miércoles, 3 de diciembre de 2014

CAPITULO 154





Yo alcancé su sujetador y me concentré en vestirla. 


Presioné un beso en su hombro antes de cubrirlo con su camisa. Me dejó ponerle el sujetador y la camisa sin
protestar, y el hombre de las cavernas en mí se golpeaba el pecho. Me encantaba cuidar de ella, y que me lo permitiera sólo me hizo enloquecer un poco más en lo que a ella
concernía.


—Preferiría que te quedaras aquí, mientras voy a encontrar a Isabel. Tienes esa mirada de muy satisfecha en tu cara, y en serio es sexy. No quiero acabar en una pelea —le dije una vez que la cubrí de nuevo.


—Vine aquí con Isabel porque trataba de animarla a no dormir por ahí con chicos que nunca la verían por más que un momento de diversión. Entonces, viniste con nosotras, y ahora aquí estoy, en el asiento trasero de tu coche. Siento que le debo una explicación —dijo, pareciendo preocupada.


Asumí que Isabel trataba de arruinar a Paula, pero Paula fue la que invitó a Isabel. Interesante. Mi dulce Paula trataba de salvar al mundo de sí mismo. Nunca nadie la salvó a ella. Hasta ahora. Maldita sea, hora de que alguien le mostrara cuán especial era.


Me observaba con nerviosismo. ¿Pensó que hizo lo que trataba de evitar que Isabel hiciera? Seguramente entendió que esto era diferente.


—Estoy tratando de decidir si querías decirlo para que sonara como si estuvieras haciendo lo que la animaste a no hacer —dije, mientras me movía sobre ella y deslizaba
una mano en su cabello—. Porque he tenido una probada y no estoy compartiendo. Esto no es sólo por diversión. Puede que sea un poco adicto. —Esto no era nada parecido a lo que intentaba que Isabel dejara de hacer. Nunca hubiera tocado a Paula si no hubiera estado seguro de que la reclamaba como mía. No habría nadie más tocándola.


Me incliné y besé esos labios que me encantaban tanto. 


Probar su labio inferior con la punta de mi lengua se convirtió en una de mis cosas favoritas para hacer.


Siempre se estremecía cuando lo hacía, y el sabor era siempre delicioso.


—Mmm, sí. Quédate aquí. Voy a traer a Isabel para que hable contigo —susurré contra su boca.


Asintió, pero no dijo nada más.


Me aparté de su calor y abrí la puerta para salir. Tenía que encontrar a Isabel y llevarnos a casa. Quería a Paula en mi habitación. En mi cama. Quería más de lo que
acabábamos de tener. Podría arreglar el pasado. Podría hacerlo correcto. Haría lo que es debido por Paula. Tenía que hacerlo. No podía perder esto.


De vuelta en el bar, busqué y encontré a Isabel con un tipo, tomando un chupito de algo que no se parecía a otra bebida de chicas. Genial. No quería que una Isabel borracha obstaculizara mis planes. Paula no podía arreglar lo que estuvo estropeado durante años. En otro tiempo, Isabel fue diferente. La recordaba cuando era más joven.


La vi con Tripp una vez. Fueron amigos, creo, pero luego él se escapó, y la siguiente vez que vi a Isabel se encontraba debajo de un tipo cuyo padre poseía condominios a lo
largo de la costa del Golfo. Comenzó a follar a los mocosos con fondos fiduciarios desde entonces.


Su mirada se posó en mí, y le hice señas para que me encontrara afuera, luego giré y salí hacia la noche. Miré en la dirección de mi Range Rover y me aseguré de que Paula seguía a salvo en el interior.


—Ustedes dos desaparecieron —dijo Isabel, arrastrando la voz y con una gran sonrisa en el rostro. Me volví para verla caminando hacia mí. Luego se tropezó, y tuve que extender la mano y agarrarla antes de que plantara su cara en el pavimento—. Oops. —Se rio tontamente, quedando lánguida en mis brazos—. No puedo sentir mis pies —dijo a través de su risa.


No iba a ser capaz de dejarla aquí. —Parece que te llevaré a casa ahora, también —le dije, y la puse de pie con la espalda recta.


—¿Qué? No, no, no, no. No me quiero ir todavía —dijo, agitando un dedo en mi dirección—. Paula tiene que venir a ver los nuevos vaqueros que encontré. Les encantaran.


Me tensé y le di un tirón hacia el coche. —Paula ya no está interesada en los vaqueros. ¿Entiendes eso? No más chicos para Paula. Va a volver a casa conmigo —le dije con rabia.


Isabel se detuvo y se tambaleó, luego me miró, sus ojos redondos con la comprensión. —Vive en tu casa. ¿Te refieres a casa a su habitación o a casa a tu habitación? —preguntó, eructó y se tapó la boca.


