
Me giré para verlo apoyado en la barandilla, mirándome. Me sentía culpable por no haber venido aquí primero y hacerle saber que no iba a reunirme con él. No tomaba decisiones sabias cuando de Pedro se trataba.
—Lo siento. Me desvié. —No quería explicar.
—Vi a Pedro salir del pequeño agujero en el que te tiene ahí atrás — respondió.
Me mordí el labio y asentí. Yo era un fracaso. Bien podría confesar.
—No se quedó mucho tiempo. ¿Fue una visita amistosa o te estaba corriendo?
Fue... fue una visita agradable. Hablamos. Hasta le pedí que me besara nuevamente y él decidió huir. Había disfrutado de su compañía.
—Sólo una charla amistosa —le expliqué.
Antonio dejó escapar una risa dura y negó con la cabeza. 
—¿Por qué no me lo creo?
Porque él era inteligente. Me encogí de hombros.
—¿Lista para nuestro paseo a la playa?
Negué con la cabeza. —No. Estoy cansada. Vine aquí a respirar un poco de aire fresco y esperaba encontrarte para explicártelo.
Antonio me dio una decepcionada sonrisa y se apartó de la barandilla. 
Bueno, está bien entonces. No voy a rogarte.
—No esperaba que lo hicieras —contesté.
Caminó hacia la puerta y esperé hasta que estuvo en el interior antes de exhalar un suspiro de alivio. Eso no había sido tan malo. Tal vez ahora retrocedería un poco. Hasta que entendiera qué hacer con esta atracción que sentía por Pedro no necesitaba a nadie que me confundiera más.
Unos minutos después di media vuelta y lo seguí al interior. Federico ya no estaba en el bar con la chica. Habían ido a un lugar más aislado, al parecer. Me dirigí hacia la puerta de la despensa cuando Pedro entró en la cocina seguido de
una morena riendo. Estaba colgada de su brazo y actuando como si no pudiera caminar correctamente. O bien era el alcohol o los tacones de diez centímetros le causaron ampollas a sus pies.
—Pero tú lo dijiste —arrastró las palabras y besó el brazo del que se aferraba. Sí que estaba ebria.
Los ojos de Pedro se encontraron con los míos. Él iba a besarla esta noche.
Ella ni siquiera tendría que rogarle. Ella también sabía a cerveza. ¿Era ese su estilo?
—Me quitaré las bragas aquí mismo, si quieres —dijo ella, ni siquiera notó que no estaban solos.
—Barby, ya he dicho que no. No me interesa —contestó sin apartar la mirada de mí. La estaba rechazando. Y quería que yo lo supiera.
—Será travieso —dijo en voz alta y luego se echó a otro ataque de risa.
—No, sería irritante. Estás borracha y tu cacareo me está dando un dolor de cabeza —respondió. Sus ojos aún no habían dejado los míos.
Aparté mis ojos de él y me dirigí hacia la puerta de la despensa cuando finalmente Barby me notó. —Oye, esa chica va a robar tu comida —susurró en voz alta.
Mi cara enrojeció. Maldita sea. ¿Por qué avergonzarme? Era una estúpida.
Ella estaba borracha hasta el trasero. ¿A quién le importaba lo que pensaba?
—Vive aquí, puede tomar lo que quiera —respondió Pedro.
Mi cabeza se giró inmediatamente y sus ojos no me habían abandonado.
—¿Vive aquí? —preguntó la chica.
Pedro no dijo nada más. Le fruncí el ceño y decidí que el único testigo no recordaría esto en la mañana. —No dejes que te mienta. Soy la invitada no bienvenida viviendo bajo sus escaleras. He querido un par de cosas y él sigue
diciéndome que no.
No esperé su respuesta. Abrí la puerta y entré. Un punto para mí.
Terminé el último de mis sándwiches de mantequilla de maní, sacudí las migas en mi regazo y me levanté. Tendría que ir a la tienda y reabastecerme pronto. Los sándwiches de mantequilla de maní estaban acabándose.
Tenía el día libre hoy y no estaba segura de lo que iba a hacer. Me acosté en la cama pensando en Pedro y como de estúpida fui la mayor parte de la noche.
¿Qué tenía que hacer un chico para convencerme de que sólo quería que fuéramos amigos? Lo había dicho más de una vez. Tenía que dejar de intentar que me viera como algo más. Me humillé anoche. No debí haber hecho eso. Él no quería besarme. No podía creer que le había rogado.
Abrí la puerta de la despensa y entré en la cocina. El olor del tocino llegó a mi nariz y si Pedro no estuviera de pie en la cocina con nada más que un par de pantalones de pijama, entonces me habría concentrado solo en el delicioso olor. La vista de su espalda desnuda hizo que olvidara el tocino.
Él miró por encima de su hombro y sonrió. —Buenos días. Debe ser tu día de descanso.
Asentí con la cabeza y me pregunté qué diría un amigo. No quería romper las reglas con él. Iba a jugar con sus reglas. Me mudaría muy pronto, de todos modos.
