miércoles, 27 de noviembre de 2013


CAPITULO 9









Dos horas más tarde, me detuve en los dieciocho hoyos del campo de golf dos veces y vendí todas las bebidas. Los golfistas querían preguntarme si yo era nueva y comentar que mi servicio era excelente. Yo no era una idiota. Vi la forma en que los hombres mayores me miraban de reojo. Afortunadamente, todos parecían cuidadosos de no cruzar ninguna línea.
La señora que me había contratado finalmente me dijo su nombre cuando volví a llenar el carrito de provisiones. Ella era Elena. Estaba a cargo de la contratación del personal. También era un torbellino. Me dijo que yo debía regresar en cuatro horas o cuando se me acabaran las bebidas, lo que ocurriera primero. Me había quedado sin bebidas en dos horas.
Entré en la oficina y Elena sacó la cabeza de una de las habitaciones. —¿Has vuelto ya? —preguntó, caminando con las manos en las caderas.
—Sí, señora. Me quedé sin bebidas.Sus cejas se alzaron. —¿Todas? Asentí. —Sí. Todas.
Una sonrisa cruzó su rostro severo y soltó una carcajada. —Bueno, seré condenada. Yo sabía que les gustarías, pero esos hombres estarían dispuestos a comprar lo que sea que tengas sólo para que te quedes más tiempo.
No estaba segura de si ese fuera el caso. Hacía calor ahí fuera. Cada vez que me detenía en un hoyo, los golfistas parecían aliviados.
—Vamos, te mostraré dónde reponer. Tendrás que seguir sirviendo hasta que el sol se ponga. Luego regresa aquí y completaremos la documentación.
Era de noche cuando llegué a casa de Pedro. Había estado fuera todo el día.
Los coches adicionales en el camino de entrada se habían ido. El garaje para tres coches estaba cerrado y un convertible rojo se encontraba estacionado fuera de él.
Me aseguré de aparcar mi coche fuera del camino. Pedro podría haber traído a más amigos y no quería que mi camión fuera un problema. Estaba agotada. Sólo quería
ir a la cama.
Me detuve en la puerta y me pregunté si debía llamar o sólo entrar. Pedro había dicho que podía quedarme aquí por un mes. Seguramente eso significaba que no tenía que llamar cada vez que volvía.
Giré el pomo y entré. La entrada se encontraba vacía y sorprendentemente limpia. Alguien ya había limpiado el lío de aquí. El suelo de mármol aún se veía brillante. Oí la televisión viniendo desde la sala de estar grande. No había mucho
más ruidos. Me dirigí a la cocina. Tenía una cama esperando por mí. Realmente me gustaría una ducha, pero todavía no había hablado con Pedro acerca de la ducha que se suponía que yo debía utilizar y no quería molestarlo esta noche. Mañana sólo me escabulliría y utilizaría la misma que había utilizado esta mañana cuando me desperté.
El olor a ajo y queso invadió mi nariz cuando entré a la cocina. Mi estómago gruñó en respuesta. Tenía un paquete de galletas de mantequilla de maní en mi bolso y una botella pequeña leche que compré en una estación de servicio en mi camino a casa. Había hecho algo de dinero hoy en propinas, pero no podía desperdiciar mi dinero en comida. Necesitaba ahorrar todo lo que pudiera.
Había una olla tapada en el horno y una botella de vino abierta sobre el mostrador. Dos platos con los restos de una pasta tentadora también estaban en el mostrador. Pedro tenía compañía.
Un gemido vino desde fuera seguido por un ruido fuerte.
Me acerqué a la ventana, pero tan pronto como la luna golpeó el trasero desnudo de Pedro me quedé helada. Era un trasero desnudo muy lindo. Uno muy, muy lindo. Aunque yo no había visto el trasero desnudo de un hombre antes. Dejé que mis ojos viajaran hasta su espalda y los tatuajes que la cubrían me sorprendieron. No podía decir qué eran exactamente. La luz de la luna no era suficiente y él se estaba moviendo. Sus caderas se movían adelante y atrás y me di cuenta de las dos piernas largas que se presionaban a los costados. El ruidoso gemido llegó de nuevo cuando se movió más rápido. Me tapé la boca y di un paso atrás. Pedro estaba teniendo sexo. Afuera. En su pórtico. No podía apartar mi mirada. Sus manos agarraron las piernas a cada lado de él y empujó para abrirlas aún más. Un fuerte grito me hizo saltar. Dos manos rodearon su espalda y largas uñas se clavaron en los tatuajes que cubrían la piel bronceada.
No debería estar viendo esto. Sacudiendo la cabeza para despejarme, me di vuelta y corrí hacia la despensa y me escondí en mi habitación. No podía pensar en Pedro de esa manera. Él era lo suficientemente sexy. Verlo tener sexo hizo que mi corazón hiciera cosas graciosas. No era como si yo quisiera ser una de esas chicas con las que tenía sexo y luego las dejaba. Ver su cuerpo de esa manera y oír cómo
la hacía sentir a esa chica me puso un poco celosa. Yo nunca había sabido eso.
Tenía diecinueve años y todavía era una virgen triste. Facundo me había dicho que me amaba, pero cuando más lo necesité, él quiso una novia con la que podría
escaparse y tener sexo sin tener que preocuparse de su madre enferma. Él quería una adolescencia normal. Yo impedía eso, así que lo dejé ir.
Cuando me marché ayer por la mañana para venir aquí me había rogado que me quedara. Había afirmado que me amaba. Que nunca me había superado.
Que todas las chicas con las que alguna vez había estado eran sólo una pobre sustituta. No podía creer todo eso. Había llorado por dormir sola y asustada demasiadas noches. Necesité a alguien que me abrazara. Él no había estado allí entonces. Él no entendía el amor.
Cerré la puerta de mi dormitorio y me desplomé sobre la cama. Ni siquiera tiré de las sábanas. Necesitaba dormir. Tenía que estar en el trabajo a las nueve de la mañana. Sonreí para mí misma porque me sentía agradecida. Tenía una cama y un trabajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario