miércoles, 26 de noviembre de 2014

CAPITULO 138



Ella se dirigía hacia una camioneta vieja y destartalada cuando abrí la puerta y salí. Me detuve un momento, preguntándome si era de ella o si alguien la trajo. Federico no mencionó a nadie más. Entrecerré los ojos en la oscuridad para ver si podía distinguir a alguien dentro de la camioneta, pero no podía decirlo desde esta distancia.


Paula abrió de golpe la puerta del lado del conductor y luego hizo una pausa para tomar una respiración profunda. 


Era casi dramático, o por lo menos lo sería si supiera que era vigilada. Pero por la forma en que sus hombros se hundieron en derrota antes de que subiera a la camioneta, supe que ella no tenía idea de que tenía audiencia.


Pero, de nuevo, tal vez lo sabía. No sabía nada de esta chica. Sólo sabía que su padre era un jodido mantenido.


 Tomó lo que mi madre y Daniela le dieron, y sin embargo, nunca correspondió sus muestras de cariño o amor. El hombre era frío. Lo veía en sus ojos. No se preocupaba para nada de Daniela o de mi estúpida madre. Las usaba a ambas.


La chica era hermosa. No tenía ninguna duda al respecto. Pero también fue criada por ese hombre. Podría ser una maestra de la manipulación. Usando su belleza para conseguir lo que quería, sin importarle a quien lastimaba en el camino.


Bajé las escaleras y me dirigí a la camioneta. Todavía se hallaba sentada ahí, y quería que se fuera antes de que Federico saliera y cayera en su actuación. La llevaría a su casa. Y ella lo usaría hasta que se aburriera. No sólo protegía a mi hermana; también protegía a mi hermano de ella. Federico era un blanco fácil.


Se giró y sus ojos chocaron con los míos antes de que ella dejara escapar un grito.


Sus ojos enrojecidos lucían como si hubiera llorado lágrimas de verdad. No se encontraba nadie aquí para verla, así que cabía la pequeña posibilidad de que esto no era parte de una estafa elaborada.


Esperé a que hiciera algo más que mirarme como si yo fuera el desconocido, cuando era ella quien se hallaba en mi propiedad. Como si leyera mi mente, giró su mirada hacia el volante e hizo un movimiento para encender la camioneta.


Comenzó a ponerse frenética en sus intentos para lograr que la camioneta arrancara, pero por el clic que escuché, supuse que no tenía ni una gota de gasolina en su tanque. 


Tal vez se encontraba desesperada. Todavía no confiaba en ella.


La visión de ella golpeando su volante con frustración era graciosa. ¿De qué servía eso si la idiota condujo con su tanque completamente vacío?


Finalmente abrió la puerta de la camioneta y me miró. Si no era tan malditamente inocente como parecía, entonces la chica era una actriz condenadamente buena.


—¿Problemas? —le pregunté.


La expresión en su rostro decía que no quería decirme que no podía irse. Me recordé de nuevo que se trataba de la hija de Miguel Chaves. La que él crio. Por la que abandonó a Daniela durante todos esos años. No sentiría lástima por ella.


—Me he quedado sin gasolina —dijo con voz suave.


No jodas. Si dejo que vuelva a entrar, tendría que lidiar con Daniela. Si no lo hacía, Federico se haría cargo de ella. Y entonces sería más que probable que se aprovecharía de él.


—¿Cuántos años tienes? —pregunté. Ya debería saber, pero maldición, pensé que era mayor de lo que parecía. La mirada asustada de grandes ojos en su rostro la hacía
parecer muy joven. La forma en que llenaba esa camiseta sin mangas y pantalones vaqueros era la única señal de que era por lo menos mayor de edad.


—Diecinueve —respondió.


—¿En serio? —pregunté, sin hallarme seguro de creerle.


—Sí. En serio. —El ceño de enojo era lindo. Maldición. No quería pensar en que era linda. Era una jodida complicación que no necesitaba.


—Lo siento. Simplemente pareces más joven —dije con una sonrisa. Luego dejé que mi mirada viajara por su cuerpo. No necesitaba que pensara que yo era alguien en quien podía confiar. No lo era. Nunca lo sería—. Retiro lo dicho. Cada trozo de tu cuerpo parece de diecinueve años. Es esa cara tuya la que parece tan fresca y joven. ¿No usas maquillaje?