—Mi habitación. Vamos —dije, haciéndola caminar de nuevo.


—Oh, mierda —dijo Isabel en un intento alto de un susurro—.Tú…oh,mierda, Pedro, no puedes follarla. No es... Creo que es virgen —susurraba Isabel en voz lo suficiente alta para que toda la zona de aparcamiento la escuchara.


—Cállate, Isabel —gruñí, y abrí la puerta del coche para ella—. Quiere ir a casa, conmigo. Pero primero, quiere hablar contigo. —No era así como quería pasar el viaje de regreso a Rosemary Beach. Esperaba poder hablar con Paula. Ahora teníamos una Isabel borracha hablando de la virginidad de Paula. Mierda.


—Bueno, mírate. Haciéndolo con la cosa más caliente de Rosemary en la parte trasera de su Range Rover. Y pensaba que querías un hombre de clase trabajadora —le dijo Isabel a Paula.


—Súbete, Isabel, antes de que deje tu culo aquí afuera —ordené, deseando poder callarla de una puta vez.


—No me quiero ir. Me gusta Earl, ¿o se llamaba Kevin? No, espera, ¿qué pasó con Nash? Lo perdí… creo. —murmuró Isabel, subiéndose en el interior torpemente.


—¿Quiénes son Earl y Kevin? —preguntó Paula.


Isabel buscó algo para agarrar, luego cayó de espaldas sobre el asiento y casi encima de Paula —Earl está casado. Dijo que no lo estaba, pero lo está. Me di cuenta. Los casados siempre tienen el olor sobre ellos.


Cerré la puerta de Isabel y luego caminé alrededor para sacar a Paula del asiento trasero. Iba a ir al frente conmigo. Abrí la puerta de un tirón y le tendí la mano. —No trates de darle sentido a todo lo que dice. La encontré en el bar terminando una ronda de seis chupitos de tequila que el casado Earl le compró. Está destrozada. —Quería aclarar cualquier cosa de lo que Isabel dijo o iba a decir que podría disgustar a Paula.


Paula deslizó su mano en la mía, y la apreté para tranquilizarla.


—No hay necesidad de explicarle nada esta noche. No lo recordará por la mañana —le dije a Paula.


Se preocupaba por aclarar las cosas con Isabel, e Isabel hacía exactamente lo de siempre, sólo que sin los fondos fiduciarios.


Ayudé a Paula a bajar, luego la presioné contra mí y cerré la puerta, dejando a Bethy adentro. —Quiero saborear esos dulces labios, pero voy a negármelos. Tenemos que llegar a su casa antes de que se enferme —dije, no queriendo que esto estropeara lo que acababa de pasar con nosotros.


Paula asintió, mirándome con esos ojos confiados. Nunca quería fallarle a esa cara.


—Pero lo que dije antes. Lo dije en serio. Te quiero en mi cama esta noche —le recordé, en caso de que fuera posible que lo hubiera olvidado.


Asintió de nuevo. Puse una mano en su espalda baja y caminé junto a ella hasta la puerta del pasajero. Ya no iba a fingir que éramos amigos. No éramos amigos. Nunca lo fuimos. Era más que eso. Con Paula, siempre había más.


—A la mierda lo de ser amigos —le dije, antes de tomar su cintura y levantarla para ponerla en el asiento. Era alto, y yo quería una razón para tocarla. Cerré la puerta y caminé alrededor para subir, y la sonrisa en su rostro me calentó por dentro—. ¿Por qué la sonrisa? —pregunté, con la esperanza de haberla puesto allí.


Se encogió de hombros y se mordió el labio inferior. —“A la mierda lo de ser amigos”. Me hizo reír.


Me eché a reír. Bueno, yo puse esa sonrisa allí. También la hice reír. ¿Por qué se sentía como si acabara de solucionar el hambre en el mundo?


—Sé algo que no sabes. Sí, lo sé. Sí, lo sé —empezó a corear Isabel con una voz cantarina de ebriedad.


No la quería distrayéndonos. Arruinando esto. Era mi tiempo con Paula, y deseaba eso. ¿Por qué no podía simplemente desmayarse o algo así?


Paula se removió en su asiento para mirar hacia atrás a Isabel.


—Sé algo —susurró Isabel en voz alta como estuvo haciendo fuera.


—Escuché eso —dijo Paula.


—Es un gran secreto. Uno enorme… y lo sé. No debo, pero lo sé. Sé algo que tú  no sabes. No lo sabes. No lo sabes —comenzó a cantar de nuevo.


Sabía un secreto. Un nudo retorcido se formó en mi estómago. Yo tenía secretos.


