No era una fiesta descontrolada. Era sólo una veintena de personas. Pasé junto a varios de ellos en mi camino a la despensa. Un par de ellos se encontraban en la cocina preparando bebidas y les sonreí antes de entrar en la despensa y luego a mi trastienda.
Si sus amigos no sabían que dormía debajo de las escaleras, lo sabían ahora. Cambié mi uniforme y saqué un vestido azul hielo para ponerme. Mis pies dolían por caminar todo el día, así que iba descalza. Metí mi maleta de nuevo bajo las escaleras y entré en la despensa para estar cara a cara con Pedro. Estaba apoyado contra la puerta que daba a la cocina con los brazos cruzados sobre el pecho y el
ceño fruncido en su rostro.
—¿Pedro? ¿Pasa algo malo? —le pregunté cuando no dijo nada.
—Antonio está aquí —respondió.
—Que yo sepa él es amigo tuyo.
Pedro sacudió la cabeza y sus ojos rápidamente escanearon mi cuerpo. —No. No está aquí por mí. Vino por alguien más.
Crucé los brazos por debajo de mis pechos y tomé la misma postura defensiva.
—Tal vez sí. ¿Tienes un problema con que tus amigos estén interesados en mí?
—Él no es lo suficientemente bueno. Es un triste imbécil comemierda. No debería llegar a tocarte —dijo Pedro en un tono enojado.
Tal vez fuera cierto. Lo dudaba, pero tal vez tenía razón. No importaba. Yo no iba a dejar que Antonio me tocase. Su cercanía no hacía a mi estómago dar volteretas y sentir un dolor entre mis piernas.
—No estoy interesada en Antonio de esa manera. Él es mi jefe y, posiblemente, un amigo. Eso es todo.
Pedro pasó la mano por su cabeza y el anillo de plata sobre su pulgar me llamó la atención. No lo había visto usarlo antes. ¿Quién se lo había dado?
—No puedo dormir mientras la gente está subiendo y bajando las escaleras.Me mantiene despierta. En lugar de sentarme en mi habitación sola, preguntándome con quién estás arriba follando esta noche, pensé en hablar con
Antonio en la playa. Charlar con alguien. Necesito amigos.
Pedro se sobresaltó como si lo hubiera golpeado.
—No te quiero afuera con El.
Esto era ridículo. —Bueno, tal vez yo no quiero que folles a una chica, pero lo harás.
Pedro se apartó de la puerta y se acercó a mí, acompañándome a mi pequeña habitación hasta que los dos estuvimos dentro. Un centímetro más y me caería en
la cama. —No quiero follar a nadie esta noche. —Hizo una pausa y luego sonrió—. Eso no es exactamente cierto. Permíteme aclarar, no quiero follar a nadie fuera de esta habitación. Quédate aquí y habla conmigo. Charlaremos. Dije que podíamos ser amigos. No necesitas a Antonio como amigo. Puse mis manos sobre su pecho para empujarlo hacia atrás, pero no pude hacerlo una vez que tuve mis manos sobre él.
—Nunca me hablas. Hago la pregunta equivocada y te vas sin decir palabra.-Pedro negó con la cabeza. —Ahora no. Somos amigos. Responderé y no me iré. Sólo por favor, quédate aquí conmigo.
Miré alrededor al rectángulo pequeño que apenas tenía espacio para mi cama. —No hay mucho espacio aquí —dije, mirando hacia él y obligando mis manos a permanecer planas en su pecho y no cerrarlas en su ajustada camisa y
tirarlo más cerca.
—Podemos sentarnos en la cama. No vamos a tocarnos. Sólo hablar. Como amigos —Me aseguró.
Dejé escapar un suspiro y asentí. No iba a ser capaz de rechazarlo. Además, había tantas cosas que quería saber de él.
Me hundí en la cabecera de la cama y me eché hacia atrás. Crucé las piernas debajo de mí.
—Entonces, vamos a hablar —dije con una sonrisa.
Pedro se sentó sobre la cama y se apoyó contra la pared. Una risa profunda salía de su pecho y miré como una verdadera sonrisa estallaba en su rostro. —No puedo creer que le supliqué a una mujer para que se sentase y hablase conmigo. Con toda honestidad, yo tampoco.
—¿De qué vamos a hablar? —pregunté, deseando que empezara a hablar.
No quería que se sintiera como si esto fuera la Inquisición española. Tenía tantas preguntas en mi cabeza que podía abrumarlo con mi curiosidad.
—¿Qué te parece sobre cómo diablos sigues siendo virgen a los diecinueve? —dijo, volviendo sus ojos plateados hacia mí.
Nunca le había dicho que era virgen. Me llamó inocente la otra noche. ¿Era tan obvio? —¿Quién dijo que soy virgen? —pregunté en el tono más molesto que pude reunir.
