miércoles, 8 de enero de 2014
CAPITULO 102
Pedro
El pavo había estado grandioso y tuve que admitir que estaba impresionado de que Luca pudiera cocinar así.
Paula parecía realmente feliz mientras hablaba con su padre y el mío durante la cena. Incluso se había reído cuando Isabel le había pedido a mi padre que le firmara la servilleta.
Luca se acercó y se sentó a mi lado en el sofá y dejó escapar un suspiro de satisfacción.
Él había disfrutado también. Ésta era el primer Acción de Gracias que realmente había comido en mi casa con familia y amigos. La primera vez que había cenado pavo, pastel de calabaza y guiso de maíz.Usualmente salía a comer con amigos y a emborracharme en los bares. Nada memorable. Hoy ha sido diferente. Fue una muestra de mi futuro con Paula.
—Te conseguiste una dulzura —dijo Luca.
—Sí, lo sé.
—Ella está lavando platos con su papá. Pensé en dejarlos solos. Darles tiempo juntos. Fue una mierda lo que él le hizo, pero me alegro de que estén encontrando la manera de hacer las paces. Miguel antes era un buen hombre. Cuando me enteré que había vuelto con tu mamá, me pregunte qué demonios le había pasado.
Yo también había traicionado a Paula. La lastimé. Pero me perdonó. Ella es capaz de hacer eso. No estoy seguro de poder hacer lo mismo.
—No la merezco. Probablemente soy el hijo de puta más afortunado en el planeta.
Luca dejó escapar una risa dura.
—Me alegro de que te haga sentir de esa manera, chico, tu vida no ha sido fácil. —Hizo una pausa y sacudió la cabeza—Ojalá hubiera hecho las cosas mejor por ti. La hija de Mateo, Carolina, ha estado cerca, últimamente. Parte del problema con Daniela es Caro. No es muy feliz de que Mateo tenga una hija que cuidar. Mateo no podía estar cerca de Carolina, pero la ha cuidado bien. Su abuela se aseguró que estuviera bien. Es una buena chica.
Es difícil creer que sea hija de Mateo. La abuela de la pobre murió hace unos meses. Y ella no es feliz viviendo en Los Ángeles, está un poco perdida en este momento.
Sólo había visto dos veces a la hija de Mateo. Éramos niños y Mateo había traído a Carolina a casa para una visita. Yo también estaba allí y lo único que podía recordar eran sus grandes ojos inocentes y la forma en que susurraba cuando
hablaba. Luego, hace un par de años, me encontré con ella otra vez mientras estaba visitando a Luca. Había crecido, pero era muy educada y aún muy inocente.
Habíamos simpatizado con bastante facilidad ese fin de semana. Se quedó en la casa la mayor parte del tiempo. Así lo quería Mateo. Había sido la única vez que había salido de fiesta con la banda mientras que Mateo había permanecido detrás de mí. Luca había dicho que era protector con Caro.
No podía imaginar como Daniela estaba manejando bien la existencia de Carolina. Otra cosa con la que yo tenía que lidiar.
—Tan pronto como Paula esté lista, nos iremos y me encargaré de Daniela. Sólo necesita alguien que se preocupe por ella y con quien hablar. Está herida e insegura. Lo ha estado toda su vida.
—Tengo pastel y café. ¿Alguien quiere un poco? —preguntó Paula al entrar en la habitación, de nuevo vestida con su delantal. Al ver el contorno de su pequeña panza detrás de él, palpitó en mis venas el el instinto cavernícola de llevármela y protegerla.
Me puse de pie y me acerqué a ella.
—Ellos pueden tomar su propio café y pastel. Quiero hablar contigo de algo. Has alimentado y entretenido a todos el
tiempo suficiente —le dije, deslizando un brazo alrededor de su cintura.
—Está bien, pero no me importa —respondió. Sabía que no le importaba.
Pero a mí sí. Verla toda sonriente y feliz me hacía querer complacerla más.
—Sólo unos minutos —le aseguré, la conduje de nuevo al pasillo y hacia las escaleras.
—Pedro, ¿qué pasa? —preguntó.
Mantuve mi mano en la parte baja de su espalda y la llevé de vuelta a la oficina en la que le había prometido follarla antes. Ya nadie usaba esta habitación.
Yo estaba a punto de hacerlo.
—Estabas ofreciendo el postre allí. Y quiero el mío —le dije, cerrando la puerta detrás de mí antes de apoyarla contra la gran silla de cuero—. Siéntate —
gruñí y Paula rápidamente se hundió en el cuero.
Me arrodillé frente a ella y empujé ese vestidito corto hasta sus muslos, tal y como había estado fantaseando todo el día.
Voluntariamente abrió las piernas para mí. Las bragas de seda color rosa que llevaba tenían una notable parte húmeda en la entrepierna. Inhalé y aspiré en su interior. Siempre olía tan bien.
—Pedro —susurró, inclinándose hacia atrás en la silla—. No debemos tardar mucho. Tenemos compañía.
Me gustaría que todos se fueran a la mierda. —No va a tomar mucho tiempo. Te lo prometo. Sólo tengo que encargarme de un pequeño asunto —le respondí, y pasé un dedo sobre la parte húmeda en sus bragas—. Mi chica necesita un poco de atención especial.