¿Ella conocía mis secretos? ¿Conocía lo que Paula no sabía? ¿Cómo podría tener a Paula si Isabel le contara antes de que pudiera arreglarlo? —Es suficiente, Isabel —advertí.


Paula se dio la vuelta, y me di cuenta que la sorprendí. Sólo quería que Isabel se callara. No quería escuchar ningún secreto que conocía. Extendí y deslicé una mano sobre la de Paula. Necesitaba tranquilizarla, pero ahora mismo no podía mirarla. El pánico en mi garganta se hacía cargo.


Isabel no podía saber. ¿Cierto? Nadie lo sabía. ¿Daniela se lo contó a alguien? Joder.


No podía dejar que esto se descubriera. Tenía que arreglar esto. Paula me necesitaba.


No podía perderla.


—Ese fue el mejor momento, de siempre. Me gustan los muchachos trabajadores. Son muy divertidos —comenzó a balbucear Isabel de nuevo—. Deberías haber mirado alrededor por algunos más, Paula. Hubiera sido más inteligente de tu parte. Pedro es una mala idea. Porque siempre habrá una Daniela.


¡Jodido infierno!


Sabía algo. No. No podría saber. No la verdad. Moví mi mano de Paula para agarrar el volante. Necesitaba pensar, y echar el culo borracho de Isabel fuera del coche no era una opción. Paula nunca me perdonaría por eso.


—¿Es Daniela tu hermana? —preguntó Paula. La confusión en su voz me hizo hacer una mueca de dolor. Cuestionaba mi relación con Dani. Si sólo supiera la verdad. No la tendría a ella. No estaría aquí.


Me limité a asentir. No pude decir nada más. Tenía la garganta pastosa.


—Entonces, ¿qué significa lo que dijo Isabel? ¿Cómo dormir juntos le afectaría a Daniela?


¿Cómo respondía a eso? No sabía lo que Isabel se enteró exactamente, pero no podía decirle la verdad a Paula. No descubrí cómo arreglar el pasado. Cómo hacer que Paula no me dejara cuando averiguara la verdad.


Iba a seguir haciéndome preguntas. Tuve que detenerla. No podía decirle nada.


No ahora.


—Daniela es mi hermana menor. No… No puedo hablar de ella contigo.


El cuerpo de Paula se puso rígido. La tensión en el coche era dominante. Tenía que haber una manera de salir de esto. Paula confiaba en mí. Anhelaba esa confianza.
Anhelaba merecerla. Isabel no pude enterarse. No lo sabría. Daniela nunca le dijo nada a nadie. Era un secreto que mantuvo oculto. Yo exageraba.


Los ronquidos de Isabel llenaron el coche, y Paula fijó su mirada en la carretera.


Ninguno de los dos dijo nada. No quería que Isabel despertara y dijera cualquier cosa.


Estaba mejor inconsciente. Para mí era más seguro de esa manera. Mis secretos permanecían más seguros.


La distancia entre Paula y yo parecía crecer a cada segundo, y lo odiaba. La quería en mis brazos otra vez. La quería gritando mi nombre. No quería este muro entre nosotros.


Cuando llegué a la oficina, no le pregunté a Paula si aquí era dónde necesitábamos dejar a Isabel. No podía decirle nada. Me aterrorizaba que ella supiera.


¿Se sentó allí y lo resolvió todo?


Sacudí a Isabel lo suficiente para despertarla y ayudarla a salir del coche.


Empezó a murmurar que su padre la mataría y que quería dormir en la oficina. Me sentía bastante seguro de que su tía Elena le patearía el culo en la mañana, pero eso no
era mi problema. Saqué la llave del bolso de Isabel y abrí la puerta, luego la llevé adentro.


El sofá de cuero grande estaba cerca de la puerta, gracias a Dios, porque Isabel apestaba a tequila barato, y no pretendía estar sosteniéndola en brazos cuando empezara a vomitar. La dejé caer en el sofá. —Acuéstate —le indiqué. 


Agarré el bote de basura más cercano y lo coloqué junto a su cabeza—. Vomita en esto. Consigues esa mierda en el suelo, y Elena estará aún más enojada.


Isabel gimió y se dio la vuelta.


Fui a salir. Justo cuando abrí la puerta, la voz de Isabel me detuvo.


—No voy a decirle sobre el papá de Daniela. Pero tienes que decírselo. —Se veía triste y sus ojos vidriosos se encontraron con los míos. Se enteró quién era el papá de
Daniela. Mierda.


—Lo haré. Cuando llegue el momento —le dije.


—No esperes demasiado tiempo —dijo, y cerró los ojos. Su boca se abrió con un suave ronquido.


Bloqueé la puerta y la cerré con fuerza detrás de mí. Ella tenía razón. Tenía que arreglar esto antes de que fuera demasiado tarde.

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