Pedro sonrió. —Conozco una virgen cuando beso una.
Yo ni siquiera quería discutir sobre esto. Sólo haría el hecho de que era virgen aún más evidente.
—Estaba enamorada. Su nombre es Facundo. Fue mi primer novio, mi primer beso, mi primer más allá de besos, aunque suene aburrido. Me dijo que me amaba y afirmó que era la única para él. Entonces, mi mamá se enfermó. Ya no tenía tiempo para ir a citas y pasar tiempo con El los fines de semana. Él necesitaba salir. Necesitaba libertad para tener ese tipo de relación de otra persona. Por lo tanto, lo dejé ir. Después de Facundo no tuve tiempo para salir con nadie más.
Pedro frunció el ceño. —¿No se quedó contigo cuando tu mamá estaba enferma?
No me gustaba esta conversación. Si alguien señalaba lo que ya sabía, sería difícil no tener sentimientos de ira para con Facundo. Le había perdonado hace mucho tiempo. Lo acepté. No necesitaba que la amargura hacia él se deslizase dentro de mí en este momento. ¿De qué serviría?
—Éramos jóvenes. Él no me amaba. Sólo pensó que lo hacía. Tan simple como eso.
Pedro suspiró. —Todavía eres joven.-No estaba segura de que me gustara el tono en su voz cuando dijo eso. —
Tengo diecinueve, Pedro. He cuidado de mi madre durante tres años y la enterré sin la ayuda de mi padre. Confía en mí, me siento de cuarenta la mayor parte del tiempo.
Pedro extendió su mano sobre la cama y cubrió la mía con la suya. —No deberías haber tenido que hacerlo sola.
No, no debería, pero no tuve ninguna otra opción. Amaba a mi mamá. Ella se merecía mucho más de lo que tuvo. La única cosa que aliviaba el dolor era recordarme que mamá y Valeria estaban juntas ahora. Se tenían la una a la otra. Ya
no quería hablar de mi historia. Quería saber algo acerca de Pedro.
—¿Tienes un trabajo? —le pregunté.
Pedro se rió entre dientes y me apretó la mano, pero no la soltó. —¿Crees que todo el mundo debe tener un trabajo una vez que acaba la universidad?
Me encogí de hombros. Siempre había pensado que la gente trabajaba en algo. Tenía que tener algún propósito. Incluso si no necesitaba el dinero.
—Cuando me gradué de la universidad, tenía suficiente dinero en el banco para vivir el resto de mi vida sin tener que trabajar, gracias a mi papá. —Miró hacia mí con esos sexys ojos enmarcados por sus abundantes pestañas negras—.
Después de unas semanas de no hacer nada además de salir de fiesta, me di cuenta que tenía una vida. Así que empecé a jugar con la bolsa de valores. Resulta que soy
jodidamente bueno en eso. Los números siempre fueron lo mío. También dono apoyo financiero para Hábitat para la Humanidad. Un par de meses al año soy un trabajador de construcción y voy a echar una mano en el sitio. En el verano me despego de todo lo que puedo, vengo aquí y me relajo.
No esperaba eso.
—La sorpresa en tu cara es un poco insultante —dijo Pedro con burla en su voz.
—Simplemente no me esperaba esa respuesta —le contesté con sinceridad.
Pedro se encogió de hombros y movió su mano de nuevo a su lado de la cama. Quería tomar su mano y agarrarla y aferrarme a ella, pero no lo hice. Él ya había terminado de tocarme.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté.
Pedro sonrió. —Demasiado viejo para estar en esta habitación contigo y demasiado malditamente viejo para los pensamientos que tengo de ti.
Estaba en sus veinte años. Tenía que estarlo. No se veía mayor que eso.
—Te recuerdo que tengo diecinueve. Voy a tener veinte en seis meses. No soy un bebé.
—No, dulce Paula, definitivamente no eres un bebé. Tengo veinticuatro y obsoletos años. Mi vida no ha sido normal y por eso tengo algo de seria y jodida mierda. Ya te he dicho que hay cosas que no sabes. Dejarme tocarte sería un error.
Era sólo cinco años mayor que yo. Eso no era tan malo. Donaba dinero a Hábitat para la Humanidad e incluso trabajaba en el sitio ¿Qué tan malo podía ser?
Tenía un corazón. Me había dejado vivir aquí cuando lo que más había querido era enviarme en un paquete.
—Creo que te subestimas. Lo que veo en ti es especial.
Pedro apretó sus labios con fuerza y sacudió su cabeza. —No ves el verdadero yo. No sabes todo lo que he hecho.
—Tal vez —le contesté, inclinándome hacia adelante—. Pero lo poco que he visto no es del todo malo. Estoy empezando a pensar que podría ser una capa más
de ti.
