—Es un hijo de puta malhumorado —dijo Federico, sacudiendo la cabeza y mirando hacia mí. No podría estar en desacuerdo con él.
—No tienes que llevar mi maleta adentro otra vez —le dije alcanzándola.
Federico la movió de nuevo fuera de mi alcance.
—Sucede que soy el hermano encantador. No voy a dejarte llevar esta maleta cuando tengo dos muy fuertes, por no hablar muy impresionantes, brazos para llevarlas.
Habría sonreído si no fuera por la palabra que me había acabado de lanzar.
—¿Hermano? —repliqué.
Federico sonrió, pero no llegó a sus ojos.
—Supongo que olvidé mencionar que soy el chico del esposo número dos de Georgina. Estuvo casada con mi padre desde que yo tenía tres años, y Pedro tenía cuatro, hasta que cumplí los quince años. Para entonces, él y yo éramos hermanos. El hecho de que mi padre se divorció de su madre no cambió nada entre nosotros. Fuimos juntos a la
universidad e incluso nos unimos a la misma fraternidad.
Oh. Bien. No esperaba eso.
—¿Cuántos maridos ha tenido Georgina?
Dejó escapar una risa dura y luego comenzó a caminar hacia la puerta.
—Tu papá es el esposo número cuatro.
Mi padre era un idiota. Esta mujer sonaba como si cambiara de maridos como lo hacía con sus pantaletas. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se deshiciera de él y siguiera su camino?
Pedro volvió a subir los escalones y no me dijo nada más mientras nos dirigimos hacia la cocina. Era enorme, con encimeras de mármol negro y electrodomésticos elaborados. Me recordaba a algo salido de una revista de decoración de hogar. Entonces abrió una puerta que parecía un gran pasillo en la despensa. Confundida, miré a mí alrededor y luego lo seguí adentro. Se dirigió a la parte de atrás y abrió otra puerta.
Había espacio suficiente para caminar y poner mi maleta en la cama. Lo seguí y me arrastré por la cama doble que dejaba sólo unos cuantos centímetros
entre ella y la puerta. Era obvio que estaba debajo de la escalera. Una pequeña
mesita de noche se ajustaba entre la cama y la pared. Aparte de eso, no había nada.
—No tengo ni idea de dónde se supone que vas a guardar tu equipaje. Esta habitación es pequeña. En realidad, yo nunca he estado aquí. —Federico sacudió la cabeza y suspiró—. Escucha, si quieres puedes venir a mi apartamento conmigo. Voy a darte una habitación en la que, por lo menos, puedes moverte.
Tan agradable como era Federico, no iba a aceptar esa oferta. Él no necesitaba que un invitado no deseado tomara una de sus habitaciones. Por lo menos aquí estaba escondida para que nadie me viera. Podría limpiar alrededor de la casa y conseguir un trabajo en alguna parte. Quizás Pedro me dejaría dormir en esta pequeña habitación no utilizada hasta que tuviera el dinero suficiente para
mudarme. No sentía como si me hubiera asentando de verdad aquí. Me gustaría encontrar una tienda de comestibles mañana y usar mis veinte dólares para un
poco de comida. La mantequilla de maní y pan me deberían durar una semana más o menos.
—Esto es perfecto. Estoy cómoda con esto. Además, Pedro llamará a mi padre mañana y averiguará cuándo va a regresar. Tal vez mi padre tiene un plan.
No sé. Sin embargo, gracias, realmente aprecio tu oferta.
Federico miró alrededor de la habitación una vez más y frunció el ceño. No estaba contento con ella, pero me sentí aliviada. Era dulce de su parte preocuparse.
—No me gustaría dejarte aquí. Se siente mal. —Me miró esta vez con un sonido suplicante en su voz.
—Esto es genial. Mucho mejor de lo que habría sido mi camioneta.
Frunció el ceño. —¿Camioneta? ¿Ibas a dormir en tu camioneta?
—Sí. Lo iba a hacer. Esto, sin embargo, me da un poco de tiempo para
averiguar lo que voy a hacer a continuación.
Federico se pasó una mano por su cabello desordenado.
—¿Me prometes algo?—preguntó.
No era de las que hacían promesas. Sabía que se rompen con facilidad. Me encogí de hombros. Era lo mejor que podía hacer.
—Si Pedro te echa, me llamas.
Empecé a estar de acuerdo y me di cuenta que no tenía un teléfono.
—¿Dónde está tu teléfono para que pueda poner mi número en él? —preguntó.
Esto iba a hacerme sonarme aún más patética. —No tengo uno.
Federico me miró boquiabierto —¿No tiene un teléfono celular? No me extraña que lleves una maldita arma. —Metió la mano en su bolsillo y sacó lo que parecía
un recibo.
—¿Tienes un lápiz?
Saqué uno de mi bolso y se lo entregué.
Rápidamente escribió su número, luego me entregó el papel y la pluma. —Me llamas. Lo digo en serio.
Nunca lo llamaría, pero era agradable que se ofreciera. Asentí con la cabeza.
No le había prometido nada.
—Espero que duermas bien aquí. —Miró alrededor de la habitación pequeña, con preocupación en sus ojos. Dormiría maravillosamente.
—Lo haré —le aseguré.
Asintió con la cabeza y salió de la habitación cerrando la puerta detrás de él.
Esperé hasta que lo oí cerrar la puerta de la despensa, antes de sentarme en la cama junto a mi maleta. Esto está bien. Podría lidiar con esto.
Qué divino este cap!!!!
ResponderEliminarme encanto la novela, la lei recien hoy, me la pasas, me re gustan todas las novelas, son mi terapia, cuando vengo de trabajar, marido juega a los jueguitos y yo disfruto lo que escriben ustedes, esta esta buenisima, mi twiter es @norma jofre, pasamela por favor, te felicito, hermosisimo capitulo, si no te sigo, lo hago, besos grandes de esta abue joven!!
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