No se ofendió, pero su ceño aumentó. No era el efecto que deseaba. —Me he quedado sin gasolina. Tengo veinte dólares conmigo. Mi padre se ha marchado y me dejó después de decirme que me ayudaría hasta que me pudiera hacer cargo de mi misma. Confía en mí, él era la última persona a la que quería pedir ayuda. No, no uso maquillaje. Tengo problemas más grandes que lucir bonita. Ahora, ¿vas a llamar a la policía o una grúa? Me quedo con la policía en caso de tener una elección.


¿En serio me sugirió que llamara a la policía? ¿Y fue desdén por su querido papá lo que escuché en su voz? Me encontraba muy condenadamente seguro de que lo era.


Tal vez no fue el padre modelo que Daniela imaginó en su cabeza por la breve visita que hizo a esa casa cuando era niña. Sonaba como que Miguel se hallaba en su lista negra.


—No me gusta tu padre y por el tono de tu voz, a ti tampoco—dije, dejando que la idea de que tal vez era otra víctima de Miguel Chaves penetrara en mí. Él abandonó a Daniela, y bastante seguro que sonaba como que abandonó a esta hija también. Me encontraba a punto de hacer algo de lo que me arrepentiría—. Hay una habitación que está vacía esta noche. Lo estará hasta que mi mamá vuelva a casa. No mantengo a su criada cuando no está aquí. La señora Lourdes sólo viene a limpiar una vez a la semana cuando mamá está de vacaciones. Puedes tener su habitación bajo las escaleras.


Es pequeña, pero tiene una cama.


La mirada de incredulidad y alivio en su rostro casi hizo que la idea de enfrentar a Daniela valiera la pena. Aunque me encontraba muy condenadamente seguro de que Paula y Daniela tenían problemas de abandono, por parte de su padre, en común, sabía que Dani nunca aceptaría eso. Se hallaba decidida a odiar a alguien, y Paula se llevaría la peor parte de su ira.


—Mi única otra opción es esta camioneta. Te puedo asegurar que lo que estás ofreciendo es mucho mejor. Gracias —dijo con firmeza.


Joder. ¿Realmente estuve a punto de dejar a esta chica en su camioneta? Eso era peligroso. —¿Dónde está tu maleta? —pregunté, con ganas de acabar con esto y hablar con Daniela.


Paula cerró la puerta de la camioneta y se dirigió hacia la parte trasera para conseguir su maleta. De ninguna manera su pequeño cuerpo la tomaría y la levantaría por encima de la cama de la camioneta. Me acerqué por detrás de ella y la tomé.


Se dio la vuelta, y la mirada de asombro en su rostro me hizo sonreír. Le guiñé un ojo. —Puedo llevar tu equipaje. No soy tan imbécil.


—Gracias, otra vez —dijo con un tartamudeo, mientras esos ojos grandes e inocentes se clavaban en los míos.


Maldición, sus pestañas eran largas. No veía chicas sin maquillaje a menudo. La belleza natural de Paula era sorprendente. Tendría que recordarme que ella no era otra cosa más que problemas. Eso y mantener mi jodida distancia. Tal vez debí dejar que bajara su propia maleta. Por lo menos así ella pensaría que era un idiota y se mantendría a distancia.


—Ah, bueno, la detuviste. Te estaba dando cinco minutos para luego venir aquí y asegurarme de que ella no había escapado —dijo Federico, sacándome de cualquier trance
bajo el que esta chica me puso. Hijo de puta, tenía que parar esta mierda ahora.


—Va a tomar la habitación de Lourdes hasta que pueda ponerse en contacto con su padre y encontrar algo mejor —le contesté, y empujé la maleta hacia Federico—. Toma, llévala a su habitación. Tengo compañía con la que regresar.


No la miré de nuevo, ni hice contacto visual con Fede. 


Necesitaba distancia. Y tenía que hablar con Daniela. No estaría feliz, pero de ninguna jodida manera dejaría a la
chica dormir en su camioneta. Llamaría la atención. Era hermosa y completamente incapaz de cuidar de sí misma. 


¡Maldición! ¿Por qué fui y metí a Miguel Chaves en nuestras
vidas? Él causaba toda esta mierda.