Pedro alzó sus ojos para encontrarse con los míos. Quería acurrucarme en su regazo y mirar a esos ojos durante horas. Abrió la boca para decir algo, luego la cerró... pero no antes de que viera la plata en su boca.
Saqué mis rodillas debajo de mí y me acerqué más a él. —¿Qué tienes en tu boca? —pregunté, estudiando sus labios y esperando que los abriera de nuevo.
Pedro abrió su boca y lentamente sacó la lengua. Era atravesado por una barra de plata.
—¿Te duele? —pregunté, estudiando su lengua de cerca. Nunca antes había visto a alguien con un piercing en la lengua.
Metió de vuelta su lengua en su boca y sonrió. —No.-
Me acordé de los tatuajes en su espalda la noche en que había estado teniendo sexo con la otra chica.
—¿Qué son los tatuajes en tu espalda?
—Un águila en la espalda inferior, con sus alas extendidas y el emblema de Demon Slacker. Cuando tenía diecisiete mi padre me llevó a un concierto en Los Ángeles y después me llevó a conseguir mi primer tatuaje. Quería su banda
marcada en mi cuerpo. Cada miembro de Demon Slacker tiene uno en el mismo lugar exacto. Justo detrás de su hombro izquierdo. Papá estaba muy drogado esa noche, pero aún así es un recuerdo muy bueno. No tuve la oportunidad de pasar mucho tiempo con él mientras crecía. Pero cada vez que lo veía, bien añadía otro tatuaje o piercing a mi cuerpo.
¿Tenía más piercings? Estudié su rostro y luego dejé que mis ojos se posaran en su pecho. Una risita me sorprendió y me di cuenta de que había sido pillada mirándolo fijamente.
—No tengo perforaciones allí, dulce Paula. Los otros están en mis oídos. Puse un fin a los piercings y tatuajes cuando cumplí diecinueve.
Su papá estaba cubierto de tatuajes y piercings al igual que el resto de la banda Demon Slacker. ¿Fue algo que Pedro no había querido hacer? ¿Su padre lo había obligado?
—¿Qué dije de fruncir el ceño? —preguntó, deslizando un dedo debajo de mi barbilla e inclinando mi cabeza hacia arriba para que pudiera mirarlo.
Ciertamente, no quería responder a eso. Estaba disfrutando de nuestro tiempo juntos. Sabía que si profundizaba demasiado, pronto lo haría irse.
—Cuando me besaste anoche no sentí la cosita con barra de plata.-Pedro bajó sus párpados y se inclinó hacia delante. —Porque no lo llevaba puesto.
Él lo tenía ahora.
—¿Cuando tú, uh, besas a alguien con eso dentro se puede sentir?
Pedro aspiró fuerte y su boca se acercó aún más a la mía. —Paula, dime que me vaya. Por favor.
Si estaba a punto de darme un beso, entonces no le diría nada por el estilo. Lo quería aquí. También quería besarlo con esa cosa en la boca.
—Lo habrías sentido. En cualquier parte que quiera besarte, lo sentirías. Y te gustaría —me susurró al oído antes de presionar un beso en el hombro y tomar una respiración profunda. ¿Me estaba oliendo?
—¿Estás...? ¿Vas a besarme otra vez? —pregunté sin aliento cuando presionó su nariz en mi cuello e inhaló.
—Quiero. Quiero tan jodidamente mal, pero estoy tratando de ser bueno — murmuró contra mi piel.
—¿Podrías no ser bueno para un solo beso? ¿Por favor? —pregunté, arrastrándome más cerca de él. Me gustaría estar en su regazo pronto.
—Dulce Paula, tan increíblemente dulce —dijo mientras sus labios tocaban la curva de mi cuello y mi hombro. Si seguía con esto iba a comenzar a mendigar.
Su lengua salió y dio un golpe rápido en la suave piel de mi cuello, luego dejó besos a lo largo de mi mandíbula hasta que su boca se cernía sobre la mía.
Comencé a rogar de nuevo, pero presionó un suave beso en mis labios y me detuvo. Luego se retiró, pero sólo un centímetro. Su aliento cálido todavía bañando mis labios.
—Paula, no soy un tipo romántico. Yo no beso y abrazo. Solo doy sexo. Te mereces a alguien que te bese y te abrace. No yo. No estoy hecho para eso, nena.
No eres para alguien como yo. Nunca me he negado algo que quiero. Pero eres demasiado dulce. Esta vez tengo que decirme a mí mismo que no.
A medida que sus palabras se hundían en mí, gemí por el erótico sonido de las traviesas palabras saliendo de su lengua. No fue hasta que se puso de pie y agarró el pomo de la puerta que me di cuenta de que iba a alejarse de mí. Una vez más. Dejándome así.
—No puedo hablar más. No esta noche. No aquí contigo, a solas. —La tristeza en su tono hizo que mi corazón doliese un poco. Luego se marchó y cerró la puerta tras él.
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