miércoles, 8 de enero de 2014

CAPITULO 101




Paula

Pedro volvió a entrar a la casa con una mirada nerviosa en sus ojos. No miró en mi dirección mientras se dirigía a la cocina. Dejé de amasar las galletas y me limpié las manos en el delantal antes de seguirlo.
Algo andaba mal.
Corrí por el pasillo y luego en el vestíbulo. Pedro estaba abriendo la puerta.
¿Iba a irse? Nadie había tocado. Cuando la puerta se abrió completamente, vi a mi padre de pie allí con una pequeña maleta en una mano y una bolsa de papel en la otra. 
Estaba más delgado y tenía barba. El hombre de aspecto pulido que había sido ya no estaba. Ahora tenía el aspecto de un capitán de bote. No pude tomar una respiración profunda cuando sus ojos se encontraron con los míos por encima del hombro de Pedro. Él estaba aquí. Mi papá estaba aquí.
Las lágrimas llenaron mis ojos y empecé a caminar hacia él. No habíamos pasado las fiestas juntos desde que tenía quince años. Pero este año, él estaba aquí.
Pedro me miró y comprendí la mirada en sus ojos de más temprano. No quería molestarme. Había estado tratando de sorprenderme, pero no estaba seguro de que fuera lo correcto.
Todas las mentiras y la traición ya no parecían importantes mientras miraba a la cara de mi padre. También él había sufrido. Todavía estaba sufriendo. Tal vez se lo merecía. Pero tal vez había pagado su penitencia. Porque ahora lo único que podía pensar era en el hombre que cantaba villancicos conmigo mientras rellenábamos el pavo de Acción de Gracias, el hombre que se aseguró de hacer un
pastel de caramelo porque lo prefería por encima del pastel de calabaza, el hombre que se pasaba horas cada fin de semana de Acción de Gracias llenando nuestra casa con luces de Navidad. No pienso en lo otro. Acabo de recordar todo lo bueno.
—Papá —dije con una voz obstruída por las lágrimas.
Pedro dio un paso atrás y le permitió entrar. Me arrojé en sus brazos y aspiré el olor que siempre me había recordado a familia, seguridad, y amor.
—Hola, dulce Pau —contestó. Su voz estaba llena de emoción—. Feliz Día de Acción de Gracias.
—Feliz Día de Acción de Gracias. —Mi voz estaba ahogada en su chaqueta de cuero. No estaba dispuesta a dejarlo ir por el momento.
—Me preocupaba que no tuvieras tu pastel de caramelo. Así que cuando Pedro llamó, pensé que mejor aceptaba su oferta y me aseguraba de que mi chica tuviera su tarta.
Un sollozo se me escapó y siguió con una risa. 
—No he comido de esas en un largo tiempo.
—Bueno, tenemos que arreglar eso ahora, ¿no es verdad? —dijo con una palmadita en la espalda.
Asentí con la cabeza y me aparté de su abrazo. 
—Sí, tenemos que hacerlo.
Levantó la bolsa que tenía en la mano. 
—Traje mis ingredientes.
—Está bien. —Me acerqué y los tomé—. Puedes ir a poner la maleta en la habitación amarilla, si quieres. Voy a llevar esto a la cocina.
Papá asintió con la cabeza y luego miró a Pedro. 
—Gracias —dijo antes de dar vuelta y dirigirse a las escaleras.
No esperé hasta que estuvo completamente fuera de vista antes de envolver mis brazos alrededor de la cintura de Pedro y besar su pecho. —Te amo —le dije.
Porque era más que un gracias. Él había hecho algo por mí que sabía que no le fue fácil. Pedro no era fanático de mi padre, pero había dejado eso de lado, y lo había traído.
—Yo también te amo. Más que a la vida —respondió, sosteniéndome contra él mientras besaba la parte superior de mi cabeza—. Me alegro que esto te hiciera feliz. No estaba seguro...
Eché la cabeza hacia atrás para poder ver su rostro. 
—Nunca olvidaré este Día de Acción de Gracias. La que debería haber sido la fiesta más difícil a la que me he enfrentado, no lo ha sido. Haces que todo sea mejor.
Pedro me dedicó una sonrisa torcida. 
—Bueno. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo para hacer que estés tan enrollada conmigo que nunca me dejes.
Riendo, me puse de puntillas y presioné mis labios contra los suyos. 
— Nunca. Ni siquiera puedo imaginar la vida sin ti.
—Mmmmm, sigues así y vamos al piso de arriba —susurró contra mi boca.
Me eché hacia atrás y pasé las manos por su pecho para empujarlo suavemente hacia atrás.
—Hay tiempo para eso más tarde. Tengo comida que preparar y tú, fútbol que ver.
Las cejas de Pedro se dispararon. 
—Dulce Pau, no soy de los que se sientan y disfrutan de la acción. Prefiero experimentarla. Ver fútbol no compite con tenerte desnuda y debajo de mí.
Sentí mis mejillas sonrojarse mientras la imagen viva de Pedro sobre mí moviéndose dentro de mí brillaba en mi cabeza. Sí, me gustaba eso. Mucho. Pedro rió y extendió la mano para acariciar mi cara y rozar su pulgar contra mi mejilla.
—Ahora te ves un poco excitada... Puedo arreglar eso. Prometo que será rápido para que puedas volver a cocinar. —Bajó su voz a un susurro ronco.
Mi respiración se enganchó y me las arreglé para sacudir la cabeza. Tenía que ir a cocinar. Mi padre acababa de llegar e Isabel muy probablemente estaba volviendo loco a Luca en la cocina. 
—Tengo que volver allí —le contesté.
Pedro deslizó una mano en mi cintura y me tiró de espaldas contra él. Bajó la cabeza hasta que su boca estuvo sobre mi oído. 
—Podemos entrar en esa oficina de allí, deslizaré mi mano por este lindo vestido que llevas puesto y jugaré con tu
coño mojado hasta que tengas que morder mi hombro para no gritar. No tomará mucho tiempo. No quiero que mi chica esté necesitada. La quiero satisfecha.
Oh, Dios. Estaba segura de que mis bragas estaban empapadas. Ya era bastante malo estar cachonda con el embarazo. Si le añadimos a Pedro y su boca sucia, era un desastre.
—Cinco minutos —dijo antes de morder mi oído.
Agarré sus brazos y lo apreté con fuerza antes de que me derritiera en un charco en el suelo. 
—Ahora, no. Ahora no puedo. Tengo que terminar en la cocina y mi padre acaba de llegar —le dije sin aliento.
Pedro dejó escapar un suspiro de derrota. 
—Está bien. Pero, maldita sea, quería tocarte y sentirte correrte en mi mano.
—Pedro. Por favor —dije, tomando calmadas respiraciones profundas—.Necesito un poco de agua helada derramada sobre mi vestido en este momento.No lo hagas peor.
Con una suave risa, dejó caer sus manos de mí y dio un paso atrás. 
—Está bien. Huye de mí, dulce Pau. Tienes cinco segundos antes de que decida que no me importa lo que digas.
Mover las piernas fue difícil, pero me las arreglé para dar la vuelta y huir a la cocina. La risa de Pedro se hizo más fuerte y no pude dejar de reír también.

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