Paula gimió. Me encantaba ese sonido. Extendí la mano y deslicé las bragas por sus piernas.
Cuando llegué a los zapatos de tacón que llevaba, quité cada uno y luego saqué sus bragas por completo, dejándolas caer al suelo, junto a los zapatos.
Ahora podía oler su excitación. Puse mis manos en cada una de sus rodillas y las empujé para abrirlas aún más, así podría ver sus pliegues rosados.
El pequeño clítoris hinchado estaba allí, rogándome que lo tocara. Miré a Paula.
—Échate hacia atrás —le ordené, y ella hizo lo que le dije. Su cuerpo temblaba y sabía que lo quería tanto como yo quería dárselo—. Pon esta pierna arriba del brazo de
la silla y esta otra en el suelo —le dije, viendo cómo se extendía completamente abierta para mí.
Me coloqué entre sus piernas abiertas y pasé la punta de la nariz por la parte interior de su muslo inhalando su aroma. Disfrutaba de ella y la sensación de su pierna temblando bajo mi caricia. Cuando llegué a su pequeño punto necesitado, arrastré mi dedo sobre él, y ella gritó, entonces se tapó la boca con la mano para ahogar el sonido.
—¿Estás lista para que haga todo mejor? —le pregunté, presionando el pulgar contra su clítoris.
—Oh, Dios, por favor, por favor, Pedro, te necesito —me rogó, levantando sus caderas, acercándose más a mi cara.
—Hueles jodidamente increíble —le contesté, inhalando profundamente.
—Por favor —gritó desesperadamente.
No quería que mi chica tuviera que rogar tanto. Saqué mi lengua y la desplacé desde el exterior de su agujero rosa, plegado e intacto, hasta el punto goteando humedad, tan hinchado y listo para mí. Metí la lengua en su entrada
caliente varias veces mientras ella se sacudía y amortiguaba sus sonidos con las manos. El sabor de Paula era único. Siempre lo había sido, pero algo en ella era aún más deseable ahora que estaba embarazada. Era más rica y más dulce. Podría pasar horas saboreándola y haciendo que se viniera en mi lengua. Nunca me aburriría. Era más que una adicción.
—No hay postre con un sabor tan jodidamente perfecto —gemí contra su clítoris antes de ponerlo en mi boca y succionarlo. Arrastré el piercing de mi lengua sobre el clítoris varias veces y el temblor y los gemidos procedentes de Paula me dijeron que estaba cerca. Muy cerca
—. Shhh, estoy haciendo que se sienta bien. Relájate. Voy a lamer el coño de mi chica hasta que no pueda soportarlo más. Córrete en mi boca. Quiero probarlo.
—Sabía que hablarle sucio la pondría fuera de sí, y así lo hizo. Paula dejó escapar un grito ahogado y levantó
sus caderas mientras se sacudía contra mi lengua.
Ese sabor adictivo del que no podía tener suficiente inundó mi boca y lo chupé, lo lamí hasta que ella se movió
hacia atrás y emitió sonidos angustiados de placer.
—Pedro no, oh, Dios, no. No puedo —gimió, alejándose mientras continuaba manteniéndola inmóvil y saboreando cada rincón antes de deslizar la lengua de nuevo en su entrada—. Pedro, no voy a ser capaz de reprimir esto. Estoy a punto de gritar, puedo sentir otro. Oh... oh... Pedro... —Se sacudió y meció sus caderas mientras me aferraba a ella.
Su reacción me estaba volviendo un poco loco. El saber
que estaba a punto de venirse otra vez, tan pronto, era más excitante de lo que me había imaginado.
Mi pene estaba dolorosamente hinchado, la insatisfecha cabeza presionando contra la cremallera de mis vaqueros. Si se corría otra vez estaba muy seguro que iba a estropear mis malditos pantalones.
En un movimiento rápido me puse de pie y bajé mis vaqueros. Entonces agarré sus caderas y me estrellé contra ella. —Mierda —grité mientras sus paredes se apretaban a mi alrededor.
Paula se vino de nuevo y esta vez no estaba cubriendo su boca. Estaba perdida en su éxtasis. Tenía la cabeza echada hacia atrás y su cuerpo se sacudía salvajemente bajo el mío mientras decía mi nombre una y otra vez.
La visión de ella me envió sobre el borde. Agarré el respaldo de la silla y me derramé dentro de ella. Cada ráfaga de mi liberación causaba otro grito ahogado de placer de Paula. Había levantado sus piernas hasta envolverlas alrededor de mi cintura, en algún momento, pero ahora que estaba saciada y cansada, se dejó caer de nuevo en la silla.
Una sonrisa de satisfacción estaba en sus labios y sus ojos,
pesados.
—¿Es malo que ni siquiera me importa si alguien nos escuchó? Eso fue demasiado sorprendente como para preocuparme por nada más —me preguntó.
Bajé hasta que pude besar sus labios.
—No deberían estar en mi maldita casa si no nos quieren escuchar —le contesté.
Paula se rió. —Dios, Pedro. Me vuelves loca.
No pude evitar la sonrisa de mi cara. —Bien.
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