martes, 3 de diciembre de 2013

CAPITULO 22





Unos pocos autos estaban estacionados afuera cuando volví a la casa de Pedro después del trabajo. Al menos no lo encontraré teniendo sexo. Ahora que sabía lo buenos que eran sus besos y lo bien que se sentían sus manos en mí, no me sentía segura de poder manejar verlo haciéndole
eso a alguien más. Era ridículo. Pero era cierto.
Abrí la puerta y entré. Música sexy sonaba a través del sistema de sonido que estaba colocado en todas las habitaciones. Bueno, todas las habitaciones menos la mía. Me acerqué a la cocina cuando escuché un gemido femenino. Se me hizo un nudo en el estómago. Traté de ignorarlo pero mis pies se habían plantado firmemente en el suelo de mármol. No me podía mover.
—Sí, Pedro, nene, justo así. Más fuerte. Mámalo más fuerte —gritó ella. Me sentí instantáneamente celosa y eso sólo me hizo enojar. No debería de importarme. Me había besado una vez y estaba tan enojado que maldijo y salió corriendo.
Me moví hacia el sonido incluso cuando sabía que era algo que yo no quería ver. Era como un choque de trenes. No podía dejar de ir a verlo incluso si no quisiera que se grabara en mi mente.
—Umm sí, por favor, tócame —suplicó. Me encogí pero seguí moviéndome en esa dirección. Entrando en la sala, los encontré en el sofá. Ella no tenía su blusa puesta y él tenía uno de sus pezones en su boca mientras su mano jugaba entre sus piernas. No podía ver esto. Necesitaba salir de aquí. Ahora.
Dándome la vuelta, corrí hacia la puerta principal, sin importarme si era silenciosa o no. Estaría en mi camioneta y fuera de la calzada antes de que se calmaran lo suficiente como para notar que fueron vistos. Se encontraban justo en
el sofá para que cualquiera que entrara los viera. Él sabía que yo estaría en casa en ese momento. El hecho era que quería que yo los viera. Me recordaba que era algo que yo nunca podría experimentar. Justo ahora, no quería hacerlo nunca.
Manejé por la ciudad enojada conmigo misma por gastar gasolina.
Necesitaba ahorrar mi dinero. Busqué un teléfono público pero encontré uno en ningún lado. Los días de los teléfonos públicos se habían ido. Si no tenías un celular estabas jodido. No estaba segura de a quién llamar, de todas formas. Podría llamar a Facundo. No había hablado con él desde que me fui la semana pasada.
Normalmente hablábamos una vez a la semana. Pero sin un teléfono no podía hacer eso.
Tenía el número de Federico guardado en mi equipaje. Pero entonces, ¿para qué lo llamaría? Eso sería extraño. Realmente no tengo nada que decirle. Me metí en el estacionamiento de la única cafetería en la ciudad y estacioné mi camioneta.
Podía ir a beber un poco de café y mirar revistas por unas horas. Tal vez para entonces Pedro hubiera terminado su festival de folladas en la planta baja.
Si trató de enviarme un mensaje, lo recibí fuerte y claro. No es que necesitara uno. Ya me había resignado al hecho de que los chicos con dinero no eran para mí. Me gustaba la idea de encontrar un buen chico con un trabajo
normal. Uno que apreciara mi vestido rojo y zapatos plateados.
Salté fuera de mi camioneta y me dirigí hacia la cafetería cuando vi adentro a Isa con Jose. Estaban en una acalorada discusión en una mesa en el rincón más alejado, pero los podía ver a través de la ventana. Al menos lo había traído a un lugar público. Esperaba lo mejor para ella y la dejé sola. Yo no era la madre de está chica. Era muy probable que fuera mayor que yo. Al menos parecía mayor. Podía
decidir con quién quería pasar su tiempo. El aire del mar salado me hizo cosquillas en la nariz. Crucé la calle y me dirigí hacia la playa pública. Podría estar sola ahí.
Las olas rompiendo contra la oscura orilla eran relajantes. Así que caminé.
Recordé a mi madre. Incluso me permití recordar a mi hermana; era algo que raramente hacía porque el dolor era demasiado algunas veces. Esta noche, quería esa distracción. Necesitaba recordar que había sufrido mucho más que una estúpida atracción por un chico que no era mi tipo en absoluto. Dejé que los recuerdos de días mejores inundaran mis pensamientos… y caminé.
Cuando estacioné la camioneta de nuevo en la entrada de Pedro ya era después de la medianoche y no había autos afuera. Quien fuera que estuvo aquí ya se había ido. Cerré la puerta de mi camioneta y me dirigí hacia las escaleras. La luz del frente estaba encendida, haciendo que la casa luciera grande e intimidante en el cielo oscuro. Justo como Pedro.
La puerta se abrió antes de que la alcanzara y Pedro se quedó de pie allí en la entrada. Estaba ahí para decirme que me fuera. Ya esperaba esto de todos modos.
Ni siquiera me sorprendí. En vez de eso, busqué alrededor por mi maleta.

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