Daniela se encontraba de pie en la puerta con los brazos cruzados sobre su pecho, mirando hacia mí. La quería enojada. Mientras se hallara enojada conmigo, no lloraría.


No sabía cómo lidiar con ella cuando lloraba. Era el que trataba de aliviar su dolor desde que era pequeña. Cuando Daniela lloraba, de inmediato comenzaba a tratar de arreglar las cosas.


—¿Por qué aún está aquí? —espetó Daniela, mirando por encima de mi hombro antes de que yo pudiera cerrar la puerta y ocultar el hecho de que Federico se dirigía hacia
aquí con Paula.


—Tenemos que hablar. —La tomé del brazo, apartándola de la puerta y yendo hacia la escalera—. Arriba. Si vas a gritar, no quiero hacer una escena —dije, asegurándome de usar mi voz severa.


Frunció el ceño y pisoteó subiendo las escaleras como una niña de cinco años.


La seguí, esperando que se alejara lo suficiente de la puerta principal antes de que se abriera. No tomé una respiración profunda hasta que ella entró al dormitorio que solía utilizar cuando ésta era nuestra casa de verano. Antes de convertirme en un adulto y tomara lo que era mío.


—Le estas creyendo esa excusa, ¿no? ¡Federico te convenció! Sabía que debí seguirlo afuera. Es un imbécil. Sólo hace esto para molestarme —espetó antes de que yo pudiera decir algo.


—Se quedará en el cuarto debajo de las malditas escaleras. No es como si la pusiera aquí arriba. Y sólo se quedará hasta que pueda hablar con Miguel y averiguar qué hacer. 
No tiene gasolina en su camioneta y no tiene dinero para conseguir una habitación de hotel. Quieres enojarte con alguien, bien, ¡enójate con el hijo de puta de Miguel! —No tenía la intención de alzar la voz, pero cuanto más pensaba acerca de Miguel corriendo a París sabiendo que su hija se dirigía hacia acá en una destartalada camioneta vieja sin dinero, más me molestaba. Cualquier cosa pudo suceder. Ella era demasiado condenadamente frágil y necesitada.


—Crees que es ardiente. Vi la mirada en tus ojos. No soy estúpida. De eso es de lo que se trata todo esto —dijo Daniela, antes de que sacara su labio en una mueca—. Verla me hiere, Pedro. Lo sabes. Ella lo tuvo por dieciséis años. ¡Es mi turno!


Sacudí mi cabeza con incredulidad. ¿Ella pensaba que tenía a Miguel ahora? ¿En serio? Él se largó a disfrutar la vida en París con el dinero de mi madre, y ¿Daniela pensaba que eso significaba que ganó? —Es un maldito perdedor, Dani. Ella tuvo al idiota durante dieciséis años. No creo que eso signifique que ganó algo. La dejó venir aquí pensando que él le ayudaría y no pensó dos veces sobre el hecho de que es una niña indefensa con esos grandes ojos tristes de la que cualquier hombre se podría aprovechar. —Dejé de hablar, porque me encontraba diciendo demasiado.


Los ojos de Daniela se abrieron ampliamente. —¡Santo infierno! ¡No te la folles! ¿Me escuchas? ¡No te la folles! Se va tan pronto como puedas echarla. No la quiero aquí.


Hablar con mi hermana era como hablar con la pared. Era tan testaruda. No haría esto nunca más. Ella podía hacer todas las demandas que quisiera, pero era el dueño de
esta casa. Era dueño de su apartamento. Era el dueño de todo en su vida. Tenía el control. No ella.


—Regresa abajo, a tu fiesta y tus amigos. Me voy a la cama. Déjame manejar esto de la forma en que se necesita —dije, me di la vuelta y me dirigí a la puerta.


—Pero te la vas a follar, ¿no es así? —preguntó Daniela detrás de mí.


Quería que dejara de decir esa palabra en relación a Paula, porque, maldito sea el infierno, me hacía pensar sobre todo ese cabello rubio platinado en mi almohada y esos ojos mirándome mientras ella llegaba a su clímax. No le respondí a Daniela. No follaría a Paula Chaves. Me mantendría lo más lejos posible de ella. Pero Daniela no me daría órdenes, tampoco. Tomaba mis propias decisiones.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! me encanta recordar la historia, esta vez del lado de Pedro!

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