—Huele bien —contesté.
—Saca dos platos. Hago un tocino que está de muerte.
Me hubiera gustado no haberme comido el sándwich de mantequilla de maní. Ya he comido, pero gracias.
Puso su tenedor en el plato y se volvió para mirarme. —¿Cómo has comido ya? Acabas de despertarte.
—Tengo mantequilla de maní y pan en mi habitación. Lo tenía desde antes de venir.
La frente de Pedro se arrugó mientras me estudiaba. —¿Por qué tienes mantequilla de maní y pan en tu habitación?
Porque no quiero su flujo interminable de amigos comiendo mi comida. Sin embargo, no podría decir exactamente eso. —Esta no es mi cocina. Guardo todas mis cosas en mi habitación.
Se tensó y me pregunté qué dije para hacerlo enojar.
—¿Me estás diciendo que sólo has comido mantequilla de maní y pan desde que llegaste? ¿Eso es todo? Lo compras y lo guardas en tu habitación y, ¿eso es todo lo que comes?
Asentí, sin saber por qué era un gran problema.
Golpeó su mano sobre el mostrador y se dio la vuelta para mirar a su tocino mientras murmuraba una maldición.
—Ve a buscar tus cosas y sube las escaleras. Toma cualquier habitación que quieras en el lado izquierdo del pasillo. Tira esa mantequilla de maní y come lo que te dé la gana en esta cocina.
No me moví. No estaba segura de dónde había venido esa reacción.
—No te quedes allí, Paula, mueve tu culo. Luego vienes aquí y comes algo de mi maldito refrigerador mientras te veo. Estaba enojado. ¿Conmigo?
—¿Por qué quieres que me mude arriba? —pregunté con cautela.
Dejó caer el último trozo de tocino en una servilleta de papel y apagó la estufa antes de mirar de nuevo hacia mí.
—Porque quiero que lo hagas. Odio ir a la cama por la noche y pensar en ti durmiendo bajo mi escalera. Ahora tengo la imagen de que comes los malditos sándwiches de mantequilla de maní sola allí abajo y es más de lo que puedo manejar.
Bien. Así que se preocupa por mí de alguna forma.
No discutí. Volví a mi habitación bajo las escaleras y saqué la maleta de debajo de la cama. Mi mantequilla de maní estaba dentro. Abrí la cremallera y saqué el frasco casi vacío y la bolsa a la izquierda con cuatro rebanadas de pan. Me
gustaría dejar esto en la cocina y luego ir a buscar una habitación.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Este se había convertido en mi lugar seguro. Estar arriba me quitaba el aislamiento. No estaba sola allí.
Dando un paso hacia la despensa, me acerqué y puse la mantequilla de maní y el pan en el mostrador. Me dirigí hacia el pasillo sin hacer contacto visual con Pedro. Él estaba de pie en la barra, agarrando los bordes con fuerza, como si estuviera tratando de no golpear algo. ¿Estaba considerando lanzarme de nuevo a la despensa? No me importa estar ahí.
—No tengo que mudarme a arriba. Me gusta este ambiente —le expliqué y observe que aprietó más su agarre.-
—Perteneces a una de las habitaciones de arriba. No perteneces bajo las escaleras. Nunca lo hiciste.
Me quería arriba. No entendía su repentino cambio de parecer.
—¿Quieres decirme al menos qué habitación tomar? No me siento bien eligiendo una. Esta no es mi casa.
Pedro finalmente soltó el agarre de muerte que tenía sobre el mostrador y volvió sus ojos a los míos. 
—En el ala izquierda hay sólo habitaciones. Hay tres.
Creo que disfrutarías la vista en la última. Tiene vista al mar. La habitación central es toda blanca con tonos color rosa pálido. Esto me recuerda a ti. Por lo tanto, elige. Cualquiera que desees. Toma una y luego ven aquí y come.
Había vuelto a querer que comiera de nuevo.
—Pero no tengo hambre. Acabo de comer…
—Si me dices que has comido esa maldita mantequilla de maní de nuevo voy a golpear una pared. —Hizo una pausa y respiró hondo—. Por favor, Paula. Ven a comer algo por mí.
Como cualquier mujer en el planeta, sería capaz de aceptar eso. Asentí y me dirigí a las escaleras. Tenía que elegir una habitación.

3 comentarios:

  1. muchas gracias me encantaron los capitulos,

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  2. Muy buenos capítulos!!! Me daba miedo leerlos!! Pero ahora la trata un poco mejor a Pau!! Espero que le dure!! Ojalá se saque a Antonio de encima, no es bueno para ella!! @AmorPyPybb

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  3. Buenísimos los 4 caps!!!!!!!!!!!!!! Gracias x subir tantos

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