miércoles, 4 de diciembre de 2013

CAPITULO 23 






—¿Dónde has estado? —preguntó con voz ronca y profunda.
Levanté mi mirada hacia él. —¿Por qué te importa?
Dio un paso afuera de la puerta, cerrando espacio entre nosotros. —Porque estaba preocupado.
¿Estaba preocupado? Dejé escapar un suspiro y metí el cabello que seguía soplando sobre mi rostro detrás de mi oreja.
—Me es difícil de creer. Estabas muy ocupado con tu compañía como para notar algo —No pude evitar que la amargura se deslizara por mi lengua.
—Llegaste más temprano de lo que esperaba. No era mi intención que presenciaras eso.
Como si le creyera. Asentí y moví mis pies. —Vine a casa a la misma hora que vengo todas las noches. Creo que querías que te viera. ¿Por qué?, no estoy segura. No albergo sentimientos por ti, Pedro. Sólo necesito un lugar donde quedarme por unos días más. Me mudaré fuera de tu casa y tu vida muy pronto.
Murmuró una maldición y luego miró hacia el cielo un momento antes demirarme de nuevo. 
—Hay cosas sobre mí que no conoces. No soy uno de esos tipos a los que puedes domesticar. Tengo equipaje. Mucho. Demasiado para alguien como tú. Esperaba a alguien diferente considerando que he conocido a tu padre.
No eres para nada como él. Eres todo lo que un tipo como yo debe evitar. Porque no soy el adecuado para ti.
Dejé escapar una dura risa. Esa era la peor excusa que había escuchado para su comportamiento. —¿En serio? ¿Eso es lo mejor que tienes? Nunca te pedí nada
más que una habitación. No espero que me quieras. Nunca lo hice. Estoy consciente de que tú y yo estamos en dos ligas diferentes. Nunca estaré a la altura de ti. No tengo sangre azul. Visto vestidos baratos y tengo una afectuosa conexión con un par de zapatos plateados que mi madre usó el día de su boda. No necesito cosas de diseñador. Y TÚ sí eres de diseñador, Pedro.
Pedro tomó mi mano y me llevó dentro. Sin una palabra, me empujó contra la pared y me enjauló con sus dos manos apretadas contra la pared al lado de mi cabeza.
 —No soy de diseñador. Métete eso en la cabeza. No puedo tocarte. Quiero tanto hacerlo que duele no poder, pero no lo haré. No voy a arruinarlo contigo. Eres… eres perfecta e intacta. Y al final nunca me perdonarías.
Mi corazón latía con fuerza dolorosamente contra mi pecho. La tristeza en sus ojos no era algo que había sido capaz de ver por fuera. Podía ver emoción en esas profundidades plateadas. Su frente estaba arrugada como si algo lo estuviera lastimando.
—¿Y si quiero que me toques? Tal vez no soy tan intacta. Tal vez ya estoy corrompida. —Mi cuerpo estaba bastante corrompido, pero mirar los ojos de Pedro me hicieron querer aliviar su dolor. No quería que se alejara de mí. Quería hacerlo sonreír. Ese hermoso rostro no debería lucir tan angustiado.
Pasó un dedo por un lado de mi rostro y trazó la curva de mi oreja y luego rozó con su pulgar sobre mi barbilla. —He estado con muchas chicas, Paula.
Créeme, nunca he conocido a alguien tan jodidamente perfecta como tú. La inocencia en tus ojos me grita. Quiero quitar cada centímetro de tu ropa y enterrarme dentro de ti, pero no puedo. Me viste esta noche. Soy un bastardo
enfermo. No puedo tocarte.
Lo había visto esta noche. Lo había visto la otra noche, también. Se follaba a muchas chicas, pero a mí no quería tocarme. Creía que yo era demasiado perfecta.
Estaba en un pedestal y quería mantenerme allí. Tal vez debería. No podía dormir con él sin darle un pedazo de mi corazón. Ya comenzaba a adueñarse de él. Si lo dejaba tener mi cuerpo me podría herir de una forma en que nadie había sido capaz de hacerlo. Mi guardia estaría baja.
—De acuerdo —dije. No iba a discutir. Esto era lo correcto—. ¿Podemos al menos ser amigos? No quiero que me odies. Me gustaría que seamos amigos. — Soné patética. Me sentía tan sola que me había inclinado a mendigar amigos.
Cerró sus ojos y respiró profundo. —Seré tu amigo. Haré todo lo posible por ser tu amigo pero tengo que ser cuidadoso. No puedo estar demasiado cerca. Me
haces desear cosas que no puedo tener. Ese pequeño y dulce cuerpo tuyo se siente increíble debajo de mí —Bajó su voz y bajó su boca hasta mi oreja—, y la forma en
la que sabes. Es adictiva. Sueño sobre ello. Fantaseo sobre ello. Sé que serías tan deliciosa en… otras… partes.
Me incliné hacia él y cerré mis ojos mientras su respiración se volvía pesada en mi oreja. —No podemos. Joder. No podemos. Amigos, dulce Paula. Sólo amigos
—susurró, luego se apartó y se dirigió hacia las escaleras. Me recosté contra la pared y lo miré alejarse. No me sentía lista para moverme aún. Mi cuerpo estaba acalorado por sus palabras y su cercanía.
—No te quiero debajo de esas malditas escaleras. Lo odio. Pero no puedo traerte aquí arriba. Nunca sería capaz de mantenerme alejado de ti. Te necesito en un lugar seguro —dijo sin mirarme. Sus manos se aferraron a la barandilla de la escalera hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Se quedó allí un minuto más antes de subir las escaleras. Cuando escuché su puerta cerrarse, me hundí en el suelo.
—Oh, Pedro. ¿Cómo vamos a hacer esto? Necesito una distracción. —Susurré en el vestíbulo vacío. Necesitaba encontrar a alguien más en quien enfocarme.
Alguien que no fuera Pedro. Alguien que estuviera disponible. Era la única manera de evitar caer demasiado lejos. El era peligroso para mi corazón. Si íbamos a ser
amigos, entonces necesitaba encontrar a alguien más para centrar mi atención. Y rápido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario