miércoles, 26 de noviembre de 2014
CAPITULO 136
Esta no es una típica historia de amor. Es real y completamente jodida como para ser encantadora. Pero cuando eres el bastardo del legendario baterista de una de las bandas del rock más amadas en el mundo, se esperan serias cagadas. Eso es lo que nos caracteriza. Agrega la egoísta y caprichosa madre que me crío a la mezcla, y el resultado no es muy bueno.
Hay muchos lugares donde yo podría comenzar esta historia. En mi dormitorio, sosteniendo a mi hermana mientras lloraba de dolor por las crueles palabras de nuestra madre. En la puerta principal, mientras la veía con lágrimas corriendo por su rostro cuando mi padre me llevaba por el fin de semana, dejándola sola. Ambas cosas sucedían con frecuencia, marcándome por siempre. Odiaba verla llorar. Sin embargo, así era esa parte de mi vida.
Compartimos la misma madre, pero nuestros padres eran diferentes. El mío era un famoso rockero, quien me introdujo al mundo del sexo, drogas y rock and roll cada fin de semana y por un mes durante los veranos. Él nunca me olvidó. Nunca puso excusas. Siempre se hallaba allí. Con todas las imperfecciones que tenía, Luca Alfonso siempre aparecía para buscarme. Incluso si no se encontraba sobrio, venía.
El padre de Daniela nunca vino. Se encontraba sola cuando yo no estaba, y aunque amaba estar con mi papá, odiaba saber que me necesitaba. Yo era su padre. Era la única persona en la que ella podía confiar para cuidarla. Eso me hizo crecer rápidamente.
Cuando le pregunté a mi papá si podría llevarla con nosotros, me dio una triste mirada y negó con la cabeza. —No puedo, hijo. Desearía, pero tu mamá no va a permitirlo.
Nunca dijo nada más. Sabía que si mi madre no lo permitía, entonces no había esperanza. Así que Daniela se quedaba sola. Quería odiar a alguien por eso, pero odiar a mi madre era difícil. Era mi madre. Yo un niño.
Luego encontré una persona para concentrar mi odio y el resentimiento por la injusticia en la vida de Daniela. El hombre cuya sangre corría por las venas de ella, que no la amaba lo suficiente para siquiera enviarle una tarjeta de cumpleaños.
Él tenía su propia familia. Dani lo visitó una vez.
Obligó a mamá a que la llevara a su casa. Quería hablar con él. Ver su cara. Creía que la amaría en cuanto la viera. Creo que, en el fondo, pensaba que mamá no le contó a él sobre ella. Tenía un cuento de hadas en su cabeza donde su padre se lanzaría de picado y la salvaría al descubrir su existencia. Le daría ese amor que tan desesperadamente buscaba.
Su casa era más pequeña que la nuestra. Mucho más pequeña. Se hallaba a siete horas de distancia en una pequeña ciudad en Alabama. Daniela dijo que era perfecta.
Mamá la llamó patética. Sin embargo, no era la casa lo que obsesionaba a Dani. No era la pequeña cerca blanca que describía a detalle. O el aro de baloncesto afuera y las
bicicletas apoyadas contra la puerta de la cochera.
Fue la chica que abrió la puerta. Tenía el cabello largo y rubio, casi blanco. Le recordó a Daniela a una princesa.
Excepto que ella usaba tennis sucios. Dani nunca tuvo un
par de tennis, ni siquiera zapatos normales sucios. La chica le sonrió, y Daniela estuvo momentáneamente encantada.
Luego vio las fotografías en la pared detrás de la chica.
Fotografías de esta chica y otra casi idéntica. Y un hombre sosteniendo sus manos. Él sonreía y reía.
Era el padre de ellas.
Eran las dos hijas que amaba. Fue obvio, incluso para los infantiles ojos de Daniela, que él era feliz en esas fotografías. No echaba de menos a la niña que olvidó. La que nuestra madre le contó que existía.
Todas esas cosas que nuestra madre trató de decirle a lo largo de los años y que se negó a creer, repentinamente cayeron en su lugar. Le dijo la verdad. El padre de Daniela no la quería, porque ya tenía una vida. Una con dos hermosas y angelicales hijas y una mujer que se parecía a ellas.
Esas fotos en la pared torturaron a Dani durante años. Una vez más, quise odiar a mi madre por llevarla hasta allí.
Restregándole la verdad en la cara. Al menos cuando Daniela vivía en su cuento de hadas, era feliz, pero su inocencia se perdió ese día. Y mi odio por su padre y su familia comenzó a crecer dentro de mí.
Ellas tenían la vida que mi hermana pequeña merecía, un padre que las amaba.
Esas chicas no lo merecían tanto como Daniela. Esa mujer con la que estaba casado usaba a esas dos lindas niñas para mantenerlo apartado de Daniela. Las odiaba.
Eventualmente, actué por ese odio, pero la historia realmente comienza la noche en que Paula Chaves caminó a mi casa con un nervioso ceño fruncido y el rostro de un jodido ángel. Mi peor pesadilla...
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